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De mala raza: 27

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Escena IV

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ADELINA Y PAQUITA.


ADELINA.-¿Has oído? ¡Me parece que hablaban de un duelo!...

PAQUITA.-Será mi marido, que habrá vuelto a su tema de siempre.

ADELINA.-¡Ojalá que no sea más que eso!... Pero ¿y si Víctor y mi Carlos...?

PAQUITA.-¡Víctor!... ¡Ah!... ¡Calla!... ¡No es probable!

ADELINA.-Pues tú... te has puesto pálida y estás temblando.

PAQUITA.-¡Soy tan desgraciada!... ¡Ver cómo sufres!... ¡Cómo te hostigan!... ¡Cómo te ofenden!... ¡Y pensar que soy yo la causa!... ¡Dios mío!... ¡Dios mío!

ADELINA.-Mira, Paquita, si resultase cierto lo que yo te decía...

PAQUITA.-¡No es posible!

ADELINA.-Pero, si lo fuese, era preciso evitarlo a todo trance, ¿no es verdad? ¡Exponer Carlos su vida! ¡La sangre se me hiela con sólo imaginarlo!

PAQUITA.-Y a mí, también. Los dos, tan valientes... ¡Carlos y Víctor!... ¡Tan impetuosos y tan desesperados los dos!...

ADELINA.-Ya lo has visto, Paquita: yo... lo llevo todo con paciencia. De mí, que digan lo que quieran. ¡Qué más da! Desde muy niña estoy acostumbrada a sufrir. Me dan mucha pena estas injusticias, ¡ya lo creo! Me angustio y lloro largos ratos... Pero luego pasa, y me digo a mí misma: ¿Qué sé yo de las cosas de este mundo, ni por qué están así dispuestas? Cuando padezco tanto y tanto, por algo será. Verdad es que estos días ha sido más que nunca; pero todos esos que me torturan no saben que yo también tengo mis consuelos. (Sonriendo dulcemente.) ¡Primero, el amor de Carlos! No han podido quitármelo, gracias a ti. (Abrazándola y besándola.) ¡Y cómo me quiere! ¡Qué desesperación la suya cuando me creyó culpable! No lo dudes: ¡me hubiera dado muerte! ¡Qué alegría! Y luego..., ¡aún tengo otras alegrías y consuelos! ¡Vaya si los tengo! (Sonriendo para sí y quedándose pensativa.) ¡Dios es muy bueno, manantial de amor que nunca se agota! Pero no es esto lo que iba a decirte. Lo que iba a decirte, Paquita, es que de mi vida pueden hacer un calvario; no me quejaré, y entre las lágrimas aún brotará a mis labios alguna sonrisa. ¡Tengo el manantial aquí dentro! (Oprimiéndose el seno.) Pero ¡amenazar a mi Carlos! ¡Eso no lo permito! Yo también tengo mi valor y mi entereza... y sé defender a los míos. A los míos, ¿comprendes? (Abrazándola.) Y es preciso que, si el caso llegara..., tú impidieses ese duelo.

PAQUITA.-No temas. Si hay tiempo, yo lo impediré, cueste lo que cueste.

ADELINA.-¿Si hay tiempo? Siempre lo hay cuando se quiere que lo haya. Es tu deber, Paquita. ¡Bien lo sabes tú!

PAQUITA.-¡Adelina!...

ADELINA.-Perdóname. Ya me voy volviendo como aquéllos. Perdóname; yo sé que eres muy buena.

PAQUITA.-Muy buena, no; pero no tan mala como pensaría Anselmo si llegara a descubrir...

ADELINA.-¡Calla, por Dios! No hablemos de lo que ya pasó.

