El Robinson suizo/Capítulo XXIV
Una de las mañanas en que estábamos ocupados en dar la última mano á la escalera, cubriendo el hueco que mediaba entre los escalones con tablas horizontales que impedian se desvaneciese la vista ó se escurriesen los piés, oímos de repente unos aullidos lejanos y prolongados semejantes al ronco rugido de una fiera, mezclados con otros no tan temerosos, sin atinar qué clase de animales pudieran causarlos. Apercibidos los perros, estiraron las orejas y se prepararon al combate. Imaginándome siempre lo peor y preparado á todo evento, junté la familia en la morada aérea; se prepararon las armas, y bien atrancada la puerta de la escalera, azorados nos asomámos á las ventanas para reconocer el campo; pero nada parecia: los rugidos aumentaban, y cada vez se percibian más cerca, con lo que crecia el ardor y agitacion de los alanos, que escudados con las carlancas y corazas de puerco espin vigilaban el ganado.
Santiago opinaba si sería un leon el que motivaba la alarma; y el orgulloso niño, recordando la terrible aventura de los búfalos, deseaba la ocasion de combatir con el rey de los animales; Federico se rió un poco de la candidez del hermano, asegurando que los aullidos en nada se parecian á los del leon, y que quizá sería alguna manada de chacales ansiosos de vengar la muerte de sus compañeros; Ernesto temia que fuese el rugido de la hiena tan horrible é imponente como la fuera misma, y Franz, sin manifestar su parecer, porque el miedo embargaba su discurso, se aferraba á la falda de su madre, que de pié y apoyada en la baranda de la escalera escudriñaba la campiña, en tanto que murmuraba quedito algunas preces.
Miéntras en estas mortales congojas temíamos que sobreviniese una lucha cuya naturaleza y resultados eran incalculables, el extraño relincho que tanto extrañara se dejó oir solo, y muy cerca de nosotros. Federico, que estaba asomado á la ventana con la carabina apoyada en el marco, de repente la levanta desternillándose de risa, y se acerca diciéndome:
—Ya conozco el terrible enemigo que nos tenia alarmados. ¡Allí, allí está, papá, el leon, la hiena y la manada de chacales! ¡Es nuestro buen amigo el asno, que arrepentido de su extravío, acude al hogar doméstico alegre y entonando su cántico ordinario por habernos encontrado!
En efecto, por los claros de los árboles, hácia donde mi hijo señalaba vímos todos al fugitivo que á paso lento se acercaba, parándose á trechos para despuntar alguna yerba ó rebuznar con más descanso. Pero lo más gracioso era que no venía solo: acompañábale otro animal de su raza, aunque de más esbeltas y agraciadas formas. Cuando estuvo cerca con satisfaccion conocí que era un onagro ó asno montaraz [1], cuya adquisicion con el tiempo nos sería de grande utilidad; y si bien los naturalistas afirmaban que de todo punto era imposible domesticarlo, quedó resuelto emplear todos los medios para cogerlo.
Como era factible que huyese al aproximarnos, encargué el mayor silencio; Federico y yo nos preparamos para alcanzar tan importante conquista. Dióme el mozuelo una cuerda, que até á las raíces del árbol, miéntras en el otro hice un nudo corredizo, hendí por medio hasta cierto punto un bambú de dos tercias de modo que formase como una tenaza para sujetar con ella el hocico del animal, si lográbamos acercarnos. En esto el asno doméstico y su compañero iban adelantándose, el primero, como conocedor del terreno, hacia al parecer los honores á su nuevo camarada, y ambos de paso pastaban la yerba.
