El Pucará de Los Sauces
EN EL DEPARTAMENTO DE SANAGASTA, PROVINCIA DE LA RIOJA
(REPÚBLICA ARGENTINA)
El Pucará de Los Sauces.
Durante la expedición arqueológica que en 1914 efectué en la provincia de La Rioja, por encargo del Ministerio de Justicia é Instrucción Pública y por cuenta del Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires, tuve ocasión de estudiar una interesante fortaleza prehispánica, de la que ahora daré una descripción preliminar, debiendo su estudio definitivo formar parte de la obra (que tengo en preparación, sobre mis investigaciones arqueológicas en dicha provincia y que se publicará en los Anales del Museo.
Esta fortaleza, ó pucará, para emplear el término quichua, en uso en las provincias andinas, é igualmente consagrado por la literatura arqueológica, ha sido ya objeto de una bella página literaria del ilustre escritor y estadista argentino Dr. Joaquín V. González, quien á ella dedica un capítulo de su hermosa obra Mis montañas.
El Pucará de Los Sauces[1] está situado en la quebrada formada por el río cuyas aguas riegan la ciudad de La Rioja y sus alrededores. Esta quebrada empieza en el centro del cordón principal de la Sierra de Velazco, donde se hallan, en un alto valle, el pueblo de Sanagasta y sus cultivos, á 963 metros sobre el nivel del mar. Desde este lugar hasta Los Sauces (804 metros de altitud), la quebrada es en general relativamente ancha, de 1/2 km. ó más en algunas partes, y tiene pocos recodos, siguiendo por largos trechos líneas casi rectas. La fotografía (fig. 1) presenta una vista de esta parte de la quebrada, tomada desde el cerro fortificado hacia el norte. En Los Sauces la quebrada se ensancha, dando lugar á una población compuesta de media docena de ranchos, con unos pequeños cultivos de maíz. Desde allí hasta su desembocadura de la sierra (672 metros sobre el nivel del mar), es mucho más estrecha que su parte superior y forma innumerables vueltas. Las paredes de la quebrada las forman montañas altas, estériles, casi siempre á pique, compuestas, como las de la mayor parte de la Sierra de Velazco, de rocas muy friables que dificultan el ascenso aún en las pocas partes donde la pendiente lo permitiría, si las rocas fuesen más sólidas. En la parte superior de la quebrada la vegetación es pobre, los árboles y arbustos especialmente son muy escasos. Pero en Los Sauces hay un pequeño bosque del lado
de la quebrada opuesto al cerro fortificado, y desde allí hasta la boca de ésta la vegetación arbórea es bastante frondosa.
El curso de las aguas es subterráneo desde las immediaciones de Sanagasta hasta Los Sauces; recién en este lugar brotan á flor de tierra y se ha construído allí la boca-toma de un canal en cemento cubierto, que las lleva hasta la ciudad de La Rioja (468 metros sobre el nivel del mar), donde la lluvia es sumamente escasa, proveyendo ese canal á sus habitantes con toda el agua necesaria para ellos y sus cultivos. Después de la construcción del canal sólo las aguas producidas por las crecientes siguen su curso natural por el lecho del río que desde Los Sauces serpentea por la quebrada hasta la llanura de La Rioja. Actualmente se proyecta la construcción de un dique en Los Sauces que anegaría una parte de esta localidad.
Un camino carretero, construido hace unos años, conduce desde Sanagasta hasta La Rioja, siguiendo la quebrada. La distancia de Sanagasta á Los Sauces es de 11 km., de allí á la boca de la quebrada hay 6.9 km., y de este punto á la ciudad 9.6 km.; total 27.5 km. En línea recta. Los Sauces no dista más que 3.8 km. de la boca de la quebrada, lo que se explica por las muchas vueltas de ésta.
El cerro fortificado (véase el plano fig. 5, AA), es una loma de unos 80 m. de altura, 240 m. de longitud y de ancho que; varía entre 50 y 10 m. Está situada en sentido casi transverso, en cuanto al eje de la quebrada, siendo su dirección sudoeste-nordeste aproximadamente. Arranca de las montañas que limitan á la quebrada hacia el sud (D, EE), pero la erosión la ha separado por completo de ellas.
