Discurso sobre la educación: Introducción
Introducción
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[editar]El Autor de la naturaleza dotó a los irracionales de un natural vestido y ornato. Dio a los animales quadrúpedos, peces, y aves todos los socorros necesarios.
Sólo al hombre, como guiado de su raciocinio reflexiona Plinio, crió desnudo, desabrigado, y llorando.
En recompensa le atribuyó una especie de dominio y disposición sobre los otros vivientes, a utilidad y provecho suyo; y un conocimiento general de los usos, que puede sacar de las demás cosas, que produce la tierra.
La necesidad excitó en los racionales la invención de Artes, para acudir a el abrigo, al sustento, y a la comodidad de los de su especie.
Estos según sus caprichos, y talentos variaron en todos tiempos en las inclinaciones, en los gustos, y en las modas.
De aquí ha resultado tanta diversidad en los trajes y en los adornos de las naciones, reducidas a sociedad.
Las influencias del clima, y las producciones naturales han sido causa en mucha parte de la diversidad, que advertimos; y cada día se hace mayor, a medida que los hombres se alejan de sus orígenes.
Los aceites y pinturas son el ornato de muchos pueblos, en quienes el clima disuelve la robustez por la demasiada transpiración. Próvida naturaleza produce en las mismas regiones estos bálsamos y ungüentos.
En los polos fríos es necesario el abrigo de las pieles, que cubren los animales que allí se crían; de las cuales les despoja el hombre, para socorrer con ellas su desnudez y frialdad.
Las artes sufren la inconstante duración de los caprichos humanos. Unas se pierden, otras se restauran de nuevo, otras se combinan; y todas ellas tienen por objeto abrigar, sustentar, y deleitar a los mortales.
Muchas se introdujeron, para ser instrumentos de la ambición, o de la seguridad humana: esto es, para ofender, o defenderse recíprocamente.
Otras invenciones se destinan a conducirnos por mar y por tierra a todas las distancias posibles; a pasar, detener, o aprovechar los ríos.
Se aprecian las artes por su utilidad, por su buen gusto, y por su curiosidad, y primor.
Varía este aprecio en los hombres puestos en sociedad, según el sexo, la profesión, la clase, y las edades.
La harmonía y deleite del oído hizo inventar los instrumentos músicos; y la necesidad de repartir y aprovechar el tiempo, los relojes.
La gula, y antes el hambre ha dado origen a muchas artes, y también ha estimulado la agricultura, el cultivo de los árboles y de los huertos: todo ha tenido por objeto satisfacer el sentido del gusto.
La preparación de los aromas, y la variedad del cultivo de las rosas y géneros olorosos, o el arte de la jardinería; la destilación de espíritus, la fábrica de tabacos, se han destinado a recrear el olfato.
La prodigiosa combinación de los colores y su sistemática disposición en todas las obras del arte ¿qué otro fin han tenido, que representarles más perceptibles a la curiosidad de la vista? ¿Y otras artes se han esmerado en auxiliarla, o aumentarla respecto a los objetos delicados, que por su pequeñez o distancia no podía distinguir, y huían de sus jurisdicción?
La óptica es una ciencia, fundada en este sentido, de cuyo conocimiento resultan muchos descubrimientos importantes a los hombres.
La pintura y la escritura comunican a los presentes y venideros por medio de el mismo sentido cuanto es capaz de percibir el hombre, y de discurrir o idear.
Si estas dos artes de pintar y de escribir faltasen, el orbe volvería a olvidar cuanto ha aprendido, y retiene hasta ahora.
Sola la escultura con sus relieves y letras esculpidas podría por medio del tacto suplir la falta de la vista aunque con más dificultad.
La aspereza de los metales, y de las piedras se ha rendido al arte del hombre, para recibir y dar configuraciones, proporcionadas al suave sentido del tacto.
El tacto además es quien da a la mano la dirección de todas, o las más principales maniobras del artesano.
La medicina por medio del pulso debe al tacto toda o la principal noción, que toma de las enfermedades internas.
La cirugía hace lo mismo en las externas, aunque puede recibir algún mayor discernimiento antes, auxiliada de la vista.
Las funciones del cuerpo viviente jamas se entorpecen tanto, como quando la energía de las fibras y del tacto se desentonan.
De manera que en lo natural obra el tacto respecto de las artes, quanto el conocimiento del dibujo regula y dirige por la imitación, dirección y corrección.
Esto no quita, que todos los sentidos contribuyan a las diferentes operaciones; mas debe darse al tacto el primer lugar entre ellos, como sentido arquitectónico, o director casi de todas.
La historia natural hace recorrer las selvas y las cavernas de la tierra, para encontrar los específicos, con que socorrer qualquier desorden, que padezca el cuerpo humano; y todos los demás simples que entran en todas las artes, y usos. La minería y la química encaminan al mismo centro sus tareas.
Son más usuales unas artes, a proporción que su necesidad es general, y alcanza a todos; o a la mayor parte de las gentes.
Sin estas artes y oficios no puede pasar sociedad alguna de hombres, y la que se halla falta de su conocimiento, o que no le usa bien para surtirse; debe confesar, que es defectuosa su situación en esta parte: aun quando sus naturales poseyesen las ciencias más sublimes en heroico grado, o las minas preciosas del universo.
Las operaciones de las artes, que ocupan más hombres, merecen después la preferencia.
Las de puro ornato, aunque parezcan menos necesarias; cuando se hallan establecidas en un país, prueban su aplicación, e instrucción.
Las cosas de lujo, que no traen a la propia sociedad utilidad alguna, deben desterrarse: tal es el uso de los diamantes, que empobrece las familias ricas, y tienen un valor de mera opinión.
