El celoso prudenteEl celoso prudenteTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen LISENA y DIANA
LISENA:
Hoy se truecan los temores
que te tienen con tristeza,
Diana, en gustos mayores.
Hoy han de llamarme alteza
las dichas de mis amores.
Hoy ha de envidiarme el mundo
las glorias que en mi amor fundo
y mi suerte venturosa
me tiene de ver esposa
del príncipe Sigismundo.
La infanta me envía a llamar;
vestida estoy de camino
porque he de representar
de un ingenio peregrino
una traza singular.
Que me parezco a Leonora
piensa el rey; Gascón agora,
en cochero convertido,
a darme cuenta ha venido
de esta industria enredadora.
Mas si ya te lo he contado,
¿para qué te lo repito?
Tú, hermana, el reino me has dado;
en bronce la fama ha escrito
el amor que me has mostrado.
Tú has de reinar, que yo no;
pues jamás el mundo vio
hermana que tal hiciese
ni a tal riesgo se pusiese
cual tú, porque reine yo.
¿No celebras mis venturas?
¿No sientes el bien que siento?
¿Abrazarme no procuras?
DIANA:
Con la sobra del contento
estás diciendo locuras.
Hasta que el fin de tu amor
asegure mi temor,
no gusto, hermana, de nada;
que está muy enmarañada
y dudosa esta labor.
Parte, Lisena, en buen hora
y Amor tu suerte asegure.
Habla a la infanta Leonora
y ¡ojalá no se conjure
de la Fortuna traidora
la inconstancia contra ti!
Que para premiarme a mí,
basta el ver que, siendo alteza,
a coronar tu cabeza
te saca el cielo de aquí.
Mi padre está en el aldea
de Florel, y ansí diré
a mi don Sancho de Urrea
que a verle vas, porque sé
que tenerte allá desea.
Melancólico anda, hermana;
pensativas suspensiones
hacen mi dicha tirana.
Elévase en las razones;
no come de buena gana;
mal esta noche ha dormido;
óigole hablar entre sí
aunque nada he percebido.
¿Qué he de hacer, triste de mí?
si algo de aquesto ha sentido,
y sospechas del honor
mi crédito en duda han puesto?
LISENA:
Desengaños de mi amor
desharán, hermana, presto
las nubes de ese temor.
¿Hase mostrado alterado?
¿Mírate, el rostro torcido?
¿Cáusale el hablarte enfado?
DIANA:
Don Sancho es cuerdo marido
y el cuerdo es disimulado.
No sólo no me aborrece,
sino que aumenta favores,
galas y joyas me ofrece,
díceme tiernos amores
con que el que le tengo crece.
Si pregunto qué ocasión
le tiene tan pensativo,
sus brazos respuesta son
en que amorosa recibo
segura satisfacción.
Al palacio y la privanza
culpa y eso debe ser
porque ninguno la alcanza
que no le inquiete el temer
vaivenes de la mudanza.
Sale GASCÓN, de cochero
GASCÓN:
Ce, Lisena; ce, Diana!
¿Hay coco de quien temblar?
LISENA:
Entra.
GASCÓN:
De bellaca gana;
que nunca aprendí a saltar
y es muy alta esta ventana.
DIANA:
Fuera está don Sancho.
GASCÓN:
Pues,
dos damas de nuestra infanta
y un coche esperan que des
principio a ventura tanta.
Alto, a subir, pues me ves
en cochero convertido.
LISENA:
Hermana, dame esos brazos.
GASCÓN:
(Carola, ¿adónde te has ido? (-Aparte-)
Pagaréte a latigazos
aquel "pu," que me ha escocido.)
DIANA:
¿Adónde está el coche?
GASCÓN:
Está
a la puerta del jardín.
Ya es tarde. Acabemos ya;
que ha de hacerme volatín
don Sancho si vuelve acá
y dame prisa esta pena.
DIANA:
Vamos; que te quiero ver
partir a ocasión tan buena
que princesa has de volver
yendo no más que Lisena.
Vanse, y sale don SANCHO
SANCHO:
En peligro, honra ofendida,
por una mujer andáis.
A la muerte, mi honra, estáis;
hoy no más os dan de vida.
¡Qué sana os conocí yo!
¡Con qué contento y quietud!
Mas la honra y la virtud,
¿cuándo en la mujer duró?
¡Ay leyes fieras del mundo,
de las de Dios embarazo!
¿Que hoy no más os da de plazo,
honra mía, Sigismundo?
¿Que hoy os tiene de dar muerte?
¿Que no admite apelación
su cruel ejecución?
Buscaba una mujer fuerte
Dios, por la boca del sabio;
mas responderéisle a Dios
que no sois la fuerte vos,
pues me hacéis, Diana, agravio.
Hoy no más, honra, hay en medio.
¿Qué hacéis con tan corto espacio?
Quien va enfermando despacio,
busque despacio remedio;
que en leyes de medicina,
no es el médico prudente
que a enfermedad de repente
no da cura repentina.
Muera Diana lasciva
hoy, pues afrentarme quiere;
pero si en público muere,
quedará mi afrenta viva.
SANCHO:
Mas no hará, que el mundo alaba
al marido varonil
que su honra en sangre vil
de los adúlteros lava.
Mas ¿qué sangre habrá que pueda
lavarla si la divulgo
y en los archivos del vulgo
inmortal la mancha queda?
Manchas hay que salen luego,
si aplicarse el jabón sabe
mas ¿quién habrá que se alabe
de sacar manchas de fuego?
Pero ¡cielos! ¿quién no alcanza
que la ley del duelo admite,
porque el honor resucite,
crueldades a la venganza?
Esto ¿no es el común voto?
Sí, mas si el honor se llama
frágil vaso de la fama,
vaso que una vez se ha roto,
aunque le suelde el cuidado,
no cobra el primer valor
ni es bien que quede el honor
como vaso remendado.
