El galán fantasma/Jornada III

De Wikisource, la biblioteca libre.
El galán fantasma
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada III

Jornada III

Salen LEONELO y ENRIQUE viejo.
LEONELO:

Presto saldrá aquí su Alteza,
aquí podéis esperar,
que tiene a solas que hablar
con vós.

ENRIQUE:

¡Extraña tristeza
es la mía! ¿No diréis,
si vuestra atención lo infiere,
qué es lo que el Duque me quiere?

LEONELO:

De su boca lo sabréis.
 (Vase LEONELO.)

ENRIQUE:

En notable confusión
este recato me ha puesto,
¿qué puede ser, ¡cielos!, esto
que con tanta prevención
le obliga al Duque a llamarme?
¡oh, cómo siempre el temor
camina hacia lo peor!
Mas no hay de qué recelarme.
Si quejoso me imagina
de su rigor, ¿no será
más cierto pensar que ya
hacerme honras determina
que disculpen su rigor?
Sí, pues que no puede ser
otra cosa, cuando a ver
llego que de mi temor
el reparo he conseguido
tan cuerda y secretamente,
que de Astolfo, ¡ay de mí!, ausenten
aún yo propio no he sabido.
Pues si ya en salvo su vida
con su muerte está en mi extremo,
¿qué recelo ni qué temo?
Nada a mi valor impida:
A tus pies estoy, llamado
de ti, a servirte he venido.

(Salen LEONELO, OTAVIO y el DUQUE.)
 

DUQUE:

Es verdad, que yo he querido,
Enrique, de un gran cuidado
con vós a solas hablar.

ENRIQUE:

¿Cuidado y conmigo?

DUQUE:

Sí,
y tan extraño.

ENRIQUE:

[Aparte.]
¡Ay de mí!

DUQUE:

Que si le llego a pensar,
decirle, Enrique, no puedo,
bien que le puedo sentir,
ni vós le podréis ya oír
o sin asombro o sin miedo;
y así, previniendo el pecho
de que me habéis de escuchar
un suceso singular,
oíd.

ENRIQUE:

Mil cosas sospecho,
y ya, aunque mal, las resisto.

DUQUE:

Pues de una vez las publique.
Yo he visto a Astolfo, yo, Enrique.

ENRIQUE:

¿Qué decís?

DUQUE:

Que yo le he visto.

ENRIQUE:

([Aparte.]
¿Esta fue, ¡ay cielos!, qué haré,
la ausencia, Astolfo, que hiciste?)
¿Dónde fue, dónde le viste?

DUQUE:

En casa de Julia fue,
donde cada noche va,
que desde la que le vi,
ninguna falta de allí
y toda Sajonia está
llena desto, que si vós
no la sabéis, habrá sido
porque a vós nadie ha querido
decirlo.

ENRIQUE:

¡Válgame Dios!
 ([Aparte.]
Mas ¿qué me acobarda tanto?
Todo mi delito fue
que dar vida procuré
a un hijo, pues, ¿qué me espanto,
si el estilo y el secreto
con que lo dispuse, ha sido
haber guardado y tenido
temor al Duque y respeto?
Pues siendo así, ¿qué me admira
su enojo? Lo mejor es
decir, echado a sus pies,
la verdad desta mentira.)
Grande es el pesar, señor,
y tan grande, que no sé
qué disculpa, ¡ay de mí!, os dé
que os pueda sonar mejor
que la verdad. Padre soy
y vasallo vuestro, así
como todo procedí
entre los dos; mas ya estoy
a vuestros pies.

DUQUE:

No me espanto
que esos extremos hagáis,
si hablar en esto llegáis.

ENRIQUE:

Pues si no os espanta el llanto,
muevaos también, y el perdón
de Astolfo, para que tenga
quietud, de esas manos venga.

DUQUE:

Solo con esa ocasión,
Enrique, os envié a llamar;
porque su quietud deseo.

ENRIQUE:

Dame tus pies, que bien creo
de ti un bien tan singular.

