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El Discreto/Realce VII

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Realce VII

El hombre de todas horas

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Carta a don Vincencio Juan de Lastanosa[1]

No siempre se ha de reír con Demócrito, ni siempre se ha de llorar con Heráclito, discretísimo Vincencio. Dividiendo los tiempos el divino sabio,[2] repartió los empleos. Haya vez para lo serio y también para lo humano, hora propia y hora ajena. Toda acción pide su sazón; ni se han de barajar, ni se han de singularizar; débese el tiempo a todas las tareas, que tal vez se logra y tal vez se pasa.

El varón de todos ratos es señor de todos los gustos y es buscado de todos los discretos. Hizo la naturaleza al hombre un compendio de todo lo natural; haga lo mismo el arte de todo lo moral. Infeliz genio el que se declara por de una sola materia, aunque sea única, aun la más sublime; pues ¿qué, si fuere vulgar? Vicio común de los empleos: no sabe platicar el soldado sino de sus campañas, y el mercader de sus logros. Hurtanle todos el oído al unítono, la atención al impertinente, y si tal vez se vencen, es en conjuración de fisga.[3]

Siempre fue hermosamente agradable la variedad, y aquí lisonjera. Hay algunos, y los más, que para una cosa sola los habéis de buscar, porque no valen para dos; hay otros que siempre se les ha de tocar un punto y hablar de una materia, no saben salir de allí; hombres de un verbo, Sísifos[4] de la conversación, que apedrean con un tema. Tiembla de ellos con razón todo discreto, que, si se echa un necio de éstos sobre su paciencia, llegará a verter el juicio por los poros, y por temor de contingencia tan penosa, codicia antes la estéril soledad y vive al siglo de oro interiormente.

Aborrecible ítem[5] el de algunos, enfadoso macear, que todo buen gusto lo execra, deprecando[6] que Dios nos le libre de hombre de un negocio en el hablarlo y en el solicitarlo. Desquítannos de ellos unos amigos universales, de genio y de ingenio, hombre para todas horas, siempre de sazón y de ocasión. Vale uno por muchos, que de los otros, mil no valen por uno, y es menester multiplicarlos, hora por amigo, con enfadosa dependencia.

Nace esta universalidad de voluntad y de entendimiento de un espíritu capaz con ambiciones de infinito; un gran gusto para todo, que no es vulgar arte saber gozar de las cosas y un buen lograr todo lo bueno. Plático[7] gustar es el de jardines, mejor el de edificios, calificado el de pinturas, singular el de piedras preciosas; la observación de la antigüedad, la erudición y la plausible historia: mayor que todas la filosofía de los cuerdos; pero todas ellas son eminencias parciales, que una perfecta universalidad ha de adecuarlas todas.

No se ha de atar el discreto a un empleo solo, ni determinar el gusto a un objeto, que es limitarlo con infelicidad. Hízolo el cielo indefinito,[8] criolo sin términos; no se reduzca él ni se limite.

Grandes hombres los indefinibles, por su grande pluralidad de perfecciones, que repite a infinidad. Otros hay tan limitados, que luego se les sabe el gusto, o para prevenirlo o para lisonjearlo, que ni se extiende ni se difunde.

Una vez que quiso el cielo dar un plato, sazonó el maná, cifra de todos los sabores, bocado para todos paladares, en cuya universalidad proporcionó la del buen gusto.

Siempre hablar atento causa enfado; siempre chancear, desprecio; siempre filosofar, entristece, y siempre satirizar, desazona.

Fue el Gran Capitán idea grande de discretos; portábase en el palacio como si nunca hubiera cursado las campañas y en campaña como si nunca hubiera cortejado.

No así aquel otro, no gran soldado, sino gran necio, que, convidándole una gentil dama a danzar en su ocasión, digo en la de un sarao, excusó su ignorancia y descubrió su tontería, diciendo que él no se entendía de mover los pies en el palacio, sino de menear las manos en la campaña. Acudió ella, que lo era: «Pues señor, paréceme que sería bueno, en tiempo de paz, metido en una funda, colgaros como arnés para su tiempo», y aun le hizo cortesía de otro más vil y más merecido puesto.

No se estorban unas a otras las noticias, ni se contradicen los gustos; todas caben en un centro y para todo hay sazón. Algunos no tienen otra hora que la suya y siempre apuntan a su conveniencia. El cuerdo ha de tener hora para sí y muchas para los selectos amigos.

Para todo ha de haber tiempo, sino para lo indecente. Ni será bastante excusa la que dio uno en una acción muy liviana, que el que era tenido por cuerdo de día no sería tenido por necio de noche.[9]

De suerte, mi cultísimo Vincencio, que la vida de cada uno no es otro que una representación trágica y cómica, que si comienza el año por el Aries, también acaba en el Piscis, viniéndose a igualar las dichas con las desdichas, lo cómico con lo trágico. Ha de hacer uno solo todos los personajes a sus tiempos y ocasiones; ya el de risa, ya el de llanto, ya el del cuerdo, y, tal vez,[10] el del necio, con que se viene a acabar con alivio y con aplauso la apariencia.

¡Oh discretísimo Proteo aquel nuestro gran apasionado, el Excelentísimo Conde de Lemos!,[11] en cuyo bien repartido gusto tienen vez todos los liberales empleos, y en cuya heroica universalidad logran ocasión todos los eruditos, cultos y discretos: el docto y el galante, el religioso y el caballero, el humanista, el historiador, el filósofo, hasta el sutilísimo teólogo. Héroe verdaderamente universal para todo tiempo, para todo gusto y para todo empleo.

Notas del editor:

  1. Vincencio Juan de Lastanosa (1607-1684), escritor y anticuario, amigo y mecenas de Gracián, tenía en su casa-museo una magnífica biblioteca y allí se reunían importantes eruditos de la época. Todo este realce es un elogio de la riqueza y variedad de este lugar.
  2. El «divino sabio» es Salomón, como en El Criticón, I, III.
  3. fisga: «burla», «gesto que se hace con disimulo para que lo vean los circundantes y no aquel por quien se hace.» (Diccionario de autoridades).
  4. Sísifo fue castigado por los dioses a empujar una piedra hasta lo alto de una colina, que después se despeñaba y así eternamente.
  5. ítem: «repetición» (como en el Quijote, II, III).
  6. deprecar: «pedir con insistencia».
  7. Práctico. Véase realce V, nota 3.
  8. indefinito: «infinito».
  9. Según Aurora Egido, en su edición de El Discreto (Madrid, Alianza Editorial, 1997), citada en los «criterios de edición» al frente de esta obra, este pasaje alude a la obra de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, Don Diego de noche (1623), donde el protagonista, Diego de Salas, estrafalario «figurón» necio e imprudente, aparentaba ser discreto de día y de noche salía a correr aventuras y conquistar damas, que son ensartadas en una endeble trama argumental (de ahí la «acción muy liviana» de la que habla Gracián.
  10. Entiéndase «en alguna ocasión».
  11. Francisco Fernández de Castro, (1613-1662) noveno conde de Lemos, virrey de Aragón y capitán general de Aragón entre 1643 y 1652.