El celoso prudenteEl celoso prudenteTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen LISENA y DIANA.
LISENA tiene en la mano un librillo
de cera blanca encendido,y en la otra
un papel que DIANA quiere quitarle
LISENA:
No has de verle. Sueltalé;
que ya pecas de cansada.
Mira que le rasgaré.
DIANA:
¿Tú has de encubrirme a mi nada?
Bien lo que me amas se ve.
¡Tú a tal hora en el jardín
sola, con luz y papel,
sin que yo sepa a qué fin!
¿Merece saber mas de él
que yo esta murta y jazmín?
Si de testigos te enojas,
que hablar puedan en tu mengua
cuando cuentes tus congojas,
yo solo tengo una lengua,
e infinitas estas hojas.
Murmurar las siento aquí
con cualquier aura liviana,
y debe de ser de ti;
porque siendo yo tu hermana,
no te osas fiar de mí.
Lisena, suelta el papel
o dime lo que contiene
y a quien estimas en él.
LISENA:
Ni que lo sepas conviene
ni una letra has de ver de él.
DIANA:
¿No soy tu hermana mayor?
LISENA:
¿Qué importa aquí el parentesco
donde el secreto es mejor?
DIANA:
Pues que verle no merezco,
venta será del honor;
que por ser de mí estimado
en el extremo que entiendes,
a encubrirle te ha obligado.
LISENA:
Bien sé, hermana, que pretendes
que te diga mi cuidado;
y por eso hablas ansí,
aunque en diverso conceto
estoy acerca de ti;
y pues te guardo el respeto
que tú me pierdes a mí,
ni de esa suerte me trates
ni por fuerza saber quieras
lo que es.
DIANA:
Cuando te recates
de que sepa tus quimeras
y encubras tus disparates,
como en cosas del honor
no toquen, no soy curiosa;
mas soy tu hermana mayor.
Ésta es hora sospechosa;
el papel, encubridor
de algún liviano suceso;
la luz, señal que procuras
publicar tu poco seso;
que el yerro que se hace a escuras
alivia a la afrenta el peso;
el sitio no conveniente
para quien profesa honor
y el riesgo que corre siente;
caviloso tu temor,
o al menos impertinente
pues has dado en recelarte
de mí con tan necio extremo.
Soy tu sangre, tengo parte
en tu mal o bien, y temo
no haya venido a engañarte
quien a tal hora provoca
tus deseos inconstantes;
que una travesura loca
es mal de participantes
que a todo un linaje toca.
LISENA:
En mejor reputación
esté mi fama contigo.
No sé yo por qué razón
me das antes el castigo
que mi culpa la ocasión.
Mis pensamientos, si en ellos
se han fundado los enojos
con que intentas ofendellos,
tan altos son, que tus ojos
no han de alcanzar ni aun a vellos.
Si eres mi mayor hermana,
y temes que he de ofenderte,
trátame mejor, Diana;
y si malicias, advierte
que la malicia es villana
y que, aunque en los nacimientos
tu edad más respetos cobra,
te aventajo en pensamientos,
pues del valor que les sobra
te puedo dar alimentos.
Si aquí a tal hora me ves,
advierte, aunque maliciosa,
crédito a quimeras des,
que no hay hora sospechosa,
si la persona no lo es.
Y que como no la esmalta
el sol, de los cielos vida,
por si algún temor me asalta,
vengo con luz encendida,
supliendo lo que le falta,
señal que no ha de temerse
cosa indigna de mi ser
y que de mí ha de creerse,
que aun de noche no sé hacer
cosa que no pueda verse.
LISENA:
Este papel que ha causado
la inquietud que en ti se ve,
aunque le hayas injuriado,
basta que en mi mano esté,
para estar calificado.
Y el sitio, pues yo le piso,
da nuevo ser a su ornato
y a tus sospechas aviso
y, aunque culpes mi recato
porque llamarte no quiso,
no importa; que él es discreto,
y yo basto a dar valor
contra tu ruin conceto,
a sitio, noche, temor,
la luz, papel y el secreto.
DIANA:
Pues ¿puédesme tú negar,
que enamorados desvelos
no te han hecho trasnochar?
LISENA:
Mas ¿si me pidieses celos?
DIANA:
Bien sabes que no sé amar,
y que hasta agora no ha habido
quien me haya puesto en cuidado.
LISENA:
Ya yo sé que te has querido
alzar con el principado
de la crueldad y el olvido
y que cuantos quieren bien,
una Anajarte alemana
en tu severidad ven,
siendo en el nombre Diana
como en belleza y desdén.
Y así yo que con temor
ando de ver el extremo
de tu intratable rigor,
huyo de ti porque temo
a quien nunca tuvo amor.
DIANA:
¡Gracias a Dios que he sacado
en limpio esta confusión!
En fin, ¿amor te ha quitado
el sueño, y como ladrón
de noche te ha salteado?
Ya, pues los principios sé,
saber puedo lo demás.
¿Quién el venturoso fue,
en cuyo papel estás
deletreando su fe?
Dime, Hermana, la verdad.
Ea...
LISENA:
Háceseme grave
descubrir mi voluntad
a quien, porque amar no sabe,
es de ajena facultad.
DIANA:
No tanto, que aunque no adore,
ni tus desvelos imite,
favorezca, escriba y llore
ni la práctica ejercite
vuestra teórica ignore.
De amor sé la pasión ciega
quizá mejor que quien tira
sus gajes y al centro llega
de su esfera; que quien mira,
más alcanza que el que juega.
Conservo mi libertad;
mas no porque no consiento
tu amorosa ceguedad
eches al entendimiento
culpas de la voluntad.
