Doña Beatriz de SilvaDoña Beatriz de SilvaTirso de MolinaActo I
Acto I
Tiros de artillería;
música de todo género;
fiestas de dentro,
y saca SILVEIRA sobre los
corredores de arriba, a un lado,
una bandera con las armas de Portugal y Castilla
SILVEIRA:
La hermosa doña Isabel,
infanta de Portugal,
que va a dar mano de esposa
al segundo rey don Juan,
nieta del rey don Duarte
hija de aquel capitán
que con la cruz portuguesa
ganó renombre inmortal,
¡viva siglos infinitos
por gloria de nuestra edad!
Disparan y tocan chirimías
VOCES:
¡Vivan don Juan e Isabel (-Dentro-)
por Castilla y Portugal!
Al otro lado saca arriba OLIVENZA
otra bandera con
las armas de Portugal y del Imperio
OLIVENZA:
La infanta doña Leonor
que gloria a estos reinos da
y a Federico tercero,
que del imperio alemán
es monarca, llama esposo.
¡Viva!
VOCES:
¡Viva! (-Dentro-)
OLIVENZA:
Desde el mar
toquen festivos clarines,
que a ellos responderá,
con marciales intrumentos,
Lisboa. Éntranse los de arriba
SILVEIRA:
Haced disparar
las piezas de este castillo. Música y tiros
VOCES:
¡Alemania! ¡Portugal! (-Dentro-)
Salen don JUAN y don FERNANDO
JUAN:
Dejad las festivas voces
crüeles, que atormentáis
un alma, entre amor y celos,
hecha esfera de un volcán.
No disparéis culebrinas,
o con ellas me apuntad
al corazón, que hecho piezas
suspira por su mitad.
vuestra galas son mi luto,
vuestras fiestas mi pesar,
vuestras bodas mis obsequias;
sin Leonor no vivo ya.
FERNANDO:
Mirad don Juan de Meneses,
que dais nota en la ciudad
con esos locos extremos,
y que en vos parecen mal.
Atentos en vos reparan
cuantos castellanos hay
en Lisboa, a quien envía
por su esposa, el rey don Juan.
Encubrid vuestras pasiones,
o, si amigo me llamáis,
decidme la causa de ellas,
que ofendéis nuestra amistad.
JUAN:
Conde ilustre de Arroyolos,
¿para qué me preguntáis
lo que a voces manifiestan
mis desdichas?
FERNANDO:
Un año ha
que de estos reinos, y vos
ausente, troqué la paz
en África, por la guerra
que eterniza a Portugal.
Libre entonces os dejé
sin que arpones del rapaz
pudiesen en vuestro pecho
sus ciegas llamas lograr.
Si agora, pues que he venido,
olas al mar aumentáis,
quejas de viento, a los vientos,
sin que os merezca sacar
la causa, ignorarla es fuerza.
JUAN:
¡Ay, don Fernando!
FERNANDO:
¿Qué hay?
JUAN:
El médico por el pulso
conoce la enfermedad;
todo es pulsos un celoso
que son fuego de alquitrán
los celos, y humo de Amor
de sus incendios señal.
Mas, pues, no sabéis la causa
de mis ansias, escuchad;
que mi pena, hasta aquí muda,
ya revienta por hablar.
Después que al rey don Duarte,
que de Dios gozando está
para luto de estos reinos,
llevó la muerte voraz,
entre los pequeños hijos,
ramo de su tronco real,
que nos dejó para alivio
de su triste soledad,
fueron. El rey don Alonso
el quinto, en tan tierna edad
que aún cinco años no tenía,
dejándonosle en agraz,
y doña Leonor, su hermana,
que, de cuatro años no más,
como el sol, nos amanece
sobre su cuna oriental.
Quedaron los dos a cargo
del duque de Guimarán
y de Coimbra, tío suyo,
espejo de la lealtad.
Púsoles casa, y a mí
casi en los años su igual,
me introdujo su menino;
yo muchacho, Amor rapaz;
criéme, con la licencia
que suelen los años dar,
con el rey y con la infanta,
privando entre los demás;
tanto, que sin mí los dos
no acertaban a jugar,
ni les supo cosa bien,
ni en mi ausencia hubo solaz.
Pero, quien se aventajaba
en mostrarse liberal
dándome favores tiernos,
que en desdichas vuelto se han,
fue la infanta, mi señora,
comenzando Amor rapaz
entre niños, a ser niño;
fue creciendo, viejo es ya.
Mil veces por el jardín,
entre calles de arrayán
y murtas, cogiendo flores
se vinieron a encontrar
las manos, al elegir
ya el clavel, ya el azahar,
abrasando a fuego lento
su nieve mi voluntad.
Y si entonces daban glorias
estos encuentros, ¿qué harán
cuando saliendo del nido
sepa el ciego dios volar?
Mil veces, que a los colores
jugamos, sentí enlazar
entre favores de cintas
mi crédula libertad
que sin saber los peligros,
como el pájaro que va
al reclamo que le burla,
quise bien, salióme mal.
