Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo/Capítulo I

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CAPITULO PRIMERO

Santiago.—Islas de Cabo Verde
Porto Praya.—Ribeira Grande.—Polvo atmosférico con infusorios.—Costumbres de una Aplysia y de un pulpo.—Rocas de San Pablo, no volcánicas.—Curiosas incrustaciones.—Los insectos, primeros colonos de las islas.—Fernando Noronha. — Bahía.—Rocas bruñidas.—Hábitos de un Diodon, o pez orbe.—Confervas pelágicas e infusorios.—Causas de las diversas coloraciones del mar.

Santiago.—Islas de Cabo Verde.—Después de haber tenido que retroceder dos veces, a causa de fuertes temporales del Sudoeste, el Beagle, bergantín de diez cañones, al mando del capitán Fitz Roy, de la Marina Real Inglesa, zarpó de Devonport el 27 de diciembre de 1831. El objeto de la expedición era completar los trabajos de hidrografía de Patagonia y Tierra del Fuego, comenzados, bajo la dirección del capitán King, de 1826 a 1830—la hidrografía de las costas de Chile, del Perú y de algunas islas del Pacífico—, y efectuar una serie de medidas cronométricas alrededor del mundo. El 6 de enero llegamos a Tenerife, pero se nos prohibió desembarcar, por temor de que lleváramos el cólera; a la mañana siguiente vimos salir el Sol tras el escarpado perfil de la isla de Gran Canaria e iluminar súbitamente el Pico de Tenerife, en tanto las regiones más bajas aparecían veladas en nubes aborregadas. Este fué el primero de una serie de días deliciosos e inolvidables. El 16 de enero de 1832 anclamos en Porto Praya, en Santiago, isla principal del archipiélago de Cabo Verde. Los alrededores de Porto Praya, contemplados desde el mar, presentan desolado aspecto.

Las erupciones volcánicas de pasada edad y el ardiente fuego de un sol tropical han hecho que el suelo sea en muchos lugares inepto para la vegetación. El país se dispone en sucesivas mesetas escalonadas, salpicadas de algunas colinas cónicas truncadas, y el horizonte está limitado por una cadena irregular de montañas más altas. El paisaje, contemplado al través de la brumosa atmósfera de este clima, ofrece gran interés; si es que así puede apreciarlo quien, como yo, acababa de dejar el mar y paseaba por vez primera en una espesura de cocoteros, sin pensar en otra cosa que en mi propio bienestar. La isla, en general, podría considerarse como realmente sin interés; mas para el que sólo está acostumbrado a los paisajes ingleses la novedad de una tierra ostensiblemente estéril produce cierta impresión de grandeza, que una vegetación más abundante podría destruir. Había grandes extensiones de llanuras de lava, donde apenas podría descubrirse la menor brizna de hierba; sin embargo, rebaños de cabras y algunas vacas consiguen hallar sustento. Llueve muy rara vez; pero durante una parte del año llueve a torrentes, e inmediatamente después todas las quebradas se cubren de una ligera vegetación, que no tarda en marchitarse, formando una especie de forraje naturalmente preparado para servir de pasto a los animales. Por ahora no había llovido en un año entero. Cuando se descubrió la isla, los alrededores inmediatos de Porto Praya estaban cubiertos de arbolado [1], y su incesante destrucción ha producido aquí, como en Santa Elena y en algunas de las islas Canarias, una esterilidad casi absoluta. Los anchos valles de fondo aplanado, muchos de los cuales sirven de cauce a las aguas, sólo durante unos cuantos días de la estación lluviosa se hallan vestidos de espesos arbustos sin hojas. Pocos seres vivos habitan esos valles. El ave más común es un martín pescador (Dacelo Iagoensis), que se posa con aire de mansedumbre en las ramas de la palmacristi o ricino y desde allí se lanza sobre los saltamontes y lagartos. Su plumaje ostenta brillantes colores, pero no tan bellos como los de las especies europeas, diferenciándose, además, mucho de ellas en su vuelo, costumbres y lugar de habitación, que es generalmente en los valles más secos.

Un día, dos oficiales y yo fuimos a caballo a Ribeira Grande, aldea situada a pocas millas al este de Porto Praya. Hasta que llegamos al Valle de San Martín, el país presenta su ordinario aspecto y coloración pardusca; pero aquí un verdadero arroyuelo alimenta una exuberante vegetación en sus márgenes, causando un efecto de vivificante frescor. En el espacio de una hora llegamos a Ribeira Grande, donde contemplamos con sorpresa un gran fuerte arruinado y la catedral. Esta pequeña ciudad, antes de que se cegara su puerto, era la principal población de la isla; ahora presenta un aspecto melancólico, pero muy pintoresco. Después de procurarnos un Padre negro, para guía, y un español que había servido en la guerra peninsular, para intérprete, visitamos varios edificios, entre los que descollaba por su importancia una iglesia antigua. En ella han sido sepultados los gobernadores y capitanes generales de la isla. Algunas lápidas sepulcrales llevaban fechas del siglo xvi [2]. Los adornos heráldicos era lo único que en este retirado lugar nos recordaba a Europa. La iglesia o capilla forma uno de los lados de un cuadrángulo en cuyo centro crece un numeroso grupo de bananeros. El otro lado era un hospital, que contenía unos doce asilados de miserable aspecto.

