Al recibir del paje la tarjeta
Rosa, y del capitán al leer el nombre
Trémula y sin acción, su vista inquieta
Fijó Rosa en el rostro de aquel hombre
Que estaba inmoble en la penumbra incierta
En que la colgadura que decora
Su dintel deja el cuadro de la puerta.
A Rosa, en la inquietud que la devora,
Momento tal le pareció una hora.
CAPITAN.
Creo que tengo el honor
De encontrarme ante la esposa
De Don Juan.
ROSA.
Sí, señor.
CAPITAN.
¿Rosa
De Rosales?
ROSA.
Sí, señor.
CAPITAN.
Excusad; mas al intento
Que traigo importa no poco
Saber que no me equivoco
Por vos misma.
ROSA.
No.
CAPITAN.
Un momento
De plática reservada
Deseo tener con vos.
ROSA.
¿En nombre de quién?
CAPITAN.
De Dios,
Si estáis a gusto casada.
ROSA.
¡Dios mío! Sí que lo estoy:
Pero ¿por qué lo dudáis?
CAPITAN.
Si un instante me escucháis…
ROSA.
Sí! Sí!
CAPITAN.
A decíroslo voy.
ROSA.
Salid, Juan Diego.
CAPITAN.
(Al paje)
Y cerrad:
Mas si os quedáis para oír
A la puerta os va a salir
Cara la curiosidad.
Mudo y mohíno se alejó Astudillo,
Encajando la puerta en su pestillo.
CAPITAN.
Esa tarjeta al haceros
Pasar supuse, señora,
Que mi nombre antes de ahora
Conocido debe seros.
¿Me hacéis la hora de decir
Si estoy o no en la verdad?
ROSA.
No me hagáis, por Dios, sufrir!
Hablad, capitán; hablad.
Hablad de él. ¿No erais su amigo?
CAPITAN.
¿Lo sabéis?
ROSA.
Su historia cruel
He leído en un papel
Que llevo siempre conmigo.
Rosa mostró el periódico en que estaba
La relación fatal, y que consigo
Desde que vino a su poder llevaba,
Dando en el seno en que su amor moraba
A aquel recuerdo material abrigo.
CAPITAN.
Entonces lo sabéis todo.
ROSA.
Todo.
CAPITAN.
¡Y os habéis casado!
ROSA.
Ya me lo habéis preguntado
Dos veces. Sí.
CAPITAN.
De ese modo
Tomad.
ROSA.
¿Qué me decís?
CAPITAN.
La cruz
Que hice de traeros promesa:
Aunque hay ya muy poca luz
Servíos mirar si es esa.
Rosa del lado del balcón volviéndose
Dijo al mirar su cruz enterneciéndose:
ROSA.
Esta es.
CAPITAN.
Tomad también
Estas cartas: son las solas
Que a través de azares y olas
Le llegaron: vedlas bien.
ROSA.
Sí, sí: son mías.
CAPITAN.
Tal es,
Señora, la comisión
Que me ofrece la ocasión
De ponerme a vuestros pies,
Y que yo he cumplido: ahora
Antes de irme del castillo
Servíos darme, señora,
Su última carta y su anillo.
ROSA.
Su anillo queréis?
CAPITAN.
¿No os di
Su cruz?
ROSA.
Sí: mas ¿para qué
Su anillo?
CAPITAN.
Para que aquí
No haya prendas de su fe,
Que rescatar prometí.
ROSA.
Dios mío! Me estáis haciendo
Rodar dentro de un abismo.
CAPITAN.
Permitidme que lo mismo
Os diga yo. No comprendo
Cómo vaciláis en darme
Unas prendas que no son
Para vuestro corazón
Caras.
ROSA.
¡Queréis insultarme!
CAPITAN.
¿Pues aún amor le tenéis?
ROSA.
Vuestra pregunta es osada
Para una mujer casada.
CAPITAN.
¿Lo veis, señora? ¿Lo veis?
Tenemos que ir a parar
A lo mismo siempre.
ROSA.
¿A qué?
CAPITAN.
A que si aun le guardáis fe
¿Cómo os pudisteis casar?
ROSA.
Si una esperanza me hubiera
Quedado, no me casara:
En su ira se condenara
Mi padre si a su postrera
Voluntad me hubiese opuesto.
CAPITAN.
Pero mi mente no alcanza
Cómo tener esperanza
No podíais.
ROSA.
¿Cómo?
CAPITAN.
¿Y esto?
¿Y esta cruz? ¿No os dijo él
Que si esta cruz no os traían
En cuanto hablaran mentían?
ROSA.
¿Luego miente este papel?
CAPITAN.