Crecimos y creció el fuego,
volviéndose en natural
la costumbre poderosa;
y cuando a filosofar
comenzaban mis discursos
en alegre facuitad
de amor, todo sutilezas,
que inventa la ociosidad.
Con los años en la infanta
creciendo el respeto real,
crecieron los imposibles,
avaros en ver y hablar.
Desde entonces comencé,
Fernando, a experimentar
los efectos de mi fuego,
leve hasta allí, ya alquitrán.
Tuve celos, desveléme,
versos hice, di en rondar,
saqué galas, lucí motes,
frecuenté la soledad,
y otros varios ejercicios
de esta profesión; juzgad
con tales huéspedes, conde,
qué tal mi alma estará.
Las veces que, desde entonces,
permitió la autoridad
de la infanta y sus retiros,
para asistirla lugar,
con equivocos favores,
con afable gravedad,
tuvo en pie mis pensamientos
y mi amor entre el compás
de esperanzas y recelos
non plus ultra de este mar,
puesto que juzgaréis loco
un amor tan desigual;
pero, no tanto, que dado
que es rama de un tronco real
y de Duarte heredera,
dio a mi sangre calidad
el conde de Portalegre,
primero, heroico Anibal
en las guerras, y del rey
don Pedro hijo natural.
Abuelo materno mío
fué el marqués de Villareal,
descendiente de Diademas
Augustas, cuya igualdad
y la de mi amor perdido
pueden, conde, disculpar
altiveces de mi empleo,
si amor es temeridad.
En efecto, llegó el fin
de mi vida, ya se va
la infanta doña Leonor
a Alemania, a coronar
por fénix de Federico
y por sol que osen mirar
las dos cabezas de un cuerpo
blasón del ave imperial.
Ya se parte de Lisboa,
ya, conde, se va embarcar
sobre los hombros del Tajo
que, de perlas y coral
guarneciendo su cabeza,
celos tiene, porque el mar
en sus brazos la reciba
y su azul hurtando está,
como yo, que, imagen suya,
de los muros de San Gian,
arrojándome a sus olas,
mi fuego he de sepultar;
pues en mortajas turquíes
bien los celos morirán
que me abrasan, si para ellos
no es poca su inmensidad.
¡Hoy muero, hoy fenezco, conde!
FERNANDO:
Los imposibles, don Juan,
cuando es discreto el amante,
redimen la libertad;
no lo ha sido vuestro amor,
su bien pudo recelar
tan remontados enipleos;
mas serálo desde hoy más,
que es la infanta emperatriz
sol que nació en Portugal
y va a derretir la nieve
del venturoso alemán,
de quien antípoda sois;
y, pues a oscuras quedáis,
a otra luz, no tan difícil,
si sois cuerdo, os alumbrad,
y Leonor goce mil años
el tálamo conyugal
del tercero Federico
que la aguarda en Aquisgrán.
JUAN:
Ya van saliendo las damas.
FERNANDO:
¡Brava salva! Música y tiros
JUAN:
Imitarán
a mis suspiros, que encienden
celos, xonde, de alquitrán.
Salen don Pedro PEREIRA Y don PEDRO Girón y en medio doña BEATRIZ de Silva, de camino, todos muy bizarros
PEREIRA:
Cuando en público acá la infanta sale,
un caballero solo ocupa el lado
de la dama a quien sirve, porque iguale
el premio de su dicha a su cuidado;
mi amor quiere que en ello me señale,
y la presente suerte me ha costado
un año de servicios y desvelos
que aumentan ya esperanzas y ya celos.
Si allá en Castilla, noble caballero,
no se practica este uso cortesano,
ya que os aviso, aconsejaros quiero,
dejéis el puesto que ocupáis en vano.
PEDRO:
Nunca es blasón el término grosero,
que acostumbra el que es noble castellano,
que la corte del rey don Juan segundo
puede enseñar mesura a todo el mundo.
Esa ley, que contáis por maravilla,
es muv antigua allá y hala heredado
Portugal, de la corte de Castilla,
como el reino también, antes condado.
Obligación os corre de cumplilla;
pues siendo negligente enamorado
ni el uso que alegáis es de provecho,
ni a este lugar, por hoy, tenéis derecho.
Yo le ocupé primero y daré nota
de para poco, si por vos le dejo.
PEREIRA:
¿Sabéis quién soy?
PEDRO:
Nunca eso me alborota;
seréis de sangre y de valor espejo.
PEREIRA:
Soy nieto del que os dio en Aljubarrota,
mozo en el brío si en los años viejo,
noticia de la sangre de Pereira.
PEDRO:
La hazaña saldrá aquí de la Forneira
que hacéis de blasonar esa victoria,
propio del pobre, cuya corta hacienda
no se le cae jamás de memoria,
y más cuando se cifra en una prenda;
hidalgo parecéis de ejecutoria
que no hay corrillo, calle, plaza o tienda,
donde venga ó no venga, dando enfado,
no salga el pergamino iluminado.