Acaba; declárate.
LISENA:
¿Haste de enojar conmigo?
DIANA:
¿Tan baja tu elección fue
que estás temiendo el castigo
si la prenda que amas sé?
LISENA:
Antes es tan generosa
que entiendo, en siendo sabida
de ti mi elección honrosa,
que me llames atrevida
y me riñas envidiosa.
DIANA:
¡Válgame Dios! ¿Quién será
este hipérbole de amor?
¡Para aqueste monte ya!
LISENA:
Si el conde de Peñaflor
fuese el que ocasión me da
de estimarle, ¿qué dirías?
DIANA:
Que a tu sangre corresponde
el amor que en ella crías.
LISENA:
¿Y si fuese más que el conde?
DIANA:
¿Más que el conde? Desvarías.
LISENA:
¿Si Enrique de Oberisel,
del rey privado y sobrino,
me escribiese este papel...?
¿No es más galán? ¿No es más dino
que el conde?
DIANA:
Es monstro con él.
La alemana bizarría
se avergüenza en su presencia.
¡Dichosa tú, hermana mía!
LISENA:
Si me amase una excelencia,
en vez, de una señoría,
con más razon te admiraras.
DIANA:
¿Excelencia?
LISENA:
El duque Arnesto
¿no puede, si en él reparas,
amarme con fin honesto?
DIANA:
Señales vas dando claras
que estás loca. Un caballero
es nuestro padre, leal,
de noble sangre y acero
que tuviera más caudal
a querer ser lisonjero;
y, por igualar su hacienda
con la altiva inclinación
que su valor me encomienda,
doy desdeñosa ocasión
a que amor de mí se ofenda;
que a falta de fundamentos
del oro, que no hace caso,
ni admite merecimientos,
por no casar mal, me caso
con mis mismos pensamientos.
Mira tú, siendo mi hermana,
y no con mayor tesoro,
si es la elección que haces vana
cuando Amor con flechas de oro
hiere, por lo que en él gana.
Si el duque a amarte se mueve,
tomará a censo tu honor;
mas mira que si se atreve,
no hay noble buen pagador
ni es príncipe el que no debe.
LISENA:
¿Basta a que de la grandeza
de una excelencia admirar
le dé ocasion la pobreza?
Pues aun más te has de espantar
cuando me llames alteza.
DIANA:
Anda, necia.
LISENA:
Ese retrato Sácale
antes que leas el papel,
diga si verdad te trato.
DIANA:
A Sigismundo veo en él.
LISENA:
Y antes que pase gran rato,
verás el original
de ese gallardo traslado.
DIANA:
En amor tan desigual
donde el pincel ha firmado,
recelo algún grande mal.
Sigismundo es heredero
de Carlos, rey de Bohemia;
Tú, hija de un caballero,
a quien la Fortuna premia,
más en sangre que en dinero.
El Rey espera a Leonora,
de Hungría infanta, y tan bella,
que hasta la envidia enamora,
para que case con ella
el príncipe que la adora.
Por ella en Belgrado está
su hermano el infante Alberto,
y deben de llegar ya
pues si el casamiento es cierto
de quien retratos te da,
¿qué puedes tú pretender
de tan desigual amor,
ni qué alteza puede haber
que no derribe tu honor,
no siendo tú su mujer?
LISENA:
Satisfágate a esa duda
ese papel, que ya puedes
ver discreta y guardar muda
para que segura quedes
y Amor a mi dicha acuda.
Y sin hacer más espantos,
callando tu discreción,
advierte en favores tantos
que es carta de obligación
pero no con "sepan cuantos";
que en saberlo pocos, creo
que el fin que espero verás
y de mi honra el empleo.
DIANA:
¡Qué satisfecha que estás!
LISENA:
Veráslo si lees.
DIANA:
Pues, leo. Lee
"Mi padre el rey, prenda mía,
me da esposa y no sois vos,
como si Amor, siendo dios,
preciase estados de Hungría.
Antes que llegue este día
esta noche Amor concierta
daros la posesión cierta
que a Leonora os adelanta
porque en viniendo la infanta,
halle cerrada la puerta.
La mano os tengo de dar
sin poner mi amor por obra
que no soy como el que cobra
sin intención de pagar.
Sólo os quiero asegurar
que en honesto amor me fundo
y que, desmintiendo al mundo,
contra el gusto y el poder,
sabe amar sin ofender
a su esposa, --Sigismundo."
DIANA:
A tan segura firmeza,
tan nunca visto valor,
tan no esperada grandeza,
¿qué mucho triunfe tu amor
de la mudanza y pobreza?
Sólo Sigismundo es
quien nombre puede adquirir
de amante firme y cortés
que el hacer junta al decir
y da afrenta al interés.
Ya por él perfeto queda
el amor, a quien obliga
a que estimarse en más pueda,
que estaba lleno de liga
como la baja moneda
y en el fuego del valor
con que su fama acredito
sabe apartar del amor
la mezcla del apetito
para acendrarle mejor.
A amar tu pobreza vino,
quilatando su decoro;
que amor desnudo y divino
cuanto está más limpio de oro,
tanto es más perfeto y fino.
Injuria, hermana, me has hecho
el tiempo que no me has dado
cuenta de tu honra y provecho.
LISENA:
Aunque amor comunicado
dicen que dilata el pecho,
temí la envidia, Diana,
que te pudiera causar.
DIANA:
No es mi inclinación villana.
LISENA:
No, mas es propio envidiar
una hermana a la otra hermana.
DIANA:
Pues ¿puédeme estar mal, di,
que en Bohemia el reino goces?
