De mala raza: 19
Escena VI
[editar]CARLOS y DON ANSELMO.
ANSELMO.-Espera un momento, que mis ideas se confunden y no sabría decirte... lo que tengo que decirte.
CARLOS.-Sí, esperemos, porque yo t,ampoco comprendería nada de lo que tú me dijeses.
ANSELMO.-(Aparte.) ¡Es él!... ¡Es mi Carlos!... Y ahora.... ¿qué debo hacer, Dios mío?
CARLOS.-(A parte.) ¡Es él!... ¡Es mi padre.... a quien tanto quiero!... ¡Si todo esto parece mentira!... ¡Y debe ser mentira!... Será cualquier cosa, lo que menos piense yo..., pero no lo que yo pienso.
ANSELMO.-Perdóname, Carlos... No pude contenerme; fui... demasiado brusco. La hiel de todos estos días me subió a los labios..., y como yo no entiendo de aderezar frases..., sin saber lo que decía..., la ofendí delante de ti..., delante de todos... Hice mal... Perdóname, hijo mío.
CARLOS.-¡No digas eso, por Dios! ¡Pedirme tú perdón! ¡Qué idea! Yo soy quien se precipitó, quien pronunció palabras duras... Pero fue aquello tan inesperado.... ¡tan repentino!... ¡Volvía yo tan alegre!... ¡Forjaba tantas ilusiones de amor, de gloria, de felicidad!... ¡Era tan espléndido mi horizonte!... ¡Venía con los brazos abiertos para ti, para Adelina! ¡Cómo voy a apretaros contra mi corazón, decía yo, subiendo por estas escaleras, casi sin aliento!... Y luego..., de pronto..., oigo no sé qué.... palabras de seguro que he comprendido mal..., pero que me sonaron a deshonra y muerte, y entonces yo también amenacé, insulté, ¡blasfemé!... Sueños..., locuras..., delirios... Nada..., vamos, nada... ¡Perdóname tú, perdóname, padre mío! (Se abrazan, profundamente conmovidos.)
ANSELMO.-¡Carlos!
CARLOS.-¡Padre!
ANSELMO.-No hablemos más de eso.
CARLOS.-No; eso, no; hablemos. Yo no comprendí nada; explícamelo todo.
ANSELMO.-Tú, ¿a quién quieres más en este mundo? ¿No es a mí? Pues ¿qué te importa lo demás?
CARLOS.-A ti y a Adelina. Me importas tú; pero me importa ella.
ANSELMO.-Pides mucho: será preciso que te contentes con menos.
CARLOS.-¿Pido mucho? Pido lo mío: el cariflo de mi padre; el cariño de mi esposa. No me contento con menos, ni con menos te contentaste tú. Ya tenías el amor filial de tu Carlos, inmenso, purísimo, entrañable, cuando diste tu nombre y afecto a Paquita.
ANSELMO.-No se trata de mi mujer, sino de tu Adela. No hay para qué compararlas ni admito comparaciones humillantes.
CARLOS.-¡Otra vez!
ANSELMO.-Sí.
CARLOS.-¿Y de humillaciones hablas?
ANSELMO.-Por no hablar de afrentas.
CARLOS.-¿Quién las sufre?
ANSELMO.-¡Tú!..., y yo, que sufro cuando tú sufres.
CARLOS.-¿Y quién las hace?
ANSELMO.-La única de esta clase que heredó la costumbre.
CARLOS.-¡Su nombre..., que no sé quién es!
ANSELMO.-¡Pues... ella!
CARLOS.-¡No sé quién es ella! ¡Cómo se llama es lo que has de decirme sin reticencias, sin vacilaciones, de una vez! Cuando el réprobo muere..., de una vez se hunde en el infierno. ¡No seas más cruel con tu hijo que la justicia de Dios con el condenado! ¡Un nombre, una prueba, y el abismo!... ¡Ea! ¡Ya espero!...
ANSELMO.-¿Lo quieres?
CARLOS.-Pero ¿cómo quieres que te diga que sí? ¡El nombre de esa mujer, y el de la afrenta, y el del acusador..., y dónde está, y cuál es el camino más corto para ir a su corazón y arrancárselo!... ¿Lo dices o no?
ANSELMO.-Sí; la mujerse llama Adelina.
CARLOS.-¡Sigue!
ANSELMO.-¡Y el nombre de la afrenta no lo diré yo, porque lo dice Madrid entero, y no sé cómo no te zumba en los oídos!
CARLOS.-¡Sigue!
ANSELMO.-Y el acusador soy yo, ¡tu propio padre!... ¡Y aquí está!... ¡Y el camino a su corazón es bien corto..., y yo lo acortaré más! (Acercándose mucho a CARLOS.) ¡Llega a él, ingrato, que nada encontrarás que no sea tuyo!
CARLOS.-(Cayendo en un sillón, llorando.) ¡Ay Dios mio! ¡Dios mío!... ¡Lo que dice!... ¡Y cuando él lo dice es que lo cree!... ¡No..., Pues no..., aunque lo crea!... ¡Aunque lo crea, no es verdad!... ¡No es verdad!... ¡No es verdad!...
ANSELMO.-¡Carlos!... ¡Hijo mío!...,¡Vuelve en ti!... ¡Valor!... ¡Resignación!... ¡Qué diablo, un hombre por algo es hombre!
CARLOS.-(Con voz ronca.) ¿Lo serías tú en mi caso?
ANSELMO.-¿Yo?... ¿En tu caso?... ¡Y Paquita!... ¡Ah!... ¡Es distinto!... ¡Tú eres casi un niño!... ¡Yo..., ya verías si era un hombre!
