El esclavo de Roma/Acto III

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​El esclavo de Roma​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Sale[n] ARIODANTE y PARMENIO.
ARIODANTE:

  Decís, en fin, que el Cónsul queda en Roma.

PARMENIO:

Llegó dándole Roma el mismo aplauso
que a Cipión cuando por este triunfo
apellido le dieron de Africano,
y huélgome, Ariodante generoso,
que desde que a Cartago le dio Roma
nuevo perdón y recibió en su amparo
tengas desta ciudad la prefectura.

ARIODANTE:

Cúpome en suerte y sabe el alto Júpiter
que me ha pesado de aceptar el cargo
porque me mandan que me parta a Roma
con un presente y las juradas parias
a que nos obligamos desde el día
que levantó su campo el cónsul Léntulo.

PARMENIO:

No te pese, Ariodante, de ir a Roma
porque verás a la cabeza insigne
del mundo todo cuyo hermoso cuello
no menos es que siete montes altos,
sin otros edificios y grandezas
que fundaron en sus nobles hombres,
venciendo los pirámides de Egipto
que a la bárbara Menhs dieron nombre.
En el del Cónsul y el Senado vengo
a pedirte, Ariodante, que me guíes
en la aspereza de los montes de África,
donde vengo a cazar diversas fieras
para un gran espectáculo que hace
Roma a su pueblo en nombre del gran César.

ARIODANTE:

Parmenio, bien serás de mí servido
en cuanto a caza de animales loca,
que desde mis primeros tiernos años
ha sido mi ejercicio y más agora
que desde que murió mi esposa amada,
Flora, la más hermosa, la más bella
y divina africana que ha nacido
del universo mundo en las tres partes,
tengo la soledad por compañía
y lo que hurto al gobierno doy al monte,
mas ¿qué animales quieres y a qué efeto
quiere Roma animales? ¿No le basta
ser señora absoluta de los hombres?

PARMENIO:

Oye, Ariodante, porque más te asombres:
  Cuando de alguna vitoria
vuelve algún cónsul romano
o el gran César dictador,
Roma le aguarda con arcos.
En ellos pone inscripciones
de sus hechos soberanos
y retrata las batallas
que trata con sus contrarios.
Son de hermosa arquitectura
con mil colunas y cuadros,
muchas veces contrahechos
y muchas de jaspe y mármol.
No puede una gran ciudad
con más insigne aparato
recebir a su señor
que por un arco triunfando.

ARIODANTE:

Que aunque no es fiesta es grandeza
que cifra el poder humano,
que hacer puerta a un hombre solo
es darle nombre de Magno.
Si para que entren mil pueblos
las puertas se fabricaron,
cuando se hacen para uno
que es más que todos es llano.
La entrada es cosa soberbia,
allí Roma muestra claro
que es la cabeza del mundo
y el César, del mundo espanto.
Van los caballos ligeros
con sus escudos y dardos
y con los arcos turquescos,
los archeros de a caballo.
Con sus jacos jacerinos
los hombres de armas romanos.
El lucido morrión,
coronado de penachos,
las enseñas que en un asta
es una águila volando
cuyos pies un tafetán
ciñe con lazada y lazos.
Va luego la infantería,
vélites y sagitarios
con otros que tiran hondas,
como los corzos y sardos.

ARIODANTE:

Los aquilíferos luego
y alféreces draconarios,
con los que llevan del César
imágenes y retratos.
Luego el Cavario, que en Roma
solo se lleva el Cavario
delante el Emperador,
a este pienso que llamaron
los españoles Gebón,
y es de seda roja un cuadro
guarnecido de mil perlas
por las esquinas y cantos.
Van cohortes, van centurios,
tormas, falanges y cabos,
los prefectos y cuéstores,
los cónsules y legados.
Ya habréis visto en mil pinturas,
que de contar fuera largo,
los esclavos, los despojos,
laurel y dorado carro.
Después desto y de otras fiestas
fíngese un mar que este teatro
de una batalla naval
con mil galeras remando.

ARIODANTE:

Otras veces en el foro
echan animales bravos
a quien los esclavos echan
a la muerte condenados.
Mejor que los españoles
este regocijo hallo,
pues que los hombres sin culpa
echan a los toros bravos.
Que Roma solo condena
los delincuentes y esclavos
y por estas fieras vengo
a los montes africanos.
Llevaré el hambriento lobo
y el oso que duerme tanto,
aunque en africano nace,
y el león y el ypolapo.
El cefo y el catobleto,
y el rinoceronte bravo,
el elefante ingenioso,
el monopo y el tarando.
El tigre y el jabalí
y otros animales bravos,
que jaulas de hierro y naves
para cuatrocientos traigo.

