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El Octavio

De Wikisource, la biblioteca libre.
Colección de los apologistas antiguos de la religión christiana (1792)
de François Antoine Gourcy
traducción de Manuel Ximeno y Urieta
El Octavio de Minucio Felix
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
EL OCTAVIO
DE MINUCIO FELIX.



EL OCTAVIO
DE MINUCIO FELIX.




ADVERTENCIA.


Marco Minucio Félix, célebre Abogado en Roma, segun San Gerónimo, escribió por el tiempo del Emperador Septimio Severo, á principios del tercer siglo de Jesu-Christo, un excelente Diálogo en defensa de la Religion Christiana, del qual hablan con grande elogio San Gerónimo y Lactancio. Hace que dos amigos suyos disputen en este Diálogo, Octavio Genáro, que dió el nombre á la obra, en favor de los Christianos, y en favor de los Paganos Cecilio Natál, cuya conversion fue fruto de esta conferencia. Minucio Felix es elegido Arbitro.

Se cree que Minucio era casi contemporaneo de Tertuliano, y tambien Africano; y parece que tuvo presentes, y aun se propuso imitar muchos pasages de este Apologista. Posteriormente San Cipriano no tuvo tampoco dificultad de tomar muchos pensamientos y expresiones de Minucio , principalmente en su Tratado de la Vanidad de los Idolos. En quanto á Cecilio, algunos Sábios han creido que era aquel mismo Cecilio Natál, que convirtió á San Cipriano. Lo que por este Diálogo se comprehende es, que así Minucio y su amigo Octavio, como tambien Cecilio, habian nacido en el seno del Paganismo.

D'Ablancourt, que dió al publico una Traduccion Francesa de este Tratado, aunque poco exácta, dice en su Prefacio, que Minucio Felix habló con todas las gracias y delicadeza de la lengua. Este elogio es sin duda exâgerado. Qualquiera que tenga una ligera noticia de la historia de la decadencia del Imperio Romano, no esperará encontrar baxo el Imperio de Severo todas las gracias de la lengua, ni la pureza de gusto, que caracterizan al siglo de César y de Augusto; pero sin embargo me parece, y no creo que me puedan acusar de que me dexo arrebatar del entusiasmo de Traductor, me parece, digo, que se debe mirar, este Tratado, como un extraño monumento de elegancia, de dialéctica, y aun de gusto, para el tiempo en que se escribió.

Se encuentran en esta obra algunas amplificaciones, que me ha parecido suprimir, así como tambien algunos trozos, que no dicen conexîon con la Religion , y los lugares comunes sobre las extravagancias y desórdenes del Paganismo: tanto mas, quanto estos lugares comunes han sido copiados del Apologético de Tertuliano, que hemos presentado en toda su extension.







EL OCTAVIO


DE MINUCIO FELIX.

Quando pienso en mí amado Octavio, y traigo á la memoría aquellos felices momentos, que tan rápidamente se me pasaban en su compañia, me parece, que le veo á mi lado, y que gozo todavía de los encantos de su amistad, no obstante que se ha huido para siempre de mis ojos: tan profundamente grabadas como todo eso tengo su memoria y su imagen en mi corazon. ¿Y cómo era posible , que yo dexase de supirar continuamente por aquel hombre aventajado , por aquel hombre santo , que me amó con tanta ternura y constancia ; y que nunca jamás, ni en las cosas frívolas, ni en las de mayor importancia , tuvo otra voluntad, que la mia? Parecia, que una misma alma animaba nuestros dos cuerpos. Él solo fue el confidente de mis flaquezas y sí bien es cierto , que me sirvió de compañero en mis descarríos , tambien lo es, que me mostró el camino, quando de la profunda noche del error y del Paganismo, pasé al gran dia de la verdad y de la sabiduría. Sobre todo, me complazco, quando me acuerdo del admirable discurso, que le hizo a Cecilio, nuestro comun amigo, para desengañarse de sus supersticiones, y hacerle abrazar la verdadera Religion.

Fue el caso , que impelido Octavio de sus negocios, y animado del deseo de verme, vino á Roma, desamparando su casa, y arrancandose de los brazos de su muger y de sus hijos, que se hallaban justamente en aquella edad de la inocencia, que los hace todavía mas interesantes, quando la lengua no hace mas que tartamudear, y comienza á formar las palabras, sin poder pronunciarlas por entero. Es imposible que yo explique la alegría que sentí, al ver á un amigo tan amado; solo digo, que fue tanto mas viva, quanto habia sido menos esperada.

Los sentimientos y la curiosidad de la amistad se llevaron los dos primeros dias, pasados los quales fuimos en compañía de Cecilio á la encantadora Ciudad de Ostia. Este exercicio era para mi un remedio tan agradable como provechoso, despues de los baños de mar, que acababa de tomar. Las ocupaciones del Foro, suspendidas con motivo de las vacaciones, daban lugar á los placeres, que trae consigo la vendimia; y el otoño, en recompensa de los pasados ardores del estío, nos ofrecía su apacible temperamento. Habiamos todos tres salido un dia muy de mañana, con el objeto de respirar un ayre fresco y puro, y de disfrutar del placer sobre la arena, que cubre la ribera: y Cecilio, al tiempo de pasar por junto á una estatua de Sérapis, se llevó la mano á la boca, y la besó, segun costumbre de los idólatras. En verdad, hermano mio, me dixo entonces Octavio, que un hombre virtuoso como tú no debe permitir que esté abismado en tan deplorable ceguedad un amigo, que no se aparta de tu lado; ni debe sufrir tampoco, que invoque unos simulacros de piedra, cubiertos de esencias, y coronados de flores: porque al cabo sobre tí ha de recaer toda la ignominia.

Distraidos en nuestra conversacion, atravesamos la Ciudad, y llegámos á la playa, donde parecia que el mar habia macizado y allanado, para nuestro paseo, la arena que la cubria. Como el mar, aun en tiempo de calma, no dexa de tener siempre alguna agitacion, aunque por entonces no veíamos ondas turbulentas, es indecible quánto nos divertiamos en contemplar los varios movimientos de las olas, que ya venian formando mil juegos á romperse á nuestros pies, ya se retiraban precipitadamente. Caminabamos con la mayor tranquilidad por aquella ribera sin advertir el camino que andabamos, porque Octavio nos distraía con su discreta plática sobre la navegacion. Volvimos luego pasos atrás, y nos detuvimos en un lugar del puerto, donde habia distintas embarcaciones de pequeño buque mantenidas sobre estacas. Tambien disfrutamos del espectáculo de una tropa de muchachos que se estaban divirtiendo á un juego que consiste en tirar obliquamente piedrecitas, ó guijarros delgados sobre el agua, de suerte que la piedra rase la superficie, se esconda un poco, como si nadára, y luegos impelida vuelva, á parecer, para esconderse inmediatamente , y rebotar de nuevo. Queda por fin vencedor en este juego aquel, cuya piedra rival á mayor distancia, y da mayor número de botes sobre el agua.

Octavio y yo nos divertiamos con este espectáculo; pero Cecilio muy al contrario estaba algo distante, y al parecer, reflexivo, y disgustado ¿Qué tienes? le dixe: ¿Qué se ha hecho aquella amable alegria, que se manifestaba siempre en tus ojos, y no te huía el rostro, aun en los asuntos mas serios?

No, puedo, negar, me respondió, que la reconvencion que Octavio te ha hecho, me ha tocado en lo vivo; porque tachandote á tí de negligente, me hace á mí pasar plaza de ignorante. Pues esto no ha de quedar así, sino que antes bien Octavio y yo hemos de tratar, á fondo la qüestion. Si te parece bien, yo haré que Octavio, que es de tu misma secta, conozca en breve, que es mucho mas facil disputar como amigos, que conferenciar segun el método de los sábios. Sentémonos, pues, sobre este muelle que hay aquí para resguardo de los baños; y de este modo hablarémos mas á placer.

Sentamonos en efecto, y á mí me pusieron en medio, no por ceremonia, ni por honrarme tampoco, sino para que como árbitro los pudiera oir mejor, y para que de este modo estuvieran separados los combatientes. Porque por lo demás, sabida cosa es que entre amigos no hay distincion; y que la amistad nos halla, ó por lo menos nos hace á todos iguales.

Cecilio comenzó de esta manera. Hermano mio, me dixo á mí, aunque tú has tomado ya partido acerca del objeto de nuestra disputa, pues nos abandonaste, y te pasaste á los reales del enemigo; debes sin embargo, como Juez íntegro, mantener la balanza tan igual, que se conozca que tu juicio definitivo ha sido dictado por la fuerza de nuestras razones, y nó por tu particular modo de pensar.

