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Dos rosas y dos rosales: 31

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Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Las almas enamoradas. Intermedio. 1848.

1848.

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El último del plazo. Ya corría
El catorce de abril: desesperada
Rosa los meses transcurrir veía,
Y veía de angustia traspasada
Que carta de Don Carlos no tenía.
¡El quince! ¡El veinte! ¡El veinticinco! Nada.

El veintiséis, sobre gallardo overo,
Potro aún, de la raza cordobesa,
Que pasó a su poder desde la dehesa,
Y que para él salió del picadero,
Apareció Don Juan por la llanura
Con paje y picador, haciendo fiero
Ostentación de ser buen caballero,
Y en su corcel ligero
De jinete andaluz buena figura.
Rosa, del sol poniente a los reflejos,
Viendo el plateado arnés brillar de lejos,
El corazón latiente de esperanza.
Al balcón asomó, la barandilla
Hasta tocar, el busto… ¡Pobrecilla!
Le tomó por Don Carlos un momento.
Viola D. Juan, que hacia el castillo avanza,
Y saludóla atento:
Rosa, al notar su error, volvió en su silla
A dejarse caer con desaliento.
Diez minutos después subió al castillo
Don Juan. Don Gil estaba insoportable:
Decía que Don Carlos era un pillo,
Un farsante, un hipócrita y un necio:
Un loco, un vagamundo, un miserable.
Que bien lo había demostrado al irse,
Cuando de él se marchó sin despedirse;
Que escribir cuatro cartas en tres años
Era más que un insulto: era un desprecio,
Y uno más de sus muchos desengaños:
Que había obrado con bajeza y dolo;
Que solo quiso al proponer su trato
Librarse de él, y abandonarle ingrato
A que muriera despechado y solo.
Y exaltándose más cada momento
Su dolor corporal, con el ausente
Se ensañaba, creyendo el sentimiento
De su ausencia ocultar, precisamente
Cuando es prueba su enojo en tal momento
De que e tiene a su pesar presente.
Don Juan, que no anda a ciegas en el mundo
Y que conoce el corazón humano,
Vio que el pesar del viejo era profundo
Aunque le trata de ocultar en vano;
Y comprendiendo bien que todavía
Su presencia no era
Para la hija ni el padre lisonjera,
Se detuvo en su hogar un solo día,
Mostrándose con él tan complaciente
Como galán col ella.
Mas al siguiente, cuando el sol salía,
Montó en su overo, y se volvió prudente
De su camino a deshacer la huella;
Y si traía oculto algún intento
Lo suspendió para mejor momento.

Don Gil volvió a rabiar: atormentada
Sin cesar por su padre, la cuitada
Rosa volvió a esperar, siempre constante.
Pasó abril… pasó junio… iba adelante
Setiembre… corrió octubre… esperó—¡Nada!
Llegó diciembre —El tres… el diez… podía
Llegar Don Carlos en el mismo día
Del plazo.—El quince… el diez y nueve… el veinte!
Las dos… las tres… las seis… cerrado había
La noche ya… las siete… no venía.
Don Gil quedó en silencio… tristemente
Inclinó la cabeza sobre el pecho,
Despidió de su cuarto a Rosalía
Y se quedó sin luz.—Era ya un hecho
Consumado. Don Carlos no volvía.
Rosa con fiebre se metió en su lecho.