La loma es inaccesible por todos sus costados; especialmente al lado sudeste sus laderas son casi perpendiculares. En el extremo sudoeste la pendiente es un poco más suave. La única subida practicable la ofrece el espolón BB que se desprende del extremo nordeste de la loma y también aquí el ascenso es difícil; las rocas se desmoronan á cada paso del que lo ensaya. Yo tuve que emplear, como alpenstock, un jalón de agrimensor puntiagudo y forrado de hierro para subir allí.
La superficie de la loma es casi plana. Fuera de las pequeñas prominencias g y e y otras ondulaciones aún más insignificantes, no presenta el terreno accidentes ningunos, excepto la torrentera de poca profundidad f, la que sirve para desagüe de la planicie en las escasas ocasiones de lluvia.
La figura 2 da una vista del cerro fortificado, tomada desde el bajo de la quebrada. Atrás, en el fondo, aparecen las montañas designadas con D y EE en el plano.
Los bordes de la planicie superior del cerro están defendidos por murallas en todas partes, donde las laderas casi perpendiculares no hacen innecesaria esta defensa. Estas murallas, designadas en el plano por medio de gruesas líneas negras, están construidas de piedra bruta, sacada de los cerros vecinos, y colocada sin argamasa, pero tan bien elegida y combinada, que dichas murallas resultan muy sólidas, lo que prueba su buena conservación desde los tiempos anteriores de la conquista hasta nuestros días. Esta clase de muralla lleva en quichua el nombre de pirca, nombre siempre en uso en las provincias andinas. Las murallas de nuestro pucará conservan actualmenteuna altura de 1½ m., en algunas partes un poco menos. El ancho es de unos 70 cm.
En la parte de la fortaleza accesible por el espolón BB hay una puerta de entrada a. Las murallas se dirigen de ambos lados de esta puerta hacia adentro, formando curvas, desde el interior de las cuales los defensores con facilidad podían defenderla contra un asalto de enemigos que hubiesen subido por el espolón, disparándoles flechas y lanzas de un lado y de otro. Esta entrada está también defendida
por tres reductos interiores, b, c, d, formados por murallas semicirculares, colocadas en pequeñas prominencias del terreno que dominan la puerta. La fotografía, figura 3, tomada desde la parte superior del espolón, casi frente á la puerta, muestra las murallas que dan entrada á ésta.
El pequeño morro e está también defendido por una muralla interior más elevada que el muro general y paralela con éste.
En el extremo sudoeste del cerro, en h, donde, como ya dijimos, la pendiente es un poco más suave, hay una defensa algo distinta de la muralla general. Es un muro de una longitud total de 14 m., por 1 m. de alto y 1 m. de ancho. Es recto en el extremo de la loma, pero la parte sud forma con el resto un ángulo de unos 45º. El muro tiene tres aberturas. que alcanzan hasta el suelo, de, respeclivamenle, 45 cm., 5 cm. y 1 m. 8o cm. de ancho. Del lado inferior tiene este muro una especie de escalón saliente de unos 50 cm. de ancho por 40 cm. de alto. El muro está construido con más cuidado que las demás murallas del pucará, de piedras planas, mejor elegidas.
Por fin, hay en dos partes, donde la naturaleza de la pendiente lo ha aconsejado, defensas avanzadas, las murallas i y j, situadas á unos 15 m. ahajo del borde de la planicie.
A 200 ó 300 m.[2] al nordeste del cerro fortificado existe una meseta CC, de forma irregular, y de 10 á 12 m. de elevación sobre el suelo de la quebrada. Su longitud, en el costado más cercano al camino carretero, es de 150 m., su ancho máximo de 87 m., los bordes casi á pique. La meseta está completamente rodeada de una muralla (pirca), muy parecida á las del cerro fortificado, pero hecha de piedras elegidas con menos cuidado, generalmente redondeadas ú oblongas, de un diámetro de 40 á 50 cm. La figura 4 muestra la estructura de esta muralla. Esta fotografía está tomada cerca del punto l, única parte donde la meseta es accesible por medio de un pequeño espolón desprendido de la misma. La superficie de la meseta es plana. En varias partes de ella, especialmente al este, se encuentran unos círculos de piedras puestas directamente sobre el suelo, ahora bastante dislocadas. Son probablemente restos de antiguos hogares, como lo demuestran la ceniza, fragmentos de huesos, etc., que se hallan debajo y en las inmediaciones de ellos.