Provisto del nudo corredizo y las pinzas, avanzámos, yo ocultándome en los troncos de los árboles para que no me vieran, y Federico á la distancia que le permitia la longitud de la cuerda. Á la vista del niño que iba delante, el onagro alzó la cabeza y retrocedió, demostrando más sorpresa que espanto, pues era sin duda Federico el primer sér humano que encontraba; y como este permaneciese inmóvil, el animal siguió tranquilamente paciendo; el asno, como más dócil y reconociéndome, merced tambien á unos cuantos puñados de sal que le ofreció, se vino hácia Federico, siguiéndole confiado su montaraz compañero, y cuando estuvo á alguna distancia, mi hijo le arrojó el nudo corredizo al cuello, y el bruto quedó preso, pues cuando quiso tomar el tole, dando un grandísimo brinco, este esfuerzo le apretó más el nudo, en términos que medio sofocado y con la lengua fuera cayó al suelo; acudí al punto, y le sujeté el hocico con la tenaza de bambú, atando los dos cabos para que no pudiera desprendérsela. El dolor que le causara aquella presion le domó lo suficiente para que pudiéramos estar cerca sin riesgo alguno, y trabarle como cuando se hierra un caballo resabiado. Corté el nudo, que reemplacé con el cabestro del asno, y despues de bien asegurado á un grueso tronco, le dejámos descansar un poco.
La familia acudió cuando ya éramos dueños del onagro, causando general admiracion su hermosa estampa que más se asemejaba á la raza caballar que á la asnal, emitiendo cada cual su parecer acerca del empleo que se daria al corcel; pero todo era prematuro. Con su natural arrojo Federico creyó que en el acto podia montarle, y le hice ver que no lo conseguiria sin domarle ántes, pues el animal era tan bravío que se enfurecia con sólo aproximarse cualquiera de nosotros, dando coces, saltos, y enseñando los dientes en actitud de embestir á cuanto se le pusiese delante. Por de pronto parecióme prudente dejarle en compañía del asno por algun tiempo sin que se le molestara, á fin de que la vista de un animal de su especie le fuése tranquilizando y consolando en su desgracia. En efecto, al dia siguiente al darle el pienso, la cautividad, la abstinencia y sobretodo sus anteriores esfuerzos le habian amansado en algun tanto. Satisfecho de este resultado, continué domesticándole con una paciencia que de seguro no hubiera tenido en Europa, y al cabo de un mes, depuesta su fiereza, estuvo ya en el caso de comenzar su educacion. Esta fue larga y dificultosa, acostumbrándose primero á soportar carga; pero ni esto, ni la falta de alimento, ni otros ensayos que discurrí pudieron reducirle á que aguantase ancas, y como deseaba convertirle en cabalgadura, no sabía como lograrlo, hasta que al fin recordé el medio que se emplea en América para domar los caballos montaraces, el cual puse en planta en seguida. Un dia, entre los muchos que más se oponia á dejarse montar, no obstante sus brincos y coces pude echarle los calzones encima, y así fuertemente con los dientes una de sus largas orejas hasta brotarle sangre. Esta prueba dió muy buen resultado, pue apaciguándose el bruto de repente se estuvo quieto. Averiguado el secreto y repetido algunas veces, ya pudo entrar sin dificultad en picadero; los niños lo fuéron montando, sobre todo Federico, que con la nueva cabalgadura iba y venía á galope por el camino de Falkenhorst más veloz que un rayo. Sin embargo, para mejor manejarle, ya que no podíamos acostumbrarle al bocado, encarguéle le acomodase su correspondiente freno y bridas, con lo cual alcanzó hacerle variar de paso y direccion como el mejor domador de potros.
Desde entónces el onago quedó considerado como uno de nuestros animales domésticos con el nombre de Leichtfuss (pié ligero), y jamás ha existido bruto que con más derecho mereciera esa denominacion por su velocidad en la carrera y resistencia.
Con el ejercicio de equitacion conseguí desarrollar más á mis hijos, cuyo desarrollo unido á su instruccion moral algun dia les permitiria brillar, si estaba de Dios que algun dia volviéramos á pisar la Europa.
