El Robinson suizo/Capítulo XIX

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El Robinson suizo (1864) de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XIX


CAPÍTULO XIX.


Bujías.—Manteca de vaca.—Ornato de Zeltheim.—Último viaje al buque.—Arsenal.


Apénas amaneció el siguiente dia, cuando mi esposa y los niños no me dejaron á sol ni á sombra, como suele decirse, hasta no emprender la fabricacion de bujías. Erame desconocido el oficio de cerero; sin embargo, alguna que otra vez habia visto hacer velas, y apelando á mis recuerdos me propuse salir airoso en mi empeño.

Dispuse que se mondasen perfectamente las bayas, las cuales iban los niños echando en una caldera puesta al fuego. El calor del agua derritió la cera que las envolvía, cayendo por su propio peso al fondo de la caldera, miéntras que la cera se mantenia en la superficie del agua, y con un cucharon la pasé á un puchero vidriado inmediato á la lumbre para que la cera no se cuajase. Cuando estuvo casi lleno mi esposa fuéme dando las mechas que hiciera con hilachas de lona, las cuales iba sumergiendo en la cera líquida, colgándolas luego en las ramas del árbol para que se secasen, y repitiendo diferentes veces la misma operacion logré dar á las bujías un grueso regular. Aquella misma noche encendímos una, y si bien la luz no era completamente pura y las velas carecian de la igualdad y lisura de las de Europa, al ménos prestaban su servicio, y nos permitían prolongar la velada y dilatar la hora de acostarse, hasta más tarde de lo que se acostumbraba hasta entónces.

El buen éxito del ensayo alentóme á emprender otra fabricacion. A mi esposa la pesaba se malograse diariamente la nata de la leche que producian la vaca y las cabras. De buena gana la aprovechara convirtiéndola en manteca; pero la faltaba un utensilio absolutamente indispensable: el batidor para cuajarla. Como no me juzgaba con habilidad bastante para labrarlo, ocurrióseme suplirlo con un procedimiento empleado por los hotentotes para lograr ese objeto, y que recordaba haber leido en no se qué parte. Estos salvajes sacan la manteca llenando de nata un odre, dándole muchas vueltas á fuerza de brazo con movimiento regular. Al odre sustituí una gran calabaza dividida en dos mitades iguales, llenelas casi de nata, cerré herméticamente la vasija, y atando por sus cuatro puntas á otras tantas estacas fijas en el suelo un pedazo de lona cuadrado, coloqué en el centro la calabaza, encargando á dos de los niños movieran lenta y regularmente el lienzo, como si mecieran una cuna. Este ejercicio les sirvió de diversion, y al cabo de una hora de traqueteo, al abrir la calabaza encontrámos la nata convertida en manteca consistente y exquisita, que mereció la aprobacion de todos, reputándola como un nuevo regalo.

Pero era nada en comparacion de otra obra que emprendí, y que más de cuatro veces estuve por abandonar. Fue la construccion de un carro destinado á sustituir al trineo, que por su conformacion no podia servir para toda clase de terrenos, y con especialidad cuando eran escabrosos. Eché á perder mucha madera, y al fin, al cabo de muchos dias de trabajo y de estropearme las manos poco acostumbradas á manejar el hacha y la azuela, obtuve un carreton informe de cuatro ó cinco piés de longitud y anchura proporcionada, al que adapté dos ruedas de una cureña de los cañones del buque, con una baranda de cañas de bambú para sostener la carga. Aunque tosco, pesado y mal perjeñado, aquel vehículo nos prestó grandes servicios en lo sucesivo.

Miéntras así me ocupaba en el acrecentamiento y mejora del ajuar, mi esposa é hijos no estaban ociosos. Sin más que vigilar de vez en cuando y dirigir sus trabajos, fuéron poco á poco hermoseando los alrededores de la habitacion, trasplantando del criadero, donde provisionalmente yo los pusiera, los árboles de Europa procedentes del buque, colocándoles con inteligencia en parajes donde prosperasen más segun su naturaleza. La parra, por indicacion mia, se plantó al pié de nuestro gran árbol para que sirviese de enredadera y nos guareciese de los rayos del sol; los castaños, nogales y cerezos se plantaron en dos hileras, formando calle desde el Puente de familia á Falkenhorst. El centro de esta alameda, destinada á paseo, se dispuso lo mejor posible, arrancando la yerba, nivelando el piso y construyendo con grava y arena que el arroyo proporcionaba una calzada sólida y permanente, con poyos de trecho en trecho para descansar.

