Ir al contenido

El Discreto/Realce XIII

De Wikisource, la biblioteca libre.

Realce XIII

Hombre de ostentación

[editar]

Apólogo[1]

Prodigiosos son los ojos de la Envidia;[2] mucho tienen del sentir, no querrían ver tanto como ven; con ser los más perspicaces, nunca se vieron serenos, y si bien de ellos se pudo decir que tuvieron siempre buena vista, nunca más propiamente que cuando por los ojos de todas las aves miraron aquel portento alado de la belleza: el Pavón de Juno.[3] Mirábanle, sol de pluma, amanecer con tantos rayos cuantos descoge plumajes en su bizarra rueda.

Del mirar se pasa al admirar, donde no hay pasión, que, si la hay, luego[4] degenera y, cuando no puede llegar a emulación, se convierte en la poquedad de la envidia. Cegáronse, pues, con tanto ver. Comenzó la Corneja[5] a malear, como más vil, después que quedó pelada con afrenta; íbase de unas a otras, solicitándolas a todas: ya las Águilas en sus riscos, los Cisnes en sus estanques, los Gavilanes en sus alcándaras, los Gallos en sus muladares, sin olvidarse de los Búhos y Lechuzas en sus lóbregos desvanes.

Comenzaba con una bien solapada alabanza y acababa en una declarada murmuración. «Hermoso es y galán», decía el Pavón, «no puede negarse, pero todo lo pierde cuando lo afecta,[6] que el mayor merecimiento, el día que se conoce a sí mismo, no digo aun darse a conocer, cae de su nobleza y baja a liviandad; la alabanza en boca propia es el más cierto vituperio; siempre los que merecen más hablan de sí menos. Hermosa era Fabula,[7] donairosa y entendida, y sobre todo muchacha, mas todo lo dejó de ser, cantó el cisne de Bílbilis, cuando trató de engreírse. Para mí tengo que si el Águila ostentase sus reales plumas, que se llevaría los aplausos por lo majestuoso y por lo grave. ¡Eh!, que la misma Fénix, único pasmo del orbe, aborrece esta vulgarísima ostentación, y vive más estimada en aquel su tan cuerdo como acreditado retiro».[8]

De esta suerte no paraba de sembrar envidia, y más en pequeños corazones que de todo se llenan fácilmente. Es la envidia pegajosa, siempre halla de qué asir, hasta de lo imaginado. Fiera cruelísima, que con el bien ajeno hace tanto mal a su dueño propio. Comenzó a cebarse en las entrañas, o para mayor tormento o para desterrar de ellas toda humanidad. Conjuráronse todas para oscurecerle, ya que no destruirle, su belleza. Procedieron con astucia, sutilizaron su malicia en no declararse contra su hermosura, sino contra su ufanía. «Porque si esto conseguimos», dijo la Picaza, «que él no pueda hacer aquel odiosísimo alarde de sus plumas, le eclipsamos de todo punto su belleza».

Lo que no se ve es como si no fuese, y, como dijo aquel avechucho satírico: «Nada es tu saber, si los demás ignoran que tú sabes».[9] Y dense por entendidas todas las demás prendas, aunque hablo de la reina de todas. Las cosas comúnmente no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Son muchos más los necios que los entendidos, páganse aquellos de la apariencia, y, aunque atienden estos a la sustancia, prevalece el engaño y estímanse las cosas por de fuera.

Fueron a hacerle el cargo de parte de toda la república ligera, el Cuervo, la Corneja y la Picaza, con otras de este porte; que las demás todas se excusaron: el Águila por lo grave; la Fénix por lo retirado; la Paloma por lo sencillo; el Faisán por lo peligroso[10] y el Cisne por lo callado, que piensa siempre para cantar dulcemente una vez.

Volaron en su busca al majestuoso palacio de la Riqueza. Encontraron luego con un Papagayo, que estaba en su balcón y en una jaula, propia esfera de la locuacidad. Díjoles con facilidad grande cuanto supo, que fue cuanto quisieron. Enviáronle un recado con un jimio;[11] holgose mucho el Pavón de su llegada, que logra las ocasiones de ostentarse. Recibiolas en un espacioso patio, teatro augusto de su ostentosa bizarría y paseado palenque[12] de su competencia, galante con el mismo sol, plumas a rayos y rueda a rueda.

