El esclavo de Roma/Acto I

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El esclavo de Roma
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen ANDRONIO y FLORA.
ANDRONIO:

  Hoy me despido de ti,
hoy bajo del cielo al suelo,
Flora, para todos cielo,
Flora, infierno para mí.
  Y no porque desto arguya
mi sujeción, libertad,
si no es ir con libertad
irse por hacer la tuya.
  Mándasme que no te vea,
dura sentencia mortal
con que ha hecho que mi mal
igual al infierno sea,
  que más que su fuego siente
quien va al infierno, ¿sabes?,
a ver la pena de no poder
ver a Dios eternamente.
  Yo condenado en revista
a tu ausencia, Flora, siento
más que todo mi tormento,
el carecer de tu vista.
  Pluguiera a Dios que tus bríos,
tus desdenes, tus enojos,
como yo viera tus ojos,
martirizaran los míos.
  Viérate yo, Flora hermosa,
y hicieras en mí mil suertes,
que yo sufriera esas muertes,
por vida tan venturosa.
  Pero pues no puede ser
comencemos a partir,
que más quiero no vivir
que dejar de obedecer.

FLORA:

  ¿Has dicho falsa sirena,
voz dulce y traidor estilo?
¿Has dicho ya cocodrilo?

ANDRONIO:

Ya he llorado, griega Elena,
  pero no para engañarte
que fuera cosa muy nueva,
que cuando nada se lleva
en nada engaña el que parte.

FLORA:

  ¿Yo te he mandado partir?

ANDRONIO:

Tú, pues.

FLORA:

Mira bien, que es sueño.

ANDRONIO:

Tú, como al criado el dueño
que no quiere despedir.
  No me dicen vocalmente
que me vaya tus enojos,
mas verá un ciego en tus ojos
que deseas verme ausente.
  Al alma un vestido has hecho
de cristal por donde entró
el sol de mi amor y vio
el tuyo en ella deshecho.
  Mas mira que te prevengo
que no puedo, aunque me incitas,
no verte si no me quitas
la imaginación que tengo.
  Ya está el alma imaginando
que te puedo ver en ella
tan perfeta, hermosa y bella
como aquí te estoy mirando.
  Mas verte o no después,
tú has de ser obedecida
aunque me cueste la vida
y cueste, que tuya es.

FLORA:

  ¡Detente!, que esas razones
suelen ser de amor la salsa
con que en vuestra mesa falsa
os dais a comer traiciones.
¡Detente!

ANDRONIO:

  Dirás en esto,
Flora, de mi mal burlando
que es el detenerme hablando
para no partir tan presto.
  Pues aguarda, que me importa
ver cómo el alma se carga
para jornada tan larga,
para partida tan corta.
  Mucho, dulce ingrata, siento
que con mis prendas te alejas.

FLORA:

Dirás que el alma me dejas.

ANDRONIO:

Dejo aquí mi entendimiento.
  Si voy sin él voy sin mí,
mas justamente se queda
por no tener en qué pueda
encender, que estoy sin ti.
  La voluntad que era mía
quédese a ver lo que pasa,
aunque ya, Flora, en tu casa
es alhaja muy baldía.
  Ya que es fe sin obras muerta
mi amor quisiera sacar,
mas habrele de dejar
por no derribar la puerta.
  Partamos, pues, que es afrenta
pedir lo que ya le dio,
que más siento, Flora, yo,
saber que quedas contenta.
  Mil años goces, amén,
de quien tanto mal me ha hecho,
que aunque me echa de tu pecho
no le he visto ni sé quién.
  Pero pues ya te reservas
de mi amorosa fatiga,
dime de qué tierra amiga
te enviaron esas yerbas.
  Que puesto que es verdadero
mas que tuyo el mal en mí,
también habrá para mí
algún remedio estranjero.
  Dime esas yerbas divinas,
pero sospecho que hay pechos
que no toman bien a pechos
estranjeras medicinas.
  Pues mi remedio te fío
cuando de mi mal te arguyo
qué desdén se iguala al tuyo
ni qué amor se iguala al mío.
  Pero dure tu desdén,
adiós, Flora celestial,
que el penar por ti es un mal
más rico que el mayor bien.

FLORA:

¡Oye, necio!

ANDRONIO:

  ¡Tú lo eres
en detener mis estremos!

FLORA:

Como esos bravos tenemos
de un cabello las mujeres.

ANDRONIO:

  Piensa que del monte al llano
detienes deshecho el yelo,
piensa que a un rayo del cielo
pones cayendo la mano
  o que a las nubes que llueven
balas de granizo espera
o que detiene la esfera
con que las otras se mueven.
  O que puedes hacer hoy
que el Sol deje de correr,
que eso mismo es detener
la furia con que me voy.

(Vase.)


FLORA:

  Gran deseo de olvidarme,
mas que tus celos, Andronio,
me dejas por testimonio
de que lo ha sido el dejarme.
  De Ariodante tienes celos,
puesto que no le conoces
y mejor así me goces;
guarden tu vida los cielos.
  Que dejando que pretende
mi padre con él casarme
ellos saben que mirarme
me mata, agravia y me ofende,
  eras mi primero amor,
soy en África otra Dido,
o tú has de ser mi marido
o he de matarme en rigor,
  que no a menos me provoca
ese Ariodante, ese hombre.

