Doña Beatriz de SilvaDoña Beatriz de SilvaTirso de MolinaActo III
Acto III
Una NIÑA que ha de hacer a Nuestra
Señora, dice desde arriba sin descubrirse, y responde
DOÑA BEATRIZ encerrada en el armario
NIÑA:
¿Beatriz?
BEATRIZ:
¿Quién es? ¿Quién me llama?
que con regalada voz
mortales ansias olvido
libertad es mi prisión.
NIÑA:
Sígueme.
BEATRIZ:
¿Seguirte? ¿Cómo,
si tres días ha que estoy
oprimida en la clausura
de esta obscuridad atroz?
Aquí me maltratan celos
de una reina, que al rigor
de su enojo libra llantos,
venganzas a su pasión.
Muda muero, ofensas callo,
en fe de que noble soy,
porque ignore el rey crueldades
que ha ocasionado su amor.
NIÑA:
No temas; fía en mi amparo.
Libre estás; al resplandor
de los rayos que me visten
te saca mi protección.
Ábrense las puertas y sale doña BEATRIZ
y sobre ellas en una nube se aparece una NIÑA
con los rayos, corona y hábito con que pintan
a la imagen de la Concepción
BEATRIZ:
¡Gracias al cielo que os veo
claros orbes; pero a vos
es más justo que os las de,
Alba, Estrella, Luna, Sol!
NIÑA:
¿Conócesme?
BEATRIZ:
Hermosa niña;
que de los ojos de Dios,
niña cara os considero,
no sé si durmiendo estoy;
pero, ¿qué conocimiento,
qué humana imaginación,
qué ave real no cegara
a tal luz, tanto candor?
NIÑA:
¿No me conoces, en fin?
BEATRIZ:
Regalada niña, no;
pero sí, para serviros
vuestra eterna esclava soy.
NIÑA:
¿Conoces estas colores?
BEATRIZ:
Conozco, niña, que son
lo azul celeste y lo blanco
las que mi gusto eligió,
en vanas ostentaciones
y que dieron ocasión
a no pocos disparates,
mas ya son cuerdas por vos.
NIÑA:
Sí, que son colores mías.
BEATRIZ:
Mejoraron su valor;
calificaron su estima;
honrólas vuestra elección;
ojo de Dios sois amores;
pues, con el blanco color
y lo azul, sois niña zarca
que me roba el corazón.
No hay en vos, mis ojos, nube;
que por eso os cerca el sol,
siendo sus rayos pestañas
de su esfera guarnición.
NIÑA:
Ya, Beatriz, por conjeturas,
me conoce tu atención.
Ojo de Dios me llamaste;
tu advertencia lo acertó;
siéndolo, pues, de su cara,
hay en el mundo opinión
que sustenta su porfía,
afirmando que cegó
el primer instante este ojo
del rostro de mi Criador,
la nube que al primer padre
la destemplanza causó
siendo la gracia el colirio
que de ella me preservó.
Yo soy la privilegiada,
cuya cándida creación
hecha por Dios ab initio,
para su madre eligió;
que habiéndose de vestir
la tela que amor tejió,
quiso preservar sin mancha
en mí, limpio este girón,
al poner el pie en el mundo
donde el hombre tropezó.
Dios amante cortesano,
la mano de su favor
me dió, anteviendo el peligro
sin que de su maldición,
se atreviese a mi pureza
el lodo que Adán pisó.
Por eso el vestido escojo
con que he venido a verte hoy,
cándido, limpio, sin nota,
sin pelo de imperfección;
porque si la levadura
del pecado, corrompió
toda la masa de Adán
general su contagión,
la providencia del cielo,
antes del primer error,
lo acendrado de esta masa
sin levadura apartó.
También es lo azul mi adorno
porque si Pablo llamó
a mi hijo segundo Adán,
siendo el primero en rigor,
hombre de tierra terreno
y hombre juntamente y Dios,
celeste el Adán segundo,
yo por la misma razón,
si Eva fue mujer del suelo
la celeste mujer soy,
que estoy del cielo vestida
y en Patmos mi águila vio.
¿No confiesas tú todo esto?
BEATRIZ:
Bien sabe la devoción,
vuestra alteza, niña pura,
que esa verdad me enseñó.
Con el alma la confieso;
téngola en el corazón,
y perderé en su defensa
mil vidas que humilde os doy.
Sois reina. ¿Qué razón hay,
y que se precie de razón
os dé nombre de pechera
si es vuestro hijo emperador?
NIÑA:
Si soy reina como afirmas
¿ser mi dama no es mejor
que de la reina Isabel?
BEATRIZ:
¡Ojalá me admitáis vos!
NIÑA:
Las damas de mi palacio,
Beatriz, siguen el olor
de mi pureza virgínea
y angélica incorrupción;
no, como tú, el tiempo pierden,
que tanto el cuerdo estimó
en galas y vanidades;
incendios del torpe amor.
BEATRIZ:
Yo os prometo Aurora pura,
como me ensalce el blasón
de dama de vuestra casa
que es templo de Salomón.