ARIODANTE:

  Parmenio, algunos de esos tiene el África,
otros nombras que nunca he visto en ella.
Si quieres hoy salir haré que al punto
se aperciban caballos y criados.

PARMENIO:

Gente bastante tengo para todo.

ARIODANTE:

Más importan, Parmenio, los villanos,
que al fin tienen noticia de los montes.

PARMENIO:

Pues vamos, que con ellos hoy querría
hacer una famosa montería.

(Vanse y sale ANDRONIO.)


ANDRONIO:

  Tres meses ha que en estos montes vivo
huyendo de la furia de un romano,
huésped de un animal noble africano
de quien sustento liberal recibo.
No se ha mostrado al beneficio esquivo
de sacarle la flecha de la mano,
yo sí a mi Flora por aquel tirano
pues que la dejo y ando fugitivo.
¡Oh, cuánto los ingratos son culpados!
Quien agradece la piedad ajena
notablemente a Júpiter obliga,
reserva el cielo de otros mil pecados
para otra vida su castigo y pena
y al que es ya grato en esta le castiga.
(Sale el león con un conejo en la boca.)
  Mi buen huésped ha venido,
huélgome que corra y ande,
¡oh, qué cuidado tan grande!,
ya la cena me ha traído.
  ¡Ay!, hombres que aquestos veis,
¿cómo podéis ser ingratos?
¿Cómo vais traidores tratos
a quien buenos los debéis?
  Solo sacar una flecha
de una mano las dos manos
pagan ansí, en los humanos
esta virtud aprovecha.
  ¡Oh, cuánto se agrada el cielo
que la tengan los mortales!,
pues hasta los animales
muestran en ella su celo.

ANDRONIO:

  Compañero, ¿habéis comido?,
creo que dice que no,
de mi cena se acordó,
la suya ha puesto en olvido.
  Ea, buen huésped, al monte,
buscad cena para vós
que aquí no hay para los dos.
Mirad que en nuestro horizonte
  va Febo desamparando
y que lugar no tendréis.
¿Qué decís, que volveréis?
Volved que os quedo esperando.
  Ya se fue mi buen amigo,
basta que me entiende ya
el trato que no podrá,
¿dónde habrá mejor testigo?
  Si entre un hombre y un león
esto puede el trato hacer,
en lo que es hombre y mujer
hará una eterna afición
  a divina compañía,
a milagrosa amistad.

(Dentro.)
[VOCES]:

¡Por acá, por acá echad!

ANDRONIO:

¿Qué es esto? ¡Ay, desdicha mía!
  ¿Cómo es esto?, que ha tres meses
que voz de hombre a mis oídos
no tocó.

OTRO:

Que vais perdido,
echad por estos cipreses.

ANDRONIO:

  ¡Ay de mí, si son romanos!

OTRO:

¡Hola, aho!

OTRO:

¡Hola, a la cuesta!

ANDRONIO:

Gente de mi tierra es esta,
sin duda son africanos.
  No tengo que me esconder,
antes me quiero informar
si se ha perdido el lugar
o se pudo defender,
  y por ventura con ellos
podré volverme a Cartago.

(Salen PARMENIO, BELARDO, FELICIANO y GARCELO, cazadores.)
PARMENIO:

Cielos, si esta presa hago
yo le suelto los cabellos
  desde hoy más a la ocasión.

ANDRONIO:

Bien asegurarme puedo,
al todo he perdido el miedo,
que estos, cazadores son.

BELARDO:

¡Hola, aho!

FELICIANO:

  ¡Hola!, Belardo,
ánimo agora tened.

BELARDO:

Que en mi vida vi, creed,
un animal tan gallardo.

FELICIANO:

  Tiralde, pues venís vós
de perros tan bien guardado.

BELARDO:

La sangre se me ha bajado
a los tobillos, ¡por Dios!,
  ¿quién me trujo a mí a cazar
leones?

FELICIANO:

No sois persona.

BELARDO:

¿No era mejor una mona
que se dejara tomar?

FELICIANO:

¿Esa es caza?

BELARDO:

  ¿Qué mejor?
¿Un león para qué es bueno?

(Dentro.)
GARCELO:

¡Hola, Belardo, aho, Feliciano!

BELARDO:

Muriendo voy de temor.

FELICIANO:

  Echa por el romeral
que junto al arroyo estoy.

GARCELO:

¿Al romeral?

FELICIANO:

Sí.

GARCELO:

Ya voy.