(Sale ARIODANTE.)
ARIODANTE:

Gracias a Dios que mi nombre
oigo, señora, en tu boca.
  Que oír el nombre presente
de la hermosa prenda amada
cuando ella está asegurada
que tiene su dueño ausente
  es la gloria de más gusto
que se puede imaginar.

FLORA:

¿Hasme oído tú nombrar
tu nombre?

ARIODANTE:

A tiempo que es justo.
  Porque entre tu padre y yo
queda concertado aquí
ser tu esposo.

FLORA:

Dijo sí.

ARIODANTE:

Como tú no digas no...
  Y esto tan efetuado
que ya me parto a mi tierra,
donde Roma intenta guerra
por el agravio pasado.
  Y quiere tu padre y mío
que saque de allí mi hacienda,
hasta agora en encomienda
de Cloridano mi tío.
  Porque si acaso el romano
la combate a sangre y fuego
esté en salvo, y quiere luego
que me des tu hermosa mano.
  Tiempo tendrás de pensar
si te está bien mientras voy,
aunque palabra te doy
que me debes, Flora, amar.
  Por la fe más verdadera
que jamás hombre a mujer
pudo en el mundo tener,
ya el alma respuesta espera.
  Ya aguardo de los claveles
de esos labios la sentencia,
declare en mi presencia,
menos cruel que otras veces.
  No respondes, no me espanto,
hasta que tu padre diga
que mi camino prosiga
y que tú enmudezcas tanto.
  ¡Oh, vergüenza!, mas no importa,
el temor la lengua embarga,
que el amor después alarga
cuanto la vergüenza acorta.
  Mas ya que en mi casamiento,
Flora, no me dices nada,
o de vergüenza ocupada
o de ajeno pensamiento.
  ¿Qué mandas en mi partida?
¿Qué mandas en esta ausencia?
Y di si me das licencia
para dejarte, mi vida.
  ¿Qué te traeré de Cartago?
¿Qué sedas, qué joyas quieres?
Háblame, mi esposa eres,
no me des, Flora, ese pago.
  ¡Por los dioses, que te adoro!

FLORA:

¿En fin te vas?

ARIODANTE:

Hoy me voy,
tu esposo, mis ojos, soy.

FLORA:

Noble Ariodante, eso ignoro.
  Pero si mi padre gusta
de que yo tenga ese gusto,
ese tendré por muy justo.

ARIODANTE:

Respuesta discreta y justa.
  Que se acaba de tratar
es tan sin duda que agora
me dio licencia, señora,
para que te entrase a hablar.
  Parece que te ha pesado
que al honesto rostro diga
la pena a que amor me obliga,
necio como desposado.
  Si tú callas por sentillas.
qué más respuesta y favores,
qué palabras de colores
con rosas de tus mejillas.
  Con el susto que recibe
en la nieve de un papel,
con la pluma de un clavel,
tu vergüenza, amor, me escribe.
  Dame tus manos hermosas
y licencia a tantas penas,
que bien es darme azucenas,
pues me has dado tantas rosas.

FLORA:

  Parte, Ariodante, seguro
de lo que mi padre quiere.

ARIODANTE:

Tu vida el cielo prospere,
que es solo el bien que procuro.
¿Qué traeré de allá?

FLORA:

  A ti mismo.

ARIODANTE:

Harto has dicho, yo me voy
deste cielo donde estoy
en tu presencia al abismo.
  ¿No me darás esa mano?

FLORA:

Hasta dártela no sé.

ARIODANTE:

Con guante la tomaré.

FLORA:

Ya pasas de cortesano,
vete.

ARIODANTE:

  Aquesta diligencia
es morir con medicinas.

FLORA:

Casi tu muerte adivinas.

ARIODANTE:

Qué mayor que la de ausencia.

FLORA:

  Amor, en esta ocasión
me has dado muerte y remedio,
que morir o tierra enmedio
únicos remedios son.
  Será pues, mi Andronio, agora
con un papel avisado
Lidia.

(LIDIA sale.)
LIDIA:

Señora.

FLORA:

¿Hay recaudo
para escribir?

LIDIA:

Sí, señora,
  aquí te puedes poner.

FLORA:

Aquí me pongo a escribir.

(ANDRONIO sale.)
ANDRONIO:

¿Hay más furioso partir
ni más humilde volver?
  Como la pelota fui,
que vuelve a quien la tiró
cuando en la pared tocó,
así yo en las puertas di.
  Jugome de aquí un desdén,
estaba en la puerta, amor,
y con el mismo furor
me vuelve a jugar también.
  Y es la pelota tan alta
que he pasado el corredor,
muy recio jugaba, amor,
sin duda que hicistes falta.
  ¿Mas cómo es esto?, ¡ay de mí!,
Flora escribe, ¿a quién será?
Flora.

LIDIA:

¡Ay, señora, que aquí está
Andronio!

