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El Tempe Argentino: 20

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo XVIII

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Continuación del camuatí


La geometría les ha dado su regla y su compás.
Quintiliano.

Detrás de las cortinas está el sublime artista.

Bonnet.


Camuatí es palabra del guaraní, que significa: avispas reunidas amigablemente. Sólo un idioma tan hermoso y expresivo, tan sencillo y filosófico como el guaraní, pudiera comprender tantas ideas en tan breves y suaves sonidos, y encerrar en el nombre de una cosa más notables atributos.

Esta avispa es mucho más pequeña que la abeja doméstica, pues sólo tiene seis líneas de largo, y poco más de una de grueso. Su cabeza es abultada, su color negro con una pinta amarilla, cuadrada, en la espalda, entre el nacimiento de sus alas color café. El abdomen, que es igual a su cuerpo, se une a éste por una cintura filiforme. Su figura es más esbelta y graciosa que la de la abeja, y no tiene el vello que tanto afea el cuerpo de ésta. Tal es el insecto que vive como la abeja en sociedades numerosas, bajo de ciertas leyes; que provee a su subsistencia y la de su familia por medio del trabajo; que construye sus ciudades pendientes de un árbol, muradas y techadas; compuestas de grandes caseríos, con sus calles y sus plazas.

Si al más sabio geómetra o ingenioso arquitecto se le propusiese el problema de formar el mayor número posible de viviendas, en el menor espacio, con la mayor solidez y el menor gasto de materiales y trabajo, consultando también la mayor comodidad y seguridad de sus moradores, y bajo un plan que pueda continuarse indefinidamente según el incremento de la población; tal vez alcanzaría su ciencia a resolverlo satisfactoriamente, y si lo consiguiese, no podría ser otra la solución, que el camuatí.

Sería necesario ocupar un gran volumen para exponer toda el arte, toda la habilidad, toda la sabiduría con que está trabajada esta obra maravillosa; arte, habilidad y sabiduría, que, sin duda, no están en el insecto que la ejecuta. Me limitaré a hacer una breve descripción que, aunque defectuosa, tendrá siquiera el mérito de la relación del primer viajero que visita un país desconocido.

El camuatí en su exterior es semejante a la colmena de los antiguos y a la que, después de mil ensayos, ha adoptado y descripto Lombard modernamente; de lo que resulta, que el ingenio del hombre no ha podido encontrar para morada de la abeja, una forma más adaptable que la que ofrece el camuatí. Es un cono truncado, con su cúspide hemisférica, se asemeja a una campana colgada, pero la base es inclinada y convexa.

El tamaño del edificio, varía según el período de su construcción; los hay hasta de tres pies de altura y dos de diámetro. También varían mucho las relaciones geométricas entre su elevación y la amplitud de la base, según lo más o menos numeroso de los enjambres; pero en todos los camuatíes es casi igual el diámetro del techo o bóveda, que es de diez a doce pulgadas. Cerca de la base, en la parte más elevada del declive de ésta, tiene una abertura de dos o tres pulgadas, resguardada por un techo saliente abovedado; éste es el atrio o portal del edificio. Todo el exterior del camuatí está erizado de gruesas y cortas púas romas que defienden las paredes contra el choque de las ramas de los árboles y el rozamiento producido por la continua oscilación de aquel palacio colgado.

Antes de pasar al interior del camuatí, haré conocer el material de que es formado. Reúne éste tantas y tan buenas condiciones que, después de bien examinado, no puede la imaginación concebir una cosa más adecuada para su destino. Ya se ha dicho que ese material es una pasta como papel, hecha de la albura o primera madera que se halla bajo la corteza de los árboles: y es precisamente la misma de que era fabricado en la China el primer papel que se conoció en Europa no hace muchos siglos. ¡Invención admirable, que tanta parte ha tenido en los progresos de la civilización y de las ciencias! ¡Ojalá los hombres la hubieran podido aprender de las avispas algunos miles de años antes!