El arte de reducirles a su estado de brillantez, y a joyas es útil, como el consumo se haga en otro país. Así como es provechoso al boticario cultivar y preparar las medicinas, aunque le sería muy perjudicial su uso en el estado de sanidad: cabiendo dudar de la eficacia de muchos mixtos, aun en el de enfermo.
Una nación puede muy bien sacar ganancia del lujo de las demás; adoptando ciertas manufacturas dedicadas a él, para venderlas a otras. Y si permanece en su consumo, eso menos pierde en la balanza mercantil con el país, de donde trae la pedrería, y cosas que llaman de calle mayor: superfluas y ridículas en gran parte, y perjudiciales, quando entran de fuera.
El agente y móvil universal de la industria humana se excita a veces por la curiosidad de saber en cuanto a la invención; pero en el artesano, después de inventada la cosa, por lo común es el dinero.
Es la moneda el signo común y general de todas las cosas, sujetas al tráfico de las gentes; y la medida de las recompensas del trabajo personal.
El cortejo de la moneda, que una nación paga, o saca de la otra por virtud de la contratación, o por otras deudas, sirve a deducir la ventaja, o la pérdida que experimenta; y su inferioridad o superioridad en la industria o agricultura.
Las ciencias tienen sus artes auxiliares, como la escritura, la imprenta, el grabado, el arte de hacer punzones y matrices; la fundición de las letras, las fabricas de papel, y los materiales de la encuadernación. Estas artes prosperan o menguan con respecto a el progreso de la instrucción nacional, que las ocupa.
Donde se ignoráse la música, serían inútiles las notas musicales y los profesores, que tañen los diferentes instrumentos; y los que los construyen o templan. Las imprentas de música tampoco tendrían que hacer allí.
La perfección en las artes contribuye a propagar y facilitar los conocimientos humanos; porque todos ellos tienen cierta relación universal entre sí; y dan mayor ocupación a los hombres y más modos de vivir a costa de los ricos y acaudalados, o de los que necesitan valerse de las artes, para satisfacer sus gustos, o sus necesidades.
El adorno de las habitaciones de los hombres; sus diversiones, vestidos y muebles, de que usan a pie, a caballo, o en sus carrozas, suministran a las artes diferentes ocupaciones.
¿Cuántas dependen de la arquitectura y pintura? de estas dos profesiones, que compiten con las ciencias en la invención; y sobrepujan a las demás artes en la gracia y delicadeza de la ejecución; y en la variedad, a que se estienden.
La guerra ofensiva o defensiva, luego que el puño y el palo no bastaron, dio principio a las armas; a la táctica, a la pólvora, a la fortificación de las plazas, a los bajeles de guerra, y a la inumerable porción de máquinas, conocidas en la milicia antigua y moderna.
A medida que las sociedades vecinas mejoran estas artes, se ve precisada la propia a adoptarlas, y establecerlas en el modo más perfecto; o a mendigar la protección de las otras sociedades, que suele no ser constante, segura, ni duradera.
No basta establecer las artes y oficios de qualquier especie en un país, o poseerles de largo tiempo. Es menester irles perfeccionando continuamente a competencia de las otras naciones. Cuando España descuidó esta atenta vigilancia, perdieron la estimación nuestras manufacturas y artefactos: tomando la superioridad las extranjeras. A muy corta progresión de tiempo se arruinan las fábricas propias, donde no se mejora e introduce la enseñanza que falta.
De aquí nace la primer máxima general de arreglar sólidamente el aprendizaje de los oficios; la subordinación de los discípulos o aprendices a sus maestros; el estudio del dibujo, para sacar proporcionadas las obras y correctas; el rigor y justificación de los exámenes; los premios y los auxilios necesarios a los artesanos: dándoles la estimación, que merecen con justo título unos ciudadanos industriosos, que son tan provechosos y necesarios en el Reino.
La material situación de las artes no es indiferente, para que florezcan, como se advierte en el discurso sobre la industria popular.
En las ciudades populosas son por lo común caros los mantenimientos, a causa del gran numero de consumidores; y los jornales suben a proporción. Y así en tales parajes no convienen las fabricas bastas, que no admiten por su ínfimo valor el desembolso de jornales subidos.
Pero las finas estarán allí muy bien, y todas las de ornato y ostentación. Donde escasean el agua y la leña, no convienen ciertas fábricas; o es menester reponer los montes, y conducir las aguas.
Las que requieren máquinas hidráulicas, deben estar a las orillas de los ríos, o caudales de agua.
Las que necesitan simples voluminosos, han de colocarse cerca de donde nacen, o en la mayor cercanía posible.
Las que dependen del capricho y de la moda, deben variarse a proporción, y estar en lugares ricos, o cerca de ellos.
Si algunas se pierden por los gastos de administración, se han de reducir a establecimientos populares; y si salen máquinas o secretos nuevos, se deben buscar a toda costa.
Es también de grande importancia otra máxima general, conviene a saber: de desterrar las vulgares ideas, que han mantenido en menos aprecio del que les corresponde, a los oficios y a los que los profesan.
La mengua e infamia debe recaer únicamente en los ociosos, y mendigos, o en aquellos artesanos, que por desaplicados y viciosos, no se hacen dignos de la consideración general.
Obligado es el gobierno público a proporcionarles todos los adelantamientos, que se han conseguido en otras partes; y los que nuestra constitución les pueda facilitar, sin distinción de naturales y extranjeros. Porque la casualidad de nacer fuera de España, no les ha de privar de los privilegios, que las leyes les conceden y merecen. Ellos traen su habilidad e industria a nuestra patria; aumentan su población; y a muchos de estos se deben artes utilísimas y precisas, de que sin ellos careceríamos todavía.