Como la naturaleza habia desheredado la residencia de Zeltheim, nuestros esfuerzos se dirigieron á mejorar y embellecer este punto, que podia llegar á ser un sitio de refugio en caso de peligro. A fin de conseguirlo, nos trasladámos allí por algun tiempo. Para suplir la aridez que allí reinaba, guardando siempre cierta simetría agradable á la vista, se plantaron los árboles que más calor necesitaban, como cinamomos, limoneros, manzanos, granados, alfónsigos, almendros, morales e higueras chumbas. Con esto varió completamente el aspecto de aquel suelo agreste y desolado, convirtiéndose en ameno y florido vergel la estéril y abrasadora playa que allí ántes se encontraba. A más, como Zeltheim para nosotros no era solamente un sitio ameno, sino lugar de asilo en caso de necesidad, donde estaban los repuestos de armas, municiones y comestibles, no contentos con la parte de recreo pensámos igualmente en lo respectivo á su defensa, haciendo allí una especie de plaza fuerte, para lo cual se cercó con una valla impenetrable compuesta de zarzas y otros arbustos espinosos, que al mismo tiempo que favoreciesen con su sombra la vegetacion del pasto, sirviesen de defensa, no sólo para impedir la entrada á las fieras ó cualquier otro animal dañino, sino hasta para sostener un asedio formal, si las circunstancias obligasen á encerrarnos contra los salvajes que pudieran atacarnos y á quienes fuera dificultoso salvar aquella muralla natural. Igualmente se fortificó el puente cuyas tablas se levantaban para interceptar el paso, y en un collado que dominaba ambos puntos se construyó una batería que se artilló con los dos pedreros de la pinaza. Zeltheim quedó pues convertido desde entónces en verdadera ciudadela.

La ejecucion de estos trabajos nos ocupó más de tres meses, sin que se nos olvidase suspenderlos los domingos y demás dias festivos que la Iglesia prescribe. A los ejercicios piadosos de costumbre añadí especiales gracias al Señor por la salud y robustez de los niños, que léjos de alterarse por tan continuadas fatigas, por el contrario se desarrollaban cada vez más proporcionándoles el suficiente vigor, de tal manera que despues del rudo y asíduo trabajo de la semana, los dias de fiesta se entregaban á sus juegos y ejercicios gimnásticos, de saltar, correr, trepar por los árboles y echar el lazo; y así pronto me convencí de que el cambio de ocupacion sirve más de descanso que el reposo y sosiego.

Todo iba á pedir de boca en nuestra reducida colonia; contábamos con alimento sano, seguro y abundante; una sola necesidad era la que ya se iba haciendo sensible y la que más me inquietaba, que era el mal estado de la ropa tanto interior como exterior, y el modo de reemplazarla. A pesar del cuidadoso esmero de mi laboriosa esposa, todos los vestidos y ropa blanca se iban deteriorando á toda prisa. Sin embargo recordé que en el buque naufragado que tantas cosas nos proporcionara, quedaban todavía cajas de lienzo, paños y otras telas; pero la continuacion de tantos trabajos diferentes y en cierto modo indispensables me habia impedido hasta entónces hacer otro viaje. El deseo de saber el estado en que se encontraba el pobre buque y las necesidades apremiantes me decidieron á hacer con la pinaza una excursion marítima, que anuncié á mi esposa añadiendo que sería la última.

Aprovechando el primer dia de calma, puse el proyecto en ejecucion. Encontrámos el casco del buque casi en el mismo estado en que lo habíamos dejado despues de la explosion Seguia encallado entre las rocas, con algunas tablas ménos que el viento y las olas habian desprendido y arrojado á la playa.