LISENA:
Ya lo ves.
DIANA:
Pues que de mí
lo que te quiero conoces,
deposita desde aquí
secretos dentro la esfera
de mi pecho que, constante,
verte ya reinar quisiera.
LISENA:
Mal sabrás, no siendo amante,
saber servir de tercera.
DIANA:
Todo el ingenio lo alcanza.
Mas dime, ¿qué tanto ha
que entre el temor y esperanza
el príncipe por ti está
dando guerra a la mudanza?
LISENA:
Que me quiere bien, ha un año
me jura, y que yo lo sé
un mes.
DIANA:
¡Sufrimiento extraño!
¿Y quién el Mercurio fue
de este provechoso engaño?
LISENA:
Harto humilde, te prometo.
Gascón, lacayo de casa,
a falta de otro sugeto,
es arcaduz por quien pasa
nuestro amoroso secreto.
El príncipe le ha pegado
parte de su discreción
y de él el alma fiado.
DIANA:
Tiene buen humor Gascón.
LISENA:
Bien conmigo lo ha mostrado;
pues entre burlas y veras,
introducir ha sabido
en mi pecho estas quimeras.
DIANA:
De ordinario, hermana, han sido
las gracias lindas terceras.
No desecha ripio Amor,
que es dios muy aprovechado,
pues al humilde favor
de un hombre bajo, ha obligado
de Sigismundo el valor.
LISENA:
Y tanto, que él solo tiene
de su secreto la llave.
Con él solo a verme viene
de noche; que otro no sabe
la pena que le entretiene.
De manera que es de día
de nuestro padre criado
de los de menor cuantía;
pero de noche privado
del que menosprecia a Hungría.
DIANA:
Milagros del amor son,
que coronas atropella.
¿Y entra otro más que Gascón
en la danza?
LISENA:
Una doncella,
a quien han dado ocasión
mis desvelos de acecharme,
sabe algo de esto también.
DIANA:
No haces, pues, mucho en fiarme
tu pecho, si otros le ven.
LISENA:
No ha bastado el recatarme.
DIANA:
¿Fue Carola la curiosa?
LISENA:
Sí, hermana; mas solo sabe
que de mi pena amorosa
es el dueño un hombre grave
que me sirve para esposa;
sin que del príncipe tenga
ni sospecha ni noticia
ni conmigo al jardín venga.
DIANA:
Importa que a la malicia
Amor discreto prevenga.
Princesa has de ser, en fin.
Y ¿por dónde te entra a hablar?
LISENA:
Llave tiene del jardín.
DIANA:
Seguro puede llegar,
si eres tú su serafín.
Y mi padre, estando ausente,
no estorbará tu ventura,
que el cielo, hermana, acreciente.
LISENA:
Mira qué alegre murmura
este jardín, esta fuente;
pues entre dientes me avisa
que el príncipe viene ya.
¿No ves aumentar su risa?
¿No ves el olor que da
el suelo en que flores pisa?
Pues todas señales son
de que Sigismundo ha entrado.
DIANA:
¡Sabrosa exageración!
Salen SIGISMUNDO y GASCÓN,
como de noche,
hablando en el fondo
SIGISMUNDO:
La noche se ha desojado
en ver mis dichas, Gascón.
Ojos son esas estrellas,
con que hecha un Argos pretende
ver mi amor por todas ellas.
GASCÓN:
Pues luminarias enciende,
tus bodas anuncia en ellas.
SIGISMUNDO:
Agradécele el favor
con que a ayudarme ha venido
vestida de resplandor.
Dila algo.
GASCÓN:
En mi vida he sido
culto versificador;
mas pues tú lo mandas, vaya.
Zarca antípoda de Febo
que hecho este jardín Pancaya
para alumbrarle de nuevo
bordas de estrellas tu saya;
tú que al amante prometes
favores como al ladrón
y acompañando corchetes
como si fueras jubón
estrellas traes por ojetes;
tú que sustentas con ellas
ya el favor y ya el desdén
y miéntras brillas centellas
haciendo el cielo sartén
sus yemas rubias estrellas;
bien pudiera, pues que vuelas
con tan estrellado bulto
decirte --y aun lo recelas--
con cierto poeta culto
que estás llena de viruelas
o que como eres curiosa,
entre el resplandor hechizo
nos muestras la cara hermosa
con tanto lunar postizo
que ya pecas de pecosa;
pero sólo digo, en fin,
que más bella que otras noches
vienes hoy a este jardín
llena de dorados broches
desde el copete al chapín
y que de los cielos bellos
donde es bien que te rotules,
pudieras, a sufrirlo ellos
por lo que tienen de azules,
cortar cambray para cuellos.
SIGISMUNDO:
Anda, necio.
GASCÓN:
Al uso es esto.
LISENA:
¡Ay Diana! Vesle allí.
DIANA:
Despejarte quiero el puesto
hasta que sepa de ti
que soy de Amor tan honesto
medianera.
LISENA:
La luz mato.
DIANA:
Haces bien. Aquí te espero;
que siempre es cuerdo el recato.
LISENA:
¿Y el papel?
DIANA:
Guardarle quiero,
envuelto en él el retrato.
Échase DIANA en la manga
el retrato y el papel,
y apártase a un lado
LISENA:
¡Príncipe!
SIGISMUNDO:
Lisena mía,
ya es medio día, ya en verte
se ausentó la noche fria.
GASCÓN:
(Veremos de aquesa suerte (-Aparte-)
estrellas al mediodía.)
SIGISMUNDO:
Recelos húngaros son
los que el deseo apresuran,
pues para satisfacción
del amor que en ti aseguran,
te entregan su posesión.