BELARDO:

En mi vida he visto tal,
  ¡qué barba tiene!, a la tierra
le llega un gran vellón.
Puede ser ese león
ermitaño en una sierra.
  Pues la cola voto a mí,
que a medir con ella el paño
que en una vara o me engaño
pudieran vestirte a ti.
  Parece que en ello topo,
no sé si es cola o si es rabo,
que tiene una borla al cabo
tan grande como un guisopo.

FELICIANO:

  Calla, ¿de eso te recelas?

BELARDO:

¡No queréis que me dé enojos!
Voto al sol que tiene los ojos
como si fuesen candelas.

FELICIANO:

  Luego no le tirarás
con esa una flecha sola.

BELARDO:

Si vós le asís de la cola
yo le daré por detrás.

FELICIANO:

  ¿Cómo no? Garcelo llega.

(Sale GARCELO.)
GARCELO:

Gracias a Dios que os veo.

FELICIANO:

Tente.

BELARDO:

¡Qué gesto que veo!
¡Oh, cuánto el temor me ciega
  que pensé que era el león!

GARCELO:

¿No miras que soy Garcelo?

BELARDO:

¿Dónde, pesar de mi abuelo,
queda el demás escuadrón?

GARCELO:

  Ya vienen todos aquí.

(Salen con venablos PARMENIO, ARIODANTE y FORTUNIO.)
PARMENIO:

El león es estremado.

ARIODANTE:

Bien dio en la red.

FELICIANO:

¡Qué enojado!

BELARDO:

¿Está ya en la red?

FORTUNIO:

Sí.

BELARDO:

  Quítame esta perrería,
tal aquí válgate el diablo.

PARMENIO:

¡Qué bien pusiste el venablo
cuando envestirte quería!

ARIODANTE:

  Estoy muy ejercitado.

ANDRONIO:

Aún hay romanos ¡ah, cielos!
A mis montañas apelo.

(Vase.)
ARIODANTE:

Las ramas se han meneado.

FORTUNIO:

  Este ha sido que cayó.

ARIODANTE:

Sin duda que es animal.

FORTUNIO:

Levántate.

BELARDO:

Estoy mortal.

ARIODANTE:

¿No viene el león?

FORTUNIO:

Que no.

PARMENIO:

  ¡Huy, un hombre escucha!

ARIODANTE:

Mas huye.

PARMENIO:

¡Tente o matalde!

ANDRONIO:

Esperad, yo iré.

PARMENIO:

Tiralde.

ARIODANTE:

Eso es crueldad.

PARMENIO:

No era much[a],
  que este infame es un esclavo
del Cónsul, que aquí te echó.
¿No eres tú?

ARIODANTE:

¿Quién sino yo?

PARMENIO:

A Júpiter santo alabo.
  ¿Qué más estraño animal
no pude llevar a Roma?

ANDRONIO:

Parmenio venganza toma
de un esclavo desleal.
  Mas sin llevarte fatigas
animales de gran cuenta
mira, que tu fama afrenta
que llevas a Roma hormigas.
  Entre fieros animales,
¿qué podré yo parecer?

PARMENIO:

El mayor, pues en el ser
solo veréis desiguales.
  Que en las fierezas que has hecho,
si a contemplarlas te pones,
es afrentar los leones
llevar con ellos su pecho.

ANDRONIO:

  Hidalgo cartaginés,
de tu patria soy, no dejes
que me lleven.

ARIODANTE:

No te quejes,
esclavo, de mí después,
  que puesto que libre estoy
también soy de Roma esclavo.

ANDRONIO:

¿Rindiose Cartago?

ARIODANTE:

Al cabo
se rindió.

ANDRONIO:

¿Quién eres?

ARIODANTE:

Soy
  este año su Prefeto
y a Roma tengo de ir
con Parmenio, en que servir
te puedo en mayor aprieto.
  Si eres del Cónsul yo haré
que allá te dé libertad.

ANDRONIO:

A los pies, por tu piedad,
mi boca es razón que esté.
¿Cómo es tu nombre?

ARIODANTE:

Ariodante.

ANDRONIO:

¿Fuiste alguna vez a Tiro?

ARIODANTE:

¡Ay de mí!

ANDRONIO:

En ese suspiro
te conozco de adelante.

ARIODANTE:

  Desposado estuve en él.

ANDRONIO:

Basta, no me digas más.

PARMENIO:

Bueno en pláticas estás
con un bárbaro cruel.

ANDRONIO:

[Aparte.]
Este es aquel Ariodante
de quien vino huyendo Flora.
Sin el descubrirse agora
pudiera serme importante.
  Pero en mejor ocasión
le diré mi desventura.

PARMENIO:

Ya, Ariodante, no procura
el Cónsul mejor león.

ARIODANTE:

  Con este y con los demás
a Roma nos embarquemos.

