El año nuevo
Cada año es una pájina que el hombre y los pueblos agregan al libro de la vida.
Empieza, reanimando las esperanzas trabajadas por el que fenece. Acaba, con la cuenta de lo que se ha perdido ó la suma de lo que se ha ganado.
Notas tristes unas veces, alegres otras, porque no todos recogen conforme á lo que se sembrára, ni salvan su fé trás los huracanes de la desgracia.
El esfuerzo es una cosa, otra la compensación.
En los misterios que envuelve el destino humano no es dado al hombre penetrar.
El dolor como el hambre, es un aguijón de la actividad.
El calor lleva á la sombra, el frio á la luz: se busca el remedio para todo mal, como se va trás del alimento y del abrigo.
Así la Providencia mueve al hombre sirviendo sus designios.
La felicidad, que es satisfacción y abundancia cuando no es filosofía y paciencia, es siempre enervadora, refrectaria al trabajo.
La desgracia es activa y pujante mientras no haya logrado suprimir las energías morales.
En la pobreza se lucha, en la opulencia se vejeta.
Los pueblos ricos se corrompen por la molicie entregados á los placeres que se agotan en el vicio: son como las aguas que se estancan fermentando el limo del fondo.
Los pueblos pobres se engrandecen por el trabajo que es la virtud: tienen el movimiento de la aspiración á otro estado mejor: son aguas correntosas.
La vida es transformación constante, evolución perpétua.
Desesperar es caer en el delirio de la impotencia ó de la locura.
En la perseverancia, tranquila y sufrida, encuentra el hombre su caudal y los pueblos la paz y el progreso.
El orden de la libertad nace de la ley del trabajo.
El capital es producción. La riqueza el sobrante del intercambio comercial con la concurrencia del hombre y los pueblos á la felicidad común.
Pero el dinero no es la ambición satisfecha, la dicha suprema.
Su valor varía y no es de todos la suerte de adquirir y guardarlo.
La fortuna verdadera es el pedazo de suelo que sirve de base al hogar.
Allí se forma la familia y el hombre se robustece y perpetúa en el amor de los suyos.
La tierra y no el dinero dá el sustento de cada día: es nuestra madre.
Felices, pues, los que saben arar, y en su pátria ó fuera de ella, hayan encontrado arraigo en tierra fértil!
Así se levantaban los cimientos de los grandes imperios de la civilización que florece allí primero y luego brilla en la industria, las artes y las letras.
Lo que para nosotros há sido el olvido de esa ley de la vida colectiva, es de data muy reciente.
Arrastrados por el delirio de las grandezas, fuimos á encallar en la llamada crisis de progreso, abandonando el trabajo para disipar la vida gastando los caudales del presente y descontando la fortuna del porvenir.
Por fortuna, del exceso de todo mal surge el remedio, por que la obra de la creación está defendida por sí misma!
Así vamos llegando al conocimiento del error hallándonos en el despertar de esa hora desgraciada.
La experiencia del ofuscamiento sufrido, nos permite apreciar hoy el infortunio de la propia obra.
A nadie podemos ni debemos culpar de nuestra desgracia.
Tampoco tendremos que agradecer á extraños esfuerzos la rehabilitación que nos llevará á recuperar lo perdido.
Al doblar la hoja del año, en el libro de la vida, no olvidemos para hoy y para mañana, las enseñanzas que atesora.
Sepamos perseverar en la reacción iniciada.
Descubierto el error hay el deber de apartarse de él con decidida voluntad y firme resolución.
Una manzana podrida corrompe á cientos. En separarla á tiempo está la conservación de las sanas.
Los hombres de mala ley son la fruta podrida de las sociedades humanas.
Reaccionar hácia la verdad y el bien es apartarlos del gobierno y del camino que conduce al progreso colectivo.
Buenos-Aires, Abril 1894.