Yo os hago solemne voto
de ser una, desde hoy,
de las que al Cordero siguen,
porque sus vírgenes son.
NIÑA:
En la corte corres riesgo.
BEATRIZ:
Huiré de la corte yo.
NIÑA:
Así tu hermano lo hizo;
ya cortesano de Dios,
gentilhombre es de mi casa,
no de la augusta Leonor;
que le despertó del vicio
la afrenta de un bofetón.
Ya no se llama don JUAN,
su nombre es Fray Amador;
confirmóle el desengaño;
la vida y nombre mudó.
Aparécese don JUAN de ermitaño,
dándole San Jerónimo la
mano para que suba por unos riscos.
Estén colgados de un árbol, espada,
daga, sombrero con plumas;
toquen música
Amador quiso llamarse,
porque en fe de que me amó,
de mi Concepción intacta
promete ser defensor.
Mírale haciendo trofeos
de las galas que ostentó
la soberbia cortesana,
la lisonja y la ambición.
Colgándolas, como adviertes,
las trata como al ladrón,
que hurtando la castidad
al vicio la puerta abrió.
A Jerónimo le ofrece
el pulso, porque es doctor
de la iglesia, y sana enfermos
su alada contemplación.
Los éxtasis de María,
Antonio, Pablo, Hilarión
le suspenden; pero Marta,
discípulo le eligió
que activo a la iglesia sirva,
siendo ilustre imitador
del alférez de mi hijo,
que sus llamas le imprimió,
¿Quieres tú seguir sus pasos?
Encúbrase la apariencia
BEATRIZ:
Quiero lo que queráis vos.
NIÑA:
¿Serás hija de Francisco?
BEATRIZ:
Su esclava, mi niña, soy.
NIÑA:
En Toledo has de fundarme
una nueva religión
que el nombre y hábito tenga
de mi Pura Concepción.
BEATRIZ:
¡Venturosa yo, mil veces!
NIÑA:
Pues vuélvete a tu prisión,
que presto, Beatriz querida,
saldrá de Sodoma, Lot.
Toledo te está esperando,
que, si en su iglesia mayor,
bajé a vestir a Ildefonso,
de mi honra defensión,
en ella quiero que fundes
una orden de tal valor,
que mi Concepción defienda
e ilustre su devoción. Encúbrese
BEATRIZ:
¡Mil veces alegre cárcel,
volvamos a ella, mi Dios;
pues os halla en los trabajos
quien en gustos os perdió!
Éntrase y ciérranse las puertas.
Salen la reina doña ISABEL y don ÁLVARO de Luna
ÁLVARO:
Vuestra alteza, señora, no se enoje,
porque, en lo que manda el rey, insista.
ISABEL:
A nadie para darme pena escoje
sino a vos, que es la causa que resista
cualquiera de palacio el disgustarme,
sino sois vos que andáis siempre a su vista;
vos consultando siempre en qué agraviarme.
ÁLVARO:
Mándame el rey que sepa qué se ha hecho
doña Beatriz de Silva. El excusarme
no ha sido, gran senora, de provecho.
Tres días ha que no se sabe de ella,
y el rey de vos no está muy satisfecho.
A vuestras damas pregunté por ella
y llorando responden que gustaran
saber, si muere o vive para vella;
mil sospechas y dichos se excusaran
con decir donde está; que en vuestra ofensa
los grandes que la sirven se declaran;
el rey, que la tenéis en prisión piensa;
y don Alonso Vélez, que es su hermano,
anda a esta causa con tristeza inmensa.
No hay título, ni ilustre cortesano
que no trueque en pesar el alegría
que verla daba al suelo castellano.
El portugués don Pedro desafía
a don Pedro Girón, y no hay sacarle
de que, favoreciendo su porfía,
la escondéis de la corte por casarle
con ella. Entiende don Diego Sarmiento
que a don Luis de Velasco, por premiarle
el rey con tan honroso casamiento,
se la promete, y esconderla manda,
favoreciendo vos el mismo intento.
Ved, pues, señora, cuando la corte anda
de esta manera en bandos dividida,
si es justo vuestro enojo y mi demanda.
ISABEL:
Decid que esa mujer no está perdida,
(pero sí el rey por ella) (-Aparte-)
que es mi dama
y mi parienta; que ninguno pida
cuenta de cosas mías, y esa fama
que han echado, no importa el vulgo diga,
que no ofenden quimeras que él derrama.
Cada cual su opinión defienda o siga,
que yo no pienso responder más que esto.
Idos con Dios, andad.
ÁLVARO:
El rey me obliga
a que peque, señora, dé molesto.
Yo tengo de mirar todo este cuarto,
obedeciendo a lo que me han impuesto.
ISABEL:
Ya, condestable, os he sufrido harto;
no me deis ocasión a que interprete
que por ser su tercero, veis mi cuarto;
pues si sois causa vos de que se inquiete
el rey, ya podrá ser que haya castigo
contra quien gustos torpes le promete.
ÁLVARO:
¿Qué dice vuestra alteza?
ISABEL:
Aquesto digo.
ÁLVARO:
¿Y yo soy digno de ese premio justo
por lo que España puede ser testigo?