ANDRONIO:

¡Ah, cielos!

PARMENIO:

No hagas estremos.

ARIODANTE:

Calla, que conmigo vas.

BELARDO:

  ¿No nos iremos con ellos?

FELICIANO:

Sí, vamos a la ciudad.

BELARDO:

Y aquestos perros tirad,
que no puedo detenellos.

(Vanse y salen FLORA y el CÓNSUL, y ORACIO.)
LÉNTULO:

  Con estraña resistencia
te defiendes de mi amor.

FLORA:

De mi nobleza, señor,
es esta honesta violencia.

LÉNTULO:

  Antes, del amor pasado,
de aquel tu esclavo ya muerto.

FLORA:

Que le tuve amor es cierto.

LÉNTULO:

¿Y que no le has olvidado?

FLORA:

  El no le pensar cobrar
y el saber que me dejó,
algo de mi amor quitó,
mas no le puedo olvidar.

LÉNTULO:

  Pues ¿una cosa imposible,
Flora, se puede querer?

FLORA:

Querella no puede ser,
quísela siendo imposible.

LÉNTULO:

  Pues en cesando de ser
posible se ha de olvidar.

FLORA:

Amor no es nave en la mar
que algún rastro ha de tener.
  ¿Y cuándo tú has visto fuego
que sin él pueda dejar
por algún tiempo el lugar
donde estribó?

LÉNTULO:

No lo niego,
  pero si queda el calor
después del fuego partido,
quien siempre el fuego ha tenido
tendrale mucho mayor.
  Yo soy quien desde aquel punto
que te vi nunca dejé
el fuego en que me abrasé,
que aquí me le tengo junto.
  ¿Tú de quien ya se partió
te puedes doler de mí?

FLORA:

No esperes que diga sí.

LÉNTULO:

Sí dijiste envuelto en no.
  ¡Ah, cruel esclava ingrata!

FLORA:

Vete, mi señor, agora.

LÉNTULO:

¿Qué tienes?

FLORA:

A mi señora,
que me martiriza y mata.

LÉNTULO:

  Ea, dame aquesa mano
solo para que la bese.

FLORA:

Cuando la mano te diese
lo demás estaba llano.
  Vete con Dios que está allí
Oracio.

LÉNTULO:

Dél me f[i]e;
dile, Oracio, que me dé
la mano.

FLORA:

¿Tú, Oracio, a mí?

ORACIO:

  Ea, no seas estraña,
da la mano a mi señor.

FLORA:

Vete, que tengo temor.

LÉNTULO:

Con esto Flora me engaña,
  dame esa mano siquiera.

(Sale JULIA.)
JULIA:

¡Harto, Cónsul, te comides!
¿La mano a Flora le pides?

FLORA:

Muerta soy.

LÉNTULO:

Detente, espera.
  Quiérola, Julia, casar
con Oracio y en estrenas
pide la mano que a penas
se la ha dejado tomar.
  Yo por fuerza se la así
porque se la diese a él.
Dásela, por Dios.

JULIA:

¿Que dél
es el amor?

ORACIO:

Julia, sí
  quiérome casar con ella,
si la queréis libertar.

JULIA:

Pues ¿quién te la ha de negar?

ORACIO:

Es Flora en estremo bella.
  Y una vez hecha liberta
envidia mil me tendrán.

JULIA:

Sea para bien, Capitán,
que de todo estaba incierta,
  dale la mano por mí.

FLORA:

Por ti se la doy, señora.

JULIA:

Ya tienes marido, Flora.
Léntulo, vamos de aquí.

LÉNTULO:

  Vamos y darete traza
cómo se haga el casamiento.

[Aparte.]
(En cuanto le he dicho miento.)
(Vanse.)
ORACIO:

El perro más flojo caza,
  corre adelante, es ligero
y deja la caza atrás
y así viene a gozar más
que no el que llegó primero.
  Ya eres, Flora, mi mujer.

FLORA:

Muerto mi primero amor
tengo a ventura, señor,
venir a vuestro poder.

ORACIO:


FLORA:

¿Y cuándo se ha de acabar?

ORACIO:

  Solo se aguarda a que venga
del África con leones
Parmenio.

FLORA:
(Vanse y salen ARIODANTE, PARMENIO, FORTUNIO y ANDRONIO.)
PARMENIO:

  Parece que me sigue toda Roma,
como si yo también animal fuera.

ARIODANTE:

Parmenio, ¿esta es la casa del gran Cónsul?

PARMENIO:

¿No te parece digna de su oficio?
Aquí está un capitán que lo fue en África:
Oracio.

