El Eunuco: 06
Escena I
TAIS, PITIAS.
TAIS.- ¿No acabarás, malvada, de hablarme por cifras? Sí sé... No lo sé... Fuese... Helo oído... Yo no estuve allí... ¿No me dirás claramente lo que pasa? La doncella, tiene sus ropas rasgadas; está llorando, sin hablar palabra; el eunuco escapó, ¿por qué?, ¿qué ha su cedido aquí?, ¿aun callas?
PITIAS.- ¿Qué quieres que te diga cuitada de mí? Dicen que aquél no era eunuco.
TAIS.- ¿Quién era, pues?
PITIAS.- Querea.
TAIS.- ¿Cuál Querea?
PITIAS.- Ese mozo hermano de Fedro.
TRASÓN.- ¿Qué dices, hechicera?
PITIAS.- Yo he sabido de cierto.
TAIS.- ¿Y a qué fin vino a nuestra casa? ¿Por qué trajeron?
PITIAS.- No lo sé; sino que creo debía estar enamorado de Pánfila.
TAIS.- ¡Ay, cuitada de mí, perdida soy! ¡Desdichada de mí, si tú verdad me dices! ¿Y de eso llora la doncella?
PITIAS.- Sospecho que sí.
TAIS.- ¿Qué dices, sacrílega? ¿Y eso es lo que yo te encargué cuando me fui?
PITIAS.- ¿Qué querías que hiciese? Encomendésela a él solo, como tú me lo mandaste.
TAIS.- ¡Malvada!, ¡la oveja confiaste al lobo! Corrida estoy de que así me hayan hecho esta burla. (Viendo a QUEREA con el traje del eunuco.) ¿Qué hombre es aquél?
PITIAS.- ¡Señora mía, calla, calla por tu vida; que salvas somos! ¡Aquí tenemos al hombre!
TAIS.- ¿Dónde está?
PITIAS.- Cátale ahí, a la mano izquierda: ¿no le ves?
TAIS.- Ya le veo.
PITIAS.- Manda que le prendan al punto.
TAIS.- ¿Y qué haremos con él, necia?
PITIAS.- ¿Qué harás, me preguntas? ¡Mira por mi amor, si no tiene cara de desvergonzado!, ¿no? Además, ¡qué audacia la suya!
Escena II
QUEREA, en traje de eunuco; TAIS, PITIAS.
QUEREA.- (Sin verlas.) En casa de Antifón estaban como aposta el padre y la madre, de manera que yo no podía entrar sin que me viesen. En esto, estando yo allí a la puerta, venía hacia mí un conocido mío. Cuando le vi, dime a correr lo más presto que pude hacia un callejón desierto, y de allí a otro, y de aquél después a otro, y así he andado, pobre de mí, huyendo porque nadie me conociese. Pero, ¿es por ventura Tais ésta que veo? La misma. Perplejo estoy. ¿Qué haré? ¡Pero a mí qué!... ¿qué me ha de hacer?
TAIS.- (A PITIAS.) Lleguémonos a él. (A QUEREA.) Doro, hombre de bien, estés en hora buena. Dime, ¿has huido?
QUEREA.- Señora, sí.
TAIS.- ¿Y parécete bien eso?
QUEREA.- No.
TAIS.- ¿Y piensas salirte sin castigo?
QUEREA.- Perdóname este yerro, y si otra vez lo cometiere, mátame.
TAIS.- ¿Temiste, por ventura, mi cólera?
QUEREA.- No.
TAIS.- ¿Pues qué...?
QUEREA.- Temí que ésta me acusara ante ti.
TAIS.- ¿Qué habías hecho tú?
QUEREA.- Poca cosa.
PITIAS.- ¡Ah, desvergonzado! ¡Poca cosa! ¿Y poca cosa te parece deshonrar una doncella ciudadana?
QUEREA.- Creí que era esclava como yo.