DUQUE:

Y así, para que proceda
hoy cuerda y piadosamente
como príncipe prudente,
decidme vós en qué pueda
mostrar mi piedad, ¿dejó
deudas Astolfo? ¿ha tenido
obligaciones, que han sido
de restitución? Que yo
a todo quiero salir,
todas las quiero pagar,
porque vaya a descansar.

ENRIQUE:

  [Aparte.]
¿Qué es esto que llego a oír?
De un recelo a otro más grave
discurro. Pues habla así,
solo sabe que anda allí;
pero que vive no sabe.
Pues quédese tan secreto
como estaba mi cuidado,
que ya, de todo avisado,
enmendarlo me prometo
segunda vez, si es que alguna
consejo admite el amor.

DUQUE:

¿Qué decís?

ENRIQUE:

Digo, señor,
que es infeliz mi fortuna;
pero ya que generoso
su quietud solicitáis,
ved que palabra me dais,
como príncipe piadoso,
de hacer prudente y discreto
cuanto a ella convenga hoy.

DUQUE:

Una y mil veces la doy.

ENRIQUE:

Una y mil veces la aceto.

DUQUE:

Quietud, descanso y perdón
tendrá Astolfo. Decid, ¿qué
he de hacer?

ENRIQUE:

Yo os lo diré
en llegando la ocasión,
que la quiero examinar,
por no embarazaros, no,
sino solo en lo que yo
no pudiere remediar.
(Vase.)

LEONELO:

No sé si lo has acertado,
señor, en haber creído
tan fácilmente una sombra,
tan vanamente un delirio,
que te obligue a que des parte
a Enrique; pues yo imagino
que de sola una ilusión
este escándalo ha nacido.

DUQUE:

¡Oh, qué necio estás, Leonelo!
Si es verdad que yo le he visto,
si es verdad que los criados
de Julia dicen lo mismo;
porque desde aquella noche
el espanto, repetido
todas las demás, le ven
venir a aquel propio sitio,
¿cómo es posible que sea
ilusión?
(Sale CANDIL.)

CANDIL:

Y yo testigo,
que a la primera pregunta
de las generales, digo
que no me tocan, por cuanto
ni soy muerto ni lo he sido,
ni quisiera jamás serlo.
Y a la segunda confirmo,
que vi a Astolfo ocularmente,
cuando el dicho Astolfo vino
al dicho jardín, que estaba
la dicha Julia, y el dicho
Candil lo firmó, so cargo
del juramento que fizo.

DUQUE:

¡Oh necio! Con tus frialdades
¡a qué mal tiempo has venido!

CANDIL:

Siempre vengo yo a mal tiempo,
pues ha tanto que te sirvo
de parlier, y nunca medro.

DUQUE:

Calla y prosigue.

CANDIL:

Prosigo,
que en mentira de fantasmas
nada en mi vida he creído,
y para no serlo esta,
escucha un discurso mío.
Todas las noches que viene
esta sombra que has creído,
dicen que Julia al jardín
baja, habiendo recogido
su casa, donde hasta el alba
está, que aquesto he sabido
de Porcia y de otros que están
en su casa a tu servicio.
Pues ¿cómo es, señor, posible
que el amor haya rompido
al más feminil temor
las prisiones y los grillos,
tanto que hable una mujer
con un muerto? Doy que ha habido
muertos que pidan sufragios:
¿es de sufragios camino
irse a parlar con su dama
un muerto enamoradizo?
¡Vive Dios, que aquí hay engaño!

DUQUE:

Bien a tus razones rindo
la razón; pero no puedo
los ojos con que le he visto.

LEONELO:

Pues doy que vino a buscarte.
¿Cómo solamente vino
al jardín, y no a palacio?
Que si por el homicidio
te asombrara, él estuviera
en cualquier parte contigo.

DUQUE:

No, sino que allí es adonde
repetir quise el delito,
y allí se me apareció.

LEONELO:

Y las noches que ha venido
sin que el delito repitas,
¿a qué vino? Yo te digo
que si tú a Julia tuvieras
fuera de su jardín mismo,
que nunca el muerto viniera.

