El Tempe Argentino: 13

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo XI[editar]

La calandria o el ruiseñor de América


No poca confusión ha causado en la Historia natural de América el abuso que hicieron de la nomenclatura los primeros pobladores y viajeros, aplicando a las producciones de este continente, ya nombres caprichosos, ya las mismas denominaciones de las del antiguo, al más ligero rasgo de semejanza que advirtiesen entre unas y otras. De esto se ha derivado el erróneo concepto formado, aun por los doctos, de la degradación o inferioridad de las especies americanas. De ahí el juzgar al llama como un camello degenerado, y tener por un animal contrahecho al perico-ligero por haberlo observado fuera de su elemento, que es la dilatada copa de nuestros bosques, y por el ay ay de su voz, suponiendo que esta interjección de dolor en el lenguaje humano, manifestase igualmente en una bestia la triste condición de un ser condenado por la naturaleza a la desdicha. De ahí también llamar nutria al quiyá, cerdo al carpincho, oso al tamanduá u hormiguero, y dar todavía nombres no menos impropios a gran número de animales y plantas de estas regiones. Uno de los pájaros americanos que por la hermosura de su canto, ha arrebatado la admiración del mundo antiguo, denominado por los naturalistas mimus o burlón y poligloto (que habla muchas lenguas), ha recibido entre nosotros el nombre inadecuado de calandria, siendo asi que ni aun pertenece al género de esta alondra, sino al de los mirlos. Es el mismo burlón de la Luisiana, la tenca de Chile, y el cenzontlatole de Méjico; nombres todos alusivos a la facultad que posee este pájaro de imitar el canto de las demás aves, y aún el grito de algunos cuadrúpedos.

También lo han llamado Orfeo por su habilidad musical, y Buffón lo llama ruiseñor de América, reconociendo la supremacía de nuestro cantor sobre la filomena del viejo mundo. El es también el único en el globo que tiene el arte singular de acompañar su voz con movimientos llenos de gracia y de expresión. Los burlones, o llámenseles calandrias, son aves exclusivamente americanas como los picaflores; unos y otros sin rival en toda la creación, en belleza y variedad éstos, y aquéllos en gracia y canto. Las dos especies recorren todo este vasto continente, hermoseando la una con su lindeza y su gracejo, y la otra con su música y su mímica, los sitios privilegiados con un suelo feraz y un cielo ardiente o templado.

Nuestra calandria tiene un ropaje pardo y sin brillo. M. Lesson, examinando una, muerta en los alrededores de Montevideo, la encontró de una extraordinaria semejanza con la especie de Cuba y de los Estados Unidos. La parte superior de su cuerpo es de un color ceniciento oscuro, con listas blancas en las alas; tiene unas manchas blancas sobre los ojos, figurando grandes cejas; su pecho es cenizoso y su vientre blanquecino. Lejos de hacer daño en los sembrados y jardines, persigue las orugas, y en el invierno destruye las crisálidas que las harían pulular después de su transformación. Es difícil tenerla enjaulada si no se ha criado en casa, a causa quizá de ser de un natural tan vivo, que no se para jamás, pues hasta para cantar va saltando o revolando. A poco tiempo de hallarse sin libertad muere consumida de tristeza. Sin embargo, es un ave bastante familiar y con cierta inclinación al hombre, pues se la ve acercarse con frecuencia a su morada, complaciéndose en cantar a su presencia. No debemos nosotros manifestar menos humanidad y gratitud que los Americanos del Norte para con esta avecita inocente y graciosa. "Los niños (dice Audubon) en general, no tocan estas aves, que son protegidas por los labradores; y esta benevolencia para con ellas llega a tal punto en la Luisiana, que no es permitido matarlas en ningún tiempo."

Es imposible leer las brillantes páginas que aquel elocuente ornitólogo consagra al burlón, sin admirar y cobrar el más tierno afecto al objeto de su entusiasmo. "No son (dice hablando de su canto), no son las dulces consonancias de la flauta o del oboe las que escucho, sino las notas más armoniosas de la misma naturaleza; la suavidad de los tonos, la variedad y gradación de las modulaciones, la extensión de la escala, la brillantez de la ejecución, todo aquí es sin rival. ¡Ah! sin duda, en el mundo entero no existe ave alguna dotada de todas las cualidades musicales del rey del canto, de aquel que ha aprendido todo de la naturaleza, sí, todo!"