Los Romanos introdujeron en Italia las artes de los Griegos, y las hicieron propias de esta manera, a fuerza de emplear los artífices y artesanos de toda especie. No tuvieron la vigilancia de que los naturales las aprendiesen, ni las dieron aquel honor, que las conserva en estimación; y de ahí resultó la decadencia de que se hablará en otra parte.
¿Cuántas artes y secretos debe Europa a las naciones asiáticas, y cuántas trajeron los Árabes a España?
Los nombres de las artes, de los instrumentos, y de las mismas obras son derivadas de las lenguas o idiomas del País, por donde las recibimos. Todos los hombres nos necesitamos, y tememos recíprocamente. Así el despreciarlos, es falta de conocimiento político de las naciones.
Sólo la ignorancia del progreso y transmigración de las artes, ha podido infundir en algunos ideas tan contrarias al bien público, y a los intereses verdaderos de la Patria.
Si otras naciones en cambio de las personas ociosas e ignorantes, que tengamos, nos diesen otros tantos diestros obreros; no parece dudaríamos un punto, en acetar un canje, tan ventajoso. Luego dándonosles de balde, ¿para qué nos hacemos tanto de rogar?
El verdadero extranjero en su patria es el ocioso, y una pesada carga: tanto más insoportable, a medida que es mayor el número de los inútiles.
La diversidad del idioma, es todo lo que se les puede objetar a los extranjeros; pero como no se les recibe para oradores, parece ridícula semejante tacha.
Todas las naciones cultas deben tratar con hospitalidad y cariño al extranjero, que observando sus leyes; contribuye con su trabajo a aumentar la riqueza nacional.
Así se hace en España, y lo tiene reiteradamente mandado Carlos III, conforme a las leyes antiguas del Reino, y así se debe observar:
- Trôs, Rutulusve fuat.
La policía de los artesanos, y el mejoramiento de su legislación municipal, es el objeto de este discurso; sin olvidar los demás principios de educación, que les convienen; y aun el aseo y limpieza, que tanto descuidan en los niños sus padres y maestros.
No es este por cierto un asunto indiferente; componiendo este cuerpo de ciudadanos más de un tercio de la nación española.
La brevedad del tratado no permite entrar en los abusos de cada gremio de oficios en particular; ni en la corrección de sus ordenanzas.
Esto último pertenece a los depositarios de la autoridad pública; y la reforma de abusos se logrará por sí misma; reduciendo a método la enseñanza, y la profesión de las artes y oficios; protegiéndolos y honrándolos, como a los demás ciudadanos; por ser todos miembros de una misma sociedad, y necesaria esta consideración, para que abracen con gusto los oficios.
Si alguna diferencia debe hacerse, está la ventaja a favor de los artesanos; porque sus tareas son penosas, y requieren aplicación e ingenio, para habilitarse en el manejo de sus respectivos oficios, y tener salida de sus obras.
Algunas de ellas son tan delicadas y difíciles, que no necesitan menos tiempo, para adquirirlas con perfección, que las ciencias más sublimes y especulativas.
¿Como puede esperarse la propagación y arraigo de semejantes artes en la nación, si no concurren a un tiempo en favor de sus profesores una constante protección, y un interés, que recompense tantas fatigas?
El autor de una obra de ingenio, luego que la concluye, ha llenado todo su deber. A un celebre artífice no le basta hacer un modelo; quédale la precisión de reproducir su obra continuadamente, sin cesar en su fatiga corporal, para ir sacando provecho de las que imita y vende.
Las combinaciones especulativas de algunos artesanos, no ceden en la tortura del ingenio a la resolución de los problemas más dificultosos; y muchas se valen de la geometría, de la química y de otras ciencias, para conseguir buen éxito.
¿Quántos descubrimientos útiles de nuestros artistas se ahogan y mueren con ellos; y es natural que suceda así, mientras no se establezcan premios a los inventores, que los publiquen a beneficio de las artes?
Aun los premios no bastarán, si no hay sociedades económicas, que juzguen de ellos, y distribuyan las recompensas al verdadero mérito; cuidando de aprovechar, y conservar qualquier hallazgo. Los Magistrados nunca tendrán bastante tiempo, para tomar este cuidado continuo del progreso, que adelanta diariamente las artes.
La perfección de éstas sólo se puede lograr, acumulando en forma de instituciones y por clases tales descubrimientos; ya sea mejorando los instrumentos, y máquinas de que necesitan los artífices; la preparación de los metales y materiales, que emplean en sus operaciones; y finalmente por lo acabado y vistoso de las piezas, que salen de la mano y obrador del artesano.
Hay oficios auxiliares, cuyo adelantamiento influye considerablemente en los demás.
Unos dan facilidades, como es la composición del acero, que conduce a mejorar los instrumentos de muchos oficios.
Otros subministran materiales nuevos, como la hola de lata, y el latón; cuyos materiales se debieron a la meditación, y a las indagaciones químicas.
El temple de los metales, que entran en las piezas de un reloj, mereció en Inglaterra a Harrison un premio considerable, con el fin de auxiliar la navegación por este medio.
Las artes admiten también otra división: o imitan la naturaleza y entonces es menester seguirla exactamente, como hace el estatuario, o el pintor, guiado del dibujo, y lo mismo sucede al que coordina todas las producciones que constituyen el todo, o parte de la historia natural, para representarlas al vivo.
Otras artes y oficios debieron su origen a una nueva combinación de los objetos; y es lo que se llama invención, y son las más sujetas a alteraciones y modas.
Las primeras se emplean en observar las propiedades de los mismos objetos, de que se valen los artistas, para usarlos en sus composiciones; como sucede con todos los materiales de las artes y oficios destinados a prepararlos.
