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El esclavo de Roma/Acto II

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Acto I
El esclavo de Roma
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Sale ANDRONIO y FLORA.
ANDRONIO:

  La escuridad y silencio
de la noche temerosa
con que de ninguna cosa
tu persona diferencio
  me llevan con atención,
fuerte mujer, a tu hazaña
porque pienso que te engaña
alguna imaginación.
  ¿Cómo al Cónsul puede ser
que le puedas dar la muerte?,
que aunque el pensamiento es fuerte
es muy flaco tu poder.
  ¿Qué ardid, qué invención, qué traza,
qué estratagema es aquesta
que de improviso propuesta
nuestras vidas amenaza?
  Si es matar a un hombre solo
¿qué le va a Roma en mi vida
de su dueño aborrecida
más que de la noche Apolo?
  Dime, por Dios, la verdad
de todo mi pensamiento.

FLORA:

Soldado, este atrevimiento
ha sido temeridad.
  Pero toda mi invención
solamente se ha fundado
en hallar aquí un soldado.

ANDRONIO:

¿Quiéresle bien?

FLORA:

Sin razón.

ANDRONIO:

  Pues ¿qué imaginaste hacer?

FLORA:

Todo fue rabia y furor,
que la furia del amor
corre sin furia en mujer.

ANDRONIO:

Luego ¿amores tienes?

FLORA:

  Sí.

ANDRONIO:

Tienes grave enfermedad,
pero mujer y verdad
nunca ha pasado por mí.
  En efeto pretendías
que el soldado que saliera
en la ciudad te metiera
a buscar lo que querías.
  No sé yo cómo ha de ser
entrar sin lo prometido,
pero ¿qué te ha sucedido?

FLORA:

Oye y podraslo saber.
  En el lugar que nací
me sirvió un hombre seis años
con palabras, con engaños,
pero de gran fuerza en mí.
Quísele bien.

ANDRONIO:

  ¿Cómo sabes
que esas fuesen mentirosas?

FLORA:

Porque el fin prueba las cosas.

ANDRONIO:

Ya espero que el cuento acabes.

FLORA:

  Mi padre quiso casarme,
formó celos sin razón,
fuese y en tal ocasión
quise a llamarle humillarme.
  Vino a este tiempo aquel hombre
que se quería partir
a despedirse y cumplir
la obligación de su nombre.

ANDRONIO:

¿Cuál?

FLORA:

  Aquel que pretendía
ser mi marido.

ANDRONIO:

¿A qué efeto
se ausentaba?

FLORA:

Qué inquieto
me escuchas.

ANDRONIO:

¡Oh, historia mía!

FLORA:

  Era estranjero y su hacienda
quería traer primero.

ANDRONIO:

¿Que era tu esposo estranjero?

FLORA:

¿No lo entiendes?

ANDRONIO:

Dios te entienda.

FLORA:

  Despidiose y no se fue
porque en casa se quedó,
que con mi padre trató
lo que después te diré.
  Aquel que se fue por él
por hoy quedose en la calle,
yo sin velle, por llamalle
escrebí un tierno papel.
  Él entra entonces furioso,
toma el papel y leído
sospecha que escrito ha sido
para el estranjero esposo.
  No bastó razón con él
aunque lágrimas la daban,
porque equívocas estaban
las razones del papel.
  Fuese a la guerra ofendido
apenas se fue de allí.
Cuando a las voces que di
dio mi padre atento oído;
  decía yo que tras él
me iría pues se partía
y mi padre no entendía
que hablaba entonces con él.

ANDRONIO:

Pues ¿con quién?

FLORA:

  Con el estraño,
que ya despedido estaba.

ANDRONIO:

Pues ¿qué pensaba?

FLORA:

Pensaba
que hizo a mi honor engaño.

ANDRONIO:

Y ¿qué resultó?

FLORA:

  Querer
que antes que el hombre se fuese
la boda se concluyese.

ANDRONIO:

Y ¿fuiste en fin su mujer?

FLORA:

  Oye con paciencia, espera.

ANDRONIO:

No es poco, adelante, di,
que si respondieras sí
con la vida la perdiera.

FLORA:

  Fuime aderezar y salgo
al campo por un jardín.

ANDRONIO:

¿No te vieron?

FLORA:

Oye el fin.

ANDRONIO:

Gran fe, pensamiento hidalgo.

FLORA:

  Métome en una arboleda,
y echo una piedra en un río
que bañaba el jardín mío
por una fresca alameda.
  Que me ahogo dije a gritos,
una criada acudió
y por uno que di yo
dio como loca infinitos.
  Llegó mi padre y mi esposo
y viendo que el agua hacía
mil círculos que rompía
en el margen espumoso
  creyéronlo y no buscaron
la viva sino la sombra.

ANDRONIO:

¿Cómo esa mujer se nombra
y esos dos que la llamaron?

FLORA:

Flora se llama.

ANDRONIO:

  ¡Ay de mí!
¿Y el soldado?

FLORA:

Andronio.

ANDRONIO:

¡Ay, Flora,
conozco, mi bien, ahora,
que engañado te ofendí!

FLORA:

  ¿Eres tú acaso mi bien?

