Discurso sobre la educación: I

De Wikisource, la biblioteca libre.
​Discurso sobre la educación popular sobre los artesanos y su fomento​ de Pedro Rodríguez de Campomanes
Capítulo I


Discurso sobre la educación popular y fomento de los artesanos[editar]

El presente tratado se dirige a manifestar el modo de enseñar, perfeccionar, animar, y poner en la estimación que merecen, las artes y oficios en el Reino, y a los artesanos que las profesan: desterrando las vulgaridades, y abusos que lo impiden.

En el anterior sobre la industria popular, se indicaron los medios que conducen a auxiliar la ocupación dispersa en las aldeas, sin retraer las gentes de la labor del campo; aprovechando su tiempo sobrante en preparar las primeras materias de las artes.

En este se indaga el estado de los artesanos, que únicamente se dedican a ejercer los oficios, y a poner en obra las primeras materias, que preparó la industria dispersa de las aldeas.

Así como en el primero se procuró extender a todos la utilidad de aquellas tareas; en este se intenta por el contrario circunscribir en su mayor perfección, y más completa enseñanza la industria reunida de los gremios de oficios, y artes.

Los labradores no pueden sin el auxilio de la industria sostenerse; debiendo esperar las cosechas, y adelantar todos los gastos de la labranza, sementera, y recolección: además de correr el riesgo de la carestía, o esterilidad.

El artesano puede recibir diaria o semanalmente el producto de su trabajo; y aunque tenga un número considerable de hijos, todos hallan facilidad de establecerlos, enseñándoles bien su oficio.

Un aldeano labrador apenas podrá colocar más de un solo hijo en la labranza, y no encuentra tierra, ganado, aperos, y granos con que destinar a los demás hijos: a lo menos en el estado presente de la agricultura de las Provincias llanas del Reino; ínterin los baldíos no se dividan en suertes generalmente, como lo pide el bien del Estado; y han hecho los Ingleses, para reducir a cultivo y poblar bien su isla.

Las artes, para extenderse sólidamente, necesitan una educación, superior a la actual de los artesanos; y que la policía de los oficios se mejore, a fin de que los menestrales adquieran la debida estimación.

Ese es cabalmente el intento de este discurso, mientras puedo cumplir con el público la palabra contrahída, de presentar el otro relativo al fomento de la agricultura española.

La voz artes, comprende las ciencias especulativas, y a todos los oficios prácticos, que constan de reglas; porque unos y otros conocimientos necesitan ayudarse del artificio de ellas, y de las demostraciones: más o menos.

Las ciencias dependen del ánima: son meramente especulativas, y su estudio requiere una combinación ordenada, y progresiva de ideas; y además de una reflexión continuada sobre ellas.

El raciocinio es la parte más noble del hombre, y el que le distingue de los brutos, y cosas inanimadas.

Pero si sus especulaciones recaen sobre cosas vanas, que ni conducen al conocimiento del Criador, ni a la sólida instrucción de los hombres, para ser virtuosos en sí mismos, y útiles a la sociedad humana; o a rectificar las ideas, que se propagan por muchos, oscuras o torcidas, con el determinado objeto de encontrar la verdad, o el provecho común: inútil por cierto será el estudio, y poca gloria adquirirá al profesor, que ocupe su tiempo en sofisterías. Nisi utile est quod facimus, stulta est gloria.

Todas las naciones cultas han trabajado en perfeccionar el método de enseñar las ciencias; estando firmemente persuadidos los sujetos, verdaderamente sabios, del atraso que sufren, quando el método de aprenderlas no es acertado, y los maestros se dejan llevar de la fácil inclinación de los hombres a disputar y opinar contradictoriamente: arrastrados del amor propio de singularizarse.

Es digno de mucha alabanza el conato, y afán que se ponga en mejorar el método de la enseñanza, encaminando los estudiosos a lo sólido y útil, depuesto todo espíritu de partido.