En el punto k, sobre la meseta, se observa una roca horizontal, de poca elevación sobre el suelo, de unos 4 m. de largo por 2 de ancho, en la que hay excavados tres morteros de los diámetros y profundidades respectivas de 20 y 25 cm., 20 y 20 cm., 13 y 2 cm. Los diámetros son medidos en la boca de los morteros; en el fondo éstos son un poco más estrechos. El último, de solamente 2 cm. de profundidad, es probablemente un mortero recién empezado. Estos morteros eran usados por los indios prehispánicos para moler granos. En algunas partes son empleados para este objeto todavía hoy día, como tuve ocasión de observarlo en Amushina, en el departamento de San Blas de Los Sauces, al norte de La Rioja. Lo mismo sucede en las regiones occidentales de Norte América[3].
La meseta cercada, aunque naturalmente no es una fortaleza inexpugnable como el cerro fortificado arriba descripto, sin embargo, gracias á sus laderas casi á pique y á sus murallas, debe haber posibilitado una resistencia bastante eficaz contra asaltantes que por armas llevaban flechas, lanzas, hondas y hachas de piedra. Los restos de hogares y los morteros fijos en la roca indican que la meseta ha servido de campamento permanente ó temporario de los indios, que probablemente en tiempos de guerra y de inseguridad se retiraban al pucará, donde sólo por medio de un sitio prolongado podían ser reducidos.
Faltan ruinas de habitaciones sobre la meseta; éstas deben haber sido construidas de madera y paja, como lo son muchos de los ranchos actuales. El agua, tanto en la meseta como en el pucará, tiene que haberse traído del río cercano, y, en el caso de sitio, debían los defensores acumular en la fortaleza provisiones suficientes de este líquido imprescindible, probablemente guardadas en grandes cántaros de barro cocido.
Los nacimientos del río están situados al otro lado del camino carretero á unos 300 m. de la meseta y cerca del muro de altas montañas que limitan á la quebrada del lado opuesto al pucará, las que no aparecen en el plano.
Entre la meseta y el pucará se encuentran unos pequeños morros FFFF, de poca altura, más bajos que la meseta, constituidos por partes más duras de la roca, que ha dejado en pie la erosión al formarse el suelo actual de la quebrada.
Tanto el cerro fortificado como la meseta cercada, me proporcionaron muy pocos objetos arqueológicos: unos cuantos fragmentos de alfarería antigua y una sola punta de flecha en silex constituyen
todo lo recogido. Practiqué numerosas excavaciones en varios puntos de los alrededores, pero sin otro resullado que unos restos de fogones y unas sepulturas humanas completamente destruidas por las aguas y la presión de la tierra, sobre una loma al norte de la meseta cercada. Los habitantes de uno de los ranchos de Los Sauces, me contaron que de tiempo en tiempo se habían encontrado restos humanos y objetos de alfarería en varios lugares de las cercanías.
En la misma boca de la quebrada, en el bajo, existe una construcción antigua de adobe, á la que en La Rioja se da el nombre de la «Casa de San Francisco». Según la tradición, San Francisco Solano la habría habitado durante una temporada que pasara en La Rioja, al curso de las vastas peregrinaciones que se supone á este santo haber realizado por el continente sudamericano. Me inclino más bien á creer que se trata de las ruinas de un fortín construido por Don Jerónimo Luis de Cabrera, para vigilar la entrada de la quebrada é impedir la salida de allí de las hordas de indios que podían poner en peligro á la nueva ciudad de La Rioja. Así hace pensar la existencia de una especie de bastiones en las esquinas de dichas ruinas, y de la construcción del fortín da cuenta un documento inédito en el Archivo de Indias[4], del que una copia obra en mi poder.
El Pucará de Los Sauces es fuera de toda duda construído por los antiguos diaguitas que, como lo he demostrado en mi obra general sobre las antigüedades prehispánicas de la región andina de la República Argentina[5], en la época de la conquista española y durante muchos siglos anteriores, habitaban toda la parte montañosa de las provincias de La Rioja, Catamarca, sud de Salta, oeste de Tucumán y
muy probablemente también San Juan. Si la fortaleza data de los siglos que precedían á la conquista y ha desempeñado un papel en las guerras entre las diversas tribus diaguitas ó contra los Incas del Perú, ó bien si fué levantada para la defensa contra los invasores españoles, es imposible decidir. Los demás pucaráes conocidos de las provincias andinas he descrito en la obra mencionada, y después de su publicación no se ha hecho ningún estudio importante sobre ésta ú otra clase de ruinas de esta región más que el de Carlos Bruch[6], del Museo de La Plata.
