El colmenero divinoEl colmenero divinoTirso de MolinaLoa
Loa
[Sale un gallardo MANCEBO
quien dice la] LOA
MANCEBO:
Estábase recreando,
antes del tiempo y los siglos,
incomunicable Dios,
sin lugar, sólo en sí mismo.
Contemplábase ab eterno,
cuyo pensamiento vivo,
substancia en él, si accidente
en lo humano intelectivo,
fecundo siempre engendraba,
siendo origen y principio
de aquella especia, que expresa
es su imagen, por ser su hijo.
Enamorado de verse
en su retrato Narciso,
y al concipiente el concepto
correspondiendo recíproco,
producían un amor,
como los dos, infinito,
inagotable, perenne,
que saliendo del abismo
de la eterna voluntad,
fuente siempre, siempre río,
siempre se está produciendo,
y siempre se queda el mismo.
MANCEBO:
Así aquel acto absoluto,
puro, esencial, indiviso,
sólo se comunicaba
al trisagio relativo
de sí mismo comprehensión,
deleitándose consigo,
todo amor, deleite todo,
todo gloria, todo alivio,
hasta que llegó el decreto,
que determinó ab inicio
la voluntaria creación
de este admirable prodigio.
Entonces con un fiat solo
produciendo lo finito,
cielos, elementos, plantas,
aves, brutos, mares, ríos,
ángeles y hombres, cesó
el sábado, que bendijo
por día de su descanso,
de su amoroso ejercicio.
Vio las obras de sus dedos,
comenzadas en domingo,
y en el viernes consumadas;
y en fe que se satisfizo
de su fábrica curiosa,
firmar de su mano quiso
el Deus me fecit, en muestra
de que era Dios quien las hizo.
MANCEBO:
Viendo su sabiduría
el ingenioso artificio
de esta máquina universa,
tanto a deleitarse vino
con ella, que en fe de ser
baraja, cuyos distinos
manjares forman sus cartas,
según el Rey Sabio, dijo,
juega delante de Dios
todo el tiempo sucesivo
de su duración mudable,
porque el estar con los hijos
de los hombres le entretiene.
¡Oh, amor de Dios excesivo,
cómo sabéis obligarnos
a seros agradecidos!
Comenzó el fuego aquel ángel,
que en su primero principio
fue viador, y en otro instante
ocasionó su castigo.
La carta de más valor,
sin dar naipes, robar quiso,
y mejorando de asiento,
quitar de él a quien le hizo.
Entráronle puntos tales,
que soberbio y presumido
imaginó dar un todo.
MANCEBO:
¡Qué bárbaro desatino!
Entrar pretendió por rey
triunfando; pero entendido
que jugaba tretas falsas,
Miguel, del cielo caudillo,
la espada le atravesó,
ganóle la baza y dijo:
"¿Quién como Dios, rey de reyes?
¿Y tú, traidor, su ministro?
Dióle un todo la humildad
y al primer lance perdido,
con cuantos a él se atuvieron
bajó eterno a los abismos.
Bien quisieran desquitarse,
mas su natural maligno
es incapaz de ganancia;
y así intentan atrevidos,
que el hombre pierda también,
porque en el asiento rico,
que su soberbia perdió,
no suceda engrandecido.
Para esto con tretas falsas,
tahur aleve y fingido,
a todos convida al juego,
y envida restos de vicios.
MANCEBO:
Hizo Dios que Adán fuese hombre,
y vióle tan prevenido
el tahur de buenas cartas
que no quedó en el circuito
de la baraja, figura
que debajo su dominio
no le ofreciese la polla,
la original gracia digo.
Sólo un manjar le faltaba
que por decreto y edicto
de Dios, dueño del tablero,
quedó Dios exento en el paraíso.
"Por ése he de derribarle,
--el tahur rebelde dijo--,
ganaréle si acometo
por el más flaco portillo."
Vio a la mujer, convidóla
a jugar, cuando el marido
estaba ausente, y perdió;
pero no me maravillo,
que mujeres que se emplean
en juegos siempre nocivos
a su sexo, de ordinario
pierden gracia y ganan vicios.
Prometiéronse ayudar
uno a otro; y cuando vino
Adán, a su persuasión
jugó del palo prohibido.