Pero saliole mal la ostentativa cuanto más airosa, que aun lo muy excelente depende de circunstancias y no siempre tiene vez. Achaques de arpía son los de la Envidia, que todo lo inficiona, y a fuer de basilisco,[13] su mirar es matar; y aunque suele hechizar la hermosura, aquí las irritó más, y, trocando los aplausos en agravios, vulgarmente enfurecidas, le dijeron: «¡Qué bien que viene esto, oh loco y desvanecido pájaro, con la embajada que le traemos de parte de todo el alígero senado! ¡En verdad que cuando la oigas, que amaines la plumajería y que reformes la soberbia!

»Sabe que están muy ofendidas todas las aves de esta tu insufrible hinchazón, que así llaman a esa gran balumba[14] de plumas, y con mucho fundamento, porque es una odiosísima singularidad querer tú solo, entre todas las aves, desplegar esa vanísima rueda, cosa que ninguna otra presume, pudiendo tantas tan bien, si no mejor que tú; pues ni la Garza tremola sus airones, ni el Avestruz placea sus plumajes, ni la misma Fénix vulgariza sus zafiros y esmeraldas, que no las llamo ya plumas. Mándante, pues, e inapelablemente ordenan, que de hoy más no te singularices, y esto es mirar por tu mismo decoro, pues si tuvieras más cabeza y menos rueda, repararas en que, cuando más quieres placear la hermosura de tus plumas, entonces descubres la mayor de tus fealdades, que tales son tus extremos.[15]

»Siempre fue vulgar la ostentación, nace del desvanecimiento, solicita la aversión y con los cuerdos está muy desacreditada. El grave retiro, el prudente encogimiento, el discreto recato, viven a lo seguro, contentándose con satisfacerse a sí mismos; no se pagan de engañosas apariencias, ni las venden. Bástase a sí misma la realidad, no necesita de extrínsecos engañados aplausos. Y, en una palabra, tú eres el símbolo de las riquezas; no es cordura, sino peligro, el publicarlas».

Quedó suspenso el bellísimo Pájaro de Juno y, cuando recordó[16] de la turbación o de la profundidad, exclamó así: «¡Oh, alabanza, que siempre vienes de los extraños! ¡Oh, desprecio, que siempre llegas de los propios! ¿Es posible que cuando me llevo los ojos de todos tras mi belleza, que eso denotan estos materiales de mis plumas, así ande yo en lenguas de Picazas y Cornejas? ¿Que condenáis en mí la ostentación, y no la hermosura? El cielo, que me concedió ésta, me aventajó con aquella; que cualquiera a solas fuera en balde. ¿De qué sirviera la realidad sin la apariencia? La mayor sabiduría hoy encargan políticos que consiste en hacer parecer. Saber y saberlo mostrar es saber dos veces. De la ostentación diría yo lo que otros de la ventura: que vale más una onza de ella que arrobas de caudal sin ella. ¿Qué aprovecha ser una cosa relevante en sí, si no lo parece?

»Si el sol no amaneciera haciendo lucidísimo alarde de sus rayos; si la rosa, entre las flores, se estuviera siempre encarcelada en su capullo y no desplegara aquella fragante rueda de rosicleres; si el diamante, ayudado del arte, no cambiara sus fondos, visos y reflejos, ¿de qué sirvieran tanta luz, tanto valor y belleza si la ostentación no los realzara? Yo soy el sol alado, yo soy la rosa de pluma, yo soy el joyel de la naturaleza, y pues me dio el cielo la perfección, he de tener también la ostentación.

»El mismo Hacedor de todo lo criado, lo primero a que atendió fue al alarde de todas las cosas, pues crió luego[17] la luz, y con ella el lucimiento, y, si bien se nota, ella fue la que mereció el primer aplauso, y ése, divino; que, pues la luz ostenta todo lo demás, el mismo Criador quiso ostentarla a ella. De esta suerte, tan presto era el lucir en las cosas, como el ser; tan válida está con el primero y sumo gusto la ostentación».