Regresamos a la venda [3] a comer. Un considerable número de hombres, mujeres y niños, negros como la pez, se reunían atraídos por el deseo de observarnos. Sin duda estaban de bonísimo humor, porque todo cuanto decíamos o hacíamos era celebrado con ingenuas carcajadas. Antes de salir de la ciudad hicimos una visita a la catedral. No parece tan rica como la iglesia parroquial, pero se ufana de poseer un pequeño órgano, que lanza gritos de una estridencia singular. Entregamos al sacerdote negro algunos chelines, y el español, dándole palmaditas en la cabeza, decía maliciosamente que, a su juicio, el color de la piel importaba poco. Después de esto volvimos a Porto Praya tan aprisa como nuestras jacas lo permitieron.

Otro día fuimos, también a caballo, a la aldea de Santo Domingo, situada casi en el centro de la isla. Algunas acacias raquíticas crecían en un pequeño llano que cruzamos; sus copas habían sido dobladas de una manera extraña por el soplo constante de los alisios, al extremo de que algunas formaban ángulo recto con su tronco. La dirección de las ramas era exactamente al Noreste por el Norte y al Suroeste por el Sur, y yo las consideré como veletas naturales, indicadoras de la dirección predominante del alisio. El paso de los viajeros deja tan poca huella en el estéril suelo, que aquí perdimos la ruta y tomamos la de Fuentes. Y ni siquiera lo echamos de ver hasta que habíamos llegado a ella; pero después nos alegramos de la equivocación. Fuentes es una bonita aldea con un riachuelo, y todo parece prosperar en ella, excepto lo que más debe: sus habitantes. Niños negros, enteramente desnudos y con aspecto de la mayor miseria, llevaban haces de leña, la mitad de grandes que sus cuerpos.

Cerca de Fuentes vi una gran bandada de gallinas de Guinea—probablemente unas cincuenta o sesenta—. Se mostraron muy recelosas y no pude aproximarme. Huían de nosotros como perdices en un día lluvioso de septiembre, corriendo con la cabeza levantada, y si se las perseguía levantaban inmediatamente el vuelo.

El paisaje de Santo Domingo posee una belleza del todo inesperada, si se atiende al carácter predominantemente sombrío del resto de la isla. El lugar está situado en el fondo de un valle rodeado de altos y desiguales muros de lava estratificada. Las negras rocas ofrecen el contraste más sorprendente con el fresco verdor de la vegetación que borda las márgenes de una pequeña corriente de agua cristalina. Ocurrió ser un gran día de fiesta, y el lugar estaba lleno de gente. A nuestro regreso dimos alcance a una veintena de muchachas negras, vestidas con excelente gusto; el color obscuro de su piel y el níveo albor de sus vestidos de lienzo se combinaban admirablemente con los colores variados de sus turbantes y amplios chales. No bien nos hubimos acercado, cuando se volvieron de pronto y, tendiendo sus chales en el camino, entonaron con brío un canto salvaje, llevando el compás con palmadas que se daban en las piernas. Les arrojamos algunos vintenes [4], que fueron recibidos con chillonas carcajadas, y las dejamos repitiendo su canción con redoblado ardor.

Una mañana la atmósfera gozaba de extraordinaria transparencia, y los montes lejanos se proyectaban con nítido perfil sobre la pesada mole formada por nubarrones de un azul obscuro. Juzgando por estas apariencias y por lo que en análogas circunstancias sucede en Inglaterra, supuse que el aire estaba saturado de humedad. De hecho vino a resultar todo lo contrario. El higrómetro señaló una diferencia de 29,6 grados entre la temperatura del aire y el punto de saturación. Esta diferencia era casi el doble de lo que había observado en mañanas anteriores. Semejante grado desusado de sequedad atmosférica se presentaba acompañado de constantes relámpagos. ¿No es bien extraño que esa extraordinaria transparencia aérea coincidiera con tal estado del tiempo?

Generalmente la atmósfera es brumosa, lo cual procede de un polvo impalpable en suspensión. Más tarde echamos de ver que ese polvo había averiado ligeramente los instrumentos astronómicos. La mañana antes de anclar en Porto Praya recogí un paquetito de este polvo fino, de color pardo, que parecía haber sido tamizado por la gasa de la veleta del palo mayor. Mr. Lyell me ha dado también cuatro paquetes de polvo caído en un navío a unos cuantos centenares de millas al norte de estas islas. El profesor Ebrenberg [5] halla que el mencionado polvo se compone en gran parte de infusorios con caparazones silíceos y del tejido silíceo de plantas. En cinco paquetítos que le envié ha comprobado la existencia de hasta ¡sesenta y siete formas orgánicas diferentes! Los infusorios, con la excepción de dos especies marinas, son todos habitantes de agua dulce. Conozco nada menos que quince relaciones diferentes que hablan de polvo caído en navíos a gran distancia de tierra, en el Atlántico. Por la dirección del viento siempre que cae ese polvo, y de que el fenómeno se verifica constantemente en los meses en que el harmatán levanta a inmensas alturas en la atmósfera nubes de polvo, podemos admitir con toda seguridad que procede de Africa. Sin embargo, es muy curioso que, no obstante conocer el profesor Ebrenberg muchas especies de infusorios peculiares de Africa, no halle ninguna de ellas en el polvo que le he enviado, y en cambio ha descubierto en él dos especies que, según lo que hasta ahora sabe, sólo viven en América del Sur. El polvo cae en tanta cantidad que ensucia todos los objetos del barco y daña los ojos de los tripulantes y viajeros, y hasta se ha dado el caso de dirigirse los barcos a la costa a causa de la obscuridad de la atmósfera. Con frecuencia cae sobre barcos que se hallan a varios cientos y aun a más de un millar de millas de la costa de Africa, y en puntos distantes más de 1.600 millas, en dirección Norte a Sur. En cierta clase de polvo, recogido en un navío a 300 millas de tierra, hallé, con gran sorpresa, partículas de piedra de más de una milésima de pulgada cuadrada, mezcladas con materia muy fina. En vista de este hecho, no hay motivo para sorprenderse de la difusión de las espórulas de plantas criptógamas, que son mucho más ligeras y menudas.