No: todo en él es verdad
En cuanto a los hechos: pero
Ya veis que el relato entero
No está: falta la mitad
De la historia: lo que allí
Pasaba era consecuencia
De lo que vil en su ausencia
Fraguaba D. Juan aquí.
ROSA.
¡Dios mío!
CAPITAN.
La Compañía
Portuguesa, el capital
Del Doctor, en Portugal
Y en las Indias existía.
Pero Don Juan que escuchó
Sin duda su despedida
Con vos, desde su partida
Por perderle maquinó.
Y como en sus relaciones
Y negocios comerciales
Tenía corresponsales
En las índicas regiones
Cuando él llegó ya tendida
Tenía una red traidora
Donde pie a pie y hora a hora
Se enredó su honra y su vida.
ROSA.
¡Ay desventurado de él!
CAPITAN.
Su desventura causó
Don Juan, y eso es lo que no
Os dijo vuestro papel;
Porque él mismo le escribió.
ROSA.
¡Él!
CAPITAN.
De su traición infiel
Y de su venganza cruel
Pruebas hay que tengo yo,
Pues, de paso, en Portugal,
En Inglaterra y España,
Compré de esta historia extraña
El escrito original.
¡Qué! ¿Vos no sabíais eso?
ROSA.
¿Cómo saberlo? ¡Ay de mí!
Yo lloraba aislada aquí,
De mi afán en el exceso
Esperando sin cesar:
Su muerte supe tan sólo;
Mas no la infamia y el dolo
Que la llegó a ocasionar.
CAPITAN.
Mas si no os pudo ocurrir
Eso, a Don Juan conociendo,
Como os pudo no comprendo
Él al altar conducir.
Carlos jamás ha podido
Persuadírselo.
ROSA.
¿Él lo supo?
CAPITAN.
Tal desventura le cupo.
ROSA.
¡Infeliz!
CAPITAN.
Sí que lo ha sido.
Figuráosle cercado
De calumniadores viles
Prendido por alguaciles,
Ir de juzgado en juzgado
Befado y escarnecido
Como infame petardista
Y estafador a la vista
De un pueblo desconocido.
Figuráosle marchando
Solo y pobre por parajes
Insalubres y salvajes,
Con fe tenaz indagando
Los rastros de la presencia
De un hombre caritativo
Que hacía que no era vivo
Siglo y medio. La influencia
Calculad que ejercería
Sobre su espíritu fiero
Verse como un pordiosero
Visionario cada día
Despreciado por do quiera,
Por do quiera amenazado,
Despedido y rechazado
Por la sociedad entera.
Figuráosle en la plaza
Pública, a fuerza, avenirse
Con un pirata a batirse;
Pues para todo eso traza
Se dieron, y el Capitán
Portugués solo era en fin
Un pirata espadachín
Que envió contra él D. Juan.
Figuráosle metido
Por loco en un hospital,
Siendo ya rico, y cumplido
Estando el plazo fatal;
Figuráosle, señora,
Lanzándose despechado
Al agua, buscando a nado
Una cueva protectora.
Figuráosle perdido
Por los bosques, solo, hambriento,
Escuálido, y macilento
Como un cadáver huido
Del sepulcro; de manera
Que para la misma gente
Que le amó y le odió igualmente
Desconocido al fin era.
Figuráosle hasta a Dios
Olvidando en su delirio,
Y aquel horrendo martirio
Sufriendo con fe por vos…
¿Y para qué? ¡Para ver
Que por colmo de sus males
Del más vil de los Rosales
Os hicisteis la mujer!
Tenéis, señora, razón
Para humillaros confusa:
Porque no tenéis excusa
De haber vuestro corazón
Entregado a su enemigo.
Mas olvidasteis, señora,
Que todo tiene a su hora
En la tierra su castigo.
Yo encomiendo al porvenir
Y a Dios el vuestro: tomad:
Esos tesoro guardad:
Vos debéis rica vivir:
Gozad los ricos caudales
De vuestra familia entera:
Ya sois la única heredera
Del caudal de los Rosales.
Pudo en un día fatal
Vuestro abandono saber;
Mas con vos no pudo ser
Avaro, ni desleal:
Tal es su voto postrero:
Si la vuestra le faltó,
El su palabra cumplió
Como amante y caballero.
Yo de D. Carlos en nombre
He cumplido ya con vos:
Solo en presencia de Dios
Volveréis a ver a ese hombre.
Mas si por casualidad
Encontráis su sepultura,
Ponedle por escritura
La palabra “lealtad;”
Y añadid, para que de él
Quede una justa memoria,
Este final a su historia
Escrita en vuestro papel.
Ahora entregadme el anillo
De D. Carlos, y su carta
De despedida: que parta
Es forzoso del castillo.
ROSA.
