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Dos rosas y dos rosales: 27

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Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Las almas enamoradas. Capítulo I: VI. Escena tercera

VI. Escena tercera.

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Entre dos que se aman bien
Solo dios puede meterse.
Como se empeñen en verse,
Saltan por todo y se ven.

Rosa, que a Carlos amaba
Bien, salió del aposento
De don Gil con muco tiento
Cuando el día aún no rayaba.

Como amor es magnetismo
Que a los amantes inspira,
Y de ellos en pro conspira,
Don Carlos hizo lo mismo:

Así que apenas ponía
Rosa fuera de la puerta
Un pie, vio a Carlos, que alerta
Estaba, y a ella venía.

El caso era excepcional
Y extrema la situación:
Atropelló la pasión
Toda exigencia social.

Don Carlos la asió con tiento
Por la mano, y entreabierta
Dejando, no más, la puerta,
La condujo a su aposento.

Ciego pintan al amor,
Y es verdad: no mira a nada.
La jur enamorada
Es el ser de más valor.

Cuando llega una mujer
A amar de veras a un hombre
Ya no hay nada que la asombre,
Ni la haga retroceder.

Va hasta la temeridad
De su amor en la defensa,
Y la da una fuerza inmensa
Su misma debilidad.

Lo que el hombre más valiente
Vacila en acometer
Va a arrostrarlo una mujer
Firme el pie y alta frente.

Sufre y ama hasta el delirio
Sin ceder: nada la abate:
Ama y sufre hacia el martirio,
Y hasta la muerte combate.
Pero es fuerza convenir
En que solo la mujer
Es quien sabe distinguir
A quién debe de temer,
A quién debe de seguir,
A quién puede su fe dar,
De quién fe puede esperar,
Y por quién debe morir.

Rosa entró pues sin recelo
En el templo del honor,
Y vio a la luz de su amor
Carlos su cuarto hecho un cielo.
Ocupó Rosa la silla
Que Carlos se acercó a darla,
Y ante ella para adorarla
Hincó en tierra una rodilla.
Mas como preciso era
Aprovechar los instantes,
En plática los amantes
Entraron de esta manera:

DON CARLOS.

Rosa, nuestro porvenir
De esta entrevista depende:
Si me amas, por Dios atiende
Lo que te voy a decir.

Encierra bien mis palabras
En tu corazón, bien mío,
Y ni a Don Juan, ni a mi tío,
Nunca en mi ausencia se le abras.

ROSA.

¿Te vas? ¿Qué va a ser de mí,
Sin ti? Mi ser se desfallece.
No te vayas. ¿Te parece
Que podré vivir sin ti?

DON CARLOS.

Es fuerza, y resuelto estoy.
Don Juan pidió ayer tu mano
A D. Gil.

ROSA.

—Es un villano.

DON CARLOS.

Ya lo sé.

ROSA.

—¿Y te vas?

DON CARLOS.

—Me voy.

ROSA.

¿Y adónde?

DON CARLOS.

—A climas extraños,
A las Indias orientales.

ROSA.

¡Dios mío! ¿A regiones tales?
¿Tardarás?

DON CARLOS.

—Tal vez tres años.

ROSA.

¡Virgen Santa! ¿Y con qué objeto
Por tanto tiempo me dejas
Y tanto de mí te alejas?

DON CARLOS.

Oye, Rosa, mi secreto.
Yo soy pobre.

ROSA.

—¿Y qué te importa
No ser rico? Yo te adoro;
No vale una mina de oro
Tres años de amor.

DON CARLOS.

—Mas corta
Puede ser mi ausencia, y mucha
No es si me amas.

ROSA.

—¡Ay de mí!
¿Son poco tres años?

DON CARLOS.

—Sí.
Escucha, por Dios, escucha.

ROSA.

¿Qué me puedes ya decir
Que si te vas me consuele?

DON CARLOS.

Oye: en el alma me duele:
Pero tengo que partir.

ROSA.

¡Dios quiera que me halles viva,
Si vuelves!

DON CARLOS.

—No desesperes
Jamás: en que tú me esperes
Todo nuestro bien estriba.
Toma este anillo: del dedo
De mi madre le saqué
Cuando murió: ten: yo sé
Que confiártelo puedo.
Dame tú una prenda tuya.

ROSA.

—Toma esta cruz: también era
De mi madre.

DON CARLOS.

—Trae, y espera:
Mientras no te restituya
Esta cruz mantente firme.
Mi amor solo puede ser
Tuyo, y la muerte impedirme
Puede nada más volver.
Mientras viva llevaré
Colgada tu cruz al cuello:
Será de tu amor el sello,
Y mi anillo el de mi fe.
Temo que todo lo intenten
Contra mí: mas ten por cierto
Que aunque te digan que he muerto,
Si la cruz no te dan, mienten.
No puede ne mí haber mudanza:
Yo solo un amor concibo
Que en mi alma quepa: yo vivo
Del tuyo con la esperanza.
Yo puedo morir quizás
En la empresa que a osar voy;
Mas la palabra que doy
No puedo romper jamás.
Yo tengo un alma de acero:
Cuando yo emprendo una cosa
No lo olvides nunca, Rosa,
O logro mi empresa, o muero.
Ahora escúchame: las llaves
Te voy del secreto a dar
Para que puedas fiar
En el porvenir. Tú sabes
Que nuestra raza desciende,
Rosa, de la estirpe real
De una princesa oriental.

