El Tempe Argentino: 25
Capítulo XXIII
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Ha sido una creencia universal, desde los tiempos más remotos, que el olor de las flores y en general los perfumes vegetales purifican el aire. Si esta persuasión, que parece instintiva en el hombre, llegase a ser un hecho confirmado por la ciencia; si los aromas estuviesen dotados de la virtud de destruir los miasmas pestíferos, en tal caso tendríamos un defensivo natural, de facilísima aplicación, contra el azote cruel de las epidemias en el cultivo de las flores en torno de nuestras viviendas, como lo es contra las impurezas de la atmósfera la plantación de árboles en las ciudades.
"El aceite esencial, dice un autor moderno, que se desprende incesantemente de las flores en forma de vapor perfumado es un agente antipestilencial capaz de destruir los principios deletéreos de la fiebre amarilla, el cólera y demás contagios."
Entre las plantas indígenas de suavísimos olores que las islas de nuestro delta nos ofrecen, hay tres notables por su perfume, que puede ser equiparado con el de las más suaves esencias: el isipó, el duraznillo, y el arrayan. El isipó es una magnífica enredadera vivácea que figuraría con ventaja entre las que decoran los más lujosos jardines formando colgaduras, festones y pabellones de espeso y perpetuo verdor. Es de larga vida, crece sin enroscarse; sus hojas son grandes, coreáceas, parecidas a las del naranjo; sus tallos fuertísimos aunque delgados se extienden desmesuradamente. De ellos han hecho siempre los montaraces, sin ninguna preparación, fuertes cordeles para asegurar el armazón de las hangadas y para sus construcciones rústicas. Las flores purpúreas de este bejuco, semejante a la arvejilla, no carecen de belleza; su aroma recuerda el sahumerio de exquisitas pastillas o pebetes; el fruto es una legumbre con hermosas habas color café, casi esféricas, muy duras.
El duraznillo fragante es un pequeño arbusto siempre verde, cuyos congéneres son muy comunes y conocidos en el país con los nombres de duraznillo negro y duraznillo blanco, gozando este último de gran crédito como planta medicinal. El que describo es, como éstos, de ramazón quebradiza; sus hojas son semejantes a las del durazno, origen de su nombre; los ramilletes de sus humildes florecitas, de un amarillo verdoso, sólo a la caída de la tarde exhalan sus efluvios odoríficos que no difieren del balsámico olor de la vainilla, sin embargo de que la planta estrujada despide un hedor nauseoso. El exquisito aroma de estas flores y la abundancia del arbusto que las produce se brindan a la industria para reemplazar la valiosa vainilla, extrayendo su esencia para el tocador, para la confitería y la economía doméstica.
También debe ser el duraznillo de fácil cultivo, pues en el delta se le ve prosperar al sol y a la sombra, en los terrenos secos y en los húmedos.
El día que descubrí esta planta en mi isla, me paseaba por entre mis frutales dedicándole mis cuidados, cuando al ponerse el sol percibí repentinamente un olor a vainilla, tan suave, grato y penetrante, que me embargó deleitosamente. No sabiendo a qué atribuir aquella improvisa fragancia, que no me parecía provenir de las flores, sino de esencias o perfumes, se me figuró que había pasado por allí alguna apuesta dama de la ciudad, dejando en pos de sí la estela olorosa de sus ropas perfumadas. Pero muy luego vi un pequeño arbusto florido, el duraznillo, que me reveló la procedencia del exquisito aroma que se confundía con el de la preciada vainilla.
El arrayán es aquel vegetal favorito de los antiguos, conocido con el nombre de mirto, tan ensalzado por los poetas de todos los siglos, dedicado entre los Griegos y los Romanos a la diosa de la hermosura; emblema de los triunfos de los amantes y los guerreros; aquel poético mirto, con cuyas flexibles ramas se hacían coronas para honrar a los héroes y a los magistrados, y que los hebreos, en la fiesta de los Tabernáculos, llevaban en la mano junto con la palma y el olivo: ese mismo mirto es el que hoy, con el nombre de arrayán, embalsama y poetiza con su presencia los vergeles del delta; así como continúa y continuará siendo el ornato indispensable de los jardines en uno y otro hemisferio.