La geología de esta isla es la parte más interesante de su historia natural. Al entrar en el puerto puede verse frente a la escollera una zona o faja blanca perfectamente horizontal, que corre a algunas millas a lo largo de la costa y a la altura de unos trece a catorce metros sobre el nivel del mar. Después de examinarlo se ve que ese estrato blanco consiste en materia calcárea, con numerosas conchas encastradas, existentes hoy, casi todas, en la costa vecina. Descansa sobre antiguas rocas volcánicas y ha sido cubierto por una corriente de basalto, que debe haber penetrado en el mar cuando yacía en su fondo el estrato blanco que contiene las conchas. Es interesante indagar los cambios producidos por el calor de la lava desbordada sobre la masa friable, que en unas partes se ha convertido en caliza cristalina y en otras en piedra compacta, con manchas o vetas. Cuando la caliza ha quedado cogida por los fragmentos escoriáceos de la superficie inferior de la corriente se ha convertido en grupos de hermosas fibras radiadas, parecidas al aragonito. Los lechos de lava se levantan en mesetas sucesivas, de suave inclinación hacia el interior, de donde han procedido originariamente las inundaciones de roca fundida. Desde los tiempos históricos no se han manifestado, según creo, signos de actividad volcánica en ninguna parte de Santiago. Ni siquiera se descubre sino rara vez la forma de un cráter en las cimas de muchas colinas constituidas por cenizas rojas; sin embargo, pueden distinguirse las corrientes, más modernas, de materia eruptiva en la costa, formando líneas de riscos menos elevados y extendiéndose delante de los que pertenecen a series más antiguas; de este modo la altura de las escarpas suministra una manera de determinar, con una tosca aproximación, la edad de las corrientes.

Durante nuestra permanencia observé las costumbres de algunos animales marinos. Abunda una Aplysia [6] de gran tamaño. Este nudibranquio tiene unos trece centímetros de largo y es de un color amarillento sucio, veteado de púrpura. En cada lado de la superficie inferior, o pie, lleva una ancha membrana, que en ocasiones parece obrar como un ventilador, haciendo pasar una corriente de agua por las branquias o pulmones dorsales. Se alimenta de las algas finas que crecen entre las piedras, en agua cenagosa poco profunda, y hallé en su estómago varias piedrezuelas como las que se encuentran en las mollejas de las aves. El mencionado gasterópodo, cuando se le molesta, suelta un líquido de hermosísimo color purpúreo, que tiñe el agua en un espacio de 30 centímetros en redondo. Además de este medio de defensa tiene el de una secreción acre esparcida por todo su cuerpo, la cual causa una sensación de agudo escozor, semejante al que produce la Physalia, o agua mala.

También me interesé mucho varias veces en observar las costumbres de un Octopus, o pulpo. Aunque se halla comúnmente en los charcos que deja la marea al retirarse, no es fácil apoderarse de estos animales. Valiéndose de sus largos brazos y ventosas pueden refugiarse en las más angostas grietas, y cuando se han fijado en ellas se requiere gran fuerza para despegarlos. En ocasiones lanzan su cola con la rapidez de una flecha de un lado a otro del charco, y al mismo tiempo tiñen el agua con una tinta de color pardo obscuro para escabullirse sin ser vistos. Otro de los medios que emplean para no ser descubiertos es el poder extraordinario que tienen de mudar de color, como el camaleón, y parecen variar su tinte de acuerdo con la naturaleza del suelo sobre el que marchan: cuando se hallan en agua profunda su tinte general es púrpura pardusco, pero al sacarlos a tierra o ponerlos en agua somera toman un matiz verde amarillento. El color de los ejemplares examinados por mí, con gran cuidado, era gris claro con numerosas manchitas de amarillo vivo: el primero variaba de intensidad y el segundo desaparecía enteramente y reaparecía de cuando en cuando. Estos cambios se efectuaban a modo de ráfagas, variando el tinte entre el rojo jacinto y el pardo castaño [7], que continuamente pasaban por el cuerpo.

Cualquier parte del cuerpo sometida al choque galvánico, por ligero que fuera, se volvía casi negra; análogo efecto, aunque en grado menor, se producía arañando la piel con una aguja. Dichas, sombras u ondas, como pueden llamarse, se originan, según se dice, mediante la expansión y contracción alternadas de pequeñas vesículas que contienen líquidos diversamente coloreados [8].

El pulpo desplegó sus facultades multicoloristas tanto en el acto de nadar como cuando permanecía estacionado en el fondo. Mucho me divirtieron los varios artificios empleados para hacerse invisible por un individuo que parecía saber perfectamente lo que estaba observando. Después de permanecer inmóvil algún tiempo, avanzaba furtivamente de medio decímetro a uno, como un gato al disponerse a saltar sobre un ratón; de cuando en cuando mudaba de color, y prosiguió así hasta que, habiendo logrado llegar a un sitio más profundo, escapó, dejando tras sí un rastro de tinta pardusca, a fin de ocultar el hueco en que se había refugiado.

