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El cardenal Cisneros/XXXV

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XXXV.

Veamos ahora cómo y por qué obtuvo Cisneros del Rey Católico el cargo de Gran Inquisidor en los reinos de Castilla, que llevaba en sí un poder terrible, y del que ciertamente no abusó nuestro Prelado.

Suponen algunos historiadores que Cisneros, de acuerdo con Mendoza, aconsejó á la Reina el establecimiento de la Inquisición; pero con sólo fijarse en que, cuando se planteó en Castilla este odioso tribunal, no era Cisneros más que un fraile oscuro y desconocido, se patentiza el error, que el canónigo Llorente por su parte, el autor de la Historia de la Inquisición, demuestra también. Cisneros, fuera de una delegación que recibió del Papa en 1496 para intervenir en un asunto incidental de la Inquisición, en que el Rey Fernando se quejó de que sus fallos perjudicaban al Fisco, asunto que por cierto se ignora la solución que tuvo, no figuró en aquel tribunal hasta que el Soberano Católico regresó de Italia y le trajo el título de Gran Inquisidor.

Los liberales del dia, que juzguen instituciones sociales del siglo XV y XVI con el espíritu del XIX, condenarán á Cisneros en absoluto, porque aceptaba este cargo y no procuró la abolición de aquel odioso tribunal, pero nosotros que así lo llamamos y por tal lo tenemos, nos creemos en el deber de salir de nuestro siglo y considerarnos contemporáneos de aquella edad, á fin de no incurrir en los errores consiguientes de juzgar con las ideas modernas hechos que son producto de las ideas antiguas. La Inquisición era un gran instrumento de gobierno propio de aquellos tiempos, todavía contaminados con la barbarie de la Edad Media, en que los delitos más leves tenían la sanción más dura, con más carácter político que religioso, empleada, es verdad, con motivo ó con pretexto de herejía contra Moros, contra Judíos y hasta contra nobles cristianos, pero de ordinario para conseguir la unidad del Estado y fortificar la enflaquecida autoridad régia, y que cualesquiera que hayan sido las crueldades y las víctimas que hiciera, mucho menores en número de las que supone Llorente, según historiadores nada sospechosos, es imposible olvidar lo que aun después de aquel tiempo ocurría en Francia cuando el implacable Richelieu era el verdugo de la nobleza feudal, ó cuando el mismo Soberano daba la señal desde los balcones del Louvre para empezar la horrible matanza de San Barthelemy.

Cierto que la horrible silueta de las cárceles de la Inquisición se ha dibujado sobre nuestro suelo cuando ya alumbraba en los horizontes el magnífico sol del siglo XIX; cierto que este odioso tribunal ha influido desastrosamente en el atraso, en el fanatismo y en el apocamiento del pueblo español; pero con relación á los dias en que se estableció, á los primeros tiempos en que funcionó, Mariana, el atrevido sostenedor del regicidio en determinados casos, y que personalmente algún resentimiento debia tener con los Inquisidores; Pedro Mártir, que tanto y tan terriblemente clamaba contra el de Córdoba; el implacable Lucero, de quien decia que más que Lucerius debia llamarse Tenebrerius [1]; Zurita, de cuya imparcialidad y despreocupación nos hablan tan alto el mismo Llorente y Prescot; Blancas, el concienzudo sucesor que tuvo como cronista de Aragón, todos estos y algunos escritores más, hablan en pro de la Inquisición; y cuando esto ocurría, hallándose ya establecida, grandemente apoyada por sus Soberanos y bien recibida por el favor popular [2], no puede ni debe exigirse otra cosa á un hombre de Estado como Cisneros sino que consiguiera suavizar los procedimientos de tan terrible tribunal, ofrecer garantías á los acusados y disminuir y endulzar la penalidad establecida.