Dicen que viene la infanta
a injuriar merecimientos,
mi bien, de hermosura tanta;
y para que impedimentos
con que Amor niño se espanta
mi dicha no hagan dudosa,
mi esperanza determina,
Lisena del alma hermosa,
que esta noche sea madrina,
y tú mi adorada esposa.
LISENA:
El crédito has restaurado,
príncipe, que en los señores
por no pagar se ha quebrado;
pues siendo todos deudores,
tú pagas adelantado.
No estados podré ofrecerte
cual la infanta, Sigismundo,
aunque mi amor es de suerte
que tiene cual mar profundo
infinitos en quererte.
Rey serás desde este día
de un alma humilde que adora
tu amorosa cortesía,
puesto que envidio en Leonora
no el amarte sino a Hungría.
Mas ya que en estados reales
más ilustre la haga Dios,
consolaránse mis males
en que a lo menos las dos
somos en almas iguales,
y en esto mi dicha fundo,
más que ella en su real blasón
pues siendo de Sigismundo,
estimo más tu elección
que las coronas del mundo.
SIGISMUNDO:
Paguen esa fe, Lisena,
mis brazos, de Amor tusón.
Noche alegre, quinta amena,
si porque mis bodas son
sin testigos, os dan pena,
padrino el silencio sea;
estos cuadros, reales salas,
que himeneo alegre vea;
las flores, telas y galas,
que teja y vista Amaltea;
mis deseos, convidados;
músicos, aquestas fuentes
y arroyos de Amor templados,
que den tono a sus corrientes
y hagan fugas por los prados;
vos, jazmín, murta, arrayán,
aromas que al aura pura
fragancia en sus flores dan...
GASCÓN:
Y yo vendré a ser el cura
o al ménos el sacristán.
Deja el arroyo templado,
el arrayán, murta y flor,
viento, fuente, jardín, prado
--que has de darle cuenta a Amor
de ese tiempo mal gastado--
y empieza tus aventuras;
que si Amor anda con venda
en fábulas y pinturas,
es porque siempre encomienda
al amante que obre a escuras.
Estas violetas que ves,
su tálamo os pueden dar,
si agora alfombra a tus pies.
Solos os quiero dejar;
que al tronco de aquel ciprés
me espera un sueño liviano,
y darle dos filos quiero.
Tahur es Amor tirano,
este jardín tablajero;
jugad los dos mano a mano,
y tiraos como enemigos
los restos; que yo os prometo
que estáis picados, amigos.
Apártase GASCÓN
SIGISMUNDO:
Al Amor llamó un discreto
escritura sin testigos.
No hace su honesta lucha
de anfiteatros caso
donde mira gente mucha.
Dadme pues...
LISENA:
Príncipe, paso;
que hay aquí quien os escucha.
No solo os imaginéis;
que mi ventura ha traído
un testigo que estiméis
y a serlo agora ha venido
de la merced que me hacéis.
Diana fue salteadora
de los secretos de Amor
y, aunque sus leyes ignora,
ensalza vuestro valor
y vuestra grandeza adora.
Dadla licencia que os hable.
SIGISMUNDO:
Gracias le debe este gusto
por ella comunicable.
LISENA:
A mi amor honesto y justo
el cielo se muestra afable,
pues todos le favorecen.
Hermana, el príncipe os llama.
Llega DIANA
DIANA:
Tantas mercedes me ofrecen
con que ensalce vuestra fama
las glorias que os engrandecen,
gran señor, que puesta en duda,
para no haceros agravio,
cuando a alabaros acuda,
podré decir con un sabio
que la copia me hizo muda.
Que como la admiración
es del silencio señal,
me ha causado confusión
el ver que un sujeto real,
digno de veneración,
cual vuestra Alteza, se agrada
de realzar nuestra bajeza.
Aunque no ignoro espantada
ser propio de la grandeza
el dar ser a lo que es nada.
SIGISMUNDO:
Vos lo habéis dicho tan bien,
que a pesar de la opinión
que culpa vuestro desdén,
la hermosura y discreción
hermanarse en vos se ven.
Estimad vuestra ventura;
que porque os llevéis la palma,
quiere que rindáis segura
con la discreción el alma,
los ojos con la hermosura.
Y no reinos, ni riqueza
creáis que son el tesoro,
Diana, de más grandeza.
Los diamantes, plata y oro,
se crían en la aspereza
de una infrutífera sierra;
las perlas que el mundo estima,
una concha las encierra;
la púrpura que sublima
la vanidad de la tierra,
es sangre de un vil pescado;
las piedras que el sol congela,
un monte las ha criado;
las sedas de tanta tela,
que dan soberbia al brocado,
un gusanillo pequeño
las hila de sus entrañas.
Sacad su valor del dueño.
Las monarquías extrañas
que la ambición funda en sueño,
tal vez dan blasones reales
a un bárbaro sin razón;
mas no dotes naturales
de hermosura y discreción
porque esos son celestiales.
Y pues esto os engrandece,
dejad la admiración ya;
que mi elección apetece
en más lo que el cielo da,
que lo que la tierra ofrece.
Sale CAROLA
CAROLA:
(¡Válgame Dios por señora, (-Aparte-)
por amor y por jardín!
Desde que el sol el mar dora,
hasta que con su carmín
sale el alba a ser pintora,
¿desvelada y quimerista
enjardinada has de estar?
No hay quien al sueño resista,
y ya de puro velar
se me entorpece la vista.
Divorcio hace con la cama
Lisena, y da en jardinera;
y con ser de un galán dama,
y haberme hecho su tercera,
sé que adora, y no a quién ama.