ANDRONIO:

La tiniebla y el lugar
me pudieron desvelar,
y el imposible también.
  Ya tu voz reconocía
el alma y aunque pensaba
si eras tú me deslumbraba
saber que ser no podía.
  Pero ya en fin pudo ser.

FLORA:

Estás contento, enemigo,
de verme sin ti y contigo.

ANDRONIO:

Hazaña fue de mujer.
  Pero dime de qué manera
a la ciudad volveremos.

FLORA:

¿Quieres que al Cónsul matemos?

ANDRONIO:

Heroico suceso fuera
  pero no me satisfago.

FLORA:

Con este humilde sayal
vendiendo pan al real
vine al muro de Cartago.
  Enamorose de mí
y cierta señal me dio
para que en su tienda yo
pueda entrar y este escrebí.

ANDRONIO:

  Habiéndote ya cobrado,
por mil Romas que me dé
Cartago, no mataré
un esclavo del Senado.
¡Gran rumor!

FLORA:

  ¿De la ciudad?

ANDRONIO:

No, sino del enemigo,
escóndete.

FLORA:

¡Ay, dulce amigo!

ANDRONIO:

¡Qué notable escuridad!
  Apenas veo la gente
y siento rumor y voces.
Escóndete así te goces
entre tanto que se ausente
  que yo quiero ver lo que es.

FLORA:

Y ¿dónde tengo de hallarte?

ANDRONIO:

Aquí, que es pública parte,
al tronco deste ciprés.

(Vanse y salen CAMILO, RUTILIO y PORCIO, soldados.)
RUTILIO:

  Si con tal severidad
procede el cónsul Camilo,
mudara la guerra estilo
y ley la necesidad.
  Que puesto que no la tiene
el no tenella es su ley.

CAMILO:

Tiene esperanzas de rey
y arrogante dellas viene.
  ¿De qué habemos de comer
si no nos deja robar?
Tanto nos quiere enfrenar
que el freno se ha de romper.
  Así al caballo imitamos,
de espuma sangrienta lleno,
querrá que tascando el freno
la propia sangre comamos.
  La noche es la más escura
y aparejada a ladrones
que en los helados Triones
vio enero en su nieve pura.
  Vamos a ver si dormidos
hay pastores desvelados
que nos den de sus ganados
para comer tres perdidos.
  O si acaso cautivamos
algún caminante pobre
que cuando nada le sobre
como esclavo le vendamos.
  Quedo, un hombre siento aquí.

ANDRONIO:

Ya no me puedo esconder,
habreme de defender.

RUTILIO:

¿Quién va?

ANDRONIO:

Una espada.

PORCIO:

Eso sí.

CAMILO:

  Dale muerte que es espía.

RUTILIO:

Este viene con celada,
que no sacará una espada
adonde tantas había.
  ¡Al arma, al arma, romanos!

CAMILO:

Bien dices, al arma toca.

(Salen el cónsul LÉNTULO, PARMENIO y gente.)
LÉNTULO:

¿Qué desatino os provoca?

RUTILIO:

Átale, Porcio, las manos.

CAMILO:

  No fue muy gran desatino.

LÉNTULO:

Haceos a parte, ¿quién es?

ANDRONIO:

Un hombre o cartaginés
que tarde a los muros vino,
  no me abrieron y no entré.

LÉNTULO:

¿Eres de alguna celada?

ANDRONIO:

Sí soy y tan mal guardada
que verla más no podré.

LÉNTULO:

¿Son muchos?

ANDRONIO:

  Una persona.

LÉNTULO:

Una persona, este miente.
Sin duda salió gran gente.

ANDRONIO:

Que soy hidalgo me abona.

PARMENIO:

  No hay en la guerra hidalguía,
traelde a mi tienda luego
adonde el cordel o el fuego
sabrán si es traidor o espía.

ANDRONIO:

  Déjame, si he de morir,
con esas peñas hablar.

LÉNTULO:

¿Qué les quieres preguntar?
¿Qué tienes que les decir?

ANDRONIO:

  Peñas, si acaso escucháis
un cautivo desdichado,
a aquel aciprés concertado
os ruego que no volváis.
  A la ciudad os volved,
peñas, y guardad la vida
y por la mía perdida
tiernas lágrimas verted.
  ¿Oís peñas? ¿Oís? ¿No?
No responden.

PARMENIO:

Cosa estraña,
no habla con la montaña,
que todo lo entiendo yo,
  bueno es decir que se vuelvan
las peñas a la ciudad,
aquí hay traición.

RUTILIO:

Es verdad
y ojalá que le resuelvan
  esas peñas a venir,
ruégaselo tú, africano.

ANDRONIO:

Peñas, volveréis en vano
que me llevan a morir.

LÉNTULO:

  Llevalde a mi tienda luego.

CAMILO:

Camina, desventurado,
que en medio del fuego has dado.

ANDRONIO:

Sí, pero es mayor mi fuego.

(Llévanse.)
LÉNTULO:

  ¿Qué te parece del hombre?

PARMENIO:

Que encierra más que parece.