Mientras yo buscaba animales marinos alargando la cabeza por encima de las rocas de la costa unos cuantos decímetros, me vi saludado más de una vez por un chorro de agua, acompañado de un ligero chirrido. Al principio no pude saber lo que era, pero posteriormente averigüé ser el pulpo de marras, que, no obstante permanecer oculto en su agujero, delataba su presencia con las demostraciones antes expuestas. No cabe duda de que posee el poder de lanzar agua, y aun me pareció que podía hacer buena puntería dirigiendo el tubo o sifón que lleva en la parte inferior de su cuerpo. A causa de la dificultad que estos animales tienen para transportar sus cabezas no pueden arrastrarse fácilmente cuando se los pone en tierra. Observé además que uno de estos pulpos fosforescía ligeramente en la obscuridad mientras le tuve en mi camarote.

Peñas de San Pablo.—Al cruzar el Atlántico estuvimos al pairo, durante la mañana del 16 de febrero, cerca de la isla de San Pablo. Este grupo de peñascos está situado a los 0° 58' de latitud Norte y 29° 15' de longitud Oeste. Dista 540 millas de la costa de América y 350 de la isla de Fernando Noronha. El punto más alto se eleva solamente unos quince metros sobre el nivel del mar, y su circuito no llega a tres cuartos de milla. Este islote surge abruptamente de las profundidades del océano. Su constitución mineralógica no es sencilla: en algunas partes la roca es de naturaleza cuarzosa; en otras, feldespática, con venas de serpentina. Es un hecho digno de notarse que los muchos islotes situados a gran distancia del continente, en los Océanos Pacifico, Indico y Atlántico, con excepción de las Seychelles y esta pequeña punta de roca, están todos compuestos por coral o materia eruptiva. La naturaleza volcánica de estas islas oceánicas es evidentemente una confirmación del principio y un efecto de aquellas mismas causas, sean químicas o mecánicas, de las que resulta que la gran mayoría de los volcanes hoy activos se hallan o cerca de las costas o formando islas en medio del mar.

Las peñas de San Pablo, vistas a distancia, parecen de un color blanco brillante, lo que se debe en parte a los excrementos de una numerosa muchedumbre de aves marinas y también a una capa de una substancia dura y de lustre perlado íntimamente adherida a la superficie de las rocas. Examinada con una lente se ve que está compuesta de muchas capas sumamente delgadas, cuyo espesor total es de unos 2,54 milímetros. Contiene mucha materia animal, y su origen, a no dudarlo, se debe a la acción de la lluvia o espuma del mar sobre el excremento de las aves. Debajo de algunas pequeñas masas de guano, en Ascensión y en las isletas Abrolhos hallé ciertas formaciones de ramificación estalactítica, cuya historia, al parecer, debía de ser la misma que la del revestimiento blanco de estas rocas. Esas masas ramificadas se parecían tanto en su aspecto general a ciertas nulíporas (familia de duras algas calcáreas), que no hace mucho, al revisar apresuradamente mi colección, no advertí la diferencia. Las extremidades globulares de las ramas son de una estructura de perla, como el esmalte de los dientes, y de una dureza capaz de rayar el cristal cilindrado. Puedo mencionar aquí que en cierto sitio de la costa de Ascensión, donde hay enorme cantidad de arena conífera, se deposita sobre las rocas de marea, por la acción del agua del mar, una incrustación que se parece, como se representa en el grabado, a ciertas plantas criptógamas (Marchantiæ), frecuente en los muros húmedos. La superficie de las frondas tiene un hermoso lustre, y las partes formadas en plena exposición a la luz son de un color negro de azabache, en tanto las que han crecido en bordes sombreados son grises únicamente. He mostrado ejemplares de esta incrustación a varios geólogos y todos han creído que eran ¡de origen ígneo o volcánico! En su dureza y translucidez—cuando pulidas, igual a las de las más bellas conchas de Oliva [9]—, en el mal olor que despide y su decoloración bajo la acción del soplete, ofrece una estrecha semejanza con ciertos moluscos vivientes. Además, es sabido que en muchos de éstos las partes de ordinario cubiertas y sombreadas por el manto del animal son de un color más pálido que las enteramente expuestas a la luz, que es precisamente lo que ocurre en las incrustaciones de que trato. Si recordamos que la cal, sea fosfato o carbonato, entra en la composición de las partes duras, tales como huesos y conchas, de todos los animales vivos, no deja de ser un hecho [10] fisiológico interesante hallar substancias más duras que el esmalte de los dientes y superficies coloreadas tan pulidas como las conchas recientes, construidas con medios inorgánicos de materia muerta orgánica y que además remedan la forma de algunos vegetales inferiores.