PITIAS.- ¿Esclava? No sé quién me detiene que no le asga de los cabellos. ¡El monstruo aún viene con ganas de mofarse de nosotras.
TAIS.- Quítate de ahí, loca.
PITIAS.- ¿Por qué? ¿A qué pena le quedaré yo obligada a este ladrón, si se los arrancare, mayormente pues él confiesa ser tu esclavo?
TAIS.- Dejemos ahora todo eso. Lo que nos has hecho, Querea, no es digno de ti. Porque ya que yo mereciera una afrenta como ésta, a lo menos el hacerla no te estaba bien a ti. Y realmente que no sé qué partido tomé con esta doncella, según tú me has revuelto todos mis consejos para no poderla entregar a sus parientes, como era razón y yo lo deseaba, para granjear yo, Querea, esta buena obra.
QUEREA.- Pues aún confío, Tais, que de hoy más ha de haber amor perpetuo entre nosotros. Porque muchas veces, de cosas semejantes y de malos principios ha procedido gran familiaridad. ¿Qué sabes si algún dios lo ha querido así?
TAIS.- En tal caso, por mi vida que yo también lo admito y lo quiero.
QUEREA.- Y así te lo suplico. Sabe que si lo hice no, fue por afrentarla, sino por amor.
TAIS.- Ya lo sé; y por esto, en verdad, de buena gana te lo perdono; que no soy yo, Querea, de tan cruel condición, ni tan novicia, que no sepa cuánto puede el amor.
QUEREA.- Así los dioses me amen, Tais, como yo. También a ti te quiero mucho.
PITIAS.- Señora, en buena fe que me parece que te debes guardar de éste.
QUEREA.- No tendría yo tal atrevimiento.
PITIAS.- No fío nada de ti.
TAIS.- (A PITIAS, imponiéndole silencio.) Basta ya.
QUEREA.- Yo ahora te suplico que seas mi valedora en esto. Yo me encomiendo y entrego a tu fidelidad, y te tomo por mi patrona: pídotelo por merced; moriré si con ella no me caso.
TAIS.- ¿Y si tu padre...?
QUEREA.- ¿Mi padre? Yo sé de cierto que querrá, con tal que ella sea ciudadana.
TAIS.- Si quieres aguardar un poco, el mismo hermano de la doncella será luego aquí; que ha ido a llamar al ama que la crió desde pequeña. Tú mismo, Querea, podrás presenciar su reconocimiento.
QUEREA.- Pues me quedo.
TAIS.- ¿Quieres que, mientras viene, le esperemos en casa, y no aquí a la puerta?
QUEREA.- Y aun lo deseo mucho.
PITIAS.- Señora, ¿qué vas a hacer?
TAIS.- ¿Qué es ello?
PITIAS.- ¿Y lo preguntas? ¿A éste piensas tú recibir en tu casa, después de lo ocurrido?
TAIS.- ¿Y por qué no?
PITIAS.- Fía de mí, que él buscará de nuevo alguna revuelta.
TAIS.- ¡Ah, calla, por tu vida!
PITIAS.- Parece que no has visto bien su atrevimiento.
QUEREA.- No haré nada, Pitias.
PITIAS.- Lo creo en buena fe, Querea, si no nos fiamos de ti.
QUEREA.- Pues guárdame tú, Pitias.
PITIAS.- ¿Yo? Ni yo osaría darte a guardar nada, ni menos guardarte. ¡Taday!
TAIS.- Aquí viene el hermano: a buen tiempo.
QUEREA.- ¡Perdido soy! Tais, por lo más sagrado, entremos en casa; que no quiero que me vea en la calle con este vestido.
TAIS.- ¿Y por qué? ¿Porque tienes vergüenza...?
QUEREA.- Por eso mismo.
PITIAS.- ¿Por eso mismo? ¿Y la doncella?
TAIS.- (A QUEREA.) Anda, que ya te sigo. Tú, Pitias, quédate ahí para introducir a Cremes.