LÉNTULO:

Mucho Marte favorece,
Parmenio, el romano nombre.
  Pero ¿qué te ha parecido
de la falsa labradora?

PARMENIO:

Que la trocarás ahora
por el soldado rendido.

LÉNTULO:

  Sin duda que no acertó.

PARMENIO:

Mañana la harás volver.

LÉNTULO:

Vendrá Julia, mi mujer,
porque ayer desembarcó
  y ya sabes tú sus celos.

PARMENIO:

Ven a ver este soldado,
por ventura te han guardado
de gran peligro los cielos.

(Vanse y salen ARIODANTE y FORTUNIO.)
ARIODANTE:

  No se contentó mi suerte,
para mi remedio avara,
Fortunio, con que llorara
de Flora la triste muerte.
  Sino que vuelto a mi tierra
donde mi hacienda dejé
cercado su muro hallé
y su paz trocada en guerra.
  ¿Por dónde tengo de entrar
a ver mis deudos y casa?,
que apenas el viento pasa,
ni un ave puede volar.
  Allí con fuertes trincheas
los pasos tienen tapados
de gruesos olmos cortados,
de verdes juncias y teas.
  Aquí, de tiendas gallardas
con los romanos pendones,
están diversas naciones
con un bosque de alabardas.
  Y aunque ahora de la noche
las alas lugar nos dan,
temo que algún capitán
su cuartel ronde y trasnoche.
  No sé, Fortunio, qué intent[e].

FORTUNIO:

En mi vida, mi señor,
más cerrado el resplandor
de las estrellas de Oriente.
  Que cuando falta la luna
suelen hacer las estrellas
las noches claras y bellas
y esta apenas tiene alguna.
  Pasemos a la ciudad,
que no seremos sentidos,
cerca está ¿no oyes ladridos
y rumor de vecindad?

ARIODANTE:

  Sí oigo y sin duda alguna
la escuridad que se ofrece,
que las estrellas parece
que han venido con la luna,
  fía la seguridad
de la vida de Ariodante,
mas ve, Fortunio, delante.

FORTUNIO:

Pues yo parto a la ciudad.

(Vanse.)


ARIODANTE:

  Noche la más escura que se ha visto,
mucho os debe el temor que el alma siente,
mas qué milagro si mi sol ausente
se traspuso del polo de Calisto.
Si la eterna con lágrimas conquisto
cúrele celestial vivo y presente,
pero naturaleza no consiente
la justa muerte que al amor resisto.
De sombra en sombra voy, de pena en pena,
de un paso en otro hasta el postrero paso
llevando sobre el hombro la cadena.
Mas como me defiendo es cierto caso
que al fin ha de acabar por mano ajena
la triste vida y el dolor que paso.

(Sale FLORA.)
FLORA:

  Aquí al tronco de un ciprés
dijo Andronio que estaría.
Rumor siento ¡ay, Dios, si él es!,
pero es esta fuente fría
que va siguiendo mis pies,
  no es por Dios sino mi bien.
Amigo mío ¿aquí estás?

ARIODANTE:

¿Qué es lo que mis ojos ven?
Haceos, fiera gente, atrás.

FLORA:

¿La espada tú, para quién?

ARIODANTE:

¿Quién eres?

FLORA:

  ¿Quién puede ser?

ARIODANTE:

Dilo.

FLORA:

Flora, tu mujer.

ARIODANTE:

Cielos ¿mi mujer te nombras?

FLORA:

Mi vida ¿de qué te asombras,
no me mandaste volver?

ARIODANTE:

  Sombra, si te he conjurado,
alma, si yo te he perdido
que a la vida que has dejado
vuelvas de tu negro olvido.
Yo muera de ti olvidado.
  Si voluntad me tuviste,
alma, ya te la pagué
y si en el río caíste
porque de ti me aparté
ya lo pago en llanto triste.
  Si temes que te he olvidado
bien parece que has estado
a donde todo es olvido.

FLORA:

¿De qué ha perdido el sentido?
Cielos ¿qué lo habrá causado?
  Mi bien ¿qué furor es ese?
No te acuerdas y esto es
la verdad aunque te pese,
que al tronco deste ciprés
me dijiste que volviese.
  ¿Ya no me diste perdón
de aquel papel?

ARIODANTE:

¿Yo a ti, esposa?,
más escura confusión
que esta noche temerosa,
Flora, tus enigmas son.

FLORA:

  Si me conoces y nombras
¿para qué de mí te asombras?
Si no es que quieres dejarme
¿de qué sirve levantarme
cuando en pena entre las sombras?
  Verdad es que no es mi pena
menor que alguna de allá
pero por tu causa es buena.

(Sale FORTUNIO.)
FORTUNIO:

Seguro el camino está,
que no hay fuego ni voz suena,
  llega una vez a la puerta
que yo sé que te han de abrir.

ARIODANTE:

Acá mi desdicha es cierta,
¿cómo te podré decir
que está aquí mi esposa muerta?

FORTUNIO:

¿Cómo es eso?

ARIODANTE:

  Si tardaras
pienso que muerto me hallaras.

FORTUNIO:

¿Tu esposa muerta contigo?

ARIODANTE:

Sí, Fortunio.