Miéntras duró la enseñanza de Leichtfuss, que no bajó de tres á cuatro semanas, el corral aumentó con nuevos huéspedes. Las gallinas sacaron más de cuarenta pollos, que con el continuo pio y movimiento causaban la delicia de mi esposa, gratamente ocupada en cuidarlos, más satisfecha con su manadita que nosotros con el chacal, el águila, el mono y el onagro, que, segun ella, no servian mas que para comer, eceptuando el búfalo; los pollos eran sus predilectos á quienes mimaba con cariño y solicitud maternal; prodigábales sin tasa sus cuidados, y léjos de quejarse por el aumento de faena que la diminuta grey la causaba, la veíamos cada vez más contenta y satisfecha.
Aproximábase ya la estacion de las lluvias, ó lo que era lo mismo el invierno, y fue preciso pensar en construir una bien resguardada cuadra para abrigar los animales, que hasta entónces habian estado al raso, y preservarlos del rigor de la intemperie. Las raíces de nuestro árbol sirvieron de armazon al nuevo departamento; con cañas de bambú partidas, bien juntas, y rellenando los huecos con arcilla, musgo seco y encima una capa de alquitran bien espeso, arreglóse un techo tan firme, que pudo servir de azotea con la correpondiente baranda y entrada abierta en la misma escalera, en la cual colocámos una puerta, y hasta se podia pasear por ella. Por medio de tablones sujetos á las raíces se alzaron tabiques, y así conseguímos tener al pié de la habitacion una serie de piezas bien dispuestas y ordenadas para que cupieran las provisiones, con suficiente sitio para estar cómodamente los animales. Al lado se dispuso un pajar para conservar el heno, la paja y el pienso destinado á las bestias. Terminada la obra, no se pensó sino en el acarreo de provisiones. Las patatas y la yuca obtuvieron, como era de presumir, el local preferente.
Una tarde que regresaba con los tres hijos mayores de acopiar patatas y bellotas, miéntras Franz y mi esposa iban con el carro, maese Knips, compañero inseparable de Ernesto, desapareció de repente en un matorral espeso, de donde á poco oímos un pio pio extraño y aleteo como de aves asustadas; Ernesto acudió á ver lo que era, y nos llamó en seguida diciendo:
—¡Corra V., corra V., papá! el mono nos ha proporcionado un gran hallazgo; está á vueltas con una gallineta silvestre; todo su afan es comerse los huevos, y el gallo que tambien está, pugna para defenderlos. ¡Ven, Federico! verás qué gracioso es esto.....
Despues de arrendar á un tronco al onagro acudió presuroso, y ápoco apareció con el gallo y su pareja seguido de Ernesto, que llevaba un nido de yerba seca colmado de huevos.
Era una adquisicion preciosa y debida á maese Knips, cuyo gloton instinto nos sirvió en esta ocasion. Liámos las patas á ambas aves, y los huevos se metieron en la copa del sombrero de Ernesto, sin que esto le hiciera abandonar el nido, admirado de la clase de yerba que lo componia, muy abundante en las cercanías, cuyas hojas relucientes y puntiagudas parecian espadas.
—Ya tendrá Franz con que divertirse, dijo al enseñarlas; de seguro que hará sables con ellas.
Preocupado con la importante captura, no paré atencion en lo que decia Ernesto, y ménos viendo que la noche se nos venía encima y que teníamos que andar de prisa para llegar con luz á casa. El saco á medio llenar de patatas se cargó sobre el onagro, que Federico montaba; Ernesto se hizo cargo de las dos aves, y yo como lo más delicado tomé por mi cuenta los huevos, que abrigué, para que conservaran el calor y pudiera la madre acabarlos de empollar, enriqueciéndose así el corral con otra familia. No salió fallida mi esperanza, y en el momento de llegar á nuestra morada, confié el precioso depósito á mi esposa, quien se dió tanta maña para tranquilizar á la pobre gallineta asustada cuidándola, que á pocos dias nos dió quince pollos, que se avinieron a vivir con los otros.
