Dos rosas y dos rosales: 10
III.
[editar]Tiene el doctor en su casa
Detrás de su gabinete
Un misterioso retrete,
Cuya puerta con primor
Labrada da oculto paso
A este escondido aposento.
Donde vamos un momento
A introducir al lector.
En esta secreta estancia
De sus secretos tesoro
Brilla un Crucifijo de oro
Elevado en un altar:
Ante el cual arde una lámpara.
Cuyo aceite embalsamado
Tiene el aire perfumado
Con alöe y azahar.
El camarín, que reviste
Cäoba ensamblada y tersa,
Tapiza una alfombra persa
Del tejido de Lahor:
Y el friso de sus paredes
Es una cajonería,
Hecha de marquetería
De primorosa labor.
En medio y sobre una mesa,
Como la mejor alhaja
Después del Cristo, una caja
De cedro oloroso está,
En cuyas manillas de oro
Con rayos tibios destella
La lámpara, que sobre ella
Resplandor perenne da.
Porque esta luz es perpétua;
El doctor es el que cuida
De su llama azul la vida
Sin cesar de mantener;
Y símbolo misterioso
De la firmeza y la calma
De la honda fé de su alma,
No cesa jamás de arder.
A su luz todas las noches
Ante Jesús se prosterna.
Y á él que es la luz eterna
Para su alma pide luz;
Y, á solas, en el alivio
De sus enfermos medita,
En la presencia bendita
Del que hizo santa la cruz.
Hombre de fé y de creencias,
Con fé y caridad cristiana
Voto su existencia humana
Al bien de la humanidad:
Y hondamente convencido
De que Dios solo es la ciencia,
Busca en Dios su inteligencia
De las ciencias la verdad.
No como los falsos sábios
Impío y materialista,
Cree que nada hay que resista
Al troquel de su razón:
No: que al estudiar del hombre
La estructura y la belleza,
Del Criador la grandeza
Admira en su creación.
Él ve que el hombre creado
Para la paz y el cariño.
Trae instintos desde niño
De odio y de destrucción:
Pero ve que las pasiones
De que el corazón trae lleno,
Torna en virtudes el freno
De la dulce religión.
He aquí por qué de la ciencia
Que mas útil creyó al mundo
Hizo un estudio profundo,
De los hombres en favor;
Y por do quiera que ha ido,
Siempre en el dolor humano
Vertió con pródiga mano
Bálsamo consolador.
Mas vio que la Europa, presa
Del espíritu sofístico,
Con su furor silogístico
Y su afán de argumentar,
En vez de llevar las ciencias
A fin y verdades útiles,
En mil controversias fútiles
Las perdia sin cesar.
Vió que sus sabios, en ellas
Con ceguedad empeñados,
Vagaban desatinados
Por laberintos de error,
Y que entre tantos partidos
Y entre tantas opiniones,
La ciencia tras mil cuestiones
Jamás quedaba mejor.
Cuando él audaz en su cátedra
Sus errores manifiestos
Les demostraba, con testos
Le salian á atajar:
Y en vez de echarle por tierra
Sus firmes proposiciones.
Solo autores y opiniones
Le sabían alegar.
Mas él no porque un sofístico
En la controversia venza,
Cree que es bien que se convenza
Sin comprender la razón:
Ni aunque mil maestros digan
“Esto es verdad” sin probarlo,
Lo ha de creer sin sujetarlo
A madura reflexión.
Díjose pues á sí mismo:
“Esto no es ciencia, es abismo
“De teorías inútiles
“A la enferma humanidad;
“Dios es la ciencia infalible,
“La equidad suma; no hay medio,
“Debió crear el remedio
“Pues creó la enfermedad.
“Ahora bien: las discusiones
“De las universidades
“¿Dan á las enfermedades
“Un solo remedio más?
“No: solo dan energúmenos
“Que, por sostener sus thémas,
“Crean absurdos sistemas
“Que traen la muerte detrás.