Así como las ciencias teológicas deben guiar nuestras reflexiones por el estudio de la sagrada escritura y de aquellos libros en que está depositada la constante tradición de la Iglesia; proporcionalmente las ciencias humanas deben apoyarse en las demostraciones, que subministran un buen raciocinio, y el orden geométrico de comparar las ideas; apartando los paralogismos, sofismas, preocupaciones, sueños, y sistemas voluntarios; por no ser justo adoptar, como propios, los errores o caprichos ajenos.

Los países, que cultivan las ciencias en este modo despejado las van adelantando al punto de claridad y pureza, de que es susceptible y capaz la limitación del entendimiento, y sentido del hombre; y entonces se reconoce, que la ciencia humana es menos de la que han ostentado con jactancia algunos filósofos de todas edades.

De las ciencias especulativas es la matemática la que inmediatamente influye en las artes prácticas, u oficios de que se va a tratar en este discurso.

Sin el socorro de las matemáticas, jamás podrán adquirir las artes prácticas el grado de perfección necesaria.

Por esta razón en el discurso anterior sobre la industria popular, se propusieron en cada capital dos cátedras.

Una de aritmética, geometría, y álgebra, en que se enseñasen los principios, que necesite saber cada artista; y otra de maquinaria, en que se apliquen estos mismos principios al progreso de las artes; a perfeccionar los instrumentos que necesita cada una; y a facilitar con ellos sus respectivas operaciones.

Es una casualidad, que hombres sin geometría y mecánica inventen, o perfeccionen los instrumentos de las artes, cuya energía ignoran.

La academia de las ciencias de París, y sus dignísimos individuos, han hecho ver en los tratados de los oficios, cuánto debe esperar una nación del cultivo de las matemáticas.

La sociedad Real de Londres, ha contribuido sobre manera a perfeccionar las mismas artes en Inglaterra.

Estas dos naciones por medio de sus academias de ciencias, se han apropiado el imperio de las artes; y los demás europeos son unos meros copiantes de sus invenciones.

España con una academia de ciencias, se pondría al nivel; en pocos años recobraría el atraso y tiempo, que ha perdido; y tendría jueces competentes del mérito de los nuevos hallazgos, e invenciones útiles a las artes, de que ahora se carece; por cuya falta las máquinas se adoptan, o reprueban sin el socorro necesario de la ciencia.

«Ut enim de pictore, (decía Plinio el menor) sculptore, fictore, nisi artifex judicare; ita nisi sapiens non potest perspicere sapientem.»

Los oficios requieren una actividad continua, ayudada de un sistema político, y de reglas constantes: dedicadas incesantemente a su diaria perfección, que no puede ser duradera, sin las especulaciones científicas de una academia de ciencias.

Aunque los Romanos trajeron todas las artes de Grecia, donde algunas florecían con mucha ventaja a las de nuestro tiempo, confiesa Plinio el mayor; que fueron decayendo, y aun perdiéndose en Roma.

El atribuye a la flojedad y pereza esta decadencia de las artes en su país por esta sucinta claúsula: artes desidia perdidit.

Yo creo, que la pereza fue efecto, y no causa de perderse las artes entre los Romanos; fundándome aún en los mismo hechos, que trae en su excelente historia natural este diligente escritor: digno de que se leyese por todas las gentes, que pretenden dar voto en las artes, costumbres, geografía, y conocimiento de los antiguos.

Los Romanos miraban con desprecio a los artesanos; y sólo eran los Griegos y personas despreciables (los esclavos) los que las ejercían. No tenían escuelas, ni aprendizaje como los Griegos; ni mucho menos daban iguales premios y estimación a los profesores o a sus obras, que en la declinación de los Césares hacían mudar y desfigurar por capricho.

Si las artes estubiesen entre los Romanos en honor, pasarían de padres a hijos. Aquellos cuidarían de confiarles sus secretos; y serían hereditarios o perfectos los maestros y oficiales: mal que por las mismas causas se toca en España, y debe excitar la legislación a cortar de raíz el origen del atraso, que padecen las artes: siempre errantes y sin hogar propio, donde no tienen aprecio permanente.

Esta desestimación fue la verdadera causa de la decadencia de las artes entre los Romanos antiguos, y de ahí vino la pereza y flojedad de los artesanos; viendo, que de su trabajo no les resultaba la correspondiente recompensa o provecho, ni honra a los profesores, que se procuraban esmerar en dar perfección a sus manufacturas y artefactos.