ORACIO:

¡Oh, buen Parmenio, el alto Júpiter
te dé lo que deseas! ¿Cómo vienes?

PARMENIO:

A tu servicio, ¿quién es esta?

ORACIO:

Flora.

PARMENIO:

¡Oh!, hermosa esclava.

ORACIO:

Mira que ya es libre.

PARMENIO:

Séalo por mil años.

ARIODANTE:

[Aparte.]
Santos cielos,
aquesta es Flora, la que muerta en Tiro
en sombra vi después junto a Cartago.

ANDRONIO:

[Aparte.]
¡Cielos!, no puede haber mayor locura
que desear morir un hombre triste.
Por más que obligue a ello la tristeza,
cautivo vengo a casa de mi amo
y cuando imaginaba hallarla muerta
no menos hallo que la misma vida.

PARMENIO:

Aquí te queda mi Ariodante en tanto
que entro a decir al Cónsul cómo vienes.
Ven, Oracio, conmigo, por tu vida.

ORACIO:

Vamos a hablarle, ¿hay muchos animales?

PARMENIO:

Diversos hallo y un león entre ellos,
que si al nemeo con aqueste mides
mayor me juzgarás que el fuerte Alcides.

(Vanse y quedan ANDRONIO, FLORA y ARIODANTE.)
FLORA:

  ¿Eres, capitán valiente,
por dicha cartaginés?

ARIODANTE:

Esa es mi patria.

FLORA:

Y aún es
causa de mi mal presente.
  Y de suerte, parecido
eres a quien la caus[ó],
que tu vida despertó
de un golpe mi amor dormido.

ARIODANTE:

  Pues ¿quién piensas que yo fui?

FLORA:

Un ciudadano arrogante
que se llamaba Ariodante
por quien mi Andronio perdí
  porque mi padre con él
me casaba y yo en un río
fingí echarme y al bien mío
vine a ver huyendo dél,
  donde a entrambos cautivaron
y él por ella se quedó
como ingrato y me dejó.

ARIODANTE:

Bien sus obras te pagaron,
  tengo noticia bastante
de la historia y aun sé yo
que una noche te encontró
junto a Cartago Ariodante.

FLORA:

  Yo le tuve por Andronio.

ARIODANTE:

Y él por muerta, Flora, a ti.

FLORA:

Que por eso huyó de mí.

ARIODANTE:

¿Qué más cierto testimonio?
  ¿Quieres que al Cónsul te pida?,
que soy Prefeto en Cartago
y aquí sus negocios hago.

FLORA:

No pienso verle en mi vida.

ARIODANTE:

¿Por qué?

FLORA:

  Porque soy casada
con Oracio, un capitán.

ARIODANTE:

Mal, Flora, lo sufrirán
aqueste amor y esta espada,
Ariodante soy.

FLORA:

  ¡Ay, cielo!,
pues ¿qué quieres tú de mí?

ARIODANTE:

Llevarte, Flora, de aquí,
si pesa al romano suelo.

ANDRONIO:

  Deja, africano arrogante,
a Flora.

ARIODANTE:

Pues ¿tú, traidor,
conmigo?

ANDRONIO:

De mi señor
es esta esclava, Ariodante.
  Y aunque dice que ha de ser
de Oracio, soldado altivo,
no puede porque soy vivo
y ha mucho que es mi mujer.

FLORA:

¿Andronio?

ANDRONIO:

  Señora mía.

ARIODANTE:

Fortunio, ¿que este es Andronio?

FORTUNIO:

No sé, por Dios, si es demonio,
sueño, sombra o fantasía;
  donde quiera se aparece.
Flora, poco gozarás
de Andronio y mejor harás
de darte a quien te merece.
  Este viene condenado
a las fieras para el foro,
que es infamia del decoro
de tus padres heredado.
  Esto así, en África es
Prefecto y puedo llevarte
a donde puedas honrarte
de un noble cartaginés.

FLORA:

  Lo que durare su vida
la de Flora ha de durar,
¿qué más honra que acabar
en la empresa pretendida?

FORTUNIO:

¿Estás loca?

FLORA:

  Loca estoy.

ARIODANTE:

Déjala, Fortunio, muera
y tendrá Roma otra fiera
con que a mí me maten hoy.

(Sale el CÓNSUL y PARMENIO.)
LÉNTULO:

  Ya sin duda, Parmenio, si hoy tardaras
mañana nuestra fiesta concluyera,
que el pueblo espera y impaciente dice
que anda por mi ocasión todo hombre ocioso,
el esclavo que traes es la fiera
de más contento que me ha dado el África.

ARIODANTE:

Della el Prefecto, Cónsul, tus pies besa.