Castilla tantas veces ha vencido
a Portugal, desde su rey primero,
que la memoria de ellas ha perdido,
aunque no vuestra sangre, nuestro acero.
Pero, por qué del caso hemos salido,
si vos hidalgo sois, yo caballero;
si vos Pereira, yo Girón, que enseña
los tres, blasón antiguo del de Ureña.
Si vos acción tenéis a la ventura
que se me sigue de este hermoso lado,
yo le adquirí primero, y no es cordura
el ser tras negligente, mal crïado. A ella
Pero por no ofender vuestra hermosura,
hermoso sol de quien será traslado
el del cielo, decid pues se os concede
quién gustáis que se vaya y quién se quede.
PEREIRA:
A no haber señalado juez tan presto
yo, castellano, a hablar os enseñara,
menos despreciador y más modesto,
y del lado o la vida os despejara;
mas, pues en tales manos habéis puesto
la justicia y acción que alego clara,
de ella y de vos, señora mía, espero
el mal despacho de este caballero.
BEATRIZ:
Fidalgos, siempre fue consejo sano
no juzgar entre amigos, quien no intenta
perder el uno, y más en día que gano
tanta honra y con los dos voy tan contenta.
A don Pedro Girón, por castellano
a cuyo reino voy, me corre cuenta
como a huésped servirle y serle afable,
si la ley del hospicío es inviolable.
A don Pedro Pereira también debo,
por deudo, conterráneo y pretendiente,
toda correspondencia y no me atrevo
pagar su honesto amor ingratamente;
dos Pedros a mi lado, ilustres, llevo,
cada uno galán, noble, valiente,
sin saber, cuando tanto entre ellos medro,
distinguir lo que va de Pedro a Pedro.
Y así, porque ninguno quejas tenga,
ni yo pierda la dicha de tal lado,
dispénsase esta ley. Cada uno venga
en el puesto que halló desocupado.
PEREIRA:
Con vuestro gusto es bien que me convenga,
pues estoy en el sitio mejorado,
que si el derecho es, con tal cosecha,
tendré en serviros buena manderecha.
PEDRO:
Yo, que al izquierdo voy, no creo que pierdo
la acción de venturoso, pues me cabe,
el corazón, que yendo al lado izquierdo
podré experimentar tierno y süave.
PEREIRA:
Más noble es el derecho.
PEDRO:
Si sois cuerdo
ved que del corazón gozo la llave.
PEREIRA:
Sabréosla yo quitar.
BEATRIZ:
Hidalgos, paso,
que me descuartizáis a cada paso.
JUAN:
¡Oh hermosa hermana! En fin Castilla puede
prívándonos de vos dejarnos solos.
FERNANDO:
En noche triste nuestro reino quede,
pues se le ausentan juntos tres Apolos.
BEATRIZ:
Ese título solo se concede
a las infantas, conde de Arroyolos,
que en mí no caben excelencias tantas.
FERNANDO:
Reina en belleza sois, si ellas infantas.
BEATRIZ:
Señor don Juan, ¿con tal melancolía;
¿Tan llano traje, cuando el mundo os loa
por Adonis en gala y bizarría
y es ramillete del placer Lisboa?
¿En tanto gozo, en tan festivo día,
que no hay en tierra coche, en mar canoa,
que desde el tope hasta el humilde lastre,
telas no arroje, púrpuras no arrastre?
¿Vos sin una señal, sin una pluma
con que escribáis en el papel del viento
de esta jornada la felice suma,
asunto ilustre a tanto pensamiento?
JUAN:
Borde, doña Beatriz, cándida espuma
el turquesado y húmedo elemento,
y brille al sol su inquieta superficie,
porque del mar celosa llore Clicie.
Retrate a abril y mayo el cortesano,
y en varios campos recamados pinte,
siendo abeja oficiosa, que el verano
flores de seda coge, que hizo el tinte;
y mientras, envidioso el tiempo cano,
perfiles de oro en años no despinte,
ni los países de la edad destemple,
pues es la juventud pintura al temple.
Quien gustos logra y al pesar no ha visto
dé galas al Amor, plumas al viento,
que, si con ellas veis que me enemisto,
siento esta ausencia y visto como siento.
BEATRIZ:
En fin ¿no hacéis jornada?
JUAN:
Aquí resisto
ímpetus de un ligero pensamiento
que me quiere llevar sobre sus alas,
y a pesar del pesar envidia galas.
BEATRIZ:
Yo a Alemania creí que ennobleciera
vuestra gentil presencia y nobles años,
y que la emperatriz os persuadiera
a su asistencia.
JUAN:
Todos son engaños;
mas vale, hermana, que entre ausencias muera,
que no entre irremediables desengaños. Disparan
FERNANDO:
Hermosa confusión.
PEDRO:
Célebres fiestas;
la emperatriz y reina son aquéstas.