FLORA:

¿Eres tú?

ANDRONIO:

Sí.

FLORA:

Sí.
¿Pues no te fuiste?

ANDRONIO:

  Quisiera.

FLORA:

¿Pues qué, no pudiste?

ANDRONIO:

No,
que fui piedra que tocó
en esa pared frontera,
¿qué escribías?

FLORA:

  Un papel.

ANDRONIO:

Muestra.

FLORA:

Eso no.

ANDRONIO:

Muestra digo.

FLORA:

Ya no se fue tu enemigo.

ANDRONIO:

Yo he de ver lo que hay en él.

LIDIA:

  ¡Ea, no riñáis ahora,
a ti te escribe, por Dios!

ANDRONIO:

Qué buenas estáis las dos.

LIDIA:

Dile la verdad, señora.
(Lea.)
Aquel hombre que sabes se ha ido en ese punto, y no poco desconfiado, si sabes en el que está mi amor, vuelve a remediar la soledad en que me dejas.

[ANDRONIO]:

  ¿Qué hay que leer? ¡Ay, traidora!
¡Ah, falsa!

FLORA:

Pues bien ¿qué tienes?,
parece que loco vienes.
Es más que llamarte agora,
  porque aquel hombre se fue
con quien me quiere casar.

ANDRONIO:

¿Pues qué, vuélvesme a engañar?

FLORA:

¿Pues qué hay más?

ANDRONIO:

Yo lo diré:
  aquí dice que aquel hombre
es ido y ese soy yo,
que agora me fui.

FLORA:

Eso no,
el engaño está en el nombre.

ANDRONIO:

  En tu alma está el engaño
y en la mía está el dolor,
no era en vano tu rigor.

FLORA:

Oye, amigo, es desengaño.

ANDRONIO:

  ¿Qué desengaño?, si agora
salgo de aquí y el papel
dice lo mismo.

FLORA:

Es por él,
¿no estuvo aquí?

LIDIA:

Sí, señora.

ANDRONIO:

  Después que salí de aquí
ningún hombre ha entrado acá.

FLORA:

Digo que de aquí se va
y que te avisaba a ti.

ANDRONIO:

No puede ser.

FLORA:

  ¿Cómo no?

ANDRONIO:

Porque estuve en el portal,
como el atado animal,
lo que la soga alcanzó

FLORA:

  Dentro de casa estaría
Ariodante.

ANDRONIO:

Pues si estaba,
¿cómo no ha salido?

FLORA:

Acaba.
Que miras por celosía.
  Apártala de tus ojos
si quieres ver tus engaños.

ANDRONIO:

No quiero más desengaños,
que es acrecentar enojos.
  Tú le llamabas sin duda
y así me dejaste ir;
mintiendo pensé decir
lo que ya en verdad se muda.
  Yo me apartaré de ti,
yo me partiré a la guerra,
yo iré donde me destierra
la crueldad que he visto en ti.
  Luego me parto a Cartago,
iré a la guerra africana
donde una lanza romana
haga en este pecho estrago.
  En él, si tengo crüel
y no me pienso guardar,
que dejándome matar
quiero que se mate en él.

FLORA:

  ¿Dices todo eso de veras?

ANDRONIO:

Flora, no me estoy burlando.
Cuando tú te estás casando,
¿qué burlas de Andronio esperas?

FLORA:

Yo, si no es contigo...

ANDRONIO:

  ¡Ah, cielos,
que aún me engañas y porfías!

FLORA:

Mira que son fantasías
y ilusiones de tus celos.

ANDRONIO:

  Fantasías y ilusiones
o lo que quieres que sean;
hoy quiere amor que se vean
tus obras y mis razones.
  Roma me dará la muerte,
Cartago la sepultura.

(Vase ANDRONIO.)
FLORA:

¡Qué temeraria locura!,
¡oye, mi señor, y advierte!,
¡oye, vuelve!

LIDIA:

  Ya se fue,
no tienes que le llamar,
si hay pared en que topar
podrá ser que vuelta dé.

FLORA:

  Mísera yo que ocasión
hoy a los cielos he dado
que han reducido mi estado
al de mayor perdición.
  ¡Que aquí viniese Ariodante!

(Sale ARIODANTE y TIBERIO, padre de FLORA.)
TIBERIO:

Oye, que trata de ti.

ARIODANTE:

Digo, señor, que la vi
con vergüenza semejante
  y temiendo algún rigor
causado de mi presencia
quise pedirle licencia.

TIBERIO:

Fue por entonces mejor,
  pero escucha que tratando
está con Lidia de ti.

ARIODANTE:

Sin duda trata de mí
pues yo me estoy abrasando.

FLORA:

  ¿Es posible que haya sido
mi desdicha desta suerte,
que para darme la muerte
se haya de mis ojos ido
  a Cartago? ¡Ay, Lidia, hoy muero!
Mi bien se me va a Cartago.

TIBERIO:

¿Tan presto has hecho este estrago
a su honor, noble estranjero?

ARIODANTE:

¿Pues qué dice?

TIBERIO:

  Que su bien
a Cartago se ha partido.