Escena III
PITIAS, CREMES, SOFRONA.
PITIAS.- ¿Qué podría yo ahora imaginar? ¿Qué? ¿Con qué darle el galardón a aquel sacrílego que nos ha hecho esta burla?
CREMES.- Camina más aprisa, nodriza.
SOFRONA.- Ya camino.
CREMES.- Ya lo veo; pero no adelantas un paso.
PITIAS.- ¿Hasle ya mostrado al ama los indicios?
CREMES.- Todos.
PITIAS.- ¿Y qué dice por tu vida? ¿Conócelos?
CREMES.- Muy bien se acuerda de todo.
PITIAS.- ¡Oh, bien haya tu pico; porque deseo toda ventura a esa doncella! Entraos; que mi señora ha rato que os espera en casa. (Sola.) Aquí veo venir al honrado de Parmenón. ¡Mira qué tranquilo viene! Los dioses me perdonen; mas yo espero que he de hallar con qué atormentarle a mi sabor. Voyme allá dentro a ver en qué ha parado lo del reconocimiento, y luego saldré y espantaré a este bellaco.
Escena IV
PARMENÓN.
PARMENÓN.- Vuelvo a ver cómo lleva su negocio aquí Querea. Porque si él ha hecho la cosa con astucia, ¡oh, soberanos dioses, cuán grande y cuán verdadera honra ganará Parmenón! Pues además de que sin pesadumbre, sin gasto, sin trabajo le he logrado de una ramera avarienta, un amor muy dificultoso y muy costoso, que es la doncella de quien él estaba enamorado, hay también otro muy grande provecho que me hace digno de la palma: que es haber hallado manera cómo este mozuelo pudiese entender las condiciones y costumbres de las rameras, para que, conociéndolas con tiempo, las aborrezca para siempre. Las cuales, cuando salen fuera, parecen la cosa más limpia, más compuesta y más hermosa del mundo. Cuando comen con su amigo, hacen de las delicadas. Ver, pues, cuán sucias, cuán viles, cuán pobres son, y cuán deshonestas cuando están solas en casa, y cuán glotonas, y cómo con el caldo del día pasado comen pan de mozuelo; tener noticia de todo esto, es total remedio para los mancebos.
Escena V
PITIAS, PARMENÓN.
PITIAS.- (Aparte.) ¡Ah, tú me pagarás, bellaco, todos esos dichos y todos tus hechos, porque no mofes impunemente de nosotras! (Alto y simulando que no ha visto a PARMENÓN.) ¡Oh, dioses, y qué acción tan fea! ¡Pobre mozo...! ¡Oh, malvado de Parmenón, que a esta casa le trajo!
PARMENÓN.- (Aparte.) ¿Que pasará?
PITIAS.- En verdad que me da lástima, y así huyo acá fuera por no verle. ¡Qué ejemplar castigo dicen que le van a dar!
PARMENÓN.- (Aparte.) ¡Oh, Júpiter! ¿Qué revuelta es aquélla? ¿Soy por ventura perdido? Llegarme quiero allá. (Alto.) ¿Qué es eso, Pitias?, ¿qué dices?, ¿a quién van a castigar?
PITIAS.- ¿Eso me preguntas, atrevidísimo? Por querer burlarte de nosotras has echado a perder a ese mozuelo que trajiste en cuenta del eunuco.
PARMENÓN.- ¿Cómo es eso?, ¿qué ha sucedido? Dímelo.
PITIAS.- Yo te lo diré. ¿Sabes cómo esa doncella que hoy le han presentado a Tais es natural de esta ciudad, y su hermano es un hombre muy principal?
PARMENÓN.- No.
PITIAS.- Pues así resulta. Ese infeliz hala deshonrado, y aquel furioso de su hermano, como ha sabido el caso...
PARMENÓN.- ¿Qué ha hecho?
PITIAS.- Primeramente le ha echado extrañas prisiones.