LÉNTULO:

No niego, grandemente Roma estima
esta puntualidad y en el Senado
se trata que os reserve por dos años
del estipendio del presidio.

ARIODANTE:

Júpiter
guarde el César y a vós, Conscriptos Padres,
las parias traigo y para ti, un presente.

LÉNTULO:

El deste esclavo me ha de dar más gusto,
¿es aquesto?

ANDRONIO:

Yo soy.

LÉNTULO:

Que seas tan fiero
que al fin te hayan hallado entre las fieras;
indigno eres de vivir entre hombres.
Llevalde a una mazmorra donde viva
sola esta noche hasta que sea mañana
sepulcro de una fiera.

ANDRONIO:

Adiós, mi Flora.

LÉNTULO:

¡Ah, Flora, ya estarás contenta agora!

ARIODANTE:

Esta Flora, señor, trocarte quiero
a una pieza famosa de diamantes
que es un tahalí que dicen en Cartago
que fue de Mitrídates, Rey de Ponto.
Vale tres mil escudos.

LÉNTULO:

Yo quisiera
pero hásenos casado.

ARIODANTE:

¿Está ya hecho?

LÉNTULO:

Los conciertos no más.

ARIODANTE:

Con tu licencia
hablaré a su marido que no puede
casarse nadie con quien es mi esposa.

LÉNTULO:

¿Que es tu esposa?

ARIODANTE:

De mano y de concierto.

LÉNTULO:

De mano es poco, de impresión es mucho,
¿qué dices, Flora?

FLORA:

Que el esclavo solo
es mi primero amor.

LÉNTULO:

Bien por Apolo.

(Vanse y sale[n] NÉSTOR [y JULIA].)
JULIA:

  Vengo muerta de pesar
de que al esclavo ha traído
Parmenio para matar.

NÉSTOR:

En una cueva escondido
dicen que le vino a hallar.
  En esta de riscos hecha,
tres meses envidia estrecha
pasó, mas ¿qué aprovechó?,
que a quien la muerte buscó
ningún sagrado aprovecha.

JULIA:

  Yo le tengo de librar,
mira tú cómo ha de ser.

NÉSTOR:

Querérmelo a mí mandar
que te pienso obedecer
aunque dé al Cónsul pesar.

JULIA:

  Toma la llave y al punto,
donde está medio difunto,
camina y tráimele aquí.

NÉSTOR:

Voy por él.

JULIA:

Amor en mí
con la piedad anda junto.
  Pobre esclavo bien nacido,
de buen talle y buena cara,
de su desdicha ofendido,
que si ella no le mostrara
no estaba mal escondido.
  Qué trabajos que ha pasado,
todos por tener amor
a quien mal se le ha pagado.
Oféndeme su rigor
y de su lealtad me agrado.
  Su desdicha no ha de ser
tan grande que ha de poder
más que mi amor y piedad.

(Salen NÉSTOR y ANDRONIO.)
NÉSTOR:

Procura tu libertad
que esta te vengo a ofrecer.
  No te detengas aquí
más que en besarle las manos
a quien te la da por mí.

ANDRONIO:

¡Por los dioses soberanos
que hay grande valor en ti!
  Aún no merezco tus pies.

JULIA:

No te pares, vete pues,
antes que alguno te vea.

ANDRONIO:

¿Qué cautivo habrá que crea
que la libertad me des
  y que no la quiero yo?
Si esto, señora, supiera,
de la prisión no saliera
donde el Cónsul me guardó
para el vientre de una fiera.
  Sed todos, cielos, testigos
aunque de mi muerte amigos,
Sol, Luna, esfera, planetas
obras mistas y imperfectas,
elementos enemigos;
  árboles con frutos graves,
metales de varios nombres,
aguas puras y süaves,
peces, animales, hombres,
altas y pintadas aves;
  tú, gran Roma triunfadora
a donde vine a morir,
tú, Néstor y tú, señora,
de que pudiendo vivir
me vuelvo a morir por Flora.

NÉSTOR:

  A la cárcel se volvió.

JULIA:

Escucha, Andronio.

NÉSTOR:

Ya es ido.

JULIA:

Bravo amor.

NÉSTOR:

No entiendo yo
que se haya escrito ni oído.

JULIA:

La vida a la muerte dio.

NÉSTOR:

  ¿Quién habrá que no se espante
del notable proceder
deste hombre?

JULIA:

Roma triunfante
estatua le puede hacer
por hombre en amor constante.

(Vanse y salen CAYO, FABIO, ATILIO, RUTILIO, senadores.)
CAYO:

  ¿Está el foro prevenido?

ATILIO:

Todo prevenido está.

CAYO:

¿Vendrá el César?