Las pieles deben curtirse o adobarse según los destinos, a que se apliquen. Tienen tiempo preciso para estas operaciones; y si se dilata, se pudrirán estos materiales, por descuidar o ignorar el modo de prepararlos. Si se omite alguna de las demás operaciones, que la experiencia y el arte tienen por necesarias, el material sale de poca ley, y el público es engañado, porque dura menos.
Lo mismo sucede con todos los materiales flexibles e hilables, de que se forman los tejidos, para darlas las varias y sucesivas operaciones, que necesitan y les son propias.
Los metales requieren para su fusión y preparación operaciones constantes, a fin de que no pierdan su ductibilidad y aplicación a las artes respectivas; o para transmutarlos o mezclarlos con otros metales o aligaciones.
Las materias duras, como las piedras y maderas, no carecen de propiedades que les son especiales, para saber dárselas antes de aplicarlas a los oficios, que las labran, y meterlas en obra; y muchos de estos géneros conducen a los tintes.
Los colores vienen de la extracción o mezcla de muchas producciones de los tres reinos vegetal, mineral, y animal. Su combinación no es menos varia. Merece la debida atención, para que florezcan las manufacturas, y abunden todas las primeras materias, aprovechando las del propio país con preferencia.
El tejo, por ejemplo, es un árbol, que da excelente madera, y sirve a los tintes. Pocos le usan aquí para esto último; y depende del atraso de la historia natural en España.
Todos los medios colores son por lo común facticios, y deben su variedad a una multitud de observaciones, arregladas por el arte.
Los cuerpos diáfanos o transparentes no son de menos uso; ni se perfeccionaron sin continua aplicación y experiencia.
¡Cuánto número de oficios encierran las preparaciones de estos y otros materiales de las artes y oficios! ¿Sin estudio y raciocinio, cómo se habrían podido llevar al estado, que hoy tienen, y quánto falta aún, para haber apurado esta prodigiosa cantidad de operaciones y combinaciones físicas, químicas, y metalúrgicas, que aún restan por hacer?
Sin discurso, y ciencia nada de esto ha podido reducirse a sistema y orden. ¿Cómo podrían adelantarse estas operaciones sin reglas constantes; que en la práctica han salido certeras; y las había antes descubierto la casualidad, o el estudio sagaz del filósofo, del naturalista, o del químico?
Es a la verdad más glorioso hallar y descubrir estas combinaciones, que seguirlas en adelante con fatiga y trabajo continuo. Pero al público mayores ventajas le resultan de los artistas, que han aprendido después a copiarlas con exactitud; o que las han perfeccionado a costa de experiencias raciocinadas; porque estos últimos las tienen prontas, y expeditas para el uso común de los hombres.
¿Quién podrá dar, ni negar preferencia a ninguno de estos oficios, que se emplean en preparar las primeras materias de las artes; ni mirar con desprecio a unos ciudadanos, que incesantemente se ocupan en tan útiles trabajos; sin los cuales carecerían de energía las artes; faltando la materia sobre que se debe obrar con acierto, y utilidad del público?
El objeto a que estos materiales se aplican, ni la calidad de ellos mismos no disminuyen la estimación de los operarios.
Cualquiera diferencia entre ellos sería una paradoja política, o una sofistería producida por genios superficiales y charlatanes.
Si el oro es de más valor, más útil es al género humano el trabajo de las ferrerías, que sacan de la mena por virtud de la fusión bien arreglada, un metal necesario, para subministrar instrumentos a todos los usos de la guerra, de la agricultura, de los oficios, de las habitaciones, y de los particulares.
Es un error político entrar en tales comparaciones de preferencia, que en España han influido mucho a retraher las gentes de algunas artes, como sucede en las tenerías, que son muy pocas, a proporción de los muchos cueros al pelo, y otros pellejos de España e Indias, que salen sin adobar por la preocupación, de que este arte no es tan honroso como otros.
Las leyes prohíben sacar del Reino semejantes pieles, sin adobar o curtir: con el saludable fin de dar esta ocupación a nuestros curtidores.
La vulgaridad viene al encuentro del progreso de los curtidos; desacreditando este oficio sobre su palabra, y a un gran numero de familias, que ejercitarían útilmente esta honrada profesión, y ahora viven en el ocio, faltas de ocupación, con que mantenerse.
Este mismo daño se experimenta en perjuicio de otras artes y oficios; no menos útiles y necesarios: sólo porque algunos escritores a su fantasía han desacreditado las especies de trabajo, que les ha parecido, con razones verdaderamente despreciables: opuestas al espíritu de las leyes, y del todo contrarias al bien común.
Las ordenanzas de muchos gremios y cuerpos han adoptado el mismo modo de pensar, con daño general de la nación, y han excluido de ciertas congregaciones, comunidades, o aprecio a los de ciertos oficios, y a veces a los de todos.
Si se hallasen razones fundadas de utilidad y conveniencia pública, para sostener semejante modo de discurrir; merecería disculpa su empeño. Mas como en nada de esto ha dado origen a tales exclusiones el bien público; está clamando todo hombre honrado y cuerdo, a fin de que se trate de desterrar tan perjudiciales paralogismos.
La distinción de nobles, y plebeyos es de constitución: las demás deben templarse a beneficio de las artes, honrándolas cuanto sea posible.
En otros países prevalece más el amor a la ganancia y a la comodidad, y nadie se deja seducir de estos yerros políticos: en España no bastan tales estímulos, si la estimación y debido aprecio de los oficios, no acompaña a sus operaciones.