PARMENÓN.- ¿Prisiones?
PITIAS.- Sí, y aun con suplicarle Tais que no lo hiciese.
PARMENÓN.- ¿Qué me dices?
PITIAS.- Y ahora le amenaza que le ha de hacer lo que suelen hacer a los adúlteros, lo cual ni yo jamás he visto, ni aun querría.
PARMENÓN.- ¿Y con qué atrevimiento osa él hacer una maldad tan grande?
PITIAS.- ¿Cómo tan grande?
PARMENÓN.- ¿Pues no es la mayor del mundo ésta? ¿Quién ha visto jamás en casa de ramera ser prendido nadie por adúltero?
PITIAS.- No sé.
PARMENÓN.- Pues porque no aleguéis ignorancia, Pitias, os digo y notifico que éste es el hijo de mi amo.
PITIAS.- ¡Cómo!, ¿Y él es?
PARMENÓN.- ...Y que no consienta Tais que se le atropelle. Mas, ¿por qué no me entro allá yo mismo?
PITIAS.- Mira, Parmenón, lo que haces; que tú te perderás y a él no le valdrás, porque tienen por entendido que todo lo que se ha hecho es obra tuya.
PARMENÓN.- ¡Pobre de mí!, ¿qué haré? (Viendo a LAQUES.) Pero allá veo a nuestro viejo, que viene de la granja. ¿Se lo diré, o no? En verdad que se lo he de decir, aunque sé que me espera mala ventura; pero ello es menester, para que le socorra.
PITIAS.- Cuerdo eres. Yo me entro en casa. Tú cuéntale bien al viejo todo el hecho tal como ha sucedido.
Escena VI
LAQUES, PARMENÓN.
LAQUES.- (Sin ver a PARMENÓN.) De esta mi alquería cercana saco este provecho; que ni me hastía jamás el campo, ni tampoco la ciudad. Porque, cuando comienzo a cansarme, mudo de lugar. (Viéndole.) Pero no es aquél mi criado Parmenón? Realmente que es él. ¿A quién aguardas, Parmenón, aquí delante de la puerta?
PARMENÓN.- ¿Quién va? ¡Oh, señor, huélgome de verte venir bueno!
LAQUES.- ¿A quién aguardas?
PARMENÓN.- (Aparte.) ¡Oh, pobre de mí! Del temor se me pega la lengua al paladar.
LAQUES.- ¡Hola!, ¿qué es eso?, ¿por qué tiemblas?, ¿hay algún mal? Dímelo.
PARMENÓN.- Señor, cuanto a lo primero, querría tuvieses por cierto, como lo es, que de todo lo que aquí ha pasado la culpa no es mía.
LAQUES.- ¿Qué es ello?
PARMENÓN.- Discretamente has preguntado, porque yo debí contar primero el caso. Compró Fedro un eunuco para regalársele a ésta.
LAQUES.- ¿A quién?
PARMENÓN.- A Tais.
LAQUES.- ¿Qué le compró? ¡Ah, pobre de mí! ¿En cuánto?
PARMENÓN.- En veinte minas.
LAQUES.- ¡Esto fue el acabose!
PARMENÓN.- Además, Querea está enamorado aquí (Indicando la casa de TAIS.) de una tañedora.
LAQUES.- ¿Cómo dices?, ¿enamorado?... ¿Y ya sabe aquél qué cosa es ramera? ¿Y ya es venido a la ciudad? Un mal tras de otro.
PARMENÓN.- Señor, no me mires a mí; que él no hace nada de esto por mi consejo.
LAQUES.- ¡Deja de tratar de ti; que si no me muero, Don... ahorcado, yo te...! Pero dime de presto a la clara lo que pasa.
PARMENÓN.- A éste hanle traído a casa de Tais en lugar del eunuco.
LAQUES.- ¿Del eunuco?