No podían las avispas haber elegido una sustancia más abundante en toda estación, ni más fácil de transportarse por su levedad. La cera, además de ser pesada y fusible, necesita pasar por una elaboración de veinticuatro horas en el segundo estómago de la abeja para ser secretada; mas el camuatí prepara al aire libre su pasta papirácea en pocos instantes. Para construir su colmena colgada en una rama, como le era utilísimo para mayor seguridad de sus riquezas y otras muchas conveniencias, necesitaba emplear un material que reuniese las calidades de fuerte y liviano; y estas propiedades reúne en alto grado la pasta del camuatí. Y es por su naturaleza susceptible de muchas modificaciones: para el forro de la fábrica las obreras la hacen compacta y tenaz; para la cuna de los hijos, muelle y flexible; es impenetrable a las lluvias; es mal conductor del calórico para que se conserve la buena temperatura interior impidiendo el efecto, tanto del frío como del calor exterior; y finalmente es inodora e insípida, para que no incomode a los habitantes ni altere el sabor y aroma de la miel.

La misma contextura fieltrosa de esta admirable preparación, tiene una relación muy inmediata con la conservación del edificio, del tesoro que encierra y de la salud de las avispas. Al través de aquellas porosas paredes se escapan los vapores y emanaciones perniciosas que en las colmenas ocasionan el enmohecimiento de los panales, las enfermedades y mortandad de las abejas.

¡Qué singulares analogías se encuentran entre la colmena europea y las ciudades de Europa, y entre la población del camuatí, colmena americana, y las poblaciones de América! ¡Aquéllas, todas dolorosas; éstas, todas venturosas! ¿Qué son sino unas colmenas infectas esos desordenados montones de casas sobre casas, aislados de la naturaleza, donde una inmensa población bulle, ansiosa de vida en un foco de muerte? Nuestras simétricas ciudades con sus anchas y rectas calles, sus espaciados edificios, sus jardines y arboledas, gozan de las condiciones higiénicas del camuatí. Imitemos también la prolija limpieza de este insecto, pues que el aseo es uno de los primeros requisitos para la sanidad, y jamás seremos visitados por las epidemias que diezman con frecuencia las colmenas y las ciudades del antiguo mundo.

Más esa infeliz coincidencia resultará más, cuando nos internemos en esta nueva Pompeya, encubierta por tantos siglos a los ojos de los hombres.

La esfera, además de ser la más bella de las formas, es la que con menor superficie encierra mayor espacio, y la que tiene más solidez con menos material; tal es la figura del camuatí el primer año de su construcción. Pero no son estas solas las condiciones que se requieren en la obra: no le conviene al arquitecto continuarla en la misma forma esférica, porque cada año, ensanchándose el edificio con el aumento de enjambre en el verano, tendría que trabajar un nuevo techo y cubrir una gran superficie con un muro sólido para pasar el invierno. No toca, pues, en los años subsiguientes, la parte superior del edificio, sino que, partiendo de la mitad del globo ya construido, continúa hacia abajo la obra con progresivo ensanche, dándole la forma cónica que es, después de la esférica, la que ofrece mayor ámbito y firmeza.

Con este plan ingeniosísimo se concilian y combinan todas las ventajas desiderables, el fácil escurrimiento de las aguas, por la declividad de todas las superficies; la fortaleza del techo, por su convexidad; la mayor resistencia en las paredes, por su hechura circular, y la ampliabilidad indefinida del edificio en proporción del aumento de sus habitantes. El comenzar la obra por el techo tiene también muchas ventajas; la principal es, que todas las obras nuevas y los trabajadores estén siempre a cubierto; y cada año, a la entrada del invierno, no tienen mas que reforzar la capa inferior, para que toda la construcción quede asegurada. Mil observaciones pueden hacerse en favor de la forma exterior del camuatí, y todas nos conducirán a asegurar que sería muy difícil, sino imposible, dar más perfección a la colmena argentina.

Empiezan las avispas su edificio abrazando con la pasta papirácea cuatro o seis pulgadas de una rama delgada, de las más horizontales, y desde allí extienden la cúspide de la campana que ha de servir de techo. En el interior o cielo de esta bóveda hacen el primer panal en forma de una taza pegada por su borde al techo, con las celdillas por la parte inferior, de modo que todas quedan boca abajo. A media pulgada de distancia, hacia abajo de este primer panal, construyen el segundo, de igual forma, pero algo mayor.

Continúan en este mismo orden, agregando panal bajo panal, en capas paralelas cada vez más grandes, extendiendo y ensanchando al mismo tiempo la pared exterior, a la cual van adheridos en disposición casi horizontal. Según se va agrandando el camuatí, van tomando los panales una dirección más oblícua, que va siempre en aumento. Estos panales pueden considerarse como los diferentes pisos del edificio. A cada panal le dejan una abertura arrimada a la pared, y todas estas puertas se comunican en línea recta, de abajo arriba, formando una galería, que es el pasadizo o la calle principal interior, desde la puerta exterior o el portal, con su correspondiente sobrado que lo defiende de las lluvias. Cada año hacen un portal nuevo y cierran el del año precedente. Contando estos portales tapiados, se puede saber el número de años que han trabajado las avispas. He visto hasta ocho portales en un camuatí.