La importancia estratégica del Pucará de Los Sauces es evidente. Como hemos visto, domina el camino de La Rioja á Sanagasta, que por Huaco continúa al través del departamento de Castro Barros á Aimogasta, de donde por el gran campo abierto denominado antiguamente el Valle de Paccipas, se puede pasar á cualquier punto del oeste de Catamarca. Nuestro pucará domina también la entrada de dos quebradas más, la de Chilecito, cuya boca, como se ve en el plano, está situada inmediatamente abajo del extremo sudoeste de la fortaleza, y la Quebrada del Alumbre, cuya entrada también está á la vista de ésta, á menos de 1 km. de distancia. La Quebrada de Chilecito conduce al Valle de Famatina, de donde hay pasos para Vinchina y Guandacol, y la del Alumbre sube al llamado Potrero de Bazán, parte pastosa de la Sierra de Velazco, donde morteros en las rocas y restos de pircas antiguas demuestran que en la época prehispánica ha habido población bastante numerosa. Todas estas quebradas, antes de que existieran los ferrocarriles, eran caminos forzosos para llegar á las regiones adonde conducen. Puede decirse, por consiguiente, que el Pucará de Los Sauces dominaba la encrucijada de los principales caminos de la Sierra de Velazco.
- Notas del autor
- ↑ No hay que confundir este lugar, Los Sauces en el departamento de Sanagasta, con el departamento de Los Sauces, ó San Blás de los Sauces, el antiguo Valle Vicioso, en el norte de la provincia de La Rioja, limítrofe con la de Catamarca.
- ↑ Esta distancia, por razones de formato, se halla bastante reducida en el plano.
- ↑ Véase Handbook of American Indians. Bulletin of the Bureau of American Ethnology. V 30: Washington. 1907: p. 543.
- ↑ Carta del Gobernador de Tucumán Don Felipe de Albornoz á S. M dando cuenta de los alzamientos de indios que ha habido en aquella provincia, del estado de la guerra, de lo que por su parte ha hecho en servicio de Su Majestad y del agravio que ha recibido de la Audiencia de La Plata en habérsele quitado el ejercicio y manejo de las armas. Santiago 1° de marzo de 1633 años. (Archivo General de indias, Sevilla, Est. 74, Caj. 4, Leg. 11 .)
Los párrafos referentes al fortín en cuestión, son los siguientes a (Don Jerónimo Luis de Cabrera) para su mayor seguro y defensa del agua hizo labrar en su mayor argostura y boca de sierras por donde el enemigo acostumbraba á salir un fuerte capaz de quince soldados para su reparo que la experiencia ha mostrado la importancia de su prevencion»... «(Por) tercera vez volvieron los famatines á La Rioja con gran junta y número de indios acometiendo al amanecer el fuerte de sobre la toma con quienes estuvieron peleando hasta mediodía sin saberse en la ciudad y pasando de esta otra parte mataron seis negros que bailaron en la campiña llegada la voz del caso salió don Jerónimo á ellos y llegando al fuerte distante una legua de la ciudad los retiró hiriendo y matando muchos de ellos los enemigos enviando en su alcance al capitán don Leandro Ponce de León que con treinta españoles y cantidad de amigos (si algunos se pueden llamar así) se arroja la quebrada adentro y los siguió por lugares ásperos y fragosos y dando de repente en su alojamiento los desbarató y puso en huida con más de treinta y mucho despojo de caballos mulas y piezas con que se volvió á la ciudad con número de siete cabezas que se pusieron en la plaza para terror y espanto de los demás.»
Quizás el «alojamiento» donde el capitán Ponce de León encontró a estos indios fuera justamenle el Pucará de Los Sauces. - ↑ Eric Boman : Antiquités de la région andine de la République Arpgentine ei du désert d'Atacama. París. Imprimerie Nationale, 1908.
- ↑ Carlos Bruch. Exploraciones arqueológicas en las provincias de Tucumán y Catamarca. (Revista del Museo de La Plata, XIX. Buenos Aires. 1913.
Antiquités de la région andine de la Répubiique Argentine et du désert d’Atacama. -- Paris, Imprimerie nationale, 1908. Obra coronada por la Academia de Francia. (2 tomos con 948 páginas, 83 láminas, 73 figuras en el texto y 3 mapas).