Si te desnudas de toda preocupacion, continuó dirigiendo su discurso á Octavio, no me será dificil demostrarte, que en las cosas humanas todo es dudoso, incierto, problemático; y que nosotros podemos á lo sumo arrivar á la verisimilitud, pero de ningun modo á la verdad. Por eso me admira que haya hombres, que cediendo á la fuerza de la desidia y del enojo, abrazen ciegamente la primera opinion, que se les presenta, en vez de armarse de un valor obstinado para investigar la verdad, examinarla y profundizarla. Pero todavía es mas doloroso y reprehensible, que los ignorantes y los mas zafios artesanos se desconozcan, y pretendan decidir acerca de la naturaleza del Sér Supremo, quando se sabe, que todas las escuelas de los Filósofos han disputado hasta ahora sobre este asunto, y todavía no se han convenido: porque la flaqueza humana está tan lejos de poder elevarse hasta la Divinidad, que ni siquiera nos es dado conocerla, ni permitido tampoco investigarla: y mas, que sería una impiedad, que profanasemos lo que está en el cielo sobre nuestras cabezas, ó lo que está debaxo de nuestros pies en las entrañas de la tierra. Tengamonos por bastante felices y por bastante sábios, si segun el consejo de aquel antiguo oráculo, llegamos á conocernos á nosotros mismos.

Pero ya que no sepamos contenernos dentro del estrecho círculo, en que giramos; ya que hayamos sido arrojados à la tierra, é intentemos locamente volar hasta mas allá de los astros; por lo menos no nos forjemos fantasmas engañosas y temibles. Que los elementos de todos los seres se reuniesen por su propia virtud en el principio, y su concurso fortúito formase el mundo tal, qual le vemos; ¿qué necesidad hay, para que renozcamos á un Dios por Autor, ó por Arquitecto? Que el fuego encendiese los astros; que el cielo se suspendiese por sí mismo; que la tierra se asegurase por su propio peso; que las aguas, por su inclinacion natural, se precipitasen en el mar; ¿para qué esa nueva Religion, ese espantajo, esa supersticion? Todo hombre, todo animal formado del mixto espontáneo de los elementos, se resuelve en los mismos elementos, quando dexa de vivir por consiguiente todos los seres, quando se destruyen, se descomponen y vuelven rápsus primeros principios. Para esto, ni se necesita obrero, ni juez, ni criador. Los soles, que alumbran al universo, se forman del mixto de la materia ígnea: y de las exhalaciones y vapores de la tierra se forman las nieblas y nublados, que se elevan sobre el ayre; y quando descienden, producen la lluvia, el granizo, y el soplo de los vientos. El choque de las nubes hace que resuene el trueno, que centelleen los relámpagos, y que se encienda el rayo: y estos fuegos tan temidos caen accidentalmente y sin distincion sobre las montañas, sobre los árboles, sobre los lugares sagrados, como sobre los profanos, sobre los hombres religiosos, como sobre los perversos.

¿Y qué diré yo de las tempestades, que todo lo destruyen y trastornan sin distincion y sin examen? ¿Qué, de los naufragios, en que así los buenos como los malos padecen confusamente? ¿Qué, de los incendios, que abrasan al culpable y al inocente? ¿Qué, de las pestes, que inficionan el ayre, y arrebatan con todos los hombres indistintamente? ¿Qué diré por fin de la calamidad de la guerra, en la qual los mas valerosos son los primeros que peligran? Y aun en tiempo de paz, ¿no vemos freqüentemente que el vicio, no solo camina á la par con la virtud, sino que tambien llega á verse incensado y adorado; de manera que se ignora, si se han de detestar los crímenes de los malos, ó se ha de envidiar su felicidad?

Si la Providencia, ó alguna Divinidad rigiera al universo, ni veríamos á un Fálaris ó un Dionisio sobre el trono, ni á un Rutilio ó un Camilo desterrados, ni á un Sócrates condenado á beber la cicuta. Vemos los árboles cargados de frutos, las viñas colmadas de ubas, las espigas en su mejor sazon; y de repente las lluvias lo destruyen todo, ó una horrible tempestad lo asuela. Confesemos, pues, que nada sabemos, ó reconozcamos en todo esto los juegos de la fortuna, que domina como soberana absoluta sobre los hombres, y sobre la tierra. Y puesto que la Naturaleza nos es desconocida, sino recurrimos al imperio de la fortuna qué cosa mejor podremos hacer, que adherir á las tradiciones antiguas, como á los mas seguros garantes de la verdad, y seguir las Religiones establecidas? Y sin que nos hagamos jueces de los Dioses, á quienes debemos temer, porque así nos lo enseñáron aun antes que los conocieramos; creámos á nuestros padres, que miraban de muy cerca el origen del mundo, y mereciéron tener por Reyes ó por Preceptores á los mismos Dioses. Y no es cierto que los Romanos debieron el imperio del mundo á su piedad, aun para con los Dioses extraños?[1]

Supuesto, pues, que todas las Naciones convienen en reconocer á los Dioses, aunque no conozcan su origen y naturaleza; habrá paciencia para tolerar la audacia, y la orgullosa y pretendida sabiduría de aquellos, que intentan debi litar, ó destruir una Religion tan antigua, tan útil y tan saludable?

Habla despues Cecilio del castigo de algunos Ateistas.

¿No es cosa deplorable, continúa Cecilio, que unos hombres de una secta proscrita y desesperada vayan congregando los mas ignorantes, que se encuentran en las heces del pueblo, las mugeres débiles y crédulas, con el fin de formar una conjuracion impía contra nuestros Dioses, y de unirse por medio del crímen, de juntas nocturnas, ayunos solemnes, y banquetes inhumanos? ¡O Nacion tenebrosa! enemiga de la luz; muda en público y parlera en secreto. Desde el seno de la miseria miran esos hombres á nuestros templos, como si fueran mataderos, insultan á nuestros Dioses, se burlan de nuestros sacrificios, se duelen de los honores del secerdocio, y desprecian la púrpura; al paso que ellos, medio desnudos, y dementes con exceso, provocan los suplicios presentes, porque temen otros futuros é inciertos, ymiran la vida con desprecio, por no morir despues de la muerte. De manera que una loca esperanza de la resurreccion los liberta de toda especie de temores.

Como el mal es fecundo, y la corrupcion hace cada dia nuevos progresos, esta faccion impía y malvada se va esparciendo por toda la tierra.

No basta ya mirarla con horror, es menester exterminarla enteramente. Ellos se conocen por me dio de señales secretas; se aman casi antes de conocerse; llaman Religion á los mas vergonzosos desórdenes; se tratan todos de hermanos y de hermanas, para dar el carácter de incesto á lo que sería un crímen ordinario: porque esa vana é insensata supersticion ilustra y engrandece los vicios mas infames.: Es indubitable, que la fama no pararia la consideracion en todas estas hablillas, si no tuvieran algun fundamento, ni les imputaria á los Christianos todas estas abominaciones, si no fueran, verdaderas. Yo oigo decir, que ellos adoran la cabeza del animal mas despreciable de todos, conviene á saber, el asno; culto muy digno de gentes de esta especie. Asegurase tambien, que ofrecen culto á las cosas mas infames; y sus juntas: clandestinas, y nocturnas los hacen justamente. sospechosos. Lo cierto es, que adoran á, un hombre, que padeció el último suplicio, y á la cruz tambien en que murió. Este es propiamente el altar que les conviene, y aquel el Dios que merecen adorar. ¿Y qué dirémos de ese niño cubierto de arina, á quien arrebatan y degüellan, y; cuya sangre beben? ¿Qué, de ese festin bárbaro, á que asisten los parientes mas inmediatos, y se hallán confusamente las personas de todas edades y sexôs? ¿Qué, de aquel perro, que apaga la luz en sus asambleas, y de las abominaciones, que se cometen en ellas? Porque todo esto y mucho mas se sabe. Dirémos, pues, que si no son todos efectivamente incestuosos, lo son por lo menos en su conciencia.

Paso muchas cosas en silencio; pero el misterio que ellos aparentan en todas sus prácticas, es una prueba mas que suficiente de la verdad de todos estos rumores, ó por lo menos de la mayor parte. Porque, qualquiera que sea el objeto de su culto, ¿qué motivo tienen para ocultarlo tan misteriosamente? Todo lo que en sí es bueno, apetece la luz del día; solamente el crímen va siempre en busca de las tinieblas.: ¿Y por qué, pregunto, no tienen templos, altares, ni imágenes conocidas? ¿Por qué no hablan abiertamente, y se juntan con libertad? Sin duda porque lo que adoran será digno de castigo, ó vergonzoso. Pero al fin ¿quién es ese Dios?

¿En dónde está? ¿De dónde proviene ese Dios único, solitário, abandonado, que ninguna Nacion libre, ni aun la supersticion Romana ha conocido? Solamente los Judios, pueblo miserable, hacen profesion de. adorar á un solo Dios; pero siquiera lo adoran abiertamente, y tienen templos, altares, victimas y ceremonias: aunque, todo se ha de decir, ese Dios puede tan poco, que ha sido cautivado por los Romanos, juntamente con su pueblo.

