El crimen de Sylvestre Bonnard: 006
10 de octubre de 1859.
Esperaba la respuesta del señor Miguel Ángel Polizzi con una impaciencia mal disimulada. Sentíame inquieto; hacía movimientos bruscos; abría y cerraba ruidosamente mis libros.
Un día empujé con el codo un tomo del Moreri, y se vino al suelo. Hamílcar, que se relamía, dejó de hacerlo de pronto, y con la pata sobre la oreja me miró con ojos ariscos. ¿Era esa vida tumultuosa la que podía esperarse bajo mi techo? ¿No habíamos convenido tácitamente en gozar de una existencia tranquila? Yo rompí el pacto.
—¡Pobre compañero mío! —le respondí—, ¡soy víctima de una pasión violenta que me sobresalta y me absorbe! Las pasiones son enemigas del sosiego, lo reconozco; pero sin ellas no habría industrias ni artes en el mundo; cada cual descansaría desnudo sobre su montón de estiércol; y tú, Hamílcar, no pasarías el día dormido sobre un almohadón de seda en la ciudad de los libros.
No expuse durante más tiempo a Hamílcar la teoría de las pasiones, porque mi criada me entregó una carta con sello de Nápoles. Decía:
"Ilustrísimo señor:
"Poseo, efectivamente, el incomparable manuscrito de La leyenda dorada, que no ha pasado inadvertido a su clara inteligencia. Serias razones se oponen imperiosa y tiránicamente a que me desprenda de él ni un solo día ni un solo minuto. Será para mí una satisfacción y un honor enseñárselo a usted en mi humilde casa de Girgenti abrillantada y embellecida por su presencia. Espero impaciente su visita y me atrevo a ofrecerme, señor académico, muy humilde y devoto servidor de usted,
Negociante en vinos y arqueólogo
de Girgenti (Sicilia).
Pues bien, iré a Sicilia.
Extremum hunc Arethusa, mihi conceda laborem.