Todo esto lo hizo Cisneros, y lo hizo por espíritu de justicia y de equidad, no ciertamente como dice Llorente para atraerse á las Cortes á fin de que prorogasen su regencia, pues cuando fué nombrado Gran Inquisidor, ya estaba en Castilla el Rey Católico y el poder supremo en sus manos, imputación absurda que no concebimos cómo se atreve á dirigirle el historiador de la Inquisición, asi como no nos explicamos que aumente de un modo asombroso, por ligereza ó mala fé, el número de condenados en tiempo del ilustre Cardenal cuando en otra parte le supone autor del libro titulado del Gobierno de los Príncipes, en que, como tal autor, se declara enemigo del Santo Oficio y deseoso de introducir la publicidad en sus debates.

Veamos ahora rápidamente los principales negocios del Santo Oficio en que intervino personalmente nuestro ilustre Prelado.

Lucero, Inquisidor de Córdoba, procedía en el ejercicio de sus funciones con criminal ligereza y con refinada crueldad. Atrevióse á perseguir por hereje nada menos que á Talavera, el antiguo confesor de la Reina, el nuevo Arzobispo de Granada, el tipo más acabado de bondad y dulzura evangélicas, y gracias á que Cisneros intervino oficiosamente en el asunto, con gran alegría de Talavera, y gracias á que el Papa tomó cartas directas en él, pudo alcanzar la absolución, bien que el ilustre, bondadoso y octagenario prelado murió á los pocos dias de hacerse pública en 21 de Mayo de 1507. Pero si este caso fué notable por la calidad de la persona, objeto de la persecución, todavía más notable fué otro contemporáneo por el considerable número de gentes que se vieron envueltas en el proceso. Lucero á todas las encarceló, y su conducta fué aprobada por Deza, Arzobispo de Sevilla y Gran Inquisidor, que, aunque hombre ilustrado y como tal confesor del Rey, y como tal protector constante de Colon, era hombre de gustos raros, pues acostumbraba recibir á las gentes acompañado de un soberbio león, al cual se habían quitado las garras y los dientes, pero no su fiero aspecto, y con el que jugueteaba el bueno del Arzobispo, que con esto ha hecho que la historia dijese de él que tenía aficiones más de Inquisidor que de Prelado.

Por fortuna de toda la gente encarcelada por Lucero, Felipe, entónces verdadero Soberano de Castilla, no veía con gusto la Inquisición, y tomó medidas contra aquel y contra el mismo Deza, cuya autoridad fué suspendida y trasferida al Consejo Real; pero muerto Felipe á poco, Deza protestó de la violencia que se le habia hecho y se apresuró á tomar de nuevo posesión de su antiguo cargo. Se abrió otra vez el proceso de Córdoba, los ánimos se alborotaron, hubo un motín, se tomó por asalto la Inquisición, escapóse á duras penas Lucero, y los presos, ya libres, unidos al Marues de Priego, al Cabildo de la catedral y á los magistrados que patrocinaron su causa, pidieron á Deza la destitución de Lucero. No la otorgó el Gran Inquisidor, y entónces toda Andalucía se sublevó también contra él. Don Fernando, que á la sazón se hallaba en Italia, vio claro que su amigo y confesor Deza no podia seguir de Inquisidor general, y entónces fué cuando obtuvo del Papa Julio II que fuese nombrado Cisneros en su reemplazo.

¿Cómo resolvió nuestro Cardenal este conflicto?

Cisneros mandó arrestar á Lucero y á todos los testigos sospechosos, trayéndolos á las prisiones de Burgos; constituyó un tribunal con el nombre de Congregación católica, compuesto de veintidós personas de alta posición en el clero y en la magistratura, sobre todo de Aragón, porque muchas familias de Castilla estaban emparentadas con los presos de Córdoba, y al poco tiempo, en 9 de Julio de 1508, el tribunal declaró indignos de toda confianza á los testigos, libres á los que fueron presos por sus delaciones y rehabilitados á los que hablan muerto ó sido ejecutados, mandando levantar de nuevo las casas destruidas porque se las suponia sinagogas y borrar de los registros del Santo Oficio las notas en ellos impresas contra los reos. La sentencia se publicó en Valladolid el 1.º de Agosto con la mayor solemnidad, en presencia del Rey y de una multitud de grandes y de prelados.