Por lo que respeta á los Christianos, son particulares las quimeras que nos refieren. Nos cuentan que su Dios, á quien ni ellos pueden ver, ni menos manifestarlo á los demás, se informa escrupulosamente de las costumbres, de las acciones, de las palabras, y hasta de los mas escondidos pensamientos de todos los hombres; y que anda y está presente en todas partes. Lo pintan tambien enfadoso, inquieto, y curioso hasta el extremo de impudente, puesto que es testigo de quanto se hace en todos los lugares. Pero si está ocupado en el gobierno del universo entero, ¿cómo puede abarcar todas las particularidades?

Y si está dividido entre todas las particularidades, ¿cómo puede velar sobre el todo del universo?

Ni aquí para; sino que ese Dios amenaza á la tierra y á los cielos con un incendio universal; como si pudiera ser destruido el orden eterno establecido por las divinas leyes de la naturaleza, turbada la armonía de los elementos, ni disuelta la máquina del universo.

A esta necia opinion añaden tambien otros cuentos de viejas; porque aseguran, que resucitarán despues de la muerte, y despues que hayan sido reducidos á cenizas: y lo aseguran con tanta confianza, que parece, que ya están resucitados. Su necedad es doble, porque por una parte aseguran la destruccion del cielo y de los astros, siendo así que los dexamos en el mismo estado, en que los habiamos encontrado, y por otra se prometen á sí mismos la inmortalidad, no obstante, que ven, que no nacemos todos, sino para morir. La adhesion que ellos tienen á su dogma de la resurreccion, es sin duda la causa de que condenen nuestra costumbre de quemar los cuerpos; como si el tiempo necesitára de fuego para reducirlos á polvo, y como si no fuera del todo indiferente para los cuerpos, que los coman las bestias, los arrojen al mar, ó los inhumen y consuman al fuego. Antes bien la sepultura sería un suplicio para ellos, si fueran capaces de sentimiento: ni el fuego produce otro efecto, que el de destruirlos con mayor prontitud. Por una conseqüencia del mismo error, esos hombres modestos se reservan para sí solos, como si ellos solos fueran justos, una vida feliz y eterna despues de la muerte, y condenan á los demás, como si fueran criminales, á suplicios eternos.

Añaden los Christianos otras cosas, que no puedo ventilar por falta de tiempo: ya he dicho, y, no hay necesidad de probarlo, que son los hombres mas perversos: y aun quando concediere, que son justos, la opinion comun es, que así el crimen, cómo da inocencias debéimpuPauseira adestino: Niavosotrasos apartais tampos co de este dictámen, apuesto que atribuis Dios todo lo que nosotros hacemos, así como los demás lo atribuyen al destino: Decis tambien, que no todos os que lo quieren abrazanovueshva secta; sono solo aquellos que Dios oba lelegido: y de este modo pintals a Dios; como un Juez infqüo, que castiga én los hombres el destino, y no la voluntadings alby ao chunup nus biby —Pero respondedmesos, meg: Shaderest citar con el cuerpo sin oéte coniel mismo con otro? ¿Sin cuerpo? No: porque sin cuerpo no hay ya espíritu,alma, ni vida. ¿Cón.el mis mot cuerpo? Tampoconqorque hace muchontiem, po que se destruyó ¿Control Menos porque esto sería nacer otro hombre, y no tenager el mismo. Además de esto, al cabo ya de tantos siglos, ha vuelto un solo hombre del otro mun, do por lo menos al modo que Protesilão, con alguna licencia de pocas horas para hacernos Creer unas cosas an increibles? Ninguno Todos esos son delirios de un cerbelo desbaratado, ó Nanas, ficciones de los Poetas, con las quales vo sotros, ¿locamente crédulos, habeis querido hon rar á vuestro Dios.

C La experiencia de lo presente debia convenceros del engaño de las promesas que os hacen, ✓ de la quimera, de vuestros deseos. ¿No veis quanto sufris en vida? Pues juzgad de aquí lo que podeis esperar despues de la muerte. La mayor parte de vosotros, y esto vosotros mismos lo confesais, los mas justos (seven en la mayor miseria, y son víctimas de la hambre, de la sed y del trabajo. Vuestro Dios lo permite, y al parecer no se cuida de ello: luego ó no quiere, ó no puede socorreros; por consiguiente, ó: es injusto, ó carece de poder. Pero vosotros, con vuestros delirios de inmortalidad despues de la muerte, aun quando os veis amenazados del peligro, abrasados por la fiebre, o despedazados por el dofor, no sentis vuestro destino, vuestra flaqueza, ni vuestro infortunio, y os obstinais en no confesarlo. Yo no hablo de los males que os son comunes con los demás hombres; sino de esas tor: turas, de esos suplicios, de esas cruces, que no adorais, sino que padeceis, de esos fuegos, que predecis y temeis; de los quales males no puede preservaros vuestro Dios en esta vida. ¿Y creeis, que será todo poderoso para haceros felices despues de la muerte?

—Los Romanos, sin la ayuda de vuestro Dios, ´mandan á toda la tierra, y son señores vuestros; y vosotros, inquietos, sobresaltados, os pribais de los placeres mas honestos; no asistis á los espectáculos, ni á los festines públicos; detestais los combates sagrados, las viandas que se ofrecen sobre nuestros altares, y el vino con que se han hecho las libaciones. Esto es prueba de que témeis á aquellos mismos Dioses, que negais. Vosotros no os coronais de flores, no os perfumais, y reservais los perfumes para vuestras funerales: haceis escrúpulos de arrojar flores sobre los sepulcros: estais pálidos, trémulos, y sois finalmentė dignos de la compasion de nuestros Dioses. No no resucitaréis; y haced cuenta de que ni siquie+ ra vivis ahora.

Si todavía conservais el juicio y el pudor, dexaos de observar los ciclos, y no pretendais adi vinar los secretos y destinos del mundo: los hombres ignorantes, groseros y rústicos bastante tienen en que entender con solo mirar á sus pies: quanto mas que aquellos hombres, á quienes no es dado entender en los negocios de la vida civil, ¿cómo es posible, que discurran con tino acerca de las cosas divinas? Si teneis, pues, tanto deseo de filosofar, haced por imitar á Sócratés, modelo de sabiduría; el qual, siempre que se le preguntaba acerca de las cosas celestes, lo que está sobre nosotros, respondia, no nos interesa. Por tanto el Oráculo lo declaró por el mas sabio de todos los hombres; y no porque hubiera llegado á saberlo todo, sino porque habia apren dido, que no sabía nada. La suma sabiduría del hombre es la conviccion de su ignorancia propia.

Este es el principio que dió origen á las dis tintas sectas de los Académicos, cuya profesion los obliga á dudar aun en las mayores qüestiones: que es el partido mas seguro para los ignorantes, y el mas glorioso para los sabios. Yo no hallo cosa mas admirable acerca de esto, y al mismo tiempo mas digna de ser imitada, que la respuesta del Poeta Simónides, á quien el Rey Hierón empeñó varias veces, para que le dixera lo que pensaba acerca de los Dioses. Pidió Simónides primero un dia para reflexionarlo; pidió luego dos, y luego quatro; y por fin le respondió al Tirano, despues de tantas dilaciones, que quanto mas pensaba en aquella pregunta, tanto mas dificultosa hallaba su resolucion.

Yo, por mi parte, opino, que es preciso dexar las cosas en el estado de duda en que están, y no decidir temerariamente, quando tantos hombres grandes se mantienen dudosos; porque de lo contrario nos exponemos á introducir una supersticion ridícula, ó á destruir toda Religion.

Así habló Cecilio; y con cierto ayre de sonrisa, porque su desenfrenada cólera habia calmado mucho durante su discurso, ¿qué tiene, dixo, que responder Octavio, de la raza de Plauto, y el primer Panadero sin contradiccion[2], ya que no sea el primero de los Filósofos? Dexa, le dixe yo entonces, de aplaudirte á costa de Octavio; porque todavía no es tiempo de cantar el triumfo, hasta que se haya oido á las dos partes.

Además de que no tratamos de ninguna gloria de poca importancia, sino de averiguar la verdad, y de cogerla como fruto de esta conferencia. Tu ingenioso discurso me ha dado mucho' gusto; pero yo deboisin embargo elevarme à mas altas consideraciones, nó precisamente sobre nuestra disputa, sino en general sobre todas las disputas.