Partid pues, porque ha de ser
Sin recoger esas prendas
Que de su amor son ofrendas,
Que debo sola tener.
Porque estáis en un error
Si creéis que oí confusa
Porque no tiene una excusa
Leal que daros mi amor.
Jamás creí, a la verdad,
Tener que dárosla a vos,
Sino solo a él y a Dios
Un día en la eternidad.
Mas veréis que en suponer
Hacéis, Capitán, muy mal
Tan villana y desleal
El alma de la mujer.
Yo hice mal en no mirar
Vuestra historia a mejor luz,
Y en no esperar estar cruz
Antes de ir al altar.
Pero mi padre al morir
Hizo de mi triste unión
Prenda de su salvación,
Y no pude resistir.
CAPITAN.
Carlos en su amor insano,
Con fe leal y alma fiera
Dejado morir hubiera
A todo el género humano.
ROSA.
Yo discurrí obrar mejor:
Porque su alma salvé
Y en la mía conservé
Puro, incólume, mi amor.
Comprended bien, Capitán,
El misterio de mi surte:
Yo me casé con la muerte:
No me casé con D. Juan.
De mi casa era un secreto
Que debía de quedar
En nuestra alma hasta espirar
A hondo misterio sujeto:
Mas pues lo queréis saber,
En mi unió matrimonial
No hay tálamo conyugal:
No hay marido, ni hay mujer.
D. Juan ser barón quería:
El título amaba en mí:
Yo lo que amaba le di,
Que es no más mi baronía.
Existe en mí mi pasión
Única, pura, exclusiva:
Dios tendrá, mientras que viva,
La fe de mi corazón;
Pero ese otro amor terreno
Que da al hombre la mujer
Es de Carlos: no hay poder
Que le arranque de mi seno.
CAPITAN.
Dásele, alma mía, pues.
ROSA.
¡Dios Santo! Yo desvarío…
Yo deliro…
DON CARLOS.
No, bien mío:
D. Carlos está a tus pies.
ROSA.
¡Desventurada de mí!
¡Luces! ¡Luces! Quiero verte.
¡Luces! … Antes de mi muerte
Quiero saber que te vi.
¡Luz! … Abre… pero no: espera;
Que no entre nadie; aquí hay fuego.
Toma: enciende luces luego
Para verte antes que muera.
DON CARLOS.
Ya hay luz. Rosa, mírame.
ROSA.
¡Él… y no poder ser suya!
DON CARLOS.
No hay quien tal dicha destruya.
ROSA.
¿Y D. Juan?
DON CARLOS.
Yo le maté.
ROSA.
¡Santos del Cielo!
DON CARLOS.
Decía
Que le amabas, y por poco
Yo le perdono.
ROSA.
Mentía:
Pero no puedo tampoco
Ser tuya jamás.
DON CARLOS.
¿Por qué?
ROSA.
Porque tu fin di por cierto,
Y… no me he casado… he muerto.
DON CARLOS.
¡Muerto!
ROSA.
A Dios me consagré.
Mira el hábito que visto:
Ve de Roma la dispensa:
Ser tuya hacer una ofensa,
Es, no a D. Juan, sino a Cristo.
D. Carlos quedó atónito un instante
A tal revelación: tendió la vista
En rededor de sí, y notó espantado
Lo que hasta el punto tal visto no había.
La habitación de Rosa era una celda.
Su vestido era un hábito, y encima
De un altar que hay del cuarto en un testero
Se alza la imagen de Jesús divino.
D. Carlos quedó ante esto anonadado.
Mas pasó aquel momento de atonía
Mental, y su carácter vïolento
Se reveló en un ímpetu de ira.
DON CARLOS.
¡Condenación! Ese voto
No es válido.
ROSA.
Si a Dios temes,
Respétale, y no blasfemes:
Dios es quien el nuestro ha roto.
Su justicia y su poder
Reconoce… Tras la muerte
Que has hecho tú, ¿nuestra suerte
Podía dichosa ser?
Tintas tus manos están
En la sangre de su pecho.
Dormiría en nuestro lecho
El espectro de D. Juan.
Lo mismo la vil traición
Que el más disculpable crimen,
Carlos mío, no se eximen
Jamás de una expiación.
DON CARLOS.
¿Mi crimen, Rosa, no espía
Toda mi amarga existencia?
¿Quién hizo una penitencia
Mas terrible que la mía?
ROSA.
Dios es justo!
DON CARLOS.
¿Y así premia
Mis siete años de batalla
Conmigo mismo?
ROSA.
No! Calla!
No digas esa blasfemia.
Calla. —De mi amor en pos
Fuiste a la India, y allí
Por acordarte de mí
Te has olvidado de Dios.
