El Discreto/Realce XVIII
Realce XVIII
De la cultura y aliño
[editar]Ficción heroica[1]
«Fue tu padre el Artificio, Quirón de la Naturaleza;[2] naciste de su cuidado para ser perfección de todo; sin ti las mayores acciones se malogran y los mejores trabajos se deslucen. Ingenios vimos prodigiosos, ya por lo inventado, ya por lo discurrido, pero tan desaliñados, que antes merecieron desprecio que aplauso.
»El sermón más grave y docto fue desazonado sin tu gracia; la alegación más autorizada fue infeliz sin su aseo; el libro más erudito fue asqueado sin tu ornato; y, al fin, la inventiva más rara, la elección más acertada, la erudición más profunda, la más dulce elocuencia, sin el realce de tu cultura fueron acusadas de una indigna vulgar barbaridad y condenadas al olvido.
»Al contrario, otras vemos que, si con rigor se examinan, no se les conoce eminencia, ni por lo ingenioso ni por lo profundo, y con todo eso son plausibles, en fe de lo aliñado. Lo mismo acontece a todas las demás prendas, por ser trascendental[3] su perfección. Venció la fealdad a la belleza muchas veces, socorrida del aliño, y malogrose otras tantas, por descuidada, la hermosura; fíase de sí la perfección, y siempre los confiados fueron los vencidos. Cuanto mayor la gala, si desaliñada, es más deslucida, porque la misma bizarría está pregonando el perdido aseo; contigo, al fin, lo poco parece mucho, y sin ti, lo mucho pareció nada.
»Tuviste por madre a la Buena Disposición, aquella que da su lugar a cada cosa, aquella que todo lo concierta. Consiste mucho el aseo en estar cada parte en su puesto, que fuera de su centro todo lo natural padece violencia y todo lo artificial, desconcierto. Una misma casa[4] para una estrella es de exaltación, y para otra de detrimento, que, según es el lugar, es el brillar. La turbación causa confusión, y esta, enfado. Lo que no está compuesto no es más que una rudísima indigesta balumba,[5] asqueada de todo buen gusto; las cosas bien compuestas, a más de lo que alegran con el desembarazo, deleitan con su concierto.
»Frustrada quedaría lastimosamente la buena elección de las cosas si después las malograse un bárbaro desaseo, y es lástima que lo que merecieron por excelentes y selectas lo pierdan por una barbaria inculta. Cansose en balde la invención sublime de los conceptos, la sutileza en los discursos, la estudiosidad en la varia y selecta erudición, si después lo desazona todo un tosco desaliño.
»Hasta una santidad ha de ser aliñada, que edifica al doble cuando se hermana con una religiosa urbanidad. Supo juntar superiormente entrambas cosas aquel gran patriarca, arzobispo de Valencia, don Juan de Ribera.[6] ¡Qué aliñadamente que fue santo! Y aun eternizó su piedad y su cultura en un suntuosamente sacro colegio, vinculando en sus doctos y ejemplares sacerdotes y ministros la puntualidad en ritos, la riqueza en ornamentos, la armonía en voces, la devoción en culto y el aliño en todo.
»No gana la santidad por grosera, ni pierde tampoco por entendida, pues vemos hoy cortesana la santidad y santa la cortesía en otro patriarca, aunque no otro de aquel, sino muy su imitador, el ilustrísimo señor don Alonso Pérez de Guzmán,[7] que no se oponen la virtud y la discreción; y con el mismo aplauso se celebran en aquel gran espejo de prelados, tan cultamente santo y erudito, el ilustrísimo señor don Juan de Palafox, Obispo de la Puebla de los Ángeles, y pudiera, en singular, por Su Ilustrísima, pues se llamó primero en profecía.[8] De esta suerte se ve y se admira hoy tan culta la santidad y tan aliñada la perfección.
»No solamente ha de ser aseado el entendimiento, sino la voluntad también. Sean cultas las operaciones de estas dos superiores potencias, y si el saber ha de ser aliñado, ¿por qué el querer ha de ser a lo bárbaro y grosero?
»Tus hermanos fueron el Despejo, el Buen Gusto y el Decoro, que todo lo hermosean, y todo lo sazonan, no sola la corteza exterior del traje, sino mucho más el atavío interior, que son las prendas los verdaderos arreos de la persona.
»Pero ¡qué inculto, qué desaliñado tenía la común barbaridad el mundo todo! Comenzó la culta Grecia a introducir el aliño al paso que su imperio. Hicieron cultas sus ciudades, tanto en lo material de los edificios como en lo formal de sus ciudadanos. Tenían por bárbaras a las demás naciones, y no se engañaban. Ellos inventaron los tres órdenes de la arquitectura para el adorno de sus templos y palacios, y las ciencias para sus célebres universidades. Supieron ser hombres porque fueron cultos y aliñados.