Los oficios, que reducen a manufactura las primeras materias que quedan referidas, y otras qualesquier descubiertas, o que se vayan descubriendo; están sujetos a las mismas opiniones vulgares; y en todos debe acudir la legislación y el concepto común de las gentes a estimular indiferentemente todo genero de aplicación honesta; dándoles la estimación debida.
Lo contrario es pedir imposibles a una nación, tan honrada como la nuestra.
Las artes, y oficios en España dice muy al caso Don Juan de Butrón, que más necesitan de protección, y fomento; sobrando ingenios muy felices, para exercitarlos.
Serán más brillantes, fáciles, y lucrosas otras especulaciones científicas, y abstractas a sus autores. A mí me parece más útil en el orden civil al género humano la invención de las agujas de coser: instrumento de tanto uso, que debe preferirse a la lógica de Aristóteles, y a un gran número de sus comentadores, los cuales han sido en España más comunes, que las fábricas de agujas: olvidadas casi en Córdova, donde florecieron por algunos siglos, y ahora son menos estimadas las que allí se hacen todavía.
Ha sido grande error en política excitar cuestiones sobre la preferencia de las artes, y de los oficios: distinguiendo a unos con el dictado de liberales, y a otros con el de mecánicos. De ahí se paso a hacer otra distinción de oficios bajos, y humildes; titulando a algunos de nobles. Estas denominaciones voluntarias y mal digeridas, han excitado repetidas emulaciones, y han sido parte, para que muchos abandonasen las artes, o apartasen a sus hijos de continuar en ellas, contra otra máxima general de hacer indirectamente hereditarios los oficios en las familias, para que los amen y perfeccionen.
Los Jurisconsultos españoles han publicado tratados enteros bajo del sistema odioso, que queda referido; y ahora se hablará sólo de dos obras, que son las más conocidas. La primera es la citada de Don Juan de Butrón, intitulada: discursos a favor de la pintura, impresa en 4.º en Madrid año de 1626, en tiempo de Felipe IV, cuyo Soberano estimó, y conocía por sí mismo esta utilísima profesión y el dibujo, con que se divertía algunas veces.
No censuro las buenas y excelentes razones, con que aquel escritor recomienda el dibujo y el arte de la pintura; por que a la verdad defiende una causa tan justa, que apenas puede nadie contradecirle, sin riesgo de hacerse ridículo.
Era bastante extensa su lectura, y da muy buenas noticias al fin de su obra de varios celebres profesores de las artes: así antiguos como modernos; y entre ellos muchos españoles desde el reinado de Don Fernando, y Doña Isabel hasta el de Felipe IV, en que escribió su obra, apologética de la pintura.
Lo que reparo en ella es la demasiada extensión en sus elogios a costa de las otras artes, y oficios; presentándolos en un aspecto, exclusivo de poca estimación y decencia respecto a sus profesores.
Los que escriben en modo apologético y declamatorio, se poseen demasiado de su materia, y suelen caer en exageraciones. La pintura, arquitectura, y escultura son tan ingenuas, nobles, y útiles artes para la comodidad de los hombres, memoria de ellos, y celebración de sus cultos, que sólo se pueden ejercitar por hombres sabios de grande ingenio, que conozcan la antigüedad y los primores del arte. Por lo qual tengo por ocioso formar un panegírico de profesiones tan dignas y raras, que sólo carecerán de aprecio, quando no sean sobresalientes quienes las profesen.
Había escrito antes de Butrón sobre el mismo asunto el Licenciado Gaspar Gutiérrez de los Ríos, profesor también de derecho que imprimió en Madrid, año de 1610 una obra en 4.º que intituló: Noticia general para la estimación de las artes; y de la manera que se conocen las liberales de las que son mecánicas, y serviles: con una exhortación a la honra de la virtud y del trabajo, contra los ociosos; y otras particulares para las personas de todos estados.
La doctrina y erudición de esta obra es mucha; y casi de él han tomado en esta parte los escritores del arte las mejores noticias.
En la primera parte reduce tres libros a persuadir la utilidad de las tres artes; y en el cuarto, prueba igualmente el honor y estimación de la agricultura: con el deseo de animarla, y recomendarla al Conde Duque de Lerma, Ministro de Felipe tercero.
La segunda parte es una exhortación al trabajo, dirigida a todas las clases; y la hace Ríos en lo que es compatible con la verdadera distinción de ellas, y su decoro.
Si se reflexiona bien el contexto de esta obra, se hallará estar escrita con fines rectísimos; más en la elección de medios se advierte una contradicción en sus mismas razones y principios. Pues en el fin atribuye Ríos con fundamento el atraso de las artes y oficios a la poca estimación, que se hacía ya de ellos a principios del siglo pasado en nuestra España; y cae en el propio error indirectamente, apoyando la visión de la opinión vulgar.
«Finalmente los que trabajan (así lo confiesa Gaspar de los Ríos) dejan sus artes y oficios; por verse tenidos en poco de los ociosos, y no tan virtuosos, como ellos.»
Esta falta de estimación es una consecuencia del sistema de reducir a liberales, y a nobles un corto numero de artes; apellidando a las otras inferiores, o bajas, como las nombraba el mismo Ríos; dándoles el dictado de mecánicas, en un sentido que no tiene la voz: a la cual corresponde el de prácticas. Pero si la cosa se mira con atención, aun por los mismos principios del autor, se halla, que el dibujo es el que da la ingenuidad y aprecio a las artes y oficios: ora sean prácticos, o especulativos.
Vanas serían las teóricas en este género de artes, las cuales no fuesen reducibles a uso y práctica.
Está pues tan lejos, de que el dictado de prácticas cause descredito a las artes, que tal opinión, si se adoptase por las naciones industriosas, haría lo mismo, que desterrarlas del mundo.