Fig. 1ª

Fig. 1.ª

En San Pablo hallamos sólo dos clases de aves: la Sula sula y el Anous stolidus [11]. La primera es una especie de ave guanera y la segunda una estérnida. Ambas tienen un carácter manso y estúpido, estando tan poco acostumbradas a los visitantes que pude haber matado varias con mi martillo de geólogo. La Sula pone sus huevos en la roca desnuda, pero la estérnida construye un nido sencillo con algas. Al lado de muchos de estos nidos había un pequeño pez volador, que supongo llevado allí por el macho para tenerle de compañero. Era divertido observar la rapidez con que un grande y ágil cangrejo (Graspus), habitante de las hendeduras de las rocas, robaba el pez de junto al nido apenas había espantado a los padres. Sir W. Symonds, una de las pocas personas que han desembarcado aquí, me participa haber visto a los cangrejos arrastrar de los nidos a los polluelos y devorarlos. Ni una sola planta, ni siquiera un liquen crece en esta islita, pero está habitada por varios insectos y arañas. La lista siguiente comprende, según creo, toda la fauna terrestre: una mosca (Olfersia) que vive en la Sula, y una garrapata que como parásito de las aves ha debido de llegar a este sitio; una mariposita parda, perteciente a un género que halla su alimento en las plumas; un escarabajo (Quedius) y una cochinilla que se cría debajo de los excrementos, y por último, numerosas arañas, que supongo viven a expensas de los acompañantes y basureros de las aves. La tan decantada historia de la elegante palmera y otras magníficas plantas tropicales, seguidas de las aves, y, por último, del hombre, en el proceso de tomar posesión de las islitas de coral recién formadas en el Pacífico, no es probablemente correcta. Mucho recelo que la poesía de tal historia venga a ser destruida por la comprobación de que los primeros habitantes de las islas oceánicas recién formadas sean en realidad los insectos parásitos y arañas que viven en el plumaje y excrementos de las aves.

El menor peñasco de los mares tropicales sirve de base a innumerables algas y de abrigo a muchos animálculos y suministra alimento a multitud de peces. Marinos y tiburones luchan constantemente por llevarse la mejor parte de la presa, enganchada en las cuerdas de pescar. He oído que una roca próxima a las Bermudas, situada en pleno mar, a muchas millas de tierra y a considerable profundidad, se descubrió antes que nada por la circunstancia de haberse observado peces en las cercanías.

Fernando Noronha.—20 de febrero: Hasta donde pudieron llegar mis observaciones en las pocas horas que estuvimos en este sitio, la constitución de la isla es volcánica, pero probablemente no de reciente fecha. El rasgo más característico es un cerro cónico de unos trescientos metros de alto, cuya parte superior es muy escarpada y con resaltos en uno de sus lados. La roca es fonolita [12] y está dividida en columnas irregulares. Al ver una de estas masas aisladas se inclina uno a creer que han surgido repentinamente en estado semiflúido. En Santa Elena, sin embargo, comprobé que ciertos pináculos, de figura y constitución muy semejantes, habían sido formados por la inyección de roca fundida en estratos blandos, los cuales habían formado así los moldes para estos gigantescos obeliscos. Toda la isla está cubierta de bosques; mas a causa de la sequía del clima la vegetación no se presenta exuberante. A medio camino de la montaña, algunas grandes masas de roca en forma de columna, sombreadas por árboles parecidos al laurel y adornadas por otros con flores rosadas y sin una hoja, daban aspecto agradable a las partes más próximas del paisaje.

Bahía o San Salvador (Brasil).—29 de febrero: El día se me ha pasado deliciosamente; pero este calificativo no expresa con bastante fuerza los sentimientos del naturalista que por vez primera discurre a su albedrío en un bosque brasileño. La elegancia de las diversas clases de hierbas, la novedad de las plantas parásitas, la belleza de las flores, el verde lustroso del follaje, y, sobre todo, la general exuberancia de la vegetación, me llenaron de admiración [13]. La más paradójica mezcla de ruido y silencio envuelve las regiones sombrías del bosque. El zumbido de los insectos es tan fuerte que puede oírse en un navío anclado a varios centenares de metros de la costa; sin embargo, en los lugares retirados parece reinar un silencio universal. Para cualquier aficionado a la historia natural, un día como éste le procurará placeres superiores a todo cuanto puede esperar, cuya repetición buscará vanamente en lo venidero. Después de vagar por algunas horas, regresé al lugar de desembarco; pero antes de llegar me sorprendió una tormenta tropical. Procuré cobijarme bajo un árbol, de tan espeso ramaje que jamás le hubieran penetrado las lluvias de Inglaterra; pero aquí en un par de minutos fluía un pequeño torrente a lo largo del tronco. A esta violencia de la lluvia debemos atribuir el verdor que alfombra el suelo de los bosques más espesos; si las lluvias fueran como las de los climas fríos quedarían absorbidas o evaporadas antes de llegar a la tierra. Por ahora no intentaré describir el magnífico paisaje de esta soberbia bahía, porque al navegar con rumbo a casa tocamos en este punto por segunda vez, y al llegar allá en mi relato tendré ocasión de extenderme sobre el particular.

Todo a lo largo de la costa del Brasil, en una distancia de 2.000 millas al menos, y seguramente en un gran espacio tierra adentro, dondequiera que se tropiece con rocas sólidas, pertenecen a una formación granítica. La circunstancia de hallarse constituída esta enorme área por materiales que, según la mayoría de los geólogos, cristalizaron calentados bajo presión, da lugar a muchas curiosas reflexiones. ¿Se produjo este efecto en las grandes profundidades del océano? ¿O es que sobre esa superficie se extendió en un principio una capa de estratos que han ido desapareciendo desde entonces? ¿Podemos creer que alguna fuerza, obrando en un período de tiempo larguísimo, haya denudado el granito en varios millares de leguas cuadradas?

