Dos rosas y dos rosales: 09

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Dos rosas y dos rosales de José Zorrilla
Historia de la primera Rosa: capítulo III, II

II.[editar]

Y una mañana en que el médico
Con el sol que se elevaba
La campaña contemplaba
De su vidriera á través,
Vió al baron que por su senda
Se adelantaba renqueando,
Con un baston ayudando
Sus entorpecidos piés.

Frunció el doctor un instante
Al percibirle las cejas,
Pues pesadumbres añejas
Renueva en su corazon,
Su presencia; mas resuelto
Con decoro á recibirle,
Fué él mismo la puerta á abrirle
Cuando asió de su aldabon.

Llamado por él un dia,
Pudo en su propio castillo
Del barón la altanería
Afrontar con altivez:
Mas hoy que él viene á su casa
A pesar de lo pasado,
Se la va á abrir de buen grado
Olvidándolo á su vez.

Apenas tocó el anciano
En el umbral de su puerta,
Por el doctor la vió abierta
Ante sí de par en par;
Quédese el barón suspenso
En el umbral un instante,
Como quien aun adelante
Duda si debe pasar.

El doctor, con el aplomo
De un hombre al mundo avezado,
Ni halagüeño ni estirado,
Tono en que hablar esperó:
Y el barón, que ve y comprende
Que el doctor no abre su boca
Porque á él comenzar le toca,
Así el diálogo entabló:

BARON. —Al fin tengo yo el primero

Que ser: mas veis que en reparos
No ando, y yo mismo á buscaros
Vengo: conque ¿cómo va,
Doctor?

DOCTOR. —No tan bien como antes,

Señor baron, pues se pasa
Mala vida en una casa
Donde o hay mugeres ya.

BARON. —¡Cómo, doctor! ¿vuestra hija…?
DOCTOR. —Partió el dia que D. Cárlos

Vino; fuerza separarlos
Era ¿no tuve razon?

BARON. —¡Ay de mí! Doctor, sin miedo

Podeis ya tenerla en casa.
¡Pobre Cárlos!

DOCTOR. —¿Qué le pasa

Que así os aflige, baron?

BARON. —Pues ¿no sabeis…?
DOCTOR. —Nada; pero

Entremos, baron, si os place
A mi aposento, que hace
Aquí mal aire.

BARON. —Es verdad:

Mas tengo ida la cabeza
Y hasta olvidé donde estaba.

DOCTOR. —Pasad pues: yo voy la aldaba

A correr.

BARON. —Id.
DOCTOR. —Dispensad.


Metióse el barón renqueando
Del doctor al aposento,
Y en un sillón tomó asiento
Mientras cerraba el doctor;
Este á muy poco siguiéndole
En otro sillón sentóse,
Y entre los dos anudóse
La plática en tal tenor.

DOCTOR. —Hablad, baron ¿qué tenemos?

Porque, sin temor de errar,
Jurara que algun pesar
Hay que os pone á los estremos.

BARON. —Uno muy grande, doctor;

Y aunque con rubor lo diga,
A acudir á vos me obliga
Para pediros favor.

DOCTOR. —Barón, otro en mi lugar

Viera este punto propicio
Grande valor al servicio
Que me pedís para dar;
Mas no importa qué razón
Os obligue á mí á acudir,
Si en algo os puedo servir
Contad conmigo, barón.

BARON. —A deciros la verdad,

Doctor, tras de lo pasado,
Conmigo os creí enojado;
Mas la generosidad
Conque os brindais á servirme…

DOCTOR. —Lo que pasó ya se fué:

Tengo mal genio, y á fé
Que quisiera correjirme.
Vos no le tenéis tampoco
Mucho mejor; mas ¡por Dios,
Que si lo olvidaistes vos,
Lo pasado importa poco!
Y pues hoy á mí acudís,
Barón, no volvamos mas
Nuestros ojos hácia atrás,
Y decidme á qué venís.

BARON. —De vos me vengo á amparar,

Fiado en que en un mal serio,
Favor vuestro ministerio
Nunca me ha de rehusar.
Doctor, mi última esperanza
Sois vos; pues no os negaré
Que el último á quien llegué
Sois.