PAQUITA.-¡Ah, si tú supieras..., aquella noche..., cuando tú me dejaste, y Víctor, loco y ciego y desesperado, penetró en mi cuarto..., si tú supieras lo que yo lloré, lo que yo supliqué, lo que yo le dije a aquel hombre!... ¡Si llegué a decirle que le aborrecía..., que le despreciaba!... ¡Qué sé yo!... ¡Y nada; él, terco y terco, recordando nuestro amor y nuestras promesas, jurándome que se mataría!... Hasta que oyó venir a mi marido..., y tuvo que esconderse en tu sala... ¡Ah, qué horas aquellas!... ¡Anselmo, junto a mí.... y él, allí cerca!... ¡No, tú eres un ángel y no comprendes esas torturas!

ADELINA.-¡Qué cosas dices, Paquita! ¡Me das miedo!

PAQUITA.-¿Por qué?

ADELINA.-Porque hablas de Víctor de un modo... que parece...

PAQUITA.-¿Que le quiero?... ¡Le he querido tanto, Adelina!

ADELINA.-¡Paquita.... por Dios!... ¡Desecha esos pensamientos, que son muy malos!

PAQUITA.-Muy malos, sí. Pero, con serlo tanto, ellos son para ti una garantía.

ADELINA.-¿De qué?

PAQUITA.-De que si tú no quieres que se bata Carlos, yo tampoco quiero que se bata Víctor.

ADELINA.-¡Es verdad!

PAQUITA.-Y no me creas peor de lo que soy sólo porque soy franca contigo.

ADELINA.-No, Paquita; no temas. En mi alma no hay para ti más que gratitud. Has sido para la pobre Adelina más que amiga, más que hermana, una verdadera madre, como la mía, si hubiese vivido. A tu generosa confesión le debo el amor de mi Carlos... ¡Mira tú si te querré! Pero es preciso que completes tu obra!

PAQUITA.-Dispón de mí, Adelina. Si es preciso, se le confesaré todo a Anselmo.

ADELINA.-No; eso, no. Dado su carácter, te creería culpable.

PAQUITA.-Es verdad.

ADELINA.-Y te mataría o se volvería loco.

PAQUITA.-Tienes razón. Pero ¿qué debo hacer? Porque yo sí que me vuelvo loca.

ADELINA.-¿Carlos lo sabe todo?

PAQUITA.-Sí, y lo que yo no le dije.... creo que él ha conseguido adivinarlo.

ADELINA.-¿De modo que él... sospecha que fue... Víctor? (En voz baja.)

PAQUITA.-Me figuro que sí. (Aparte.) ¡Y tarda mucho... y el día va cayendo!

ADELINA.-¿Qué piensas?

PAQUITA.-Pues estoy pensando.... a ver si consigo tener alguna idea... ¡Dios mío!... ¡Si se habrán batido ya!...

ADELINA.-Estás pálida.... agitada.... inquieta...

PAQUITA.-Porque me preocupa lo que tú me has dicho...

ADELINA.-Mira, Paquita, lo primero es que vayas allá dentro.... y que preguntes...., que averigües... Porque a ti te lo dirán todo.

PAQUITA.-Dices bien; voy en seguida. (Levantándose.)

ADELINA.-Al momento.

PAQUITA.-¡Dame fuerzas. Dios mío!

ADELINA.-Luego vienes. Aquí te aguardo Paquita, y me lo cuentas todo.

PAQUITA.-Todo, Adelina. Perdóname y dame un beso.

ADELINA.-¡Sí, pobre Paquita, hermana mía! ¡Qué desdichada debes de ser!

PAQUITA.-Mucho, más que tú. Porque tú dices que tienes consuelos; yo, ninguno.

ADELINA.-¿Y mi cariño, Paquita? (Besándola.)

PAQUITA.-¡Es verdad! Adiós.

ADELINA.- ¡Adiós!

PAQUITA.-¡Ah!... ¡Tu Carlos! (Asomándose al fondo.) Ese consuelo más para ti, Adelina. (Aparte.) Y para mí, esa angustia más. (Sale por la izquierda.)