Salen Doña LEONOR y Doña ISABEL muy bizarras, de camino
LEONOR:
En fin, Portugal, que os dejo;
que me parto, Lisboa, en fin.
OLIVENZA:
Llorando y riyendo el Tejo,
de escamas de oro un delfín
rompe en el cristal su espejo,
creyendo que ha de llevar
á Vuestra Alteza á embarcar;
llore nuestro Tejo y ría,
pues pierde y goza en un día
el sol que le usurpa el mar.
ISABEL:
¿Desde aquí hasta Aldea Gallega
hay tres leguas de agua solas?
PEDRO:
Tajo a vuestra alteza ruega
que pise plata en sus olas
y la lengua humilde llega
conque lisonjero lame
la arena para que os llame
y a que la piséis os lleve.
ISABEL:
Quien a dejarle se atreve
bien es que otro mar derrame.
PEDRO:
Antes de veros partir
de aquí aumenta su placer,
y vos le podéis seguir,
si en Cuenca le veis nacer
ya que aquí le veis morir;
que estimará en mucho el Tejo
que, mirándoos en su espejo,
le gocéis, dándole nombre,
niño en Cuenca, en Toledo hombre
y en nuestra Lisboa viejo.
A doña LEONOR
OLIVENZA:
Hora es ya que vuestra alteza
se embarque, porque el mar, rico
en poseer tal belleza,
aseguró a Federico
tranquilidad y llaneza. A doña ISABEL
SILVEIRA:
Ya es hora de que piséis
un barco sobre que honréis,
desde la quilla a la gavia,
de Tiro, esquilmos y Arabia. A doña LEONOR
PEREIRA:
Gran señora no lloréis.
LEONOR:
Lisboa es merecedora
de esta amorosa señal;
pues no la ama quien no llora,
ni tiene ciudad igual
el orbe en cuanto el sol dora.
Sale el CONDE de Portalegre
CONDE:
Dénos los pies vuestra alteza.
LEONOR:
Don Diego de Silva, alegre
vuestra vista, mi tristeza,
pues Conde de Portalegre
os llama vuestra nobleza.
CONDE:
Yendoos vos, señora mía,
no me pidáis alegría.
LEONOR:
Doña Beatriz, vuestra hermana,
no quiere ser alemana
ni admite mi compañía.
BEATRIZ:
La reina, nuestra señora
doña Isabel, cuya hechura
soy, me honra consigo.
LEONOR:
Adora
Portugal, vuestra hermosura;
sin vos esta corte llora
y yo, que quiero seguilla
en esto, ya que a la silla
del imperio voy, gustara
de que Alemania os gozara
que está envidiando a Castilla;
mas pues no gustáis, adiós.
BEATRIZ:
Federico, gran señora,
al mundo deje de vos
sucesión, que cuanto dora
el sol, rija por los dos.
ISABEL:
En fin, conde, ¿acá os quedáis?
CONDE:
Alfonso, el rey, mi señor,
me lo manda.
ISABEL:
¿Y vos gustáis?
CONDE:
Pero al de Campomayor,
mi hermano, por mí lleváis;
y de su prudencia fío,
pues en mi nombre le envío,
que hará como portugués.
ISABEL:
Don Alfonso Vélez es
buen lleno de tal vacío.
LEONOR:
Pues, don Juan ¿vos solamente
ni me habláis, ni os despedís?
JUAN:
No es la lengua suficiente
a explicar, cuando os partís,
lo mucho que el alma siente;
y pues viéndoos mudo quedo,
y todo lo que decir puedo
y vuestra alteza advertir,
juzgue que llego a decir
cuando aun lo posible excedo.
Mudo el pesar me consuma
con que triste os reverencio
mas vos me entendéis, que, en suma,
a veces habla el silencio.
más que la lengua y la pluma.
LEONOR:
Ni os despidáis, ni deis nombre
de ausente, ni así os asombre
la navegación que sigo;
porque quiero que conmigo
vengáis, por mí gentilhombre.
Juntos nos hemos crïado;
lo que la niñez imprime
nunca el tiempo lo ha borrado;
ella da causa a que estime
la fe que me habéis mostrado.
En mi nave os embarcad.
JUAN:
Ponga vuestra majestad
esos pies en estos labios,
pisará en ellos agravios
de una necia liviandad
que estuvo desconfïada
de tal merced y favor,
y ya vive restaurada.
LEONOR:
Don Juan, simpre os tuve amor;
servidme en esta jornada.
ISABEL:
Vuestra majestad me dé
licencia y brazos.
LEONOR:
Mejor
pena y lágrimas daré
en empeños del amor
que, desde niña, cobré
a vuestra majestad.
ISABEL:
Diga
el sentimiento que obliga
en mis ojos a llorar,
gran señora, mi pesar.
LEONOR:
¡Ay prima, ay reina, ay amiga!
Vuestra majestad se queda
en España, que reporta
su pena y lágrimas veda,
pues, ¿con jornada tan corta
qué mal hay que durar pueda?