FORTUNIO:

¡Ay, Dios!

ARIODANTE:

Sí, amigo.

FLORA:

¡Ah, mi vida! ¿En qué reparas?

FORTUNIO:

  Mi vida dijo, ella es,
¿eres Flora?

FLORA:

Sí, yo soy.

FORTUNIO:

¿No eras muerta?

FLORA:

¿No me ves?

FORTUNIO:

¡Huye, señor!

ARIODANTE:

¡Tras ti voy!

FLORA:

¡Escucha!

FORTUNIO:

¡Mueve los pies!

(Vanse.)


FLORA:

  ¿Hay inquietud como esta?
Mas como yo le he contado
que estuve a echarme dispuesta
en el río habrá pensado
que fue verdad manifiesta.
  Y como ve que he venido
con tan grande atrevimiento
y por el campo rompido
piensa que soy sombra y viento
y cuerpo de aire fingido.
  Pero ¿cómo puede ser
habiéndome aquí tocado?,
por sin duda vengo a ver
que no estaba enamorado
quien huyó de una mujer.
  Noche escura y sin estrellas,
que aún no hay en tu cielo alguna
por no escuchar mis querellas,
mudable, inconstante luna,
que te conjuras con ellas.
  Cubrir tu rostro menguante
en que eres mudable fundo,
pues te me quitas delante
para no ver en el mundo
hay una mujer constante.
  Sol tardío que mil ñudos
estás al cabello haciendo
del Alba en los brazos rudos,
o por ventura durmiendo
entre los indios desnudos.

FLORA:

  Ven a ver, aunque deshecho
el corazón con desmayos,
una mujer sin provecho,
más clara en fe que tus rayos
y con más fuego en el pecho.
  ¡Ay de mí!, que no me queda,
perdido Andronio, esperanza
para que cobrarlo pueda,
ya su amor hizo mudanza,
fortuna al son de tu rueda.
  ¿Quién habrá que verdad trate?
Quiero irme, pues recibe
mi fe tan fiero combate,
donde alguno me cautive
o por ventura me mate.

(Vanse y salen JULIA, mujer del Cónsul, de camino, ORACIO, capitán, y gente, y CELIA, criada.)
JULIA:

  Ya debe de amanecer.

ORACIO:

Tu amor al Cónsul obliga.

JULIA:

Si es amor así ha de ser.

ORACIO:

Esta es más hora de amiga
que no de propia mujer.
  Toda la noche has querido
caminar y no has dormido,
que es mucho.

JULIA:

No obliga a menos,
si son los maridos buenos,
la obligación del marido.

ORACIO:

  Ya le habían dicho las guardas
quién es, que oigo rumor
de las picas y alabardas.

JULIA:

Solo viene aquí Néstor.

(Sale NÉSTOR.)
NÉSTOR:

Entra, señora, si aguardas,
  que está el Cónsul tan atento
en dar a un hombre tormento
que no te ha salido a ver.

JULIA:

Néstor, con propia mujer
es vicioso el cumplimiento.
  ¿No es el Cónsul tan galán
conmigo y otra tan dama
con el que apenas se van
las estrellas a su cama
y al sol despertando están,
  cuando yo vengo a la suya
desde la playa del mar?

NÉSTOR:

Por ser su vida la tuya
quiere la vida guardar
y es bien que la muerte huya.
  Y esto debe de saber
aquel hombre que atormenta.

JULIA:

Quiero entrar.

NÉSTOR:

Puedes creer
que te adora.

[Vase JULIA.]
ORACIO:

No contenta
mucho al Cónsul su mujer.
{{Pt|NÉSTOR:|
  No están los dos engañados.

ORACIO:

Él, por el suegro la estima,
que es hombre de los privados
del César.

NÉSTOR:

Harto se anima
a desimular cuidados.
  No hay carga tan insufrible
como la del casamiento
si faltó el lazo apacible
de estar conformes.

ORACIO:

No siento
que entre los dos es posible
  porque el Cónsul quiere a tantas
cuantas mira.

NÉSTOR:

Así lo creo.

ORACIO:

No son sus costumbres santas.

NÉSTOR:

Estragada a Roma veo,
¿del Cónsul no más te espantas?

ORACIO:

¿Qué hay del cerco?

NÉSTOR:

  Ya se hostiga
esta canalla crüel
que a Roma a venganza obliga,
que esto es alabado en él
hasta la gente enemiga.
  Hase corrido la tierra,
mucha gente cautivado
de la que el contorno encierra
el alto muro cercado
y publicado la guerra.
  Que para justificar
Roma a su causa a un trompeta
la hizo ayer pregonar,
si este el África sujeta
merece en Roma triunfar.
(Sale el CÓNSUL y ANDRONIO medio desnudo como atormentado y JULIA y PARMENIO.)

JULIA:

  Grande regalo me has hecho
en que este hombre hayas dejado,
que matabas sin provecho.
¡Ay, Celia, que se me ha entrado
por los ojos hasta el pecho!

CELIA:

  Cierto que tienes razón,
que suele la compasión,
viendo padecer a un hombre
de buen talle y de buen nombre,
engendrar grande afición.