“No quiero la inútil ciencia
“De esos sabios disputantes:
“Y o quiero á mis semejantes
“Ser de alguna utilidad.
“Contra la verdad, que es única,
“No hay argucia ni sistema;
“Dios es la verdad suprema:
“Buscaré en Dios la verdad.
“En vez de atestarme loco
“De sofismas la cabeza,
“Voy en la naturaleza
“Sus secretos á estudiar:
“Y si la sorprendo algunos,
“Voy con caridad cristiana
“Al bien de la raza humana
“Sus secretos á aplicar.
“¿A quién misión tan sublime
“Como á nosotros le toca?
“Con el consuelo en la boca
“Y en la mano la salud,
“Podemos dar á los hombres
“Vigor á su cuerpo, calma
“A sus pesares, y á su alma
“La crëencia y la virtud."
Así discurriendo, cuando
Concluida su carrera,
Del claustro el mas jóven era
Y cátedra con honor
Obtenía en Salamanca,
Un dia su borla y beca
Colgada en la biblioteca
Dejó para un sucesor.
Y de la ciudad partiendo,
Con un disgusto profundo
Por sus doctores, al mundo
Salió con sed de saber;
Y hombre de acción y de fuerza
No de teorías vanas,
Las comarcas mas lejanas
Se propuso recorrer.
Desde las cortes mas cultas
A las tribus mas salvajes
De Asia y África, en sus viajes
Determinó visitar.
Por ver si á fuerza de estudio,
De observación y esperiencia.
Algún bien para la ciencia
Logra en ellas recabar.
De su ciencia, acrisolándola,
Atesoró la sustancia
Oculta en Italia y Francia
Bajo su afán de argüir,
Y se embarcó para Oriente
Cuna del hombre, dó encierra
Mejores jugos la tierra
Su raza para nutrir.
Aquella tierra en que un dia
La voz de Dios resonaba,
Y donde el hombre moraba
En el edén terrenal,
Aunque Dios en sus montañas,
Con su gente ya no habita,
Todavía está bendita
Por la mano celestial.
Todavía de sus montes
Y de sus valles la yerba
Aquellos jugos conserva
Que conoció Salomón:
Y todavía sus hombres,
Que tenemos por salvajes,
Bajo sus sencillos trajes
Guardan mas fé y mas pasión.
Y allá fué el doctor sediento
Aquellos veneros vivos,
Manantiales primitivos
De las ciencias, á beber.
¿Y quién sabe con los hábitos
Orientales que contrajo,
Los secretos que se trajo
Del Oriente su saber?
Mucho ha visto y ha estudiado:
Recorrido ha el mundo entero:
Mas con juicio muy severo
Juzgó lo que viendo fué,
Y hoy tiene un rico tesoro
De saber y de esperiencia:
Mas al aumentar su ciencia
No disminuyó su fé.
Vagado ha de polo á polo,
Y de polo á polo ha hallado
A Dios sabio justo y solo,
Y al hombre presa del mal;
Mas de polo á polo ha visto
Que del mal del hombre al lado
El remedio, ha colocado
Dios con mano paternal.
Y á buscarlo decidióse;
Y encontró en yerbas y en sales
Tesoros medicinales
De prodigiosa virtud:
Y estudiando al hombre en todos
Los países, á sus males
Físicos y espirituales
Se afanó por dar salud.
Verdadero humanitario,
No soñador utopista
Ni argumentador sofista,
Al bien de la humanidad
Consagrando su existencia,
El bien del hombre es su ciencia,
Jesucristo su crëencia,
Su virtud la caridad.
Severo en sus opiniones,
Duro y breve en sus razones,
Vé y plantea las cuestiones
Con áspera rigidez:
Inflexible con el vicio,
Irreprensible en su oficio,
En todo su fé y su juicio
Brillan por su solidez.
Para el bien suyo indolente,
Solícito en el ageno,
Su pecho está de afán lleno
Por el bien de los demás,
Y á los pies del Crucifijo,
Y á la luz de su conciencia
Viene á consultar su ciencia
Queriendo no errar jamás.
