El Robinson suizo/Capítulo XVI

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CAPÍTULO XVI.


La pinaza.—La máquina infernal.—La huerta.


Al día siguiente me decidí á volver de nuevo al buque. La idea de la pinaza no se me quitaba de la mente, y el deseo de hacerme con ella á toda costa me tenia inquieto y desasosegado. Pero cada viaje era un motivo de disgusto y zozobra para mi esposa, y sólo á fuerza de instancias y reflexiones pude recabar de ella hacer esta excursion llevándome á los tres niños mayores, para que me ayudasen, pues habria trabajo para todos, y prometiéndola regresar ántes de la noche. Bien provistos de cazabe (que así llamarémos en lo sucesivo á nuestro pan) y patatas cocidas, y sin olvidar los salvavidas para un caso de necesidad, con gran alegría de los chicos salimos en direccion de la Bahía del salvamento. Allí nos embarcámos, y como ya era práctico en la travesía, en poco tiempo abordámos el buque que se mantenia siempre en la misma posicion encallado entre las rocas.

La primera operacion fue trasladar á la balsa y á su almadía adjunta cuanto útil se nos vino á la mano, registrando hasta el último rincon del buque. Pero el gran negocio, la obra magna, era la pinaza, la cual se hallaba en una especie de almacen en la bodega bajo la cámara de los oficiales. Las diferentes piezas de que constaba estaban dispuestas y numeradas con tanta exactitud é inteligencia, que creí sin presuncion encontrarme capaz de armarla, empleando el tiempo necesario y la gran paciencia que semejante operacion requeria. Pero la grande, la insuperable dificultad que se presentaba era sacarla de la especie de jaula en que se encontraba encerrada, y botarla despues al mar. La reconstruccion no podia verificarse sino en el mismo sitio en que las piezas estaban, y ni bastaban nuestras fuerzas, ni habia espacio ó boquete suficiente para trasladarla á otra parte una vez armada. Cien y cien veces apelé á mi inteligencia para que me sugiriera un medio; y ninguna solucion me deparó. Entre tanto, contemplaba aquellas piezas esparcidas y tan bien acabadas, y cuanto más las examinaba, más me convencia de la inmensa utilidad que nos reportaria poseer una embarcacion sólida y ligera, que reemplazase á la balsa de tinas, que tan poca seguridad ofrecia. En el presuntuoso atrevimiento propio de la poca edad, al verme los niños mohino y discursivo despues de conferenciar entre sí, dijeron:

—Papá, lo que no se empieza no se acaba; pues comencemos por despejar el espacio donde se encuentra el barco, derribando cuanto nos estorbe para trabajar; y puesto que sólo se trata de ajustar y poner cada pieza en su sitio con clavos ó tornillos, armemos la pinaza, y luego Dios dirá; quién sabe si entre tanto aguzadando el ingenio no encontremos medio de sacarla de aquí y botarla al agua.

En cualquiera otra circunstancia hubiera demostrado á mis hijos lo descabellado de este proyecto; pero en la desesperada situacion en que me hallaba, su sencillo lenguaje infundióme una vaga esperanza de acierto que me hizo acceder á sus instancias.

—Pues bien, les dije, ¡Dios sobre todo, y manos á la obra! En seguida el hacha, la sierra, las tenazas y la palanca hicieron su oficio, y tal fue el ardor, que á media tarde los tabiques del alrededor yacian derribados, con lo cual quedó espacio suficiente, alentándonos este primer ensayo á proseguir la empresa. Pero se hacia preciso pensar en la vuelta; nos reembarcámos con el firme propósito de volver al dia siguiente y cuantos más fueran necesarios hasta llevar á feliz término el proyecto.

Al desembarcar en la bahía nos estaban aguardando en la playa Franz y su madre, quien me manifestó que, para estar más cerca de nosotros, habia resuelto establecerse en Zeltheim, ínterin se repitiesen los viajes al buque, para estar á la mira y ahorrarnos camino.

No pude prescindir de agradecerla su previsora muestra de afecto y abnegacion, constándome lo bien que se encontraba bajo las umbrías copas de Falkenhorst; y así, en recompensa, ostentámos en su presencia las provisiones y demas efectos recogidos en esta correría, que consistian en dos barriles de manteca salada, tres de harina, algunos costales de trigo, arroz, judías, y varios utensilios indispensables que pasaron al almacen, y que alegraron sobremanera á nuestra ama de gobierno.

Una semana entera se pasó de esta suerte ántes que se terminase nuestra tarea. Todas las mañanas temprano nos dirigíamos al buque, regresando puntualmente al ponerse el sol. Mi esposa, á quien no veíamos hasta la noche, se fué poco á poco acostumbrando á estas excursiones que tanto la repugnaban al principio, y auxiliada de Franz, proveia á todas nuestras necesidades, yendo de cuando en cuando á Falkenhorst á buscar patatas y demas que fuesen menester, y siempre á la vuelta la encontrábamos sentada en un altillo para divisarnos más pronto.