JULIA:

  Tiénele este hombre notable
y enterneciome desnudo.

LÉNTULO:

¡Que aqueste perro no hable!
Dime, villano, ¿eres mudo
o eres roca incontrastable?

JULIA:

  ¡Déjale agora, por Dios!

LÉNTULO:

¡Qué buenos estáis los dos!
¡Qué piadosa, Julia, eres!

JULIA:

Es virtud de las mujeres
y es atributo de Dios.

LÉNTULO:

  Dalde que se vista aquí.

JULIA:

¿No le curarán primero?

LÉNTULO:

Bien está, señora, ansí.

ANDRONIO:

¡Ay, dulce Flora, aunque muero
vive tu memoria en mí!
  ¿Qué haré para cobralla?
¿Qué remedio habrá de vella?
Quiero conmigo culpalla
para que vayan por ella
y con esto haré buscalla.
  ¡Oh, amor, qué invención tan alta!

JULIA:

Déjale ya, por mi vida,
y el muro a Cartago asalta.

LÉNTULO:

¿Vuelves por un homicida?

JULIA:

Solo que le mates falta.
  Si le llevaras por bien
él dijera a qué venía.

LÉNTULO:

Pues háblale tú también
si acaso Roma te envía
para que el triunfo te den.

JULIA:

  Di, africano, a qué has venido
que te prometo perdón
si dices verdad.

ANDRONIO:

No ha sido,
señora, mi obstinación,
porque la muerte he temido,
  sino por ver el furor
con que el Cónsul me ha tratado.

JULIA:

Eres hombre de valor
y hombre que me has obligado.
¡Qué edad y tierno amor!
  Por mi vida, ¿a qué veniste?

ANDRONIO:

Mira cuán poco resiste
un hidalgo proceder
al ruego de una mujer,
pues más que el Cónsul podiste.
  Vine a ser escolta y guarda,
cuando se cerraba el día
tras esa montaña parda,
a cierta dama gallarda
que al Cónsul matar quería.
  Quejose y prendio me a mí.

JULIA:

Pues ¿cómo había de entrar?

ANDRONIO:

Eso al Cónsul se lo di,
que él la había de gozar
y está concertado así.

JULIA:

¿Oyes esto?

LÉNTULO:

  Y no lo niego
pero no era yo, por Dios,
sino Parmenio.

JULIA:

No llego
a mal tiempo.

LÉNTULO:

Entre los dos
fue el partido deste fuego.
  Mas yo, por Dios, que miraba
supuesto que no sabía
que la dama procuraba
matarme.

ANDRONIO:

A aquesto venía.

LÉNTULO:

Y dime, ¿quién la enviaba?

ANDRONIO:

  Cartago, pero yo os juro
que nunca el caso entendí
hasta fuera de su muro.

LÉNTULO:

La vida te otorgo aquí,
matar la infame procuro.
  ¿No es una hermosa villana?

ANDRONIO:

Ese disfraz atesora
una señora africana.

LÉNTULO:

¡Oh, fingida labradora!,
piel de oveja y tigre hircana,
  vayan luego en busca della.
Parmenio, parte por ella.

PARMENIO:

Yo parto.

LÉNTULO:

Llega al oído:
ventura notable ha sido,
que estoy muriendo por ella.

PARMENIO:

  Yo la buscaré, señor.

(Vase.)

LÉNTULO:

Tú vente, Oracio, conmigo
y queda tú aquí, Néstor,
para echar a ese enemigo,
aunque esclavo sin valor,
  hierros en su rostro y pies.

JULIA:

Suplícote que me des
este esclavo.

LÉNTULO:

Sea en buen hora
tanta piedad mi señora.

JULIA:

O es mi vida o no lo es.
(Vase el CÓNSUL y los demás.)
¿De dónde eres?

ANDRONIO:

  Soy de Tiro.

JULIA:

¿Y noble?

ANDRONIO:

Como tú en Roma.

JULIA:

Nobleza en tu rostro miro.

ANDRONIO:

La tuya a un bárbaro doma.
Por ti, señora, respiro,
  sino llegas, allí muero.
No fue tormento más fiero
el que Escévola romano
pasó que mandó su mano
firme en el desnudo acero.

JULIA:

Llagado estás.

ANDRONIO:

  Estoy muerto.

JULIA:

Mucho me dueles.

ANDRONIO:

Con verte
mi pesadumbre divierto.

JULIA:

No tengas miedo a la muerte.

ANDRONIO:

Ya de la vida estoy cierto.

JULIA:

¿Serás ingrato?

ANDRONIO:

  No creo.

JULIA:

Pues yo miraré por ti.

ANDRONIO:

De tu nobleza lo creo,
que hay alma de ángel en mí
y en mí de infierno deseo.

JULIA:

  Muy desesperado estás.

ANDRONIO:

No puedo, señora, más,
pues que por una mujer
a punto me vengo a ver
que tú la vida me das.

JULIA:

Pues yo, es mucho.

ANDRONIO:

  ¿Eres romana?

JULIA:

¿Y esa mujer?

ANDRONIO:

Africana.

JULIA:

¿Quiéresla?

