El desafío del diablo: 16
XV.
[editar]Si debe temer al cielo
quien en nombre suyo jura,
por un objeto de tierra
promesa mundana y sucia.
¿Qué no ha de temer quien votos
á faz del cielo pronuncia,
y temerario los rompe
y con voluntad segura?
Asi los sabios lo dicen,
y las sacras Escrituras
cuentan ejemplos que muestran
de Dios la venganza justa.
No hay nadie que á Dios iguale,
y con ningun ser en suma,
lo que se le ofrece á Dios
puede dividirse nunca.
Es la apalabrada noche
para la resuelta fuga
de Beatriz, y la hora
señalada el reló anuncia.
Don Cesar está en la calle
á la sombra de la única
puerta que hay en toda ella,
y entre dos postes oculta.
Beatriz en la misma hora
con planta medrosa cruza
del gótico monasterio
las galerías oscuras.
Su misma accion criminal
que su conciencia la acusa,
el corazon y la mente
la amedrentan y la turban.
Flaquéanle las rodillas,
y con la congoja suda,
y mil temores la asaltan,
mil diabólicas figuras
presentándola á los ojos
que feas sombras la anublan,
y de medrosas memorias
recordándola ancha turba.
Una bujía en la mano
lleva, que apenas alumbra
sus pasos, porque vacila
al soplo del aura húmeda,
y cuyo explendor escaso
tragan, consumen y ofuscan
las jigantes dimensiones
de las estancias que ocupa.
Llegó por fin poco á poco
á merced de su luz turbia,
al coro que abandonado
yace en soledad profunda.
Ante un altar do hay un Cristo
de primorosa escultura,
una lámpara de plata
esparce luz moribunda.
Ya sus trémulos reflejos
en muchedumbre confusa,
cuantos objetos se alcanzan
se confunden y se ofuscan.
Una llamarada á veces
todos los mezcla y los junta,
de modo que se recela
que las bóvedas se hundan;
y otra llamarada á veces
con su claridad sulfúrea
los aleja de tal modo
que se pierden en la hondura
de la masa de tinieblas
en que los cerca y sepulta.
Fuerza es que á la pobre monja
respeto y pavor infunda
tal lugar, y con el miedo
que sus creencias abulta.
Mas con un violento esfuerzo
sobre su misma pavura,
avanzó al medio del coro
hácia la puerta que busca.
Involuntario respeto,
fe que el corazon la impulsa
en semejante momento,
y antigua costumbre justa,
la hicieron arrodillarse
ante la santa escultura
del divino Redentor.
Mas ¡cielos! ¡cuál fue su angustia
cuando al querer levantarse
sintió que una mano enjuta
la asía por los cabellos.
Y una voz oyó mas ruda,
mas poderosa que el eco
que con el trueno retumba,
que la dijo: «dónde vas!»
enojada é iracunda.
Cayó Beatriz en tierra
sin sentidos que la acudan,
y pagándose la lámpara
todo quedó en sombra muda.
Pasaba en tanto la noche,
y allá en la calle Don Cesar,
hora tras hora aguardando
pasaba la antigua seña.
Mas nada en torno se escucha,
nada en los jardines suena
mas que el rumor de las ramas
que agita el viento que arrecia.
La lluvia cae aumentándose
tan furiosa y tan espesa,
que aun á pesar del embozo
la faz le azota y le ciega.
Noche de angustia y de duelo,
terrible noche es aquella
en que hasta los elementos
á sus proyectos atentan.
Por fin de esperar cansado,
y viento ya al alba cerca,
juzgó que para otra noche
su fuga la monja deja.
Mañana volveré, dijo,
en los oficios á verla
y explicará este misterio
una carta ó una seña.
Y asi pensando, embozándose
precavido hasta las cejas,
á abandonar se dispuso
la lóbrega callejuela.
Mas al llegar a la esquina
otro embozado que llega
de la otra parte á doblarla
casi por la misma acera:
«¿Quién va?» dijo echando mano
al estoque.— «Sea quien quiera,
»pasad por vuestro camino
»que estorbároslo no intenta»
—Yo conozco vuestra voz.
—Y yo conozco la vuestra.
—No me ayuda la memoria
á poder reconocerla.
—Ni á mi tampoco, aunque siento
que la sangre se me altera
tan solo con escucharla.
—Mas ¡voto á Dios, tú eres Cesar!
—Y tu Carlos. —Sí. —Defiéndete.
—Y tú tambien, porque acierta
mi corazon el motivo
porque en tal sitio te encuentras.
—Por tu hermana solamente
que te maldice en su celda,
y que de toda su vida
te pedirá un dia cuentas.
—No serán mientras yo aliente
realizadas sus ideas.
—Habla menos y da mas
que se agota mi paciencia.
—Ven pues.
—Voy y Dios te ayude,
que pues nos junta lo aprueba.
Chocáronse con estrépito
las hojas en las tinieblas,
y comenzaron las manos
donde acabaron las lenguas.
Con ira riñe Don Carlos,
y con coraje Don Cesar,
y ambos muestran igual brio
y entrambos igual destreza.
Ni el uno ni el otro ceden,
ni pierden un pie de tierra,
clavados están los dos
por las plantas á las piedras.
Cansado Don Carlos ya
de ver tan igual pelea,
todo á un golpe lo aventura
con cólera manifiesta;
mas una fiera estocada
al tirar contra Don Cesar,
y huyendo este, y dando en vago
fuésele el cuerpo tras ella.
Y el enemigo que á tiempo
ventaja tal aprovecha,
pasóle de parte á parte,
y dió blasfemando en tierra.
Brotó espumosa la sangre
por las dos bocas opuestas
que en la espalda y en el pecho
dejó el ancho hierro abiertas,
y el espíritu Don Carlos
lanzando á la par por ellas,
quedó en la calle sin vida,
y huyó vengado Don Cesar.