Sucede muchas veces, que la sutileza y efoquencia del discurso cubren con, un velo espeso ļas verdades mas luminosas. Los que lo escuchan se dexan llevar del encanto de las palabras, pierden de vista el fondo de las cosas, y confunden lo falso con lo verdadero; tanto mas facilmente quanto no saben, que algunas veces lo falso es yerisimil, y lo verdadero no lo es. Muchas veces tambien, engañados por su culpa, ó por su credulidad, desesperan de hallar la verdad, y se precipitan en un pirronismo universal. Se debe poner mucho cuidado en no pasar tan ciegamente de una imprudente credulidad al extremo opuesto; y no porque hayamos dado nuestra confianza á hombres, que la han engañado, hemos de pasar al extremo de desconfiar de otros hombres mas virtuosos, y mas verdaderos.

Yo ciertamente me hallo aquí bastante embarazado entre dos antagonistas, ambos diestros en el arte de defender su causa; porque frequéntemente está la verdad por una parte, aunque algo obscurecida, y por la otra, la sutileza y la eloquencia suplen por la solidez de las pruebas. Así qué, debo pesarlo todo con mucha maduréz, de suerte que dé al talento los elogios, que merezca y no admita ni apruebe sino la verdad. Ya eso, replicó Cecilio, es en cierto modo desnudarse del carácter de Juez imparcial; porque todas esas consideraciones van encaminadas á debilitar la fuerza de mi discurso; y en nada se oponen á la respuesta que va á dar Octavio, si es que está en disposicion de contradecirme.

Tus quejas, le respondi, no van fundadas. Lo que yo he dicho es comun á entrambos, y toda mi pretension se reduce á que no debo pronunciar mi juicio, hasta despues de haber exâminado escrupulosamente la fuerza de las pruebas, sin respeto á la eloqüencia. Pero no perdamos mas tiempo[3]; escuchémos con la mayor atencion la respuesta de Octavio, que al parecer está impaciente por hablar.

Tomó Octavio la palabra, y yo responderé, dixo, como mejor pudiere; pero tú, ó Minucio, debes unirte conmigo, para borrar con la fuerza de la verdad las tachas, con que se ha querido afear nuestro nombre. No quiero disimular ante todas cosas, que el discurso de nuestro amigo me ha parecido tan vago y tan ambiguo, que podria dudarse, si su eloqüencia era defectuosa, ó si era conseqüencia natural del error: porque habiendo manifestado al principio, que creía la existencia de los Dioses, la ha puesto despues en duda; de suerte que la movilidad de sus aserciones no me permite oponerle respuestas ciertas. Estoy muy distante de tachar á Cecilio de artificioso, porque su candor lo pone á cubierto de una sospecha semejante: pero así como, el que no sabe quál es el camino recto, se halla embarazado, si encuentra muchos, y ni puede determinarse á seguir uno, ni puede tampoco seguirlos todos; del mismo modo, el que no conoce con seguridad la verdad, quanto mas opiniones diferentes se presentan á su imaginacion, tanto mas perplexo se halla é indeciso. No es, pues, de admirar, que Cecilio se halle tan ambiguo y tan incierto, y se contradiga á sí mismo. Yo espero, solamente con el favor de la verdad, que le voy á poner delante de los ojos, que destruiré todo quanto ha sentado, y lo fixaré para siempre en una opinion, dando de este modo fin á sus agitaciones, á sus dudas y á sus errores.

Y puesto que mi hermano ha dado á entender, que no podia ver sin cólera y sin indignacion, que unos hombres pobres, sin letras y sin ciencia, discurran acerca de las cosas del cielos voy primero á demostrarle, que todos los hombres, sin distincion de edad, sexô, ni condicion han nacido racionales; y son por consiguiente capaces de encontrar la, sabidurías quo los mismos Filósofos y los inventores de las ar tes, que han hecho eternos sus nombres, fuéron tenidos en su principio por hombres vulgares, pobres é ignorantes'; que los ricos, idólatras de sus tesoros, no piensan jamás en el cielo; y que solamente los Christianos pobres han hallado lá sabiduría, y la han enseñado á los demás: de donde resulta, que la razon no proviene del esä tudio, ni de las riquezas, sino del Autor de nues tra alma. Con que no será por consiguiente motivo de indignacion, el que nosotros investiguemos y enseñemos la ciencia del cielo. Ni se ha de atender tampoco á la calidad de las personas, primero que á la verdad de las razones: y quanto mas sencillo es el lenguage, y mas desnudo de adornos, tanto es mas claro, y mas propio para persuadir, que solo tiene á la verdad por objeto.

Yo le concedo sin dificultad a Cecilio, qué el hombre debe conocerse, investigar lo que es, de dónde proviene, por qué ha nacido; si ha sido formado por el concurso fortuito de los átomos o de los elementos, o si es que debe su sér á Dios. Pero es el caso, que no puedesuno, conocerse á sí mismo, sin conocer al universo con quien está unido, y sin conocer á Dios, que es autor de todo. Para portarse uno bien en la sociedad civil, es preciso que forme primero idea de esta gran sociedad de todos los seres y la principal diferencia que hay entre el hombre y la bestia consiste, en que esta, inclinada hácia tierra, no se emplea sino en buscar su alimento; y el hombre, que tiene el rostro levantado para contemplar el cielo, está dotado de razon para conocer á Dios, y para imitarle de suerte que sería un crímen, qué cerrase los ojos á unal luzo tan resplandeciente, ó que buscase sobre la tierra lo que no podemos hallar sinó en el cielo.

¡Extraña ceguedad! atribuir al acaso mas bien que à Dios, la formacion admirable del universo! Hay cosa mas manifiesta ni mas incontestable,, si se considera el cielo, la tierra, y toda la naturaleza; hay, repito, cosa mas manifiesta ni mas incontestable, que la existencia de un Dios, de una Inteligencia infinita, que dió sér al universo, que lo aníma, lo mueve, lo conserva y lo rige? Véase sino la inmensidad de los cielos, la rapidez de su revolucion, cómo están sembrados de luminares durante la noche, y cómo uno solo esparce la luz por todas partes durante el dia.

¿Y desconocerás todavía á su divino Autor? El sol, cuyo curso es la medida del año; la luna, cuyas fases distinguen las diferentes partes del mes; los astros, que arreglan la navegacion, el tiempo de la labor, y de la cosecha; esa succesion jamás interrumpida de la luz y de las tinieblas, que le señala al hombre el tiempo del trabajo y del descanso: todas estas maravillas, en una palabra, que no pueden estudiarse, ní comprehenderse sino á duras penas, į pueden, pregunto, dexar de ser obra de la razon y de la inteligencia? ¿Qué diré yo de esa vicisitud perpetua é inalterable de las estaciones, tan necesaria para todas las producciones de la tierra; de la primavera con sus flores, del estío con sus mieses, del otoño con sus frutos, del invierno con sus olivas? ¿No anuncia todo esto una Providencia tan sábia como benéfica? Y no digo nada de la particular atencion que ha puesto en la division y orden de las estaciones; pues ha hecho que la primavera succediese al invierno, y el otoño al estio; para que de este modo, en vez de pasar repentinamente de los hielos del uno á los ardores del otro, y al contrario, fuesemos conducidos por grados casi insensibles.

Pon los ojos en el mar, y verás, que la ley que lo contiene dentro de su madre, está escrita sobre la ribera: mira los árboles, que hallan su alimento en las entrañas de la tierra: considera el fluxo y refluxo del Occéano, las fuentes y los riachuelos distribuidos como otras tantas venas sobre la tierra para regarla; los ríos que corren sin interrupcion; la tierra repartida con tanta sabiduría en valles, en colinas y en montañas; los animales que la cubren, provistos todos dearmas prodigiosamente variadas para defenderse,, unos dotados de una ligereza extraordinaria pa ra la carrera, otros, que atraviesan el ayre á bе neficio de sus alas.

Y quando de nada de esto hicieramos aprecio, la forma sola del cuerpo humano, mas que ninguna otra cosa, anuncia á Dios por su autor. Esta estatura recta, este rostro vuelto hacia el cielo, todos los sentidos colocados en la cabeza como en una fortaleza, y los ojos, en la parte, mas elevada, como centinelas.... Há! sería muy largo que yo me detuviese á decirlo, todo en par ticular: baste saber, que no hay parte alguna em todo el cuerpo, que no sirva á un mismo tiempo para el adorno, y para la necesidad. Y lo que es mas admirable todavía, Ta misma forma es comun á todos los hombres, y sin embargo se halla variada en cada uno: de suerte que todos se asemejan, y todos son diferentes. ¿Y qué diré de nuestro nacimiento, del deseo de reproducirnos, y de la leche que Dios prepara en el seno materno para que sirva de alimento al niño?Ni la Providencia se limita á cuidados generales sobre la tierra, sino que tambien se extiende sobre cada comarca en particular. Porque si la Gran Bretaña carece en gran parte de las influencias del sol, se le recompensa con los vapores tibios que despide el mar. El Nilo sirve de lluvia al árido Egipto: el Eufrates fertiliza los campos de Mesopotámia: el Indo riega y fecunda[4] los de Levante. Con que si quando entras en una casa, donde todo está limpio, arreglado, y dispuesto con algun gusto, no dudas que habrá un Señor mas digno de aprecio todavía, que lo que ven tus ojos; ¿por qué, quando te pones a mirar el cielo y la tierra, no has de creer tambien, que este inmenso palacio, en que por todas partes resplandece el orden, la sabiduría y la magnificencia, es obra de un Señor muy superior á todo lo que ha hecho?