Trascurrió algun tiempo sin que nadie se acordase de la yerba que Ernesto trajera á su hermano para que jugase, hasta que intentando aquel un dia, estando yo presente, tejer con ella un látigo para Franz, acerquéme á ver lo que hacia, y noté la blandura y flexibilidad de las hojas, que abiertas y examinadas despacio conocí ser el verdadero phormiom tenax ó lino de la Nueva Zelanda [2]. Era un descubrimiento de la mayor importancia, y cuando se enteró mi esposa se puso loca de alegría.
—Vengan, vengan cuantas hojas encontreis, dijo; estoy enterada de todo lo concerniente á la preparacion del lino y cáñamo, y cuando lo vea en copos, y se haga rueca, ó al ménos huso, me veréis hecha una hilandera de primer órden, y tendrémos hilo de sobra para que el año que viene esteis provistos de camisas, calzoncillos y blusas de buena tela. ¡Por Dios, cuantas podais!
La prontitud con que mi laboriosa consorte se gozaba con los resultados del descubrimiento, no pudo ménos de hacerme sonreir. En cuanto á los niños, habituados desde la infancia á secundar cualquier deseo de su madre, montaron en sus corceles, Federico en el onagro, y Santiago en el búfalo, saliendo á escape y á las dos horas estaban ya de vuelta trayendo cada uno en la grupa un grandísimo haz de lino, que presentaron á su madre. Al ver tanta cantidad reunida dije:
—Será preciso que ayudeis á mamá en su preparacion.
Al dia siguiente tempranito todos estábamos en el Pantano de los flamencos. Detras venía la carreta con el lino á manojitos, que se sumergieron entre cieno y agua, sujetos con piedras para que permaneciesen en el fondo. A los pocos dias de esta operacion, cuando se habia descompuesto la parte herbácea, se sacaron los manojos y se pusieron á secar al sol. Un dia bastó para que se enjugaran, y ya no faltó sino quebrantar los tallos y reunir en copos la hilaza que los cubria. Terminada la faena se trajo el lino á Falkenhorst para conservarlo, prometiendo á mi esposa, para cuando llegase la estacion de las lluvias, época oportuna para las subsiguientes operaciones para su definitiva preparacion, máquina para tejer, peines para cardar, husos, ruecas y cuanto fuese necesario para sacar todo el partido posible del lino.
Pero lo más urgente en aquella sazon era proveernos de víveres sin demora, pues comenzaba á llover, y la atmósfera volvíase de dia en dia más fria y tempestuosa. Los pocos buenos que nos quedaban se emplearon en almacenar patatas, yuca, cocos, bellotas, forraje, frutos, caña dulce, y lo demás que creíamos sernos necesario miéntras el mal tiempo, cuya duracion ignorábamos. La carreta rodaba sin cesar, y apénas parábamos para comer. Aumentábase en Zeltheim el plantío con varias especies de palmeras; se sembró todo el trigo, cebada y demás granos de Europa que nos quedaban, con la esperanza de que la humedad apresuraria su germinacion y desarrollo, con el risueño porvenir de una cosecha abundante que nos proporcionase el pan de nuestra patria, cosa que tanto ansiábamos.
Varias semanas se pasaron en estas rudas faenas; mas al fin llegó á ser de todo punto imposible proseguirlas; el invierno se presentó de lleno: el viento silbaba espantosamente, la mar se presentaba embravecida, y densos nubarrones se cernieron sobre nuestras cabezas. Pronto descargaron, y el agua cayó á torrentes dia y noche sin la menor interrupcion, trasformando la costa en un lago interminable. Por fortuna el terreno de nuestra residencia estaba algo más elevado que el resto del valle; y las aguas sólo llegaron á doscientos pasos del árbol protector, formando una isla en medio de la inundacion general. Una profunda tristeza se apoderó de toda la familia á la vista de aquella infinidad de agua, que en vez de disminuir parecia acrecentarse. Mi esposa, apocada como mujer, con la continua zozobra no sabía qué hacerse; los niños perdieron su acostumbrado buen humor, y Franz sobre todo, llorando algunas veces, me preguntaba si sería aquello un segundo diluvio.