"No sólo canta bien y con gusto (añadiremos con Buffón), sino también con acción y alma: o por mejor decir, su canto no es otra cosa que la expresión de sus afecciones internas; se entusiasma a su propia voz, la acompaña con movimientos cadenciosos, siempre adaptados a la inagotable variedad de sus frases, ya naturales, ya adquiridas."

Tiempo hacia que yo me ocupaba en el cultivo de una de las bellísimas islas del delta. Una hermosa mañana de otoño salí de mi choza al amanecer a dar un paseo por mi posesión. Caminaba lentamente; ya atravesando plantíos de jóvenes frutales que me presentaban sus primicias, hermoseadas con el lustre del relente; ya siguiendo las sendas humbrosas del monte, donde las aves que acababan de despertar, saltaban de rama en rama, haciendo caer sobre mí una lluvia de rocío; ya abriéndome paso por la espesura y vagando sin sendero.

¡Qué enajenantes descubrimientos! ¡Arroyuelos serpeando por entre espadañas coronadas de sus blancos penachos y de pintados pájaros, durazneros abrumados con su fruto en racimos rubios y carminados, hermosos panales colmados de miel!... ¡Oh, qué dicha el descubrirlos por primera vez! ¡Qué gusto andar por sendas desconocidas, trazadas por la apacible capibara; contemplar aquellas vertientes de agua cristalina, a cual más sinuosa y bella; encontrarse sorprendido bajo una rústica glorieta que siglos haría esperaba la primera visita del hombre; y allí, sobre su alfombra de musgo, intacta aun, tenderse a reposar y enajenarse con el recuerdo de las emociones de aquel día!

A cada paso se ofrece un objeto nuevo, una planta, un insecto en que se descubren nuevas maravillas que tienen el espíritu en incesante fruición. La naturaleza, infinita en su variedad y portentosa en sus obras, ofrece al observador una fuente inagotable de goces intelectuales, que jamás terminan en la fatiga o el hastío de los placeres de los sentidos. Absorto en estas reflexiones, no había notado que ya un sol radiante había disipado las sombras del crepúsculo y los vapores del río. Me hallaba a la entrada de un dilatado bosque de seibos imponentes por su grandeza; bellos por sus flores y los festones de lianas que ondeaban de copa en copa, amenizados por los juegos de la luz del sol que penetraba en lampos temblorosos por entre el agitado ramaje. El árbol que me daba sombra estaba más espléndidamente decorado que los otros; entre mi árbol y el bosque se extendía un pequeño campo, y en medio de él descollaba un mirto florido. Mil susurros agradables se sucedían a mi alrededor, y un ambiente fresco y oloroso, no sé por qué, al repirarlo me llenaba de contento y embargaba mi espíritu en una vaga y dulce contemplación.

Repentinamente despierta mi atención una música deliciosa que parecía resonar en todos los ámbitos del bosque. Cuanto acento encantador puede salir de la garganta de las aves; cuantas seducciones hay en los instrumentos músicos más bien tocados y en la voz humana más dulce, más melodiosa y más querida, parecían haberse reunido en los acentos que escuchaba. La luz y el perfume y las bellezas que me habían enajenado, se habían confundido con la célica armonía para no formar sino un solo concierto. Mis ojos buscan anhelosos la Sílfide, la Ondina o la Sirena que producen el encanto, cuando una faja vaporosa, compuesta de innumerables alas, elevándose en espiral sobre el mirto solitario, me presenta en su cima a la calandria ejecutora de aquel portento de melodías. A los hechizos de la música uníase la gracia incomparable de los movimientos del ave. Salían de su garganta gorgeos vivos y sonoros, y al mismo tiempo remontaba con raudo vuelo describiendo círculos, y descendía con iguales giros, para volver a subir, sin cesar, en sus hermosos concentos. Ciérnese en el aire, cual colibrí ante las flores, acompañando una suavísima cadencia con la vibración imperceptible de sus alas, como si exprimiese allí toda la intensidad de su ternura. Acelera nuevamente su revuelo circular y exhala suspiros melodiosos que no pueden menos que corresponder a la voluptuosidad de sus recuerdos, degradándose al paso que asciende el cantor en rápido remolino, hasta apagarse en un silencio en que mi alma se deleitaba como si resonaran aun en mi interior los ecos de la divina armonía. Posada la calandria sobre la copa del mirto, nuevos acentos estrepitosos y brillantes llenan los espacios del bosque, sucediénclose con la volubilidad de los arpegios y los trinos, y el ave los acompaña con revuelos igualmente vivos y tumultuosos, que son acaso la expresión de los transportes de su júbilo celebrando sus dichas y sus triunfos.