Caséla a vuestra alteza contra el gusto
de estos reinos, y siendo sólo infanta
en el trono la puse casi augusto.
¡Bien por estos servicios me adelanta!
ISABEL:
Nunca a la obligación dejó memoria
el deservicio que a su rey encanta.
Andad con Dios, y no seáis historia
en Castilla, del mundo; que al fin rueda,
y no estáis confirmado en esa gloria.
No provoquéis mi enojo, que aunque pueda
la privanza encumbrar vuestra fortuna
y en haceros favor el rey exceda,
soy vengativa yo, y si me importuna
vuestro enfado, tal vez por no sufrillo
puesta al espejo, rompa yo su luna.
Guárdaos el rey, y no me maravillo
que no temáis; mas la ciudad más fuerte
se ha visto perder por un portillo.
En un cadalso suele hacer la muerte
tragedias de los grandes de este mundo,
que el tiempo es dado, y múdase la suerte.
Bien sé, pues esto os digo, en qué me fundo;
procurad conservaros en el puesto
donde os sustenta el rey don Juan segundo,
que es hombre... Mas, él viene; andad.
ÁLVARO:
¿Qué es ésto?
¿Qué luna, qué portillo, qué cadalso,
nuevo temor a mi privanza ha puesto?
¡Ay arrimos del mundo sobre falso!
¡Quiera Dios que la reina, que así paga,
por haberla hecho yo, no me deshaga!
Salen el REY, don PEDRO Girón, don Pedro PEREIRA, don DIEGO y don LUIS
REY:
Caballeros, la prudencia
de la Reina, que ha sabido
vuestro intento, habrá querido
quitaros, de la presencia
con doña Beatriz, disgustos
y ocasiones de encontraros.
Yo no puedo concertaros
ni acudir a tantos gustos.
Beneméritos sois todos
de su adorada belleza;
edad, estados, nobleza,
os igualan por mil modos.
Sepamos a dónde está,
y podráse dar un corte
con que sosiegue la corte,
que la reina lo dirá.
Pero, pues está presente,
vuestras dudas satisfaga.
ISABEL:
Basta, que no hay quien deshaga,
aunque la causa está ausente,
este laberinto extraño,
tenido por maravilla
en Portugal y Castilla,
que de ello puede un engaño.
REY:
Quitad ya la confusión
de nuestra corte, señora.
ISABEL:
Si es doña Beatriz la autora
y tantos de su afición
pretendientes, nadie pida
donde está, que es cosa cuerda
que para que no se pierda
esté esa mujer perdida. Al REY
Negárosla solicito
aunque alguno la hallará,
que por saber donde está
la dé reinos por escrito.
Si de lesa majestad
es crimen digno de muerte,
dar al enemigo el fuerte
contra su fidelidad;
y es el alcaide traidor,
¿qué castigo da la ley
a quien a su mismo rey
entrega un liviano amor?
Yo he heredado el ser crüel
de mi nación, por exceso;
de este crinen son proceso
letras de cierto papel.
Como reina he sentenciado
a perdimiento de vida
a esa mujer atrevida
que al rey, mi señor, ha dado
hechizos con su hermosura.
Celos son mal tan crüel
que mata en ese cancel,
vengándome su clausura.
Ha tres días que encerrada,
sin darle alivio al sustento,
falta de vital aliento
y viva en él sepultada;
porque este incendio se apague
que tantá gente ha perdido,
darla la muerte he querido.
¡Quien tal hace que tal pague!
REY:
¡Oh, bárbara! ¡Vive el cielo!
si es muerta, que tu castigo,
siendo esta corte testigo,
tiene de asombrar al suelo.
ÁLVARO:
¿Hay hazaña más impía?
PEDRO:
Mudo me tiene el dolor. Abre y sale doñá BEATRIZ
BEATRIZ:
¿Qué es ésto, rey y señor?
¿Qué es ésto, señora mía?
ISABEL:
Beatriz ¿estás viva?
BEATRIZ:
Estoy
de mi inocencia amparada;
del cielo patrocinada;
a cuya alba gracias doy,
que, contra reales enojos,
tan seguro amparo envía
REY:
Apenas el alegría
permite el uso a mis ojos
para novedad tan rara.
PEREIRA:
No sale el alba tan bella,
cuando enamorado de ella,
el sol la afeita la cara,
como de la prisión sale
el prodigio de mi amor.
LUIS:
Es ángel, dióla favor
el cielo de quien se vale.
REY:
Yo, Beatriz, tendré más cuenta
desde este punto de vos,
que quien, sin temor de Dios,
os confiesa por parienta
y os hace obras de enemiga.
BEATRIZ:
A la reina, mi señora,
soy de la vida deudora,
y cuanto valgo; castiga
justamente y es razón
escarmentar y temer,
y en el dechado aprender
de su heroica discreción.
REY:
Caballeros, la hermosura
premio del valor se llama;
quien a doña Beatriz ama,
y ser su esposo procura,
a la tala de Granada
mañana me he de partir;
méritos puede pedir
a su ventura y espada.