Por primera vez consideré comprometida nuestra seguridad personal en la morada aérea; la copiosa lluvia que caia con fuerza penetraba por todas partes y hasta nos calaba en la misma cama, pues la lona que servia de techo era insuficiente para guarecernos; y lo peor de todo era que las impetuosas ráfagas del huracan que bramaba amenazaban á cada instante arrancarla de cuajo. Permanecer allí era temeridad, y quedó resuelto trasladarnos bajo la bóveda formada por las raíces del árbol donde estaban las cuadras de las bestias. Lo reducido del espacio, la proximidad del ganado y el humo del hogar, que casi nos sofocaba en aquella madriguera sin salida, la hubieran hecho de todo punto insoportable, á no haberme decidido construir con las dos mitades de la corteza de un árbol bien unidas y calafateadas por fuera, un tubo que haciendo de chimenea facilitase la salida del humo, que era lo que más incomodaba. Reducí cuanto pude el espacio destinado á los animales, para agrandar el nuestro, y solté fuera los indígenas que podian soportar el rigor de la estacion y buscarse la subsistencia, si bien les trabámos las piernas para que no se alejasen demasiado. Las extendidas ramas del árbol podian servirles de abrigo.
Mediante estas disposiciones alivióse algun tanto la incomodidad, y como estaba expedita la comunicacion entre la bóveda de las raíces y el hueco de la escalera que se apoyaba en su centro, nos sirvió esta para colocar en sus gradas la mayor parte de objetos, entre ellos los utensilios de cocina más indispensables. Mi esposa se habituó á trabajar sentada en un escalon junto á una ventana, teniendo á su lado Franz, que era el que más se acobardaba. Por último, en aquellas estrechuras se excusó todo lo posible encender lumbre, porque á pesar del mal tiempo no era grande el frio, evitando así el humo que, no obstante la chimenea incomodaba, limitándonos á comer lo que no la necesitaba. Teníamos leche abundante, carne en cocina, y pescado curado; y los hortelanos conservados en manteca fueron un gran recurso, aunque mi esposa, como mujer de gobierno, cuidaba de no presentarlos sino por via de regalo. Sólo de cuatro en cuatro dias, y á veces cada ocho, se cocian algunas tortas de yuca ó se asaba algun tasajo de carne.
El cuidado de los animales nos precisaba á menudo tener que arrostrar la intemperie. Algunas veces teníamos que irlos á buscar al prado cuando no volvian al establo. Estas salidas eran terribles, pues debíamos hacerlas soportando horrorosos chubascos desconocidos en Europa. Volvíamos calados hasta los huesos y ateridos de frio, y merced á unos sacos con capuchones que dispuso mi esposa no nos mojábamos tanto. Para hacerlos se valió de las dos únicas camisas de marinero que restaban á las cuales dí varias capas de cautchú para que fueran impermeables. Con estos sayos de ermitaños llegámos á desafiar el agua impunemente. La facha que presentábamos no era la más seductora; sin embargo, todos hubieran deseado poseer uno; pero faltaba goma y tela para contentarlos.
Así se fué pasando lo ménos mal posible, echando por primera vez de ménos las cómodas y sólidas habitaciones de nuestra patria. Tocábame alentar á la familia, y para conseguirlo no perdoné medio alguno.
Los dias trascurrian repartiendo sus horas en las mismas tareas. La mañana se empleaba en el ganado, y despues en moler harina ó hacer manteca. A pesar de la puerta vidriera que cerraba la barraca, la oscuridad del cielo, encapotado siempre, y nuestra posicion bajo un árbol tan extenso y de tan espeso follaje, adelantaban la noche haciéndola más larga y pesada. Cuando esta llegaba, la familia se reunia al rededor de un blandon de cera verde colocado en un mechero de madera, fijo en la mesa del comedor. La buena madre cosia ó remendaba, yo escribia en borrador mi diario, Ernesto lo ponia en limpio, Federico y Santiago enseñaban á leer y escribir á Franz, ó bien leian en alta voz un rato en cualquiera de los libros de la biblioteca del buque, alternando con dibujar los animales ó plantas que más llamaron su atencion en las diferentes excursiones; y por último, despues de la cena, varias oraciones y ejercicios devotos cerraban el dia.