ANDRONIO:

Pues la culpé,
no sé qué amor la mostré,
la satisfación es llana.
{{Pt|JULIA:|
  Néstor, el esclavo es mío,
ni le has de herrar ni enojar.

NÉSTOR:

De ti, señora, le fío.

JULIA:

Llévale, Celia, a curar.

ANDRONIO:

No tengo tan poco brío.
  Haz cuenta que he vuelto en mí.

JULIA:

Vete con Celia.

ANDRONIO:

Al fin voy
porque lo mandas así.

(Vanse.)

JULIA:

Loca por el hombre estoy,
en triste punto le vi.
  Es amor o es compasión
de verle en aquel tormento
desnudo y de un corazón
vestido, que apenas siento
tan fuerte comparación.
  Sea compasión o amor
él me agrada, esto es querer
ejecutar en rigor
un deseo de mujer
que en la mujer es furor.
(RUTILIO, CAMILO y PORCIO, y FLORA, en hábito de esclava, y un PREGONERO.)

RUTILIO:

  Digo que ha de ser vendida,
que suertes no quiero echar
y así puede ser partida.

CAMILO:

Ya no hay más qué averiguar.

JULIA:

¡Qué buena esclava!

NÉSTOR:

Escogida.

UN PREGONERO:

  Ea, pues tres blancas dan.
¿Hay quien puje, hay quien la quiera?

PORCIO:

Pregona, que sí querrán.

UN PREGONERO:

Es muy gentil conservera.
Guisa carne y cuece pan,
  lava con tanta limpieza
de los pies a la cabeza,
a prueba se la darán.
Ea, pues tres blancas dan.
¡Rica pieza, rica pieza!

JULIA:

  ¡Qué de cosas hay, Néstor,
dentro de un campo romano!

NÉSTOR:

Harase el día mayor
que aún es agora temprano,
verás más vulgo y rumor
  que tiene Roma en su foro,
más trato y más mercancía:
la cabra, la oveja, el toro,
el vestido, la armería,
la venda de plata y oro,
  los esclavos, el sustento.

JULIA:

La esclava me da contento.

NÉSTOR:

Amiga de esclavos eres.

JULIA:

Son antojos de mujeres,
así disfrazo el que siento.
  Comprando aquesta mujer
se echará menos de ver
el esclavo que le pido
al Procónsul mi marido,
amor la trujo a vender.
¡Hola, gente!

NÉSTOR:

  ¡Hola! ¿No veis
que está la gran Julia aquí?

JULIA:

Pues, amigo, ¿qué vendéis?

CAMILO:

Esta esclava, pero a ti
esta ofrezco y otras seis.

JULIA:

  Esta cadena tomad
y este dinero partid.

RUTILIO:

¡Qué gran liberalidad!

JULIA:

Id con Dios.

PORCIO:

La bolsa abrid,
no es poca la cantidad.

UN PREGONERO:

  ¿Quién me paga mi trabajo?

NÉSTOR:

Ea, que allá os pagarán.

UN PREGONERO:

¡Tres blancas dan!

NÉSTOR:

A destajo
lo toma.

UN PREGONERO:

¡Tres blancas dan!

NÉSTOR:

Baja la voz.

UN PREGONERO:

Ya la bajo.
(Vanse.)

JULIA:

  ¿En aqueste cerco fuiste
cautiva?

FLORA:

Aquí cautivé.

JULIA:

¿Tú desta ciudad saliste?

FLORA:

Antes nunca en ella entré.

JULIA:

¿Que por entrar te perdiste?

FLORA:

  Así es verdad, he perdido
todo el gusto que esperaba.

JULIA:

Pues no menos yo he venido
en mal punto, hermosa esclava,
que a un esclavo me he rendido.

FLORA:

¿Qué dices?

JULIA:

  Que tengo amor
a un hombre.

FLORA:

Pues dél no esperes
sino mal trato y rigor
pero todas las mujeres
seguimos un mismo error.

JULIA:

¿Cómo te apellidas?

FLORA:

  Flora.

JULIA:

Pues, Flora, yo he visto agora
hombre que ha de ser mi muerte,
por lo que te compro advierte.

FLORA:

Yo soy tu esclava, señora.

JULIA:

  No juzgues a liviandad
el declararme contigo,
que amor es enfermedad
que con el primero amigo
declara la voluntad.
  Este hombre es un esclavo
de tu tierra, no le alabo
porque presto le has de ver.

FLORA:

¿Tendrá gentil parecer?

JULIA:

Es galán, hidalgo y bravo.
  Tu lengua y naturaleza
le obligarán a mi amor
si le dices mi tristeza.

FLORA:

Si este es hombre de valor
respetará su cabeza.

JULIA:

  ¿Díceslo por mi marido?

FLORA:

Pues ¿por quién?

JULIA:

Antes ha sido
del Cónsul tan mal tratado
que a la vida que le he dado
ha de estar agradecido.

FLORA:

¿Qué le ha hecho?

JULIA:

  En un tormento
le trujo al último aliento
y yo le mandé librar.
{{Pt|FLORA:|
Hazle aquí luego curar.
{{Pt|JULIA:|
Trae mi esclavo.