Richard Andrée, profesor de la Universidad de Munich y
decano de los etnógrafos europeos; en la revista alemana Globus, tomo XCVI, 1909, N.º 10, páginas 159-160 (análisis del primer tomo de la obra):
«Boman es el creador de una obra fundamental, de la que nunca se podrá prescindir, cuando se trata de la historia y etnología prehispánicas de la América del Sud»
Richard Andrée, en la misma revista Globus, tomo XCVII, 1910, N.° 12, páginas 192-193 (análisis del segundo tomo de la obra):
«Con este tomo queda completa una de las obras más notables sobre la arqueología y la etnografía de Sud América... Uno de los rasgos principales de esta vasta obra es que Boman no se contenta con tratar aisladamente los hechos importantes de que da cuenta, sino al contrario, siempre establece comparaciones y analogías, tomando así en consideración los fenómenos generales que presentan las antiguas civilizaciones americanas. Para conseguir este objeto ha tenido que examinar un material enorme. Así es que acompaña la obra con una bibliografía de nada menos que 383 números, y esta bibliografía no es, como sucede en los trabajos de muchos autores, una simple decoración superficial: según lo he podido comprobar yo mismo, hasta los documentos más raros han sido utilizados por el autor de una manera perfectamente crítica. Ante todo están naturalmente las prolijas investigaciones propias de Boman; con éstas y con sus conocimientos de la literatura respectiva ha creado esta obra luminosa y notablemente escrita, la que constituye un adorno para la ciencia americanista».
Dr. Paul Rivet, profesor del Museo Nacional de Historia Natural de París, viajero conocido por sus investigaciones arqueológicas y etnográficas en el Ecuador; en la revista L'Anthropologie, tomo XXI, París 1910, N.° 1, páginas 95-100 (análisis del primer tomo de la obra):
(A propósito del mapa étnico del señor Boman). «Para esto Boman ha tenido que agotar los autores antiguos, y raras veces tal estudio ha revelado una erudición igual y un espíritu crítico tan seguro.
La segunda parte de este tomo está consagrada al estudio arqueológico y etnográfico de la región diaguita, y lo que hace este estudio particularmente interesante es el afán del autor de exponer y analizar con gran prolijidad y con el constante cuidado de ser completo, el conjunto de nuestros conocimientos actuales, por lo que viene a formar su trabajo la monografía de la región.
(Al fin del articulo). Tal es, tan brevemente resumido como es posible, el excelente trabajo de Boman, que proyecta una viva luz sobre una de las partes más obscuras de la prehistoria americana. Hay que felicitar sin reserva al autor, por haber conseguido tanta claridad en una obra que exigía una erudición tan extensa y una bibliografía tan complicada, gracias a una ordenación verdaderamente notable. La gran cantidad de hechos que ha reunido no hace perder de vista en ningún instante la demostración que persigue».
Dr. Paul Rivet en la misma revista L'Anthropologie, tomo XXI, París 1910, N.° 3, páginas 343-346 (análisis del segundo tomo de la obra):
«No he podido dar en este resumen sino una idea muy incompleta del hermoso trabajo de Boman; he debido contentarme con indicar sumariamente los puntos más originales y las concluciones más interesantes. Siento tener que pasar por alto muchos datos que merecerían ser mencionados. Es un libro que hay que leer desde el principio hasta el fin. Gracias a una documentación única (la bibliografía contiene nada menos que 383 números) analizada con un espíritu crítico notable, esta obra será seguramente recibida con satisfacción por todos aquellos que, cansados de las generalizaciones ligeras, piensan que no hay síntesis posible, sino sobre la base de un análisis concienzudo de todos los hechos conocidos».
Dr. Walter Lehmann, custos del Museo Real de Etnografía de Munich, conocido mexicanista; en Zeitschrift für Ethnologie (órgano de la Sociedad Alemana de Antropología, Etnografía y Prehistoria), tomo XLII, Berlín, 1910, página 676-679 (análisis de toda la obra):
«En dos hermosos tomos, con numerosas y bellas ilustraciones, se nos presenta, tratados de una manera concienzuda, los resultados de dos importantes viajes que el autor ha efectuado en la región andina de la Argentina y en el desierto de Atacama,situado en el norte de Chile, el primero en 1901, como miembro de la misión sueca, dirigida por Erland Nordenskiöld, y el segundo en 1903, como miembro de la misión Créqui Monfort-Sénéchal de la Grange. Por medio de la obra de Boman, la ciencia americanista ha dado un importante paso adelante, y nos alegramos de que esta obra grandiosa ha recibido una recompensa bien merecida al ser discernido a su autor el premio Loubat».
