El Tempe Argentino: 19

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo XVII[editar]

El Camuatí


La colmena es un jardín de virtudes.
Plutarco.

Es un destello de la divinidad.
Virgilio.

Su historia es una serie de prodigios.
La Treille.


Entre el cúmulo inmenso de las riquezas naturales que cubren profusamente la faz de nuestro suelo hermoso, entre los innumerables, nuevos y bellos objetos que ofrece a nuestra contemplación en los tres grandes órdenes de la creación terrestre, hay uno en nuestras islas, prodigioso, pero ofuscado por la misma sobreabundancia que lo rodea, como la centelleante luciérnaga se pierde entre las estrellas que brillan al través de nuestro diáfano cielo, o como el incomparable picaflor desaparece por su pequeñez en medio de la multitud de lindas y variadas aves que abrigan nuestros bosques. Ese objeto tan peregrino como ignorado, cuyo nombre es apenas conocido, es el CAMUATÍ. He preferido el estudio del camuatí, por lo mismo que yace oculto e ignorado, como se encuentra la virtud entre el tumulto de la sociedad humana; el camuatí, que bajo un exterior sencillo, tosco, sin brillo, emblema de la modestia que suele acompañar al mérito, encubre cosas admirables, incomprensibles.

El camuatí es una república de avispas, incógnita todavía en el mundo científico; es una maravilla de las obras de Dios; es una lección elocuente para los hombres.

No es mi intento describir ni menos analizar esta obra divina; sólo sí, llamar la atención de los sabios capaces de comprenderla.

Y he recogido algunas palabras simbólicas de salud y de vida, que han reflejado hacia mí, al contemplar este espejo de una sabiduría y poder sobrenatural; y me apresuro a comunicárselas a mis hermanos, porque es un deber tan grato el hacer bien a sus semejantes, y mayor y más dulce todavía ser útil a nuestros compatriotas.

Desde los más remotos siglos la historia natural de las abejas ha ocupado la atención de los sabios. Hubo algunos que emplearon todos los años de su vida en ese estudio; se cuentan por millares los libros y tratados que se han escrito sobre estos insectos industriosos, y entre sus autores se notan muchos naturalistas afamados. Pues bien; las avispas del camuatí americano son mucho más admirables que las abejas de la colmena europea.

Desde los primeros pasos de uno y otro enjambre se manifiesta la superioridad industrial de aquél sobre ésta.

Las abejas no pueden emprender su trabajo si no encuentran una oquedad en los leños o en las rocas, o una colmena preparada por el hombre; pero el camuatí [1] no necesita de abrigo alguno, ni de auxilio ajeno; más ingenioso y audaz, confiado en su habilidad e industria, una ligera rama le basta como punto de arranque para desplegar la idea sublime de aquel palacio pensil que encierra tantas maravillas.

Los habitantes de la colmena, reducidos a un limitado recinto, como los hijos de la Europa, tienen que abandonar su patria y errar buscando un nuevo asilo por el mundo. No así los habitantes del camuatí, que continúan por muchos años ampliando los términos de su ciudad aérea; y cuando juzgan conveniente dividirse en nuevos Estados consultando sus recíprocos intereses, se separan en paz, como Abraham y Lot, y van a fundar otras colonias felices en los dilatados bosques que los rodean.

Las abejas tienen que emplear el néctar de las flores para hacer sus construcciones, porque de la miel se forma la cera en sus estómagos, secretándose por los anillos inferiores del abdomen, sin intervención de su industria. Más ecónomos e industriosos, los camuatíes no sacrifican, como aquéllas, una parte de su tesoro melífluo para construir su morada y sus panales; preparan ellos mismos una pasta idéntica a la del papel, hecha de la albura de los árboles secos, cuyas fibras arrancan, trituran y humectan con sus mandíbulas, dándole más o menos consistencia, según lo requiere la arquitectura del edificio. Con este arte singular hallan en todo tiempo materiales abundantes, cuando la abeja tiene que esperar la estación de las flores para emprender sus trabajos.

Reducido el alimento de la abeja a las frutas, las flores y la miel de su despensa, suele agotársele ésta y padecer de necesidad en los inviernos prolongados. Pero el camuati, que puede y sabe economizar sus provisiones, sustentándose con insectos, vive siempre en la abundancia, prestando al mismo tiempo, como insectívoro, un importante servicio a la agricultura.

En cuanto a la organización de estas dos admirables sociedades, no me es posible aún formar un paralelo exacto, porque todavía no he hecho un estudio detenido de la economía social del camuatí. No obstante, de la igualdad que he observado en todos sus individuos, de la similitud de todos los alveolos entre sí, y de la no existencia de los zánganos, se puede inferir que el sistema gubernativo del camuatí es análogo a la democracia, y por consiguiente es muy aventajado al gobierno de las abejas. Tienen éstas la fatalidad (como muchas sociedades europeas) de alimentar en su seno una clase privilegiada de ciudadanos que viven sin trabajar, llamados zánganos; bien que son de tiempo en tiempo expulsados por el pueblo. El camuatí se compone únicamente de ciudadanos laboriosos, que con su industria y trabajo contribuyen a formar una habitación, una provisión y una defensa común, que aseguran el bienestar individual.