Que el que con fuerzas bizarras
la vega mora corriere
y más cabezas trujere,
a doña Beatriz en arras,
en el tálamo de amor,
ése será el preferido;
porque siempre el premio ha sido
de Marte, el honesto amor.
LUIS:
Yo acepto esa noble empresa.
DIEGO:
Ya sabe cortar mi espada
los granos de esa Granada.
PEREIRA:
La experiencia portuguesa,
que en África se ejercita,
triunfará de esa nación.
PEDRO:
Soy amante y soy Girón,
amor y sangre me incita.
REY:
(¡Ay, doña Beatriz hermosa, (-Aparte-)
sol eres, Ícaro soy!)
ISABEL:
(¡Amor, socorro, que voy (-Aparte-)
más corrida y más celosa!
Vanse y al entrar doña BEATRIZ, sale por otra puerta MELGAR, y llámale
MELGAR:
¿A mí sa doña Beatriz?
Suplico a visiñoría.
BEATRIZ:
¡Melgar!
MELGAR:
Señoraza mía,
pon la pata, la raíz
de ese árbol, que a amor provoca
y le ofrece frutos ricos,
encima este par de hocicos,
pasearáste por mi boca.
BEATRIZ:
Pues, Melgar ¿a dónde queda
vuestro señor y mi hermano?
MELGAR:
Asentáronle la mano,
y aunque en lo blando era seda,
hasta el mandamiento quinto
le imprimieron en dos credos,
letras de un lustro de dedos
dejándole blanco y tinto,
sin ser vino, en un carrillo.
Diósele doña Leonor,
en réditos de su amor,
que no pudiera sufrillo,
a ser otro, la ceñida.
Viendo, pues, su mal despacho
don Juan, ha dado en capacho
y muda de traje y vida.
De San Jerónimo es
ermitaño, por lo menos.
BEATRIZ:
Intentos, Melgar, tan buenos
dignos son de portugueses.
MELGAR:
Como sin dueño he quedado,
y la ermitaña aspereza
no la abraza mi flaqueza,
porque estov desvencijado,
y si no me desayuno,
en amaneciendo Dios,
con media azumbre o con dos
y un zoquete cuando ayuno,
luego me da la jaqueca,
háse venido a amparar
de visiñiría, Melgar,
ya que don Juan vida trueca.
BEATRIZ:
No está para gente honrada
el mundo. Melgar amigo,
paga mal.
MELGAR:
También lo digo.
BEATRIZ:
Ya yo estoy escarmentada,
como mi hermano.
MELGAR:
Alto, pues,
no hay sino ser ermitaña.
Vámonos a una montaña;
que como tú en eso des,
yo seré en Sierra Morena
ventero, que cuenta pida
para enmienda de mi vida,
que allí hay culpas y no hay pena.
BEATRIZ:
Melgar, yo os he menester.
La lealtad que habéis tenido
a mi hermano, he conocido
y no la queráis perder
conmigo. Doña Leonor pagó,
cual veis, a don Juan.
Los señores nunca dan
premio a servicios mejor.
La reina doña Isabel,
que hasta en eso la ha imitado,
muy mal también me ha pagado.
Está celosa y es crüel.
La vida me va en salir
de la corte, que en Toledo
y en un monasterio puedo
medrar mejor con servir
a quien paga de otra suerte.
Yendo en vuestra compañía
y en otro traje, podría
escaparme de la muerte,
con que la reina amenaza
mi inocencia, sin razón.
La noche nos da ocasión
como vos sepáis dar traza,
para buscarme un vestido
de labradora, que aquí
no hay pocas.
MELGAR:
Harélo asi;
y de puro agradecido,
pues hace de mi confianza,
visiñiría, no quiero
con hablar ser lisonjero;
agrádame la mudanza.
Yo también, de labrador,
acompañando os iré;
que aunque guardaros sabré,
bodegas fuera mejor.
BEATRIZ:
Vamos, pues; daréos dineros
para comprar los vestidos.
(¡Deseos desvanecidos! (-Aparte-)
á servir quiero poneros
con quien dé buen galardón
que aquí no os saben premiar.
Vamos, que hemos de fundar
Orden a la Concepción,
donde segura sirvamos
a la que preservó Dios.
MELGAR:
Andarlo; de dos en dos
se me convierten los amos.
Vanse.
Sa1en doña ISABEL y doña INÉS
ISABEL:
Doña Inés, no sé que diga.
Mis celos averiguados
hacen mayor mi fatiga,
y el tenerlos no vengados
a nuevo pesar me obliga.
Por otra parte, a clemencia
me mueve, al ver que los cielos
manifiestan su inocencia.
INÉS:
Son, gran señora, los celos
contagiosa pestilencia.
Desterrará quien la pega
y guardar ciudad o villa
es medio que la sosiega.
Echa a Beatriz de Castilla,
pues a darte celos llega.
Envíala a Portugal
que asi viviréis segura.
ISABEL:
Querer bien, se llama mal,
con que una loca hermosura
ha hechizado un pecho real.
Seguir tu consejo quiero;
saldrá esta noche de aquí
esta arpía por quien muero.