PARMENÓN.- Sí; después hanle prendido dentro por adúltero, y le han aprisionado.
LAQUES.- ¡Muerto soy!
PARMENÓN.- Mira el atrevimiento de las rameras.
LAQUES.- ¿Hay por ventura otra desgracia que no me hayas contado?
PARMENÓN.- No hay más.
LAQUES.- ¿Por qué me detengo en arremeter aquí adentro? (Entra en casa de TAIS.)
PARMENÓN.- (Solo.) No dudo que de este enredo ha de venirme alguna calamidad; mas, puesto que me fue forzoso hacerlo así, huélgome de que por mi causa les suceda a estas bribonas algún mal. Porque días ha que buscaba el viejo una ocasión para sentarles la mano, y ya la tiene.
Escena VII
PITIAS, PARMENÓN.
PITIAS.- (Sin ver a PARMENÓN.) Nunca, en buena fe, me ha sucedido cosa que yo más desease, que ver al viejo cual entró ahora en nuestra casa tan engañado. A mí sola me dio que reír, porque yo sola sabía el temor que traía.
PARMENÓN.- (Aparte.) ¿Qué es esto?
PITIAS.- Ahora voy a verme con Parmenón. Mas, ¿dónde está él?
PARMENÓN.- (Aparte.) A mí me busca.
PITIAS.- Hele aquí; voy a él. (Se acerca a PARMENÓN riendo a carcajadas.)
PARMENÓN.- ¿Qué es eso, necia?, ¿qué quieres?, ¿de qué te ríes?, ¿no paras?
PITIAS.- ¡Oh, pobre de mí! Ya estoy, cuitada, cansada de reírme de ti.
PARMENÓN.- ¿Por qué?
PITIAS.- ¿Y lo preguntas? No he visto, en buena fe, en mi vida, ni aun espero ver hombre más necio que tú. Apenas te podría contar lo mucho que has dado allá dentro que reír. Realmente que hasta aquí te había tenido por hombre sagaz y discreto. ¡Cómo! ¿Y tan presto te habías de creer lo que te dije? ¿Parecíate, por ventura, poca la bellaquería que el mozuelo, por tu consejo, había hecho, sin que al cuitado le descubrieras a su padre? Porque, ¿qué corazón crees tú que él tendría, cuando su padre le vio vestido de aquel traje? ¡Qué tal! ¿No ves cómo estás perdido?
PARMENÓN.- ¡Cómo!, malvada, ¿qué has dicho?, ¿conque has mentido? ¿Y afín te ríes, bellaca?, ¿tan graciosa cosa te ha parecido burlarte de nosotros?
PITIAS.- Y mucho.
PARMENÓN.- Sí, si con ello te salieres.
PITIAS.- (Con ironía.) ¿De veras?
PARMENÓN.- Yo te daré el pago: Te lo juro.
PITIAS.- Bien lo creo. Pero tus amenazas, Parmenón, serán por ventura para adelante; que ahora a ti han de colgarte, pues a un imbécil mozuelo haces famoso por sus bellaquerías y luego descúbresle a su padre. Ambos a dos te darán el castigo que mereces.
PARMENÓN.- ¡Perdido soy!
PITIAS.- Esta recompensa se te ha dado por aquél presente. Voyme.
PARMENÓN.- ¡Pobre de mí; que yo mismo me he perdido hoy con mi propia boca, como el ratón!
Escena VIII
GNATÓN, TRASÓN.
GNATÓN.- Y ahora, Trasón, ¿con qué esperanza con qué consejo venimos aquí? ¿Qué emprendes?
TRASÓN.- Entregarme a Tais y hacer lo que ella mande.
GNATÓN.- ¿Qué es eso?
TRASÓN.- ¿Por qué no la serviré yo como Hércules a Omfale?
GNATÓN.- Bien me parece el ejemplo. (Aparte.) Así te vea yo hecha una levadura la cabeza a chapinazos. (Alto.) Pero su puerta ha sonado. ¡Muerto soy!