Pero supuesto que no puede ponerse en duda' fa Providencia, acaso dudarás solamente, si se han de admitir muchos Moderadores del universo, ó uno solo. Es cosa muy facil saber á que ätenerse en esta parte, si se ha de juzgar del un perio del cielo por los reynos de la tierra. ¿Comenzó nunca la division de la soberanía de buena fe, ó cesó sin efusion de sangre? Nada digo de los Persas, á quienes el relincho de un caballo les dió un Rey, ni de la fábula de los dos hermanos Soberanos de Tebas, que se degolláron mutuamente.

El reynado de los dos Mellizos sobre pastores y cabañas, hizo sus nombres inmortales: las guerras del Suegro y del Yerno destruyeron el universo, y la fortuna de este imperio inmenso no bastó para entrambos. Las abejas tienen un Rey los ganados un Pastor; y con todo eso creerás que el supremo poder está dividido en el cielo? ¿El poder de Dios, que no tiene principio ni fin, y es principio de todos los seres; que aun antes de haber producido nada, lo hallaba todo en sí; que con una sola palabra crió rodo lo que existe; que todo lo arregla por medio de su sabiduría, de todo dispone por medio de su voluntad absoluta, y que no puede ser visto ni comprehendido?

¡Oh! Es muy grande Dios, es muy incorpóreo, para que lo puedan percibir nuestros sentidos. Como es infinito é inmenso, no puede ser conocido tal qual es, sino de sí solo. Nuestra inteligencia es muy estrecha para abrazarlo; y nunca lo comprehendemos mejor, que quando confesamos, que es incomprehensible. El que se imagina que lo conoce, lo degrada; y lo degrada; y el que se persuade que no lo degrada, no lo conoce absolutamente.

No hay necesidad de que le busquémos nombre, porque su nombre es Dios. Los nombres son necesarios para distinguir á cada particular en una muchedumbre: pero el nombre de Dios basta para aquel que es solo Dios. Si lo llamo Padre, Rey ó Señor, parece que le atribuyo alguna porcion terrena y mortal: quitemos, pues, todo lo que hayamos añadido á la idea sencilla de Dios, y quedará tal qual es. Tenemos en nuestro favor el consentimiento de todos los pueblos; los quales, quando levantan sus manos af cielo, no invocan sino á Dios. El Dios grande,el Dios verdadero, si Dios quiere: este es el lenguage del pueblo, esta es la confesion del Christiano, y esta es la voz de la Naturaleza.

Aun los que pretenden, que Júpiter es el Sér: Supremo, se engañan en quanto al nombre, pero convienen con nosotros en quanto á la unidad de poder ó de divinidad. Asimismo los Poetas, como por exemplo, Virgilio, reconocen un. Espíritu único, principio de todos los seres, Padre y Soberano de los Dioses y de los hombres. Y si queremos escudriñar el modo de pensar de los mas célebres Filósofos, hallarémos, que por mas que sean diversas sus expresiones, convienen casi todos en la unidad de Dios, de un Sér inteligente, infinito, Autor de todo lo que existe, árbitro supremo, y moderador del mundo; de suerte que podria creerse, que los Christianos son otros tantos Filósofos, ó que los Filósofos han sido otros tantos Christianos.

Octavio pasa aquí en revista la: mayor parte de los Filósofos desde Virgilio[5]. Estas autoridades, concluye, bastan para refutar las fábulas y los absurdos de la idolatría, que por sí mismos se refutan.

Advierte luego Octavio, juntamente con muchos Autores Paganos, como Euvemero, que la mayor parte de los Dioses han sido hombres deificados despues de su muerte. Se saben, dice, los lugares, en que han nacido, en que han vivido, y los sepulcros en que descansan: pero un Dios no puede morir, ni puede nacer tampoco, porque la Divinidad no tiene principio ni fin. Y aun esos mismos Príncipes, á quienes se acostumbra deificar despues de la muerte, vemos, que á su pesar se les da el nombre de Dioses, porque quisieran permanecer hombres, y por viejos que sean, temen hacerse Dioses[6].

Octavio ridiculiza luego las estatuas de los Dioses. Quizá ese Dios de madera, dice, es resto de alguna pira, ó de alguna horca; y ese Dios de cobre, ó de plata habrá sido formado de un vaso, que sirvió para los usos mas despreciables. Pero ese metál, decis, esa madera no era entonces un Dios. Pues ¿qué género de tormento le habreis dado para hacerla Dios? ¿Quándo por fin, y cómo se hace tal? Porque ese material es fundido, trabajado, esculpido, y todavía no es Dios: lo emploman luego, lo ponen derecho; tampoco, es Dios todavía: finalmente es adornado, consagrado, y se le hacen súplicas: con que comienza á ser Dios, quando el hombre quiere, y lo dedica.

Es cosa muy importante descubrir el origen de la idolatría. Hay unos espíritus engañosos y perversos, que mancháron su pureza y su perfeccion original, y se perdieron rebelandose contra su divino Autor; y para consolarse en su des—gracia procuran arrastrar á los demás hombres al abismo, en que ellos se precipitáron. Como se ven corrompidos, no tratan sino de corromper á los demás; y como se consideran arrojados de la presencia de Dios, quisieran apartar tambien á los demás hombres, por medio de sacrilegas supersticiones. Estos espíritus, á quienes llamamos Demonios, han sido conocidos tambien de los Poe—` ras y de los Filósofos.... Todos esos prodigios que hacen, ó fingen hacer los Mágicos, son un efecto del poder de los Demonios; los quales hacen ver lo que no es, é impiden que se vea lo que es....

Los Demonios procuran, por toda especie de medios, seducir á los hombres, y extender el imperio de la idolatría; animan las estatuas, habitan los templos, hacen que las entrañas de las víctimas palpiten, algunas veces dirigen el vuelo de los paxaros, presiden á la suerte, y profrumpen en oráculos obscuros y engañosos: en una palabra, engañan, y son al mismo tiempo enganados. No tienen de contínuo otra ocupación, que la de atormentar ó seducir, penetran algunas veces en el cuerpo, ocasionan distintas enfermedades, llenan de terror al alma, y aparentan esos pretendidos prodigios tan celebrados. Muchos de vosotros saben; que los Demonios convienen en todo esto que yo digo. Ese Saturno, ese Sérapis, ese Júpiter, objetos de vuestra adoracion, confiesan á instancias nuestras lo que son en la reaHdad; y no era regular que mintiesen en presencia vuestra, con el fin de perder su crédito entre vosotros. Todos los dias estais viendo, que conjurados por los Christianos en nombre del solo. Dios verdadero, salen temblando de los cuerpos que poseen.

Esto supuesto, no es maravilla que nos. tengan un odio mortal, y que procuren sembrar en todos los corazones el aborrecimiento del nombre Christiano. Lo cierto es, que previenen todos los espíritus contra nosotros, para que de este modo seamos aborrecidos, aun antes que nos puedan conocer, y no llegue el caso de que sigan nuestro exemplo, si nos conocen ó por lo menos se vean precisados á ensalzarnos.

Pero puede por venturȧ haber mayor injusticia, que condenar lo que no se conoce? Creednos, quando confesamos nuestro delito: sí; noso tros hemos estado tan ciegos como lo estais vosotros: nosotros estabamos persuadidos, que los Christianos adoraban á monstruos, que despedazaban á sus hijos, y que se abandonaban á la dísolucion en sus festines. No reflexionabamos entonces, que lejos de probar semejantes acusaciones, ni siquiera se habia pretendido verificarlas; ni nos hacía fuerza, que entre tantos pretendidos culpables no se hallase uno solo, que confesase su delito, por muy seguro que estuviese de la impunidad, y aun de la recompensa ; sino que antes por el contrario, todos hacian alarde de su Religion, y solo se arrepentian de no haberla abrazado mas temprano.