ARIODANTE:

Es posible que he tenido
vitoria de su desdén,
  su bien dice que se va
a Cartago.

TIBERIO:

Escucha un poco.

ARIODANTE:

Querrás que me vuelva loco.

FLORA:

Sin duda mi padre está
  fuera de toda razón,
por él se me va mi dueño.

TIBERIO:

Esto es cierto.

ARIODANTE:

Yo lo sueño.

TIBERIO:

Notables palabras son.
  De mí se queja, Ariodante,
porque te dejo partir.

FLORA:

Tras él me tengo de ir
aunque mi locura espante.
  No sufriré estar sin él;
Lidia, a Cartago me lleva
amor.

TIBERIO:

¡Qué notable prueba
de un pensamiento crüel!
  Nunca es bien que las mujeres
sepan con quién las intentan
casar sus padres, que cuentan
muy apriesa sus placeres.
  Nunca se ha de proponer
casamiento dilatado,
dicho y hecho es acertado
en la más noble mujer.
  Con solo tratar de ti
a mi hija enamoré,
su honrado pecho abrasé
y mi autoridad rompí.

FLORA:

  Si mil muertes, Lidia mía,
mi crüel padre me diese,
no es posible que no fuese
antes que pasase el día.

TIBERIO:

¿Adónde?

FLORA:

¿Yo?

TIBERIO:

  Tú, cruel,
haciendo en mi honor estrago.

FLORA:

¿Yo, señor?

TIBERIO:

Tú, que a Cartago
vas a sembrar guerra en él.
  Que como otro Agamenón,
si allá fueras, le cerrara
diez años y mil.

FLORA:

Repara,
que ha sido imaginación.

ARIODANTE:

  Señor, si mi amor la obliga,
que su esposo vengo a ser,
lo que no tiene de hacer
que te ofende que lo diga.
  Verdad es que digo, Flora,
que a Cartago va tras mí,
mas no lo ha de hacer así
que aquí tiene a quien le adora.
  Remédialo con casalla
y cuando casado esté
allá por mi hacienda iré
o podré entonces llevalla.

TIBERIO:

  Bien dices, así ha de ser,
yo quiero, aunque no era justo,
ser tercero de tu gusto,
hoy ha de ser tu mujer.
  No quiero que con la furia
del amor que ha puesto en ti
se vaya cual dice aquí
haciendo a su sangre injuria.
  Entra luego a aderezarte
mientras viene quien os dé
las manos.

ARIODANTE:

¡Que el cielo esté,
Tiberio, tan de tu parte!
Haz lo que dices.

TIBERIO:

  ¿Quién duda
que no lo puedo escusar?

FLORA:

Un azar tras otro azar
y siempre al mayor se muda.
  Lidia, conmigo te ven,
verás un hecho notable.

LIDIA:

Habla.

FLORA:

¿Qué quieres que hable?

(Vanse.)


ARIODANTE:

Vergonzosa va también.

TIBERIO:

  No me espanto, que el saber
que he conocido su amor
la habrá puesto algún temor.

ARIODANTE:

Mal has hecho, que es mujer.
  Tratarela como mía
cuando no por hija tuya.

TIBERIO:

Ahora bien, hoy se concluya
lo que dilatar quería.
  Que no me espanto, aunque viejo,
de que está la voluntad
fácil en la mocedad
sin experiencia y consejo.

(Sale FORTUNIO, criado de ARIODANTE.)
FORTUNIO:

¿Está Ariodante aquí?

ARIODANTE:

  ¿Qué es lo que quieres?

FORTUNIO:

Hoy será necesaria tu partida.

ARIODANTE:

Que no puedo, respondo.

FORTUNIO:

¿De qué suerte?

ARIODANTE:

De que es forzoso, amigos, que tengamos
en aquesta ciudad algunos días.

FORTUNIO:

Señor, si solo ver sus altos muros,
sus bien trocadas y anchurosas calles,
sus varios edificios que compiten
con la griega y romana arquitectura,
sus jardines que exceden los pensiles,
la gentileza de sus ciudadanos
y la hermosura de sus damas célebres
te detiene aquí en Tiro, no parece
bastante escusa de dejar tu casa
casi en poder de la romana gente,
que por la rebelión pasada envía
el Senado furioso al cónsul Léntulo,
que acosando los aires con las letras
que han puesto espanto con su bandera al mundo
está sobre los muros según dicen.

ARIODANTE:

Fortunio, ya esas nuevas se tenían,
no es posible que el mar esté sujeto
como la tierra a Roma, ni es posible
que el Cónsul le pasase en menos tiempo
que de Abido pasaba a Sesto Leandro.

FORTUNIO:

Que está cerca se dice por muy cierto,
pon en salvo tu hacienda cuando puedes
y luego acabe Roma con Cartago
como en el tiempo de Cipión lo hizo.
Si fuera ahora vivo aquel famoso,
aquel Aníbal fuerte, aquel espanto
de Roma, no viniera solo el Cónsul
y tú seguro en Tiro descansaras
de que tu hacienda no volviera a Roma
en plumas y cadenas de soldados,
mas ya casi en lo último rendida
y echada por el suelo, ¿qué pretendes?