DOCTOR. —Pues bien, mas confianza

Para daros, en conciencia
Y antes que os oiga, os haré
La esposicion de mi fé,
De mi conducta y mi ciencia;
Pues quiero que penetréis
Las opiniones que abrigo,
Para que nunca ignoréis
A qué ateneros conmigo.
Barón, yo hé estudiado el mundo:
Y aunque poco en su virtud
Creo, y en su gratitud
Nada, obro con profundo
Convencimiento y el bien
Hago con fé y por bondad,
Con cristiana caridad,
Y no por lo que me den.
Por eso jamás me pico
Por obtener preferencia
Sobre nadie: obro en conciencia
Con el pobre y con el rico.
Si una vez no me pagaron
Los que una vez asistí,
Siempre á asistirles volví
Cuando otra vez me llamaron.
Si alguno se aconsejó
De otros médicos primero,
No por llamarme el postrero
Dejé de ausiliarle yo.
Querer quitar el derecho
Al enfermo de elegir
Con quien sanar ó morir
A su gusto, es muy mal hecho.
Yo en mi ciencia profesor,
Para todos por igual
La profeso, y cada cual
Viene á mí cuando mejor
Le cuadra; antes ó después
De otros: cuando ausilio exige
Se le doy; no me dirige
Ni soberbia, ni interés.
Yo á ninguno me antepongo:
Quien después de otro á mí viene,
Bien hace; y siempre supongo
Que quien no paga no tiene.
Y en fin, os diré, barón,
Una opinión y os la digo
Aunque puede dar conmigo
Un dia en la inquisición.
Mientras que sea un oficio
Nuestra noble profesión,
Y empleo y no vocación
El religioso servicio:
Mientras que la sociedad
De un modo mejor no dote
Al sabio y al sacerdote
En pro de la humanidad,
Ni habrá caridad cristiana
Ni ciencia, ni religión,
Y la civilización
Será una palabra vana.
Pues llamarse sér humano,
Plantear una sociedad
Basada en la caridad
Y apellidarse cristiano,
Para decir á su hermano
En su última enfermedad:
“Yo no te curo tus llagas
Si no me pagas primero”
O “sepultarte no quiero
“Si tu entierro no me pagas,”
Me parece á mí una mofa
De la humanidad entera,
Una impudencia grosera
Y una fé de mala estofa.
Quién esto al mundo le espete
Cara á cara, en un encierro
Vendrá á morir como perro
Como cinco y dos son siete;
Pero es la pura verdad,
Y no hay quien me la levante
Aunque de uñas se me plante
Todita la cristiandad.
Yo sé que es justo que viva
De su oficio cada cual,
Y paga legal reciba
El trabajo personal;
Mas de todo en la nociva
Aplicación está el mal,
Que nunca el bien es legal
Si en él mal ageno estriba.
Pues del mundo á la concordia
Mas que leyes infinitas,
Contribuyen las benditas
Obras de misericordia:
Y aquel que las considera
Cual leyes obligatorias,
Ese hace obras meritorias
Y tiene fé verdadera.
Mas bien hace un buen ejemplo
Que la mas brillante homilia:
Pues se alberga en la familia
La virtud mas que en el templo.
Yo sé que esta opinión mia
Y la creencia en que la fundo
Ha de rechazar el mundo
Muchos siglos todavia;
Sé que no hay gobierno actual
Que predicarla me deje,
Sin que me tache de hereje
Todo humano tribunal:
Porque en todo está enlazado
El interés, de tal modo
Que nada ser reformado
Puede sin herirlo todo;
Y por eso sé, barón,
Que estas opiniones mias
Insensatas teorías
De un loco nada mas son:
Y que me costara caro
Decirlas mas que á un amigo:
Por eso á vos os las digo:
Pues yo soy un hombre raro,
Barón, un hombre salvaje
Criado en salvaje tierra,
Que de entre bárbaros traje
La opinión que en mí se encierra.
Y como yo no he de hacer
Ir al mundo de otro modo,
Lo dejo á su gusto ir todo;
Mas hé aquí mi parecer:
Jesu-Cristo es el mas grande
Legislador: no hay tirano
Que, con su ley en la mano,
Bien en la tierra no mande.
Su ley es la mas perfecta,
Es la ley de la igualdad
Y de la fraternidad,
Que al hombre cual es acepta
Bajo de su patrocinio:
Cuyos sencillos preceptos
Van al par con los afectos
Del alma y el raciocinio.
Yo tengo esta convicción:
No hay república ni hay rey
Capaz de hacer mejor ley
Que la de Cristo, báron.
Y el evangelio es la mia:
Y yo mi fé nunca vendo
Ni mi ciencia, porque entiendo
Que Cristo no las vendia.
Tal creo, y tal viviré:
Y si el mundo me combate,
Por mucho que me maltrate,
Siempre lo preciso habré:
Pues no me podrá quitar
Ni fé en Dios con que vivir,
Ni alma en que alzarle un altar,
Ni aire con que respirar,
Ni tierra donde morir.
Ya os abrí mi corazon;
Yo obro conforme á mi fé
¿Pensáis que me ofenderé
De nada con vos, barón?
Tal soy: veis que os hablo en plata:
Pues me conocéis, juzgad
Si os serviré; conque hablad
Ahora vos. ¿De qué se trata?