Mas yo, que desde el oriente
de nuestra patria excelente,
por tanto piélago paso
hasta el alemán ocaso,
lloraré más justamente.
ISABEL:
Presto se consolarán
con un monarca del mundo
llantos que penas nos dan.
LEONOR:
Del rey don Juan el segundo
gocéis un tercer don Juan,
señora, que os dé a los dos
un nuevo orbe.
ISABEL:
Y nos deis vos
un sol en la imperial silla.
LEONOR:
¡Adiós reina de Castilla!
ISABEL:
Augusta alemana ¡adiós!
Por diferentes puertas se entran las dos y todos los demás con mucha música tiros, y quédase don JUAN
JUAN:
Muy enhorabuena vayas,
bello Fénix portugués,
esfera y patria de amor.
Mayo augusto, real vergel;
vayas muy enhorabuena
premiadora de mi fe,
alivio de mis congojas,
cifra de todo mi bien,
Leonor, honor de este siglo.
Celoso desesperé,
cuando, piadosa, cortaste
a mi garganta el cordel;
por tu gentil hombre gustas
que vaya contigo, iré
Leonor, por tu nombre gentil,
pues como tal he de hacer
altares en que idolatre
en ti mi amor, siempre fiel,
sin que se atreva mi vida
a otra imagen, a otra ley.
Sale MELGAR
MELGAR:
Par Dios, señora Lisboa,
que desde este día no de
un zeoti de Portugal
por toda vuesa merced.
Sin Leonor se queda A oscuras,
desierta sin Isabel,
en el limbo sin Beatriz
y viuda sin todas tres.
JUAN:
¿Qué es esto Melgar?
MELGAR:
Desdichas.
JUAN:
¿Desdichas? ¿Cómo o de qué?
MELGAR:
Bueno es el qué que preguntas.
¿Qué fidalgo, hombre de bien
o de mal, hay en Lisboa;
qué sucesor de Moisén;
qué mercader a caballo
o qué caballero a pie
que sus lacayos no vista,
pues desde el pícaro al rey
con galas hacen la corte
un tablero de ajedrez?
¿Es hoy día de bayeta?
Cuantos muchachos me ven
me tiran de pepinazos,
llamándome, y hacen bien,
paje o lacayo de réquiem.
JUAN:
Desesperarme pensé;
corté luto a mi esperanza,
marchitábala un desdén,
mas ya salió de peligro,
dame galas, mudaré
el traje con los pesares;
plumas vengan, porque den
alas a mis pensamientos.
MELGAR:
¿Burlámonos?
JUAN:
Anda, ve.
MELGAR:
¿Qué color?
JUAN:
Azul y plata.
MELGAR:
¿Celos castos? ¡Oh, que bien!
¿Qué plumas?
JUAN:
Del color propio.
MELGAR:
Y yo ¿qué me vestiré?
JUAN:
El que llevé de camino,
cuando partí a Santarén.
MELGAR:
Ya se me folija el alma;
y luego, ¿qué hemos de hacer?
JUAN:
Embarcarnos con la augusta.
MELGAR:
¿Cuándo?
JUAN:
Al punto.
MELGAR:
¿Luego?
JUAN:
Pues.
MELGAR:
¿Qué correncia te da prisa?
JUAN:
Esto manda una mujer.
¿Mujer dije? Un cielo, un ángel.
MELGAR:
Patudo, si tiene pies.
JUAN:
La emperatriz me ha ordenado
que fin a mis penas dé,
y por gentilhombre suyo
vaya a Alemania.
MELGAR:
Hace bien;
pero, quítale el gentil
y por hombre suyo ve.
JUAN:
¡Ay, cielos!
MELGAR:
Diablos son bolos,
virla y prueba; pero, ven,
si es que habemos de vestirnos.
JUAN:
Amor, como alas me des,
Ícaro, me atrevo al sol.
¡Ojalá me abrase en él!
Vanse.
Salen don Pedro PEREIRA y don FERNANDO
PEREIRA:
Aguas del Tejo doradas,
que con las del mar tejéis
listones de azul y plata,
parad el curso, tened.
La hermosura se nos huye,
la discreción, el placer,
con doña Beatriz de Silva
si su asistencia perdéis.
No crezcáis con la marca;
vuestro cristal en sus pies
sirva de grillos piadosos;
¡corréos aguas de correr
a desterrar vuestra dicha!
que para tanto inierés
honra es el volver atrás
si acá con ella volvéis.
FERNANDO:
¿Por qué, pródiga Lisboa;
ínclita ciudad, por qué
pobre atreves a quedarte
y a otros vas a enriquecer?
Si a Leonor das a Alemania,
como a Castilla a Isabel,
dejárasnos a Beatriz
que cifra de todos es.
PEREIRA:
Ya, Amor, pues ella se ausenta,
no os llaméis más portugués;
pasad gustos a Castilla
que aquí no los puede haber.