Tales premios son por lo común aéreos; mas contribuyen mucho a estimular la aplicación de los artífices, y a darles fama, a la cual siempre sigue la utilidad.

Es verdad, que una obra bien acabada, pide unos retoques y golpes maestros, que ocupan más tiempo al profesor. Este nunca espera aplauso y recompensa de un trabajo delicado, superior al ordinario, a menos que el gusto no sea general en los que pueden pagarlas.

Si los dueños de obra ignoran el dibujo, y no saben discernir las que están acabadas o imperfectas, mal pueden animar con sus premios a los artífices sobresalientes.

Los que gustan de las artes, tienen por lo común mejor educación, y saben el modo de adornar sus palacios, quintas, y jardines; como hacía en sus tiempos florecientes la nobleza Romana, que alternadamente vivía en la ciudad y en la campaña; disfrutando lo que hay más de agradable en la naturaleza.

Los Godos no hicieron tanto daño a Roma, como la relajación de sus austeras costumbres; la indiferencia por el bien de la patria, y el desprecio de las ciencias y de las artes.

Augusto, que era político, las acogió en Roma, para atraerse la benevolencia del Pueblo. Descuidaron muchos de sus sucesores esta protección. La decadencia de los estudios especulativos y prácticos acompañó a la del Imperio; volviéndose toscos los que habían enseñado a todo el orbe conocido.

La serie de las medallas Romanas señala a qualquiera, que esté acostumbrado a manejarlas, la época de esta decadencia, que llego a tocar con la rudeza.

Nuestros jurisconsultos versados en el derecho Romano han bebido en él muchos principios, y distinciones entre los oficios que llaman serviles, y las artes, que aunque teóricamente podrían sostenerse, en política y en práctica son dañosos, y han contribuido en España y en otras partes a mirar con desprecio las artes y oficios. Tal doctrina no puede producir otro efecto, que los experimentados en el Imperio Romano; a no corregirse semejante modo de pensar, inadaptable a toda nación culta, que desea, como debe, hacerse industriosa y rica.

He concluido el prólogo; y voy a presentar los medios, que me parecen conducentes a fomentar las artes prácticas en la península. Si alguna vez no apruebo algunas cosas, puedo afirmar con ingenuidad, que mi escrito sólo tiene por objeto el bien de la patria; y que si hay alguna critica de abuso, o de error, insectatur vitia, non homines.

I - Del aprendizaje[editar]

Los oficios y artes que no son puramente ministeriales, no sólo requieren la fatiga corporal: es necesario saber las reglas del arte, conocer y manejar los instrumentos, que son propios a cada una de sus maniobras; discerniendo distintamente su uso y el de los materiales, que entran en las composiciones de él.

Las artes fueron saliendo de su rudeza a fuerza de experiencia y observaciones, que hicieron los hombres por el espacio de muchos siglos.

De la reunión de estas experiencias dedujeron los rudimentos del arte; y fueron arreglando los instrumentos, y apropiando los materiales más convenientes a las maniobras.

Todo este progreso de combinaciones formó cada arte, el cual resulta de teorías constantes, que ignora enteramente el aprendiz a los principios, y debe adquirir de su maestro, mediante el estudio y la aplicación práctica a imitarle.

Esta enseñanza pide algún tiempo, el cual es más o menos, a proporción del talento del aprendiz; o según la complicación, dificultad y variedad de las maniobras del oficio, a que se dedica.

El periodo, que tarda por lo regular un aprendiz de mediano ingenio y aplicado, en aprender por principios, y ejecutar con reglas y destreza las operaciones varias del arte, se llama el tiempo de aprendizaje. En él principalmente trabaja para su propia instrucción el discípulo, y sus maniobras no pueden indemnizar a su maestro el trabajo de la enseñanza, y del mantenimiento del aprendiz. Ninguno puede salir perfecto, ni correcto en su oficio, sin pasar esta primera época de aplicación y enseñanza, que es la más ingrata y dura de la vida del artesano; y la más impertinente y fastidiosa a los maestros.