Si la doy muerte que asombre,
la corte, cuando me vea,
no de don Sancho de Urrea
conservaré el primer nombre;
antes de aquí temer puedo
que cuantos esto supieren,
dondequiera que me vieren
me señalen con el dedo
y digan, "Éste es aquél
a quien deshonró su esposa."
Fama pues tan afrentosa,
nombre, cielos, tan cruel
que ha de quedar inmortal,
¿podré yo borrarle luego?
No, porque es mancha de fuego
que no pierde la señal.
Sale ORELIO, criado
ORELIO:
No es honra muy de codicia
la que, después de azotado,
volverle al pobre ha mandado
en público la justicia.
SANCHO:
¿Qué es esto?
ORELIO:
¡Oh señor! Venía
riyéndome de una acción
que he visto, en satisfacción
de un azotado, este día.
Acudió a cierta pendencia
de noche un juez, y uno de ellos
le hirió, queriendo prendellos,
sin que de esta resistencia
se descubriese el autor.
El sastre nuestro vecino
--que si ya no es con el vino
nunca ha sido esgrimidor--
estando en su casa quieto,
fue sin culpa denunciado
de un enemigo taimado.
Prendiéronle, y en efeto,
la furia del juez fue tal
que sin formarle proceso
ni averiguar el suceso,
sobre el usado animal,
entre la una y las dos
le hizo dar aquella noche
un jubón, cual él se abroche
en galeras, ruego a Dios.
ORELIO:
Como era entonces tan tarde
cuál o cuál tuvo noticia
del rigor de la justicia;
pero él, haciendo alarde
de su injuriada inocencia,
del juez se querelló
y ante el consejo probó
que cuando la resistencia
sucedió, estaba acostado,
con que mandó el presidente,
en fe de estar inocente
y el juez haber mal andado
restitüírle la honra;
y así por las calles reales
con trompetas y atabales
de la pasada deshonra
se purga, con gorra y calza,
en medio de dos señores,
donde de sus valedores
toda la chusma le ensalza.
Y cada cual admirado,
como no sabe quién es,
pregunta, "¿Cuál de los tres
es, compadre, el azotado?"
Y responden, "El de enmedio."
De modo que ya la fama
"el azotado" le llama.
ORELIO:
¡Miren qué gentil remedio
de honrarle en mitad del día
si de noche le afrentaron,
y de los que le asentaron
cuál o cuál el mal sabía!
Hanle honrado, en fin, los jueces
y agora pasa esta calle;
mas yo digo, que el honralle
es afrentarle dos veces;
pues después de paseado
y soldado su desastre,
no le llamarán "el sastre,"
sino sólo "el azotado."
Vase ORELIO
SANCHO:
"No le llamarán 'el sastre,'
sino sólo 'el azotado.'"
¡Bien que agravio publicado
añade a la afrenta lastre!
¡Ah, Orelio! ¡Y a qué ocasión
vino tu aviso discreto!
El agravio que es secreto,
secreta satisfacción
pide. Bien me has avisado.
Cuando al otro el juez honraba,
el vulgo ¿no preguntaba
que quién era el azotado?
Luego si en público os vengo,
agora, que cuál o cuál
de mi esposa desleal
sabe el daño, ¿qué prevengo?
El que me viere vengado
no dirá cuando me vea
"Éste es don Sancho de Urrea"
sino, "Éste es el afrentado."
Alto pues, honra discreta,
haced que lo sea mi furia;
pues es secreta la injuria,
mi venganza sea secreta.
Mirad que a aquel desdichado
que imita vuestro desastre,
no le llamarán ya "el sastre,"
sino sólo "el azotado."
Sale DIANA
DIANA:
(Gracias al cielo que puedo, (-Aparte-)
nombre mío, restauraros.
No pienso otra vez prestaros;
basta un peligro y un miedo.
Pero aquí mi esposo está
melancólico y suspenso.)
SANCHO:
Darle agora muerte pienso.
DIANA:
(¿Cómo? ¿A quién la muerte da?) (-Aparte-)
SANCHO:
Pero no ha de ser notoria
la causa por que la doy
porque con Diana hoy
he de enterrar su memoria.
DIANA:
(¿A Diana ha de enterrar? (-Aparte-)
¿Y hoy ha de ser? ¡Ay de mí!
No en balde, cielos, temí
la ocasión de este pesar.)
SANCHO:
Yo he leído de un marido
a quien un grande afrentó
que en secreto se vengó.
DIANA:
(¡Que yo le ofendo ha creído!) (-Aparte-)
SANCHO:
Convidó, en medio el estío
a su enemigo a nadar
y, a título de jugar,
los dos entrando en el río
abrazándose con él,
a la mitad le llevó,
donde su injuria vengó
siendo sus brazos cordel,
y el verdugo su corriente.
Después salió voceando,
"¡Favor, que se está anegando
mi amigo, ayudadle, gente!"
Y con este medio sabio
dio nuevo ser a su honor,
paga justa al agresor,
y nadie supo su agravio.
Si no fuera Sigismundo
que deshonrarme intenta,
yo vengara ansí mi afrenta
y no la supiera el mundo;
mas es príncipe en efeto;
su sagrado es mi lealtad;
honra, otro medio buscad
y advertid que sea secreto.
DIANA:
(¡De Sigismundo y de mí (-Aparte-)
está celoso! Este engaño
al fin resultó en mi daño.
¡Ay, cielos!)
SANCHO:
También leí
que este marido prudente
después que dormida vio
su esposa, fuego pegó
al cuarto; que quien consiente
al agresor acompaña;
y cerrándola la puerta,
después que tuvo por cierta
su muerte, y la llama extraña
en cenizas esparció
su agravio, porque no hubiese
quien de él noticia tuviese,
desnudo, a voces pidió
agua; mas no tiene efeto
cuando la honra incendios fragua
y ansí del fuego y el agua
fió el honor su secreto.
