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El Robinson suizo/Capítulo XXXVII

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El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XXXVII


CAPÍTULO XXXVII.


Aceite de ballena.—Visita á la granja.—Tortuga mónstruo.


Apénas despuntó el siguiente ya estábamos en pié. Al punto se colocaron en el trineo los cuatro barriles de grasa, y por medio de la presion que se obtuvo con piedras grandes y palancas, fué saliendo la parte más pura y refinada del aceite, que se envasó en pellejos debidamente secados al sol. El de inferior calidad se echó en una caldera, y á fuego lento se fué derritiendo y convirtiendo en líquido. Por medio de un cazo de hierro destinado á un ingenio de azúcar, se trasladó este aceite de segunda clase á otros barriles y pellejos. Para esta operacion, de suyo repugnante, nos alejámos de Felsenheim á fin de que el mal olor de la grasa derretida no infestase nuestro albergue.

Cuando me pareció haberlo apurado, arrojóse el sebo sobrante al Arroyo del chacal, sirviendo de regalado pasto á los patos y gansos. El mismo destino tuvieron las aves de mar despues de aprovechar su pluma, pues su carne era demasiado enjuta y desabrida.

Miéntras nos ocupábamos en guardar el aceite hízome mi esposa una proposicion muy razonable, la de fundar otra colonia en el islote de la ballena. A la verdad, aquella reducida lengua de tierra era tan fértil y frondosa que hubiera sido lástima no aprovecharla.

—Si quieres creerme, añadió, podrémos crear allí otro establecimiento para las aves, pues las pobres gallinas estarán al abrigo de los monos, chacales y otros infinitos enemigos que tienen. Respecto á las de mar, pronto nos cederán el campo ahuyentándolas de una vez.

Este proyecto agradó sobremanera á los niños, que ya deseaban ponerse en marcha para comenzar la obra; pero contuve su ardor aplazándolo para cuando las olas y aves de rapiña nos hubieran desembarazado de los despojos de la ballena, que por necesidad todavía infectarian el ambiente. Para consolarlos, anunciéles que ántes deseaba cumplir la promesa que les hiciera de construir una máquina que les aliviase la tarea del remo, de la que tanto se lamentaban.

—¡Ah! exclamó Santiago ¡qué gusto! la piragua surcará sola el agua.

—¡Cómo surcará sola! respondí, eso ya es demasiado. Lo más que puedo alcanzar, si me sale bien el proyecto, será ahorrar un poco de molestia, y que el barco camine más aprisa.

En seguida puse manos á la obra, sin más recursos que una rueda de asador y un eje dentado en que aquella engranaba. Con semejantes elementos no pude construir ninguna obra maestra, si bien resultó una máquina sencilla que funcionaba en el sentido que deseaba y me hacia falta. Un manubrio fijo á la rueda la daba movimiento: dos largas paletas de ballena, puestas en cruz y fijadas á cada extremidad del eje, hacian las veces de ruedas de vapor. Al dar vueltas al manubrio las aletas se sumergian en el agua, y sirviendo esta de punto de apoyo impulsaban la piragua, cuya velocidad estaba en razon directa á la del manubrio.

Es imposible describir el júbilo y trasportes de alegría de los niños y lo que saltaron y brincaron cuando Federico y yo ensayámos la máquina en la Bahía del salvamento. Apénas volvímos á tierra, todos entraron en la canoa, y sin querer abandonarla se empeñaban en hacer una excursion al islote de la ballena. Por el pronto me opuse por estar el dia bastante adelantado; pero les ofrecí que al siguiente se ensayaria solemnemente la máquina, yendo por agua á la granja de Prospecthill á ver el estado en que se encontraba la colonia de animales europeos y trasladar algunos al islote.

Al rayar el alba todos estábamos listos. Mi esposa quiso tambien acompañarnos. Se dispuso lo necesario sin olvidar las vituallas, entre las que como plato escogido iba, envuelto en hojas frescas, un trozo de lengua de ballena, cuyo condimento nos recomendara el doctor Ernesto como manjar especial y delicado.

Embarcados en, la boca del Arroyo del chacal, su corriente nos llevó rápidamente al mar, dando en breve vista á la Isla del tiburon y al banco de arena donde aun estaba el esqueleto de la ballena. La brisa era favorable, y todo prometia un viaje feliz, pues la máquina funcionó tan bien, que en poco tiempo nos encontrámos á la altura de Prospecthill, el cual distaria cosa de trescientos pasos de la costa, divisando á lo léjos nuestro palacio de Falkenhorst y el vergel de frutales que se alzaban á la otra parte, cerrando el horizonte de tan vistoso panorama una faja de rocas que, confundidas con las nubes, iba descendiendo en forma de macetas colmadas de flores y hojas. Costeámos el islote, cuya vegetacion frondosa contrastaba con la monótona uniformidad del terrible y majestuoso Océano. Era imposible, al ver ese espectáculo, dejar de elevar el corazón a Sér supremo, tributándole un homenaje de amor y reconocimiento.