En un sitio próximo a la ciudad, donde un riachuelo desembocaba en el mar, observé un hecho que se relaciona con un asunto discutido por Humboldt [14]. En las cataratas de los grandes ríos Orinoco, Nilo y Congo, las rocas sieníticas están revestidas de una substancia negra, presentando el aspecto de haber sido pulimentadas con grafito. La capa es de extremada delgadez, y del análisis hecho por Berzelius resultó que estaba compuesta de óxidos de manganeso y hierro. Hállasela en el Orinoco en las rocas periódicamente bañadas por las ondas, y solamente en aquellos puntos donde la corriente es rápida; o, como dicen los indios, «las rocas son negras cuando las aguas son blancas». Aquí el revestimiento es de hermoso pardo en vez de negro, y parece compuesto de sólo materias ferruginosas. Los ejemplares manuales no dan idea exacta de estas piedras barnizadas de pardo, que reverberan con los rayos del Sol. No se las ve mas que dentro de los límites abarcados por las mareas, y como el riachuelo se desliza lentamente, la marejada debe suministrar la fuerza que pule las mencionadas rocas, como sucede en las cataratas de los grandes ríos. De un modo análogo, la subida y la bajada de la marea corresponde probablemente a las inundaciones periódicas; y así, se producen los mismos efectos en circunstancias al parecer diferentes y en realidad semejantes. Sin embargo, el origen de tales revestimientos de óxidos metálicos, que se presentan como adheridos a las rocas, no se comprende, y a mi juicio no hay razón alguna para explicar la permanencia inalterable de su delgadez.

Un día me entretuve en observar los hábitos del Diodon antennatus, que había sido pescado mientras nadaba cerca de la costa. Este pez, de piel lacia, posee, como es sabido, la singular propiedad de distenderse, tomando una forma aproximadamente esférica [15]. Después de haberle sacado del agua por breve tiempo y sumergídole otra vez, se advierte que el animal ha absorbido una gran cantidad de agua y aire por la boca y quizá también por los orificios branquiales. Este proceso se efectúa de dos modos: el aire es ingerido y forzado a entrar en la cavidad del cuerpo, impidiéndose la salida por una contracción muscular visible externamente; pero el agua entra en suave corriente por la boca, que permanece abierta de par en par e inmóvil; esta segunda acción debe, por tanto, depender de la succión. La piel de todo el abdomen está mucho más floja que la del dorso; de aquí que durante la inflación la superficie inferior se distienda más que la superior, y el pez, en consecuencia, flote panza arriba. Cuvier duda de que en esta posición el Diodon pueda nadar; pero no sólo puede avanzar así en línea recta, sino también torcer a un lado o a otro. Este último movimiento lo efectúa solamente con ayuda de las aletas pectorales, quedando la cola caída y sin movimiento, Al flotar el cuerpo, a modo de boya, las aberturas branquiales permanecen fuera del agua, pero constantemente fluye a su través una corriente que ha entrado por la boca.

Cuando el pez había permanecido por breve tiempo en ese estado de distensión, generalmente expelía el aire y el agua con gran fuerza por las aberturas branquiales y la boca. También le era dable evacuar a voluntad cierta porción de agua, y por tanto parece probable que este líquido sea ingerido en parte para regular su peso específico. El Diodon, o pez orbe, de que hablo poseía varios medios de defensa. Podía dar un terrible mordisco y lanzar el agua por la boca a cierta distancia, al mismo tiempo que hacía un curioso ruido con el movimiento de sus mandíbulas. Al inflarse, las papilas que cubren la piel se ponen erectas y puntiagudas. Pero lo más singular es que cuando se le manosea segrega por la piel del abdomen una materia fibrosa de un bellísimo color carmín, que tiñe el marfil y el papel de un modo permanente, en términos de conservarse el tinte con todo su brillo hasta la fecha en que escribo estas líneas; desconozco enteramente la naturaleza y uso de esta secreción. Al Dr. Allán de Forres le he oído que ha encontrado con frecuencia un Diodon flotando vivo e inflado en el estómago de un tiburón, y que en varias ocasiones comprobó el hecho de haberse abierto camino devorando no sólo las membranas del estómago, sino los costados del monstruo, matándolo. ¿Quién hubiera podido creer que un pez tan pequeño y blando fuera capaz de dar muerte al enorme y feroz tiburón?

18 de marzo.—Hemos zarpado de Bahía. Pocos días después, cuando estábamos a corta distancia de las islas Abrolhos, me llamó la atención el aspecto pardorrojizo que presentaba el mar. Toda la superficie del agua, tal como ésta pudo ser observada con una lente de poco aumento, parecía estar cubierta de menudas pajitas de heno picado, con las puntas dentadas. Eran minúsculas confervas cilindricas, dispuestas en haces o bolsas de 20 a 60 individuos en cada una. Míster Berkeley me hace saber que pertenecen a la misma especie (Trichodesmium erythræum) hallada en grandes espacios del Mar Rojo, y de la que proviene la denominación que lleva este mar [16]. Su número debe de ser incalculable; el barco pasó por varias fajas de ellas, una de las cuales tenía cerca de 10 metros de ancha y, a juzgar por el color cenagoso del agua, dos millas y media, por lo menos, de larga. En las relaciones de casi todos los largos viajes se dan algunas noticias de estas confervas. Abundan especialmente en el mar que rodea a Australia, y frente al cabo Leeuwin [17] hallé una especie análoga, pero más pequeña y al parecer diferente. El capitán Cook, en su tercer viaje, apunta la observación de que los marinos la llamaban serrín de mar.