Los panales tienen alvéolos solamente por la parte inferior; la superficie superior queda escueta como un patio cubierto que tiene por techo el caserío del panal de arriba, y sirve de techo al panal de abajo. La curvatura e inclinación de los panales les da más fuerza para sostener el peso de la miel y de la cría; y la posición vertical e inversa de los alvéolos es muy conveniente para la limpieza y conservación de la miel sin cristalizarse.

El dejar sin celdillas la superficie superior de los panales, debe ser también con el objeto de tener por donde transitar sin interrumpir a los trabajadores, ni andar sobre la miel y los hijos; comodidad que no ofrecen los panales de la colmena.

Los camuatíes dan a sus celdillas la misma forma exágona de las de la abeja; cada celdilla tiene seis lados o paredes correspondiendo cada pared a cada una de las seis celdillas circundantes: pero el fondo de las del camuatí no es anguloso como el de las de la colmena, sino redondeado para mayor comodidad de la tierna prole.

La arquitectura apiaria, que ha sido y es el asombro de los geómetras y arquitectos, es más artificiosa y admirable en la colmena que en el camuatí, en cuanto a la disposición de la base de los alvéolos, porque la abeja, haciendo dobles sus panales (es decir de dos capas o camadas), de modo que los alvéolos se tocan por sus fondos, ha adoptado una traza admirable para ganar espacio y economizar materiales. La avispa del camuatí, como que dispone de materiales abundantísimos, ha consultado más su comodidad que la economía, construyendo sus panales sencillos (esto es, de una sola camada de alvéolos), y por consiguiente no necesita dar a los fondos la forma angular, y ha preferido hacerlos cóncavo-convexos, configuración indudablemente más a propósito para la cuna de las larvas.

Los alvéolos o celdillas del camuatí todos son sensiblemente iguales, sin que se note uno solo que pueda decirse destinado para alojamiento de una reina, o de un zángano, como sucede en la colmena, donde se encuentran algunas celdillas de doble tamaño para las larvas de las presuntas reinas.

El forro o pared exterior del camuatí es grueso y compacto como un cartón fuerte, con mayor espesor y solidez en su techumbre. Para hacer la habitación más abrigada, con ahorro de tiempo y materiales, las avispas han aplicado hábilmente aquella propiedad del aire de ser mal conductor del calórico. Para ello han establecido contra el techo, por la parte de adentro, un sistema de cavidades, formado con hojuelas dispuestas en formas de escamas, o cubiertas con cielo raso, de modo que entre éste y el techo queda interpuesta una capa de aire. Por este medio se preserva completamente el edificio del ardor del sol en el estío y del efecto de los hielos del invierno.

Sería necesario hacer una larga y difusa relación para detallar todas las particularidades que se observan en el interior de un camuatí. En todas ellas surge ostensiblemente la idea de la utilidad, que envuelve en sí las de seguridad y de comodidad, así como la economía de tiempo y de trabajo; y todo esto obtenido siempre por medios tan ingeniosos y sencillos, que no puede menos de reconocerse allí la obra de una alta sabiduría.

La serie de prodigios de que se forma la historia del camuatí empieza desde su cuna. Luego que las avispas han dado principio a las paredes de los primeros alvéolos, deponen un huevecito en el fondo de cada celdilla empezada, del cual sale un gusanito o larva, sin más miembro que su cabeza apenas perceptible. Mientras las obreras adelantan los alvéolos, otras avispas se ocupan en alimentar a su informe prole. A los veinte días de este afán, cuando las larvas están crecidas del tamaño de las avispas, cierran éstas las puertas de sus celdillas con una cubierta abovedada. Entonces la larva se forja un capullo de una película sutil, y permanece inmóvil y sin alimento en aquel secreto encierro. Allí se efectúa de un modo misterioso su transformación en avispa, pasando primero por el estado de crisálida en que se perciben ya algunos lineamentos de su futura conformación.