Al paso que nosotros no teniamos dificultad en defender á unos hombres reos de sacrilegio, de incesto y de parricidio, ni aun queriamos oir á los Christianos: y algunas veces tambien, movidos de una compasion cruel, haciamos que sufrieran la tortura, para forzarlos á que se salváran negando su profesion de Christianos; y para arrancar de su boca una mentira, nos serviamos de aquellos mismos medios, que se han inventado para lograr la confesion de la verdad. Si algun Christiano debil cedia á la violencia de los tormentos, y negaba su Religion, lo ensalzabamos; como si aquella cobarde mentira lo purgase de todos los crímenes que habia cometido segun nuestras preocupaciones. Ya veis, pues, que nosotros pensabamos y obrabamos, como voso tros pensais y obrais ahora ; pero, si. hubieramos seguido los consejos de la razon, no hubiesemos hecho que los Christianos detęstasen la Religion que profesaban, sino solamente que confesasen los delitos que se les imputaban, en caso de ser ciertos.

Mas ¡ah! que no dabamos oidos sino a las sugestiones de los Demonios, que andan esparciendo por todas partes estos rumores calumniosos contra los Christianos, para que lleguen á ser la exêcracion de los pueblos. O vanos es fuerzos! Todas esas fantasmas de la impostura (desaparecen en presencia de la verdad; y esas abominaciones, que atribuis osadamente á los hombres mas castos y mas honestos, ni aun se atendrán por posibles, sino es que hallemos exem—plos entre vosotros: porque el pudor ni siquiera nos permite oir hablar de ellas, y prohibe, que —nos justifiquemos mas por extenso, 107: Quando nos imputais que adorámos á un criiminal y su cruz, quán lejos estais de la verdad! Porque pensais que un criminal ha sido merecedor de que lo adoren] los Christianos, y que un hombre terreno ha sido tenido por un Dios. ¡Des_graciados los que ponen su confianza en un hombre mortal! los quales todo lo pierden, quando lo pierden. ¡Ah! Dexémos para los Egipcios estadeplorable ceguedad[7].

Tampoco adorámos la cruz, ni deseamos ser puestos en ella. A vosotros, sí, que se os podría acusar en esta parte, puesto que adorais á un Dios de madera, y vuestras banderas y vuestros estandartes están en forma de cruz....

Dícese tambien, que nosotros degollámos á un niño, para iniciar en nuestros Misterios. ¿Creeis, que haya alguno tan bárbaro, que manche sus manos con la sangre de un tierno niño, que acaba de nacer? Nó, nadie puede creer un crímen tan atroz, sino solamente los que tuvieren ánimo para cometerlo; como vosotros, por exem plo, que exponeis vuestros hijos á las aves y á las bestia's feroces; y los sofocais, y dais la muerte aun antes de su nacimiento: aunque en esto no haeeis sino imitar á vuestros. Dioses, y entre otros a Saturno, que se tragaba á sus hijos. Por eso sacrificais en honor de tales Dioses víctimas humanas. A nosotros nos está prohibido presen ciar las muertes, y aun oirlas; y miramos con tanto horror el derramamiento de la sangre hnmana', 'que hi siquiera comemos la de las bestias.Los Demonios han forjado tambien la fábula de nuestro Banquete incestuoso, para obscurecér la gloria de nuestra castidad, si fuera posible, y disuadir á los hombres de que abrazen nuestra Religion.... Tambien aquí podriamos redargüir á nuestros acusadores. Porque sin hablar de los Persas que se casan con sus madres, ni de los Atenienses y Egipcios, que se casan con sus hermanas, ahí están, sin ir mas lejos, vuestras historias y vuestras tragedias, que veis y ois con tanto gusto; las quales están llenas de incestos, de que se glorian vuestros heroes. Mas no es extraño que estos excesos sean comunes entre vosotros, si teneis à vuestros mismos Dioses por cómplices y por modelos.

Nosotros ponemos mayor cuidado en ser castos, que en parecerlo: no tenemos mas que una muger, ó ninguna; no nos casámos sino por tener hijos; somos tan sobrios como castos; y entre nosotros la gravedad templa siempre la alegria de la mesa. Muchos guardan la virginidad por todo el espacio de su vida, y no por eso se envanecen. Finalmente, estámos tan lejos de todo lo que huele á incesto, que hay muchos, que aun se avergüenzan de disfrutar de los placeres legítimos.

Por lo que respeta á los honores y á la púrpura, no porque reusemos estas cosas, se ha de decir que somos de las hezes del pueblo. Tampoco somos sediciosos, porque así congregados, como separados, profesamos la misma sumision, y somos igualmente pacíficos. No queremos hablar en presencia vuestra, porque vemos que os avergonzais, y que temeis escucharnos. Sin embargo el número de los Christianos se aumenta considerablemente de cada dia; y esto no es ningun crímen, que se nos pueda imputar, sino una preocupacion favorable: quanto mas que una de las prerogativas de la virtud, es conservar siempre sus sequaces, y adquirir incesantemente nuevos partidarios. No es cierto, que nos damos á conocer por medio de algunas señas exteriores del cuerpo, sino por la inocencia y la modestia. Nos amamos todos mu`tuamente, y á nadie sabemos aborrecer: nos llamamos hermanos, porque un mismo Dios es nuestro padre; profesamos todos una misma fe, y todos somos herederos de unas mismas esperan zas. Vosotros, por el contrario, no os conoceis, ó lo que es peor todavía, novos coneceis sino para aborreceros: solamente os considerais como hermanos en vuestros parricidios.: Creeis tambien, que nosotros no tenemos templos, ni altares, porque queremos ocultar lo que adorámos. Venid acá: ¿por qué hemos de pre—tender trazar la imagen de la Divinidad? ¿No es el hombre su imagen? ¿Y por qué hemos de encerrar á la Divinidad dentro de las paredes —de un templo, quando sabemos que ni el mundo entero, su obra, podria contenerla?.... No es mejor erigirle un templo en nuestra alma, y consagrarle un altar en nuestro corazon? ¿Seré yo tan loco, que le ofrezca hostias y víctimas, que él ha criado para mi uso? No por cierto: yo sería un ingrato, si despreciase sus dones, sabiendo principalmente que las ofrendas, que la Divinidad me pide, son una alma recta, una conciencia pura, y una fe sincéra. El que vive en la inocencia, le ora; el que practica la justicia, le ofrece libaciones; el que se abstiene del mal, le presenta una ofrenda agradable; el que salva la vida de otro hombre, degüella en honor suyo la víctima mas robusta. Este es nuestro culto, estos son nuestros sacrificios: y aquel entre nosotros es mas justo, que es mas religioso[8].

Verdad es, que no podemos mostrar nuestro Dios, ni tampoco verlo ; por eso lo creemos Dios, pues por todas partes echámos de ver su presencia, y jamás lo vemos. Todas sus obras, todas las maravillas de la naturaleza anuncian sú presencia y su poder. No os admireis, si es que no lo veis. ¿Acaso veis los vientos, que todo lo agitan y lo ponen en movimiento? Aun el sol, que os lo hace ver todo, es casi invisible; porque el vivo resplandor de sus rayos deslumbra en tales términos, que si os obstinarais en mirarlo de hito en hito, estabais expuestos á perder la vista. ¿Cómo, pues, es posible, que podais sostener el resplandor divino del que ha criado el sol, y es manantial eterno de la luz; quando solamente sus relámpagos os ponen en huida, y os ocultais de su trueno? ¿Con esos ojos de carne, con los quales no veis vuestra alma, pretendeis ver á Dios?

¿Y cómo es que Dios sabe todo lo que nosotros hacemos? ¿Puede por ventura verlo y oirlo todo desde lo alto del cielo? ¡Miserable objecion! ¡O crasa ignorancia! ¿Cómo puede ser que Dios esté lejos de nosotros, si ocupa por su inmensidad el cielo, la tierra, y todo el universo? No basta, pues, decir, que está cerca de nosotros; sino que está en nosotros mismos, ó por mejor decir, que nosotros estámos en él. Si el sol, no obstante que está clavado en el cielo, se esparce por todas partes, hace sentir su influencia, y comunica su luz á todos los seres; con mayor razon el Autor del sol y del mundo entero, para quien no puede haber cosa secreta, se hallará presente hasta en las tinieblas, y aun en las tinieblas mas profundas, que son los pensamientos del hombre....

No pretendemos valernos de nuestro gran número porque el gran número es nada para Dios. Nosotros distinguimos los países y las naciones: pero á los ojos de Dios, el mundo entero no es mas que una familia. Los Reyes no ven lo que pasa en sus estados, sino con los ojos de sus Ministros: Dios no necesita de que le adviertan nada: porque nosotros, no solamente estámos delante de sus ojos, sino en su seno.

Pero ¿de qué les ha servido á los Judíos adorar, como nosotros, á un solo Dios, y consagrarle un culto tan religioso?.... ¿Ignorais por ventura la historia del pueblo de que hablais? ¿O es que no os acordais, sino de lo que le ha sucedido en estos últimos tiempos? Mientras los Judíos fueron fieles adoradores de nuestro Dios, que es el Dios de todos los hombres; mientras obedeciéron á sus órdenes y á su ley, prosperáron en todo: se multiplicáron prodigiosamente, abundaban de toda espécie de bienes, reynaban sobre todos sus enemigos, y un puñado de Judíos ponía en fuga á exércitos innumerables. Sin armas, destrozaban á los exércitos mas aguerridos: los elementos combatian en favor suyo: Dios estaba á la frente de ellos; en una palabra, eran invencibles.

