El desafío del diablo: 15
XIV.
[editar]Una semana despues,
y en noche sombría y triste,
mientras doblaba en la torre
el esquilon de maitines,
por un callejon estrecho
y lóbregro, donde límites
tiene el convento, y do llegan
las tapias de los jardines,
ponia un hombre una escala
sobre ellas, y á que le inviten
con seña quedó esperando
de aquella escala á servirse.
Favorécele la noche,
que es tan oscura, que impide,
que las tinieblas rasgando
ni un astro en el cielo brille.
Aspero viento de octubre
azota la tierra, y gime
próxima lluvia anunciando
con neblina imperceptible.
Todo en la ciudad reposa,
ni un viviente se percibe
por las calles, ni una luz
que turbia las ilumine.
Solo á lo lejos se escuchan
las agudas y sutiles
notas del canto del gallo,
y el ronco son que al oirle
lanzan ladrando los perros
y que los ecos repiten,
y no hay en el barrio entero
quien por el barrio vigile.
Medrosas horas son estas,
y que el espíritu afligen,
porque despiertan los vanos
sueños que en el alma viven,
horas en que mil fantasmas
se levantan invisibles,
y alrededor nuestro vagan
y que nuestra fe persiguen
por ver si logran acaso,
que la fe nuestra vacile
con el pavor y el recelo
que al corazon comuniquen.
Horas medrosas son estas,
porque siempre las eligen
los que crímenes proyectan
para sus juntas y crímenes.
Mas sin pavor ni recelo,
con ánimo osado y firme,
el de la escala la calle
con pasos pausados mide.
De cuando en cuando parándose
hasta el aliento reprime
por si oye lo que sin duda
espera que ha de advertirle.
Mas ni la calma le enoja,
ni la neblina que sigue
calando sutil su capa:
ni en si pueden descubrirle
piensa, segun lo tranquilo
que permanece, el repique
oyendo del esquilon
y el eco de los maitines,
que viene á ahogarse en los aires
que hiende apenas sensible.
Señal cautelosa en esto
sonó dentro los jardines
del convento, y de la escala
empezó el hombre á servirse.
Recogióla desde arriba
y comenzando á escurrirse
del lado opuesto, la calle
dejó enteramente libre.
Y en un retirado asiento,
escondido entre unos árboles,
entre sentada y tendida
una mujer triste yace.
Y el hombre que por las tapias
saltó, á sus pies arrojándose
asi la dice, y asi ella
en los brazos estrechándole.
ELLA. | ¡Con que es verdad que no has muerto!
|
ÉL. | Solo un hombre tan infame como tu hermano pudiera |
ELLA. | Mas yo leí tu sentencia.
|
ÉL. | Si, pero tres dias antes del indulto que el Rey quiso, |
ELLA. | ¡Ay necia que lo he creido!
|
ÉL. | Espero que sincerarme no necesito contigo |
ELLA. | No, Cesar, que los conozco desque una noche escuchándote |
DON CESAR. | Maldita sea, Beatriz, mi fortuna miserable! |
BEATRIZ. | Me aterras, Cesar! ¿Acaso mi monjío es mal tan grave |
DON CESAR. | ¡Oh, calla inocente! nadie puede romper tus cadenas |
BEATRIZ. | Tu quieres desesperarme; tus palabras son efugios |
DON CESAR. | Calla, Beatriz, que me ofendes: no hay sacrificios capaces |
BEATRIZ. | Pues bien, huyamos de aquí, Cesar; de este infierno sácame, |
DON CESAR. | Pero y los votos!
|
BEATRIZ. | Son nulos pues los pronuncié ignorante, |
DON CESAR. | Ay Beatriz, todo el mundo no pudiera, no, aterrarme |
BEATRIZ | (levantándose.) Ya me lo temía, ¡imbécil! |
DON CESAR. | Aguarda, Beatriz, escucha.
|
BEATRIZ. | Ya á espacio podrás hallarme.
|
DON CESAR. | ¿Adonde?
|
BEATRIZ. | En la eternidad, á donde voy á esperarte. |
DON CESAR. | No, vive Dios; despechada no has de quedar, ni marcharme |
BEATRIZ. | Ah, tú eres, sí, te conozco en tus ofertas leales; |
DON CESAR. | Hoy imposible: nuestra fuga que prepare |
BEATRIZ. | ¿Cuándo, pues?
|
DON CESAR. | ¿Cuándo? cuanto antes.
|
BEATRIZ. | Mañana mismo.
|
DON CESAR. | Mañana. Yo haré que nada nos falte; |
BEATRIZ. | A Dios, pues, y hasta mañana, que ya las hermanas salen |
DON CESAR. | Ve, y mañana alerta estate. |
Cruzó la monja el jardin,
y el bandido asegurándose
de la pared por la escala
volvió á bajar á la calle.
Quedó otra vez en silencio
todo allí, y volvió á escucharse
en la oscuridad tranquila
el son del agua y del aire.