Salen el REY y don ÁLVARO de Luna
REY:
En la Reina descubrí
entrañas de duro acero.
Porque no la precipite
segunda vez su pasión,
es bien que se deposite
doña Beatriz.
ÁLVARO:
La razón
lo aconseja y lo permite.
REY:
En un monasterio esté,
hasta que tornando estado,
paz a nuestra corte dé.
(Amor, por razón de estado, (-Aparte-)
desde agora os dejaré.)
ISABEL:
Rey y señor.
REY:
No creyera
que tan crüel en extremo.
señora, el cielo os hiciera.
Amábaos antes, ya os temo.
Cuanto hermosa sois severa.
ISABEL:
Quiéroos mucho, estoy celosa.
REY:
Por quitaros la ocasión,
que ya en vos es sospechosa,
en un convento es razón
que esté vuestra prima hermosa.
Váyanla luego a llamar.
INÉS:
Yo, gran señor, voy por ella.
Vase doña INÉS
ISABEL:
Si la corte ha de inquietar
¿no será mejor tenella
donde se pueda excusar
lo que temo? Yo quería
a Portugal envïarla.
REY:
Agravio nuevo sería,
por hermosa desterrarla,
y con ella el alegría
de mi corte. Brevemente,
dándola esposo feliz,
cesará ese inconveniente.
INÉS:
No se halla doña Beatriz.
REY:
¿Cómo es eso?
INÉS:
Diligente
he preguntado por ella;
todo el cuarto he registrado
de las damas, y no hay vella.
ISABEL:
Mi recelo confirmado
me avisa quien sabe de ella.
REY:
Si del pasado suceso
es justo conjeturar,
vos, señora, la habéis preso.
¡Que aun no advertís el pesar
que recibo!
ISABEL:
¡Bueno es eso!
REY:
Ya es bien que vuestra crueldad,
Isabel, modere enojos.
No hay que hablar, esto es verdad.
Por quitársela a mis ojos
la quitáis la libertad.
Si sois cuerda no incitéis
mi enojo otra vez, señora. Vuelve a entrarse doña INÉS
ISABEL:
Disimulad; bien hacéis;
si bien mi pesar no ignora
que escondida la tenéis.
Déme nombre de crüel
vuestra alteza, pues le cobra
de esposa leal y fiel,
y ponga luego por obra
las promesas del papel.
Déla su mano y su silla,
que en mí se logra tan mal;
finezas haga en servilla
que, yéndome a Portugal,
podrá reinar en Castilla.
REY:
Quejas tan sin ocasión,
desmientan vuestros desvelos;
y aunque diga la opinión
que no hay discreción con celos,
pues os sobra discreción,
usad de ella, con la estima
que mi persona merece;
y si la pena os lastima
de los celos que os ofrece
doña Beatriz, vuestra prima,
hacedla traer aquí,
ponedla luego en estado,
iráse al suyo, y así,
seguro vuestro cuidado,
no se agraviará de mí.
ISABEL:
Vuestra alteza no me dé
ocasión de que le pierda
el respeto. Yo no sé
de esa mujer, ni fui cuerda
cuando viva la dejé.
Don Álvaro la tendrá,
por vuestra orden, escondida,
y por ella intentará
encumbrar más la subida
de la privanza en que está.
Pero a lunas semejantes
suele tal vez la ambición
precipitar las menguantes.
ÁLVARO:
Basta, que estas quejas son,
señor, de participantes.
No sé yo en qué haya ofendido
a la reina, mi señora,
si ya el haberla servido
con el reino, que la adora,
en mí delito haya sido.
REY:
Mal sabéis aprovecharos,
Isabel, de mi paciencia.
ISABEL:
A desengaños tan claros...
REY:
Basta; sirva la prudencia,
señora, de sosegaros;
que cuando las ocasiones
del reino, que Dios me dió,
para el gusto hallen razones,
soy don Juan segundo yo
y sé refrenar pasiones.
Por la vuestra y por mi vida
que doña Beatriz, no está
por mi mandado escondida.
Cese vuestro enojo ya;
y a la verdad reducida,
sin ser crüel portuguesa,
pues sois reina castellana,
templad rigores, pues cesa
la ocasión, y, más humana,
libremos a Beatriz presa;
que, yo os juro desde aquí
porque fenezcan enojos,
que viendo su copia os di,
de no ocasionar mis ojos.
¿Estáis satisfecha así?
ISABEL:
Estadlo vos, gran señor,
de que de Beatriz no sé;
que en fe de mi firme amor
a esos reales pies pondré
todo mi enojo y rigor.
Sale doña INÉS
INÉS:
Sobre un bufete dejó
doña Beatriz, gran señora,
este papel que escribió
para vuestra alteza.
ISABEL:
Agora
mi sospecha sosegó.
REY:
Y agora si estoy culpado
o no sabréis.