ROSA.

—La tradición lo pretende.

DON CARLOS.

—Y así es. La librería
Sabes que me encapriché
Por arreglar, y que un día
Y otro en ella me encerré.
Pues bien; llevando adelante
Mi arreglo en una ocasión
Me encaramé en un sillón,
De lo alto de un estante
Por tomar un mamotreto:
Me así a una cornisa hueca:
La madera estaba seca;
Se rompió y hallé un secreto.
Allí entre el polvo que cuaja
El tiempo en toda guarida
Que de airear no se cuida,
Encontré oculta una caja.
La abrí, y su interior hallé
Partido en cuatro cuarteles,
Los tres llenos de papeles,
Y el otro ¿sabes de qué?

ROSA.

¿De qué?

DON CARLOS.

—De monedas de oro
Y plata de sellos reales
Cuyos signos orientales
Descifré.

ROSA.

¿Y ese tesoro
Te apropiaste?

DON CARLOS.

Todo entero;
Mas no por lo que valía,
Sino por ser yo en el día
Su legítimo heredero.

ROSA.

¿Pues cómo?

DON CARLOS.

De los Rosales
Soy el último, y son de ellos
Los papeles y los sellos
De la caja: son legales
Pruebas que de su derecho
Dan al mundo testimonio,
De venir del matrimonio
Pro una princesa hecho
Con un barón andaluz;
Como a nuestra descendencia
Probaría tu existencia
Ese anillo y esta cruz.

ROSA.

Pero tu acción no es leal:
Tú no eres hoy el primero,
Ni nuestro único heredero.

DON CARLOS.

Es verdad: en caso igual
Que yo está Juan, nuestro primo,
Y es fuerza que todo pase
Al que contigo se case.
Mas yo tan solo le estimo
En lo que vale: y como él
Es avariento, y me temo
Que no lleve hasta el extremo
Su palabra, y sea infiel
A su promesa en mi ausencia,
Guardar intento prudente
Lo que puede solamente
Probar mi amor y tu herencia
Porque aun hay mas: entre aquellos
Dijes, que en su valuación
Son de escasa estimación
Por el solo valor de ellos,
Hay varias cartas que prueban
Que tiene cualquier Rosales
Ciertos derechos, los cuales
Son los que a la India me llevan.
Y he aquí lo que te interesa
Saber: existió un doctor
Que con paternal amor
A aquella oriental princesa
La salvó honra, hacienda y vida:
Y uniendo a la real doncella
Con un barón dejó en ella
Nuestra casa establecida.

ROSA.

¿Y él?

DON CARLOS.

Tan solo les rogó
Que tomaran su apellido,
Y a las Indias se volvió.

ROSA.

¿Y nosotros hemos sido
Rosales por ser el suyo?

DON CARLOS.

Sí: y oye por qué me voy
A la India, y por qué hoy
A Don Gil no restituyo
La caja. El Doctor Rosales
Para nuestra descendencia
Vinculó otra nueva herencia
En las Indias Orientales;
Y aquí tienes el billete
Que escribía en sus extraños
Climas, allá por los años
Seiscientos noventa y siete.

“Soy rico y feliz; mas viejo
“Mi ser a su fin declina;
“Cuanto tengo, Nasarina,
“A ti y a tus hijos dejo.
“Queda en las manos leales
“De unos nobles portugueses
“Que capital e intereses
“Girarán por los Rosales.
“La sociedad de quien queda
“A cargo indisoluble es:
“Si se disuelve la hereda
“el erario portugués.
“Tú eres rica: deja este oro
“Para que algún descendiente
“De tu venidera gente
“Encuentre un día un tesoro.
“He impuesto este capital
“De modo que si algún día
“Enviarás de Andalucía
“Apoderado legal,
“O andando un tiempo un Rosales
“Viniera como heredero
“A exigir este dinero,
“Mis condiciones son tales
“Que estos ricos portugueses
“Y los herederos suyos
“Tendrán que dar a los tuyos
“El fondo y sus intereses.”

He aquí Rosa, la razón
De mi esperanza y mi viaje.
Yo solo a tu casa traje
Mi nombre y mi corazón.
Dejé una carrera honrosa
Ya a punto de concluir:
No tengo ya porvenir
Alguno y… te amo, Rosa;
Te amo con una pasión
Supersticiosa, exclusiva.
Para ti es fuerza que viva
Tan solo mi corazón.

