El Tempe Argentino: 44
El ombú
[editar]Cada comarca en la tierra
Tiene un rasgo prominente;
El Brasil su sol ardiente,
Minas de plata el Perú,
Montevideo su Cerro,
Buenos Aires, patria hermosa.
Tiene su Pampa grandiosa,
La Pampa tiene el ombú.
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No hay allí bosques frondosos,
Pero alguna vez asoma
En la cumbre de una loma
Que se alcanza a divisar,
El ombú solemne, aislado,
De gallarda, airosa planta,
Que a las nubes se levanta
Como el faro de aquel mar.
¡El ombú! Ninguno sabe
En qué tiempo ni qué mano
En el centro de aquel llano
Su semilla derramó:
Mas su tronco tan nudoso.
Su corteza tan roída,
Bien demuestran que su vida
Cien inviernos resistió.
Al mirar cómo derrama
Su raíz sobre la tierra,
Y sus dientes allí entierra
Y se afirma con afán,
Parece que alguien le dijo
Cuando se alzaba altanero:
Ten cuidado del pampero,
Que es tremendo su huracán.
Puesto en medio del desierto,
El ombú como un amigo,
Presta a todos el abrigo
De sus ramas con amor;
Hace techo de sus hojas
Que no filtra el aguacero,
Y a su sombra el sol de enero
Templa el rayo abrasador.
Cual museo de la Pampa,
Muchas razas él cobija;
La rastrera lagartija
Hace cuevas a su pie;
Todo pájaro hace nido
Del gigante en la cabeza:
Y un enjambre en su corteza
De insectos varios se ve.
Y al teñir la aurora el cielo
De rubí, topacio y oro,
De allí sube a Dios el coro
Que le entona al despertar
Esa Pampa, misteriosa
Todavía para el hombre,
Que a una raza da su nombre
Que nadie pudo domar.
¡Cuánta escena vió en silencio!
¡Cuántas voces ha escuchado
Que en sus hojas ha guardado
Con eterna lealtad!
El estrépito de guerra
Su quietud ha interrumpido;
A su pie se ha combatido
Por amor y libertad.
En su tronco se leen cifras
grabadas con el cuchillo.
Quizá por algún caudillo
Que a los indios venció allí;
Por uno de esos valientes
Dignos de fama y de gloria,
Y que no dejan memoria
Porque murieron aquí.
A su sombra melancólica
En una noche serena,
Amorosa cantilena
Tal vez un gaucho cantó;
Y tan tierna su guitarra
Acompañó sus congojas,
Que el ombú de entre sus hojas
Tomó rocío y lloró.
Sobre su tronco sentado
El señor de aquella tierra,
De su ganado la yerra
Presencia, alegre tal vez;
O tomando el matecito
Bajos sus ramos frondosos,
Pone en paz a dos esposos,
O en las carreras es juez.
A su pie trazan sus planes,
Haciendo círculo al fuego,
Los que van a salir luego
A correr el avestruz...
Y quizá para recuerdo
De que allí murió un cristiano,
Levantó piadosa mano,
Bajo su copa una cruz.
Y si en pos de larga ausencia
Vuelve el gaucho a su Partido,
Echa penas al olvido
Cuando alcanza a divisar
El ombú, solemne, aislado,
De gallarda, airosa planta,
Que a las nubes se levanta
Como el faro de aquel mar.
(Luis L. Domínguez, América Poética.)