El Eunuco: 03
Escena I
FEDRO, PARMENÓN.
FEDRO.- Haz lo que te dije; llevad esos esclavos.
PARMENÓN.- Se hará.
FEDRO.- Con diligencia.
PARMENÓN.- Se hará.
FEDRO.- Mas ha de ser presto.
PARMENÓN.- Todo se hará.
FEDRO.- ¿Basta habértelo encargado así?
PARMENÓN.- ¡Vaya una pregunta! ¡Como si fuese cosa muy difícil! ¡Ojalá tan presto, Fedro, pudieses hallar algo, como este dinero será perdido!
FEDRO.- También me pierdo yo con ello, que es cosa que me importa más. No te dé eso tanta pena.
PARMENÓN.- No a fe; sino que al punto cumpliré tus órdenes. ¿Mandas otra cosa?
FEDRO.- Adornarás nuestro presente con palabras lo mejor que puedas; y cuanto pudieres, apartarás de su cariño a mi rival.
PARMENÓN.- Por dicho me lo tengo, aunque no me lo adviertas.
FEDRO.- Yo me iré a la granja, y allí me estaré.
PARMENÓN.- (Con ironía.) Bien me parece.
FEDRO.- Pero, ¡hola, Parmenón!
PARMENÓN.- ¿Qué quieres?
FEDRO.- ¿Entiendes que me podré sufrir, y estar estos días sin venir acá?
PARMENÓN.- ¿Tú? No creo tal. Porque, o te tornarás luego, o antes del amanecer te hará volver acá el insomnio.
FEDRO.- Haré algún ejercicio, hasta que me canse tanto, que duerma, aunque me pese.
PARMENÓN.- Velarás cansado, y será mayor el daño.
FEDRO.- ¡Bah! Tú no sabes lo que dices, Parmenón. En verdad que tengo de echar de mí esta flaqueza de ánimo: gran regalón soy. ¡Cómo! ¿No me pasaré yo sin ella, si es menester, aun tres días enteros?
PARMENÓN.- ¡Huy! ¡Tres días enteros! Mira lo que dices.
FEDRO.- Resuelto estoy.
Escena II
PARMENÓN.
PARMENÓN.- ¡Soberanos dioses!, ¿y qué manera de enfermedad es ésta? ¿Que es posible que haga tanta mudanza en los hombres el amor, que diréis que uno no es el mismo? No había hombre más avisado que éste, ni más grave, ni más reglado en su vivir. Pero ¿quién es éste que viene hacia acá? ¡Ta, ta! Es Gnatón, el parásito del soldado. Y trae consigo la doncella para presentarla a Tais. ¡Oh, qué hermoso rostro de mujer! ¡Harto será que no quede yo hoy corrido con mi viejo eunuco! ¡Más hermosa es ésta que la misma Tais!
Escena III
GNATÓN con una esclava, PARMENÓN.
GNATÓN.- ¡Soberanos dioses, lo que va de un hombre a otro! ¡Cuánta diferencia hay del sabio al necio! Esto se me ocurre ahora por lo que vais a oír. Hoy, viniendo, me topé con un hombre, así, de mi estado y calidad, buen hombre realmente, que también había consumido los bienes paternos, como yo. Véole maltratado, sucio, enfermo, cargado de años y remiendos, y dígole: «¿Qué facha es ésa, amigo?». Díceme: «Mira a qué he venido, por haber perdido lo que tenía. Todos mis conocidos y amigos me abandonan». Entonces yo, respecto de mí, le tuve en poco. «¿Qué es esto, digo, hombre follón?, ¿de tal manera has ordenado tu vivir, que no te quede en ti esperanza alguna?, ¿consejo y hacienda has perdido juntamente? ¿No me ves a mí, que soy de tu mismo estado? Mira qué color que tengo, qué lustre, qué traje, qué garbo de cuerpo: no tengo nada, y soy señor de todo; aunque no poseo nada, nada me falta. -Pero yo, cuitado, dice él, ni puedo sufrir que se rían de mí, ni que me den palos. -¿Cuánto piensas tú, le digo, que se gana por ahí de esa manera? Muy engañado estás. Un tiempo, los parásitos tenían de comer por esos medios: allá en los siglos pasados. Pero ésta es una nueva manera de cazar. Yo soy el primero que he hallado este camino. Hay una casta de gentes que presumen de ser en todo los principales, aunque no lo son. Éstos son muy hombres: a éstos no les doy yo lugar que se rían de mí; pero complázcoles voluntariamente y precio mucho sus habilidades; alabo cuanto dicen, y si lo contradicen, alábolo también. Si dice uno no, yo digo también no; y si dice sí, digo sí. Finalmente, heme propuesto lisonjearlos en todo; que esto es hoy día lo que da más ganancia».