Dijo el doctor y de oirle
Quedar viendo estupefacto
Al barón, tuvo en el acto
El médico que añadirle:
Perdonad barón: «todo esto
No tiene aquí que ver nada:
Yo os he echado esta andanada
Por poneros manifiesto
Mi corazón: por mostraros
Que en él no hay resentimiento
Por lo pasado, y aliento
Al presente para daros.
A mí nada hay que me ofenda
Ni que me espante, barón:
Nada que en la condición
De los hombres me sorprenda.
Os dije lo que me vino
Primero á la lengua, vos
Tomadlo cual es, y Dios
Me perdone el desatino.
Conque entremos en materia:
Hablad.»

BARON. —Mi hijo está demente

Rematado: es evidente,
Doctor.

DOCTOR. —Pues la cosa es séria.
BARON. —Yo os ruego que le veais.
DOCTOR. —¡Y toma si lo veré!
BARON. —Como os empeneis yo sé

Que sanará.

DOCTOR. —No os hagais

De esos males ilusion:
La mayor parte no tienen
Remedio, y más si provienen
De fractura ó de lesion
En el cráneo. ¿Ha recibido
Algun golpe?

BARON. —No se sabe:

No hay quien de él nada recabe.
Desde que á casa ha venido
De nadie se deja ver,
Ninguno le puede hablar
Ni en su habitacion entrar.

DOCTOR. —¡Diablo! pues hay que poder.

Vamos despacio, baron;
Contadme punto por punto
Los de su mal, que es asunto
Que requiere esplicacion.

BARON. —Pues oid. Dejando el coche

En no sé qué lugarcillo,
A la puerta del castillo
Se presentó á media noche;
Y en ella á dar comenzó
Tan récios aldabonazos,
Que hizo la aldaba pedazos,
Y de alto á bajo la hendió.
Espantados acudimos
Quien era á ver; conociéndole
Y perseguido creyéndole
Tal vez, á abrirle corrimos.
Pálido, desencajado,
Apenas se abrió el postigo,
Por él dándose conmigo
Se entró desatalentado.
Sin que ninguno pudiera
Seguirle, y sordo á mi voz,
El patio cruzó veloz,
Subió á saltos la escalera
Y dio en su cuarto; barrear
Le oí puertas y ventanas,
Y no hubo fuerzas humanas
Que le hicieran contestar.
Doctor, ¡qué noche me dié!
A su puerta no cesó
De llamar, rogué, mandé;
¡Todo en valde! ni chistó.
Sin poder más con mi afán,
Ciego el suyo por saber
Y llegándome á temer
Que cometiera un desmán
O que á su vida atentara,
Le amenazé con echar
La puerta al suelo y entrar:
¡Mas nunca se lo anunciara!
Espada en mano salió
Y tras todos emprendiendo,
Nos hizo salir huyendo
Y á encastillarse volvió.
En esto sentí llegar
El coche con los criados
De acompañarle encargados,
Quienes hartos de aguardar
(Pues les dejó en el camino
A las siete y no habia vuelto)
A subir se habían resuelto,
A ver si al castillo vino
Solo tal vez, y olvidado
De que les mandó esperar
A la entrada del lugar,
Donde les habia dejado.
Pedíles inútilmente
Esplicaciones; venían
Porque perdido le habían
A buscarle: concluyente
Razón ¿qué habia que hacer?
Mándeles irse á acostar;
Y ií mi cuarto á cavilar
Me fui hasta el amanecer.





Suspendió aquí su relato
El buen barón un momento,
Juzgando que ó desatento
Se distraía el doctor,
O que su faz, que mas torba
Cada instante se tornaba,
De su opinión le auguraba
A cada instante peor.

El médico, que en la causa
Del mal del hijo sabia
Mas que el padre, en su sombría
Profunda meditación,
De aquilatar se ocupaba
E n el crisol de su ciencia
Los grados de la demencia
Que le consulta el barón.

