El desafío del diablo: 03

De Wikisource, la biblioteca libre.
I
​Primera parte de El desafío del diablo (leyenda tradicional, 1845)​ de José Zorrilla
II
III


II.[editar]

Apenas anochecía:
la luz apuntaba apenas
de melancólica luna
en una noche serena,
cuando en sabrosas memorias
y en ilusiones risueñas
embebida está Beatriz
de su alquería en la puerta.
Cómo sillon la ofrece
la espesa y humilde yerba,
y el son del aire la arrulla
que la acaricia y refresca:
sobre la rodilla el codo,
la frente en la palma puesta,
sin direccion las miradas
y sin norte las ideas,
está en una de esas horas
de misteriosa pereza,
de tranquilidad y calma
en que nada nos inquieta,
nada nos place ni turba
y nada nos interesa;
ni se sufre ni se goza,
ni se quiere ni se piensa.
De esta abstracción melancólica
que la absorve las potencias
y la embarga los sentidos,
y el ánima la enajena,
vino á sacarla á deshora
una voz sonora y recia
que la dijo: —Buenas noches,
y á la que respondió ella
con un ¡ay! que á un tiempo mismo
miedo indicaba y sorpresa.
¡Silencio! el recien venido
exclamó, y la mano asiéndola
dijo: enemigos me siguen,
pero es preciso que pierdan
mi rastro, y que yo del monte
por espesura me meta.

BEATRIZ. ¿Y qué quereis?
EL HOMBRE. Un instante

de descanso, por las breñas
para seguir mi camino,
y si mis contrarios llegan
un rincon en que ocultarme
mientras pasa la tormenta.


Y asi, aquel hombre diciendo
entró con libre franqueza
en la alquería, y tendióse
sobre un sillon de vaqueta.
Siguióle Beatriz absorta,
y entre turbada y resuelta
sacó un velon encendido
que puso sobre una mesa:
y hácia el incógnito intruso
tendió la mirada incierta,
mas apartóla encontrando
la suya clavada en ella.
Subila á entrambas mejillas
el carmin de la verguenza
y quedó ante el forastero
de pie, y silenciosa y trémula.
Yo no se que es lo que tiene
una mirada serena,
fija, osada y sostenida
que se lanza de la negra
pupila de un ojo ardiente,
por bajo fruncida ceja
que oculta el camino cierto
que aquella mirada lleva,
y la intencion que recata,
y el sentimiento que expresa
cuando sabe uno que está
sobre su semblante puesta:
pero ello es cierto que á veces
esta mirada nos quema
con el fuego que despide
y con su peso nos prensa.
El rostro se nos enciende,
los oidos nos chispean,
y aunque no nos atrevemos
otra mirada á oponerla,
sentimos que está en nosotros
posada, y el alma inquieta
anda recelosa dentro
del corazon dando vueltas.
Tal está la pobre niña
haciendo que hace una trenza
del cordon del delantal
que en los dedos se la enreda,
mientras los ojos del hombre
siguen clavados en ella
sin apartarse un momento,
sin pestañear siquiera.
¿Qué piensa el desconocido?
¿Cuál será la consecuencia
que de su exámen deduzca?
¿será propicia ó siniestra?
¿Por qué no se desemboza
y franco el semblante muestra?
¿será deforme ó hermoso?
tal vez de un bandido sea,
tal vez de un infortunado.
De ambos quizá…! Todas estas
preguntas y conjeturas
se hace la muchacha, mientras
la contempla él de hito en hito,
mas solucion ni respuesta
para ninguna en sus datos
ne en las palabras encuentra.
Mas no duró mucho tiempo
su zozobra, una tós seca
del incógnito la puso
á sus palabras atenta.
Alzó Beatriz poco á poco
y volvió á él la cabeza,
y él que la intencion conoce
y advierte lo que desea,
viendo además que ya acaso
á ser descortés empieza,
con ella al cabo la plática
entabló de esta manera.

EL HOMBRE. ¿Cómo os llamais?
BEATRIZ. Beatriz

de Hinestrosa.

EL HOMBRE. De esta tierra

sois natural?

BEATRIZ. No señor.
EL HOMBRE. De dónde, pues?
BEATRIZ. Madrileña.
EL HOMBRE. Buen pais para quien puede

vivir en la Corte.