Cisneros salvó al célebre Antonio de Lebrija, uno de los sábios que más servicios le prestaron en sus trabajos literarios de Alcalá, de la persecución que contra él se desató por parte del Santo Oficio, á consecuencia de algunas cavilosidades teológicas que hallaron eco en el Gran Inquisidor Deza; disminuyó las facultades de los subalternos, que abusan de ordinario por exceso de celo; destituyó á gran número de ellos que en vano reclamaron á la Santa Sede contra tales medidas; organizó la vigilancia cerca de estos familiares inferiores; se impuso pena de muerte á todo empleado que cometiese pecado carnal con las mujeres presas ó detenidas en el Santo Oficio; se interesó por la suerte de los convertidos, ya procurándoles instrucción, ya evitando que fueran perseguidos por sospechas de apostasía; puso coto á los abusos que cometían los administradores de los bienes confiscados; en una palabra, se condujo con tal espíritu de prudencia y de justicia, que el mismo Llorente hace grandes elogios de la conducta que observó en el ejercicio de sus difíciles y nuevas funciones.

No queremos examinar los cuatro únicos procesos, por cierto no de gran importancia, de que habla el historiador de la Inquisición en que intervino Cisneros más ó menos: sólo diremos que en ninguno de ellos hay injusticia cuanto más crueldad en lo que á nuestro Prelado se refiere. Dos cosas haremos notar, sin embargo, que dan á conocer el carácter de Cisneros. Es la primera que protestó contra la introducción de un laico, llamado Ibañez de Aguirre, en el tribunal del Santo Oficio, á lo cual replicó el Rey: «¿Ignorais que si el Santo Oficio tiene una jurisdicción es porque la recibe del Rey y que el Rey puede llevar á él á quien quiera?» De modo que Cisneros tendia á dar al Tribunal un carácter exclusivamente eclesiástico, y por cierto que el Ibañez de Aguirre fué separado por el Cardenal cuando quedó de Regente, muerto D. Fernando, y vuelto á reponer en su puesto por el Emperador Carlos V, y por cierto también que la segunda cosa que queremos hacer notar está en contradicción con la primera hasta cierto punto, pues ella es que cuando el Papa León X llamó á sí la causa de un condiscípulo suyo llamado Juan de Covarrubias, procesado por el Santo Oficio, Cisneros lo resistió é hizo observaciones en contra, reivindicando autoridad propia, protesta que reprodujo con mayor energía, muerto ya el Cardenal, el Emperador Carlos V, á tal punto que el Papa tuvo que desistir de su pretensión y entregar el conocimiento del negocio al Cardenal Adriano, sucesor de Cisneros en el cargo de primer Inquisidor.

Nada, pues, desluce la gloria que irradia el nombre de Cisneros durante el tiempo que ejerció las últimas funciones. En cambio la vamos á ver más alta en otra empresa que acometió con el talento, con la energia y con la perseverancia que le distinguian, en la rápida y brillante conquista de Orán de que vamos rápidamente á ocuparnos.


  1. Ep. 333.
  2. Cuando Felipe el Hermoso, cuya despreocupación flamenca se avenia tan á mal con los procedimientos de la Inquisición, quiso justamente atajar los vuelos de esta, según dice Zurita, toda la gente noble y de limpia sangre se avia escandalizado dello, y en su concepto aquella profana intervención habia atraido la venganza del Cielo sobre su cabeza, ocasionándole muerte prematura. Anales, t. VI, lib. VII, cap. XI. — ¡Cuan antiguo es y qué amargos frutos ha dado siempre en nuestro país el fanatismo!