Por la noche contábamos siempre con una buena cena, animada con la relacion de lo sucedido durante el dia, y la alegría de vernos reunidos recompensaba nuestras fatigas.

A fuerza de trabajar, de colocar muescas, de clavar clavos y ajustar tornillos, la obra adelantaba, y la pinaza al fin quedó montada, como si hubiera salido del astillero. Su forma era graciosa, y con sólo verla se la podia juzgar por muy velera y de buen gobierno, construida por la plantilla de un bergantin. Habíamos tenido buen cuidado de calafatearla con esmero, rellenando todas las junturas y rendijas con estopa y pez derretida. Tenia alcázar de la popa, en el centro un mástil de quita y pon, y todo el aparejo de jarcias, entenas, trinquete y demas necesario al velámen. Por último, como complemento, sujetos con cadenas, colocámos á la proa dos pedreros con su correspondiente dotacion de municiones.

Hasta aquí todo iba bien; mas el lindo buquecillo, ya en estado de botarse al mar, permanecia inmóvil sobre su quilla; le mirábamos y remirábamos con el placer que un niño sus juguetes; pero ni remotamente se entreveia el medio de ponerle á flote. Las dificultades para abrir un anchuroso boquete, cual se necesitaba, al traves de las costillas y tablones que formaban el costado de la nave forrada de planchas de cobre, cada vez se me figuraban tan insuperables, que se hubiera reputado por locura el solo pensamiento de desafiarlas. Por otra parte, no podia resignarme, ni siquiera soportar la idea de haberme atareado tanto y por tan largo tiempo inútilmente, temiendo á cada paso que sobreviniese una tempestad ó un viento recio que en un instante confundiese en los abismos el buque y la pinaza. Al cabo la desesperacion me sugirió un medio tan atrevido como peligroso, en el que jugaba el todo por el todo, y sin revelarlo á los niños, á quienes deseaba evitar el sentimiento de un mal resultado si por casualidad acaecia, determiné ponerlo en ejecucion.

Registrando una vez por la cocina, reparé que habia un mortero grande de hierro, y calculé que podia servir á mi proyecto; rellenélo bien de pólvora cerrándolo luego herméticamente con un tapon de roble, que sujeté fuertemente á sus bordes y asas con ganchos y abrazaderas dejando un agujerito en el cual introduje una mecha de cañon tan larga, que segun mi cálculo se necesitasen dos horas para que, despues de encendida y consumirse, el fuego llegase á la extremidad metida en el agujerito; calafateé bien con pez la circunferencia de la tapa, y sujeté fuertemente el mortero con cadenas de hierro para mayor solidez, y obtuve así una especie de petardo, cuyo efecto, si bien podia corresponder á mis esperanzas, temia sus consecuencias.

Dispuesta de tal suerte esta máquina infernal, la coloqué, suspendida de las cadenas, en la parte de la bodega donde estaba la pinaza y junto al costado del buque que pensaba destrozar. Calculé la distancia del retroceso del mortero para que aquella no sufriese avería, y cuando todo estuvo listo y preparado á mi gusto, dí la señal de embarque á los niños, que, atareados en trasladar objetos á la almadía, nada habian visto de mi operacion; quedéme el último para dar fuego á la mecha, y encomendando á Dios el éxito de la empresa, me reuní con ellos en la balsa de tinas.

Mi primer cuidado al llegar á la playa, fue alijar la almadía y la balsa, pues abrigaba la intencion de dirigirme hácia el buque en cuanto oyese la explosion. Estábamos en lo más fuerte de la faena, cuando oimos de repente un espantoso trueno; mi esposa y los niños se asustaron de tal modo que soltaron lo que tenian entre manos.

—¡Papá! ¿qué será esto? decian los pequeños.

—¿Será quizá señal de pedir socorro algun buque que esté en peligro? dijo Federico.

—No, respondió mi esposa, no me parece eso; ántes creo que el estampido ha venido de la parte del buque encallado. Es una explosion; quizá por descuido habréis dejado alguna chispa de fuego, la cual se habrá comunicado á algun barril de pólvora.....

—Quizá tengas razon, interrumpí; no sería malo averiguarlo en seguida. Vamos, ¿quién quiere ser de la partida?