ISABEL:
Yo he tenido
causa de haber malicïado,
pesar de que os he ofendido
y premio de que os he amado. Lee la reina doña ISABEL este papel
"Sospechas de vuestra alteza, y
desengaños míos, en tres días
que estuve sepultada, me enseñaron los
peligros de palacio, pues al cabo de
ellos, podré afirmar que resucité al
tercero día. Ya, pues, que lo estoy
determino huír segundos riesgos en
la quietud de un monasterio; para mi
propósito ninguno mejor que el de
Santo Domingo el Real de Toledo,
donde tengo parientas y noticia de
la santidad con que se vive. Retírome
a él sin licencia de vuestra alteza,
por dificultad de alcanzarla; pero
con la obligación perpetua de pedir
al cielo toda mi vida prospere la de
vuestra alteza y la del rey, mi señor,
en cuya compañía goce años felices
esta corona y después eterna, etc.
--doña Beatriz, de Silva"
ÁLVARO:
¡Devota resolución!
ISABEL:
¡Religioso atrevimiento!
REY:
¡Tuvo bastante ocasión!
Vayan en su seguimiento
que, aunque alabo su intención,
cuando a ejecutarla intente,
es bien que llegue a Toledo
como a su estado es decente.
ISABEL:
Perderéis celos el miedo,
pues está la causa ausente.
REY:
Hoy me había de partir
a la tala de Granada;
y pues no hay qué prevenir
y el rodeo es poco, o nada,
por Toledo habemos de ir,
que quiero ser su padrino.
ISABEL:
Favor del rey tan cristiano;
mas queréis ser, imagino,
si aquí galán a lo humano,
devoto allá a lo divino.
REY:
No hay estar libre de vos.
ISABEL:
Mi nación es muy celosa;
y hay que temer de los dos.
REY:
Beatriz, mujer tan hermosa
solo la merece Dios.
Vanse.
De dentro san ANTONIO de Padua, dice lo que se sigue, y siguiendo su voz salen doña BEATRIZ y MELGAR de pastores
ANTONIO:
No huyas, Beatriz, espera;
que, aunque disfrazada finjas
lo que no eres, ya estás
por nosotros conocida.
BEATRIZ:
¡Ay, Melgar, perdidos somos!
La reina, severa, envía
ministros que me den muerte.
MELGAR:
Pues a mí, ¿daránme guindas?
BEATRIZ:
¿Quién serán los que nos llaman?
¿Quién dió a la reina noticia
de nuestro disfraz grosero
y mal concertada huída?
MELGAR:
¿Quién puede ser sino el diablo,
que anda conmigo estos días
de mala, porque no juego,
ni quiero decir mentiras?
BEATRIZ:
Dos frailes de San Francisco
parecen.
MELGAR:
En las capillas
y cordones, los conozco;
hace el diablo tropelías,
suele vestirse de fraile,
representarse a la vista,
como a Cristo, de ermitaño,
cuando a piedras le convida.
Atisbémosle las patas;
que a mí me dijo mi tía,
algo bruja, que el demonio
por más formas que ejercita,
no puede mudar los bajos,
porque quiere su desdicha
con pies de gallo calzarle
infernales zapatillas.
ANTONIO:
Beatriz, aquieta tu suerte, (-Dentro-)
no temas, nuestra venida
más es para consolarte
que para que te persigan.
MELGAR:
En la venta se colaron.
BEATRIZ:
Melgar, pues con tanta prisa
me están llamando, la reina
darme muerte solicita;
a confesarme vendrán
para que esté prevenida
a la muerte, cuando lleguen
los ministros de sus iras.
MELGAR:
¿Y quién duda que también
el compañero me diga,
por ser yo tu motilón,
motilonas teologías?
Andábame yo en Italia,
de hostería en hostería,
embutiendo macarrones,
retocando fantecillas,
y trújome a ser, el diablo,
guardadamas de Castilla,
para que me bamboleen
de un almendro, junto a Olías.
BEATRIZ:
Melgar, si Dios gusta de esto,
su voluntad es la mía;
la vida le doy gozosa
como con ella se sirva.
MELGAR:
¡Por Dios! ¡Yo contento, no!
¿De qué sirve hablar mentiras?
Yo muero de mala gana,
porque soy una gallina.
Si es que Dios quiere llevarte
y alegre no le replicas,
yo sólo juré de hacerte
a Toledo compañía;
pero al otro mundo no,
que para él no se camina,
como en España, a caballo,
ni allá hay lacayos que sirvan;
fuera de que yo no anduve
esas partes en mi vida,
y si hemos de andar a pata
tengo una tacha maldita;
porque, si de legua a legua
no hay lugar, venta, o ermita
donde la palabra moje,
me seco como una espiga.
Pues decir, hay taberneros
por esas esferas limpias,
no que allá van puras almas
y ellos aguando bautizan,
y como son agua todos
apenas suben arriba
cuando las nubes los llueven
y a cántaros se deslizan.
A vista estás de Toledo,
esta venta se apellida
de las Pavas; voy a echar
de comer a mi borrica,
y a acogerme antes que vengan
sayones de Tordesillas,
que por la reina cohechados
la nuez moscada me aflijan.
Si preguntare por mí
esa frailada bendita,
para que me confiese
disponen que me aperciba,
di que voy por una bula
a Toledo, o a las Indias,
porque por ella me absuelvan;
y, adiós, que estoy muy de prisa.