Hay oficios fáciles, y otros de suma dificultad, o de mayor penalidad en las operaciones. Estas diferencias no se pueden determinar en este discurso; sin hacer un análisis de los oficios, y detenerse en una comparación respectiva de ellos; cuya distinción aunque necesaria, pide un tratado particular; consultando a los artistas más sobresalientes.

Como todo aprendiz se destina a un arte solo, es inútil a los principios entrar en semejante cotejo; bastándole adquirir un exacto conocimiento de la tarea y calidad del oficio, que elige para mantenerse durante su vida.

El aprendizaje de cada oficio ha de tener tiempo señalado, dentro del cual puedan enterarse los muchachos del conocimiento de los instrumentos de su arte, y en el manejo de ellos con igualdad y orden.

Deberán sucesivamente ser instruidos en las operaciones más sencillas de su oficio, y pasar por grados a las compuestas.

Los aprendices no deben ser tratados, como sirvientes o criados de sus maestros; ni distraerse en ocupaciones algunas, extrañas de su arte. Eso sería incidir en la mala política de los Romanos, que las abandonaron a los esclavos.

Han de tener señaladas las horas de trabajo por mañana y tarde: a las que necesariamente deben asistir, cuidando de ellos sus maestros en lugar de padres.

Los padres, parientes, o tutores no han de poder tampoco sacarlos de los obradores de sus maestros en días de trabajo; ni dispensarles arbitrios de holgar, a título de una compasión mal entendida, que les sería en adelante muy dañosa.

Como deben entrar de tierna edad al aprendizaje los muchachos, carecen de fuerzas y de facilidad, para soportar en algún tiempo tantas horas de trabajo, como los oficiales robustos y diestros. Por lo qual exige el orden de la naturaleza misma, que sean menos las horas de tarea diaria de los aprendices: quiero decir del rudo y penoso afán de las maniobras corporales.

Este alivio será causa, de que no se fastidien a los principios, ni deserten los oficios; aumentándoles las horas, y la tarea más penosa, a proporción que crecen las fuerzas, y van tomando conocimiento, facilidad, y gusto en lo que trabajan; dándoles algún premio o alivios, que los vayan aficionando al estudio y aplicación, que les conviene.

Los oficios no son igualmente pesados y difíciles. Y así conduce al acierto en la enseñanza fijar un método, progresivo de los rudimentos de cada arte, y de las operaciones que se deben aprender una tras de otra; para que la enseñanza sea conocida y metódica en ellos: arreglada por unos principios constantes, que ahora faltan en el modo de enseñar las artes prácticas en el Reino. Porque las más se aprenden y enseñan en fuerza de una tradición de padres a hijos, destituida de teoría, instrucción, y raciocinio.

De aquí proviene, que los oficios se adelantan, y son toscos y rudos en mucha parte, sin gusto ni aseo, que haga apetecer los géneros, que fabrican. Por este abatimiento de la enseñanza, despachan nuestros artesanos únicamente aquellos géneros, que por frecuentes, pesados, y comunes no pueden venir de fuera, y son de absoluta necesidad.

Pero los finos y delicados no los saben hacer, ni tienen instrumentos o máquinas a propósito, para darles la última perfección. Esa es la causa, de que todos ellos, aunque sean muebles de casa o ropas de vestir, vienen generalmente de fuera del Reino: en lugar de dar ocupación a nuestros oficiales y artistas, como las leyes lo disponen expresamente; prohibiendo semejante introducción abusiva.

Los declamadores atribuyen a pereza de los naturales el atraso de las artes; y no ven, que los menestrales son incapaces de adelantarlos por sí mismos; si una vigilante policía no les facilita los medios de hacerles conocer cuanto se ha inventado en los países extranjeros; y les subministra todos los demás auxilios, que requieren los oficios, para saberse bien, y difundirlos en toda la nación con aprovechamiento.

El maestro carece de reglas, y como le enseñaron por pura imitación y sin ellas, mal puede darlas a sus aprendices.