PARMENÓN.- (Aparte.) ¡Qué hombre tan donoso! Éste realmente hace de un necio un loco rematado.
GNATÓN.- Yendo así parlando, llegamos a la carnicería. Sálenme a recibir muy alegres todos los pasteleros, los atuneros, los carniceros, los cocineros, los morcilleros, los pescadores, los cazadores, a quienes yo en mi prosperidad, y aun después de ella, he valido y valgo muchas veces. Salúdanme, convídanme a cenar, y danme la bienvenida. Cuando aquel pobre hambriento me vio puesto en tanta honra y que con tanta facilidad ganaba de comer, comienza a suplicarme que le diese licencia para aprender de mí aquella habilidad. Mandele que me siguiese, por ver si así como las sectas de los filósofos toman de ellos los nombres y apellidos, así también habría truhanes que se llamasen los Gnatónicos.
PARMENÓN.- (Aparte.) ¡Miren lo que hace la ociosidad y el comer a costa ajena!
GNATÓN.- Pero mucho me detengo en llevar esta moza a casa de Tais y rogarle que se venga a cenar. Mas a Parmenón, el criado de nuestro competidor, veo triste delante de la puerta de Tais. Salvos somos: mal les va aquí a éstos. Cierto que he de burlarme un poco de este fanfarrón.
PARMENÓN.- (Aparte.) Éstos, con el agasajo, piensan que queda ya por suya Tais.
GNATÓN.- Gnatón besa las manos de su muy gran señor y amigo Parmenón. ¿De qué se trata?
PARMENÓN.- De estar aquí.
GNATÓN.- Ya lo veo; ¿pero ves algo aquí que no quisieras?
PARMENÓN.- A ti.
GNATÓN.- Lo creo. ¿Pero ves otra cosa?
PARMENÓN.- ¿Por qué lo dices?
GNATÓN.- Porque estás triste.
PARMENÓN.- No, por cierto.
GNATÓN.- Ni lo estés. ¿Qué te parece esta esclava? (Mostrándola.)
PARMENÓN.- No es mala, en verdad.
GNATÓN.- (Aparte.) El hombre se quema.
PARMENÓN.- (Aparte.) ¡Cómo se engaña!
GNATÓN.- (Con sorna.) ¡Pues qué!, ¿tan agradable piensas tú que le será a Tais este presente? (Aludiendo a la esclava.)
PARMENÓN.- Lo que con eso me dices, es que ya nosotros estamos fuera de esta casa. ¡Mira, Gnatón, que todas las cosas tienen su mudanza!
GNATÓN.- En todos estos seis meses, Parmenón, te haré que descanses, y que no andes corriendo de acá para allá, ni hayas de estar despierte hasta que amanezca. ¿No te parece que te hago dichoso?
PARMENÓN.- ¿A mí? (Irónico.) ¡Oh!
GNATÓN.- Así me porto yo con los amigos.
PARMENÓN.- Muchas gracias.
GNATÓN.- Tal vez te detengo. ¿Ibas por ventura a alguna parte?
PARMENÓN.- ¿Yo? A ninguna.