Galas, convertíos en lutos;
saraos, desde hoy no tendréis
el aplauso que hasta agora
veíais, pues Beatriz no os ve.
Cerrad puertas y ventanas;
cortesanos, no habitéis
corte que queda tan corta,
ausente Amor, que es su rey. Sale don JUAN muy bizarro, y MELGAR bien vestido
JUAN:
¡Oh, Conde amigo! ¡Oh, don Pedro!
A que los brazos me deis
os traen los cielos. Adiós.
FERNANDO:
Don Juan de Meneses, ¿pues,
qué mudanza repentina
tan presto os pudo volver
de triste alegre y gozoso?
JUAN:
Efectos del bien querer.
FERNANDO:
¿A dónde vais?
JUAN:
A Alemania.
FERNANDO:
¿Y tan gustoso?
JUAN:
Hay por qué.
FERNANDO:
¿Quién lo manda?
JUAN:
Quien me hechiza.
FERNANDO:
Será la emperatriz.
JUAN:
Es.
FERNANDO:
¿Lleváis esperanzas?
JUAN:
Muchas.
FERNANDO:
¿En qué las fundáis?
JUAN:
No sé.
FERNANDO:
¿Contra un águila imperial
voláis? No la alcanzaréis.
JUAN:
Es Amor sacre sublime;
empresa de su fuego es,
conde, o vencer o morir
venceréla o moriré. Tocan y disparan
MELGAR:
A leva tocan. ¿Qué esperas?
Sube, que allí está el batel
y ha de ir a la capitana.
FERNANDO:
Ventura la suerte os dé.
JUAN:
¡Adiós, fundación de Ulises!
MELGAR:
Adiós, seboso Babel,
Castillo, Plaza, Rua Nova,
Palacio, San Gian, Belén,
Cruz de Cataquifaras;
adiós, Chafarí do Rei,
bayeta, boas botas, luas,
blancos y negros también;
que voy a beber cerveza
por no olvidar el beber.
Tocan y disparan
JUAN:
Arraez la plancha, que tocan
a leva segunda vez. Vanse don JUAN y MELGAR
FERNANDO:
Alegre estruendo.
PEREIRA:
Decid
triste y así acertaréis;
pues se despuebla la corte.
FERNANDO:
Ya empiezan a descojer
linos que el viento se vista.
Si las naves queréis ver,
que ya de la barra salen,
y el barco donde Isabel
y Beatriz dan luz al Tajo,
aquí, don Pedro, os poned. Dentro con música, tiros y grita
UNOS:
¡Leva, leva!
OTROS:
¡Buen viaje!
PEREIRA:
¿Que esto nuestros ojos ven?
UNOS:
¡Alemania!
OTROS:
¡Portugal!
UNOS:
¡Viva el César!
OTROS:
¡Viva el Rey!
TODOS:
¡Castilla y Portugal, vivan!
OTROS:
¡Vivan Leonor e Isabel!
PEREIRA:
¡Viva Beatriz! Y yo muera
pero sin verla; si haré.
Vanse don FERNANDO y don Pedro PEREIRA.
Salen el REY don Juan de Castilla, don ÁLVARO DE ESTÚÑIGA y los infantes de Aragón, don ENRIQUE y don Pedro de ARAGÓN, de camino todos
REY:
Bien habemos caminado.
ENRIQUE:
De Valladolid a aquí
no has descansado.
REY:
Seguí
los afectos de un cuidado.
ARAGÓN:
Ya estamos en Badajoz.
REY:
Presto, primos, veré en él
si es tan hermosa Isabel
como publica la voz
que enamora a todo el mundo.
ENRIQUE:
Cuando sea tan hermosa
merecerá ser esposa
del rey don Juan el segundo.
Mas mucho me maravilla
que llegue a ser la fortuna
de don Álvaro de Luna
tan poderoso en Castilla,
que él solo baste a casar
a vuestra alteza con quien
no es hija de rey, ni es bien,
pues me llego a declarar,
que, cuando lo contradice
la castellana nobleza
solo por él, vuestra alteza,
estas bodas solemnice.
REY:
La infanta doña Isabel
es, pues en eso advertís,
nieta ilustre del de Avís
rey de Portugal, de aquél
que en Aljubarrota un día
a Castilla destrozó,
y con su esfuerzo borró
manchas de su bastardía.
Mas, si va a decir verdad,
y veis que por todo paso,
por don Álvaro me caso
mas que por mi voluntad;
quiérole bien y no sé
decirle a cosa de no.
ENRIQUE:
Ninguno a su rey casó,
guardando lealtad y fe,
por su elección solamente.
ARAGÓN:
Ni se elige la mujer
por ajeno parecer.
REY:
Cuerdo es Álvaro, y prudente;
no hará cosa que me esté,
primos, mal el condestable;
pero rigor es, notable,
que antes que cuenta me dé
de estas bodas, las concierte
con el rey de Portugal.