La contestacion fue saltar los tres niños en la balsa, y después de haber prometido á la madre, que estaba inquieta, que volveríamos inmediatamente, partímos. Jamás se hizo la travesía en ménos tiempo: la curiosidad impulsaba los remeros, y yo mismo estaba impaciente por ver el resultado de la operacion. Al acercarnos al buque noté con alegría que de ninguno de sus costados salia llama ni humo, y que apénas habia variado de posicion. En vez de atracar al sitio de costumbre, le hice virar hácia la parte opuesta, y nos encontrámos delante de un grandísimo boquete abierto en el costado por la explosion del petardo, que dejaba ver la pinaza entera, aunque un poco ladeada. A la vista de esta destruccion, que dejó á mis hijos consternados y á mí trasportado de júbilo, exclamé con sorpresa suya:

—¡Victoria! ¡victoria! ¡la pinaza es nuestra, hijos mios! mi plan ha salido bien; ¡ya veréis con qué facilidad la vamos á poner á flote!

—¡Ah! ya caigo, dijo Federico. ¿Con que á V., papá, le deberémos poder sacar nuestro lindo bergantin? ¡Y qué bien!

—Ya os lo contaré despacio, respondí amarrando la balsa á una costilla del buque. Ahora registremos despacio la nave para ver si ha quedado algo encendido.

Atravesando por entre las tablas y costillas rotas, penetrámos en las cámaras que iluminaba la claridad del sol; registrámos hasta el más oscuro rincon y ví que por ninguna parte habia fuego; pero ¡cómo describir la alegría de los niños al contemplar la pinaza desembarazada completamente, y con esperanzas de verla pronto surcar las ondas! Todo eran exclamaciones de admiracion, subir, bajar, dar vueltas, y sobretodo, preguntas sobre preguntas.

Víme precisado á explicarles el procedimiento que habia empleado para obtener este resultado. En efecto, al descargarse el mortero chocando contra el costado del buque, su gran peso, así como las cadenas que le rodeaban, hicieron á la vez el oficio de hacha y de bala rasa; tablas, vigas, maderas, costillas, todo quedó roto y destrozado, y la pinaza se encontraba á pocos piés del nivel de las aguas. Fácil nos fue despejar los alrededores de la quilla, y como habia tenido la precaucion de colocar esta sobre rodillos ántes de la construccion para poderla botar al agua, como anteriormente habíamos hecho con la balsa, por medio de las palancas y adelantando siempre los rodillos fuímos poco á poco deslizando el casco de la ligera embarcacion desprovista de todo aparejo; á cada uno de sus costados se ató un cable para sujetarla é impedir que al caer se alejase del buque, y pronto nuestros esfuerzos aunados la pusieron en movimiento y la botámos al mar con toda felicidad, donde comenzó á balancearse muellemente.

Era ya demasiado tarde para adelantar algo más; contentéme únicamente con amarrar bien nuestra conquista, y asegurada de la impetuosidad de las olas, dimos la vuelta para no prolongar la inquietud de mi esposa, quedando todos convenidos en que nada se la diria de la dichosa aventura, á fin de que gozase de lleno el placer de la sorpresa cuando llegase el caso de vernos arribar á Zeltheim surcando las ondas en el buquecillo. En efecto, á sus reiteradas preguntas únicamente se le respondió que por feliz descuido habia quedado algo de fuego en el buque, y habiendo saltado la chispa á un barril de pólvora, fue causa de la explosion; pero que afortunadamente no habia causado otro daño que abrir un boquete más, por el cual se facilitaria la descarga de lo que quedaba en la nave.

Al oir estas palabras, suspiró mi buena esposa, y creo que para sus adentros hubiera dado cualquier cosa por que el barril de pólvora hubiera causado la sumersion completa de un casco que nos obligaba á hacer tantos viajes, y que tantas zozobras la causaba.

En el aparejo de la pinaza empleámos aun varios dias; por último, cuando quedó lista con sus masteleros, velámen y jarcia, la cargámos con una multitud de cosas que jamas la almadía hubiera podido contener.

Dímonos por fin á la vela con viento favorable, y la linda embarcacion se deslizó por las ondas con la rapidez de un ave. Mis hijos estaban locos de alegría, y me suplicaron, como una gracia especial, les permitiese saludar á su madre al llegar á la costa con dos cañonazos. No creí deber rehusarles esta inocente satisfaccion, como justa y merecida recompensa de su laboriosidad, y sobretodo de su celo y discrecion. Federico, que fue capitan del bergantin, ayudó á sus hermanos á colocar las dos piezas con que estaba artillado, y cuando estuvímos cerca de la costa, Ernesto y Santiago, mecha en mano, atentos á la voz de su jefe, dieron fuego á sus respectivas piezas, y repitiendo á lo léjos el eco del peñasco la detonacion imponente, llamó la atencion de mi esposa y del pequeño Franz, que acudieron á la playa asustados con semejante aparicion; pero al oir las alegres voces con que los saludámos nos reconocieron, y mi esposa correspondió al saludo agitando su pañuelo; Franz se quedó estático contemplando el buquecillo.

Cuando por fin atracámos á la roca que nos servia de muelle, y junto á la cual quedaba aun agua suficiente para que la pinaza flotase, madre é hijo nos salieron al encuentro.