NÉSTOR:

Iré al momento.
(Vase.)

JULIA:

  Pero venga solo aquí
y yo me iré, que también
pienso que es mejor ansí.
Dile, Flora, que es mi bien
y será bien para ti.
  Porque tendrás libertad
si con la mía conquistas
su segura voluntad.

FLORA:

Vengamos los dos a vistas
que este hombre no es la ciudad.
  Pluguiera al cielo, señora,
Cartago así se os rindiera.

JULIA:

Ese es mi Cartago agora,
él viene.

FLORA:

Vete allá fuera.

JULIA:

¿Y volveré?

FLORA:

De aquí a un hora.

JULIA:

  Aquí me quiero esconder
para ver si dice ansí
y porque le quiero ver.
Quizá podré desde aquí
alguna cosa entender.
(Escóndese y sale ANDRONIO de esclavo.)

ANDRONIO:

  ¿Eres tú quien me ha llamado
y aquí a hablarme ha mandado
Néstor de parte de aquella,
que fue de mi nave estrella
y deidad que me ha guardado?

FLORA:

Cielo ¿qué es esto?

ANDRONIO:

  ¡Ay de mí!
¿Qué ven mis ojos, mi Flora?
¿Posible es que estás aquí
y como esclava, señora?
¿Qué mano te ha puesto así?
  ¿Quién te trujo desta suerte?
Dichoso el fiero tormento
y el peligro de la muerte
pues ha sido el instrumento
por donde he venido a verte.
  Cuéntame tu historia y dame
tus brazos.

JULIA:

Triste de mí.
¿Qué es lo que he mirado? ¡Oh, infame!

FLORA:

Desvía, traidor, ¿yo a ti?

ANDRONIO:

¿Cómo que traidor me llame?
  ¿Cómo que traidor me nombre
la que es la vida y luz mía,
la mujer que ha puesto a un hombre
a mil muertes en un día
y que de verme se asombre?
¿Qué es esto?

FLORA:

  Pues di, cruel,
cuando te vuelvo a buscar
tras el romano tropel,
en aquel mismo lugar
entre el ciprés y el laurel,
  que estoy muerta me levantas
y que soy cuerpo sin vida,
que de ver maldades tantas
no sola yo estoy corrida,
mas aquellas verdes plantas.
  Las fuentes que se pararon
cuando antes allí nos vieron
y después nos escucharon
más de corridas corrieron
que del curso que llevaron.
  Yo sombra, traidor, yo muerta,
no más de para dejarme.

ANDRONIO:

O tu seso desconcierta
o quieres, Flora, matarme.

JULIA:

Bien mi negocio concierta.

ANDRONIO:

  Yo te he visto desde el punto
que te apartaste de mí,
pues un ejército junto,
preso como estoy aquí,
me trujo a verme difunto.
¿Qué dices?

FLORA:

  Yo no te vi
y mi esposa me llamaste.

ANDRONIO:

Pues ¿cómo, si presto fui?
¿Cómo, si allí me dejaste,
y me llevaron de allí?
Flora, ¿estás loca?

FLORA:

  No sé,
yo digo que a un hombre hablé
y que por muerta me tuvo.

ANDRONIO:

Pues si Ariodante allí estuvo
sin duda Ariodante fue.

FLORA:

  Ya presumo que él sería,
porque del río decía
en que piensa que caí.

ANDRONIO:

Sin duda fue por allí,
que a Cartago pasaría.
  Dame ya, mi bien, tus brazos,
mira cuán hecho pedazos
me tienen tantos tormentos.

JULIA:

Medrarán mis pensamientos
con los ñudos destos lazos.

FLORA:

Yo te abrazo.

JULIA:

  ¡No, detente,
que lo que te encomendé
fue cosa muy diferente!

FLORA:

Lo que prometí no fue,
traidora, fingidamente.
  No le había conocido,
pero si este es mi marido
¿cómo te le puedo dar?

JULIA:

¡Hola, Néstor!

NÉSTOR:

¿Puedo entrar?
(Sale NÉSTOR.)

JULIA:

Y a buena ocasión venido,
  lleva esta esclava crüel
y hiérrale el rostro luego.

NÉSTOR:

Voy, mas con lástima dél
que es en nube poner fuego
y ese y clavo en un clavel.
(Vanse.)

FLORA:

¡Señora!

JULIA:

  ¡Tira con ella!

FLORA:

¡Andronio!

ANDRONIO:

Flora del alma,
allá te me vas con ella
y aunque se yerre en la palma
llevas de más firme y bella.
  ¿Qué has hecho, señora mía,
qué es lo que intentas, crüel?

JULIA:

Mi celosa fantasía
hace un yerro que con el
amor acertar porfía.

ANDRONIO:

  ¿Cómo puedes acertar
y pues ya te has declarado?
Yo no quiero declarar.
Muerto, helado y enterrado
y el alma en cualquier lugar
  sola Flora vive en mí,
para esta mujer nací,
Flora es mi vida, mi honor,
mi solo bien.

JULIA:

¡Ah, traidor!
Yo me vengaré de ti,
  una mujer principal
no se ha de quedar con esto,
que es grande infamia.

