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El Robinson suizo/Preámbulo

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PREÁMBULO.



Una familia suiza que se dirigia á América con esperanzas de enriquecerse se embarcó en el Havre en un buque mercante destinado al trasporte de colonos al Nuevo Mundo. El señor Starck (tal era el nombre del jefe de esta familia) iba con objeto de recoger una herencia que le legara un pariente lejano á condicion de que se estableciese allí con sus hijos. Seis personas, el padre, la madre y cuatro niños de diferente edad y carácter componian esta familia. El mayor llamado Federico, de quince años, era ágil, robusto y más diestro para los ejercicios del cuerpo que para los del espíritu, y aunque no carecia de inteligencia no tenia tanta como el segundo hermano, Ernesto. Este contaba trece años, de carácter frio y algo perezoso, pero naturalmente reflexivo y observador, buscando siempre las ocasiones de aprender é instruirse. Su pasión favorita era la historia natural, sobre la que ya poseia no pocos conocimientos, fruto de su experiencia y continuadas lecturas. El tercero, Santiago, tenia doce años, y era franco, y si bien algun tanto aturdido y presuntuoso, emprendedor; pero con su excelente índole y buen corazon compensaba la ligereza y superficialidad de su carácter. Por último, el menor de todos, Franz, que no pasaba de los ocho años, era alegre, de complexion delicada, y su infancia enfermiza habia retardado su instruccion; con todo, como era atento y dócil se hallaba dispuesto á recuperar el tiempo perdido adquiriendo los conocimientos proporcionados á su edad y facultades.

El padre se encontraba en la plenitud de la edad. Como verdadero cristiano era al mismo tiempo buen padre y excelente ciudadano. Gracias á la educacion que recibiera de los que le dieron el ser, unida á su aficion á la lectura y aprovechamiento en sus viajes, podia educar de la misma manera á sus hijos y hacerles contraer desde pequeñitos los hábitos de la aplicacion y del trabajo, á los que debia la desahogada posicion de que hasta entónces disfrutara. Su constante afan era que á la teoría acompañase siempre la práctica, y sobretodo que sus hijos, en cuanto fuese posible y lo permitiese el decoro, se bastasen á sí mismos para una porcion de cosas y mecánicos servicios que para otros reclamaban la asistencia de un doméstico. Así es que no obstante sus pocos años estos niños ya manejaban la sierra, el escoplo y el martillo, y no se ponia un clavo ó una tabla en la casa que no fuese por la mano más ó ménos experta de alguno de ellos. Criados la mayor parte del tiempo en el campo, habian adquirido robustez y el hábito de arrostrar sin peligro de su salud el frio, el calor, la lluvia y otras inclemencias propias de las estaciones. Acostumbrados á visitar los establos y cuadras de la quinta de su padre, estaban familiarizados con toda clase de ganado y animales domésticos, que en caso de necesidad podrian guiar. Al avezar á toda suerte de trabajos y fatigas á sus hijos, la mira del padre no era otra que fortalecer su ánimo, quitándoles el temor pueril que otros niños tienen á ciertos animales, y sobretodo proporcionándoles la experiencia práctica una idea de las vicisitudes y circunstancias de la vida, que no se aprende en los libros y que se enseña al hombre á buscar en sí mismo recursos para cuanto puede acontecerle, acrecentando así su independencia y los medios de ser útil y apreciable para con sus semejantes.

La digna esposa del señor Starck, Isabel, era el verdadero tipo de una madre de familia ocupada asíduamente en los quehaceres de la casa, gobernando á todos con dulzura. El amor que profesaba á sus hijos era tan entendido como tierno, preservándola su arraigada religiosidad de toda debilidad respecto á los defectos de sus hijos, que corregia desde luego, y sus suaves amonestaciones surtian siempre saludable efecto en unos niños que, sin faltarla en lo más mínimo al respeto, la amaban con el más entrañable afecto.

Llamado, como queda dicho, el señor Starck á recoger una rica herencia, con la esperanza de asegurar á su esposa é hijos un porvenir más lisonjero, no titubeó un momento en abandonar la patria y embarcarse con su familia para Filadelfia. El viaje al principio fue de los más afortunados. Durante la travesía el padre no desperdició cuantas circunstancias y ocasiones se le presentaban para acrecentar los conocimientos prácticos de sus hijos. El órden y admirable arreglo que reinaba en la tripulacion, el manejo y direccion del barco, el exámen de la brújula, la potencia del timon y demás pormenores del arte náutica, constituian una leccion continua y aumento de instruccion para los hijos del señor Starck, que á su vez hacian oportunas observaciones para comprender mejor lo que veian y habilitarse para practicarlo si la necesidad les apremiase. Nada se ocultaba á su penetracion, con lo cual enriquecian su espiritu y memoria con multitud de nociones, que sin barruntarlo debian serles pronto necesarias.

Habia llegado el buque al 46º de latitud, y todo presagiaba que ántes de diez dias el viaje quedaria terminado, cuando el viento, hasta entónces favorable, cambió de repente, y con tal violencia, que á pesar de la pericia del capitan del buque perdió su rumbo y fué á parar á un mar desconocido. Sobrevino luego un horrible temporal que duró diez dias con creciente furor. En tan aflictivas circunstancias el señor Starck y su hijo Federico fueron los únicos que pudieron tomar parte activa en la tarea de la bomba y en otras que la necesidad imponia. Extenuados al fin por la fatiga á que no estaban acostumbrados, descansaban en un colchon en la cámara de popa, donde se hallaba tambien la madre con los demás hijos encomendando á Dios aquellos caros objetos de su ternura. Miéntras el sueño les rendia, un gran ruido sonó sobre la cubierta...

Dejarémos al mismo señor Starck continuar la relacion de este suceso y de cuanto se siguió. Creemos que su narracion será agradable para la juventud, demostrándola una importante verdad, y es que, sea cualquiera el grado de infortunio á que Dios por sus altos juicios nos someta, su Providencia nunca abandona á los hombres que no se abandonan á sí mismos, cumpliéndose así el refran ó sentencia moral: Ayúdate y te ayudaré.