—¡Bien venidos seais! nos dijo la primera. ¡Y á qué ha venido espantarnos con vuestra artillería! Creí que el casco entero del buque habia volado por completo; pero, gracias á Dios, os veo sanos y salvos.

Federico entre tanto tendió la plancha, y mi esposa pasó por ella á visitarnos. El asombro no la cabia en el cuerpo, todo lo alabó, todo lo admiró, y más que nada nuestro valor y perseverancia.

—¡Cuánto habréis trabajado, amigos mios! dijo; pero no os imagineis que durante vuestra ausencia mi hijo y yo hemos permanecido ociosos; y si no nos es dado anunciar nuestras obras del modo tan estrepitoso como lo habeis hecho con las vuestras, á los buenos platos de legumbres y verduras que á su tiempo aparecerán sin ruido y recrearán vuestro paladar, se les concederá tambien su mérito. ¿Quereis ver lo que hemos hecho? Pues seguidme.

La invitacion no podia venir de mejor parte para excitar la curiosidad que nos prometia. Salímos del barco que amarré fuertemente á la costa, y seguímos á la buena madre que nos condujo al pintoresco sitio donde el Arroyo del chacal se precipitaba formando cascada. Allí nos hizo ver, abrigada del viento del mar por las rocas, una magnífica huerta dividida en cuadros separados por bien alineados senderillos.

—Hé aquí, dijo mi esposa, mi obra, mejor dicho, nuestra obra, añadió con cierta especie de orgullo abrazando á su hijo Franz, porque este niño que veis ha trabajado en ella casi tanto como yo. Esta tierra ligera que pisais, que no es sino un abono de vegetales descompuestos, yo la he labrado fácilmente. Aquí he sembrado patatas, allí raíces de yuca, acullá guisantes, habas y lentejas. A este lado, repara y verás otros cuadros que contienen toda clase de ensaladas, rábanos, coles y otras berzas de Europa. A la izquierda queda reservada una parte para las cañas de azúcar, donde por de pronto he trasplantado las piñas de América y sembrado pipas de melon que medrarán; y para concluir, al rededor de cada plantacion la tierra encubre abundantes granos de maíz, cuyas altas y espesas cañas resguardarán las tiernas plantas de los ardores del sol.

No encontré palabras bastantes para felicitar su laboriosidad y exquisita prevision. Estaba asombrado y apénas daba crédito á mis ojos. No cabia en mi cabeza que una mujer y un niño de edad tan tierna como Franz hubieran podido en tan corto tiempo y con solos sus recursos efectuar empresa semejante, y sobretodo con tanta reserva y discrecion.

—Te confieso con franqueza, díjome mi esposa, que al comenzar esta faena, no creí poderla terminar tan felizmente, y por eso nunca te he hablado de ella. Más tarde ocurrióme la idea de causarte una agradable sorpresa, por cuyo motivo el secreto que Franz y yo hemos tan bien guardado no tiene gran mérito, pues presumiendo ya de tu parte algun misterio por las continuadas idas y venidas al buque, y el silencio que guardabas sobre tus ocupaciones, siempre me imaginé alguna sorpresa de tu parte; y por si salia cierta, no he querido quedarme en zaga proporcionándote otra; y te la he dado, ¿no es cierto?

—Y tan cierto, la respondí abrazándola, así como á Franz, cuyos ojos brillaban de alegría al oir á su madre las explicaciones que acabo de referir.

Visto y revisto todo, y elogiado nuevamente, volvímos hácia donde estaba la embarcacion. Por el camino mi esposa, preocupada con la horticultura, me recordó los piés de árboles frutales de Europa que, encajonados hacia más de ochos dias, estaban en Falkenhorst.

—Mira, me dijo, he abierto el cajon cubriendo los piés con tierra provisionalmente, y los riego todos los dias para que se mantengan frescos; pero no basta, pues es preciso trasplantarlos cuanto ántes en sitio conveniente, si no quieres que esa riqueza inmensa se pierda.

La prometí formalmente ocuparme de eso desde el dia siguiente y establecer un criadero junto á la huerta.

Descargada que fue la pinaza, la dejámos anclada y bien sujeta al punto que nos servia de muelle. La mayor parte de los efectos que contenia, trasladados por la rastra y las carretillas, quedaron interinamente depositados en la tienda, y los demas preparados para llevárnoslos á Falkenhorst, á donde mi mujer habia ido sola varias veces en todo ese tiempo para cuidar de los animales, que ya comenzaban á resentirse de nuestra prolongada ausencia.

No habiendo más que hacer emprendímos el regreso á nuestra umbrosa residencia, que anhelábamos volver á ver cuanto ántes, mi esposa por librarse del sol abrasador de la playa de Zeltheim, y los demas por descansar de tan continuas fatigas.