Fuego, yo también le fío
de vuestra llama; y por Dios,
que a no ser, fuego, de vos,
de nadie fiara el mío.
Con ella abrasad mis menguas,
vengad injuriadas famas...
Mas; ¡ay Dios! que vuestras llamas
tienen la forma de lenguas,
y que me afrenten presumo.
Mas si en iguales desvelos
suelen ser humo los celos
no haya llamas, sed todo humo.
DIANA:
(¡A quemarme con la casa (-Aparte-)
se dispone! ¿Qué herejía
cometéis, desdicha mia?
Contaréle lo que pasa;
que si hasta aquí fue prudencia
callar, ya no lo será.
Mi hermana a casarse va;
la ocasión me da licencia
descubrir este engaño;
que si para lo que he hecho
fue el secreto de provecho,
ya de hoy más, será en mi daño.) Llega
¡Señor!
SANCHO:
¡Diana! ¡Oh mi bien!
DIANA:
Si yo, don Sancho, lo fuera,
menos injurias oyera,
más amor, menos desdén.
¿Qué agravios de vuestro honor
mi lealtad andan culpando,
que con vos estáis hablando
en ofensa de mi amor?
¿Qué príncipe amenazáis?
¿Qué esposa os quita el sosiego
que para ella encendéis fuego
y para él agua buscáis?
Rigurosos pensamientos
mi fe deben de ofender,
pues habéis querido hacer
verdugos los elementos.
Si admiten satisfacción
vuestros injustos enojos
y no fiáis de los ojos
indicios de la opinión,
don Sancho, escuchad un poco.
SANCHO:
(¡Ah secretos mal nacidos! (-Aparte-)
Si el temor todo es oídos,
y el que consigo habla es loco,
¿no os pudiérades quedar
dentro del alma guardados?
¡Ved agora escarmentados
lo que importa el buen callar!)
Esposa del alma mía,
ya que escuchándome estáis,
no las quimeras temáis
que hace mi melancolía;
pues ni agraviado me quejo,
porque estéis, mi bien, culpada,
ni habrá quien me persüada
a que no sois claro espejo,
en que se mira el honor.
Pero como me casé
en años ya, y siempre fue
de mí estimado el valor
de la honra en tanto extremo,
por ver la desigualdad
de vuestra florida edad
y la mía, dudo y temo...
sin causa... pues si la hubiera
nunca un español dilata
la muerte a quien le maltrata
ni da a su venganza espera.
Melancólico, cual vistes,
entre mí, Diana mía,
estos discursos hacía:
propio efeto de los tristes.
SANCHO:
Si el príncipe que, primero
que me casase, sirvió
a mi esposa e intentó
el dulce estado que adquiero,
con su intento prosiguiese,
y ella --que al fin es mujer--
de su edad y su poder
persuadida, me ofendiese,
¿con qué castigo discreto
sería bien me vengase,
sin que el vulgo me afrentase
ni hiciese agravio al secreto?
Y dije, "haciéndole ahogar."
Porque el agua, esposa mía,
que mudos los peces cría,
no lo había de parlar;
ni el fuego, que esteriliza
cuanto llega a su poder,
diera lengua a la mujer
esparciéndola en ceniza.
Esto en un esposo honrado
puede un agravio violento,
no más que en el pensamiento.
¡Ved qué hiciera averiguado!
Pero de imaginaciones
que conmigo a solas paso,
no hagáis vos, esposa, caso
cuando por tantas razones
vuestra lealtad e inocencia
satisfacerme procura;
pues no hay cosa tan segura
como la buena conciencia.
Vase don SANCHO
DIANA:
¡Con qué cuerdo y nuevo aviso
sus sospechas me ha contado!
Ni se dio por agraviado,
ni satisfacciones quiso.
Callaré, pues él lo hace;
que quien de disculpas usa
sin pedirlas, si se excusa,
neciamente satisface.
Hoy se tiene de casar
y ser princesa Lisena,
y hoy saliendo de esta pena
don Sancho, ha de averiguar
mi inocencia y dar sosiego
a su honrada confusión.
Mas antes de esta ocasión,
si llega a la casa fuego
y dentro de ella me abrasa,
siendo violento homicida,
¿no es razón, amada vida,
volver por vos y mi casa?
¿Quién duda? Si a Valdeflores
voy, donde mi hermana está,
y el cielo alegre fin da
a mi dicha y sus temores;
don Sancho, que ha de buscarme,
verá en un punto deshechas
sus aparentes sospechas,
despenarse y disculparme.
Éste es el mejor remedio.
Aseguremos ansí,
temor, la ocasión que os di,
y pongamos tierra en medio.
Repararé aquesta noche
a un tiempo el honor perdido,
y un engañado marido. Llamando
¡Hola! Haced sacar un coche.
Vase DIANA.
Salen LISENA, de luto galán, LAURINO y FULCIANO
LISENA:
De la princesa Leonora
estoy tan favorecida
que no pagaré en mi vida
lo que la debo en un hora.
¡Qué apacible! ¡Qué agradable!
¡Qué discreta! En fin ¡qué bella!
Si soy princesa por ella
y de esta industria admirable
llego el fin dichoso a ver
con que Amor mis dichas premia,
no princesa de Bohemia,
su esclava sí que he de ser.
LAURINO:
Vuestra alteza--que ya puedo
llamarla ansí--se asegure,
y en nombre suyo procure
proseguir con este enredo
que ella nos tiene mandado;
que hasta que esto se concluya,
como a la persona suya
la sirvamos.
FULCIANO:
Avisado
tiene a cuantos la servimos
que Leonora la llamemos
y de esta suerte lo hacemos
los que en su casa asistimos.
Su alteza está retirada,
porque ninguno la vea
y este engaño mejor crea
el rey.
LISENA:
¡Llaneza extremada!
En fin, ¿que soy desde agora,
Leonora, infanta de Hungría?