TIBERIO:

Hijo, bien dice, la partida apresta
pues no tienes qué hacer ahora en Tiro,
pues solo con tomar la mano a Flora,
hechas las escrituras y conciertos
podrás estar seguro de que es tuya.

ARIODANTE:

Bien dices, mi señor, llamen mi esposa.

FORTUNIO:

¿Haste casado?

ARIODANTE:

¿No lo ves?

FORTUNIO:

¿Pues cómo
cosa que ha de durar lo que la vida
en un hora la escoges?

ARIODANTE:

Mira, necio,
todas las cosas dan en este mundo
unos hombres a otros con sus tratos,
mas la vitoria y la mujer el cielo,
y así con poca gente se ha vencido
y en poco tiempo hallado mujer buena,
¿qué importa que algún rey lleve un ejército
de cien mil hombres si le vencen treinta?
¿Y qué importa que un hombre un año o cuatro
busque mujer, si ya cuando la tiene
le sale diferente que pensaba?

FORTUNIO:

Digo que me concluyes, pero dime
¿es pobre?

ARIODANTE:

Es rica, hermosa y bien nacida.

FORTUNIO:

Pues cierra el pliego y pon la fecha a tantos,
que esas tres condiciones no se juntan
si no es por gran ventura o gran milagro.

(Sale LIDIA.)
LIDIA:

¿Habrá jamás tal cosa sucedido,
habrase oído tan mortal tragedia
ni caso más cruel y lastimoso?

TIBERIO:

¿Qué tienes, sombra, qué lamentas, Lidia?

LIDIA:

Acude, infelicísimo Tiberio,
que tu hija se ha muerto.

ARIODANTE:

¡Cielo santo!

TIBERIO:

¡Mi hija, ay, cielo! ¿Cómo?

LIDIA:

Paseándose
en el terrero que deciende al río,
con imaginación del casamiento
puso los pies en un cortado tronco
que algunas hojas verdes encubrían
y resbalando por la blanda arena
cayó en el río a vista de estos ojos.

TIBERIO:

¡Oh, grave mal!, ¡oh, estraña desventura!
¡Criados, hijo!

ARIODANTE:

¡Mísero Ariodante,
qué desengaño de la vida es este!
¡Oh, sol, que por el agua te pusiste
como el del cielo que en la mar se pone!
Camina allá, Fortunio, a ver mi muerte.

FORTUNIO:

Si fuera fea, pobre y mal nacida
ella viviera hasta acabar tu vida.

(Vanse y sale una caja, LISIAS, capitán, haciendo gente, y FABIO con él.)
LISIAS:

  Si se apresura el Cónsul, de tal suerte
mal se defenderá la ciudad, Fabio.

FABIO:

Dicen que es hombre, Léntulo, muy fuerte,
diestro en la guerra cuanto en la paz sabio
y que a su gente cada día advierte
que de su patria venguen el agravio
con más grave retórica y razones
que mejor de los cüatro Cipiones.
  Ha hecho puentes de cortadas hayas
para pasar la gente por los ríos
y tanta ha conducido que en las playas
deja los llenos de favor vacíos.

LISIAS:

Presumirá que acá vestimos sayas
y que nos faltarán viriles bríos,
dirá el Cónsul que son nuestras personas
de inútiles eunucos o amazonas.
  Pues venga, que aún quedaron en Cartago
reliquias de Aníbal y una centella,
en las cenizas muertas de su estrago,
que puede Roma hallar incendio en ella.

(Sale ARPAGO, soldado.)
ARPAGO:

¿Quién escribe?

FABIO:

Yo soy.

ARPAGO:

Pües Arpago.

FABIO:

¿Pues de dónde eres?

ARPAGO:

De Aripa.

FABIO:

Yo fui a vella
habrá dos meses.

ARPAGO:

Es ciudad famosa.

LISIAS:

Tú nos dirás después si es belicosa.

ARPAGO:

  No la pienso, por Dios, hacer cobarde.

(Sale TEREO.)
TEREO:

Un soldado hay aquí si hay quien le escriba.

LISIAS:

¡Con qué braveza!

TEREO:

Júpiter te guarde,
¿hay capitán aquí que me reciba?

LISIAS:

Fabio, este escribe.

TEREO:

Haced un fuerte alarde
que esta vez ha de ser Roma cautiva.
Contra el Cónsul salgamos.

LISIAS:

Buen mancebo.

FABIO:

Por esto verás hoy Hércules nuevo.

[Sale CASANDRO.]
CASANDRO:

  Cuando se ponga en esa lista el nombre
deste soldado que tenéis presente,
bastará para hacer que solo un hombre
como otro Oracio en la romana puente
al Cónsul, al Senado, a Roma asombre.

LISIAS:

¿Qué dices? Di.

CASANDRO:

Que despidáis la caja
en llevando a Casandro aquesta empresa.

LISIAS:

Buena satisfación de honrado es esa.