GNATÓN.- Entonces préstame un pequeño servicio. Haz que me dejen entrar allá. (Indicando la casa de TAIS.)
PARMENÓN.- ¡Bah, bah! Tú tienes ahora franca la puerta, porque traes a ésa.
GNATÓN.- (Con ironía.) ¿Quieres llamar a alguno? Yo le mandaré salir acá. (Éntrase en casa de TAIS.)
PARMENÓN.- (Continuando.) Deja tú pasar estos dos días; que yo haré que tú, que ahora muy triunfante abres esas puertas con un dedo, las quieras abrir a coces y no puedas.
GNATÓN.- (Saliendo de casa de TAIS.) ¿Aún estás aquí, Parmenón? ¿Has quedado acaso por guarda, porque no venga algún alcahuete de secreto a Tais de parte del soldado?, ¡eh!
PARMENÓN.- (Irónico.) ¡Agudo dicho!, ¿qué extraño es que al soldado le guste tanta sal? Mas hacia acá veo venir al hijo menor de mi amo. Maravíllame cómo se ha venido de Pireo, estando allí por mandado de la ciudad de centinela. Algo pasa. Y viene corriendo; no sé qué mira a la redonda.
Escena IV
QUEREA, PARMENÓN.
QUEREA.- (Sin ver a PARMENÓN.) ¡Muerto soy! Ni la doncella está en parte ninguna, ni aun yo tampoco, que la he perdido de vista. ¿Dó la iré a buscar? ¿Por qué rastro la sacaré? ¿A quién preguntaré? ¿Qué camino tomaré? Suspenso estoy. Sola esta esperanza tengo: que doquiera que esté, no se puede ocultar mucho. ¡Oh, rostro hermoso! De hoy más, borro de mi memoria todas las demás mujeres; me apestan esas bellezas ordinarias.
PARMENÓN.- (A los espectadores.) Cataos aquí otro. No sé qué habla de amores. ¡Oh, desdichado viejo! Éste es realmente un mozo que si comienza a enamorarse, diréis que todo lo del otro (Alude a FEDRO, hermano de QUEREA.) fue juego y donaire en comparación de lo que hará la furia de éste.
QUEREA.- (Sin ver a PARMENÓN.) ¡Los dioses y diosas destruyan a aquel viejo que me hizo detener hoy; y aun a mí también quisiera, porque me paré, y más aún, porque hice caso de él! Pero he aquí a Parmenón. ¡Salud!
PARMENÓN.- ¿Por qué estás triste, o de qué tan agitado? ¿De dó vienes?
QUEREA.- Ni sé realmente de dó vengo, ni menos dónde voy; tan fuera estoy de mí.
PARMENÓN.- ¿Cómo así?
QUEREA.- Estoy enamorado.
PARMENÓN.- ¡Hum!
QUEREA.- Ahora, Parmenón, has de mostrar quién eres. Ya sabes me tienes dicho muchas veces: «Querea, busca tú algo a que te aficiones; que yo haré que entiendas en esto cuánto valgo», cuando yo robaba de secreto toda la despensa de mi padre, para llevar a tu aposento.
PARMENÓN.- ¡Taday, tonto!
QUEREA.- Ello es como té he dicho; cúmpleme ahora la palabra, si quieres. Especialmente que la cosa merece que tú emplees en ella toda tu habilidad. Porque no es la moza como las doncellas de nuestra tierra, a quienes las madres hacen ir con los hombros caídos, con el pecho apretado, porque sean delicadas. En cuanto una engorda un poco, dicen que es un gladiador; acórtanle la ración. Aunque ellas sean de buen natural, con este régimen las vuelven como juncos; que así las quieren.
PARMENÓN.- ¿Y ésta tuya?
QUEREA.- Tiene un rostro peregrino.
PARMENÓN.- ¡Hola!
QUEREA- Un color sano, un cuerpo macizo y lleno de vida.
PARMENÓN.- ¿Qué años?
QUEREA.- ¿Años? Dieciséis.
