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El Angel de la Sombra/LXXIII

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El Angel de la Sombra
de Leopoldo Lugones
Capítulo LXXIII

LXXIII


Esperaba Toto junto al teléfono la hora exacta de su coloquio matinal con Adelita, quien, imperiosa siempre, exigía la más rendida precisión, cuando importuna llamada púsolo en comunicación con alguien que preguntaba por él.

Nombróse al acto, no se interpusiera en eso la otra llamada, y con doble displicencia por tratarse de un interlocutor anónimo.

Mas a las primeras palabras su fastidio trocóse en atroz sorpresa.

"Un amigo" hacíale saber que su hermana tenía citas con Carlos Suárez Vallejo en su despacho de la escribanía de Cárdenas. Veíanse de mañana, cuando estaban cerradas las otras oficinas; y si le interesaba sorprenderlos, se le avisaría de igual modo y a la misma hora, sólo con que por tres o cuatro días tuviera la paciencia de hallarse junto al teléfono.

Colgó bruscamente el receptor, sin contestar la calumniosa insolencia, resuelto a despreciarla en silencio como lo merecía todo anónimo y lo indicaba el estado de Luisa.

—Idiota!... Canalla!... —insultaba al desconocido con resolución y altivez, no exentas, sin embargo, de sombría inquietud.

Al día siguiente, sin atreverse, no obstante, a confesárselo, estaba junto al teléfono cuando el timbre sonó.

—Vaya ahora—dijo sin ambages la voz—y verá si miento.

Preguntó por Luisa. No estaba en casa. Había salido con doña Irene, pero debían separarse en el centro, conservando la señora el carruaje. Era lo que sabía por habitual la tía Marta.

Diciéndo se con insistencia que ir allá era otra infamia, y que. seguramente estaban burlándose de él, Tato echóse el revólver al bolsillo y salió en dirección a la escribanía.

Por más que labrase su mente, no hallaba un sólo indicio confirmatorio de la ultrajante novedad.