(Sale UN SOLDADO PÍCARO.)
PÍCARO:

  Roma otra vez, por vida del gran Marte,
que como el tafetán Cartago cruja
de su bandera al viento y Felinarte
la lanza ponga en la acerada cuja,
que he de llegar a Roma y mi estandarte
poner trepando en la más alta aguja
del Foro o Capitolio, esto se sufre
sin abrasarla en alquitrán y azufre.
  ¡Oh, qué graciosos son los romanillos
llenos de afeite, baños y lascivia!
Piensan que son acá los mozalbillos
vaciados en arena o blanda scivia,
que comemos lechugas como grillos,
lengua de buey, bebiendo o clara endivia,
pues hombre hay por acá que por Apolo
que come un buey y bebe un cuero solo.
  Retórica romana, libios, toga
pretesta, erario, escévolas, torcatos,
no hay acá eso, sino iza, boga
y andar como los perros y los gatos,
hombre hay que con el cabo de una soga
a espalda y pecho ceñirá dos platos
y irá con esto a prueba de dos chuzos.
¿Quién es Lisias aquí?

LISIAS:

Yo soy.

PÍCARO:

Escribe
a Felisarte.

LISIAS:

  Así quiero el soldado
que esté, porque no estima lo que vive
pelea como un tigre desatado.

(Sale ANDRONIO.)
ANDRONIO:

Aquí, pues que la yerba me recibe
es cierto que las paces me han dejado,
¡ah!, Flora desleal, aqueste día
tu paz traidora a guerra cruel me envía.
  Casástete, enemiga, que no para
en menos daño una mudanza breve.
¡Oh, qué bien entra aquí, quién lo pensara!,
aunque esto a nadie disculparle debe,
si vi mi muerte en sus engaños clara,
justo valor mis pensamientos mueve,
que es infamia morir poniendo en guerra
a manos de mujer y en propia tierra.
Escribe, amigo, a Andronio.

FABIO:

  ¿De dónde eres?

ANDRONIO:

De Tiro soy.

FABIO:

Ya escribo Andronio y Tiro.

ANDRONIO:

Pues di que ha sido el tiro de mujeres
que suele ser el más dañoso tiro.

FABIO:

Estoy por apostar que alguna quieres.

ANDRONIO:

Conócese en los ojos con que miro.
No pongas paga que ya tengo el pago,
di que vengo a morir.

FABIO:

¿Dónde?

ANDRONIO:

En Cartago.

(Sale LIDORO.)
LISIAS:

  Bien puedes aprestar la gente al punto
y correr la ciudad.

LIDORO:

¿De qué manera?

LISIAS:

Todo el poder de Roma viene junto,
el polvo haciendo un toro al alta esfera,
no menos que a Numancia y a Sagunto
amenazando viene su bandera.

LIDORO:

Ánimo, amigos.

PÍCARO:

Basta que me tengas.

ANDRONIO:

Hoy, Flora ingrata, de mi amor te vengas.

(Vanse y sale FLORA en hábito de pastorcilla con unas alforjas.)
FLORA:

  Tirano soldado mío
que así quebraste la fe
¿adónde hallarte podré,
pues las quejas que te envío
  vuelven quejosas de ti?,
que no solo no respondes,
pero que dellas te escondes
y vas huyendo de mí.
  ¿Cómo entraré en la ciudad
a buscarte, ingrato amigo,
cercada del enemigo
como está mi voluntad?
  Apenas, traidor, llegué
cuando con armada mano
¡oh!, todo el poder romano,
como tú contra mi fe.
  Cerradas están las puertas
de tu pecho y tu ciudad,
cuando de mi voluntad
el alma las tiene abiertas.
  La cerca llena de velas,
tú sin ojos para mí;
yo hecha un Argos por ti,
poniendo a mi furia espuelas.
  Y aunque por ser africana
temo que me den la muerte
quise venir desta suerte
a la arrogancia romana.
  Con achaque de vender
pan vengo al campo vendida,
que vengo a vender mi vida
por ver si te puedo ver.
  ¡Ay, cielos! Romanos son,
si me podré librar dellos,
pero estos son los cabellos
y tú, mi bien, la ocasión.

(Salen CAMILO, RUTILIO y PORCIO.)
CAMILO:

  Bravo furor ha mostrado.

RUTILIO:

Es quien es.

PORCIO:

No digas más,
si no es que nos vuelve atrás
la furia con que ha llegado
  de hermosa gente hizo muestra.

CAMILO:

Por las almenas está
la suya, que apenas ya
se atreve a mirar la nuestra.

RUTILIO:

  Estos al primero asalto
están, Camilo, rendidos.

CAMILO:

Bravo escuadrón, defendidos
hace en vuestros muros alto.
  Oíd, que gente hay aquí.

PORCIO:

Una bella panadera.

CAMILO:

Si ella, Porcio, se vendiera,
la comprara para mí.
  ¿Dónde bueno en el real?,
diga hermosa labradora.

FLORA:

¿No lo ven?, pan vendo agora,
déjenme, no me hagan mal.

CAMILO:

  ¿Mal decís?, mal haga Dios
a quien mal os haga.

FLORA:

Amén
decilde los dos también.

PORCIO:

Amén decimos los dos.