LAURINO:
Leonora sois este día,
y princesa, gran señora. Sale GASCÓN, de cochero
GASCÓN:
Chapines he visto yo
de corcho y altura tanta
que a una enana hacen giganta;
pero ¿quién chapines vio
que puestos en la cabeza
--la corona lo ha de ser--
ensalcen a una mujer
tan alta, que ya es alteza?
LISENA:
También, Gascón, para vos
de chapines servirán;
también os levantarán.
GASCÓN:
Yo soy cochero. Por Dios,
que Sigismundo me va
honrando, pues que me hizo
ser de un coche porquerizo.
"Coche, acá; coche, acullá."
Ya deseo que el rey venga
y, cumpliendo mi esperanza,
tenga fin aquesta chanza
y yo también premio tenga.
Sale el conde ENRIQUE
ENRIQUE:
(Amor ciego, loco estoy. (-Aparte-)
¿Cómo, rigurosos celos,
si el amante os llama hielos,
abrasándome estáis hoy?
Sin saber adónde voy,
hasta aquí me habéis traído.
¡Que una ausencia haya podido
descomponerme tan presto,
porque funde el duque Arnesto
su amor y dicha en mi olvido!
¡Ah, Lisena! Vos seréis
ocasión de que yo muera
en la verde primavera
que ya agostar pretendéis!
Mas, ojos, ¿que es lo que veis?
¿No es ésta, confusos ojos,
la causa de mis enojos?
Pero antojarasemé;
que Amor, como poco ve,
se suele poner antojos.
No, ¡vive el cielo! que es ella.
¿Si a ver la princesa vino?
No juzguéis a desatino
la verdad que miro en ella.
Ésta es su presencia bella,
sus dos soles son aquéllos,
su boca aquélla y cabellos,
aquéllas sus manos son;
pinceles de mi afición
lo afirman, y es bien creellos.
ENRIQUE:
A ella
Mudable, di, ¿de qué fruto
me ha de ser tu vista hermosa
si, siendo del duque esposa,
das a mis celos tributo?
¿Por quién te vistes de luto?
Si por mí le traes, ingrata,
cuando Amor casarte trata,
y me has quitado la vida,
nunca suele el homicida
traer luto por quien mata.
¿Cómo, mudable, tan presto
--que este nombre es bien te aplique--
favores que gozó Enrique
los has reducido a Arnesto?
Si mi amor firme y honesto
olvidas en sólo un mes,
vencer puedes tu interés,
y a premiarme te resuelve;
vuelve a amarme, mi bien, vuelve;
no soy duque, soy marqués.
El rey me llama sobrino;
títulos tendré mayores.
Dame esos brazos, amores;
dame ese rostro divino.
A los criados
LISENA:
¿Qué es eso? ¿Qué desatino
a este hombre saca de sí?
¿Qué hacéis? Echadle de aquí.
LAURINO:
Hola, despejad la sala.
GASCÓN:
Vaya mucho enhoramala.
FULCIANO:
¿No es donoso el frenesí?
ENRIQUE:
Villanos, viven los cielos,
si os descomponéis conmigo
que os haga dar el castigo
que dan a mi amor los celos.
¿Ansí pagas los desvelos
que ya, ingrata, desconoces?
Porque ajenos brazos goces,
¿no quieres darme los brazos?
GASCÓN:
¿Daréle de latigazos?
¿Echaréle de aquí a coces?
ENRIQUE:
Tirana, pues hoy verán
cuantos en Bohemia viven,
mientras mi luto aperciben,
la muerte de tu galán.
LAURINO:
Éste debe ser truhán
del rey y, bufonizando,
se debe de estar burlando.
LISENA:
(Bien le conozco. ¡Ay de mí!) (-Aparte-)
Hola; echádmele de aquí;
que agora que estoy llorando
la muerte del malogrado
príncipe, no será bien
que con burlas causa den
a divertir mi cuidado.
FULCIANO:
Tu esposo le habrá enviado
sin duda, porque tu alteza
divierta ansí su tristeza.
ENRIQUE:
¿Qué enredo es éste cruel?
¿Al marqués de Oberisel
no conocéis?
GASCÓN:
¡Linda pieza!
Toda esa gracia se enfría
porque aquí no ha de hacer baza
ni de su bufona traza
gusta la infanta de Hungría.
Guárdela para otro día
y desocupe este puesto.
ENRIQUE:
¿Quién es infanta? ¿Qué es esto?
LAURINO:
Bien finge lo que no ignora.
Con la princesa Leonora
habláis; no seáis molesto.
ENRIQUE:
¿Qué princesa? ¡Vive Dios,
villanos...!
GASCÓN:
Poquito a poco.
ENRIQUE:
¡Princesa! ¿Soy yo algún loco?
GASCÓN:
Sois uno, y valéis por dos.
ENRIQUE:
¿No sois el lacayo vos
de Fisberto?
GASCÓN:
Fui primero
su lacayo y ya cochero
de la princesa; que, en fin,
voy de rocín a ruín.
ENRIQUE:
¿No me conocéis?
GASCÓN:
No quiero.
(Que si quisiera, bien sé (-Aparte-)
quién es el marqués Enrique.)
El seso tenéis a pique.
(Lindamente le engañé. (-Aparte-)
¡Bien la burla le encajé
de Arnesto!) Voces dentro
VOCES:
Plaza, que viene
el rey.
LISENA:
(Aquí me conviene (-Aparte-)
disimular.)
ENRIQUE:
¿No es Lisena
ésta? ¿Qué maraña ordena
matarme?
GASCÓN:
¡Buen tema tiene!
Salen el REY, el infante ALBERTO, SIGISMUNDO, y ACOMPAÑAMIENTO
REY:
Alegrara, señora, su venida
a este reino que espera a vuestra alteza,
si la muerte del príncipe, afligida
no enlutara a tal tiempo su belleza. Hablan aparte el REY y el infante ALBERTO
No vi mujer jamás tan parecida
a Lisena, ni hará naturaleza,
Alberto, otro traslado semejante.
