El Zarco/Capítulo XIX
Hemos introducido al lector en una de las madrigueras de los famosos plateados y que por aquella época nefasta que transcurrió de los últimos meses de 1861 a los últimos de 1862, sirvió de cuartel general a los temibles y espantosos bandidos que fueron la calamidad y la deshonra de nuestro país.
Era Xochimancas, y es todavía, una hacienda arruinada, es decir, una finca de campo, con buenos terrenos propios para el cultivo de la caña de azúcar o del maíz, con abundantes aguas, un clima ardoroso, y en suma, con todos los elementos necesarios para una agricultura tropical, productiva y fecunda. El algodón, el café, el índigo, la caña de azúcar pueden propagarse allí lo mismo que en los más fértiles terrenos de la cañada de Cuernavaca o de los distritos de Tetecala, de Yautepec, de Morelos o de Jonacatepec, rindiendo al agricultor el ciento por uno.
¿Por qué en aquella época no se veían en ese pequeño y ardiente valle las hermosas plantaciones de los ricos ingenios que en las otras comarcas que hemos mencionado?
No lo sabemos a punto fijo. Xochimancas, ya en ese tiempo era una ruina, pero ello revelaba que en épocas pasadas, desde la dominación colonial seguramente, había sido cultivada por los españoles como una buena finca de campo que rendía pingües productos ¿De cuándo databa su decadencia y su ruina? No lo hemos averiguado, aunque hubiera sido fácil, ni importa gran cosa para la narración de estos sucesos.
Pero sí es evidente que el lugar es propio para el cultivo, y que sólo la apatía, la negligencia o circunstancias muy particulares y pasajeras pudieron haberlo convertido en una guarida de malhechores, en vez de haber presentado el aspecto risueño y halagador de un campo de trabajo y de actividad, porque el nombre mismo, de origen náhuatl, indica que desde la época anterior a la conquista española este lugar era fértil y ameno, y tal vez en él tuvo asiento un pueblo de jardineros.
El ilustrado joven ingeniero Vicente Reyes, en su preciosa obra inédita intitulada Onomatologíá geográfica de Morelos, dice, explicando el jeroglífico correspondiente a Xochimancas:
Xochimancas: Hacienda de la Municipalidad de Tlaltizapan, en el distrito de Cuernavaca. Etimología: Xochimanca, lugar de cuidadores y productores de flores; de Xochimanqui, el cuidador y productor de flores, y ca. Formamos el nombre pictórico con el grupo que en la colección Ramírez sirve para descifrar la palabra Xochimancas, Xochimanque. Y luego citando al viejo cronista Sahagún, añade: En la fiesta celebrada el tercer mes, Tozostontli, ofrecían las primicias de las flores que aquel año primero nacían en el eu llamado Yopico, y antes que las ofrecieran, nadie osaba oler flor alguna.
Los oficiales de las flores que se llamaban Xochimanqui hacían fiesta a su diosa llamada Coatlycue, y por otro nombre Cuatlanton.
Y el laborioso y erudito anticuario Cecilio A. Robelo, en su Nombres Geográficos Mexicanos del Estado de Morelos, obra apreciabilísima, dice, citando a otro antiguo cronista, Torquemada: Xochimancas. ¿Xochimán? Lugar en que se cuidaban o producían las flores que se ofrecían a los dioses. Entre las divinidades de los aztecas se hallaba la Cohuatlicue o Cohuatlantona, culebra resplandeciente, diosa de las flores, a la que ofrecían en el mes Tozostontli ramos de flores formados con precioso artificio. Los oficiales encargados del cultivo de esas flores y de formar los ramos se llamaban Xochimanqui. El lugar que en el Estado lleva el nombre de Xochimancas, estaria tal vez destinado para el jardín de la diosa, o para la morada de los Xochimanqui, y de ahí quizás tomó el nombre, cuya terminación, como nombre de lugar, no hemos podido encontrar.
Así, pues, parece que, en la antigüedad azteca este lugar, hoy abandonado y yermo, fue un jardín, seguramente un vasto jardín, tal vez una ciudad llena de huertos y de flores, un lugar ameno y delicioso consagrado al culto de la flora azteca, a cuyo pie los inteligentes y bravos tlahuica, habitantes de esta comarca y celebrados floricultores, ofrecían, como homenaje, ricos en aromas y colores los más bellos productos de su tierra, amada del sol, del aire y de las nubes.
Sólo que, como dice nuestro sabio maestro el historiador Orozco y Berra: Por regla general, no siempre es fácil señalar los pueblos actuales correspondientes a los nombrados en las antiguas crónicas, porque si muchos conservan su nombre primitivo, aunque estropeado, otros cambiaron de apelación, se transformaron en haciendas o ranchos o desaparecieron completamente.
Xochimancas se transformó seguramente después de la conquista de Jardín o ciudad de jardines en hacienda, con encomenderos y esclavos; después en ruinas y guaridas de fieras y de reptiles, y al último en guarida de ladrones, y lo que es peor, y como vamos a verlo, en sitio de torturas y de asesinatos.
¡Triste suerte la de un lugar consagrado por los inteligentes y dulces indios a la religión de lo bello!