FLORA:

  Según esto, bien podré
llegarme cerca.

CAMILO:

Llegad.

FLORA:

¿Haranme mal?

PORCIO:

No en verdad.

FLORA:

¿No por su vida?

RUTILIO:

No, a fe.

CAMILO:

¿Qué hay en las alforjas?

FLORA:

  Pan.

RUTILIO:

Bueno, panecillos son,
¿y los pechos?

FLORA:

¡Qué traición,
ténganse que les verán!

RUTILIO:

¿Véndense estos?

FLORA:

  ¡Ay, qué digo!,
habiendo jurado amén.

PORCIO:

El Cónsul viene.

FLORA:

¡Oh, qué bien,
par Dios que me regocijo!

(Salen el cónsul LÉNTULO y PARMENIO, capitán.)
LÉNTULO:

  ¿Eso responde Cartago?

PARMENIO:

Eso, señor, respondió.

LÉNTULO:

¿Tan presto se le olvidó
de aquel su pasado estrago?

PARMENIO:

  Dicen que ya Cipión
murió y de Roma las manos.

LÉNTULO:

Mal dicen, que los romanos
todos Cipiones son.
  ¿Qué hace esta mujer aquí?

FLORA:

Vengo a defender mi honor
a los pies de ese valor.

LÉNTULO:

¿Hasle perdido?

FLORA:

No y sí,
  vengo os hacer buenas obras
y con malas me pagáis.

LÉNTULO:

¡Hola! ¿Por qué la enojáis?

FLORA:

Fama de piadoso cobras.
  Algo quejosa me envían
todos los que aquí están.

LÉNTULO:

¿Hante tomado algún pan?

FLORA:

No, que la carne querían.

LÉNTULO:

  No he visto, por Dios, Parmenio,
más peregrina africana.

PARMENIO:

A la gravedad romana,
a tu condición y ingenio
  es muy nueva esa blandura.
Di, africana labradora,
¿venderás también ahora
al Cónsul esa hermosura?

FLORA:

  Por mi fe que la vendiera
si yo la hubiera comprado,
lo que de balde me han dado
de balde darlo quisiera.

PARMENIO:

¿Eres casada?

FLORA:

  No, a fe,
siempre a lo mostrenco voy,
que la libertad no soy
de parecer que se dé.
  Allá me quiso casar
un buen viejo que gruñía
a tiempo que yo tenía
el alma en otro lugar.
  Pero no salió con ello
que huyendo me vine dél.

LÉNTULO:

¡Qué azucena, qué clavel!
¡Qué manos, qué hermoso cuello!
  Aquesto los campos crían,
¡oh, afrenta de las ciudades!

PARMENIO:

Veo que la persüades
y que estos no se desvían.
  Soldados, a vuestros puestos,
de la tienda os desviad.

PORCIO:

Vámonos.

CAMILO:

¡Qué libertad!

RUTILIO:

Camilo, así privan estos.

CAMILO:

  Siempre, Rutilio, el buen pez,
buen conejo o perdigón
para los que pueden son,
o el príncipe o el juez.
  Al pobre va el contrapeso,
¿ves esta?

RUTILIO:

Sí.

CAMILO:

Al tercer día
será de la infantería,
que entonces vendrá a ser hueso.

PARMENIO:

  No es posible que se muden.

LÉNTULO:

¿No se va aqueste tropel?

FLORA:

Han conocido la miel
y como moscas acuden.

PARMENIO:

Ya se han ido.

LÉNTULO:

  Di, aldeana,
¿quieres venir a mi tienda?

FLORA:

¿Cuándo?

LÉNTULO:

Cuando nadie entienda
que la integridad romana
  ha ofendido la hermosura
de una pobre labradora.

FLORA:

Luego ¿no queréis ahora?

LÉNTULO:

Venir de noche procura
  que a mi oficio, que ha de dar
ejemplo, mal pareciera
si así de día quisiera
de tu hermosura gozar.

FLORA:

  Todo sois hipocresía
los romanos, ahora bien,
haz que unas señas me den.

LÉNTULO:

Mira, aquesta lanza es mía,
  que así arrojadiza y corta
la suelo a veces tirar
porque al tiempo del marchar
los que se alejan reporta.
  Esta toma y ven con ella
a mi tienda que yo haré
que la guarda a punto esté
y te conozca por ella.

FLORA:

  Mostrad, dádmela en la mano
porque diga una mujer
que ha rendido a su poder
armas de un cónsul romano.

LÉNTULO:

  Deso te admiras, ¿no sabes
que Hércules que rindió
mil mostruos, hiló y labró,
y trujo tocas y llaves?

FLORA:

  Casos son, por cierto, estraños
los que amor hace sufrir;
de ese hombre oí decir
que también lavaba paños
  y no es mucho, pues por Dios
los romanos le tenéis,
que con él os desculpéis.

LÉNTULO:

Hércules somos los dos,
  que un cónsul en gravedad
es lo que Hércules en fuerza.

FLORA:

Ahora bien, si amor te esfuerza
no culpes tu voluntad.
  Vete y darás el aviso
a tu guarda.