Y como el diseño sea absolutamente necesario casi en todas ellas, para imitar o inventar; se sigue, que siendo en parte prácticas las artes, inclusa la pintura, escultura, y estatuaria; y estando todas las artes y oficios bajo de la indispensable dirección del dibujo; todos los profesores y artistas deben estimarse, a medida que cada uno aventaje en su profesión; y en el conocimiento general del dibujo, aplicativo a su oficio: como que ejercen científicamente las operaciones, contenidas en la extensión de él, si saben por reglas, y con verdadera enseñanza su arte: en lo cual ahora padecen gran atraso nuestros artistas, por no haber tenido quien los dirija desde sus primeros principios.
Todos los argumentos a favor del sistema de Gaspar de los Ríos, son equívocos y poco sólidos, si se exceptúa el del dibujo; y tienen entre sí mismos pugnancia y discordia.
En el libro 4. trata el mismo escritor de defender la nobleza de la agricultura; y usa de razones bien diferentes de las alegadas en los tres primeros; no pudiendo negarse, que la cultura de los campos sea obra corporal y manual, que requiere aun menor estudio y reglas, que la mayor parte de los oficios mecánicos o prácticos, los cuales las han menester absolutamente.
De donde se colige, cuán importuna sea la distinción de artes liberales y mecánicas; como si fuera posible escribir, o estampar un libro sin el mecanismo de la escritura, o de la imprenta.
Yo no quiero detener a los lectores en referir por menor las razones, de que se vale Ríos; aunque conozco su buen celo, y que se dejo llevar del modo de discurrir del siglo, en que vivió.
Mejores son los fundamentos, en que apoya su exhortación al trabajo, sin exceptuar alguna de las clases: hablando con caballeros, hidalgos, pecheros, y mujeres de las referidas jerarquías; haciendo la mayor invectiva contra la ociosidad.
Sean en hora buena tenidos como mecánicos y serviles aquellos menestrales, que obran a ciegas en su oficio, sin regla ni dirección del dibujo; porque estos verdaderamente, aunque se ocupen en la misma pintura, no deben gozar del concepto y estimación de Pintores, como le reflexionaron Francisco Pacheco, Don Antonio Palomino, y otros.
Mi intento en este discurso es excitar a cuantos profesan las artes y oficios en España, a que se dediquen al dibujo, y ejerciten los oficios respectivos bajo de sus reglas, simetría, y proporciones.
Tales artistas dibujantes están verdaderamente comprendidos entre las profesiones honradas, o decentes; aplicando con utilidad las reglas a toda especie de maniobras.
Ya preveo una réplica, que harán los defensores de la flojedad, aunque por fortuna no espero se atrevan; censurando, como tarea importuna, la que tanto se recomienda en este discurso, de que los artistas españoles generalmente hayan de aprender el dibujo, y fatigarse en un estudio tan difícil. Alegarán, que hasta aquí las han ejercido con acierto, sin necesidad de aprenderle precisamente.
Ojalá probaran la verdad de todos los extremos de la réplica. Sería un privilegio especial de nuestra nación, poder ejercitar perfectamente las artes, sin tener el trabajo, que otras en aprender todas las partes, de que constan sus principios.
Se engañan sin duda tales protectores de la ociosidad. Nuestros mayores eran aventajados en el dibujo, como se ve en lo correcto de sus obras, y en la invención de muchas máquinas importantes al progreso de las artes, y aun de la agricultura, minería, y beneficio de metales; y de otras primeras materias de las mismas artes. En los últimos tiempos, luego que se abandonó su enseñanza, decayeron los oficios en España a un punto lastimoso.
Esta decadencia llegó al extremo de ponerse en el mayor abatimiento, miseria, y desprecio estos oficios, por la rudeza de los artesanos.
Si se hubiesen de dejar las artes abandonadas en el estado que tienen, sería ciertamente fatiga inútil aprender el dibujo. Semejantes exhortaciones a la desidia no son decentes a un español, ni ventajosas al común.
Para ser derrotado del enemigo no necesita un ejército de la Táctica. Los que piensan seriamente en vencer, han de acostumbrar en la paz sus tropas a las ásperas faenas de la guerra; y ensayarlas con ejercicios, escuelas, y campamentos en cuantas maniobras conducen a defenderse, y atacar victoriosa, e intrépidamente a los enemigos del Estado: de suerte que la exacta disciplina del Ejército en tiempo de paz anhele tener delante los enemigos, para hacerles conocer la ventaja de su instrucción, y honrado modo de pensar.
Los desidiosos buscan modos de reprender la enseñanza; y no reparan en el riesgo, que corre el Estado. Lo mismo tiene lugar en todas las demás profesiones; por ser contra el decoro de una nación pedir relojes fuera; por no aplicarse a trabajarlos.
Las mismas ciencias no se aprenden con sofisterías y estudios formularios; ni se permite, que los profesores se den al juego, al ocio, a la murmuración, y a otras malas propiedades: muy contrarias al carácter nacional, que es honrado y serio.
Quien declamase contra la aplicación, y recogimiento de la juventud estudiosa, dirigida por un buen método de estudiar, y excelentes catedráticos; más debería ser considerado, como enemigo de la patria, que como ciudadano. Es necesario un estudio tenaz, sólido, y filosófico sobre las fuentes, como clamaba Luis Vives más ha de dos siglos, aunque sin todo el fruto que deseaba.
El dibujo es el padre de los oficios prácticos, y sin él nunca podrán florecer. Todo lo que actualmente se adelanta en España en estos ramos de industria, es debido a la Academia de las artes; y a las que se van estableciendo a su imitación en Sevilla, Zaragoza, Valencia; en que la juventud aprende metódicamente el diseño.