ALBERTO:
Digno es de que la admires y te espante. A LISENA
REY:
Pero pues nunca la Fortuna ordena
darnos cumplido el gusto, y es forzoso
mezclar con él aquesta justa pena,
de un hermano el pesar temple un esposo. Aparte el REY y ALBERTO
Pienso que estoy hablando con Lisena
y, divertido con el talle hermoso
que en la princesa, copia suya, miro,
cuanto más la retrata, mas la admiro.
ALBERTO:
¿No te lo dije yo?
LISENA:
Con haber visto
a vuestra majestad, penas divierto,
el llanto enjugo y el pesar resisto
de Vladislao en tiernos años muerto.
GASCÓN:
(¡Lindamente lo finge, vive Cristo!) (-Aparte-)
LISENA:
Mas ya que no con lágrimas advierto
que al príncipe podré volver la vida,
yo olvidaré su falta, agradecida.
Pierdo un hermano que estimaba el mundo;
mas cobrando un esposo, con quien puedo
su muerte consolar, contenta fundo
mi dicha en él.
GASCÓN:
(¡Famoso va el enredo!) (-Aparte-)
LISENA:
Quisiera yo ofrecer a Sigismundo,
con la corona húngara que heredo,
el globo del imperio soberano
que besara sus pies al dar mi mano.
SIGISMUNDO:
Yo la beso mil veces, gran señora,
no de mandos ni imperios codicioso,
sino de la hermosura en quien adora
la dicha que me llama vuestro esposo.
ENRIQUE:
(A Lisena trasforman en Leonora. (-Aparte-)
¿Qué enredo es éste, cielo riguroso?)
LISENA:
Para vos, gran señor, mil fueran pocos.
ENRIQUE:
(O yo lo estoy, o todos están locos.) (-Aparte-)
Hablan aparte SIGISMUNDO y LISENA
SIGISMUNDO:
¡Ay, dulce esposa!
LISENA:
¡Ay, príncipe querido!
Saque este engaño Amor a feliz puerto.
SIGISMUNDO:
Si hará, mi bien; que es dios agradecido. A ALBERTO
LISENA:
Con vos este viaje, infante Alberto,
"el viaje" se llame "entretenido".
ENRIQUE:
(¡Que no estuviera agora aquí Fisberto!) (-Aparte-)
LISENA:
Mucho le debo en él a vuestra alteza.
Ni su enfado sentí, ni su aspereza.
ALBERTO:
Estar quejoso de él con razón pude,
pues envidioso que os acompañase,
sus leguas abrevió.
GASCÓN:
(¡Qué bien acude (-Aparte-)
a todo la bellaca!)
ALBERTO:
Y si durase
un siglo, me alegrara.
ENRIQUE:
(No hay quien dude (-Aparte-)
que aquesta no es Lisena. ¡Que esto pase
y se sufra en Bohemia! ¿Hay tal suceso?
Yo debo de soñar, o estoy sin seso.)
Reparando el REY en ENRIQUE
REY:
¡Marqués! ¡Sobrino!
ENRIQUE:
¡Gran señor!
REY:
Parece
que triste celebráis esta alegría.
ENRIQUE:
Ando sin ella, y por instantes crece,
no sin causa, una gran melancolía.
Un deseo, señor, me desvanece,
que, por ser imposible, ya podría
dar treguas a mi mal su desatino.
LISENA:
¿A quién llamastes, gran señor, sobrino?
REY:
Eslo mío el marqués.
LISENA:
¡Válgame el cielo!
Perdonadme, marqués si inadvertida
no os traté como en tales casos suelo;
que con justa razón estoy corrida.
Pero, podréis culpar vuestro recelo
y el ser yo a alguna dama parecida
a quien amor tenéis.
REY:
Pues bien, ¿qué ha habido?
LISENA:
Con él un lindo caso me ha acaecido.
REY:
¿Con don Enrique?
LISENA:
Ingrata me ha llamado.
En la ausencia de un mes dice, que pudo
no sé qué duque, que es mi desposado,
favores usurpar de Amor desnudo.
Hasta el luto que traigo está injuriado
pues dice que si el traje alegre mudo
en él, es porque toda soy mudanza
y porque he dado muerte a su esperanza.
No se me acuerda el nombre que me llama,
puesto que en él mi ingratitud condena.
En conclusión, señor, sin ser su dama,
ni la culpa tener, llevo la pena.
Hablóme, en fin, por la persona que ama.
REY:
¡Donosa burla! Si os llamó "Lisena,"
no me espanto, Leonora, que se asombre.
LISENA:
Sí, "Lisena" imagino que era [el] nombre.
REY:
A todos nos causara el mismo engaño,
[si] el conocer, señora, a vuestra alteza
no asegurara caso tan extraño,
milagro, en fin, de la naturaleza.
GASCÓN:
(¡Qué fértil en mentiras corre el año!) (-Aparte-)
REY:
Hay, señora, en mi corte una belleza
imagen vuestra y semejanza en todo:
en la cara, en el talle y en el modo.
LISENA:
¡Válgame Dios!
REY:
A quien aquesto ignora
difícil se le hará, si llega a veros,
distinguir a Lisena de Leonora.
SIGISMUNDO:
Y aun a mí, que he llegado a conoceros.
LISENA:
Ya no me espanto, si a Lisena adora,
Enrique, vuestra suerte, que a atreveros
su desdén os obligue en nombre de ella.
Notablemente gustaré de vella.
ENRIQUE:
Alto. Yo me engañé; ya ha sucedido
una persona en otra retratarse.
Culpad mi engaño y condenad su olvido,
y si esta burla puede perdonarse,
perdón, señora, a vuestra alteza pido.
REY:
El suceso merece celebrarse.
