Discurso sobre el fomento de la Industria popular: 10
Capítulo VIII
De lo hasta aquí expuesto se colige que la decadencia de la industria popular no debe atribuirse a la pereza de los españoles, cuando son necesarios tantos y tan complicados auxilios para promoverla, los cuales sólo pueden encontrarse por virtud de los principios luminosos que han adoptado por sistema otras Naciones y no son inaccesibles al talento de la nuestra ni a sus recursos. La utilidad que la España puede sacar de esta industria popular y ordinaria es fácil de demostrar, atendiendo el siguiente cálculo:
Suponiendo once millones de habitantes en la Península e Islas adyacentes, se puede computar que hay cinco millones quinientas mil personas del sexo femenino. La mayor parte de esta clase de gentes es la que se puede emplear en las principales faenas de las fábricas populares, la cual vive actualmente ociosa por lo común, a falta de ocupación proporcionada y asequible.
Puede rebajarse, de los cinco millones quinientas mil mujeres y niñas, un millón y medio de las que aún no han llegado a la edad de siete años y de las ancianas y enfermas que están inhabilitadas del trabajo o no podrán por otras causas dedicarse a él. Quedarán, pues, según este cómputo, cuatro millones útiles para emplearse honestamente en tales industrias y ayudar al sustento de su respectiva familia.
Bajo de este cálculo, reducido a un sistema prudencial y medio, compensada la robustez de las unas con la debilidad de otras, podrá hilar cada persona del sexo femenino al día y a huso de ocho a diez onzas de hilo ordinario. Si hilare a torno, saldrá más igual la hilaza y podrá hilar de trece a diecisiete onzas de la misma especie de hilo al día en las horas libres.
Regulando al más ínfimo precio esta hilaza, gana real y medio al día cada mujer o niña, a lo menos. Suponiendo en todo el año que son los útiles doscientos días de trabajo, ganará anualmente trescientos reales de vellón cada mujer o niña de las ya referidas, y lo mismo sucederá a las criadas que viven ociosas en las casas, y sería un medio para indemnizarse del salario que llevan, o para que sirviesen con menor soldada.
Los veinte pesos por persona, reducidos a una suma en los cuatro millones de mujeres, hacen la cantidad de ochenta millones de pesos al año y aumentan la riqueza nacional a un capital inmenso, superior al valor de las Indias.
Moderando todavía a la mitad este importe, en que comprendo las hilazas de lana, algodón, seda, lino, cáñamo, etc., sin embargo de haber puesto el ejemplo en el lino, en todo el Reino resultarán aun así cuarenta millones anuales de pesos de utilidad en este ramo. En cuya forma cesará el gravamen actual con que casi todo el sexo vive a costa de los hombres en España, pudiendo contribuir tan notablemente a favor de la masa de la común riqueza de la Nación sin salir de sus labores caseras.
Si a ello se agrega la utilidad y producto que estas hilazas proporcionan para el tejido, cuya maniobra puede ser promiscua a hombres y mujeres, no es cálculo excedente aumentar igual suma por razón del tejido y demás maniobras de estas hilazas y deducir los ochenta millones, aunque las primeras materias en parte vengan de fuera del Reino. Y si no se hace la rebaja, ya se conoce que riqueza tan exorbitante estamos malogrando por pura ignorancia de las reglas prácticas de industria.
En tal constitución, en vez de ser gravoso el número crecido de hijos e hijas, criados y criadas al labrador o padre de familias, sacará de su trabajo con qué mantenerlos y aun el necesario auxilio para pagar sus contribuciones, empleando parte de las telas y manufacturas de lienzo, cáñamo, algodón etc., en el surtimiento casero, y tanta menor cantidad saldrá de España con menoscabo de nuestra balanza mercantil.
El jornalero se hace tejedor, y cuando le falta el jornal, acabadas las temporadas del campo, ganará por estos otros medios su equivalente y nunca permanecerá ocioso y sin ocupación de que mantenerse, como ahora está sucediendo en Castilla, Andalucía, Aragón y otras partes.
La población crece a medida que se aumentan los matrimonios y éstos se contraen prontamente siempre que es segura la fácil manutención, ocupación y alimento de los hijos. En donde la industria popular se halla bien establecida no se quejan los padres por tener muchos hijos, ni de que les falte el sustento y ocupación diaria, antes es una felicidad la muchedumbre de hijos.
Los hijos mal mantenidos son delicados. Regularmente mueren en mayor número a breve tiempo y muchos no se casan o se hacen ladrones, vagos o mendigos, con lo cual disminuyen o detienen el aumento de la población.
La inoculación, que preserva tantos niños de ser víctimas de las viruelas y es un remedio tan probado y certero, facilitará el aumento de la población si llegamos a vencer el terror pánico contra ese remedio. Ahora, como mantenemos en ociosidad tantas gentes, no conocemos claramente la mengua de gente que nos ocasiona.
Las Indias aún sufren mayor estrago de las viruelas, y con todo eso vivimos indolentes a vista de un daño tan repetido y que con facilidad podemos atajar.
Los Galenistas purgaban y sangraban a prevención de una enfermedad incierta, y no era menos incierto y arriesgado el remedio.
Las viruelas es un mal de que pocos se libran, la inoculación está experimentada de todos tiempos en la China y ha probado en Europa, en Chile, Caracas y aun en España a cuantos la han usado. ¿Qué disculpa podemos tener para no dar a la población tan importante auxilio?
Como en el gran número de la gente común consiste la robustez de una Nación, es axioma cierto que la industria popular es el verdadero nervio para sostener su pujanza. Toda Nación aplicada conserva la sobriedad y bondad de las costumbres y en ellas tiene gran interés la Religión y la moral cristiana, por ser la honesta aplicación a ganar su pan a costa del trabajo muy conforme a sus sanos principios.