Y como de aquel misterio
Él solo tiene la llave,
Y como él tan solo sabe
Cuan grave ser puede el mal,
En profundo arrobamiento
Permanece enagenado,
Cual por el peso agoviado
De alguna idéa fatal.

Mas el barón, que lo ignora,
Desairado de él juzgándose,
Su arrobamiento enojándose
Resolvió cortar al fin;
Y con la voz ronca y trémula
Del amor propio ofendido
Le dijo, el rostro encendido
De la ira en el carmin:

“Doctor, si no habéis de oirme,
“Escuso gastar saliva
“En valde”—y con faz esquiva
Se puso el barón en pié;
A cuya agresiva frase
Y harto brusco movimiento,
Fuerza de su arrobamiento
Salir al doctor le fué.

Y risueño “de apariencias
“No os fiéis, barón, le dijo:
“Pues si no sana vuestro hijo
“Con lo que pensaba yo,
“Dios solo sanarle puede;
“Mas os lo juro en conciencia:
“Si no curo su dolencia,
“Creeré que Dios me cegó.”

A tan solemne protesta
Su amor propio satisfecho,
Tranquilizado en su pecho
Su paterno corazón
A la luz de la esperanza
Que en su alma á lo lejos brilla,
Ya serenado, su silla
Volvió á ocupar el barón

El doctor, templado viéndole,
Por ambas manos asiéndole,
Y cariñoso atrayéndole
Benignamente hacia sí.
Preguntó: “y ¿al otro dia
“En qué dio? ¿fué todavía
“Brutal? ¿cuál es su manía?
“Hablad y fiad en mí.”

Rendido el viejo orgulloso
Por la cortés deferencia
Del doctor, en cuya ciencia
Desde aquel punto fió,
Convirtiendo en satisfecho
Lo enojado y lo ofendido,
Su relato interrumpido
De esta manera anudó.

BARON. —Escusadme: yo temia,

Doctor, que no me escuchábais.

DOCTOR. —Ya veis que os equivocabais:

Conque, vamos, ¿qué manía
Es la de nuestro demente?

BARON. Por lo que de ella os diré

Juzgareis. Al dia siguiente,
Al rayar el alba, fué
A los criados llamando,
Quienes fueron poco á poco
Viniendo, que estaba loco
Ya todavía ignorando.
Yo al sentir el movimiento
De la familia, salí
A mi vez de mi aposento:
Y la escalera le vi
Seguido de los criados
Tomar: tras ellos eché
También, y por él guiados
Fuimos al patio: allí fué
Dó me llegué de manera
Indudable á convencer
De que debia tener
Perdido el juicio; porque era
Torba y fija su mirada,
Su acento bronco, violento
Su andar y su movimiento:
Estaba en fin trastornada
Aquella fisonomía
De espresión salvaje y dura,
Tan contraria á la dulzura
Natural que antes tenia.
Quédeme tras el cancel
Lo que iba á hacer á observar,
Y vi que mandó rodar
Un enorme capitel
De una columna truncada,
Que fué de mi padre en vida
No sé para qué traída
Y después abandonada.

DOCTOR. —Que os interrumpa escusad.

¿Cuál es de ese capitel
La dimension?

BARON. —Calculad

Que del pilar la mitad
Aun conserva unida á él.

DOCTOR. —¿Y es buen mármol?
BARON. —Yo en verdad

Ignoro su calidad:
Del mejor de Macäel
Me han dicho que es.

DOCTOR. —Continuad.
BARON. —Los mozos obedeciendo

Pusiéronse á la faena,
Y el pilar no sin gran pena
Fueron rodando y trayendo
Hasta un morisco salón,
Que tengo hoy abandonado
Mas que fué en tiempo pasado
La sala de recepción.

DOCTOR. —¿Qué luz tiene?
BARON. —Al medio-dia

Caen sus ventanas; se ven
Desde las vuestras.

DOCTOR. —Muy bien:

Seguid, baron; la manía
De vuestros Cárlos me empieza
A agradar, y me parece
Que si Dios me favorece
Recobrará la cabeza.

BARON. —¡Si tal hiciérais, doctor!
DOCTOR. ——Con el afán mas prolijo

Le cuidaré; por mi hijo
No le tuviera mayor,
Creedme; pero seguid.
Decíais que el capitel
Metié en el salón ¿con él
Qué hizo D. Cárlos?

BARON. —Oid:

Su cama, armas y equipage
Traer mandé á aquel salón,
Y sobre todo un cajón,
El cual durante su viaje
No quiso apartar de sí,
Según después he sabido;
Aunque jamás he podido
Dar con lo que trae allí.