Esta metamorfosis, incomprensible a la razón humana, se opera en seis días en la crisálida del camuatí, al paso que hay otros insectos que permanecen meses y aun años enteros en aquella completa inmovilidad e inedia. Llegado el momento de su libertad, rompe la joven avispa la puerta de su prisión, sepulcro o cuna, y sale a gozar de una nueva vida, dotada ya de la misma habilidad e industria de sus progenitores.

Las generaciones se suceden con mucha rapidez; se aumenta prodigiosamente la población, trabajan todos con actividad; ensanchan a gran prisa su ciudad; y cuando se aproxima el invierno, se apresuran a llenar sus almacenes de provisiones para la rígida estación. Estas consisten en la miel, producto de una breve elaboración del néctar de las flores en un órgano especial del insecto.

La miel del camuatí me parece superior a la de la abeja, e indudablemente la podemos obtener más pura, porque no teniendo olor ni sabor alguno los vasos que la contienen, no la pueden privar de su perfume ni comunicar ninguna cualidad extraña, como sucede a la miel de las abejas, a causa de la cera de que son formados los panales.

¡No sé qué especie de sensación tan agradable se experimenta, al tener uno en la palma de sus manos uno de aquellos hermosos panales esféricos del camuatí, rebosando de nitidísima, cristalina miel! Sea que nos lisonjee la idea de que todo aquel dulce peso que gravita en nuestras manos es puramente de la miel, pues el vaso que la contiene es tan tenue, tan leve, tan aéreo; sea que encante nuestros ojos la vista de aquella superficie, en que con perfecta simetría se diseñan los alvéolos como el engaste de una joya de diamantes; o sea la satisfacción de admirar tan de cerca una obra tan maravillosa, y ser dueños de tan espléndido regalo de la naturaleza; o sea, en fin, que aquel contorno esférico, la más hermosa de las formas, despierte en nuestro pecho voluptuosas simpatías: lo cierto es, que es sumamente delicioso; contemplar uno en la palma de sus manos el primoroso panal del camuatí rebosado de exquisita miel hiblea. Todo en él nos convida a llegarlo a nuestros labios, a aspirar su aroma, a gustar y paladear aquella límpida ambrosía que se nos ofrece en forma sólida, como un refinamiento del placer, para disfrutarla con más comodidad y deleite. ¡Bendita sea la Divina Providencia! Ella ha mandado al mundo esta muchedumbre innumerable de pequeños obreros para que se empleen en la recolección de una abundante y preciosa mies, que sin esto sería perdida por el hombre!

Las flores sin número que realzan con mil colores y dibujos el manto de la naturaleza; las flores destinadas para decorar la mansión del hombre, pues que sólo él sabe gozar de su hermosura y su fragancia; esas flores, tan bellas como efímeras, encierran en sus cálices el dulce néctar que el camuatí atesora en sus maravillosas fábricas. ¿Qué cosa hermosa puede haber que no encierre en sí algún bien? Mas la hermosura que no promete sino un fugaz deleite, es una flor sin néctar. Las virtudes y los talentos en la beldad, son cual la miel en el hermoso panal del camuatí.

Ni la mujer fué destinada a brillar solamente en su juventud pasajera, ni las flores fueron hechas con sólo el objeto de ostentar su fugaz belleza. Ellas tienen un alto y sublime destino: en las flores también se verifica el más estupendo de los arcanos de la naturaleza, la obra de la generación. En ellas tienen las plantas su tálamo nupcial. Sus formas bellas, su brillante colorido, sus vanados matices, los perfumes de sus pétalos, el almíbar de sus nectarios, todo concurre para hermosear su himeneo misterioso.

Los melíferos camuatíes son los convidados a estas secretas bodas; y no sólo presencian aquel tierno consorcio que asegura la fecundidad de la tierra y el sustento de los vivientes, sino que ellos también contribuyen a estrechar el amoroso enlace. Introducidos en las corolas, hacen desprenderse el polen fecundante; y establecida así la comunicación entre los estambres y los pistilos, que son los órganos de la reproducción en las plantas, se asegura y abrevia la fecundación de los granos y frutas que han de perpetuar las especies vegetales y alimentar innumerables seres.

Es la avispa también la que transportando el polen de unas especies a otras, contribuye a la producción

de las plantas híbridas, y a las variedades de flores y frutos que resultan de estos cruzamientos. Y será ella también la que más de una vez estrechará el lazo amoroso, entre aquellos vegetales de diferentes sexos, que por su separación no pueden desposarse, como sucede con nuestro magnifico ombú, lográndose así propagar por nuestras pampas este árbol providencial, tan apreciable por su sombra, como por sus virtudes poco conocidas.

