El Tempe Argentino: 31
Capítulo XXIX
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Entre las innumerables plantas desconocidas y raras de nuestras islas hay un árbol de condiciones singulares, cuyo nombre es apropiado a su rapacidad.
Es un verdadero constrictor vegetal, que se llama agarrapalo, por la propiedad que tiene de agarrarse del tronco de los otros árboles para hacerse un lugar entre la apiñada vegetación, y sobreponerse y suplantar a los demás.
Su pequeña simiente conducida por los vientos, se fija y germina sobre el tronco de un árbol cualquiera, y allí se nutre y crece segura entre las ramas, desplegando sus humildes raíces por encima de la corteza. Las crecientes del Paraná ahogan mil plantas tiernas que apenas levantaban sus débiles tallos sobre la tierra que las vió nacer; pero el agarrapalo se salva en lo alto del tronco que lo ampara. Las tempestades sacuden y desgajan el árbol protector; mas el agarrapalo se preserva al abrigo de la copa hospitalaria. Continúa así medrando y extendiendo sus raíces hacia el suelo, hasta que las introduce en la tierra, y entonces se desarrolla y crece con nuevo vigor, ostentándose siempre verde y frondoso. Dotado el agarrapalo de una vegetación activa muy superior a la del árbol oprimido, absorbe todos los jugos del terreno, envuelve con sus raíces al tronco hospitalario, y lo sofoca; y al fin el humilde advenedizo descuella soberbio, enseñoreado del suelo, y enriquecido con los despojos del extinto árbol nativo.
Un gran fenómeno social semejante a este fenómeno vegetal se está efectuando hoy en el seno del Nuevo Mundo, un acontecimiento que se desenvuelve en proporciones inmensas, y de un resultado funesto sobre la suerte de muchos millones de seres humanos. El opera una revolución, un cambio completo y rápido en todas las condiciones políticas, morales y materiales de los pueblos sometidos a su influencia. Sus efectos son la extinción de las nacionalidades, la degradación de las razas, la ruina y la miseria de los individuos. Su acción es tanto más segura e incontrastable, cuanto que es pacífica y legítima en sus medios; y tanto más temible, cuanto más desconocida es en sus verdaderas causas, e inapercibida en sus efectos del momento. Este fenómeno social es producido por la superioridad industrial e intelectual sobre la ignorancia.
Una nación en otro tiempo prepotente y opulenta, hoy en lastimosa decadencia, ha hecho pesar los males del idiotismo sobre treinta millones de sus hijos y descendientes; raza atrasada e inerte, que se encuentra circuída de otras adelantadas, industriosas, activas y emprendedoras, que la explotan, le absorben sus industrias, la empobrecen, la debilitan y por fin la dominan y anonadan.
Esa raza que se encuentra hoy en lucha tan desigual, y que ha cedido su riqueza y su influencia en todos los puntos del globo donde ha entrado en libre competencia con otras más aventajadas, es la raza ibera, es nuestra raza. Y necesariamente ha de ceder a la conquista pacífica, operada por la superioridad científica e industrial, si no despierta de su sopor, si no se coloca al nivel intelectual de las demás por medio de la instrucción.
En medio de los actuales progresos de la ciencia y la actividad humana, no puede ser otra la suerte de los pueblos ignorante.
El peligro es inminente, permanente, y crecerá de día en día, porque crecen con espantosa rapidez las fuerzas industriales que se desenvuelven en torno de nosotros, y afectan nuestros medios de vivir y de prosperar. Reconcentremos todas nuestras fuerzas sobre nosotros mismos; levantémonos por un supremo esfuerzo. El remedio está ahí: Instrucción primaria a todos, niños y adultos.
Cultivar el corazón y la inteligencia del pueblo, enseñarle los rudimentos de la ciencia para exponer ante sus ojos los tesoros de la naturaleza y de la industria, y la importancia de sus deberes y derechos; he aquí el único remedio para tamaño mal que amenaza con la miseria a nuestros hijos, presentando a su vista a los extraños sentados sobre la herencia de nuestros padres.
Para este grande objeto deberían unirse todos los hombres de todas las condiciones, sean cuales fuesen sus ideas. De esta cuestión debe separarse toda querella de partido, de círculo, de aspiraciones. No se debe permitir que se la mezcle con las opiniones políticas. El pueblo todo debiera consagrarse a este objeto con la unidad de acción de un solo hombre.
¿Quién puede calcular el grado de progreso, de elevación, de moralidad y de engrandecimiento a que llegaría nuestra patria, con el inmenso campo que se brinda en ella a la industria en su dilatado territorio virgen, en sus riquezas no explotadas y en las que yacen ignoradas, si se levantase un día una generación compuesta de individuos todos educados y en posesión de los medios poderosos de la ciencia y de los procederes de la industria moderna? Con el desarrollo de la inteligencia y la moralidad, ¡cuánto no crecería su potencia de producción! ¡cuánto la fecundidad de la industria! ¡cuántos recursos nuevos, no sospechados aún no descubriría en las artes y en la naturaleza! Con la educación y la instrucción así difundidas, se aumentarían en igual proposición las probabilidades de la aparición de las grandes capacidades y los genios creadores que ilustran y engrandecen a los pueblos.
Aquel gran pensamiento de Leibnitz: Si se reformase la educación de la juventud, se conseguiría reformar el linaje humano; paradoja en aquel siglo, sueño dorado de las almas nobles, que ha tenido en la época presente su realización en la América del Norte, produciendo la nación más poderosa, libre y próspera del mundo; ese pensamiento formulado para nosotros por Rivadavia en esta bella frase: La escuela es el secreto de la prosperidad y del engrandecimiento de los pueblos nacientes, es hoy bien comprendido por todas las inteligencias; es ya una verdad casi trivial, de la que nadie duda, y que sólo espera el impulso del Poder para dar a nuestra sociedad un nuevo ser, y salvar de su inminente ruina nuestra nacionalidad y nuestra raza.