Cerca del Atol Keeling, en el Océano Indico, observé pequeñas y numerosas masas de confervas, de algunos centímetros en cuadro, compuestas de largos hilos cilíndricos de suma delgadez, con otros cuerpos algo mayores y visibles a simple vista, rematando en ambos extremos por conos sutiles. Dos de éstas, unidas, están representadas en el grabado. Varían en longitud desde un milímetro a milímetro y medio, y en diámetro, de 1,12 milímetros a 15 milímetros. Junto a una extremidad de la parte cilíndrica puede verse de ordinario un tabique verde, formado por materia granular y más grueso en su parte media. Este tabique, según creo, es el fondo de un delicadísimo saco incoloro, compuesto de una substancia pulposa que reviste a la cápsula exterior, pero sin extenderse dentro de las puntas cónicas extremas. En algunos ejemplares, pequeñas y perfectas esferas de materia granular pardusca hacían las veces de tabiques; y observé el curioso proceso de su formación. La materia pulposa de la capa, o revestimiento interno, se agrupó de pronto en líneas, de las que algunas se convirtieron en radios, salidos de un centro común; después siguió contrayéndose con un movimiento rápido e irregular, de modo que en el transcurso de un segundo el conjunto se reunió en una perfecta esferita, la cual ocupó la posición del tabique, o septum, en un extremo de la caja, ahora vacía. Un accidente casual aceleró la formación de materia granular. Puedo añadir que frecuentemente se adherían dos cuerpos de éstos, uno a otro, cono con cono, con el extremo donde se halla el septum, tal como arriba se representa.
Fig. 2.ª

Además he de registrar aquí algunas otras observaciones relacionadas con la coloración del mar por causas orgánicas. En la costa de Chile, a pocas leguas al norte de Concepción, el Beagle pasó un día por grandes zonas de agua cenagosa, exactamente como la de un río en tiempo de crecidas; y nuevamente, un grado al sur de Valdeparaíso, estando a 50 millas de tierra, la misma coloración se presentó, en un área todavía mayor. Una pequeña cantidad de este agua, puesta en un vaso, era de un tinte pálido rojizo, y examinada al microscopio se vió que hormigueaban en ella diminutos animálculos, trasladándose rápidamente de un punto a otro, y a menudo reventando como burbujas de jabón. Su forma era oval y contraída en el medio por un anillo de pestañas curvas vibrátiles. Sin embargo, era muy difícil examinarlos con cuidado, porque apenas cesaba su constante movimiento, aun al cruzar el campo de la visión, sus cuerpos reventaban. Unas veces reventaban los dos extremos a un tiempo, y otras sólo uno, arrojando cierta cantidad de materia granular, tosca y pardusca. Momentos antes de estallar, el animal se dilataba una mitad más de su tamaño natural, y la explosión se realizaba unos quince segundos después de haber cesado el rápido movimiento de progresión; en algunos casos, aunque pocos, iba precedida, durante un breve intervalo, de un movimiento rotatorio sobre el eje mayor. Al cabo de dos minutos, varios de ellos quedaron aislados en una gota de agua, y de esta suerte perecieron. Generalmente, se mueven, con la terminación más fina hacia delante, valiéndose de sus cilios o pestañas vibrátiles, y por rápidas impulsiones. Estos animales son pequeñísimos y enteramente invisibles a simple vista, pues sólo ocupan un espacio igual al cuadrado de una milésima de pulgada (0,022 mm.). Su número era incontable, pues la menor gota de agua que pude separar contenía muchísimos. En el transcurso de un día pasamos por dos extensiones de agua manchadas de dicho color, y una sola de ellas debía de abarcar un espacio de varias millas cuadradas. ¡Cuán incalculable número de estos microscópicos animales! El color del agua, tal como aparecía a alguna distancia, semejaba el de un río que hubiera arrastrado su corriente por un lecho de roja arcilla; pero a la sombra del costado del navío era de color de chocolate. La línea en que se unían el agua roja y azul estaba distintamente definida. En los días anteriores, el tiempo había sido tranquilo y el océano abundaba extraordinariamente en seres vivos [18].

En el mar, en torno a Tierra del Fuego, y a no mucha distancia de la costa, he visto angostas fajas de agua de color rojo vivo, producido por numerosos crustáceos parecidos en la forma a camarones grandes. Los cazadores de focas los llaman «cebo de ballena». Si estos cetáceos se alimentan o no de ellos, lo ignoro; pero las golondrinas y cuervos marinos, así como inmensos rebaños de grandes focas, en algunas partes de la costa se nutren principalmente de estos crustáceos flotantes. Los marinos atribuyen invariablemente la coloración del agua a la freza, o huevas; pero sólo en un caso he hallado verdadera esa suposición. A la distancia de varias leguas del Archipiélago de los Galápagos, el barco navegó por tres fajas de un amarillo obscuro o como agua fangosa; tenían algunas millas de largo y sólo unos metros de ancho, hallándose separadas del agua circundante por una margen sinuosa, pero bien marcada. El color provenía de unas bolitas gelatinosas, de unos cinco milímetros de diámetro, en las que se hallaban encastrados numerosos y diminutos óvulos esféricos; los había de dos distintas clases: una de color rojizo y de diferente forma que la otra. No puedo conjeturar a qué dos clases de animales pertenecían. El capitán Colnett advierte que esta coloración es muy frecuente entre las islas de los Galápagos y que la dirección de las bandas indica la de las corrientes; sin embargo, en el caso descrito la línea había sido causada por el viento. Otra sola coloración me resta enumerar, y es la de una delgada capa aceitosa que despliega colores irisados. En la costa del Brasil vi una extensión considerable del océano que tenía este aspecto. Los marinos lo atribuyen al cadáver putrefacto de alguna ballena, que probablemente flota a no gran distancia. No cito aquí las pequeñas partículas gelatinosas a que en lo sucesivo he de hacer referencia, y que a menudo se hallan dispersas en el agua, porque no abundan bastante para producir cambio de color.

