El Alcázar de Sevilla: 3

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El Alcázar de Sevilla de Fernán Caballero
Capítulo III

Capítulo III

Termina la galería antes expresada, en otro patio, que es el principal, y que comunica por un arco con otro estrecho y largo, llamado de la Montería por haber sido residencia de los leales Monteros de Espinosa. A un extremo está la puerta que debe su nombre al León de España, que, con una mano puesta sobre una lanza y una cruz en la otra, se ve pintado encima, ostentando éste que fue su magnífico lema: Ad utrumque.

¡Imposible nos es contemplar sin avergonzarnos este lema glorioso de la antigua España!

En el patio de la Montería se halla un vasto y notabilísimo aposento llamado la Sala de Justicia, que es acaso la construcción más antigua del Alcázar y la más puramente árabe. En él se reunían los Jueces; y cuando hablemos del dormitorio del Rey D. Pedro, referiremos una tradición que une lúgubre y justicieramente el nombre de este Monarca al de la sala expresada.

Vueltos al patio principal, diremos que en el frente opuesto al arco por donde se sale al de la Montería, álzase deslumbrando al que la mira, la árabe fachada del Regio Alcázar. Pero antes de entrar en éste, sigamos un pasadizo, que del patio principal conduce al cuarto patio, que es el más moderno, el más chico, el más simétrico y el más triste de todos, que se llama de la Contratación, y que debe su restauración a los comerciantes que allí tenían sus juntas y hacían sus contratos cuando se hallaba en auge el comercio de Sevilla con América.

Volvamos a la Regia Morada.

No ha mucho que esta inapreciable joya se encontraba en el más triste y vergonzoso abandono. No sólo se hallaban deslustrados y perdidos los preciosos colores y dorados que hacían de ella la única mansión capaz de realizarlas semi-fantásticas concepciones de los cuentos de las Mil y una noches, no sólo se hallaban, a fuerza de estúpidos blanqueos, enterrados y completamente ocultos en cal los finísimos arabascos de sus muros; no sólo conservaba como heridas sin curar, los destrozos sufridos en distintas épocas y circunstancias, sino que varios patios y aposentos apuntalades daban margen a que escribiese cierto humorista viajero de los que en lugar de descripciones hacen sátiras, por ser esto último más fácil, que una de las cosas afortunadas que le habían sucedido durante su viaje, era el haber salido sano y salvo del Alcázar de Sevilla. Así, pues, los verdaderos amantes del país, los anticuarios, los artistas y los historiadores deben estar profundamente agradecidos a nuestra Reina Doña Isabel II, en cuyo reinado se ha dado por fin cima a la restauración de este admirable monumento, único en Europa, que con la Alhambra y el Romancero nos trasporta a lo vivo a aquellas románticas edades en que la elegancia y los bríos varoniles, el espíritu caballeresco y el religioso, la galantería y el heroísmo reinaban justamente y sin contrariarse. Esta bienhadada restauración, cuya fecha, con el nombre de la Reina que la dispuso, brilla en letras de oro formando el más bello adorno de la puerta principal del palacio, atrae y atraerá cada día con mayor fuerza a nuestra Soberana los entusiastas elogios a que es acreedora, por haber sabido sobreponerse al espíritu avariento de la época y a sus tendencias cínicamente pregonadoras de lo positivo y de lo útil, demostrando doblemente de lo que son capaces la generosidad y esplendidez regias.