LISENA:
La ignorancia me hizo que no hiciera
de vos el caso, Enrique, que debiera;
mas no tratando por agora de esto,
el rey mi padre, en cuyo real estado
tengo de suceder por el funesto
fin del hermano mío malogrado,
me acaba de escribir que está dispuesto,
pues la muerte las cosas ha mudado,
de darme al de Polonia, porque quede
unida a Hungría, cuando el reino herede.
Mándame que le niegue a Sigismundo
la mano, cuando el alma le ha ofrecido;
de suerte que me da esposo segundo,
viuda sin bodas del primer marido;
y cuando me ofreciera todo el mundo,
una vez en el alma recibido,
fuera imposible echarle; que Amor ciego
tarde suele salir, aunque entra luego.
Por esto, y por no dar ocasión justa
a guerras, que al poder hacen tirano,
luego que supe su demanda injusta,
de esposa a Sigismundo di la mano.
Mi dueño es desde ayer, y si es que gusta
vuestra real majestad que el soberano
yugo de amor nuestras cervices ate,
no hay para qué la boda se dilate.
Publíquese en la corte que hoy pretendo
entrar en ella, el luto convertido
en galas reales y festivo estruendo,
pues la presteza su remedio ha sido.
REY:
En vos, princesa, estoy a un tiempo viendo
vuestra belleza, que el amor ha unido
a vuestra discreción. Bella y discreta
os llame el mundo. En todo sois perfeta.
No quiero encarecer vuestra prudencia.
La determinación ejecutada
fue importante, el amor por excelencia,
y mi injuria con tiempo remediada.
Vea mi corte hoy vuestra presencia.
Entrad debajo el palio, coronada
por princesa de un reino que mejora
su trono real, gozándole Leonora.
Yo voy a hacer la prevención debida
a vuestro casto amor. Príncipe, vamos.
SIGISMUNDO:
Hoy, dulce esposa, en apacible vida
los trances fieros del Amor trocamos.
ENRIQUE:
(¡Que ésta es Leonora, cielos!) (-Aparte-)
GASCÓN:
(Bien urdida (-Aparte-)
hasta aquí tu maraña, Amor, llevamos.
¡Oh, Lisena taimada y socarrona!
Por pícara mereces la corona!)
Vanse todos.
Sale don SANCHO
SANCHO:
Hoy, honor, no moriréis.
Un día más os dan de plazo.
Sigismundo en Valdeflores,
hoy no os ha de hacer agravio.
Si mañana hacerle intenta,
yo le atajaré los pasos.
Castigue el fuego adulterios,
pues es elemento casto.
Asegurar a Diana
me importa; que si ha escuchado
la muerte que darla intento
y siempre teme el culpado,
tiene de andar sobre aviso.
Con amorosos engaños
pienso quietar sus temores;
fingid que la amáis, regalos. Llamando
¡Diana! ¡Mi bien! ¡Esposa!
¡Ay cielos! ¿Si la ha ausentado
su poca satisfacción;
que es propio de los pecados
el temer a la justicia,
verdugo que a cada paso
de sí mismo se recela,
y trae la soga arrastrando?
¡Cardenio! ¡Grisón! ¡Orelio!
¿No hay aquí ningún criado?
Sale ORELIO
ORELIO:
¿Qué manda vuestra excelencia?
SANCHO:
Llamad mi esposa.
ORELIO:
Buen rato
ha que en un coche salió
y ha ido, si no me engaño,
a Valdeflores.
SANCHO:
¿Adónde?
ORELIO:
La fama que ha divulgado
que la princesa de Hungría
es de Lisena retrato,
la obligará, gran señor,
a ir a ver este milagro;
que se despuebla la corte
a lo mismo.
SANCHO:
No me espanto.
Yo la mandé que lo hiciera;
que en término cortesano,
es bien que a Leonora vea.
Andad con Dios.
Vase ORELIO
SANCHO:
¡Qué engañado
hasta aquí, honor, estuvistes!
¡Ay infelice don Sancho!
¡Sigismundo en Valdeflores!
¡Diana allí, y concertado
para hoy verse los dos!
¿Vos sois cuerdo? ¿Yo soy sabio?
¿Quién duda que en el camino
su amor no apreste el teatro
de mi desdicha, que sirva
a mi afrenta de cadalso?
Muerto os han, honor remiso.
Diréis que no os lo avisaron;
mas mentís, honor, mentís;
que anoche oyó mi cuidado
el concierto riguroso;
tiempo habéis tenido harto.
Socorro de España sois,
siempre perdido por tardo.
Ya ¿de qué sirve callar,
cuando las aves, los campos,
y las fuentes, que han de verlo,
deben ya de publicarlo?
Demos voces... Pero no;
más vale morir callando.
No os afrentéis a vos mismo,
perdido honor; lengua, paso;
no en balde el cuerdo silencio
tiene en la boca un candado.
Silencio, deshonra mía,
hasta llegar a vengaros.
Dos modos hay de curar,
y milagrosos entrambos.
SANCHO:
El preservativo es uno
con que se previene el sano
y se cura antes que llegue
el mal que está recelando;
porque el sangrarse en salud
suele excusar muchos daños.
Ya no podéis usar de éste;
tarde, honor, habéis llegado.
Enfermo por vuestra culpa
y por mi desdicha os hallo.
Pues venga el segundo medio.
Procurad, honor, curaros
ya que en la cama caístes
de la deshonra y agravio.
Apliquemos medicinas.
Lo primero pues que os mando,
honor, es guardar la boca;
que no sana el desreglado.
La dieta es el remedio
más eficaz y ordinario.
Guardad, honor, pues, dieta
de silencio cuerdo y santo.
Pero es rigurosa cura;
¿qué médico tan extraño
no os ha, honor, de permitir,
si estáis enfermo, quejaros?
Éntrase por las cavernas
de la tierra el viento vano
y, mientras no halla salida
con terremotos y espantos,
publica a voces su pena.