Dos circunstancias notables hay en las descripciones precedentes: la primera se refiere a la particularidad de permanecer unidos los varios cuerpos que forman las bandas con bordes definidos. ¿Cómo se explica esto? En el caso de los crustáceos parecidos a camarones sus movimientos podrán ser tan ordenados como los de un regimiento de soldados; pero no es posible que ocurra esto con los óvulos y confervas, desprovistos de toda acción voluntaria, ni tampoco es probable que suceda en los infusorios. En segundo lugar, ¿cuál es la causa de la longitud y estrechez de las bandas? El aspecto que ofrecen se parece tanto al que puede observarse en los torrentes donde el curso del agua se desarrolla en largos ramales de espuma, recogida en los remansos, que me ha inducido a atribuir el efecto mencionado a una acción semejante, bien de una corriente de aire, bien del mar. En tal supuesto, debemos creer que los varios cuerpos organizados se producen en ciertos sitios favorables, de los que son arrastrados por el movimiento del aire o del agua. Confieso, no obstante, que hay gran dificultad en concebir un sitio capaz de servir de cuna a tantos millones de millones de animálculos y confervas; porque ¿de dónde vienen los gérmenes a ese punto, ya que los organismos padres han sido distribuídos por las olas y los vientos en el inmenso océano? Pero en ninguna otra hipótesis puedo comprender su agrupación linear. Cúmpleme añadir que, según advierte Scoresby, el agua verde abunda en animales pelágicos [19], que se encuentran invariablemente en ciertas partes del Océano Artico.


  1. Hago esta afirmación fundándome en la autoridad del Dr. E. Dieffenbach, en la traducción alemana de la primera edición de este Diario.
  2. Las islas de Cabo Verde fueron descubiertas en 1449. Había un sepulcro de un obispo con la fecha de 1571, y un relieve que representaba una mano con una daga y tenía la fecha de 1497.
  3. Palabra portuguesa que significa venta, hospedería.—N. del T.
  4. En portugués, vintem. Llámase de igual modo en el Río de la Plata una moneda de cobre que vale dos centavos.—N. del T.
  5. Debo aprovechar la ocasión de agradecer la amable solicitud con que este ilustre naturalista ha examinado muchas de mis muestras. En junio de 1845 envié a la Geological Society una relación completa de la caída de este polvo.
  6. Estos gasterópodos marinos llevan el nombre de liebres de mar o liebres marinas.—N. del T.
  7. Uso este calificativo siguiendo la nomenclatura, de Patricio Symes.
  8. Véase la Encyclop. of Anat. and Physiol., artículo Cephalopoda.
  9. Especie de concha muy bella, así llamada por su forma general, que recuerda la aceituna.—Nota de la edic. española.
  10. Míster Horner y sir David Brewster han descrito (Philosophical Transactions. 1836, pág. 65) una «curiosa concha que parece substancia artificial». Se deposita en láminas finas, transparentes, muy pulidas, coloreadas de pardo y que poseen peculiares propiedades ópticas, en el interior de un recipiente, donde se revuelva rápidamente en agua un trozo de paño, primeramente preparado con cola y después con cal. Esta materia es más blanda y transparente y contiene más substancia animal que la incrustación natural de Ascensión; pero aquí se nos manifiesta de nuevo la fuerte propensión del carbonato de calcio y la materia animal a formar una substancia sólida parecida a la concha.
  11. La primera, en portugués ganso patola, es afín al pelícano, y la segunda, emparentada con la golondrina de mar, es propia de los mares intertropicales.—Nota de la edic. española.
  12. La fonolita, roca sonora al choque del martillo, propiedad a que debe su nombre, es una traquita con nefelina. Es roca volcánica y de fecha reciente.—Nota de la edic. española.
  13. Véase La Condamine (C. de): Viaje a la América meridional, tomo 7.º de los Viajes clásicos editados por Calpe.
  14. Personal Narrative, vol. V, part. I, pág. 18.
  15. Por esta razón se le llama también pez globo y orbe.—N. del T.
  16. M. Montagne, en Comptes Rendus, etc., julio 1844, y Annales des Sciences Naturelles, diciembre 1844.
  17. Cabo de la Australia suroccidental, a la entrada de la bahía de Flinders.—Nota de la edic. española.
  18. M. Lesson (Voyage de la Coquille, tomo I, pág. 255) menciona el agua roja del mar frente a Lima, producida en apariencia por la misma causa. Perón, el ilustre naturalista, en el Voyage aux Terres Australes, trae hasta doce referencias a viajeros que han aludido a las coloraciones del agua del mar (vol. II, pág. 539). A las referencias dadas por Perón cabe añadir las de Humboldt (Pers. Narr., vol. VI, pág. 804); Flinders (Voyage, vol. I, pág. 92); Labillardiére, vol. I, pág. 287; Ulloa (Viaje); Voyage of the «Astrolabe» and of the «Coquille»); capitán King (Survey of Australia), etc.
  19. Hay en el mar tres grandes dominios biológicos: el litoral, que ocupa la plataforma continental y se separa poco de la costa; el abisal, que se compone de los seres vivos de los grandes fondos (por debajo de los 2.000 metros de profundidad), y el pelágico, compuesto por las plantas y animales que habitan alta mar y que viven en la superficie del mar o en capas no más profundas de 400 metros.—Nota de la edic. española.