Es pues necesario examinar el estado de cada uno de los oficios en Madrid, recoger los tratados relativos a él, y traer maestro inteligente, si no le hubiere, que haga conocer a los maestros mismos las máquinas, los instrumentos, y las operaciones que ignoran, o no saben ejecutar bien.

Entonces se explicarán por menor las reglas de la enseñanza y su método progresivo, y aun se introducirán oficios desconocidos entre nosotros: se fijarán en cada oficio los años, y orden del aprendizaje con el debido conocimiento.

Con este análisis de operaciones se rectificarán muchos errores y faltas, que se descubren en las ordenanzas de los gremios; y será constante en Madrid y en toda la nación su enseñanza.

Todos los muchachos entrarán con escritura de aprendizaje: los maestros sabrán lo que deben enseñarles, y el orden con que lo han de hacer. Ahora falta la instrucción necesaria, para formalizar semejantes escrituras, que deben componer con el método del aprendizaje, parte de la policía gremial, que sin duda es la más esencial e importante, para perfeccionar las artes.

Los padres, parientes, tutores, amos, o bienhechores de los muchachos tendrán una copia de la escritura, en que todo se especificáse, y se pondrán en estado de saber, como cumplen los maestros. No podrán, aunque quieran, sacar entre semana a sus hijos, parientes, o favorecidos de la casa de los maestros, según queda advertido; y mucho menos antes de cumplir el tiempo del aprendizaje.

Estas reglas servirán al mismo efecto en los hospicios, y en otras cualesquier escuelas públicas de las artes: de suerte que la enseñanza de cada una será general, y uniforme sin variedad en todo el Reino.

Los jueces, que destinaren a oficio a los huérfanos y desvalidos tendrán a la vista estas mismas reglas, a fin de otorgar con los maestros particulares o hospicios la misma escritura. Con este documento, si hallan omisión de parte del maestro o del discípulo, podrán compeler a los contraventores al cumplimiento de las escrituras de aprendizaje.

Cuando las artes se enseñen con este esmero, recobrarán su estimación; porque siempre adquiere aprecio todo hombre, que sabe bien su oficio, y que cumple con sus obligaciones, hallándose enterado de cual es su deber.

Los maestros hábiles toman cariño a los discípulos aplicados, y los adelantan con inclinación: además de la honra, que consiguen en sacar obreros perfectos, y dignos de la común aceptación: a cuya gloria jamás pueden aspirar maestros, poco hábiles o descuidados.

De la perfección en las artes resultará la mayor ganancia de los maestros y artesanos, y podrán dentro de algún tiempo los mismos gremios, de su cuenta enviar individuos propios fuera del Reino, que adquieran el último primor.

Entonces depondrán toda emulación contra los artífices extranjeros, que vienen a establecerse; porque hallarán unos y otros la ocupación, que suele faltar a los maestros de poco crédito, y habilidad. Si fueren aprovechados los que se envían, lograrán un grado de perfección, que les faltaba.

Si no lo fuesen quedarán a la par nacionales y extranjeros; pero el Reino adquirirá ese vecino más, que aumente el producto de las artes y la industria popular, como nuestras leyes lo quieren y ordenan eficazmente; concediendo varias gracias a los extranjeros que se avecindan en España, para ejercer los oficios o la labranza.

Si nosotros les recusásemos con infracción de las leyes las franquicias, que les pertenecen; pasan a otras naciones, que más bien instruidas de sus intereses, los reciben con los brazos abiertos.

En el mismo París y Londres hay un grandísimo numero de extranjeros, establecidos en aquellas capitales, que se ocupan en los oficios; y hasta ahora a ninguno de aquellos naturales le ha venido a la imaginación, que perjudique su establecimiento a la industria nacional.

Lo que sí perjudica notablemente es, introducir de fuera los géneros y a hechos, que los oficios fabrican; quitando el trabajo, que debía emplear a nuestros artesanos hábiles.

De aquí nace el gran número, que se ve allí de operarlos, los cuales se avecindan, casan, y forman otros tantos vecinos útiles, que aumentan el sobrante de sus mercaderías, para traerlas a España, a Italia y a las Indias; o si vuelven a su país, trabajan en aquel mientras permanecen.