Pues procúrese guardar
de mí; que siendo mujer,
bien pudiera adivinar
que reviento por saber
y, en sabiendo, por hablar.
Escucharélos de aquí.
GASCÓN:
(Carola es ésta: tentarla
quiero.) ¡Ah, mi reina!
CAROLA:
¡Ay de mí!
¿Quién es?
GASCÓN:
Quien por adorarla,
vive en ella y no esta en sí.
Tierna comunicación
a su señora entretiene
aquí. ¿Habrá conversación?
CAROLA:
¿Luego él con su amante viene!
GASCÓN:
Vengo por su motilón
y por servidor leal
de esa cara.
CAROLA:
Apartesé;
que ese nombre huele mal.
GASCÓN:
Es de noche, y me vacié.
CAROLA:
Diga "agua va," pesia tal,
y hable más limpio, si intenta
que no me vaya.
GASCÓN:
Yo busco
una trucha con pimienta,
una viña con rebusco,
y una huéspeda sin cuenta.
CAROLA:
Pues yo, hermano, no pretendo
a quien busca gangas muchas,
y que me pesque defiendo,
porque no se cogen truchas...
Ya lo entiende.
GASCÓN:
Ya lo entiendo.
CAROLA:
Si rebusco busca en viña,
no hay en mí qué rebuscar;
que estoy en cierne, y soy niña
en agraz por madurar...
GASCÓN:
(Si lo jura su basquiña...) (-Aparte-)
CAROLA:
...huéspeda soy; mas si intenta,
cuando disgustos despueblo,
comer, irse, y no hacer cuenta,
pique; que cerca está el pueblo
y no hay posada en la venta.
GASCÓN:
Discretaza eres. Ser quiero
perdigón de tu reclamo.
{{Pt|CAROLA:|
¿Quiero, dijo? ¡Ay qué grosero!
Sepamos quién es su amo
y quién es él; que me muero
de este antojo, y, podrá ser,
que algún monipodio hagamos.
GASCÓN:
Vaya, pues has de saber...
CAROLA:
¿Tan presto nos tuteamos?
GASCÓN:
Soy hombre y eres mujer.
CAROLA:
¿Quién son los dos? Que recelo
que nos quieren dar papilla.
GASCÓN:
Caballeros, vive el cielo
sino que éste lo es de silla
y yo caballero en pelo.
A medias gano salario
de dos amos por su turno
a quien sirvo de ordinario:
de adelantado al diurno
y a esotro de secretario.
Causaráte maravilla
este modo de servir;
pues advierte que en Castilla
por mí se vino a decir
lo de aquella seguidilla:
"Dime qué señas tiene,
niña, tu hombre"
"Lacayito de día
bufón de noche."
CAROLA:
Tan en ayuno me quedo
de saber quién es, como antes.
¿Quién es su señor?
GASCÓN:
No puedo
decirlo; que en los amantes
el secreto quita el miedo;
mas si me das un favor,
todo lo desbucharé.
CAROLA:
¿Qué quiere?
GASCÓN:
¿No hay cinta o flor,
guante de la mano o pie,
y otros dijes de amor?
CAROLA:
Diérale yo este listón;
mas pediráme el que trato
cuenta de él, y con razón.
GASCÓN:
Lo contado come el gato.
¿Es el dichoso Gascón?
CAROLA:
¿Gascón? ¡Gentil desatino!
¿Yo amores con un gabacho
que a casa en puribus vino?
GASCÓN:
¿En puribus?
CAROLA:
Es borracho
y anda en cueros como el vino;
mas cúmplame aqueste antojo
y hele aquí.
GASCÓN:
Venga el listón;
que ya de celos me enojo.
¿Ha de olvidar a Gascón,
y escogerme á mi?
CAROLA:
Sí escojo.
GASCÓN:
¿Olvidarále?
CAROLA:
¡Jesú!
Dale ya por olvidado.
GASCÓN:
¿No es monazo?
CAROLA:
De Tolú.
GASCÓN:
¿No es un puerco?
CAROLA:
Socarrado.
¿Qué falta?
GASCÓN:
Escupirle.
Escupe
CAROLA:
¡Pu!
GASCÓN:
(La mitad de tu apellido (-Aparte-)
escupiste.) Digo pues,
ya que obligarme has querido,
que este caballero es...
CAROLA:
¡Ay Dios!
GASCÓN:
¿Qué sientes?
CAROLA:
Ruido.
¡Lisena, señora mía,
tu padre en casa!
LISENA:
¡Ay de mí!
SIGISMUNDO:
¿El pesar tras la alegría?
DIANA:
Véte, gran señor, de aquí.
GASCÓN:
(La fiesta se queda fría.) (-Aparte-)
SIGISMUNDO:
Ya, mi bien, que sois mi esposa,
no temo siniestro fin.
Adiós, mi Diana hermosa.
LISENA:
La puerta está del jardín
abierta.
Vase SIGISMUNDO
GASCÓN:
Pues es forzosa
la amistad que hemos trabado,
¿cómo te llamas?
CAROLA:
Carola.
GASCÓN:
Dolor de tripas me has dado;
mas por esa causa sola
traeré el cuello escarolado. Vase GASCÓN. Salen ORELIO, con una hacha encendida, hablando aparte con FISBERTO, viejo
FISBERTO:
¿Hombre dices que salió
del jardín?
ORELIO:
¿No ves abierta
la puerta?
FISBERTO:
Y con ella abrió
sospecha a mi agravio cierta
quien en él de noche entró.