A. H. Keane, en The Geographical Journal (órgano de la Sociedad Real de Geografía de Londres), tomo XXXVI. Londres, Agosto 1910, páginas 212-213 (sobre la parte etnográfica de la obra):
«Sin exageración podemos decir que aquí se nos ha presentado la monografía más completa y más atrayente que jamás se haya escrito sobre los indígenas de estas altiplanicies remotas, tan raras veces visitadas por hombres de ciencia».
Dr. Herman F. C. ten Kate, antropólogo célebre por sus extensos viajes en las dos Américas, Asia, etc., durante algún tiempo jefe de sección antropológica del Museo de La Plata, en el Boletín de la Sociedad Real de Geografía de los Países Bajos, tomo XXVII, Leiden 1910, entrega 5, páginas 1046-1065:
«Boman se demuestra completamente apto para el trabajo difícil que ha emprendido. A pesar de todos los detalles, no pierde nunca de vista los problemas generales. No se sabe qué admirar más: si la erudición casi ilimitada del autor, la claridad en sus descripciones o su espíritu crítico al tratar ese material enorme que sólo hace un par de años en su mayor parte se encontraba en un estado caótico. Ni los antiguos cronistas españoles, ni algunos arqueólogos modernos se han distinguido por su espíritu crítico o claridad en las descripciones; con este motivo, la tarea de Boman era doblemente difícil. Con su obra, Boman no solamente ha prestado un servicio impagable a la ciencia, sino también ha adquirido para siempre un nombre como americanista. Entre los americanistas de Suecia, de los que sólo menciono Gustavo y Erland Nordenskiöld y C. V. Hartman, ocupa Eric Boman el primer lugar.
No sé si he conseguido dar una idea precisa del contenido instructivo de «Antiquités de la Región Andine». Analizar una obra de esa clase no es fácil, especialmente en presencia de tal riqueza de material perteneciente a tantas categorías distintas: un verdadero embarras de richiesse. Si por medio del presente artículo he podido incitar al estudio de la obra misma, entonces he conseguido mi objeto.
Por fin, hago votos para que Eric Boman halle otra vez su camino a las sierras y a las punas. Allí hay todavía muchos problemas a resolver, y Boman me parece el hombre indicado para hacerlo».
Dr. Walter Lehmann, en el repertorio alemán Zentralblatt für Anthropologie, tomo XV, Braunschweig 1910, páginas 227-228:
«Aquí se nos presenta una obra monumental, que hay que considerar como una de las más eximias producciones de la ciencia americanista durante los últimos años... Las excavaciones sistemáticas de Boman, junto con su compulsa de todos los datos provenientes de los autores antiguos y modernos, forman una imagen casi perfecta de las diferentes épocas culturales que han dejado sus restos sobre las altiplanicies argentinas y en las regiones limítrofes de éstas».
Franz Heger, consejero imperial y real, director del Museo Imperial de Etnografía de Viena; en Mitteilungen der Anthropologischen Gesellschaft in Wien, tomo XL, Viena 1910, páginas 156-158:
«La obra es modelo para un estudio de un material histórico altamente difícil, el que aquí se ensaya por primera vez en lo que concierne a esas regiones».
Felix F. Outes, profesor de las universidades de Buenos Aires y La Plata, en Los Aborigenes de la República Argentina, Buenos Aires 1910, páginas 28 y 62:
«Eric Boman, que formó parte de la misión francesa G. de Créqui Monfort y E. Sénéchal de la Grange, ha publicado el mejor libro sobre las viejas culturas del noroeste de la República... Es una obra fundamental y concienzuda».
Premio del Instituto de Francia. — La obra ha sido premiada por el Instituto de Francia (Academia de Inscripciones y Bellas Letras) con el premio instituido por el Duque de Loubat, el que la Academia periódicamente discierne al autor de la mejor obra sobre antropología, etnología, arqueología o lingüística de ambas Américas que durante el período respectivo se haya publicado en el mundo.