Siempre entre gentes extrañas
Aislado viví; de modo
Que en ti he concentrado todo
El amor de mis entrañas.
Los que al ocio y diversiones
Se dan de la juventud
Pueden tener multitud
De afectos y de pasiones;
Yo, concentrado en mí mismo,
Solo una puedo tener;
Pero esa tiene que ser
Profunda como un abismo.
Esa tiene que llenar
Entero mi corazón:
Esa hasta mi salvación
Me hará tal vez arriesgar.
Con esa resuelto estoy
A morir: no hay ardua empresa
Que no acometa por esa:
Por ella a las Indias voy.
Si deseo poseer oro
Es solo para tener
La certeza y el poder
De conservar su tesoro.
Si tengo sed de dinero
Es porque él me puede dar
El poder para luchar
Con el universo entero.
Mas no es su vil ambición
Lo que a las Indias me lleva:
Sino tu amor, que es quien ceba
De fuego mi corazón.
No ir a la India es querer,
Sin luchar por ti, perderte;
Y yo prefiero la muerte
A tenerte que perder.
¿Comprendes por qué me voy?
¿No te convences, mi vida,
De que debo ir?

ROSA.

—Convencida,
Pero desolada estoy:
De tu empresa el hondo afán
Te alentará siempre a ti.
Pero ¿qué va a ser de mí,
Entre mi padre y Don Juan
Tu fe se acrecentará
Con cada paso que avances
Cada ventaja que alcances;
Tu esperanza aumentará.
En ti doblará tu aliento
El mismo ardor del combate:
Pero a mí, Carlos, me abate
Un triste presentimiento.
Vete; sí: te debes ir:
No te lo intento estorbar;
Pero déjame llorar
Al sondar el porvenir.
¿Cómo sabré yo si vives?

DON CARLOS.

—Te escribiré.

ROSA.

—Y si recibo
Tus cartas ¿cómo te escribo?
¿Cómo mis cartas recibes?

DON CARLOS.

—Encoméndémoslo a Dios.
Es lo mejor que hay que hacer;
Pues solo él podrá vencer
La voluntad de los dos
Si eres firme.

ROSA.

—Lo seré;
Mas yo quedo abandonada,
Por todos tiranizada,
De todo esclava.

DON CARLOS.

Ten fe.

ROSA.

¿Si en la red de los amaños
De Juan, incauto, te envuelves,
Si te matan, si no vuelves,
Carlos mío, en los tres años?
¿Si mi padre más que en ti
Fía en Juan: si le prefiere…
Si se arruina… Si se muere?

DON CARLOS.

¡Rosa, ten piedad de mí!
¿Crees que voy a tener pocas
Dificultades que obviar
Que las puedas aumentar
Con las que tú me provocas?
Si pones entre los dos
El Poder Omnipotente,
Doblaremos nuestra frente,
Rosa: mas solo ante Dios.
Si la luz de mi esperanza
Me apaga humano poder,
Logrará solo encender
El volcán de mi venganza.

ROSA.

¡Carlos!

DON CARLOS.

Perdona, alma mía:
Me ciega la sola idea
De creer que posible sea
Perder tu amor algún día.

ROSA.

Nunca, Carlos.

DON CARLOS.

Rosa, escucha:
Si por voluntad de Dios
Venimos al fin los dos
A caer en esta lucha;
Si a través de tanto afán,
De tanto tiempo a través,
Fuerza que cedamos es
Al furor del huracán
Si ante nosotros se cierra
Todo para separarnos,
Y tenemos que arrastrarnos
Por el fango de la tierra;
Si el cuerpo, al cabo vencido
Por la fuerza, la traición…
No importa por qué razón,
Da al fin en tierra rendido:
Si del martirio la palma
Que aceptar, en fin, tenemos
El cuerpo sacrifiquemos:
Mas… guardémonos el alma.
Rosa, mi amor es tan casto
Como el de un ángel, o un niño.
Jamás nutrió mi cariño
Yerba vil de impuro pasto.
Júrame antes de partir,
Aquí, en soledad y en calma,
Guardarme la fe de tu alma
Hasta después de morir.

ROSA.

Te lo juro por el padre
Que me engendró, por la luz
Que me da Dios, por la luz
Que me da Dios, pro la cruz
Que me dio al morir mi madre.

DON CARLOS.

—Pues bien: mi fe te lo jura
Por la creación entera:
Si muero mi alma te espera
En la eternidad oscura.
Ahora, Rosa, toma, y vete:
Mis empeños con Don Juan
Firmados dentro de él van:
Da a mi tío ese paquete.

ROSA.

—Adiós, Carlos.

DON CARLOS.

—¡Alma mía,
Adiós!

ROSA.

—¿No me olvidarás?

DON CARLOS.

Nunca, Rosa. ¿Y tú?

ROSA.

¡Jamás!
Confía en mí.

DON CARLOS.

Y en mí fía.