Como es más fácil censurar que trabajar, hay un axioma común entre los desidiosos, para apartar a la juventud de los estudios varoniles y serios, y aun de cualquier otra aplicación, que esté olvidada o descuidada en España.
Motejan de novedad a aquellos estudios, que no son triviales y comunes, o ellos ignoran. Unos callan por prudencia, cuando oyen tales conversaciones, por no entrar en disputas apasionadas; y otros son seducidos al peor partido por falta de conocimiento propio en la materia. Muchas veces atrasa una nación sus progresos, no a impulsos de sus enemigos, sino por preocupación de los propios naturales del país.
El que ignora el dibujo, nada pierde, porque otro le aprenda; antes le hallara más hábil, y diestro luego que sea oficial, o maestro para las obras que le encargare.
Que se queje un aprendiz tierno de las dificultades, que al principio encuentra en los rudimentos de su arte u oficio, no es extraño; ni que un niño llore, quando le azota el maestro, porque no lee.
Lo que sí no debe sufrirse es, que hombres preciados de críticos o por mejor decir de aristarcos, vituperen la instrucción sólida de los que se dedican a las artes, y ciencias; erigiéndose en defensores de la desidia, y falta de instrucción necesaria. Mucho más reparable es, que no conozcan ellos mismos cuanto crédito pierden voluntariamente por su maledicencia.
Para que nadie se deje halucinar en tan importante asunto, he querido tomarme el trabajo en el contexto del discurso, de probar la necesidad del dibujo con escritores españoles, que le poseían con perfección; y que tampoco tienen para los censores la tacha de extranjeros, o de modernos. Aunque no puedo alcanzar, en que se fundan hombres cuerdos, para creer que los extranjeros no puedan adelantar tanto como nosotros; y aun más en algunos países, donde la educación y el conocimiento de las artes, y ciencias está más adelantado.
Tampoco veo, que los modernos, aprovechandose de los descubrimientos de los antiguos, y añadiendo su propia experiencia, estén imposibilitados de adelantar el modo de pensar de los antiguos. Pues a excepción de los dogmas sagrados, y decisiones de la religión, no fueron infalibles; según la sabia observación, que al intento hace el político Don Diego de Saavedra, que era español, conocía otras naciones; y ya en su tiempo oía sin duda tales réplicas: a la verdad pueriles, y faltas de meditación.
Cuanto más se adelanta la edad del mundo, se multiplican las experiencias y conocimientos humanos, de donde derivan siempre sus aciertos y sus progresos las artes especulativas, y prácticas.
Ninguna de ellas puede lograr su perfección sin reglas, que participen de la teórica, aplicada a las combinaciones de cada oficio.
Puede ser mayor o menor la necesidad de las teóricas: mas nunca saldrían de la infancia las artes, que se enseñasen por un mecanismo tradicionario.
O se derivan las artes de la parte espiritual discursiva y racional del hombre, y estas son las que se llaman propiamente ciencias. En estas gobierna la critica y la buena lógica, que es una especie de dibujo intelectual, que regula las ideas, las compara, y de su resultancia y paralelo deduce las consecuencias, para no confundir los objetos que examina.
En el presente discurso no se trata de la educación relativa a las ciencias. Este es objeto, que reservo para otro tiempo; si me hallare con fuerzas Y caudal de ingenio para tamaña empresa.
Así me ciño a las artes y oficios prácticos, de que necesita toda ciudad, o república bien gobernada.
Las artes prácticas u oficios traen su inmediato origen de los sentidos; y cada uno obra o influye en ellas respectivamente, según las mayores facultades y energía de los de cada artista.
El ciego no juzgará bien de los colores; ni el sordo dará a la música adelantamientos tónicos.
La mayor o menor perspicacia y disposición de los hombres en uno u otro arte, depende de su organización y sentidos corporales. Esta disposición de percibir con más facilidad, inclina naturalmente a los muchachos a dedicarse con preferencia a uno u otro oficio; y en ello deben por la verdad poner la mayor atención los padres o tutores, y aun los maestros, al tiempo de recibir los aprendices. Cuando los sentidos resisten, rara vez adelantará el muchacho en oficio, repugnante a su naturaleza.
Muchas personas celosas desearían, que la enseñanza y policía de los oficios se arreglase prontamente, y de todo punto.
Otros dirán acaso al leer este discurso: bueno sería todo esto; pero no se hará. ¿Quién se ha de entender con tantas gentes, y de tan diversas especies y costumbres, para sujetarlos a unas reglas tan estrechas?
Es muy común este género de expresiones, y de no muy difícil hallazgo. Harían ciertamente mejor tales censores, en estudiar bien la materia; y en exhortar de su parte a los artesanos, Magistrados, y demás que tienen intervención en los negocios públicos, a que llevasen adelante tales ideas, o alguna de ellas; porque eso se tendría adelantado: en lugar de enfriar el ánimo de los lectores y oyentes, e inclinarles a la indiferencia, que actualmente se suele experimentar en algunos, que parece están dedicados al ocio, y a estorbar con la censura arbitraria todo lo que se promueve, y en que no tienen parte, ni han meditado con la debida atención.
Si se encomendase a una persona sola reformar los abusos de los oficios, y cuidar de su policía, correría muy bien la réplica.
Si se intentase obligar a los actuales maestros, que ignoran el dibujo, a que tratasen de aprenderle; también tendrían disculpa, los maestros, pero no ellos, para quejarse.
Lo que se intenta en el presente plan, es aclarar los medios, de que la enseñanza, los exámenes, y los auxilios conduzcan todos los oficios por su propio impulso a un estado de perfección, que ahora les falta; sin perjuicio de los artesanos que sobresalen por su extraordinario ingenio, y feliz aplicación al dibujo.