CARLOS.-Pues yo también voy a serlo. (Haciendo un esfuerzo supremo.) Cuéntamelo todo, pero todo. Minuciosamente, ¿comprendes?... Fríamente, ¿oyes? Y con calma, con mucha calma... Yo también la tendré... Ya verás... ¡Ea, siéntate junto a mí y habla!
ANSELMO.-No sé cómo...
CARLOS.-(Con cruel ironía.) Pues hasta aquí bien has sabido. Para lo poco que falta no necesitas gran esfuerzo. Y, en todo caso, no temas: yo te ayudaré. Adelina tiene... Hay que hablar con claridad perfecta... Adelina tiene... Lo que tú no has dicho voy a decirlo yo... Adelina tiene... un amante. ¿No es cierto?
ANSELMO.-Sí.
CARLOS.-Ahora, la prueba, porque estas cosas necesitan prueba. Tratándose de otro que no fueras tú..., era inútil. No la pediría.
ANSELMO.-¿Por qué?
CARLOS.-Porque le partiría el corazón sin pedírsela. Pero eres tú, y, al fin, hay que hacer alguna diferencia entre un padre... y un calumniador miserable. ¡Conque la prueba!
ANSELMO.-¡Qué más prueba que el escándalo que dieron... ella y él.... y que nos hizo venir a todos huyendo de la ignominia
CARLOS.-¿Un escándalo?
ANSELMO.-Sí. ¿Comprendes?
CARLOS.-No. Yo no sé lo que es un escándalo, ¡Se abusa tanto de esa palabra! Para ciertas personas todo es escándalo, más por el apetito que Por el sabor... Conque precisa los hechos.
ANSELMO.-¡Carlos! ¡Me repugna!
CARLOS.-No importa. Yo te ayudaré. ¿No te dije que te ayudaría? ¿Cuándo fue?
ANSELMO.-De madrugada..., casi al amanecer.
CARLOS.-¡Sí..., el amanecer, sí!... esta noche pasada también he visto amanecer... No dormía; pensaba en ella... (Pequeña pausa.) ¿Y qué sucedió? ¡Ea, pronto!
ANSELMO.-Era el balcón del cuarto de tu esposa.
CARLOS.-Ya Sé... ¡En todas sus cartas me decía que a él se asomaba para verme llegar!... Acaba, porque..., dentro de poco..., ¡no podré más!... ¡Acaba!
ANSELMO.-Y un hombre...
CARLOS.-(Cogiéndole por un brazo.) ¿Quién?
ANSELMO.-Lo ignoro.
CARLOS.-Alguno de mis amigos, ¡de seguro!
ANSELMO.-Quizá.
CARLOS.-¡El más íntimo, de fijo!
ANSELMO.-No es imposible!
CARLOS.-¡Imposible no lo es nada! ¡Nada!... ¡Ni el que yo te escuche!... ¿Y qué? ¿Ese hombre..., que...?
ANSELMO.-Bajó por el balcón, huyendo de mí..., que a todo esto llamaba a Adelina, sin que Adelina quisiera abrirme.
CARLOS.-(Apretándole el brazo.) ¿Y no rompiste la puerta.?
ANSELMO.-(Sin poder sufrir el dolor.) ¡Carlos!
CARLOS.-(Besándole la mano y acariciándole el brazo.) Perdóname..., perdóname... Yo la hubiera roto. Pero tú es distinto; tú no la amas. (Pausa.) ¿Qué más?
ANSELMO.-¿Más quieres todavía?
CARLOS.-La prueba que me dijiste.
ANSELMO.-¿No ves el escándalo, aun sin haberlo visto?
CARLOS.-El escándalo..., sí; la prueba..., no.
ANSELMO.-Terco eres en defender a Adelina.
CARLOS.-No tanto como tú en acusarla.
ANSELMO.-Un galán que a deshora pregona desde un balcón infamias de una mujer, ¿nada demuestra?
CARLOS.-Que hay un infame, sí; que hay una adúltera, no.
ANSELMO.-¿Pues de dónde venía, desdichado?
CARLOS.-Eso has de decírmelo tú, que yo no estaba allí.
ANSELMO.-Pues ya te lo digo; y si no, di de dónde.
CARLOS.-De alguna habitación inmediata.
ANSELMO.-Sólo había una.
CARLOS.-Pues de ésta.
ANSELMO.-Era la mía.
CARLOS.-¿La tuya?
ANSELMO.-Y la de Paquita.
CARLOS.-(Mirando fijamente.) ¡Ah!
ANSELMO.-¿Por qué me miras así?
CARLOS.-(Huyendo la vista de su padre.) Yo... no te miro, padre...; miro al espacio..., al vacío..., adonde se mira cuando no se ve.
ANSELMO.-(Cogiéndole por un brazo.) ¡En tu mirada hay el brillo de una esperanza insensata y horrible!
CARLOS.-Horrible..., sí, porque hace rato lo es cuanto me rodea: pero insensata, ¿por qué?
ANSELMO.-Porque yo pasé toda la noche junto a la que es guardadora fiel de mi honra, ¿comprendes?
CARLOS.-Sí..., pero ¿dices verdad?
ANSELMO.-¡Lo juro! Ya no me miras como antes... ¿Por qué callas? ¿En qué piensas?
CARLOS.-En que es preciso acabar. (Se levanta con ímpetu y se va a la derecha.)
ANSELMO.-¿Adónde vas?
CARLOS.-A llamarla. ¡Adelina!... ¡Adelina!...
ADELINA.-(Desde dentro.) ¡Carlos!