LÉNTULO:

Adiós, señora.

PARMENIO:

Digo que es la labradora
del campo del paraíso.

(Vanse los dos.)


FLORA:

  ¡Oh, cuán bien traza la suerte
que pueda cobrar mi bien
sin que los romanos den
a mis esperanzas muerte!
  Por todo el campo he pasado,
los soldados engañé,
su Cónsul enamoré
contra el valor del Senado.
  Pasos son por donde Amor
a ver a Andronio me lleva,
si es para Amor cosa nueva
dar a una mujer valor.
  Esta lanza que me han dado
se ha de volver contra Roma,
puesto que ahora la toma
fuerza y brazo afeminado.
  La carta que traigo escrita
quiero en la punta clavar
y por la cerca arrojar
a donde el amor me incita.
  Quiero correr hasta el muro,
por sus almenas pasó,
¿cómo sabré si cayó
en la parte que procuro?
  Pero la cava está llena
de gente y vista será,
alborotándolos va.
La gente y la caja suena.
  Quiero en aquesta alameda
mientras salen retirarme;
cielo, mi Andronio has de darme
pues otro bien no me queda.

(Sale LISIAS, capitán, CASANDRO, TEREO y ANDRONIO con la lanza y la carta.)
LISIAS:

  ¿Lanza con carta clavada?

ANDRONIO:

Digo que a mis plantas dio.

LISIAS:

Algún romano la echó
arrogante de su espada.

TEREO:

  De desafío habrá sido;
lee señor.

LISIAS:

Dice ansí.
(Lea.)
De brazo honrado salí,
llevadme a Lisias os pido.

ANDRONIO:

¿Qué dice dentro?
(Lea.)
  El soldado
que me viniere a buscar
me podrá en el campo hallar
al primer olmo sentado.
  Puédole dar, si me ayuda,
al cónsul Léntulo muerto.

CASANDRO:

Estraño oráculo.

TEREO:

Y cierto.

LISIAS:

Este es negocio sin duda.

ANDRONIO:

¿Cómo?

LISIAS:

  Por ser celada
para un hombre solo en guerra
que la estratagema encierra.
Qué ardid o qué hazaña honrada
  traza de los cielos es,
y el aventurar un hombre
no es caso para que asombre
el valor cartaginés.

ANDRONIO:

Dame licencia.

CASANDRO:

  Eso no,
que esa hazaña, Andronio, es mía.

TEREO:

Dejad la vana porfía
porque tengo de ser yo.

ANDRONIO:

  Yo soy hombre que a los dos
os mostraré que merezco
mejor la empresa y me ofrezco
a probároslo por Dios.

CASANDRO:

  Andronio ¿qué tienes más
que ser un hidalgo honrado?
Cualquiera de ayer soldado
deja tu apellido atrás.
  ¿Qué has hecho, qué escala has puesto
en Italia, qué romano
has muerto con propia mano?

TEREO:

Ponte de por medio en esto
  y mira qué se ha de hacer.

LISIAS:

Yo os querría concertar.

ANDRONIO:

Di.

LISIAS:

Suertes habéis de echar,
que esto no os puede ofender.

CASANDRO:

Soy contento.

TEREO:

  Yo pagado.

ANDRONIO:

Yo más que todos.

TEREO:

Pues di.

LISIAS:

Diga cada cual aquí
su pensamiento y cuidado
  y el que mayor le tuviere
ese sin duda saldrá.

CASANDRO:

Yo comienzo.

LISIAS:

Di.

CASANDRO:

Ya va,
y apostaré que os prefiere,
  yo estoy de bien ausente.

TEREO:

Yo olvidado.

ANDRONIO:

Yo celoso.

LISIAS:

Que vaya Andronio es forzoso,
que mayor cuidado siente.

CASANDRO:

¿Ausencia no?

TEREO:

  ¿Ni el olvido?

LISIAS:

No, que mayor es los celos.

ANDRONIO:

Yo voy, guárdente los cielos.

(Vase.)
CASANDRO:

Pensé ganar y he perdido.

TEREO:

  Que olvidado es pequeño mal.

CASANDRO:

Que ausencia es mal de afición,
que tiene comparación.

LISIAS:

No tienen celos igual.
  Es ausencia niñería,
olvido es cosa ligera.

CASANDRO:

Si mi capitán no fuera
le dijera que mentía.

(Vanse y sale FLORA.)
FLORA:

  Cansada estoy de esperar
este soldado y la noche
ya con su enlutado coche
saca la frente del mar.
  Ya sus caballos dormidos
con paramentos de estrellas
marchando con calladas huellas
por entre sueños y olvidos.
  Con la escuridad parece
que viene un hombre hacia acá,

(Sale ANDRONIO.)

¿qué gente?<poem>

ANDRONIO:

¿Y lo que dices harás?

FLORA:

Escucha.

ANDRONIO:

¿Cómo ha de ser?

FLORA:

  Por este hoz que conmigo
has de entrar.

ANDRONIO:

Peligro estraño.

FLORA:

No temas, soldado.

ANDRONIO:

¿Qué es temer? Ya voy contigo.