No es tampoco el gobierno de las abejas un remedo del gobierno monárquico hereditario como se había creído. Es a lo sumo una monarquía electiva, según se deduce de las observaciones de Schirac y de Huber, que consideran a la abeja madre como reina de la colmena. Las abejas crían y preparan para abejas reinas cierto número de larvas comunes del pueblo, las cuales, por medio de una alimentación abundante, se transforman en verdaderas hembras, en vez de quedar sin sexo como las demás obreras. Hasta cuatro veces en el año las abejas eligen nueva Reina; por manera que a cada generación corresponde un nuevo reinado. Al tiempo de la elección se observa en el interior de la colmena gran murmullo e inquietud. La Reina destronada corre agitada de un lado a otro, como si intentase acometer a la nueva electa, pero ésta es rodeada y defendida por el pueblo, hasta que la soberana depuesta se ausenta seguida de sus adictos, y buscan donde establecerse. Cuando se muere la soberana y falta un candidato para el trono, hay un interregno mientras crían una larva del pueblo para reina.

Cuando el supremo Hacedor formó al hombre, dotándolo de la inteligencia y del libre albedrío, parece que quiso dejarle a sus ojos, en la colmena y el camuatí, una lección viva y perpetua del orden social, para que por él se modelasen las sociedades humanas. Pero ¡cuan poco se ha sabido aprovechar de estos divinos ejemplos!

No carece de verosimilitud que la colmena del Viejo Mundo haya sido la que inspiró a Platón el ideal de su República, aunque admitiendo la división de clase o categorías y la esclavitud, porque la luz divina del Evangelio no había llegado aún para disipar los grandes errores de la humana política. Empero en el nuevo mundo tuvo el hombre un modelo más acabado en la república del camuatí, y una inspiración más pura en la religión para establecer la sociedad sobre la base de la fraternidad y mancomunidad, como en aquellas colmenas de hombres de las reducciones guaraníes, tan celebradas, que florecieron en la misma patria del camuatí.

¡Admirable combinación de voluntades, esfuerzos e interés, que da por resultado el orden, la paz, la seguridad y la abundancia para todos! Economía social, por cierto muy superior a lo general de la civilización humana, donde abandonados los individuos a sus impulsos aislados y necesariamente incoherentes, se ponen en choque unos con otros los intereses privados, y el interés individual en oposición con el interés colectivo. En el camuatí, del concurso armónico del trabajo de todos, resulta la mayor suma posible de comodidades y riquezas, de que participan igualmente el pequeñuelo, el anciano y el enfermo, no teniendo ningún individuo por qué inquietarse por su futura suerte ni por la de su descendencia.

El camuatí, como la abeja y otros insectos de este orden, está armado de un aguijón ponzoñoso, que siempre lo emplea para su defensa y nunca como agresor. Conocida está la triste condición de las abejas europeas, condenadas a trabajar para sus amos. ¡Mísero pueblo, cruelmente sacrificado a la codicia de los mismos a quienes enriquece! [2].

Nuestras avispas, injustamente conceptuadas por malignas y feroces, son de la índole más noble, pacífica y sociable. Yo he traído más de un camuatí de los montes silvestres del Paraná, lo he colocado cerca de mi habitación, y al punto han continuado las avispas sus trabajos, reparando algunas lesiones que había sufrido exteriormente en el transporte; y mil veces me he puesto a mirarlas trabajar a dos pasos de distancia, sin que jamás hayan intentado ofenderme. Por el contrario, parece que sensibles a mi afecto, ha venido uno de sus enjambres a situarse en un peral inmediato a mis ventanas, a seis pasos de distancia, construyendo al alcance de la mano una magnífica colmena, donde han podido observar de cerca sus trabajos todas las personas que han visitado mi quinta de San Fernando.

Se muestran tan familiares y confiados, que beben en nuestros mismos vasos, y se paran sobre las flores y las frutas que los niños tienen en sus manos. Muchas veces cuando he visto al camuatí afanado en arrancar las fibras de un tronco seco para preparar su pasta, lo he tocado impunemente con el dedo, sin que por eso abandonase su tarea; un tenue estremecimiento del insecto manifestaba, no sé si su temor o su contento, pero su ira no seguramente. ¡Y éstos son los animales odiados y tenidos por perversos!

Los camuatíes sólo hacen uso de sus armas en defensa de su vida, de su propiedad y de su pueblo. ¡Desdichado del que quiere ofenderlos, del que llegue a conmover su edificio, o a perturbar su sosiego! Entonces cada uno de estos pequeños insectos se convierte en un guerrero temible. Sin aprecio de sus vidas, sin mirar si el enemigo es poderoso, se arrojan sobre el en veloces torbellinos, lo acosan, lo hieren, lo persiguen con encarnizamiento, hasta ponerlo en fuga y dejarlo escarmentado para siempre. Así es como se defiende lo que se ama; y los que quieren tener patria y libertad, así es como deben defenderlas.


  1. Llámase indistintamente "camuatí" la avispa y el edificio que ella construye.
  2. En Europa es muy general entre los colmeneros la costumbre de matar las abejas para sacar los panales.