Vase
BEATRIZ:
Si se ha llegado la hora,
Virgen, protectora mía,
de mi muerte, y las sospechas
celosas la reina indignan,
disponedlo vos de modo,
sol del cielo, luz del día,
que, quedando en pie mi fama,
goce yo vuestras delicias.
MÚSICA, y en lo alto en medio del tablado san ANTONIO de Padua
ANTONIO:
Beatriz, no temas, sosiega;
Francisco de Asís, que imita
a Dios en vida y en armas,
pues se honra con sus insignias,
y yo que soy de Lisboa
hijo y Padre, cuya estima
dándome Padua su nombre,
a honrar entrambas me obliga,
somos los que te llamamos
no a que la muerte te aflija
sino a alentar los intentos
con que al cielo te dedicas.
Está tan lejos la reina
de ser, Beatriz, tu homicida
que, viviendo largos tiempos,
has de tener muchas hijas.
BEATRIZ:
Soberano portugués,
¿hijas? ¿Cómo? ¿Si, aunque indigna,
la pureza he profesado;
que el virgen, Dios tanto estima?
En fe de esto he de encerrarme,
con sus esposas divinas,
en Santo Domingo el Real,
si puedo, este mismo día.
ANTONIO:
Virgen has de ser, y madre
que así, de algun modo, imitas
a quien siendo madre y virgen
a Dios que se humane obliga.
Y, porque el cómo no ignores,
escucha, Beatriz querida,
la propagación dichosa
que a la iglesia ha de hacer mía.
La aurora madre del sol,
la nave que de las Indias
trujo al mundo el pan celeste
por el mar de amar María;
en fe de que en el instante
feliz, que fué concebida
sin mácula de pecado,
por la prevención divina,
al eterno preservada
más que las estrellas limpias,
fundadora quiere hacerte
de una religión, que vista
lo blanco de su pureza,
lo azul del cielo a que aspiras.
Hay en el mundo y habrá
quien de su majestad diga
que probó el mortal veneno
que causó su golosina.
No quiere Dios hasta agora
que este misterio defina
su iglesia, que el cuándo
sabe reservado a su noticia.
Pero, como es hijo suyo
y parece cosa indigna
nacer de madre villana,
rey, a quien las jerarquías
sirven de escabel y trono,
volviendo por su honra misma,
por la de su madre vuelve
y su devoción te fía.
De Santo Domingo el Real
saldrás a empresa tan digna
de la honra de su madre,
que, no en vano determina
que en Santo Domingo empiece
religión que Dios fabrica
a la pura Concepción,
porque la honre su familia.
Tendrás mil contradicciones;
pero siendo defendida
por Fernando e Isabel
luz de Aragón y Castilla.
MÚSICA, y en una silla carmesí, sentado a una parte, SIXTO IV, papa
Sixto, cuarto de nuestro orden,
éste que ves en la silla
de la popa de la iglesia,
cuya nave sacra rija,
con apostólico celo,
orden te dará en que vivas,
y en el oficio y octava
de su inmaculado día.
Escribirá de su mano
las lecciones y homilías,
concediendo a sus devotos
indulgencias infinitas.
Volverán las opiniones,
contrarias a tu porfía,
desde aquí a doscientos años,
y la competencia antigua.
Mas, crecerá de manera
la devoción, ahora niña,
en nuestra dichosa España
de la Concepción Virgínea
que en Castilla y en Toledo,
Valencia, el Andalucía
y, en fin, en los pueblos todos
de estas bélicas provincias.
Los doctos, los ignorantes,
la vejez y la puericia,
con palabras y con obras,
con fiestas, con alegrías;
en cátedras, en sermones,
en prosas y en poesías
confesará toda España
que fue el alba concebida
sin pecado original,
para que en bronces se imprima.
Será patrón de esta causa,
por lo que medre en seguirla,
en fe de su mucho celo,
un Felipe; que la silla
gozará de los dos orbes
rigiendo en paz y en justicia,
un siglo por él dorado,
dos Españas y dos Indias.
Éste trayendo en su pecho,
con toda tu real familia
la Concepción en medallas
de diamantes guarnecidas,
del sucesor de San Pedro,
Paulo quinto, esencia quinta
en santidad y prudencia,
piedad y sabiduría,
alcanzará un proprio motu
que las disputas impida.
Al otro lado frontero de SIXTO, se descubrirá a PAULO V, del mismo modo; MÚSICA
Plumas, pláticas, sermones
de los que a la virgen quitan
la gracia al primero instante,
su apacible rostro mira,
su devoción engrandece,
que éste erigirá capilla
augusta, para su encierro
que en prueba de su porfía,
de la Concepción se nombre,
siendo octava maravilla.
Rejuvenecerá España,
y en sus ciudades y villas
harán asombrosas fiestas.
Pero Toledo y Sevilla
se han de aventajar a todas;
aquélla por tener dicha
de ser casa de solar
de esta religión benigna,
y estotra por el Colón
que su Iglesia patrocina,
del Monte Santo en Granada
que en vez de oro, da reliquias.