Alumbra. ¿Quién está aquí?
LISENA:
¡Oh, señor! Seas bien venido.
FISBERTO:
Vine y vi; mas no vencí,
pues miro el honor perdido
que industrioso conseguí.
¿Qué hacéis las dos a tal hora
y en tal sitio?
LISENA:
Es el calor
del sueño enemigo agora
y huyendo de su rigor,
pedimos alivio a Flora.
FISBERTO:
¿Y abrístele, para echalle,
la puerta?
DIANA:
Lugar seguro
es el jardín, sin cerralle,
pues sale el postigo al muro
y no a la plaza y la calle.
Deja agora, señor, eso
y dinos si traes salud.
FISBERTO:
Que lo imaginé confieso;
mas la falta de virtud
quita la salud y el seso.
La que yo tenía era cierta
pero tan mal me ha tratado
quien darme muerte concierta,
que el honor me ha registrado
el cierzo de aquella puerta.
¿Qué hombre fue el que salió
por ella agora?
DIANA:
¿Qué dices?
LISENA:
¿Hombre aquí?
FISBERTO:
Diréis que no
pero lo que tú desdices
colíjo en la cara yo.
DIANA:
Si no volviera por mí
la opinión que de intratable
en el mundo conseguí,
temiera algún mal notable
qe ver que me hables ansí.
¿Sabes que Bohemia sabe
en lo que mi honor se precia
sin que de humanarse acabe
y que en opinión de necia
estoy por honesta y grave?
Pues ¿qué sospechoso humor
quitarme intenta este nombre,
sin estima de mi honor?
La sombra no más de un hombre
suele causarme temor.
Mi hermana, ya es cosa cierta
lo que su fama procura.
No culpes jardín ni puerta.
FISBERTO:
Sin puerta aun no está segura
la honra en mujer y huerta,
cuanto y más haciendo prueba,
abriéndola, del rigor
con que un viento se la lleva;
que a Adán le quitó el honor
estando en un jardín Eva.
Estáis en jardín, y crece
el deseo, y cuando vaya
al natural que apetece,
podréis decir que bien haya
quien a los suyos parece.
Carola, di la verdad.
¿Quién era el que estaba aquí?
CAROLA:
Yo, señor... FISBERTO saca la daga
FISBERTO:
De mi crueldad
entenderás...
CAROLA:
¡Ay de mí!
Uno de la vecindad
buscaba--aquesto es sin duda--
de parte de la comadre...
deja la daga desnuda...
para cierto mal de madre,
unos cogollos de ruda.
FISBERTO:
¡Vive el cielo, que ha de ser
hoy sepulcro este jardín
vuestro, o tengo de saber
qué hombre, o para qué fin
acabáis de hablar y ver!
DIANA:
Ya no se puede esperar
tanta afrenta y vituperio.
¿Eso se ha de imaginar
de mí? Iréme a un monasterio,
y podráste asegurar.
FISBERTO:
¡Ah mujer, al fin lijera!
DIANA:
Por no serte inobediente,
me voy. Hace que se va, y tiénela FISBERTO de la manga donde escondió el papel
FISBERTO:
¿Dirás que es quimera
lo que yo he visto? Detente.
¿Qué papel es éste? Espera. Sácale el papel y el retrato
DIANA:
¿Es nuevo traer papeles
en la manga una mujer?
FISBERTO:
¿Cuándo tú traerlos sueles?
¡Bueno! ¿Estudios vengo a ver
de plumas y de pinceles? Lee
Regalado está el papel,
y el príncipe en su retrato
se muestra amoroso y fiel.
¿Eres tú la del recato,
la desdeñosa y cruel?
¿Creyendo a un príncipe estás,
que mañana ha de casarse?
¡Bien tu sangre honrando vas!
¿Papeles que han de rasgarse
cobras, cuando tu honra das?
¿Es más aquesta pintura
de un papel en que trabaja
el engaño, pues procura
la deshonra en su baraja
darte un rey sólo en figura?
Da crédito a firmas fieles,
funda en ella tus cuidados;
sabrás, cuando más reveles,
que a mujeres y a soldados
paga un príncipe en papeles.
¿Eres tú la recatada?
LISENA:
(Ya lloro de mi secreto (-Aparte-)
la dicha desbaratáda.) Aparte a LISENA
DIANA:
Por sacarte de este aprieto,
tengo de ser la culpada.
FISBERTO:
¿Y tú, Lisena, a terciar
en mi afrenta te enseñaste?
¡Bien te sabes estimar!
LISENA:
Al punto que aquí llegaste,
acababa yo de entrar,
el hombre que salir viste,
de mí debió de irse huyendo,
el tiempo que tú veniste;
mas de aquí saco y entiendo
que en un engaño consiste
cualquier vana hipocresía.
Ya sabemos a qué fin
se echaba a dormir de día
por velar en el jardín
cada noche.
DIANA:
¡Hermana mía...!
LISENA:
Creyó subir a lo sumo
de la real autoridad
y de aquí, a lo que presumo,
crecen de su vanidad
los humos, que al fin son humo.
Di, necia, ¿locura tanta
te hizo desvanecer
por un papel que te encanta?
¡Por cierto, hermosa mujer
para hacer punta a una infanta!
Si mi padre ha de tomar
venganza, y me cree a mí,
a ti te había de quemar,
y al retrato, porque así
reinéis los dos a la par.
Fuera un hecho sin segundo,
si en pago de tu corona,
os viese quemar el mundo:
a ti por loca en persona
y en retrato a Sigismundo.
¡En gentil reina había puesto
Bohemia su monarquía!
