El Discreto/Realce XVII
Realce XVII
El hombre en su punto
[editar]Diálogo entre el doctor don Manuel Salinas y Lizana,[1] canónigo de la Santa Iglesia de Huesca, y el autor
AUTOR.- Notable singularidad la de los persas, no querer ver sus hijos hasta que tenían siete años. El mismo paternal amor, que es el mayor, sin duda, no era bastante a desmentir, o por lo menos disimular, las imperfecciones de la común niñez. No los tenían por hijos hasta que los veían discurrir.
CANÓNIGO.- Pero si un padre no puede sufrir[2] a un ignorante hijuelo, y espera siete años la hermosísima razón para admitirle a su comunicación, ya capaz, ¿qué mucho que un varón entendido no pueda tolerar un necio extraño, y que lo extrañe a su culta familiaridad?
AUTOR.- No conduce la naturaleza, aunque tan próvida, sus obras a la perfección el primer día, ni tampoco la industriosa arte; vanlas cada día adelantando, hasta darles su complemento.
CANÓNIGO.- Así es que todos los principios de las cosas son pequeños, aun de las muy grandes, y vase poco a poco llegando al mucho mucho del perfecto ser. Las cosas que presto llegan a su perfección valen poco y duran menos; una flor, presto es hecha y presto deshecha; mas un diamante, que tardó en formarse, apela para eterno.
AUTOR.- Sin duda que esto mismo sucede en los hombres, que no de repente se hallan hechos. Vanse cada día perfeccionando, al paso que en lo natural en lo moral, hasta llegar al deseado complemento de la sindéresis,[3] a la sazón del gusto y a la perfección de una consumada virilidad.
CANÓNIGO.- Es tan cierto eso, que a cada paso vemos, y lo censuramos en algunos que realmente saben y discurren; pero se conoce que aún no están del todo hechos, que aún les falta un algo, y a veces lo mejor; y hay más y menos en esto, que va también por grados la discreta intensión.[4] Unos están muy a los principios de lo entendido, pero se harán; otros hay más adelantados en todo; y algunos que han llegado ya al complemento de prendas; que es menester mucho para llegar a ser un varón totalmente consumado.
AUTOR.- Al modo, diría yo, que el generoso licor que es bueno, y más si es bueno el vino, tiene cuando comienza una ingratísima dulzura, una insuave rigidez, como no está aún hecho; pero, en comenzando a hervir, comienza a defecarse,[5] pierde con el tiempo aquella crudeza primitiva, corrige aquella enfadosa dulzura, y cobra una suavísima generosidad, que hasta con el color lisonjea y con su fragancia solicita, y ya en su punto es pasto de hombres y aun celebrado néctar. Conque entiendo por qué de Júpiter fingieron que introdujo el abortivo hijuelo Baco, no en la boca, desapacible al gusto por lo imperfecto, sino en la rodilla, reservando para la discreta Palas el cerebro.[6]
CANÓNIGO.- A ese modo, en el vaso frágil del cuerpo se va perfeccionando de cada día el ánimo. No luego está en su punto.[7] Tienen todos los hombres a los principios una enfadosa dulzura de la niñez, una insuave crudeza de la mocedad; aquel resabio a los deleites, aquella inclinación a cosas poco graves, empleos juveniles, ocupaciones frívolas, y aunque tal vez en algunos, y bien raros, se anticipe la madurez, conócese que es antes de tiempo en lo desazonado. Quiere desmentir en otros la seriedad, o natural o afectada, estas imperfecciones de la edad, mas luego se descuida y desliza en juveniles desaires, dando a entender que aún no estaba en el punto de la entereza.
AUTOR.- Gran médico es el tiempo, por lo viejo y por lo experimentado.
CANÓNIGO.- Él sólo puede curar a uno de mozo, que verdaderamente es achaque. En la mayor edad son ya mayores y más levantados los pensamientos, reálzase el gusto, purifícase el ingenio, sazónase el juicio, defécase[8] la voluntad; y al fin, hombre hecho, varón en su punto, es agradable y aun apetecible al comercio de los entendidos. Conforta con sus consejos, calienta con su eficacia, deleita con su discurso, y todo él huele a una muy viril generosidad.