Más abajo a los dos lados, Toledo y Sevilla con sus armas.
MÚSICA
Toledo y Sevilla son
las dos que la fama pinta,
para que encumbres su nombre
y su bendición bendigas.
Al lado derecho, más abajo, el rey don JAIME armado con capa de la Merced y una tarjeta de sus armas
Aragón, también devota,
con dos reyes autoriza
la verdad de este misterio,
en servicio de María.
Don Jaime el primero es éste
que a su Concepción dedica
la orden de la Merced,
porque cautivos redima,
en fe de que su patrona
jamás estuvo cautiva,
en la original prisión
que a cuantos nacen obliga;
por razón de la pureza,
de su célebre milicia
se viste el manto que ves
del candor que al alba envidia.
Al lado Izquierdo el rey don JUAN, armado con otra tarjeta de las mismas armas
El otro rey es don Juan
el primero, la caricia
de sus vasallos, que esperan
dichosa paz con su vista.
Éste en públicos edictos
a los rebeldes castiga
con destierros y rigores,
que esta devoción no sigan.
En lo alto de todo, entre unas penas, estará don JUAN DE MENESES de Fraile Francisco, con una pluma en la mano, contemplando arriba en una imagen de la Concepción y un libro abierto y blanco en la otra, en que parece que escribe, y una águila que con el pico le tiene el tintero
Tu hermano fray Amadeo
de la Religión francisca,
cuyo hábito le consagra,
sol que la gracia ilumina,
en San Pedro de Montorio
penitente se retira,
donde, como a Juan en Patmos,
el cielo le comunica
visiones, de asombro llenas,
porque por ellas escriba
la limpieza de la aurora
que vió el tierno evangelista,
y un segundo Apocalipsis,
cuyas sacras profecías
siendo freno a pecadores,
den a España maravillas.
No ha de haber orden sagrada
sino una, en cuantas militan
en el gremio de la Iglesia,
que esta devoción no admita.
¡Ea, fundadora noble!
A Toledo el paso guía,
para que esta orden comience
por doña Beatriz de Silva.
Música y desaparece todo
BEATRIZ:
Milagroso lusitano,
¿por qué con tu ausencia eclipsas
luces que mi fe alentaron?
Oye, Antonio, espera, mira.
¿Es esto verdad o sueño?
¡Pero no, virgen benigna!
¡Viva vuestra Concepción
y quien la defienda, viva!
Sale MELGAR
MELGAR:
Albricias pido, eche mano,
señora doña Beatriza,
el rey y la reina vienen
tras nosotros, deme albricias.
Íbame yo en mi jumenta;
encontrélos que venían
a Toledo; conocióme
en la tal fisonomía
don Pedro Pereira, y luego,
prendiéndome la justicia
me preguntaron a dónde
por mi causa te retiras.
Negábalo, desmintióme
hasta la jumenta misma,
porque rebuznó al instante.
Yo, hincado el par de rodillas,
con más miedo que vergüenza,
desbuché cuanto sabía,
porque secretos guardados
dicen que dan mal de tripas.
Apeáronse en la venta,
y la reina, no con ira,
sino toda gozo, a verte
manda que todos me sigan.
Pero hételos unos y otros,
rey y reina.
Llegan el REY y la reina doña ISABEL y todos los caballeros en traje de camino
REY:
¡Beatriz!
ISABEL:
¡Prima!
¿Así olvidáis nuestra corte?
BEATRIZ:
Temí el veros ofendida.
Dadme esos augustos pies.
REY:
Alabanzas os doy dignas
de vuestra elección heroica.
ISABEL:
Yo gusto que se prosiga.
REY:
Vamos, Beatriz, a Toledo,
que no hay quien no tenga envidia
al estado que escogéis.
PEDRO:
(Ya mis celos se mitigan.) (-Aparte-)
PEREIRA:
Nadie a Beatriz me quitara
sin quitarle yo la vida.
Mas con Dios no hay competencias;
sólo es Beatriz de Dios digna.
REY:
A Santo Domingo el Real
avisen nuestra venida.
ISABEL:
Hermosa rústica hacéis.
BEATRIZ:
En mí lucen groserías.
ISABEL:
Volved, prima, a vuestro traje,
y en mi coche y compañía;
venid, seremos las dos,
desde agora, muy amigas.
BEATRIZ:
Escláva de vuestra alteza
tengo yo por mayor dicha.
MELGAR:
Avecíndome en Toledo;
que hay en él bellas vecinas.
Tejer terciopelos sé,
en el arrabal alquilan
telares, tornos y casas;
trabajar es cosa rica.
Será Melgar tejedor,
irá y vendrá cada día
al Real Monasterio a ver
la nuestra doña novicia;
serviréla de andadero
y pasaráse la vida,
tejiendo en telares sedas,
y en el convento mentiras.
PEDRO:
Para la segunda parte,
senado ilustre, os convida
el autor con lo que falta
de esta historia peregrina.
La fundación, los milagros,
regocijos, alegrías
de la Concepción, y muerte
de doña Beatriz de Silva.