Tú me dijiste al partir:
Si del martirio la palma
Nos toca, guárdame el alma
Hasta después de morir.
Yo porque las de los dos
Uniera una eterna suerte,
Creyendo cierta tu muerte,
Confié la mía a Dios.
En mi ser nada hay carnal:
Mi pasión es infinita,
Y de ti no necesita
Mas que tu alma inmortal.
DON CARLOS.
No: no me puedo avenir
Con tan imprevista suerte.
Perderte! … vivir sin verte
Y lejos de ti morir!
Imposible!
ROSA.
Y arrostrabas
Tal porvenir, temerario,
Cuando mi amor voluntario
Para tu primo juzgabas!
¿Tu pasión es, Carlos mío,
Tan sórdida, tan terrena,
Tan material… que la pena
De perderla te hace impío?
Fermentaba la vieja levadura
Del pecado de Adán en las entrañas
De Carlos: revolvió la criatura
El limo vil de su materia impura
Y le inspiró Satán dudas extrañas.
Todo el idealismo y poesía
Toda la exaltación santa y sublime
Que su pasión cuando partió tenía,
En desesperación carnal e impía
Cambió el pesar que el corazón le oprime.
Apoderóse de él por un momento
Un mundano e injusto pensamiento:
Y aquel mártir leal de un amor santo
De la virtud desconoció el encanto;
Del vicio tentador se hizo instrumento.
DON CARLOS.
Mi corazón es de tierra,
Rosa: el amor de mi pecho
Del mismo limo está hecho
Que el ser de todo hombre encierra.
Dios millones de mujeres
Creó; pero para mí
No ha creado más que a ti:
Mi ser, mi esperanza eres.
Tras siete años de luchar
Traerme a esta conclusión,
Es como decir que son
Muchos años de esperar.
Y renegar hoy del mundo
Cuando yo al mundo volví,
Más se renegar de mí
Que de él. Si tu amor profundo
Es como el mío, en conciencia
Verás que si fue tu voto
Por mi muerte, queda roto
Con mi vida y mi presencia.
Yo no he peleado más
Que por tu amor, y a él fiel
Pactado hubiera por él
Con el mismo Satanás.
Dios, o el diablo, entre los dos
Se puso: pero es le hecho
Que todo queda deshecho
Entre nosotros. Adiós.
Carlos sus pasos dirigió a la puerta:
Venció el genio del mal por un instante:
Triunfó el amor del corazón amante,
Y entre su Dios y su pasión incierta
Dijo ella, dando un paso hacia adelante:
ROSA.
Espera: puesto que a ser
Vienes mi condenación,
Vas a ver el corazón
Con que nace la mujer.
Si lo que quieres de mí
No son más que viles placeres,
Ven: cometeré si quieres
Un sacrilegio por ti.
Tienta mi debilidad;
Insiste… y nos condenamos:
Mas al amor renunciamos
De toda la eternidad.
Dio la infeliz a su postrera frase
Tal inflexión, tan despechado acento,
Que antes que sus palabras acabase,
Hizo Dios que Don Carlos se espantase
Al sondar tan terrible pensamiento.
No podía vencer en alma tales
El vicio a la virtud: Dios no podía
Abandonar sus almas inmortales.
Sintió la voz de Dios Carlos Rosales,
Y el diabólico ser que les había
Tentado huyó a los antros infernales.
Carlos, llenos de lágrimas los ojos,
Dijo, cayendo ante el altar de hinojos:
“Señor, su idea comprendo;
Su fe y su virtud admiro:
Veo con mi amor horrendo
Que condenarla pretendo,
Y que contra ti conspiro.
Comprendo ¡oh Dios soberano!
Que en mi terrena pasión
Olvidé que era cristiano;
Mas que me ofrece tu mano
Un medio expiación.
Tú sabes que el sentimiento
Que por ella concebí,
Hasta mi último momento
En mi ser tendrá alimento:
Mas a él renuncio por ti.
Acepta, Señor, propicio
De mi mortal corazón
Este inmenso sacrificio:
Mas ten de mí compasión
Cuando me llames a juicio:
Te cedo en la tierra el ser
Que fue mi felicidad:
Mas yo pido a tu poder
Que el alma de esta mujer
Me vuelva en la eternidad.”
Carlos se puso en pie: pálido, mudo,
Trémulo, a Rosa contempló un momento.
¡Grande era el sacrificio, el trance rudo!
Rosa en él se sentía sin aliento.
Su llanto al cabo contener no pudo,
De Carlos penetrando el sentimiento;
Y hecho de pena el corazón pedazos,
Por la postrera vez le abrió los brazos.
Con este abrazo último se dieron
En su vida mortal su despedida;
Y en este último abrazo se dijeron
Las últimas palabras de su vida.