DOCTOR. —Ya daré yo; continuad.
BARON. —Mientras consigo no tuvo

Todo su ajuar, se mantuvo
Con torba tranquilidad
Junto á la puerta de pié:
Y en buen momento juzgándole
Fui poco a poco abordándole;
Cuando frente de él llegué,
De hito en hito me miró
Sin moverse del umbral,
Ni dar la menor señal
De reconocerme: yo
Al cuello le eché los brazos,
Y con paternal cariño
Como cuando aun era niño
Le acaricié: mas los lazos
Con los que Dios nos unió
Desconociendo, la faz
Tornando: “¡Dejadme en paz!”
Me dijo, y me rechazó;
Y á los criados venir
Con su equipaje mirando,
El patio cruzó saltando
Y les salió á recibir.
Presenció tranquilo y grave
La colocación de todo;
Y cuando lo halló á su modo,
Pidió del salón la llave,
Hizo que el pilar derecho
Sobre una sólida base
La gente le colocase
Bien á plomo: lo cual hecho,
Atenta y prolijamente
De su equilibrio y firmeza
Se aseguró, y de la pieza
Mandó salir á la gente.
Entonces del capitel
Poniendo al lado el cajón,
Encerróse en el salón
Y no ha vuelto á salir de él.

DOCTOR. —¿Y nunca estrásteis?
BARON. —Fué vano

Intento: siempre está alerta
Y en tocándole á la puerta
Se presenta espada en mano.

DOCTOR. —¿Mas no hallasteis un resquicio

Por donde ver lo que hace?

BARON. —No: mas creo que deshace

Cuanto hay: pues cual si su oficio
Fuera el de picapedrero,
Sospecho que á martillazos
Hace el capitel pedazos,
Por el ruido á lo que infiero.



A caer en su arrobamiento
Volvió el doctor; mas no era
Cual antes torba y severa
Su meditabunda faz;
La luz de un buen pensamiento
Sus ojos iluminaba,
Y á sus labios asomaba
Una sonrisa fugaz.

Contemplándole en silencio
El barón, que á ver alcanza
Un rayo azul de esperanza
En su faz resplandecer,
Por no turbar imprudente
Su segundo arrobamiento,
Contenia hasta el aliento
Sin atreverse á mover.

Al fin el doctor alzándose,
Con el barón encarándose
Dijo, las manos frotándose
Cual satisfecho de sí:
«Barón, Dios es sobre todo
Sabio mortal que de lodo
Nace, mas yo haré á mi modo
Lo que sé y fiad en mí.

Decid ¿qué alimentos toma
Don Carlos? ¿tiene apetito?»

BARON. —No hay cosa de que no coma,

Yo mismo le pongo y quito
Ante su puerta los platos.
Y vacios del revés
Me los vuelve todos.

DOCTOR. —¿Y es

Goloso?

BARON. —Mas que los gatos.
DOCTOR. —¿Y es al dulce muy afecto?
BARON. —Sorberá un vaso de ccíbar

Porque otro le den de almíbar:
Es de familia defecto.

DOCTOR. —Pues bien, en una conserva

Cualquiera, le habéis de dar
Lo que os voy á preparar.

BARON. —¿Es jugo de alguna yerba?
DOCTOR. —¿Qué importa lo que sea? Es

Un remedio que yo tengo;
Mas mirad que os lo prevengo,
Andad con él cauto, pues
Si bien la demencia cura
Su misteriosa virtud,
Tomado en sana salud
Predispone á la locura.

BARON. —¡Diablo!
DOCTOR. —De él seis gotas dad

Por la noche á vuestro hijo.

BARON. —¿Seis justas?
DOCTOR. —Número fijo:

Ni más ni menos.

BARON. —Fiad

En mí.

DOCTOR. —Pues esa pocion

Con su precisa instrucción
Os llevaré al caer el dia,
Barón; y ó pierdo la mia
O le vuelvo á la razón.





Iba en acciones de gracias
A deshacerse el anciano
Barón, cuando por la mano
El médico le tomó;
Cortés, mas resueltamente.
Hasta la puerta llevóle.
Sus promesas reiteróle
Despidiéndole, y cerró.

Quedó el barón á la puerta
Entre enojado y corrido
Viéndose así despedido.
Hasta que al fin esclamó
Riéndose:— “tiene este hombre
A la verdad muy mal modo:
Mas tiene después de todo
Excelente alma.” Y partió.