Y diciendo y haciendo, volvió a desplegar aquélla su gran rodela[18] de cambiantes, tan defensiva de su gala cuan ofensiva a la Envidia. Aquí esta acabó de perder la cordura, y en conjuración de malevolencia arremetieron todas, el Cuervo a los ojos y las demás a las plumas. Viose en grande aprieto el Pájaro bellísimo, y en sumo riesgo su bizarría; y aun dicen que del susto le quedó aquella voz, que juntamente le denomina y significa PAVOroso. No tuvo otra defensa que la ordinaria de la hermosura, de hablar alto; dio voces, y muy agrias, invocando el favor del cielo y suelo. Voceaban también los contrarios[19] por ahogarle hasta la voz, a cuyo grande estruendo acudieron por los aires muchas aves y por tierra muchos brutos, aquellas volando, estos corriendo. Convocáronse las sabandijas todas de palacio, un León, un Tigre, un Oso y dos Jimios a la famular[20] defensa, y, a los graznidos de los Cuervos y los Grajos, vinieron del campo el Lobo y la Vulpeja, creyendo eran clamores, para dar sepultura a algún cadáver. Avisaron al Águila también, que llegó muy asistida de sus guardas de rapiña. Interpuso el León su autoridad, que bastó a moderarlas, y mostró gusto de enterarse de la contienda, encargando a entrambas partes, a la una la modestia y a la otra el silencio. A pocas razones conoció la sinrazón de la Envidia y lo falso de su celo, y propuso, por conveniencia, se remitiese la causa a juicio de un tercero, y ese fuese la Vulpeja, por sabia y por desapasionada. Conviniéronse las partes y sujetáronse al astuto arbitrio.

Aquí la Vulpeja se valió de todo su artificio para cumplir con todos juntamente, lisonjear al León y no descontentar al Águila, hacer justicia y no perder amistades, y así, muy a lo sagaz, dijo de esta suerte:

«Política contienda es que importe más la realidad o la apariencia. Cosas hay muy grandes en sí y que no lo parecen, y, al contrario, otras que son poco y parecen mucho; ordinaria monstruosidad. Tanto puede la ostentación o la falta de ella. Mucho suple, mucho llena, y si en las cosas materiales califica, como es en el adorno, en el menaje y séquito, ¿qué será en las verdaderas prendas del ánimo, que son gala del entendimiento y belleza de voluntad? Especialmente cuando le llega su vez a una prenda y la sazón lo pide, allí cae bien el ostentar. Lógrese la ocasión, que aquél es el día de su triunfo.

»Hay sujetos bizarros en quienes lo poco luce mucho, y lo mucho hasta admirar: hombres de ostentativa, que, cuando se junta con la eminencia, forman un prodigio; al contrario, hombres vimos eminentes que, por faltarles este realce, no parecieron la mitad. Poco ha que aterraba todo el mundo un gran personaje en las campañas, y metido en una consulta de guerra, temblaba de todos, y el que era para hacer no lo era para decir. Hállanse también naciones ostentosas por naturaleza, y la española con superioridad. De suerte que la ostentación da el verdadero lucimiento a las heroicas prendas y como un segundo ser a todo.

»Mas esto se entiende cuando la realidad la afianza, que sin méritos no es más que un engaño vulgar; no sirve sino de placear defectos, consiguiendo un aborrecible desprecio, en vez del aplauso. Danse gran prisa algunos por salir y mostrarse en el universal teatro, y lo que hacen es placear su ignorancia, que la desmentía el retiro; no es ésta ostentación de prendas, sino un necio pregón de sus defectos; pretenden, en vez del timbre[21] de su esplendor, una nota[22] que infame sus desaciertos.

»Ningún realce pide ser menos afectado que la ostentación, y perece siempre de este achaque, porque está muy al canto de la vanidad, y esta, del desprecio. Ha de ser muy templada y muy de la ocasión, que es aún más necesaria la templanza del ánimo que la del cuerpo; va en esta la vida material, y la moral en aquella; que aun a los yerros los dora la templanza.

»A veces consiste más la ostentación en una elocuencia muda, en un mostrar las eminencias al descuido; y tal vez un prudente disimulo es plausible alarde del valor, que aquel esconder los méritos es un verdadero pregonarlos, porque aquella misma privación pica más en lo vivo a la curiosidad.

»Válese, pues, de esta arte con felicidad y se realza más con el artificio; gran treta suya no descubrirse toda de una vez, sino ir por brújula, pintando su perfección y siempre adelantándola, que un realce sea llamada de otro mayor, y el aplauso de una prenda, nueva expectación de la otra; y lo mismo las hazañas, manteniendo siempre el aplauso y cebando la admiración.