ANDRONIO:

No hay mal
a que ya no esté dispuesto.
Que ya sé que soy mortal,
  rompe, quebranta, deshace
esta fábrica en que mora
Flora, que la ilustra y hace,
lee esta alma, aquí está Flora,
de Flora esta vida nace.
  Flora soy, yo soy Andronio.

JULIA:

Sin duda este hombre es demonio,
peligro corre mi amor
con sus guardas a señor.

ANDRONIO:

Mas que hay falso testimonio
  y huir quiero, si podré
quiero huir que con la vida
algún remedio tendré.

JULIA:

¡Huyes, ah, fiero homicida
sin Dios, sin alma y sin fe!
¡Ah, gente!
(Salen, CÓNSUL, PARMENIO, ORACIO, NÉSTOR.)

LÉNTULO:

  ¿Qué voces das?

JULIA:

Tengo, Léntulo, razón.

LÉNTULO:

Casi sin aliento estás.

JULIA:

No me deja el corazón
respirar ni alentar más,
  ponme aquesa mano aquí.

LÉNTULO:

Lo que ha sucedido di.

JULIA:

Mi esclavo.

LÉNTULO:

Acábalo pues.

JULIA:

No se os vaya por los pies.

LÉNTULO:

¿Fuese?

JULIA:

Sí.

LÉNTULO:

¿Qué dices?

JULIA:

Sí.

LÉNTULO:

  Si le herraran no se fuera.

JULIA:

Aquí me quiso matar.

LÉNTULO:

¿Tenía armas?

JULIA:

Una fiera
daga.

LÉNTULO:

Ojalá que pasar
tu tierno pecho pudiera.
  Bien te pagó la piedad
de quitarle del tormento.

JULIA:

Mi tierno pecho culpad,
disculpad mi atrevimiento
pues fue por la libertad.

PARMENIO:

No se irá.

JULIA:

  Traelde os ruego.

LÉNTULO:

Di que le perdonen luego.

JULIA:

Antes le he de hacer matar.
¿Está acabada de herrar
la esclava?
(Sale NÉSTOR y FLORA herrada en la barba.)

NÉSTOR:

De hacerlo llego.

LÉNTULO:

¿Qué esclava?

JULIA:

  Esta que compré.

LÉNTULO:

Para que me mate a mí,
¡cielos!, ¿aquesta no fue
la labradora que vi?
¿De dónde eres?

FLORA:

No lo sé.

LÉNTULO:

¿Cómo te llamas?

FLORA:

  Tampoco.

LÉNTULO:

¿En dónde estabas?

FLORA:

¡Qué sé yo!

LÉNTULO:

¿Quién te trajo?

FLORA:

Quien me halló.

LÉNTULO:

[Aparte.]
Volverán a un hombre loco.
  Compra esclavos por mi vida.
¡Ay, labradora querida!,
si a solas hablarte puedo
yo te quitaré ese miedo
y tú serás mi homicida.

JULIA:

¿Paréceos bien?

LÉNTULO:

  No muy bien
que estoy con esclavos mal,
herrada acertó también,
no tiene su rostro igual,
ni mi amor ni su desdén,
¿Qué haréis della?

JULIA:

  A Roma irá.

LÉNTULO:

Guardaos, no os mate.

JULIA:

No hará,
que yo tendré más cuidado.

LÉNTULO:

 [Aparte.]
Toda el alma me ha robado
y dentro del alma está.

(Vanse y sale huyendo ANDRONIO por un monte que esté hecho.)

ANDRONIO:

  No sé si el nombre de hombre
es justo que me llamen,
mas que todos me infamen
quitándome su nombre.
Mi amada Flora dejo
y salvé la vida y de su luz me alejo.
  Por esta gran montaña
que por el mar se eleva,
buscando alguna cüeva
voy con violencia estraña
porque nunca está quedo
(Vaya saliendo el león.)
si no le esconde el corazón el miedo,
  pero el cielo lo ha hecho,
como juez tan justo,
ya se acabó mi susto,
sosiéguese mi pecho
que este león hambriento
su vientre me dará por aposento.
  Muy justo es que yo muera.
pues he dejado a Flora,
vengada estás, señora,
por una bestia fiera,
que por sus falsos tratos
bestias han de matar a los ingratos.
  La mano levantando,
me halaga con la cola,
aquella mano sola
asienta poco y blando
¡válgame Dios!, ¿qué tiene?,
parece que enseñándomela viene.

ANDRONIO:

  Algo el alma sospecha,
estoy para tomalla,
quiero mejor miralla,
un pedazo es de flecha,
no en balde se llegaba,
mas no entendí que médico buscaba.
  Espera, espera, amigo,
saquésela, ¡oh, qué ufano
está de ver su mano!
Aquí traigo conmigo
un bálsamo precioso
que ha sido en mis heridas milagroso.
  Con este lienzo quiero
atársela, a ventura
mi vida está segura,
¿cómo va, compañero?
Casi responder quiere,
la lengua saca, por hablarme muere.
  Amigo, a mí me sigue
mucha gente este día,
mas vuestra compañía
me dice que mitigue
el miedo reducido,
ven y enséñame porque voy perdido.