TRASÓN.- ¿Qué nuevo lío es éste? A ese hombre (Por QUEREA que aparece en la puerta de TAIS.) nunca yo le había visto antes de ahora. ¿Por qué saldrá tan deprisa?
Escena IX
QUEREA, PARMENÓN, GNATÓN, TRASÓN.
QUEREA.- ¡Oh, amigos míos! ¿Hay alguien que hoy sea más dichoso que yo? Ninguno realmente; porque todos los dioses han mostrado de plano su poder en mi favor, pues en un instante se me han juntado tantos bienes.
PARMENÓN.- (Aparte.) ¿De qué viene tan alegre?
QUEREA.- ¡Oh, hermano Parmenón, hallador, muñidor, concluidor de todos mis contentos, ¿no sabes en qué gozos estoy puesto?, ¿no sabes cómo ha resultado que mi Pánfila es ciudadana de Atenas?
PARMENÓN.- Helo oído.
QUEREA.- ¿No sabes cómo ya estoy desposado con ella?
PARMENÓN.- Así los dioses me amen, como ello está bien hecho.
GNATÓN.- (A TRASÓN.) ¿Oyes tú lo que dice?
QUEREA.- Además de esto, me huelgo de que los amores de mi hermano ya están a buen seguro. Toda es ya una casa. Tais se ha puesto bajo el amparo y fe de mi padre: ya es nuestra.
PARMENÓN.- ¿De esta manera Tais ya es toda de tu hermano?
QUEREA.- Cabal.
PARMENÓN.- Otra razón, pues, para que nos alegremos, es ésta; que el soldado queda en la calle.
QUEREA.- Tú procura que mi hermano, doquiera que esté, tenga aviso de todo esto enseguida.
PARMENÓN.- Iré a ver si está en casa. (Vase.)
TRASÓN.- Gnatón, ¿dudarás ya que estoy perdido para siempre?
GNATÓN.- Ya no lo dudo.
QUEREA.- ¿A quién alabaré primero o más de veras?, ¿a quién me aconsejó la aventura, o a mí que tuve ánimo para emprenderla? ¿Alabaré a la fortuna, que ha sido nuestra gobernadora y tantas y tan grandes cosas ha tenido a punto para un día, o la complacencia y benignidad de mi padre?¡Oh, Júpiter! ¡Suplícote que nos conserves por largos años estos bienes!
Escena X
FEDRO, QUEREA, TRASÓN, GNATÓN.
FEDRO.- ¡Soberanos dioses!, ¡y qué cosas tan increíbles acaba de contarme Parmenón! ¿Pero dónde está mi hermano?
QUEREA.- Aquí le tienes.
FEDRO.- ¡Qué dicha!...
QUEREA.- Bien lo creo. No hay cosa, hermano, más digna de ser amada que tu Tais, según ella se muestra favorable a toda nuestra casa.
FEDRO.- ¿A mí me la alabas?
TRASÓN.- ¡Ay de mí! Cuanto menos esperanza, veo, tanto más la amo. ¡Por lo más sagrado, Gnatón...; que en ti está mi esperanza!
GNATÓN.- ¿Qué quieres que yo haga?
TRASÓN.- Que recabes con ruegos, con dinero, que tenga yo, siquiera alguna vez, entrada en casa de Tais.
GNATÓN.- Difícil es.
TRASÓN.- Te conozco muy bien, y sé que si tú quieres... Si esto me logras, pídeme cualquier merced y cualquier premio; que todo lo que me pidieres alcanzarás.
GNATÓN.- ¿De veras?
TRASÓN.- Sí.
GNATÓN.- Pues si esto recabo, yo te pido que en tu presencia y ausencia tu casa esté siempre abierta para mí, y que, aunque no me conviden, tenga siempre un puesto a la mesa.
TRASÓN.- Y yo te juro hacerlo así.