Castígala, señor, presto. A DIANA aparte
Perdóname, hermana mía,
que me va la vida en esto.
Vanse LISENA y CAROLA
FISBERTO:
Quien loca imposibles prueba,
y a subir se desvanece
a donde el viento la lleva,
cuando caiga, bien merece
que cualquiera se le atreva.
De ese retrato te asombra,
si a cobrar tu seso vienes,
pues si su esposa te nombra
y, en sombra al príncipe tienes,
princesa serás en sombra.
Y mientras yo voy a hablar
al rey y a poner cordura
a quien te viene a burlar,
descarta aquesa figura
y tu honor podrás ganar. Vanse FISBERTO y ORELIO
DIANA:
¡Gentil fraterna me han dado!
Basta, que llevo la pena
de lo que nunca he pecado;
mas como reine Lisena,
yo lo doy por bien empleado.
Con este enredo codicio
darle a Amor su posesión;
pues de tercera es mi oficio,
seré amante en opinión
pues no puedo en ejercicio.
Vase DIANA.
Sale el REY de Bohemia, viejo, y ALBERTO, infante
ALBERTO:
Una jornada, gran señor, de Praga
queda Leonora, infanta, donde espera
el palio real, que en parte satisfaga
la ausencia de su patria, en ella fiera.
Si Amor servicios de este modo paga,
y el príncipe la dicha considera
que los cielos le ofrecen con Leonora,
no a la infanta de Hungría, al sol adora.
Disimula prudente la tristeza
que, a pesar de su industria, por los ojos
no agravia, antes aumenta su belleza;
que suelen ser afeite los enojos.
Causarálos mudar naturaleza,
si ya no es que acierten los antojos
de quien afirma, más que fuera justo,
que se casa la infanta a su disgusto.
Tibio también a Sigismundo advierto
en estas bodas. Poco se disfraza.
Al camino creímos que encubierto
saliera a ver la infanta y que la caza
su amor coloreara; mas lo cierto
es que en otros empleos se embaraza
voluntad que a tal tiempo es tan remisa
si Amor a los principios todo es prisa.
REY:
Pues bien, ¿qué me querrás decir por eso?
ALBERTO:
¡Ay Rey! ¡Ay padre! Si el principio mío
tu sangre fue, y es cierto que intereso
de ella el amor, por quien vivir confío;
si aquesta mano que obediente beso,
por afrentar larguezas de Darío,
con que al monarca macedón excedes,
se llama mano por manar mercedes.
Ansí al bohemio reino jamás falte
tu vista venerable; ansí preserve
el tiempo tu vejez sin que le asalte
decrépito rigor que en ti reserve;
ansí la eternidad su trono esmalte
en esa plata, donde se conserve
una vida inmortal, sin que venganza
des jamás al olvido y la mudanza;
que el reino del Amor no tiranices,
ni voluntades con violencia enlaces;
que no la fuerza doma las cervices
del tálamo himeneo que deshaces.
Cuando campos de plata esterilices
que entre los lazos de amorosas paces
hijos producen con que eterno queda,
no habrá quien en los reinos te suceda.
Yo, padre caro, que a Leonora adoro
y en sus ojos recíprocos colijo
correspondiente gusto, en lazos de oro
de sus cabellos mi prisión elijo.
Sigismundo no la ama. Si el decoro
de mi vida te mueve, el ser tu hijo
y no me quieres presto llorar muerto,
agrada a Sigismundo, obliga a Alberto.
Acción tengo a Sajonia; en su conquista
feliz, asiste el español don Sancho;
ya dicen que ha rendido a escala vista
las poblaciones de su término ancho
y, como tu rigor no lo resista,
si con Hungría su ducado ensancho,
la fama vencerás de tus mayores
y dejarás dos reyes sucesores.
REY:
No merece respuesta quien no estima
palabras reales que respeta el mundo.
Tu necio amor sus ímpetus reprima
sin culpar el que tiene Sigismundo;
que ni Leonora el suyo desestima
ni tú, que en nacimiento eres segundo,
cuando en Sajonia por su duque quedes,
es justo que, como él, un reino heredes.
ALBERTO:
Pues, ¡vive el cielo...!
REY:
Loco, ¿qué es aquesto?
ALBERTO:
Que si a otro que a mí su esposo llama...
REY:
¡Tú conmigo atrevido y descompuesto!
¡Hola! ¿No hay gente aquí?
ALBERTO:
...que en viva llama
a Roma ha de imitar tu corte presto,
y yo a Nerón, que a la tarpeya fama
pondré en olvido. Vase ALBERTO
REY:
¿No hay quien lleve preso
este desatinado, este sin seso?
Sale FISBERTO
FISBERTO:
Vuestra majestad se sirva
de oírme aparte un secreto,
y esta prisa no le espante,
porque la pide el remedio.
REY:
Si no es de tanta importancia,
después me hablaréis, Fisberto.
FISBERTO:
Vaos en ello, gran señor,
el gusto, y la paz del reino.
REY:
¿La paz del reino y mi gusto?
¿Qué será? ¡Válgame el cielo!
Llegáos aquí y excusad
preámbulos y rodeos.
FISBERTO:
La noticia que de mí
os dieron mozo mis hechos,
gran señor, aunque olvidada,
no del todo se habrá muerto.
De ella habréis ya colegido
la lealtad con que os sirvieron
mis nobles progenitores,
imitándolos yo en esto.
Testigo el pobre caudal
con que su opinión sustento;
que privar y salir pobre
limpio nombre da, aunque nuevo.
Hanme quedado dos hijas
con cuya vista consuelo
servicios no bien pagados
si no es en merecimientos.