Leed á sus Historiadores, ó si os parece mejor, á los de los Romanos. Allí veréis, que sus pecados fuéron el origen de todos sus desastres; que todo quanto les ha sucedido, les habia sido predicho ; que ellos abandonáron á Dios antes que Dios los abandonase, y que no fueron hechos prisioneros con su Dios, como decis los impíos; · sino que su mismo Dios los entregó, como desertores de su Ley, á discrecion de sus enemigos.

En quanto al incendio universal, que con el tiempo ha de consumir al mundo, solamente el vulgo puede tenerlo esto por extraño. ¿Qué Filósofo hay que no sepa, que todo lo que ha tenido principio ha de tener fin; y que ha de llegar dia, en que sea destruido el cielo juntamente con todos los astros, de que está sembrado?

Despues de haber referido la opinion de los Estóycos, de los Epicuréos y de Platón, acerca del incendio y de la destruccion del mundo; ya ves, continúa Octavio, que vuestros Filósofos dicen lo mismo que nosotros; no porque nosotros hayamos seguido sus huellas, sino porque ellos han tomado de nuestros Profetas estas verdades, aunque las han corrompido, y no nos presentan sino una vana sombra. Lo mismo han hecho algunos Sábios de aquellos, como Pitágoras y Platón, con el dogma de la resurreccion, que nos enseñan en sus escritos; porque pretenden, que las almas despues de la muerte subsisten eternamente y pasan de contínuo á nuevos cuerpos.

Y para mas desfigurar la verdad, se han imaginado, que estas almas van á animar los cuerpos de las bestias; opinion mas digna de un bufon, que quiere hacer reir, que no de un Filóso grave.

Pero se le puede disputar á Dios, que ha criado al hombre, el poder de resucitarlo? ¿No es mucho mas dificil dar el sér á lo que no es, que renovar lo que ya ha sido, despues de su destruccion? Y no digo bien su destruccion, porque lo que parece destruido y vuelto á la nada, no lo es efectivamente. Todo cuerpo, ora se resuelva en cenizas y polvo, ora se exhale en vapores y en humo, se desvanece verdaderamente, y es perdido para nosotros; pero los elementos se conservan en toda su entereza, y no los pierde Dios de vista en todas las alteraciones que padecen. Por lo demás, nosotros no creemos, que la costumbre de quemar los cuerpos pueda servir de obstáculo á la resurreccion; pero conservamos el uso de depositarlos en la tierra, como mas an tiguo y natural. nológissebb oldinrod saansond

Repara, que toda la naturaleza, como para despertar y mantener nuestra fe, nos ofrece por todas partes una imagen de la resurreccion. El sol y todos los astros salen y se ponen cada dia: las flores mueren y renacen todos los años: los árboles, parece, que envejecen, quando se des pojan, y que rejuvenecen por el contrario, quando se cubren de hojas: las semillas finalmente se corrompen antes de multiplicar. Pues así los cuerpos despues de la muerte, como los árboles durante el invierno, conservan el principio de su futura resurrecion y así como no se debe esperar que reverdezcan los árboles en invierno, del mismo modo para la resurreccion de los cuerpos debemos esperar á la primavera, esto es, al fin del invierno de esta vida.

No ignoro, que los hombres, por la mayor parte, quando se ven oprimidos de los gritos vengadores de la conciencia, desean ser aniquilados despues de su muerte; pero lo desean mas bien que lo creen; es decir, que quieren primero morir absolutamente y para siempre, que ser conservados para sufrir. La impunidad durante esta vida, la longanimidad de Dios, cuyos juicios son tanto mas justos, quanto son mas tardios, contribuyen á mantenerlos en una ilusion, que los lisonjea. Sin embargo, así los Filósofos, como los Poetas les advierten á los malos los suplicios, que les están destinados; y nos hacen una horrible descripcion de aquel torrente de fuego, de aquella laguna Estigia, que con sus infectas aguas da nueve vueltas al rededor del Tártaro....

Los suplicios de los malos no tienen medida ni fin. El fuego, como si estuviera dotado de inteligencia, mantiene sus cuerpos al mismo tiempos que los consume, los devora y los alimenta á un tiempo: semejante al rayo, que mata sin destruir, ó á aquellos volcanes, que siempre arden sin consumirse. Solamente los impios pueden negar, que Dios castiga con justicia al injusto y al impío, que no quieren reconocerlo ; porque igual es el delito del que desconoce al Señor y Padre comun de todos, que el del que le ofende.

Si de la creencia pasamos á la conducta, veréis quánto mas puras que las vuestras son nuestras costumbres, aunque tambien hay entre nosotros algunos Christianos relaxados. Es verdad, que vosotros prohibis los adulterios, pero los cometeis mas nosotros no tenémos comercio sino con nuestras mugeres propias. Vosotros castigais las acciones criminales; entre nosotros, el pensamiento por sí solo es un crímen: vosotros temeis á los hombres sabedores de vuestros crimenes; nosotros tememos á nuestra conciencia, de la qual no nos podemos apartar un solo instante. Las prisiones están llenas de vuestros criminales; pero no hallaréis en ellas á ningun Christiano, sino es que sea algun confesor de la Fe, ó algun apóstata.

Nadie se ampare del destino, ni le atribuya la causa de sus excesos; porque qualquiera que sean los acontecimientos, el hombre queda siempre en libertad, y su accion es juzgada solamente, no su fortuna, ni su calidad. El destino es nada, la voluntad de Dios decide de todo; porque como ve lo por venir del mismo modo que ·lo presente, arregla los destinos de cada uno segun sus méritos, que tiene ya previstos. Jamás se castiga, al nacimiento, sino al vicio. Esto. basta por ahora en quanto al destino, de que trataré á fondo en otra ocasion.

Se nos acusa de que todos somos pobres: y lejos de avergonzarnos, nos gloriamos de serlo.

La frugalidad le da firmeza al valor, al revés del luxo que lo relaxa: sin embargo ¿puede llamarse pobre el que de nada necesita, ni desea los bienes agenos, y es rico á los ojos de Dios? Un hombre verdaderamente pobre es aquel, que sin embargo de tener mucho, desea mas todavía. Y por fin nadie hasta ahora se ha quedado tan pobre, como lo era al tiempo de su nacimiento.

Los animales viven, no tienen propiedad alguna, cada dia encuentran el alimento, que les es conveniente; sin embargo no existen sino para nosotros, que verdaderamente lo poseemos todo, si nada deseamos.

Así como el viagero camina tanto mas gustoso, quanto va menos cargado; del mismo modo en la carrera de la vida, el pobre, libre de cuidados y de embarazos, es mas feliz que el rico agoviado con el peso de las riquezas. Si nosotros creyeramos, que las riquezas pudieran sernos útiles, las pediriamos á Dios, que pues las tiene en su mano, podria concedernos una parte; pero mas queremos despreciar las riquezas, que poseerlas.

Primero apetecemos la inocencia ; primero pedimos la paciencia; y preferimos la virtud al luxo y á la prodigalidad. En quanto á las enfermedades y á las aflicciones, mayorazgo inseparable de la humanidad, no las tenemos tanto por una pena, quanto por un motivo de combates y victorias. Los trabajos excitan é inflaman el valor: y la adversidad fue siempre la escuela de la virtud. La inaccion entorpece las fuerzas del cuerpo, y del alma. Todos esos ilustres personages, que nos proponeis por modelo, debićron á la adversidad sus virtudes y su gloria.

No creais, que Dios no pueda, ó no se digne venir en socorro nuestro. Dios es Señor del universo, y ama tiernamente á los suyos; pero hace prueba de nosotros en los trabajos y en los peligros, al modo que se prueba el oro en el fuego. Sondea la voluntad del hombre hasta el último suspiro; nada se le escapa; y nada quedará sin recompensa.

No hay para Dios mejor espectáculo, que ver al Christiano que combate con el dolor, provoca las amenazas y los tormentos, la crueldad de los verdugos, el aparato y los horrores de la muerte, y que defiende su libertad contra los Príncipes y los Emperadores, cede á Dios solo, by muriendo triunfa del Juez, que lo ha condenado; porque aquel, que ha obtenido lo que pretendia, es el vencedor.

¿Qué soldado hay, que no desprecie el peligro; en presencia de su General? A nadie se le premia sin que primero combata. El General, sin embargo, no puede dar sino lo que depende de sí: puede honrar al valor; pero no puede prolongar la vida un solo instante. Dios jamás abandona en el dolor a su soldado, y este triunfa aun de la muerte. Y así, por mas que el Christiano parezca miserable, no puede serlo en la realida d.