Por eso así que su casa
Dejó el barón, dirijióse
Al camarín y encerróse
Por dentro el doctor en él;
Mas tras él, lector, entremos,
Porque las puertas secretas
Que fabrican los poetas
Están hechas de papel.
Abrió la caja que ocupa
El centro de aquella estancia,
Y la esquisita fragancia
Que al abrirla se exhaló
De ella, mezclóse á la esencia
Que la lámpara consume,
Y de un estraño perfume
El camarín se llenó.
Era un olor, aunque suave,
Vivificador y activo,
Cuyo vigor progresivo
Era grato al respirar;
Un olor que producía
Sobre el sistema nervioso
Un efecto misterioso
Y difícil de esplicar.
Al principio aquel aroma
Que los nervios invadia,
Les crispaba y les tendia
Cual si les fuera á romper:
Mas conforme esta violenta
Sensación se iba calmando,
Poco á poco iba cambiando
Su mal-estar en placer.
Parecia que al cerebro
Penetraba una áura pura,
Impregnada de frescura
Esencialmente vital:
Y que desde él por las venas
Y los nervios esparcida,
Llevaba al cuerpo la vida
Mas perfecta y mas cabal.
Como el deliquio dulcísimo,
irresistible y poético,
Con que el fluido magnético
Nos empieza á entorpecer,
Caer haciendo al espíritu
En ese delirio místico,
Efecto característico
Del magnético poder:
Así al influjo vivífico
De esa balsámica esencia,
Flotaba la inteligencia
En un círculo mayor:
Y del limo vil del cuerpo
Poco á poco libertándose,
Sentía que iba elevándose
A una atmósfera mejor.
Y este olor que parecía
Que aromaba las entrañas,
Al olor de las montañas
Y al ambiente de la mar
Se asemejaba, y henchía
De dulce melancolía,
De luz y de poesía
El corazón mas vulgar.
Y este bienestar corpóreo
Que al espíritu infundía
Perspicuidad, y alegría
Pacífica al corazón,
Exaltaba el sentimiento,
Y sumía el pensamiento
En el dulce arrobamiento
De estática inspiración.
¿Quién de este aroma salubre
Estrañará la influencia,
Siendo el aliento la esencia
De la nutrición vital,
Siendo el cerebro el tesoro
En que acción la vida toma,
Y existiendo en todo aroma,
Una acción medicinal?
Dios, que no hizo cosa alguna
Desde el átomo á la luna
Que no tenga para el hombre
Útil ó preciso fin
¿Pudo encerrar en las flores
Salutíferos olores,
Para que su aroma inútil
Se perdiera en un jardín?
Ese ambiente que en los valles
Donde hay plantas odoríferas,
Y en las montañas auríferas
Tiene una acción tan vital
Y tan regeneradora,
Prueba que Dios atesora
Virtudes mil salutíferas
En la planta y el metal.
Dios, que nos abrió el olfato
Del cerebro como puerta
¿La pudo hasta él abierta
Dejar sin suma razón?
¿No se hallará en el cerebro
El centro de la existencia.
Siendo de la inteligencia
El cerebro la mansión?
Le enferma un aroma, y otro
La salud le restituye
¿Esto del olor no arguye
De la eficacia en favor?
¿Por qué pues desde el cerebro
Por los miembros repartida,
En la salud y la vida
No obrará la del olor?
Acaso y pronto, algún dia
Robará el sabio á la tierra
Esos átomos que encierra
Su perfume universal,
Y al fin llegará la ciencia
A curar una dolencia
Con un átomo de esencia
De un aroma ó de una sal.
Tiempo ha que los orientales
Poseen imperfectamente
Secreto tal, y el Oriente
Cuna de las ciencias fué.
Secreto es de que depende
La raza de Adán acaso:
Tal vez tan gigante paso
Muy pronto la Europa dé.