PARMENÓN.- La misma flor.
QUEREA.- Ésta me la has de haber tú, o por fuerza y por maña o por dinero; que a mí todo me es uno con tal que yo la goce.
PARMENÓN.- ¿Y la doncella, cuya es?
QUEREA.- No sé en verdad.
PARMENÓN.- ¿De dónde es?
QUEREA.- Tampoco lo sé.
PARMENÓN.- ¿Dónde mora?
QUEREA.- Ni eso sé.
PARMENÓN.- ¿Dó la viste?
QUEREA.- En la calle.
PARMENÓN.- ¿Cómo la perdiste de vista?
QUEREA.- De eso, cabalmente, venía ahora mohíno conmigo mismo; que no creo que hay hombre a quien más contrarias les sean todas las buenas venturas.
PARMENÓN.- ¿Qué desgracia es ésa?
QUEREA.- ¡Perdido soy!
PARMENÓN.- ¿Pues qué te pasa?
QUEREA.- ¿Qué? ¿Conoces a Arquidémides, pariente de mi padre, y de sus años?
PARMENÓN.- ¿Cómo no?
QUEREA.- Éste, viniendo yo tras la doncella, se topó conmigo.
PARMENÓN.- Fue un contratiempo, en verdad.
QUEREA.- No, sino desgracia; que contratiempos, Parmenón, otras cosas son las que se han de llamar. Juramento podría hacer que ha bien seis meses o siete que yo no le había visto hasta ahora, cuando menos lo quisiera y menos lo había menester. (Indignado.) ¡Ah! ¿No te parece esto increíble? ¿Qué me dices?
PARMENÓN.- ¡Increíble!
QUEREA.- Al verme, desde lejos viénese hacia mí corcovado, temblando, con los labios caídos, gimiendo, y díceme: «¡Hola!, ¡hola, Querea! ¡A ti digo!». Pareme. «¿Sabes lo que te quiero? -Di. -Que tengo mañana un pleito. -¿Qué más? Que le digas sin falta a tu padre que se acuerde de venir mañana a ser mi valedor». El decirme esto le costó una hora. Pregúntole si mandaba otra cosa: «No más», dice, y yo voyme. Cuando miré por mi doncella, ella, entre tanto, habíase entrado aquí, en nuestra plaza.
PARMENÓN.- (Aparte.) Milagro será que no hable de ésta que ahora le han presentado a Tais.
QUEREA.- Cuando llego aquí, ya no estaba.
PARMENÓN.- ¿Llevaba la doncella alguna compaña?
QUEREA.- Sí: Un truhán con una moza.
PARMENÓN.- (Aparte.) ¡Ella es! (A QUEREA.) Descuidar puedes. No te fatigues; es negocio concluido.
QUEREA.- Tú no estás en lo que digo.
PARMENÓN.- Sí estoy, en verdad.
QUEREA.- ¿Sabes quién es? Dímelo, o si la has visto.
PARMENÓN.- La he visto y la conozco y sé dónde la han llevado.
QUEREA.- ¡Oh, hermano Parmenón! ¿qué la conoces?
PARMENÓN.- Sí.
QUEREA.- ¿Y sabes dónde está?
PARMENÓN.- A casa de la ramera Tais la han traído, y a ella se la han regalado.
QUEREA.- ¿Quién es tan poderoso para hacer un tal presente?
PARMENÓN.- El soldado Trasón, el rival de Fedro.
QUEREA.- Mal competidor tiene mi hermano.
PARTENÓN.- Pues si supieses qué presente tiene él en contra de ése, mejor lo dirías.
QUEREA.- ¿Cuál, por tu vida?
PARMENÓN.- Un eunuco.
QUEREA.- ¿Cuál? ¿Aquel hombre feo que ayer compró, viejo y mujer?
PARMENÓN.- Ése mismo.
QUEREA.- A él y a su presente les darán con la puerta en las narices. Pero no sabía yo que esa Tais era vecina nuestra.