Al pasar por frente del Bosque de los monos orcé á la derecha, abordando en una ensenada de fácil acceso, donde saltámos en tierra para abastecernos de cocos y plantones para llevarlos al islote. Con singular placer oímos los lejanos cantos de los gallos y los balidos del ganado que nos anunciaban la proximidad de la granja, dulce recuerdo de nuestra cara patria, donde el caminante extraviado, al percibir esos acentos, bendice la Providencia porque le anuncian hospitalidad y abrigo en alguna cabaña oculta en el bosque. Esta coincidencia infundióme tristeza, y así procuré distraer con la conversacion los recuerdos á que naturalmente dió lugar.

Despues de un corto descanso, volvímos al mar, no sin haber arrancado ántes en la misma playa algunos piés de nopal para trasplantarlos en la isla como díque para contener el ímpetu de las olas. De aquí á la colonia no habia sino un paso. Todo se encontró allí en el mejor órden, extrañándonos únicamente que las ovejas y cabras huyesen á nuestra aproximacion. Los niños dieron en perseguirlas; pero como corrian más que ellos, echaron mano á los lazos que siempre llevaban en el bolsillo, y los despidieron con tanto acierto, que cogieron tres ó cuatro, á las cuales se acarició y regaló con una buena racion de patatas y sal, llenándonos ellas en cambio sendos jarros de leche que nos supo bien. Mi esposa quiso recoger algunos pares de gallinas, y con sólo desparramar por el suelo un poco de arroz y avena, acudió á su al rededor todo el gallinero. Eligió las que quiso y un gallo, y atados por las patas se depositaron en la canoa.

Llegó la hora de comer, y como no hubo tiempo para encender lumbre, los fiambres hicieron el gasto; pero la ponderada lengua de ballena que tanto recomendara maese Ernesto, fue declarada detestable y sólo buena para comer en caso de necesidad extremada. Al chacal de Santiago, único de los animales domésticos que nos acompañaba, debió agradarle mucho segun el ansia con que la devoraba. En cambio, los arenques y repetidas tazas de leche nos fuéron quitando del paladar el sabor de aceite rancio de la dichosa lengua.

Mi esposa se encargó de los preparativos del regreso, miéntras Federico y yo fuímos á cortar cañas dulces, que tambien pensaba trasplantar en el islote.

Provistos de lo necesario para la nueva colonizacion, nos reembarcámos y se viró en direccion del Cabo á fin de penetrar en la bahía y examinarla; pero un banco de arena que arrancaba de su mismo pié y se extendia muy adentro del mar me hizo retroceder sin conseguir mi objeto, dándome por satisfecho de que el viento y reflujo nos llevasen hácia fuera, evitando así que encallásemos. La vela desplegada y las paletas de la máquina puestas en movimiento redoblaron la fuerza, y llegámos al islote en la mitad del tiempo que empleáramos la primera vez. Esta prontitud nos sirvió de mucho, pues junto al banco divisámos una respetable bandada de mónstruos marinos, que al parecer entre sí batallaban. Les veíamos agitarse, maniobrar y chocarse mútuamente. Este espectáculo nos infundió más temor que curiosidad, alegrándonos de haber evitado su encuentro [1].

Al pisar tierra, mi primer cuidado fue plantar en seguida los arbustos que habíamos traido de Prospecthill; pero los ayudantes con quien contaba para la operacion, creyéndola sin duda de poca importancia para ellos, en un abrir y cerrar de ojos me dejaron solo con mis árboles, para ir á buscar conchas. Mi buena esposa suplió su falta, y ambos emprendímos la faena. Apénas comenzáramos á remover la tierra, cuando vímos venir á Santiago asustado y sin aliento, diciendo á voces:

—¡Papá! ¡mamá! ¡vengan VV. pronto! acabo de descubrir un prodigio ¡un esqueleto de un mammuth! ¡un fósil! ¿no es verdad?

No pude prescindir de reirme al oirle esa expresion, y le dije que su pretendido mammuth sería el esqueleto de la ballena.

—¡Qué ballena, ni qué ocho cuartos! replicó, no son espinas de pescado, sino huesos, huesos, y grandísímos, que deben ser de cuadrúpedo.