BEATRIZ. ¿En ella

no habeis nunca estado vos?

EL HOMBRE. Si á fe mia, pero ciertas

conveniencias personales
me echaron á las riberas
que baña el Guadalquivir:
mas decidme, si indiscreta
no es la pregunta, ¿esta quinta
que estais habitando es vuestra?

BEATRIZ. De mi Padre.
EL HOMBRE. Y por qué causa

siendo tan niña y tan bella
en la soledad del monte
y en sus muros os encierra?

BEATRIZ. Porque mi salud lo exige,

y los Doctores esperan
que sus aguas y sus aires
muy pronto me restablezcan.

EL HOMBRE. ¿Que mal padeceis?
BEATRIZ. Ninguno

ya; tres meses en la sierra
me han aprovechado mucho,
mi salud casi es completa.

EL HOMBRE. ¿Y quién aquí os acompaña?
BEATRIZ. Mi Padre y un aya vieja

con tres criados que cuidan
de la casa y de la huerta.
Aunque esta noche he oido
que es muy probable que venga
mi hermano Cárlos: mi Padre
bajó á esperarle á la vega.



Hubo aqui un punto de pausa,
tras del cual como si hubiera
sonado la hora precisa,
ú oido palabra ó seña
que aguardára el forastero
alzóse y fuese á la puerta.

BEATRIZ. Ya os vais?


EL HOMBRE. Si, más molestaros

no quiero con mi presencia.
Nadie hay sobre mi camino,
Beatriz, y partir es fuerza.

BEATRIZ. En verdad, señor hidalgo,

que á mi en nada me molesta:
y si es que no os incomoda
de Padre aguardar la vuelta,
pasar en esta alquería
toda la noche pudiérais.

EL HOMBRE. Gracias; el sitio á que voy

está, Beatriz, muy cerca,
y fuera de allí me importa
que sorprenderme no puedan.
Sin embargo, si algun dia
mi suerte fatal se trueca
y puedo con libertad
pasearme por la tierra
espero volver á veros
si es que me otorgais licencia.

BEATRIZ. Cuando gusteis: aunque juzgo

que es cosa dificil esa.

EL HOMBRE. Por qué?


BEATRIZ. Porque á fin de agosto

á mi convento me llevan.

EL HOMBRE. A vuestro convento?


BEATRIZ. Sí.


EL HOMBRE. ¿Sois monja, pues?


BEATRIZ. No profesa

todavía, soy novicia
desde mi infancia mas tierna,
que asi lo ofreció mi Madre
antes de que yo naciera.

EL HOMBRE. Y vos os vais á ser monja

tan solo por su promesa?

BEATRIZ. Esto ha de ser.


EL HOMBRE. Pero vos

no vais, Beatriz, contenta.

BEATRIZ. Algunos años lo estuve;

mas me puse tan enferma
despues, que fue necesario,
porque alli no me muriera,
sacarme del monasterio.

EL HOMBRE. Y decidme, ¿qué edad era

la vuestra cuando á él os fuisteis?

BEATRIZ. Tendria ocho años apenas.


EL HOMBRE. ¡Tiranos padres teneis

si en tal proyecto se empeñan,
y á ser hoy mi poder otro
jamás se lo consintiera!

BEATRIZ. ¡Vos abrazárais mi causa!


EL HOMBRE. Fuera mala ó fuera buena.


BEATRIZ. Con mi Padre os empeñárais…


EL HOMBRE. Y le hablára en buena lengua,

tan clara y tan comprensible
que por tenáz que anduviera
pronto le convenceria.
Pero son vanas ofertas,
Beatriz, porque en este punto
yo propio amparo y defensa
necesito; mas si un dia
en trance fatal os vierais,
ó en amarga desventura,
y me veis lejos ó cerca,
venid á mí; que si un hombre
puede con brio ó destreza
sacaros de aquel mal paso
no ha de faltar quien se atreva.



Esto dicho, el forastero
sintiendo que por la cuesta
sube gente, á largos pasos
metióse por la maleza.
Y al cabo de unos minutos
asomaron por las cercas
el de Hinestrosa y su hijo,
y en su mula pelinegra
el Doctor, que ganó un pleito
contra la madre Abadesa,
y con Beatriz y su Padre
sincera amistad conserva.