AUTOR.- Pero antes de sazonarse, ¡qué aspereza nos brindan en todo, qué insuavidad en el entendimiento, qué acedia[9] en el trato, qué desazón en el porte!
CANÓNIGO.- Pero ¡qué tormento es para un hombre ya maduro y cuerdo haberse de ajustar, o por necesidad o por conveniencia, a uno de estos desazonados y no hechos! Bien puede competir, y aun exceder, a aquel de Fálaris,[10] cuando ataba un vivo con un muerto mano a mano y boca a boca, por ser éste[11]de las almas donde se apura el entendimiento.
AUTOR.- Revuelve después ya cuerdo sobre sus pasadas imperfecciones, reconoce ya con seso los borrones de su ignorancia o imprudencia, acusa su mal gusto y ríese de sí mismo liviano, ahora grave, condenando con juiciosa refleja[12] los apasionados desaciertos, en los elementos de su imperfección.
CANÓNIGO.- El mal es que algunos nunca llegan a estar del todo hechos, ni llegarán jamás a ser cabales.
AUTOR.- Es que les falta alguna pieza, ya en el gusto, que es harto mal, ya en el juicio, que es peor.
CANÓNIGO.- Y muchas veces advertimos que les falta algo, y no acertamos a definir lo que es.
AUTOR.- También tengo muy observado que anda muy desigual el Tiempo en hacer los sujetos.
CANÓNIGO.- Es que para unos vuela y para otros cojea; ya se vale de sus alas, ya saca sus muletas. Hay algunos que muy presto consiguen la perfección en cualquier materia; hay otros que tardan en hacerse, y a veces con daño universal, por serlo la obligación. Que no solo en la perfección común de la prudencia se van haciendo los hombres, sino en las singulares de cada estado y empleo.
AUTOR.- ¿De modo que se hace un rey?
CANÓNIGO.- Sí, que no se nace hecho; gran asunto de la prudencia y de la experiencia, que son menester mil perfecciones para que llegue a tan grande complemento. Hácese un general a costa de su sangre y de la ajena; un orador, después de mucho estudio y ejercicio; hasta un médico, que para levantar a uno de una cama echó ciento en la sepultura. Todos se van haciendo, hasta llegar al punto de su perfección.
AUTOR.- Y pregunto: ese punto a que llegaron, ¿será fijo?
CANÓNIGO.- Esa es la infelicidad de nuestra inconstancia. No hay dicha, porque no hay estrella fija de la luna acá; no hay estado, sino continua mutabilidad en todo. O se crece o se declina, desvariando siempre con tanto variar.
AUTOR.- ¿De modo que sigue lo moral a lo natural, descaece con la edad la memoria y aun el entendimiento?
CANÓNIGO.- Sí; y aun por eso conviene lograrlo en su sazón y saber gozar de las cosas en su punto, y mucho más de los varones entendidos.
AUTOR.- Mucho es menester para llegar al colmo de perfecciones y de prendas.
CANÓNIGO.- Macea primero Vulcano, y después contribuye el Numen;[13] sobre los favores de la naturaleza asienta bien la cultura, digo la estudiosidad y el continuo trato con los sabios, ya muertos en sus libros, ya vivos en su conversación; la experiencia fiel, la observación juiciosa, el manejo de materias sublimes, la variedad de empleos; todas estas cosas vienen a sacar un hombre consumado, varón hecho y perfecto; y conócese en lo acertado de su juicio, en lo sazonado de su gusto; habla con atención, obra con detención; sabio en dichos, cuerdo en hechos, centro de toda perfección.
AUTOR.- Ahora digo que no hay bastante aprecio para un hombre en su punto.
CANÓNIGO.- Hay logro, ya que no aprecio, buscándole para amigo, granjeándole para consejero, obligándole para patrón y suplicándolo para maestro.