»Mas, viniendo ya a nuestro punto, digo, y lo siento así, que sería una imposible violencia concederle al Pavón la hermosura y negarle el alarde. Ni la naturaleza sabia vendrá en ello, que sería condenar su providencia, y contra su fuerza no hay preceptos, donde no tercie la política razón, y aun entonces, lo que la horca destierra con su miedo, la naturaleza lo revoca de potencia.[23]

»Más plático[24] será el remedio, tan fácil como eficaz, y sea este: que se le mande seriamente al Pavón, y criminalmente se le ordene, que todas las veces que despliegue al viento la variedad de su bizarría haya de recoger la vista a la fealdad de sus pies, de modo que el levantar plumajes y el bajar los ojos todo sea uno, que yo aseguro que esto sólo baste a reformar su ostentación».

Aplaudieron todas al Arbitrio, obedeció él y deshízose la junta, despachando una de las aves a suplicar al donosamente sabio Esopo se dignase de añadir a los antiguos este moderno y ejemplar suceso.

Notas del editor:

  1. No se ha encontrado relación con ningún apólogo o fábula anterior. Parece que la intención de Gracián es crear uno original, que se pueda añadir, como dice al final del realce, al acervo de los apólogos antiguos.
  2. La Envidia era una diosa romana de aspecto horrible con cabeza y manos de serpientes y que devora su propio corazón.
  3. En Ovidio, Metamorfosis, I, 720-723, se cuenta que Juno arrancó a Argos sus cien ojos y se los puso al pavón (pavo real) en la cola, de ahí que se compare su cola desplagada, llamada «rueda», con el sol. Es ave arrogante y presuntuosa, símbolo de la soberbia, aunque con feas patas que le hacen sufrir cuando, tras pavonearse altivo, baja la cabeza y contempla sus pies.
  4. luego: pronto, inmediatamente.
  5. Ave parlera que sirvió a Palas y fue despedida por revelar secretos, ave contraria a la prudente y callada lechuza. También se alude a la corneja desplumada de Horacio, Epistolas, I, III, 18-20, conseja recogida luego por Mal Lara en su Filosofía vulgar.
  6. afectar: presumir, vanagloriarse. (véase realce IX, n. 1).
  7. Marcial, «el cisne de Bílbilis», en sus Epigramas, VIII, 79, indica que Fabulla (acentuada grave), como se consigna en Oráculo CLII y Agudeza, XXVI y XLII, se rodeaba de mujeres viejas y feas para lucir mejor.
  8. El ave fénix se retiraba escondiéndose durante quinientos años, para luego ser estimada por su rareza. Véase realce XII, n. 16.
  9. Persio, Sátiras, I, 27.
  10. Itis, hijo de Tereo y Progne, fue de carácter violento como su padre, que violó a su cuñada Filomela. Progne al saberlo se vengó de Tereo matando y cocinando a Itis y sirviéndoselo como comida. Itis se convertirá en faisán, como relata Ovidio (Metamorfosis, VI).
  11. jimio: simio. Mono. Es imagen de lo más bajo del hombre, particularmente de la lascivia.
  12. palenque: «Camino de tablas que desde el suelo se elevaba hasta el tablado del teatro, cuando había entrada de torneo u otra función semejante». (DRAE).
  13. «Animal fabuloso, al cual se atribuía la propiedad de matar con la vista». (DRAE).
  14. balumba: «Bulto que hacen muchas cosas juntas. Conjunto desordenado y excesivo de cosas». (DRAE). Se refiere a la cola del pavo real, exageradamente pomposa.
  15. Juega con la dilogía «exageraciones» y «extremidades».
  16. recordar: Despertarse. Así en el Tesoro de Covarrubias, en su primera acepción: «despertar el que duerme». (Cov.).
  17. luego: Aquí significa «en primer lugar». Véase arriba, nota 4.
  18. rodela: «Escudo redondo y delgado que, embrazado en el brazo izquierdo, cubría el pecho al que se servía de él peleando con espada.» (DRAE.).
  19. contrario: «Persona que lucha, contiende o está en oposición con otra.» (DRAE.), es decir, enemigos, atacantes.
  20. fámulo: Antiguamente, los sirvientes o criados domésticos. De ahí se extendió a allegados, quienes conviven en casa. Sinónimo de «familiares» (véase realce X, n. 9).
  21. timbre: En heráldica, «insignia que se coloca encima del escudo de armas.» (DRAE).
  22. nota: Es cultismo, del latín notare: «Reparo o censura desfavorable que se hace de las acciones y porte de alguien.» (DRAE).
  23. potencia: poder. «Virtud para ejecutar una cosa.» (DRAE). Es término jurídico, aquí, en paralelo con «revocar» (anular su ejecución).
  24. práctico, como vimos en el realce 5, nota 3.