Tantas eran sus instancias que al fin me determiné á seguirle; pero estaba de Dios que todo habian de ser incidentes para detenerme. Miéntras el niño me tiraba del brazo para que llegase más pronto, Federico me hacia señas para que me acercase donde él estaba. Creyendo su llamada más positiva é importante que la de Santiago, me fuí hácia él, y encontréle á vueltas con una monstruosa tortuga que tenia asida de una pata, y á pesar de todos sus esfuerzos, en vez de sujetarla, el crustáceo le iba arrastrando hácia el mar. Llegué á tiempo, y con uno de los bicheros de la canoa, cuyo extremo introdujímos por debajo en forma de palanca, entre los dos lográmos volcarla patas arriba, quedando con su propio peso al caer medio enterrada en la arena. Prodigioso era su tamaño, no bajando su peso de ochocientas libras, y de ocho piés la longitud, con proporcionada anchura. Allí quedó por de pronto sin temor de que se escapase, dejando para luego ocuparnos de tan importante presa.

Santiago, sin distraerle este suceso de su tema del mammuth, seguia instándome



Fritz queriendo sujetar por una pata á una enorme tortuga.


á que le siguiese, y por darle gusto fuímos todos á reconocer el decantado fósil, que como ya me lo imaginara, era el esqueleto de la ballena perfectamente escamondado por las aves de rapiña, en términos de no quedarle ni el más pequeño residuo de carne ó piel sobre los huesos, y para convencerle le hice ver tas huellas de nuestros piés y algunas barbas del mónstruo que habian quedado por recoger.

—Pero ¿quién te ha metido en el caletre la extraña idea del mammuth?

—¡Ah! ya caigo, me respondió el chico; esta es una jugarreta del señor profesor Ernesto, quien me ha encajado esa bola para reirse de mí.

—¡Muy bien! exclamé, ¿con que tú caminas tan de ligero, que sin reflexionar ni pararte en nada, crees todo cuanto te dicen sin discernir si es chanza ó no? Por cierto, te hace poco favor.

—Pero, papá, podia yo muy bien creer, al verlo tan pelado, que las olas del mar eran las que habian arrojado á la playa este esqueleto.

—Precisamente en esto muestras tu tontería, y poca dósis de buen sentido se necesita para comprenderlo; es imposible que en un dia escaso se llevase el mar el esqueleto de la ballena, colocando en su lugar un mammuth.

—Verdad es, no caí en eso; y merezco por necio que se rian de mí.

—En castigo vas á decirme lo que sabes acerca de ese fósil.

—Segun dicen, respondió, es un cuadrúpedo monstruoso, cuya osamenta petrificada se encontró por primera vez en la Siberia, ó no sé qué otra region del Norte.

—Muy bien, señor naturalista; no te suponia tan sabio. Sin duda el maestro Ernesto, ántes de encajarte la píldora, al ménos se cuidó de darte una buena leccion.

Añadí otras noticias sobre la existencia problemática de este animal que, segun todas las apariencias, debe ser una variedad perdida de la especie de los elefantes. Pero la credulidad de Santiago le valió no pocas bromas por parte de sus hermanos, que sirvieron para hacerle más cauto y no mamarse tanto el dedo en adelante.

—¡Bravo! ¡bravo! decia Ernesto. ¡Vaya con tus tragaderas! Te has imaginado que el esqueleto disecado ayer era el de un animal antediluviano.

—¡Qué gracia! le respondió su hermano; yo no soy un sabio como tú, ni me he dedicado tanto á los libros; y así creia que los pescados sólo tenian espinas y no huesos como los cuadrúpedos.

—Verdad es, añadí, que no eres sabio, y dificilmente llegarás á serlo si no modificas algo tu carácter ligero y aturdido; y así debieras saber que la ballena, lo mismo que los demás cetáceos de su especie, tienen osamenta. Las aves, los hombres y todos los seres vivientes la tienen igualmente, si bien algun tanto modificada en su estructura y composicion, segun sus diferentes funciones. Los huesos de los peces están formados de una materia oleosa más ligera que el agua que les ayuda á sostenerse en el elemento donde deben vivir. En cuanto á los animales terrestres, sus huesos son más sólidos y compactos, como destinados á servir de apoyo al cuerpo.

—¿Y no podríamos, preguntó Federico considerando el esqueleto de la ballena, sacar algun partido de esta montaña de huesos?