Vosotros ensalzais hasta las nubes á los que han sufrido valerosamente, como, por exemplo, á un Escévola, que por haber querido matar á un Rey, hubiera sido condenado á muerte, á no haberse abrasado su propia mano. ¡Ah! ¿Quántos de nosotros han sido abrasados enteramente, sin que dieran un grito, no obstante que podian salvarse con una sola palabra? Pero yo no debo comparar nuestros Christianos con un Escévola ó un Régulo. Hasta nuestras mugeres y nuestros hijos provocan las cruces, las torturas, las bestias feroces, y los mas espantosos suplicios; y todo lo sufren con una paciencia inalterable, que no puede dexar de ser dón del cielo.

¿No me confesarás, que no hay nadie, que quiera sufrir sin razon, ó que pueda sufrir tan crueles tormentos, sin el socorro divino? Pero quizá os mantiene en la ilusion el espectáculo de tantos infieles, que nadan en la opulencia, se ven colmados de honores, y gozan del poder supremo. ¡Há! Todos esos son elevados para dar mayor caída; son víctimas, que se engordan y se coronan para el sacrificio: pero lejos de pensar en esta espantosa catástrofe, parece que no acupan los primeros puestos del Estado, sino para abusar del poder que les compete, y para satisfacer sus pasiones.

Sin embargo, ¿cómo puede existir la verdadera felicidad sin el conocimiento de Dios? Esa vana sombra de felicidad, semejante á un sueño ligero, se desvanece antes que pueda tocarse.

Demos que seas Rey; no importa; porque por lo menos temes tanto, como eres temido; y por numeroso que sea tu séquito, te hallarás solo en el peligro. Demos que seas rico; pero ¿qué confianza puedes tener en la fortuna? Además de que, unos preparativos tan grandes para el corto viage de la vida, no son socorro, sino em—barazo. Te glorías de tu púrpura y de tus fasces: gloria frívola, de que debieras avergonzarte, teniendo el alma manchada. Estás orgulloso con tu nobleza, encareces tus antepasados; pero todos somos iguales por naturaleza, y solamenté ·la virtud nos distingue. Con razon, pues, los Christianos, que no hacen gloria sino de su vida y de sus costumbres, huyen de vuestros placeres y de vuestros espectáculos, porque conocen su origen, su peligro y su corrupcion[9].

Los Christianos, muy diferentes de los Paganos tambien en esta parte, celebran sus funerales con aquella misma modestia, que los caracteriza mientras viven. No coronamos á los muertos con flores que se marchitan al instante; porque esperamos de mano de Dios una corona inmarcesible; y ponemos toda nuestra confianza en sus promesas y en su magnificencia. La seguridad que tenemos de que resucitaremos felices, nos hace ya tales desde ahora con la esperanza, ¿qué digo? con la vista de la recompensa, que nos está destinada. ¿Qué podriamos temer?.

Por mas que Sócrates, engreido con el testímonio del Oráculo, nos predique que nada sabes por mas que Arcesilão, Carnéades, Pirrón, y sus sequaces pasen su vida en dudar eternamente; por mas que Simónides difiera siempre su respuesta; los Christianos desprecian el vano orgullo de todos esos Filósofos, que fulminaban eloqüentemente sus propios vicios; y no anuncian, como ellos, la sabiduría con el trage, porque les basta tenerla en el fondo del corazon. Su lenguage es sencillo, pero su vida es sublime.

Es indubitable, que nosotros nos gloriamos de haber hallado lo que los Filósofos buscan siempre, y no pueden encontrar. ¿Qué motivo hay para que seamos ingratos, y nos envidiemos á nosotros mismos nuestra felicidad? Si el Dios verdadero se nos ha dado á conocer, gozemos de este inestimable beneficio, desterremos la disputa, cortemos el paso á la supersticion, purifiquemonos de la impiedad, y conservemos con el mayor cuidado la verdadera Religion.

Aquí finalizó Octavio; y Cecilio y yo quedamos de tal manera admirados, que nos mirabamos uno á otro, sin que pudieramos pronunciar una palabra. De mí sé decir, que no cesaba de admirar, que Octavio, asi con la razon, como con la autoridad y los exemplos, hubiese probado una cosa, que se comprehende mas bien que se explica; y que hubiera vencido á nuestros enemigos con sus propias armas, y demostrado, que era tan ventajoso como facil hallar la verdad.

Mientras yo me entregaba enteramente á estos pensamientos, exclamó Cecilio: Yo doy el parabien con toda mi alma á mi amado Octavio; pero me le doy tambien á mí mismo, y no tengo necesidad de aguardar á que el Juez pronuncie. Entrambos hemos vencido; porque tambien á mí se me debe atribuir el honor de la victoria; pues si Octavio es mi vencedor, yo soy, vencedor del error. Ya me teneis conforme con vosotros en todo lo que pertenece al fondo de la question reconozco la Providencia, creo en Dios, y estoy convencido de la verdad de vuestra Religion, que desde este punto es ya la mia.

Algunas dificultades particulares, que me quedan, no son de tanta entidad, que me impidan abrir los ojos á la verdad; sin embargo espero que ma ñana me las destruiréis enteramente, pues por ahora nos lo estorva la noche, que va entrando.

Me huelgo por todos los Christianos, dixe entonces, de que Octavio haya triunfado : tanto mas, quanto de esta suerte me veo libre de pronunciar un juicio siempre odioso. Pero no hay que pensar en alabarlo, porque es muy superior á los elogios de un hombre: y solo Dios puede haberle inspirado lo que acabamos de oir , y haberle dado la victoria.

Con esto nos retiramos todos tres muy satisfechos; Cecilio, porque habia sido desengañados; Octavio , porque habia vencido; y yo por la conversion del uno , y por la victoria del otro,.


Fin del Octavio de Minucio Felix.







  1. Omitimos las particularidades, que trae sobre la idofatría, porque son extrañas á nuestro objeto; y porque no son tampoco otra cosa, que unas frívolas declamaciones, y una ridícula pintura de las fábulas y supersticiones Paganas.
  2. La obligacion de tradutor nos ha precisado á conServar fria bufonada, con esta que Cecillo pretende echar en cara á los Christianos la baxeza de su condicion, y la miseria de la mayor parte de ellos, aludiendo á los cuentos que se han publicado acerca de Plauto, de quien se dice, que sé vió precisado á trabajar en casa de un Panadero, para ganar la vida.
  3. He abreviado esta digresion, que interrumpe el curso del Diálogo, y corta el hilo del asunto principal. El mismo Minucio lo conoció tambien, y parece que en lo da á entender con aquellas palabras: no perdamos mas tiempo. Por otra parte, este trozo se hallan algunas amplificaciones, y bastante obscuridad.
  4. Octavio dice, siembra, lo qual de ninguna manera puede convenir á un rio, por muy fecundas que se supongan sus, aguas. Nos ha parecido reducir la hipérbole á su justo valor, substituyendo fecunda á siembra.
  5. Omitimos todas estas particularidades, porque son impertinentes á nuestro asun—i to, pues no tenemos idóla- tras, á quienes refutar ni persuadir. Tertuliano, en el Apologético que hemos publicado, se extendió bastante sobre la idolatría, y nuestro Apologista no hace por lo comun sino copiarlo. Tambien hemos suprimido mas adelante algunas particularidades acerca de las infamias, que el Paganismo autorizaba, y consagraba sin vergüenza, pero que la santidad del Christianismo ni siquiera permite nombrar.
  6. Bien sabido es el chiste de Vespasiano, segun refiere Suetonio. Estando aquel Emperador á la muerte, mucho siento, dixo, comenzar á hacerme Dios. No se pueden ridiculizar mejor las apotéosis.
  7. Porfirio afirma que honores divinos a un homlos Egipcios tributaban fos bre.
  8. Todo quanto dice Minucio acerca del culto interior y espiritual, es muy sólido y muy cierto, porque no es exclusivo, ni se puede inferir cosa alguna contra el culto exterior. Casi todos nuestros Apologistas, por razones de prudencia y de discrecion, evitaban tratar sobre este asunto; porque ni querian exponer los misterios á la mofa de los profanos, ni los fieles á la persecucion, manifestando los lugares de sus juntas. Es igualmente cierto, como hemos advertido en otra parte, que los Christianos, ya desde los primeros siglos, tuviéron lugares especialmente consagrados al culto divino; el qual era ya entonces el mismo que es ahora, en quanto al fondo y á las ceremonias esenciales; como lo demuestran nuestros antiguos monumentos, y como tambien hemos visto en San Justino, mucho mas antiguo que Minucio.
  9. Pasamos por alto algunas particularidades acerca de los espectáculos y sa Tom. Icrificios de los Paganos, cuyo fondo se halla ya en el Apologético de Tertuliano