MANCEBO:
Perdióse la polla; y él
de suerte quedó fallido,
que no paró el desgraciado
hasta perder los vestidos.
Picado y desnudo Adán,
los ojos abrió al sentido,
el bien y el mal conociendo;
éste presente, aquél ido.
Sintió a la justicia en casa,
y, acusándole el delito,
buscó en la culpa sagrado
y escondióle el árbol mismo
en que pecó. En la opinión
que afirman fueron los higos
el manjar que le vedaron,
causa de tanto castigo.
Averiguó el juez la causa,
y, verificando indicios,
con la baraja en las manos
le cogió. ¿Qué más testigos?
Respondieron a los cargos
uno y otro, mas tan tibios
que cuando el juez no los viera,
bastara sólo el oírlos.
Sentenciólos a destierro
perpetuo del paraíso,
pena común en la corte
contra los juegos prohibidos.
MANCEBO:
Y no contento con esto,
ropas de pieles les dio,
con que cubiertos sacaron
los primeros sambenitos.
¡Qué de daños causa el juego!
Primero el hombre servido,
reverenciado de todos,
general su señorío,
ya rústico, ya pechero,
al tosco azadón asido,
comiendo pan de sudor,
bebiendo llanto en suspiros.
Ninguno desde aquel tiempo,
osó ser hombre atrevido,
que la gracia no perdiese,
cuando menos, al principio.
Verdad es que restauraban
su pérdida los antiguos,
cuando la circuncisión
atravesaba el cuchillo;
pero costábales sangre,
penitencias, sacrificios,
y, cuando mucho, ganaban
la seguridad del limbo.
Perdió Caín envidioso
el alma, con el martirio
del santo proto-inocente,
perdióse el mundo en abismos
de inundaciones mortales,
reservando en el asilo
del arca, nave primera,
limitados individuos.
MANCEBO:
Perdió Esaú el mayorazgo,
perdióse en el mar Egipto,
perdió, idólatra Israel
el reino en sus doce tribus.
Con tanta pérdida estaba
triste el mundo y oprimido,
ufano el tahur blasfemo,
lejos el bien, no el peligro.
Tuvo lástima el Amor
de que a su hermano adoptivo
tan mal el fuego tratase;
volver por entrambos quiso;
salió del padre, quedando
en él, y quien in principio
erat verbum, ya siendo hombre,
a ser Verbum caro vino.
Hecho hombre, Dios en efecto,
creyó el común enemigo,
como a los demás ganarle;
tretas y engaños previno.
Pero no salió con ellas,
pues casi recién nacido,
tres reyes juntos le entraron,
a pesar del cuarto impío.
Tantos hace para el juego
Herodes vil, y deshizo
tantos tantos en pedazos,
que es su número infinito;
mas no salió con ganancia,
porque huyendo Dios a Egipto,
él por grande se perdió
y ellos ganaron por chicos.
MANCEBO:
Ganó Simeón dichoso
tanto, aunque en años prolijos,
que dio a la iglesia en barato
el nunc dimitis, que dijo.
De pérdida vi que andaban
María y José benditos,
si puede perder a Dios
quien siempre le trae consigo,
mas desquitáronse presto,
restaurando regocijos,
cuando maestro le hallaron
de viejos, puesto que niño.
Desafióle a jugar
al desierto el fementido
tahur, tanteando piedras,
y, aceptando el desafío,
en tres envites de falso,
que se atrevió a hacer, vencido
y rematado se fue
a su oscuro domicilio.
Vendió un jugador tramposo,
que se atrevió como amigo
a entrar también en docena
un agnus dei de oro fino
todo esmaltado de blanco
y encarnado, de artificio
tan excelente, que en él
puso el aurífice primo
divina iluminación
entre viriles de vidrio
humanos, que transparentes,
mostraban que era divino.
MANCEBO:
Vendióle por treinta reales
al usurero judío,
--que fue cargo de conciencia--
y después, de arrepentido
aunque mal, perdió de modo
que a despedazarse vino
para daño suyo eterno
y bien de los peregrinos.
Mateo, que tablajero
barajaba humanos libros
y, jugando siempre mal,
de asiento estaba en el vicio
a una voz de la justicia
el juego puso en olvido,
llegando a ser secretario
de quien antes fue enemigo.