ARAGÓN:
¿Y no le estará eso mal
a vuestra alteza, si advierte,
lo que don Álvaro habrá
de esos conciertos sacado?
ENRIQUE:
Yo sé que no lo ha tratado
en balde.
REY:
Ello es hecho va.
ENRIQUE:
Bien se puede deshacer.
REY:
"Sí" que don Álvaro dió,
por mí, no puede ser, no;
quien mi amigo intente ser
de don Alvaro lo sea.
Cuando Isabel no sea tal
como afirma Portugal;
si me pareciere fea;
primero que llegue a vella,
a don Álvaro veré
que, como él contento esté
luego la tendré por bella.
ESTÚÑIGA:
Solo falta que le den
la silla y corona real.
REY:
Nada me parece mal
como a él le parezca bien.
Sale don ÁLVARO de Luna
ÁLVARO:
Vuestra Alteza, gran señor,
con sus grandes se aconseje,
y este casamiento deje,
que es; lo que le está mejor.
A don Álvaro, dé oídos,
de Estúñiga, que es justicia
mayor, y tiene noticia
de los tratos conocidos
que tengo con Portugal,
y lo que en casarle medro;
a don Enrique y don Pedro,
que me llaman desleal,
como a infantes de Aragón,
oiga también, y no pase
por conciertos, ni se case
en virtud de mi elección;
que cuando sin hijos quede,
por no casarse, aquí está
don Enrique, en quien tendrá
prenda que a Castilla herede.
Donde asiste su persona
no hace falta mi presencia;
déme su mano y licencia,
retiraréme a Escalona.
REY:
En vos se ha comprometido
mi voluntad, condestable;
murmure Castilla y hable,
que si por vos he venido
a Badajoz a casarme,
y porque agradaros trato
sin haber visto retrato
de la infanta, ni informarme
de su hermosura, o su edad,
no más de por daros gusto,
................... [ -usto]
firme está mi voluntad.
Por vida de vuestro rey
que os desenojéis.
ÁLVARO:
Señor,
el ausentarme es mejor,
que no os guardo amor ni ley,
pues contra mí os aconsejan
los tres que me han calumniado,
no he de andar a vuestro lado
mientras ellos no le dejan.
ESTÚÑIGA:
A no estar el rey delante
y respetar este puesto...
REY:
Justicia mayor, ¿qué es esto?
ENRIQUE:
Yo os buscaré.
REY:
Paso, infante,
salid los tres de mi corte.
ENRIQUE:
A salir de la lealtad
con que vuestra majestad
obliga a que me reporte,
yo mis agravios vengara;
pero, ocasión habrá alguna
en que quite de esa Luna
vuestra majesiad la cara,
y la ponga en la razón.
ESTÚÑIGA:
Luna en breve menguaréis;
que puesto que llena os veis,
estáis en oposición. Vanse los tres. Sale don PEDRO Girón
PEDRO:
Mande, señor, vuestra alteza
todos los grandes salir
si tienen de recibir
la reina, que a entrar empieza
en Castilla, y ya estará
en el río que divide
los reinos.
REY:
Si es bien se olvide
este sentimiento ya,
id, Álvaro, a recibilla;
no riñamos más los dos,
andad y llevad con vos
los títulos de Castilla,
que porque estemos en paz
y vos partáis como es justo,
que os llame su conde, gusto,
Santisteban de Gormaz.
ÁLVARO:
Besaré estos pies. Tiénele
REY:
No es bien,
cuando los brazos os doy
que mis pies, aunque rey soy,
encima la Luna estén. Vase don ÁLVARO de Luna
PEDRO:
¡Favor y dicha notable!
REY:
Contra las leyes de amar,
don Pedro me he de casar,
a elección del condestable;
y aunque el suyo es tan conforme
y tan ajustado al mío,
que de él estas cosas fío,
manda el alma que me informe
de quien su dueño ha de ser.
Don Pedro, ¿es Isabel bella?
¿Es discreta? ¿Podré en ella
mi sosiego entretener?
PEDRO:
Dos retratos traigo aquí,
que ha podido, gran señor,
el uno pintar Amor,
y la lealtad que hay en mí,
el otro...éste es de la infanta. Dale uno de los dos retratos
Vuestra majestad le vea
y la valentía crea
que se atrevió a copia tanta.
REY:
Si iguala al original
ésta, que al sol mismo agravia,
ya el Fénix faltó de Arabia
ya enriquece a Portugal.
¡Bella mujer!
PEDRO:
(¡Ay de mi! (-Aparte-)
Los retratos he trocado;
el que es hermoso traslado
de doña Beatriz, le di.
¿Qué haré?) Advierte, gran señor...
REY:
Don Pedro Girón ya advierto,
que si me ha vencido muerto
tema vivo al vencedor.
No sale en su hermosa cuna
más bello el cuarto planeta
elección, al fin, discreta
de don Álvaro de Luna.