»Mas los romanos, con la grandeza de su ánimo y poder, al paso que dilataron su monarquía, extendieron su cultura; no solo la emularon a los griegos, sino que la adelantaron, desterrando la barbaridad de casi todo el mundo, haciéndole culto y aseado de todas maneras. Quedan aún vestigios de aquella grandeza y cultura en algunos edificios; y por blasón el ordinario encarecimiento de lo bueno: ser obra de romanos. Rastréase el mismo artificioso aliño en algunas estatuas que, en fe de la rara destreza de sus artífices, eternizan la fama de aquellos héroes que representan. Hasta en las monedas y en los sellos se admira esta curiosidad, que en nada perdonaban al aliño y en nada dejaban parar la barbaria.
»¡Oh, célebre museo[9] y plausible teatro de toda esta antigua griega y romana cultura, así en estatuas como en piedras, ya en sellos anulares, ya en monedas, vasos, urnas, láminas y camafeos, el de nuestro mayor amigo, el culto y erudito don Vincencio Juan de Lastanosa, honor de los romanos por su memoria, gloria de los aragoneses por su ingenio! Quien quisiere lograr toda la curiosidad junta, frecuente su original museo, y quien quisiere admirar la docta erudición, y rara, de la antigüedad, solicite el que ha estampado de las monedas españolas desconocidas, asunto verdaderamente grande, por lo raro, y por lo primero.
»Donde se extrema la romana cultura y el decoro es en las inmortales obras de sus prodigiosos escritores. Allí lucen lo ingenioso de los que escriben y lo hazañoso de quienes escriben, compitiéndose la valentía de los ánimos de unos y la de los ingenios de los otros.
»Conservan aún algunas provincias este heredado aliño, y la que más, la culta Italia, como centro de aquel imperio. Todas sus ciudades son aliñadas, así en lo político, como en el económico gobierno. En España reina la curiosidad, más en las personas que en lo material de las ciudades, no porque sea mayor alabanza, que la barbaridad aun en lo poco lo es y desacredita. En Francia está tan valido el aliño, que llega a ser bizarría, digo en la nobleza. Estímanse las artes, venéranse las letras; la galantería, la cortesía, la discreción, todo está en su punto. Précianse los más nobles de más noticiosos y leídos, que no hay cosa que más cultive los hombres que el saber. Entre muchos varones eminentes luce hoy el prodigioso Francisco Filhol, presbítero y hebdomadario en la Santa y Metropolitana Iglesia de San Esteban de Tolosa, varón de igual ingenio que gusto, como lo prueban sus dos Bibliotecas, la primera de sus obras y la segunda de las ajenas.[10]
»Hijos son tuyos el Agrado y el Provecho, que si en un jardín lo que más lisonjea, después del buen delecto de las plantas y las flores, es la acertada disposición de ellas, ¿cuánto más, en el jardín del ánimo, merecerán el gusto, la fragancia de los dichos y la galantería de los hechos, realzadas de la cultura?
»Hállanse hombres naturalmente aliñados en quienes parece que el aseo no es cuidado, sino fuerza; no perdonan al menor desorden en sus cosas; es en ellos connatural la gala, así interior como exterior; tienen un corazón impaciente al desaliño. Hasta en los ejércitos afectaba Alejandro la cultura, que parecían más, dijo el Curcio,[11] órdenes de compuestos senadores, que hileras de desbaratados soldados. Hay otros de un corazón tan dejado de sí mismo, que no cupo jamás en él cuidado ni artificio, cuanto menos impaciencia, y así, todo cuanto obran lleva este desmedro de tosco y este deslucimiento de bárbaro.
»Es circunstancia el aliño que arguye tal vez mucha sustancia, porque nace de capacidad, y porque lo tuvo en componer un fuego (acción tan servil y tan vulgar) el Taicosama[12] fue primero argumento, y ocasión después, de llegar a ser emperador del Japón; de siervo particular a ser amo universal. Prodigiosa fortuna que los leños aliñados por su mano le pusieron o se trocaron en un cetro en ella misma.
»Ésta es, ¡oh, cultísimo realce del Varón discreto!,[13] tu esplendorizada prosapia. ¿Qué mucho que seas tan valido entre personas, que si no las supones, tú las haces?»
De esta suerte las Tres Gracias informaban al Aliño, asegurando que todo lo dicho lo habían copiado del culto, bizarro, galante, cortesano, lucido, plático, erudito, y, sobre todo, discreto, el excelentísimo señor don Duarte Fernando Álvarez de Toledo, Conde de Oropesa.[14]