El arrayán es un arbusto elegante y delicado, siempre verde, que se eleva cinco o seis metros; su follaje es denso y luciente; compuesto de hojas pequeñas de un verde claro, lanceoladas, agudas, de un tejido consistente. Su madera es blanquecina, fuerte, correosa, susceptible del torno, propia para utensilios; sus florecillas blancas, de estambres mucho más largos que los pétalos; se agrupan formando lindos plumeritos que exhalan sin cesar un olor subido, embargante, que trasciende percibiéndose a larga distancia del arbusto. El fruto es una pequeña baya azul oscura que persiste todo el invierno como las hojas. Toda la planta es aromática; de ella se extrae el cosmético conocido con el nombre de agua de ángel. Por sus propiedades medicinales se coloca en la categoría de los vegetales aromáticos, astringentes y tónicos; por eso sus hojas y su corteza eran empleadas antiguamente en cocimiento para lociones y baños. Hoy día, aunque la medicina ha abandonado su uso, sus virtudes conservan el aprecio popular; y hay personas que prefieren el olor del mirto al de las mejores esencias, y se asegura que las modernas damas romanas emplean su agua destilada para aromatizar sus baños, considerándolo como específico más eficaz para la conservación de sus atractivos. La industria cuenta el arrayán o mirto entre los vegetales útiles. En Italia y en Grecia se emplean sus hojas para curtir las pieles; en varios países se sirven de sus frutos en lugar de la pimienta; en el Brasil los llaman craveiro da terra.
Ignoro si nuestro arrayán es una especie nueva; más aunque como vegetal se confunda con el mirto común o con alguna de sus numerosas especies y variedades, hay en él una particularidad zoológica que lo singulariza. Esta consiste en una oruga singular, denominada por mí oruga de esquife, que vive entre sus ramas alimentándose de sus hojas con exclusión de toda otra planta. Es de una pulgada de largo, lampiña, muy semejante a la oruga llamada bicho de cesto. Lo mismo que ésta, vive aquélla constantemente dentro de su vivienda portátil sin dejarla nunca, pues la disposición de sus miembros no le permite andar afuera sino arrastrándose penosamente. Dicha vivienda tiene la forma de buquecillo con cubierta, de dos pulgadas de largo y media de grueso, que llamo esquife por tener dos proas como el batel de ese nombre, las cuales se levantan con gracia formando una curva a semejanza de las góndolas; en cada proa hay una abertura o escotilla, por donde la oruga marinera se asoma para dirigir su bajel sin salir de la bodega. Este esquife es formado de una pasta durísima de color aplomado, producida por el insecto, primorosamente graneada como la piel de zapa, pero suave al tacto y lustrosa.
Su sistema de locomoción es muy curioso; es propiamente una navegación aérea. El esquife está siempre suspendido entre dos ramas del árbol, como en un columpio, por dos hilos que llamaremos maromas, asegurados en una y otra proa. No he observado cómo se ingenia la oruga para tender las maromas que suspenden su nave, y para hacerla cambiar de rumbo cuando le conviene dirigirse a otra rama, o pasar a otro arbusto; probablemente soltará al aire una hebra larga, como hace la araña para extender la primera cuerda de su red. Siendo la seda de la oruga sumamente leve volará al menor impulso del ambiente hasta dar con una rama en que se pegue, y una vez asegurada la hebra volante, queda establecida la maroma; entonces la oruga la va recogiendo desde abordo para dirigir su navecita hacia el nuevo gajo que le presenta abundancia de hojas para su alimento. En las horas de su reposo, retira el esquife del amarradero y lo deja columpiándose entre sus dos maromas. La forma aovada del casco de la embarcación es necesaria para que la oruga pueda darse vuelta dentro de la bodega, a fin de sacar la cabeza, ya por una, ya por la otra escotilla, según lo exija la maniobra del esquife.
Cuando le llega el tiempo de pasar al estado de crisálida, corta una de las maromas y ata fuertemente el esquife por una de sus proas a una rama delgada, quedando en posición vertical mientras se opera la metamorfosis. No conozco la mariposa ni he observado la historia de la oruga de esquife; pero tengo por cierto que tan peregrino insecto es indígena de este país, que sólo vive en el arrayán, y que ésta es la primera noticia que se publica de su existencia.