SANCHO:
Tiembla el mundo, y echa abajo,
en fe de su sentimiento,
los edificios más altos.
Apenas un aire leve
toca las hojas de un árbol
cuando todas se hacen lenguas
porque den voces sus ramos.
Braman celosos los brutos,
las aves se están quejando,
y a falta de lengua, en ecos
da gritos hasta un peñasco.
¿Y no queréis que me queje,
para que imite al caballo
de Troya, que mudo encierra
en el pecho a sus contrarios?
¡Oh, terribles agravios!
Mátanme el alma, y ciérranme los labios.
¡Diana con Sigismundo
su lascivo amor gozando,
mi limpia sangre ofendiendo,
y yo muriendo y callando!
¡Oh, España, madre de nobles!
¡Oh, Aragón, espejo claro
de la venganza que puebla
los verdes montes de bandos!
Ya no me tendrás por hijo;
ya habrán mi nombre borrado
tus libros de tu nobleza
mi memoria desterrando.
Paredes, ¿no habláis vosotras?
Sí; que por eso os han dado
orejas nuestros proverbios,
y quien oye, que habla es claro;
por eso es sordo el que es mudo.
SANCHO:
Tapices, ya se ha alabado
quien oyó vuestras figuras
y consultó vuestros cuadros.
Puertas, más de alguna vez
vuestros quicios avisaron
contra adúlteras ofensas
a maridos descuidados.
Ventanas, todas sois lenguas,
pues de noche vuestros marcos
oyen, para hablar de día,
los secretos que os fiaron.
¿En qué pared no se atreve
a hablar el carbón liviano,
o el hacha en lenguas de fuego
por escaleras y patios?
Las peñas, aves y brutos,
paredes, tapices, cuadros,
carbón, ventanas y puertas
todos hablan. ¿Y yo callo?
¡Oh terribles agravios,
mátanme el alma, y ciérranme los labios!
Pero si el silencio importa,
honor infelice, tanto,
y el buen callar siempre es cuerdo,
callemos, hasta vengarnos.
Disimulemos ofensas,
pues no estáis, honor, sano.
Tomad callando el acero
si queréis desopilaros.
SANCHO:
Hablen todos, que son necios;
que a la cigüeña han pintado
por símbolo del prudente
los que sin lengua la hallaron.
Parecedla vos en esto,
honor; que el que está agraviado,
no es bien que al mosquito imite
que se venga voceando.
¡Ea, fuego, aquesta noche
el oro, que se ha mezclado
con la liga de mi afrenta
y la da quilates falsos,
acendrarán vuestras llamas
como quien quema el brocado
por librarle de la seda
si está viejo o se ha manchado!
Quememos una mujer,
seda frágil que mezclaron
con el oro de mi honra
para que quede acendrado;
y vos, lengua, a la prisión
donde os atan, retiráos
y dad todas vuestras veces,
como soléis, a las manos;
y vosotros, agravios,
vengad ofensas y cerrad los labios.
Vase don SANCHO.
Salen el REY y don ENRIQUE
REY:
De vuestro engaño, marqués,
particular gusto tuve
y casi en el propio estuve
con saber que Leonora es
tan parecida a Lisena.
ENRIQUE:
A mi costa se burlaron
con que no poco alimentaron
mi melancolía y pena.
La princesa, en fin, ha entrado
debajo del palio real,
al sol que la alumbra igual;
y el haber anticipado
sus bodas, fue de importancia,
que siendo, como es, mujer
mudara de parecer
--pues nunca tienen constancia--
y pudiera ser que diera
gusto a su padre, y causara
la guerra que estaba clara
si a Polonia se volviera.
REY:
La vejez del rey de Hungría
le hace mudar de consejo;
yo, que en fin no soy tan viejo
la palabra estimo mía
más que cualquier interés
que recrecérseme pueda.
Sigismundo a Hungría hereda
con la princesa, marqués.
ENRIQUE:
Ésta es, gran señor, que viene.
REY:
Salgámosla a recibir.
ENRIQUE:
Ya no hay para qué salir;
que en tu presencia la tienes. Música. Salen muy bizarros LISENA y SEGISMUNDO, de las manos. A su lado, DIANA, el infante ALBERTO y LEONORA de las manos
LISENA:
Déme vuestra majestad
las manos, señor, pues tengo
padre en vos, y [en] Sigismundo
seguro y amado dueño.
REY:
Ya el príncipe os dio la suya.
Yo los brazos os ofrezco
en que descanséis; que ha sido
prolijo el recebimiento.
SIGISMUNDO:
Tendrá vuestra majestad
desde este punto sosiego,
viéndome puesto en estado
y que su gusto obedezco.
REY:
A lo menos, no os tuviera
por obediente y discreto
a no salir del engaño,
Sigismundo, en que os vi puesto.
¿Tambien vos venís, duquesa,
con la princesa?
DIANA:
Si veo
que lo es mi hermana, señor,
y que la obedece un reino,
¿qué mucho que la acompañe?
REY:
¿Qué decis, que no os entiendo?
DIANA:
¿No es la princesa mi hermana,
señor, que delante tengo?
REY:
¿Cómo, princesa? ¡Oh traidores!
¡Vive Dios!
ALBERTO:
Tenga sosiego,
señor, vuestra majestad;
que Diana cree lo mesmo
que creyó el marqués Enrique
porque entender la hemos hecho
que del príncipe es esposa.
REY:
¿Qué decís?
ALBERTO:
Aquésto es cierto.
REY:
¡Donosas burlas nos hace
la similitud que vemos
en estas dos hermosuras!
Basta el engaño; no quiero
que Diana esté quejosa.
Decídselo.
ALBERTO:
Señor, quedo.
REY:
¿Por qué la habéis de engañar?
ALBERTO:
La princesa gusta de esto.
REY:
Alto; el es su gusto, vaya. Sale FISBERTO
FISBERTO:
Antes que tal embeleco
resulte en daño del rey,
la he de matar, ¡vive el cielo!