Tan perdido estoy por él,
que si original no hubiera
o en nada se pareciera
a esta imagen mi Isabel,
aunque su amor perdonara,
a pesar de su hermosura,
adorando esta pintura
con el naipe me casara.
PEDRO:
(¡Bien mi amor ha satisfecho! (-Aparte-)
¡Bien a la reina obligado
y con el rey informado
muy bien su partes he hecho!
Quiérole desengañar
de que es de doña Beatriz,
que amor tierno en la raíz
no es difícil de arrancar.) Al REY
Considere vuestra alteza
que este retrato...
REY:
Ya sé
que me pediréis que os dé
el porte de esta belleza.
Marqués de la Mota os hago.
PEDRO:
Advierta que no es razón.
REY:
Diréis, don Pedro Girón,
que con escaseza os pago.
Nunca el amor es avaro,
y más cuando es el amor
de un rey como yo. Señor
sois de Villaescusa de Haro,
y si esto os parece poco,
pedid, que más se os dará.
PEDRO:
(¿Qué remedio? El rey está (-Aparte-)
por mi portuguesa loco;
pero, advertirle conviene
el engaño en que le he puesto.
Señor, la verdad... Suena música
REY:
;Qué es esto?
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO:
La reina, gran señor, viene,
y entra ya por la ciudad;
salgámosla a recibir.
PEDRO:
(¡Que no me ha querido oir!) (-Aparte-)
REY:
Si iguala a vuestra beldad
bella imagen, vuestro dueño,
conquiste don Juan segundo,
para que os le ofrezca, un mundo
porque mi reino es pequeño. Vanse sino es don PEDRO Girón
PEDRO:
¿Tan presto ha enternecido una pintura,
del rey el corazón, que fue diamante?
¿Libre en un punto, en otro ciego amante?
¿Y yo por descuidado, sin ventura?
Pero Amor, cuando llega a coyuntura,
introduce su forma en un instante
y obra la voluntad, si ve delante
el objeto eficaz de una hermosura.
¿Que haya podido hacer tan grave daño
el trueco de un papel pintado? ¡Ah, cielos!
Y que yo en el remedio ignore el modo.
Perderé a mi Beatriz, verá mi engaño
el rey don Juan, tendrá la reina celos
y yo, inocente, pagarélo todo.
Salen por una parte la reina doña ISABEL y doña BEATRIZ y acompañamiento, y por la otra el REYy los suyos. El REY habla a doña BEATRIZ
REY:
Vuestra alteza ha enriquecido
mi Castilla; y pues en ella
reina sol de luz tan bella,
día es ya si noche ha sido.
Lisonjero había creído
que era con vos el pincel,
y haciendo cielo un papel
consolaba vuestra ausencia.
Mas ya sé la diferencia
que hay de Isabel a Isabel.
Bella es Isabel pintada,
pues mi libertad cautiva;
pero con Isabel viva
será sombra inanimada.
Elección bien acertada
de don Álvaro de Luna,
para mi amor oportuna,
y este hemisferio español;
pues fué bien que de tal sol
fuera tercera la luna.
BEATRIZ:
Mire, señor, vuestra alteza
que no soy la reina yo,
vuestra esposa.
REY:
¿Cómo no?
PEDRO:
Aquí mi peligro empieza.
REY:
Don Pedro, ¿de esta belleza
este retrato no fue?
PEDRO:
No, señor, que le troqué
cuando turbado os le di.
REY:
(Tarde en la cuenta caí; (-Aparte-)
mal remediarme podré.) A doña ISABEL
Vuestra alteza me perdone,
que a tanta luz deslumbrado,
no es mucho me haya engañado
la que delante me pone;
y porque mi yerro abone
baste que en esta ocasión
conjeture mi elécción,
aunque avergonzada está,
¿qué tal la reina será
si tales sus damas son?
ISABEL:
No es nuevo adorar, señor,
a Efestión, yendo al lado
de Alejandro, el que ha juzgado
por la presencia el valor;
pues haciendo este favor
a doña Beatriz hermosa,
diré, sin estar celosa,
que vuestra alteza acertó
pues doña Beatriz y yo
somos una misma cosa.
REY:
Discreta habéis satisfecho
mi inadvertencia, yo sé
cómo os desagraviaré. A don PEDRO aparte
¡Ay don Pedro! ¿Qué habéis hecho?
aposentóse en mi pecho
doña Beatriz, que sosiega
de mi amor la llama ciega,
y a Isabel dejo burlada;
que el alma, como es posada,
se da al primero que llega. A doña ISABEL
Venga Vuestra Majestad.
(¡Ay engañosos despojos (-Aparte-)
que del modo que los ojos
me lleváis la voluntad!)
PEDRO:
(Celos, desde hoy castigad (-Aparte-)
mis descuidos con desvelos.)
PEREIRA:
(Si a Beatriz ama el Rey ¡cielos! (-Aparte-)
¿qué hará quien viene a servilla?)
ISABEL:
(Basta; que he entrado en Castilla (-Aparte-)
por la puerta de los celos.