¡Ombú majestuoso, lleno de hermosura, lleno de vida, gloria del desierto! tú eres el hijo predilecto de esta tierra, y yo te amo más que tu misma madre. Tú eres el emblema de la Patria; fuerte, invencible, benéfico, hospitalario como sus hijos. ¡Ombú grandioso, incomparable! eres para mí más hermoso que los soberbios pinos de aquella región infausta del otro lado de los mares. Tu gloria oscurecerá su gloria. ¡Amante solitario de nuestros campos! ¡vuelen tus amores en alas del bello camuatí hasta el seno de tu amada, para que tu benéfica copa proteja la cabaña hospitalaria de nuestras pampas!

¡Admirable armonía de todas las obras de Dios! Este insecto pequeño, que apenas percibimos como una ligera sombra que pasa rápidamente delante de nuestros ojos, formando con sus alas un tenue susurro apenas perceptible a nuestros oídos, está sin embargo estrechamente enlazado con la conservación, la reproducción, la vida y los goces de toda la creación terrestre, sin exceptuar al más altivo de los vivientes! ¡Y quién creyera que aun en el orden moral se podría encontrar una relación inmediata entre el insecto y el hombre! ¡entre una sociedad de avispas y la sociedad humana! Y ¿qué tiene que enseñar el hombre a la avispa del camuatí? ¿No tiene, más bien, mucho que aprender de su maravillosa industria, de su laboriosidad, de su economía social, de sus costumbres?

Mi alma se sobrecoge de admiración y de respeto cuando veo a un insecto ejecutar operaciones que presuponen tanta habilidad, tanto saber, tanta previsión. No puedo menos que ver allí una sabiduría suprema que ha querido confundir y humillar la soberbia de la ciencia humana.

Si a cada paso que da el hombre, si a cada mirada que arroja sobre el corto número de objetos que están al alcance de sus sentidos (cortísimo en comparación de la infinita creación imperceptible que tiene a sus plantas, y de los infinitos mundos que se vislumbran en la inmensidad del espacio y de todo lo invisible); si a cada paso que dá el hombre, encuentra un prodigio que admirar; si él mismo es un conjunto de prodigios incomprensibles, ¿por qué no levanta su espíritu a la contemplación de la suprema Inteligencia que obró tantas maravillas? ¿Por qué no confiesa con humildad que su ciencia, llena de ignorancia, no es capaz de comprender aquella sabiduría y poder infinitos que resplandecen en todas las obras del Altísimo?

Así lo hizo siempre el sabio. Pero el insipiente, que no ve en una estrella nada más que una pequeña luz, y en una avispa, nada más que un vil insecto, ¿qué creencia podrá conservar, si nada conoce, ni aun su misma incapacidad?

¡Cuan grande se siente el hombre cuando se encuentra capaz de arrancar a la naturaleza alguno de sus recónditos secretos; cuando descubre alguna de las leyes que rigen la máquina del mundo; cuando considera los progresos del entendimiento humano; cuando contempla las maravillas del arte y las obras inmortales del genio! El encuentra en sí un principio fecundo, investigador, creador, sublime, el pensamiento, y se siente elevado sobre todo lo terreno y material, y se enorgullece de su propia grandeza! ¡Empero, cuan pequeño parece a sus propios ojos! ¡cuan confundido, cuando circundado de las infinitas maravillas de la creación, no puede su mente penetrarlas! ¡cuando en faz de la obra de un insecto, no puede medir con ella su orgullosa inteligencia!

La obra portentosa del camuatí, hace siete mil años que tiene el grado de perfección que admiramos hoy en ella, y el hombre ha necesitado siete mil años de investigaciones y de estudios para hacer los descubrimientos que le son más necesarios; y después de los desvelos de los sabios, del sacrificio de tantos héroes, de las desdichas de tantas generaciones, aún está muy distante de alcanzar aquella armonía social, aquél orden venturoso que hace ya siete mil años que se hallan establecidos en la república del camuatí.

Pero hay esta diferencia: que la perfección del camuatí es la obra de la voluntad y sabiduría de un Dios; y la perfección de la sociedad humana, dejóla el mismo Dios a la voluntad y sabiduría del hombre.