REY:
¿Querréis, Fisberto, pedirme
sus dotes? Yo os los concedo.
¿Es éste el caso importante?
FISBERTO:
No dotes, señor, pretendo;
que los de naturaleza
tienen y los que las dieron
sus nobles antepasados,
que son los que estimo y precio.
Bástales ser hijas mías;
que si nobles casamientos
mi vejez apeteciera,
no viniera a lo que vengo
ni algun príncipe faltara
que, llamándose mi yerno,
ensalzara prendas mías
hasta su trono supremo.
Diana, que es la mayor,
y en los altos pensamientos
mi natural semejanza,
tan sublimes los ha puesto
que el príncipe Sigismundo
es, gran señor, por lo menos,
el blanco de su esperanza
y de su amor el sujeto.
REY:
No será la primer loca
que dando en esos extremos
con príncipe bodas finja
y pare su tema en reinos.
¿Qué quieres decirme más?
FISBERTO:
Por locura pasara esto,
si el príncipe, gran señor,
no hubiera sido el primero
que, a pesar de inconvenientes,
menospreciando conciertos
que con la infanta Leonora
por él en Hungría has hecho,
persuadiera la entereza
de Diana al fin honesto
con que la iglesia permite
vivir un alma en dos cuerpos.
REY:
¿Sigismundo con Diana?
FISBERTO:
Ésta es verdad.
REY:
Anda, necio.
Ya sé que se ha concertado
contigo el infante Alberto
para que me persuadas
que el príncipe, aborreciendo
a Leonora, pronostica
infeliz su casamiento.
FISBERTO:
De mi hacienda vine anoche,
hallé mi jardín abierto,
vi salir un hombre de él
y estar mis dos hijas dentro.
Sospechas averigüé;
que en este papel perdieron
el nombre, pues ya no son
sospechas indicios ciertos. Dale al REY el papel y el retrato, y mírale
Léele, y mira este retrato
y si tomas mi consejo,
no con alborotos hagas
agravio al sabio silencio;
que yo casaré a Diana,
buscando algún caballero
igual a su sangre y dote
con la brevedad que veo
que para este caso importa;
y, puesto este impedimento,
volverá el príncipe en sí.
Será de la infanta dueño,
y yo quedaré premiado
con que sepan que he antepuesto
la lealtad a una corona
que me daba reyes nietos.
REY:
Fisberto, si yo supiera
el valor que en ese pecho
atesora tu lealtad,
tú ocuparas otro puesto;
mas yo enmendaré descuidos.
Tomar quiero tu consejo
sin que, cual dices, enojos
publiquen lo que es secreto.
Bien me parece que cases
a Diana, y que sea luego;
que en el peligro presente
es el más arduo remedio;
pero ha de ser de mi mano
el esposo; que ya quiero,
aunque tarde, comenzar
a pagar lo que te debo.
Don Sancho de Urrea merece,
por noble, pues descendieron
de los reyes de Aragón
los que a su casa ser dieron;
por valeroso, cual muestra
Sajonia, por cuyos hechos
rendida me reconoce;
por su noble entendimiento,
y por su edad, no liviana,
como en los años primeros,
cuya mudable inquietud
mil mal casados ha hecho,
sino en madurez viril,
que los gustos Himeneos,
para que duren felices,
tasa sabio, y goza cuerdo;
y, en fin, porque yo le estimo
y darle estados pretendo
que el ambicioso murmure
y no indignen al discreto,
me parece que será
merecido y justo empleo
de tu lealtad y mi gusto.
FISBERTO:
Agradecido te beso,
gran señor, tus pies reales;
que a medida del deseo,
dueño a mi casa has cortado. Salen SIGISMUNDO, ALBERTO, y GASCÓN, hablando aparte los tres
SIGISMUNDO:
Los brazos te diera, Alberto,
a no estar mi padre aquí,
por ver que en la infanta has puesto
los ojos, y amando estorbas
este odioso casamiento.
De mi parte está seguro;
porque al paso la aborrezco
que en otra parte idolatro.
GASCÓN:
Príncipe, ¿no ves aquello?
Retrato, viejo y papel
te acusan.
SIGISMUNDO:
Ya sé el enredo,
Gascón, que en ayuda mía
anoche hicieron los cielos.
La sospechosa es Diana,
de mi amor y, por lo menos,
Lisena estará segura.
GASCÓN:
Amor todo es embelecos.
REY:
Príncipe.
SIGISMUNDO:
¿Señor?
REY:
¿Qué aguardas
si está tu esposa en mis reinos
y una jornada de aquí
que a verla no vas?
SIGISMUNDO:
Sospecho...
REY:
No hay que sospechar. Al punto
parte y quítala recelos;
que tu descuido habrá dado
materia a su llanto y celos. Hablan aparte SEGISMUNDO y ALBERTO
SIGISMUNDO:
¿Qué responderé?
ALBERTO:
Que vas
a verla, y juntos podremos,
contra caducos enojos,
entablar nuestros sucesos.
REY:
¿No partes?
SIGISMUNDO:
Ya, Señor, parto.
REY:
Fisberto, venid; que tengo
que deciros muchas cosas
concernientes al bien vuestro.
Vanse el REY y FISBERTO
SIGISMUNDO:
Quédate, Gascón.
GASCÓN:
De día
soy vigilia de este viejo
pues siempre le voy delante.
SIGISMUNDO:
¿Y de noche?
GASCÓN:
Tu linterno. Vase GASCÓN
SIGISMUNDO:
Partamos, pues, que Leonora
y Hungría serán de Alberto,
o no seré Sigismundo.