Cuando calmaba la furia del viento, se asaba entónces alguna gallineta ó penquino que se cogian en el arroyo, y por escasa que fuera la importancia de estos incidentes, como interrumpian la monotonía de nuestra existencia, se consideraban como verdaderas fiestas.
Tal era á corta diferencia el método de vida que llevámos durante el primer invierno en esta isla, y á pesar de que no fue muy riguroso el frio, al ver lluvias tan copiosas y continuadas echábamos de ménos la nieve y los helados ventisqueros de nuestra tierra. Diariamente observaba la atmósfera esperando que aclarase, y cada dia que trascurria acrecentaba la impaciencia, especialmente á mi esposa, que no obstante su predileccion por Falkenhorst, preveníame sin cesar que cuando llegase el buen tiempo tratase de construir una casa más sólida y abrigada, fuese donde fuese, ántes que pasar otro invierno como aquel. La experiencia triste por que atravesábamos me hizo conocer la justicia de su deseo.
Sin embargo, durante esta larga y forzada reclusion se emprendieron y acabaron algunos trabajos útiles, entre ellos una máquina para quebrantar el lino, que imperfecta como era llenó en lo posible su objeto. Consistia este ingenio en una larga cuchilla de madera, sujeta por un extremo á la mesa que subía y bajaba alternativamente como un martinete, agramando las aristas del lino y reduciéndolas á hilaza. Luego la emprendí con un cardador para separar la parte leñosa que en ella quedaba y dejarla en disposicion de poderse hilar. Si la cuchilla no me costó devanarme los cascos, no sucedió lo mismo con la carda, que requirió no pocos ensayos, hasta que dí en la dificultad. Reducíase el cardador á dos tablas de la madera más dura que encontré, la una con agujeritos, muy juntos y espesos, algun tanto sesgados para que no se deteriorase con el uso, por los cuales introduje clavos de cabeza chata sujetos por medio de una capa de cola fuerte que adhirió las dos tablas, dando por resultado una carda de fácil manejo, que hizo buen servicio. Mi esposa recibió ambas cosas con el mayor reconocimiento, si bien con la pena de no poderla emplear en seguida, porque el lino, que de prisa se habia almacenado, todavía no estaba bien enjuto, y por lo tanto tuvo que aplazar la faena, así como el hilado, para cuando saliésemos de la especie de calabozo en que estábamos sumergidos.
Las incomodidades y la precaria situacion en que nos encontrábamos nos obligaron á discurrir seriamente en edificar para el invierno siguiente una habitacion más abrigada y propia. A la verdad, con los escasos elementos con que contábamos, debia ser empresa larga y trabajosa en demasía, aunque no la creíamos del todo imposible. Este proyecto y los recursos para efectuarlo alimentó la conversacion por muchos dias; así se neutralizó el fastidio del presente, ocupada la imaginacion en el porvernir. A lo ménos lográbamos distraernos, lo cual ya era mucho.
- ↑ Onagro viene del latin onager, que significa asno silvestre ó montaraz. Este es el tipo natural del doméstico, con la diferencia de tener los remos más largos y delgados, el pecho estrecho, la frente chata, las orejas más cortas, la cabeza pequeña y erguida, y el cuerpo manchado de diversos colores. El Asia fue su cuna, y allí es donde aun se encuentra esa especie. (Nota del Trad.).
- ↑ Este lino (linum perenne), resiste al frio del invierno, y puede cultivarse en las regiones glaciales. Difiere del comun por lo grueso de sus raíces é infinidad de tallos; su hilaza no es tan buena como la del comun; pero sus productos son más abundantes, prosperando hasta en terrenos pobres (Nota del Trad.).