—Ignoro para qué nos podrian servir, le respondí. Los holandeses los aplican como estacas para cercar sus campos y labrar unas como sillas rústicas, de lindo aspecto; podríamos más adelante, cuando nos sobrara tiempo, hacer para el museo una tarima para disertar sobre historia natural. Pero nadie nos apresura, y ántes será bueno aguardar á que él y los vientos acaben de secar y blanquear esa inmensa osamenta, para irla empleando como mejor nos parezca.

Como ya era tarde, suspendí la plantacion de los árboles para el dia siguiente, dejando cubiertas con tierra las raíces para que no se secasen. La tortuga mónstruo nos iba á ocupar lo bastante hasta el regreso. Acercámos la canoa cuanto nos fue dable al sitio en que aquella se encontraba tal como la dejámos. Pero la gran cuestion era saber de qué medio nos valdríamos para trasladarla. A nadie se le ocurrió lo más mínimo para salir del apuro, y todos nos quedámos callados mirando al animal que estaba allí como un reo ante sus jueces aguardando su sentencia.

—¡Ya dí en el quid! exclamé al fin, dándome una palmada en la frente. En vez de llevarnos al mónstruo, ¿no sería mejor que él nos condujese á Felsenheim? Una tortuga de este tamaño es un excelente animal de tiro en el agua; Federico y yo podemos acordarnos de ello.

Acogióse mi idea, y en seguida se puso en ejecucion. Comenzámos por ir á la piragua y vaciar la pipa de agua dulce que traíamos para el consumo, y volviendo la tortuga á su posicion natural, atámosle el tonel encima á fin de impedir que se hundiera en el agua, y por un agujero que se practicó en la concha pasóse un cabo sujeto á la canoa, en la cual nos embarcámos al tiempo en que la tortuga entraba en el mar.

Coloquéme á proa con el hacha en la mano, dispuesto á cortar el cabo que retenia la tortuga al primer asomo de peligro; pero no hubo necesidad de recurrir á este extremo, y la travesía fue tan feliz como breve. Para que no variase de rumbo, de cuando en cuando le daba un aviso con el bichero; y remolcados por tan buen motor, aportámos á poco á la Bahía del salvamento. No cabian los niños de alegría al verse empujados á tan poca costa, y el sabio Ernesto nos comparaba con Neptuno, deslizándose por las aguas en su flotante carroza arrastrada por tritones y delfines.

Llegámos felizmente á Felsenheim, y despues de poner á recaudo la piragua, sujetóse la tortuga con recias cuerdas, despues de quitarle la pipa vacía que llevaba encima. Pero como no podíamos conservarla largo tiempo de esa suerte, hubo que formarla proceso, y dictar y ejecutar la sentencia al dia siguiente. Su concha quedó destinada para taza de la fuente situada en el interior de la gruta. Era una pieza soberbia, que tendria ocho piés de longitud por tres de anchura. Partióse la carne á fin de sacar el mejor partido de tan opimo despojo. No dejó de ser trabajosa la operacion de someterlo á las indispensables preparaciones que exigia el uso á que se destinaba. Nos encontrámos con un tesoro que por largo tiempo nos iba á proporcionar sopa suculenta y en extremo sustanciosa. La carne era tierna y en el sabor asemejábase á la de ternera. Al considerar su magnitud, tanto el señor profesor Ernesto como yo convenímos en que esta tortuga pertenecia á la especie de las que se llaman verdes, las mayores en su clase.




  1. Los mónstruos que aquí se citan, aunque no dice el autor cuáles sean, ó la clase á que pertenecen, es probable que se refieran á la de cetáceos, cuya primera familia son los llamados herbívoros, que á veces salen á las orillas de los ríos ó islotes á pastar. La costumbre de sacar fuera del agua con frecuencia la parte superior del cuerpo, las ubres situadas en la region del pecho, y la soltura con que cogen sus hijuelos para amamantarlos, son otras tantas causas de analogía remota con la especie humana, y de ella tal vez procedieron en otro tiempo las fábulas de los tritones, nereidas y sirenas. Forman en cierta manera el eslabon entre los anfibios y cetáceos comunes, y constituyen un órden aparte al que modernamente se ha dado el nombre de Sirenios. En la familia segunda de los cetáceos, entran los así propiamente dichos, ó sopladores, como son los delfines, marsoplas y otros. Tambien puede referirse el autor, al citar estos mónstruos, á las focas y morsas, de las que hay varias empecies, que los marinos vulgarmente han caracterizado con los nombres de vaca marina, leon, caballo, elefante, oso marino, etc., por la semejanza que han pretendido encontrar con dichos animales terrestres. (Nota del Trad.)