No quiero princesas hijas
por engaños.
REY:
Pues, Fisberto,
¿qué enojos os alborotan?
FISBERTO:
¿Cómo, qué enojos? ¿No tengo
razón, señor, de quejarme
si sólo por mi consejo
no celebró con Diana
el príncipe casamiento
y agora a Lisena ha dado
la mano, y en el soberbio
palio la apellida a voces
su princesa todo el pueblo?
ALBERTO:
También le hemos persuadido
la burla y el caso mesmo
a su padre que a Diana.
REY:
De regocijos es tiempo;
mas ya es bien desengañarle;
que no es razón que el buen viejo
se altere.
ALBERTO:
¿Qué? No, señor.
La princesa gusta de esto.
SIGISMUNDO:
Templad, Fisberto, la ira;
que el rey mi padre ha dispuesto
esto por razón de estado.
FISBERTO:
¿Es esto cierto?
REY:
Y muy cierto.
FISBERTO:
Pues ya yo estoy sosegado.
Salen don SANCHO y ORELIO
SANCHO:
(Mi alterado pensamiento, (-Aparte-)
sin saber adónde voy,
me trae fuera de mí mesmo.
Aquí está el rey, Sigismundo,
Leonora, el infante. ¡Ay cielos!
¡Y la ingrata de mi esposa!
¿Quién duda que ya habrán hecho
sacrificio de mi honor?
Pero si no le hay sin fuego,
callad, honra, que esta noche
seréis su ministro cuerdo.)
REY:
Decid, príncipe, ¿quién es
esta dama a quien Alberto
trae de la mano, y su cara
obliga a amor y respeto?
LEONORA:
Yo, gran señor, soy Leonora,
hija vuestra, que a dar vengo
al infante con la mano
de Hungría el antiguo reino.
REY:
¿Cómo? ¿Vos sois la princesa?
LEONORA:
Amor, que todo es enredo,
cuando a vuestra corte vine
quiso--y yo se lo agradezco--
rendirle, a la gallardía
del infante, a quien yo tengo,
como esposo y señor mío,
aposentado en mi pecho.
REY:
¿Luego Lisena es esotra?
SIGISMUNDO:
Y esposa mía.
REY:
Primero
que tal consienta, su muerte
servirá al mundo de ejemplo.
LEONORA:
A vuestros pies, gran señor,
pido y suplico por ellos;
y si fuistes mozo, amante,
perdonad amores viejo.
REY:
¿Cómo yo había de sufrir
tal desigualdad?
LEONORA:
Ya vemos
por las escalas de Amor
subir cayados a cetros.
Dos hijos que tenéis solos
dejáis nobles herederos
de dos coronas ilustres.
ALBERTO:
La princesa gusta de esto.
LEONORA:
Su perdón os pido en pago
de que por obedeceros,
desobedezco a mi padre,
y al rey de Polonia dejo.
REY:
¿Pues no amabas a Diana,
traidor?
SIGISMUNDO:
No lo quiera el cielo.
Lisena sólo ha triunfado,
señor, de mis pensamientos.
SANCHO:
(Honra mía, dadme albricias; (-Aparte-)
que si lo que escucho es cierto,
yo haré a mi silencio sabio
de jaspe y marfil un templo.)
REY:
Pues el papel y el retrato
que halló a Diana Fisberto
y el día que se casó
las muestras de sentimiento
que hiciste, ¿cómo se hermanan
agora con este enredo?
LISENA:
El retrato y el papel
Diana estaba leyendo
cuando entró mi padre airado
en nuestro jardín; y viendo
lo que guardarle importaba,
le metió, gran señor, dentro
de la manga en que le halló
mi padre.
DIANA:
Y yo, que el deseo
de ver reinar a Lisena
he cumplido con aquesto,
sufrí, cuerda, los agravios
de mi padre, y al secreto
encomendé la ventura
de este dichoso suceso,
pues de él a don Sancho ilustre
por señor y esposo medro.
GASCÓN:
Yo doy fe, como escribano
corredor aunque cochero,
arcaduz, estafetilla,
y a pagar de mi dinero
que es verdad todo lo dicho.
REY:
Alto; digno es este cuento
que se acabe en tragedia.
Leonora, por amor vuestro
los perdono.
SANCHO:
(¿Veis, honor, (-Aparte-)
si el callar fue de provecho?
Hablen los otros maridos
en su afrenta y vituperio;
que hasta agora nadie sabe
sino el cielo y yo mis celos
que, en mi honra averiguados,
del alma alegre los echo.)
FISBERTO:
En fin, señor, ¿consentís
que Lisena me dé nietos
que reyes Bohemia llame?
REY:
Dios lo haga ansí, Fisberto.
ENRIQUE:
¡Buen retrato de Leonora!
Convertido se ha en Arnesto
el príncipe Sigismundo.
GASCÓN:
Yo fui quien os di ese trueco.
Al príncipe SEGISMUNDO
Pero ¿cómo no me pagas
los jornales que merezco
de esta cántara acabada?
SIGISMUNDO:
Hágote mi camarero.
ORELIO:
¡Cómo! ¡Un cochero!
GASCÓN:
Pasito,
que el sol que alumbrando vemos
es más ilustre que vos
y su oficio es carretero.
ORELIO:
Otro cargo pueden darle. A LISENA
GASCÓN:
¿No es a su gusto este premio?
LISENA:
Sí, Gascón.
GASCÓN:
¿Venlo vustedes?
La princesa gusta de esto.
SANCHO:
(El celoso como yo (-Aparte-)
calle y averigüe cuerdo
sospechas, mil veces falsas,
como las mías salieron;
y si fueren verdad, cobre
satisfacción con secreto;
que la pública da causas
al vulgo, siempre parlero.
Don Sancho soy. Si he callado
a vuestro gusto, por esto
al buen callar llaman Sancho.
En mí tenéis el ejemplo.)