GNATÓN.- Pues manos a la obra.
FEDRO.- ¿A quién oigo yo aquí? ¡Oh, Trasón!
TRASÓN.- Estéis en buen hora.
FEDRO.- Tú sin duda no sabes lo que aquí ha sucedido.
TRASÓN.- Ya lo sé.
FEDRO.- ¿Cómo, pues, te veo yo aún por estos barrios?
TRASÓN.- Porque me fío de vosotros.
FEDRO.- ¿Sabes cuán confiado puedes estar? Capitán, desde ahora te lo aviso: si de hoy más te viere en esta plaza, no te valdrá el decirme: «A otro buscaban»; «Por aquí pasaban, ¡que morirás!
GNATÓN.- (En tono de ruego.) ¡Ea!, que no se ha de hacer así.
FEDRO.- Lo dicho, dicho.
GNATÓN.- No os tengo yo por tan altivos.
FEDRO.- Ello será así.
GNATÓN.- Oídme primero dos palabras; y si lo que hubiere dicho os pareciere bien, hacedlo.
FEDRO.- Oigamos.
GNATÓN.- Tú, Trasón, hazte allá un poco. (A FEDRO y QUEREA.) Cuanto a lo primero, yo querría que ambos a dos me dieseis en esto muy gran crédito, que todo lo que yo acerca de esto hago, lo hago particularmente por mi provecho. Pero si también os es útil a vosotros, sería necedad que vosotros no lo hicieseis.
FEDRO.- ¿Y qué es ello?
GNATÓN.- Yo os aconsejo que aceptéis al soldado por competidor.
FEDRO.- ¿Cómo aceptar?
GNATÓN.- Considéralo bien ahora. Tú, Fedro, vives realmente con Tais muy a gusto; y comes y bebes en su casa. Tú tienes muy poco que darle, y Tais no puede pasar sin que le den mucho: para que sin mucha costa puedas conservarla en tus amores, para todo esto no hay hombre más a propósito ni que a ti más te convenga. Cuanto a lo primero, él tiene que dar, y no hay hombre más liberal; es un tonto, sin gusto, perezoso; de día y de noche duerme; no tienes de qué recelarte que la mujer se le aficione; en tu mano estará echarle siempre que quisieres.
FEDRO.- (A QUEREA.) ¿Qué hacemos?
GNATÓN.- Además, tiene una cosa que yo creo la primera de todas: que no hay hombre que mejor ni más largamente dé de comer.
FEDRO.- Cierto que un hombre como ése, en todas maneras es menester.
QUEREA.- Lo mismo digo.
GNATÓN.- Muy bien hacéis. Otra cosa también os pido de merced; que me recibáis de aquí adelante por uno de vuestros familiares; que hartos días ha que ando revolviendo esta peña.
FEDRO.- Recibido.
QUEREA.- Y de muy buena gana.
GNATÓN.- Pues en pago de eso, Fedro, y tú, Querea, yo os le entrego, (Aludiendo a TRASÓN.) para que os le comáis y os burléis de él.
QUEREA.- ¡Que nos place!
FEDRO.- Lo merece muy bien.
GNATÓN.- Trasón, cuando quieras, te puedes acercar.
TRASÓN.- ¿Qué has negociado, dime, por tu vida?
GNATÓN.- ¿Qué? Estos señores no sabían quién tú eres; pero después que les he dado a entender tus costumbres, y te he alabado conforme a tus hechos y virtudes, helo recabado.
TRASÓN.- Muy bien. En muy gran merced se lo tengo. Jamás he estado en parte ninguna donde no me quisiesen todos mucho.
GNATÓN.- ¿No os lo dije yo, que resplandecía en él la gracia y elegancia de Atenas?
FEDRO.- Ya no queda nada por hacer; caminad vosotros por aquí. (A los espectadores.) Vosotros, quedad en buen hora, ¡y aplaudid!
FIN DE LA COMEDIA