No basta, que las cosas sean necesarias y útiles: es preciso conocerlas, y saberlas aplicar por reglas y sistema ordenado a cada oficio.
Si se hubieran dedicado nuestros políticos que se hallan libres de ocupaciones gravosas, y en estado de fomentar las artes, a indicar los caminos verdaderos de conseguirlo; y prestado los auxilios necesarios, que tuviesen de su parte, excusarían esta réplica. Porque el éxito les habría desengañado, y hecho ver la posibilidad; siempre que ellos tomasen los verdaderos caminos: en lugar de abultar imposibilidades, que han vencido otras naciones, y algunas de nuestras provincias están actualmente superando.
Los oficios ya están conocidos por la mayor parte en el Reino. En este papel no se trata de inventar desde luego cosas nuevas; sino de promover con sistema lo mismo, que ya tenemos; aunque imperfecto por falta de un impulso nacional y constante.
Aún cuando no se remedie todo de una vez, que no es de esperar en cosa alguna humana, se dan las proporciones de irlo logrando paulatina y sucesivamente. Al mismo fin se descubren las preocupaciones vulgares, más favoritas: a que principalmente deben atribuirse las primordiales causas del atraso, que padecen estos importantes ramos de la industria popular de los artesanos.
Y como es más fácil criticar o añadir, podrán aquellos que aman la patria, tomar este asunto por partes, e irle adelantando: con lo qual voy a proponer un ejemplo, aplicable a los demás oficios.
El que buscáse el tratado del oficio del sastre en los idiomas, en que se haya escrito de él, le traduzca, y reúna toda la materia en cuerpo de obra; examine todas las diferencias de vestidos conocidos y usuales de la nación, y los heroicos o forasteros, que se usan en el teatro; las voces propias de la sastrería en nuestro idioma: haga dibujar sus instrumentos, y las más esenciales operaciones: recoja un ejemplar de las ordenanzas, con que en cada país se gobierna este importante gremio de artesanos, y las coteje con las que observan en Madrid; hará una limosna al común de estos artesanos; reuniendo para su uso todos estos diseños e instrucción.
De ese modo a poca costa les pondrá delante la luz y los medios de perfeccionarse. Tratando con los maestros de mejor gusto en la sastrería; entenderá los defectos políticos o propios del arte para escribir con acierto lo que crea conducente a mejorar los profesores de este oficio.
En Francia Mr. de Garsault publicó l'art du Tailleur, o el arte del sastre, y le imprimió en París el año de 1768 en folio, bajo la dirección de la Academia de las ciencias; cuyo sabio e ilustre cuerpo no se desdeña de corregir, animar, y concurrir a los tratados, que se publican de los oficios en aquella corte.
Este tratado de Garsault comprende el oficio del sastre, que viste a hombres, en once capítulos.
El sastre que viste a mujeres y niños: el arte de la costurera y la modista están a continuación, y en capítulos particulares, con sus explicaciones.
Se dan noticias al principio por Garsault de las ordenanzas, aprobadas por los Reyes de Francia a los gremios de sastres; y en fin toda aquella instrucción histórica, que puede conducir al orden y a la claridad de la materia.
Guiado de este tratado, y de otros un hombre de celo, podrá dar a la nación una obra importante sobre aquel oficio, y sus ramos subalternos; informándose al mismo tiempo de los maestros y personas, que le profesan entre nosotros.
Oirá al mismo tiempo de su boca los abusos, que reinan en el gremio; advertirá las ropas hechas, que contra las leyes entran de fuera por no promover sus intereses los profesores de sastrería; y por la escasez de los oficios subalternos de bateras y modistas; que ahora se van estableciendo en conocida ventaja de nuestra industria nacional.
Dirá alguno tal vez: ¿luego el sastre y el zapatero necesitan de dibujo? y creerá ser idea nueva cargar a estos artesanos con reglas. Otros lo han pensado ya, y así lo hacen en varias partes de Europa.
Haciendose lo mismo en cada oficio por algún hombre diligente y amigo del país, se ha de llegar más en breve a la perfección de las artes; que con esparcir críticas arbitrarias, y abultar imposibles en lo que desde luego se conoce tan asequible aquí, como en otro cualquier país del mundo.
La España tuvo en lo antiguo muchas más fábricas y oficios. Si los antiguos pudieron exceder a otras naciones, ¿por que ahora nos hemos de tener por negados, para igualarlas?
Y por fin si no aciertan los declamadores a promover el bien de sus conciudadanos: a lo menos dejen intentarlo a otros, que abran el camino; y no inspiren a la gente incauta el abandono o la pereza; ni prediquen la ignorancia: bastante pocos, para introducir semejante contagio entre los hombres:
- Sicut grex totus in agris
- Unius scabie cadit, et prorrigine porci;
- Uvaque conspecta livorem ducit ab unâ.
Los Moros no nos hacen más daño con sus hostilidades, que las especies que se propaguen, para disculpar la ignorancia, y alagar la inacción. Todos los que no promueven la ocupación de las gentes, no conocen el interés verdadero del público, ni el de su patria. Hago la justicia a los que discurran de otro modo, que su objeto no se encamina a dañar, aunque tales opiniones perjudiquen realmente en el público contra su intención.
Cuando la desidia ha echado raíces hondas, cuesta trabajo hacer entender las verdades, la Utilidad, y el arreglo moral de las gentes.
- Cum ventum ad verum est; sensus moresque repugnant,
- Atque ipsa utilitas, justi prope mater & aequi.
- Horat. Serm. lib. 1. satyr. 3.