Recorrímos las cámaras en donde encontrámos cosas de provecho que fueron trasladadas á nuestra embarcacion; las piezas de tela y de paño no quedaron olvidadas, así como otros efectos que por falta de tiempo en los viajes anteriores habian sido postergados. Luego descendímos á la bodega, donde hallamos, como ya me figuraba, barricas de brea, sebo y alquitran; barriles de pólvora y balas, dos cañones de regular calibre, y calderas grandes destinadas para un refino de azúcar. De estos objetos se embarcaron desde luego los de ménos peso y volúmen; los restantes se condujeron á remolque por medio de cables encima de toneles vacíos fuertemente trabados unos con otros. Fueron precisos muchos viajes diarios y emplear cerca de una semana para el transporte de tanta riqueza. Por último, despues de haber hecho un alijo completo, y arrancando lo que era fácil desprender y podia utilizarse, como puertas, ventanas y sus marcos; cuando ya sólo quedó el casco pelado sin la más mínima cosa en sus entrañas, determiné volarlo de una vez para que las olas nos trajesen á la playa toda su madera, logrando utilizar de ese modo hasta sus últimos restos. Los preparativos de esta operacion definitiva fueron bien cortos y sencillos, en la Santa Bárbara coloqué un barril de pólvora con la correspondiente mecha encendida para que durase algunas horas y nos preservara de la explosion. La corriente y la vela nos condujeron pronto á la Bahía del salvamento, donde se hallaban depositadas todas las riquezas últimamente adquiridas. Al desembarcar propuse á mi esposa llevase la comida á lo alto de la batería, desde donde á la simple vista distinguia el mutilado casco del buque. Accedió, y nos sentámos alegremente á la mesa esperando con ansiedad el momento de la voladura; y al oscurecer vímos de repente alzarse sobre las olas una inmensa columna de fuego, cuya claridad alumbró un gran espacio de mar; siguióse luego una detonacion tremenda: ¡era el postrer grito de agonía de la nave que se sumergia en el abismo, la rotura del postrer lazo que nos unia con la Europa...! A lo cual se siguió la mayor calma y el más profundo silencio, infundiendo en nuestros corazones una súbita tristeza en vez de la alegría con que contábamos presenciar la desaparicion del buque que habia sido nuestra habitacion, arrancándonos á todos copiosas lágrimas. Entónces conocimos lo arraigado que se encuentra en el corazon del hombre el sentimiento que se llama amor á la patria, que le adhiere y hace pensar siempre en el punto donde nació y pasó su infancia. Pensativos y cabizbajos nos volvímos á Zeltheim. La desaparicion de la nave nos impresionó tanto como si acabásemos de presenciar la muerte de un antiguo y querido amigo.

El descanso de la noche disipó en parte las lúgubres impresiones de la víspera. Levantámonos al rayar el dia, y sin perder momento nos encaminámos á la playa: el mar estaba cubierto de los restos del buque, por do quiera se veian vigas y tablones rotos ó enteros, los cuales fuímos recogiendo. Las grandes calderas de cobre así como los cañones flotaban tambien con el auxilio de los toneles vacios que los sostenian. Todo se fué poco á poco acaparando. Las calderas nos sirvieron para guardar la pólvora, que así quedó más asegurada, vaciando en ellas con la precaucion indispensable cuanta contenian los barriles; eligióse sitio resguardado por las rocas para un arsenal de construccion, dispuesto en términos, que aunque acaeciese una desgracia no pudiera causarle el menor daño; se abrió tambien un foso al rededor del polvorin para preservarlo de la humedad, rellenando con alquitran y musgo seco el espacio que quedaba entre las calderas y la tierra en que aquellas asentaban, precauciones sugeridas por mi esposa, á la que causaba espanto sólo imaginar los funestos resultados que pudiera tener una explosion.

Miéntras tan importantes trabajos absorbian nuestra atencion, mi esposa advirtió que los gansos y los patos habian hecho cria en la junquera por la turba de polluelos que en pos llevaban. Este aumento de volátiles causó gran satisfaccion á todos, y los niños los domesticaron pronto echándoles migajas de pan y desperdicios de la mesa.

Otra semana nos detuvieron en Zeltheim las últimas disposiciones que se tomaron para la completa seguridad de aquel punto y de los abastos y demás efectos que en él se custodiaban. Cuanto ántes deseábamos todos regresar á la morada aérea para encontrar el descanso y bienestar que allí nos aguardaba, y así, apresurando la salida, en alegre caravana partímos para Falkenhorst.