El Tempe Argentino: 12

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo X[editar]

El yacú o pava del monte, el palo real, el maca, el biguá y el caburé


Entre las aves isleñas más estimables por su carne y más útiles para enriquecer nuestros gallineros, merecen la preferencia dos magníficas gallináceas, conocidas por los nombres de pava del monte y carau. Una y otra ofrecen un alimento no menos sano que grato al paladar; recurso apreciable para surtir la mesa de los colonos del delta, y sobre todo para el regalo de los viajeros. El nombre guaraní de la primera es yacú, y tanto ésta como carau son voces imitativas de los graznidos peculiares a estas aves. El carau es de dos pies de largo, y de color negruzco con algunas pintas blanquecinas en el vientre. El yacú o pava del monte es una especie intermediaria entre el faisán y el pavo, de la misma forma, pero menor tamaño que éste; su plumaje es de un tornasolado verdinegro con reflejos metálicos. Tiene sobre la base del pico una carúncula carnosa, naranjada, y en la cabeza un moño elegantemente rizado. Esta especie se reune en bandadas numerosas, y elige por mansión los bosques: anida sobre los árboles y se alimenta de semillas, frutas y brotes; pero a similitud del carapachayo, no tiene otra cosa de montaráz sino su domicilio, pues su carácter más saliente es el de la tranquilidad y mansedumbre; sus costumbres son tan pacíficas como sociales. Verdad es que la constante persecución que han sufrido las pavas del monte, por ser bocado exquisito, las ha hecho tan desconfiadas, que en el bajo delta no se presentan sino por casales; pero siempre se acercan a los ranchos, como para manifestar su inclinación a la vida doméstica. Aunque se tomen ya adultas, en breve se muestran tan familiares como las gallinas, y no son más delicadas o melindrosas que éstas para alimentarse.

"Es de admirar (dice Mr. Lesson) que hasta ahora no se haya pensado traer a nuestros corrales unas aves que son tan preciosas como el mismo pavo y no menos fácil habituarlas a nuestro clima. Su natural lleva demasiado impreso el sello de la indolencia y de la tranquilidad de hábitos para que en poco tiempo puedan obtenerse resultados favorables. Por otra parte parecen hallarse contentas a la inmediación del hombre cuya sociedad buscan, y al acercarse la noche vienen a recogerse en la guarida que se le ha preparado, donde viven en paz."

Todo lo que se ha dicho del yacú es aplicable al pato real, otro de los moradores del delta, llamado así por su grandeza y la brillantez de su ropaje. Es de cerca de una vara de largo; tiene la cabeza guarnecida de protuberancias carnudas de un color rojo muy vivo; su plumaje es de un negro reluciente; tornasolado con verde oscuro: saca hasta catorce patitos de cada incubación. Le gusta encaramarse sobre los árboles, y suele aovar en ellos aprovechándose de los nidos abandonados de otras aves. Llámasele también pato moscado o almizclado, por el olor que despide, proveniente de un licor que filtra de las glándulas situadas sobre la rabadilla, la cual se debe cortar así que se le mate, para que su carne no tome mal sabor. Son tan domesticables como los yacúes, y las dos especies estaban entre las aves caseras que los conquistadores encontraron en las poblaciones guaraníes.

Entre las aves acuáticas de más provecho, abunda mucho el macá, del género de las grevas. Aunque clasificado entre las palmípedas, no tiene membrana en los pies como los patos, sino los dedos separados y aplastados como pala de remo, y sin uñas; es un aparato exclusivamente para nadar, así es que no le sirve para andar en tierra, y por eso no se le ve nunca caminar ni asentarse en el suelo. No tiene cola, ni vuela sino a remesones, y siempre rasando la superficie del agua.

Estas aves deben apreciarse por su mucha grasa, por su carne de gusto agradable, por los huevos que se comen como los de gallina, por su pluma abundante, suave y lustrosa, y por su espeso y finísimo plumón. Sería muy fácil sujetarlas en charcos y estanques, porque no pueden caminar ni escaparse volando. Se mantienen de pececillos y de insectos que buscan dentro del agua.

El maca no debe confundirse con el biguá, llamado zaramagullón por los Españoles. El primero es de vientre ceniciento y manto gris, y el segundo es todo negro; el maca tiene el pico recto y aguado, el biguá corvo en su extremidad. Este tiene la cola en forma de abanico, membranas entre los dedos, y vuela con bastante rapidez. El plumaje del biguá no es impermeable como el del otro; por ese motivo se le ve con frecuencia parado sobre los troncos de las riberas con las alas extendidas para orearse.

En la familia de las aves nocturnas encuentro dos que conviene conocer; la una como amiga, y la otra como enemiga. El ñacurutú, uno de los mayores bubos que se conocen, aunque de aspecto espantoso, es manso con el hombre y se sujeta a desempeñar en nuestras casas el oficio de ratonero, sin desmandarse jamás a echar las uñas sobre la familia de pluma. Todo lo contrario se le atribuye al caburé, que a pesar de ser un pequeño mochuelo, es fortachón y atrevido. "No hay (dice Azara) una ave más vigorosa en proporción del volumen de su cuerpo, así como no la hay más feroz ni más indomable. Tiene el valor y la destreza de introducirse bajo las alas de todas las aves, sin exceptuar los pavos y los caracaraes, y agarrándose de sus carnes, les devora los costados y las priva de la vida. "Llámanlo rey de los pajaritos, porque se cree generalmente, que estos vienen cuando él los llama para almorzarse al más gordo. Lo que sucede es, que el caburé solamente de noche hace sus matanzas, y cuando llegan a descubrirlo de día los pájaros que lo aborrecen, se alborotan, chillan, se reúnen en gran número y giran alrededor del enemigo en ademán de acometerlo, pero sin osar acercársele. El caburé se mantiene impasible e inmóvil, manifestando el mayor desprecio a la turba de cobardes que lo cercan por todas partes y lo asordan con su algazara. El no tiene apetito porque ha hecho una espléndida cena; pero, como se le vienen a las manos tan buenas presas y la ocasión hace al ladrón, echa sus garras a la que más le place, y allí mismo tranquilamente, en presencia de los parientes y amigos de la víctima, se la trinca y se la come, sin que ninguno se lo estorbe.

Habrá quienes al presenciar este cuadro, exigirán de estas tímidas avecillas la reflexión y el valor que suele faltar a los mismos hombres en situaciones semejantes.