ATILIO:

Bien podrá.

(Sale MAURICIO, ciudadano.)
MAURICIO:

Licencia, Senado, os pido
  para acomodar mi casa.

CAYO:

Mauricio, lugar señalé
donde tu mujer esté.
[...asa]

(Salen ELORIO, EUFEMIA, LIVIO, villanos.)
EUFEMIA:

  Mas que no hallamos lugar.

LIVIO:

De donde quiera veremos.

ELORIO:

Mas cosa que en parte estemos
que nos puedan quillotrar.

EUFEMIA:

  Yo si no estoy en muy alto
no pienso verlo.

LIVIO:

¿De veras?

EUFEMIA:

Sí, porque una de las fieras
no me agarre de algún salto.

LIVIO:

No hayas miedo, Eufemia.

EUFEMIA:

  No
daldos al dimuño, amén
que agarran de cuanto ven.

LIVIO:

Miedo traigo.

ELORIO:

También yo.

LIVIO:

  Diz que hay león que si acierta
con la cola un azotazo
suele derribar un brazo.

ELORIO:

Todo un hombro desconcierta.
  A Benita la de Baños
una hisopada le dio
que de un lado la dejó
derrengada por seis años.

EUFEMIA:

  ¿Saben que dicen que hay tigre?

LIVIO:

¡Tigre, oste puto, que aguarde!

ELORIO:

Yo le vide estotra tarde.

LIVIO:

Quiera Dios que no peligre
  a sus manos ningún hombre.

ELORIO:

Y un elefante hay también.

LIVIO:

Diz que una trompeta tien.

EUFEMIA:

Calla, que no es ese el nombre

LIVIO:

Pues ¿cómo?

EUFEMIA:

  Hocico la llama,
no se enoje si lo sabe.

LIVIO:

Ya tiene un Cónsul la llave.

EUFEMIA:

Y su mujer es mi ama.

LÉNTULO:

El César viene.

CAYO:

  Haced plaza.

(Sale el CÉSAR.)
CÉSAR:

Cayo, Fabio, es hora ya.

CAYO:

A punto, señor, está.

CÉSAR:

Mucho me agrada la traza.

CAYO:

  El foro máximo es
desta grandeza capaz.

ATILIO:

Del tiempo de pertinaz
ha quedado como ves.
  Sube al teatro y saldrá
el primero delincuente.

CAYO:

¡Hola, salgan brevemente!
Ya un hombre en la plaza está.

(Sale ANDRONIO.)
ANDRONIO:

  Ánimo, pecho abrasado
y corazón bien nacido,
si este punto habéis temido
al postrero habéis llegado.
  No ha sido tal vuestra suerte
que esta se llame caída
y a quien le causa la vida
es apacible la muerte.
  Ea, romanos, mirad
cómo aquí se os representa
aquesta imagen sangrienta
de vuestra fiera crueldad.
  Veisme, romanos, aquí,
con soberbia tan romana
que sola una alma africana,
por quien muero, vivo en mí.
  Ya sale la fiera horrenda,
de mi cuerpo sepultura.
Cielos, a tal desventura
mi alma, a vós, se encomienda.

ANDRONIO:

(Sale el león y párese en viéndole.)
  Válame Dios, ¿qué es aquesto?
El león se ha detenido,
parece que no ha querido
mi pena acabar tan presto:
  si fueras lince creyera
que habías, león, ahora
visto el retrato de Flora
o es el pecho vedriera,
  y mirando su hermosura,
como hombre que está en sagrado
a la imagen abrazado,
respetaste por ventura.
  Él a alagarme se allega,
con la cola hiere el suelo,
algún secreto es del cielo
que a nuestros ojos se niega;
  debe de encerrar en sí.
La mano, por Dios, me enseña
con una herida pequeña,
yo estaba fuera de mí.
  Perdona, huésped querido,
la falta de mi memoria,
que con la muerte tu historia
puso el temor en olvido.
  Dame tus brazos mil veces.

CÉSAR:

¡Por los Dioses soberanos,
que se abrazaron, romanos!
[…eces]

ANDRONIO:

  Habeisme dado la vida,
la cura me habéis pagado.

CÉSAR:

¿Qué juzgáis desto, Senado?

ANDRONIO:

Pues, huésped, ¿qué hay de la herida?
  No me fui sin despedirme,
sabed que me cautivaron
y a las naves me llevaron
sin escucharme ni oírme.
  Pero he venido a entender
que así os trujeron a vós,
luego no hay culpa en los dos.

CÉSAR:

¿Qué aguardáis, qué queréis ver?
  Sin duda es encantador,
bajad, Senado famoso.