PARMENÓN.- Ha poco que lo es.
QUEREA.- ¡Oh, pobre de mí! ¡Y que yo no la haya visto nunca....! Pero, dime, ¿es tan hermosa como dicen?
PARMENÓN.- Sí.
QUEREA.- ¡Pero no tendrá que ver con ésta mía! (Alude a la doncella que se le ha perdido de vista.)
PARMENÓN.- Otra cosa es.
QUEREA.- Parmenón, amigo, ruégote que hagas como yo goce de ella.
PARMENÓN.- Lo haré con diligencia: yo lo procuraré, y te ayudaré. ¿Mandas algo más?
QUEREA.- ¿Dónde vas ahora?
PARMENÓN.- A casa: a llevar a Tais esos esclavos, (El eunuco y la negra.) como tu hermano lo mandó.
QUEREA.- ¡Oh!, ¡dichoso eunuco, que en tal casa va a entrar!
PARMENÓN.- ¿Cómo así?
QUEREA.- ¿Eso me preguntas? Verá siempre en casa una compañera de muy hermoso rostro; hablará con ella; estará en una misma casa: comerá algunas veces con ella, y aun algunas veces dormirá cabe ella.
PARMENÓN.- ¿Y si fueses tú el afortunado?
QUEREA.- ¿De qué manera, Parmenón? Dímelo.
PARMENÓN.- Vistiéndote tú las ropas del eunuco.
QUEREA.- ¿Sus ropas? ¿Y qué más?
PARMENÓN.- Yo te llevaré en su lugar.
QUEREA.- ¡Ya!
PARMENÓN.- Y diré que eres él.
QUEREA.- Entiendo.
PARMENÓN.- De suerte que goces tú de aquellos bienes que decías ahora que él gozaría; comas con ella, estés, juegues con ella, la toques, duermas cerca de ella: pues allí nadie te conoce, ni sabe quién tú eres. Además de esto, tu rostro y años son tales, que pasarás fácilmente por eunuco.
QUEREA.- Muy bien has dicho: en mi vida vi dar mejor consejo. ¡Ea!, vamos allá dentro. Vísteme luego; llévame de aquí; llévame lo más presto que puedas. (Empuja a PARMENÓN.)
PARMENÓN.- ¿Qué haces? Que burlando lo decía.
QUEREA.- ¿Búrlaste de mí? (Ase de PARMENÓN con violencia.)
PARMENÓN.- ¡Perdido soy! ¡Pobre de mí!, ¿qué hice yo?, ¿A dó me empujas? ¡Cata que me vas a derribar! ¡A ti digo! ¡Espera!
QUEREA.- Vamos.
PARMENÓN.- ¿Aún prosigues?
QUEREA.- Estoy decidido.
PARMENÓN.- Cata que es negocio demasiado caliente.
QUEREA.- No, en verdad: déjame hacer.
PARMENÓN.- Al cabo sobre mis costillas molerán el trigo.
QUEREA.- ¡Bah!
PARMENÓN.- Gran bellaquería hacemos.
QUEREA.- ¿Bellaquería es ir a casa de una ramera, y darles el pago a aquellas que son nuestros verdugos, y nos tienen en poco a nosotros y a nuestros pocos años, y nos dan mil maneras de tormentos; y engañarlas como ellas nos engañan? ¿Parécete que sería mejor urdir engaños a mi padre? Esto lo tendrán por malo todos los que lo sepan, y esotro lo darán por muy bien hecho.
PARMENÓN.- (Accediendo a duras penas.) ¡Corriente! Si determinado estás a hacerlo, hazlo; pero después no me cargues a mí la culpa.
QUEREA.- No.
PARMENÓN.- ¿Mándasmelo?
QUEREA.- Yo te lo mando, te lo ordeno y te obligo. Nunca me retractaré de haber usado de esta autoridad. Sígueme.
PARMENÓN.- Los dioses nos den próspero suceso.