Acaso le poseyeron
Nuestros padres; pero acaso
Por nuestro mal le perdieron
En su fiera estupidez
Esas razas de bandidos
Que han desolado la tierra,
Suponiendo que la guerra
A los hombres daba prez.
¡Sanguinarios bandoleros!
¿Qué vale mas? ¿la memoria
Maldita de vuestra gloria
Que tantas vidas costó,
O el feliz descubrimiento
De una raíz ó de un grano
Que á todo el género humano
De una epidemia libró?
Tal opinando, su vida
Pasó esperiencias haciendo,
Y estudiando y reuniendo
En su caja el buen doctor
Esos granos y raíces,
Esas esencias y sales,
Que átomos medicinales
Encierran de gran valor.
Convencido de que solo
Dios, esencialmente bueno,
Pudo crear el veneno
Bien al hombre para hacer,
Se did á analizarlos todos
Y á aplicarlos á los males.
De sus átomos mortales
La salud para estraer.
La baya, pues, ponzoñosa
De la yerba mas pestífera,
Y la baba mas mortífera
Del mas dañino reptil,
Trasformáronse en sus manos
En remedios eficaces,
Que los males mas tenaces
Dominaron veces mil.
Mas á la par convencido
De que aquel que revelase
Tal secreto y los usase
Contra la ciega opinión
D e su siglo, moriría
Por loco encalabozado,
O por hereje tostado
En la santa inquisición:
Determinó de su ciencia
Aprovechar la ventaja,
Sin revelar de su caja
El contenido jamás;
Y en un libro consignados,
Sus felices resultados
Legar á los que vinieren
De su centuria detrás.
Y así lo hace, y en su libro
Lleva una exacta memoria
Del efecto y de la historia
De los remedios que hallé:
Esplicando sin reserva
El medio de prepararles,
El método de emplearles,
Y el caso en que él les usó.
Así es como solamente
Concibe su inteligencia
Que puede lograr su ciencia
Útil á los hombres ser:
Y solo así puede el médico
Cumplir su misión sagrada,
Y, en paz con Dios, á la nada
De que lo sacó volver.
Hé aquí porqué el doctor (ido
Que fué el barón) presuroso
Al camarín misterioso
Donde está su caja entró;
Y de entre las mil sustancias
Que en frascos conserva en ella,
La que una enana botella
De cristal guarda eligió.
Ante la luz un momento
La alzó, examinóla atento,
Y en su seno acomodándola
Volvió la caja á cerrar:
Y levantando sus ojos
Hacia el santo Crucifijo,
De esta manera le dijo,
Postrándose ante su altar:
“Señor, el hombre es tan solo
“Un miserable gusano,
“Ignorante, ciego y vano:
“La ciencia está solo en vos:
“Yo en mi estúpida soberbia
“Quise labrar la ventura
“De una sola criatura,
“Y destruí la de dos.
“Señor, yo anhelé su dicha,
“Pero me cegó mi orgullo:
“Por conservar el capullo
“Me espuse á arrancar la flor:
“Yo he juzgado mal del hombre
“La virtud y el sentimiento;
“Alumbrad mi pensamiento
“Para corregir mi error.
“Si hay en mi ser solo un átomo
“Que en vuestra piedad influya,
“Dejad que les restituya
“A su amor y á su razón:
“Aceptad por la ventura
“De su juventud florida,
“Todo el pesar de mi vida
“De estudio y abnegación.”
Dijo él doctor: y fiando
Del Señor en la clemencia,
Al par que de su conciencia
En la fé y en la rectitud,
Cerró el camarín y fuése
Del barón hacia el castillo,
Del licor de su frasquillo
Pronto á ensayar la virtud.
Mas le entretuvo sin duda
Quehacer de mucha importancia;
Porque siendo la distancia
Tan corta como lo es
Desde su casa á la torre,
No llegó al pié de la cuesta
En que está la torre puesta
Hasta la tarde á las tres.