LÉNTULO:

Mira, esclavo venturoso,
que habla el Emperador.

(Bajen todos.)
CÉSAR:

  Hombre, ¿qué invención es esta?
¿Cómo tan fiero animal
a tus pies con gusto igual
tiene su arrogancia puesta?
  ¿Qué palabras, qué conjuros
le has dicho?

LÉNTULO:

Esclavo, ¿qué es esto?
¿Cómo a tus plantas le has puesto
y estamos todos seguros?

ANDRONIO:

  Noble Emperador de Roma,
alto Monarca supremo
que a los dos polos del mundo
alcanzas con solo un cetro.
Descendientes generosos
de aquel varón que del fuego
de Troya sacó a su padre,
estad a mi historia atentos.
Yo soy natural de Tiro
en África y no plebeyo,
que de cónsules romanos
es sin duda que deciendo.
Quise aquella hermosa esclava
que entre esa gente os enseño,
de mi tierra natural
y de padres caballeros.
Con este joven ilustre,
que es de Cartago Prefecto,
sus padres inadvertidos
casarla entonces quisieron.
Fuime a Cartago celoso
a la defensa del Reino,
y ella huyendo en busca mía
quiso averiguar mis celos.

ANDRONIO:

Después de largas historias
fuimos de Léntulo presos.
Léntulo, que de Cartago
triunfó con aplauso vuestro,
tratome de suerte entonces
dándome un fiero tormento
que procuré libertad
por este y por otros respetos
los cuales, porque a su Julia
la vida que tengo debo,
no los digo ni es razón,
que aunque importaron no puedo.
Escapeme de su furia
y por un monte soberbio
caminé con pies humildes
por ver si obligaba al cielo.
Apenas entre las ramas
iba el tímido conejo
cuando el temor me formaba
a la espalda todo un pueblo.
Ni las hojas sacudía el más vil,
el más suelto y libre ciervo
cuando yo descolorido
daba conmigo en el suelo
entre sombreros castaños,
álamos blancos y negros,
pálidos bojes, encinas
rústicas y verdes tejas.

ANDRONIO:

Veo venir un león
y cuando venirle veo
temilo menos que a un hombre,
que un hombre airado es más fiero.
Quise huir y fue imposible,
apercebime en efeto
a buscar descanso al alma
por la boca de su cuerpo.
Vile llegar tan humilde
que a cobrar ánimo vuelvo,
doy color al rostro, brío
a los brazos y alma al pecho.
Alta la mano traía,
si la asentaba tan quedo
que un pájaro no pisara
quien abriera a un tigre el cuello.
Llegó y miró, que aún ahora
parece, por Dios, que le veo
y veo en ella un pedazo
de flecha, el hierro dentro.
Saquésela con blandura
y aplicando un lienzo presto
con bálsamo que traía
le curé, estraño suceso.
Que a su cueva le seguí
donde tres meses enteros
fui su médico, él mi huésped,
yo pagado y él contento.
Venía por la mañana
los ocho días primeros
a que curase la llaga
que después siempre fue menos.

ANDRONIO:

No me faltó la comida
porque era mi despensero,
trayéndome caza fresca
entre los dientes sangrientos.
Fregaba un laurel con otro
y en fin, encendiendo fuego
le vi una vez que me trujo
también en la boca un leño.
Aguardaba atento a todo
y en quitando los pellejos
iba a buscar su comida
que era negocio más grueso.
Andaban a caza un día
Ariodante con Parmenio,
de quien fui otra vez cautivo
y traído al Cónsul preso.
Vine a Roma, donde entrando
en esta plaza ser muerto
hame conocido el león,
cautivo en el mismo tiempo.

CÉSAR:

  Por los Dioses que merece
uno, estatua y otro, templo,
y para que quede ejemplo,
que se labre me parece.
  Aprendan aquí los hombres
de los fieros animales
a ser gratos y leales.

LÉNTULO:

Justo es que vivan sus nombres.
  De mármol se labrarán
para que quede en memoria
y el suceso desta historia
en estas letras pondrán:
  «Este fue el huésped del hombre
y este el médico del león».

CÉSAR:

Sí, que con esa inscripción
se inmortaliza su nombre.
  Pero, Léntulo, por mí
a tu esclava le han de dar.

LÉNTULO:

A los dos quiero casar.

CÉSAR:

¿Querrá Julia?

JULIA:

Señor, sí.

ARIODANTE:

  Yo cuando vaya a Cartago
conmigo los llevaré,
que de mi primera fe
con esto me satisfago.

FLORA:

  Mi mano y mis brazos toma,
esposo resucitado.

ANDRONIO:

Aquí da, noble Senado,
fin el esclavo de Roma.