Rematada Magdalena,
vino a ganar apellido
de pública pecadora;
mas volviendo en su jüicio,
supo que estaba en la mesa
del leproso Simón, Cristo,
donde alcanzó de barato
perdón y amor excesivo;
lo que perdió por los oros,
que en él se pierden los ricos,
supo ganar por la copa
del ungüento, que a Dios vivo
pronosticó injusta muerte,
y en fe de tanto prodigio
con la copa, fino bote,
quedar retratada quiso.
MANCEBO:
Pedro de puro confiado,
entre bárbaros ministros,
jugando se perjuró,
que el jurar siempre fue amigo
del juego, y perdió la polla,
por otra polla, que vino
a tentarle la paciencia;
pero cantóle al oído
el gallo y enmendó el juego
a puro llanto y suspiro,
ganando hasta la tiara
del imperio pontificio.
Así andaba el juego entonces,
cuando el humano divino
reponiendo por el hombre
cuanto perdió su delito,
en la mesa de la cruz
compró con precio infinito
las cartas de su ganancia;
tripuló al pueblo rabino,
y al gentílico, admitiendo
con la copa del bautismo,
y el basto bastó a ganar
cuanto el hombre había perdido.
Triunfó entonces de la muerte
y el demonio, y luego dijo:
"Yo me gano. Sirvan todos,
que puesto que yo redimo
sin otra ayuda, decreto
que ayudándose a sí mismo
el hombre, con buenas cartas
coopere también conmigo.
MANCEBO:
Vale infinito mi sangre;
pero aunque no necesito
de compañeros, intento
que se ayuden mis amigos."
En prueba de esta verdad
dijo el célebre Agustino:
"Quien sin ti te redimió
omnipotente y benigno,
no te salvará sin ti."
Cirineo sea testigo
que ayudándolo a la cruz
fue de este misterio tipo.
Perdido Dimas estaba,
pero en un momento vino,
conociendo a Dios el juego,
a ganarle el paraíso.
Jugaba a su diestro lado,
vio en las cartas que era Cristo
su gracia, el envite o polla,
llevósela de codillo.
Tras el consumatum est
quedó el juego conclüido,
porque anocheciendo el sol
de día asombró a Dionisio.
Barato dio su ganancia,
a su Padre dio su espíritu
por madre a Juan a su Madre,
perdón a sus enemigos,
sacramentos a su iglesia,
libertad a los del limbo,
su cuerpo al sepulcro santo,
tesoro a muertos y vivos.
MANCEBO:
Y para que si viere
el hombre otra vez perdido,
tenga resto con que torne
sobre sí, quedarse quiso
sobre la tabla del juego
sacrosanto e infinito
de aquel incrüento altar,
donde oculto y escondido
nuestras pérdidas restaure.
Allí es hombre aunque es divino,
carta blanca en accidentes.
Si fue figura lo antiguo,
allí está lo figurado.
Llega, hombre, al resto excesivo,
triunfen virtudes y amor,
descarta cartas de vicios.
Aquí el bueno ganará,
quedando el malo perdido,
que aquí malillas no valen,
antes aumentan peligros.
Pues Dios por ti se hizo hombre,
procura reconocido
ganar con su sangre el juego.
Quedarás dichoso y rico.
Canta la MÚSICA
"Que llamaba la tórtola madre
al esposo dulcísimo suyo
con el pico, las alas, las plumas
y con arrullos, y con arrullos”.
MANCEBO:
Dulce esposo mío,
que entre copos puros
de nieve y de plata,
con la fe te escucho;
tu tórtola ausente,
sin deleites tuyos,
ni estima contentos,
ni alivia disgustos.
Ven, esposo caro,
do de rayos puros,
regalo del cielo
remedio del mundo.
Que llamaba la tórtola madre
al esposo dulcísimo suyo
con el pico, las alas, las plumas
y con arrullos, y con arrullos.
MANCEBO:
En los accidentes
de es pan oscuro,
que está sin sustancia
gozarte procuro.
No me desampares
que, si amor es yugo,
quiero, amado dueño,
que nos ate un nudo.
Muérome sin verte,
vivo si te gusto,
lloro si te pierdo,
canto si te escucho.
Que llamaba la tórtola madre
al esposo dulcísimo suyo
con el pico, las alas, las plumas
y con arrullos, y con arrullos.