DUQUE:

Ya que estás tan discursivo,
deste horror que miran todos,
¿qué imaginas?

LEONELO:

Que imagino
que, por ponerte pavor,
Julia esta sombra ha fingido
dentro, señor, de su casa,
pues con esto ha conseguido
que tú la dejes en ella.
Y si no, haz que escondido
me tenga en el jardín Porcia,
que yo solo a entrar me obligo
a averiguarlo; y haz tú
que en aqueste tiempo mismo
falte Julia del jardín,
verás si es cierto o fingido,
pues ni él vendrá si ella falta
ni irá donde hubiere ido.

DUQUE:

Yo puedo formar discursos,
pero no temer peligros,
y viendo tú que es engaño
en mi ofensa concebido,
nadie le ha de examinar,
Leonelo, sino yo mismo.
Ve tú a Porcia y dile a Porcia
  (Esto dice a CANDIL.)
que del jardín el postigo
me tenga abierto a la noche.

CANDIL:

Y ¿con quién hablas?

DUQUE:

Contigo.

CANDIL:

Yo no puedo entrar en casa
de Julia.

DUQUE:

¿Por qué?

CANDIL:

Reñido
estoy, señor, con un muerto,
por no sé qué que me dijo,
le puse en la calavera
estos mandamientos cinco:
jurómela con un hueso
y temo que haya venido
este muerto, rey de armas,
a aplacarme el desafío.

DUQUE:

Tú has de hacer lo que te mando.
Yo me quedaré escondido,
y mientras que planta a planta
todo el jardín examino,
los dos me retiraréis
a Julia, a ver si atrevida
desprecia mi amor portentos,
arrastra mi amor prodigios.

OTAVIO:

Porque lo más importante
no se nos olvide, dinos,
si acaso a Julia sacamos
deste hermoso laberinto,
¿dónde la hemos de llevar?

DUQUE:

¿Dónde? A algún jardín vecino
de su casa, porque menos
sea el escándalo y ruido,
y este será el de Florencio,
el de Carlos o Fabricio.
(Vanse todos.)

(Salen LUCRECIA, LAURA y CARLOS.)

LUCRECIA:

Mi señor sube, señora.

LAURA:

¡Ay de mí!

CARLOS:

Yo estoy perdido,
que una vez que me atreví
a verte, haya sucedido
tan mal, ¿qué haré?

LAURA:

Retirarte
a aqueste retrete mío.

CARLOS:

¡Ah cielos! ¡Qué juntos andan
la ventura y el peligro!
(Éntrase al retrete.)
(Sale ENRIQUE.)

ENRIQUE:

Laura.

LAURA:

Señor.

ENRIQUE:

¿Quién está
aquí?

LAURA:

Solo está conmigo
Lucrecia.

ENRIQUE:

Salte allá fuera.

LUCRECIA:

[Aparte.]
¡Ay de todos si le he visto!
(Vase LUCRECIA.)

LAURA:

 ([Aparte.]
¡En qué ciega confusión
están todos mis sentidos!
¡Mi padre llorando, ay triste,
cuando Carlos escondido!
Por no morir de cobarde,
a hablarle me determino.)
Señor, ¿qué tristeza es esta?
Tú con dolor repetido
das lágrimas a la tierra,
das a los vientos suspiros,
¿qué es esto, señor, qué tienes?

ENRIQUE:

Tengo penas, tengo un hijo,
y cada uno para un padre
sois cuidados infinitos.
Cuando pensé que de todos
con Astolfo había salido,
vuelvo a padecer de nuevo
cuidados de padre dignos.

LAURA:

¿Qué cuidados?

ENRIQUE:

Pues ¿no basta
saber, Laura, que escondido...?
Déjame, que hablar no puedo.

LAURA:

[Aparte.]
A declararse conmigo
iba, y al decir que sabe
que Carlos está escondido,
le volvió a atajar el llanto.

CARLOS:

[Aparte.]
¡Qué he de hacer, cielos benignos!

ENRIQUE:

En fin, Laura, ¿no es bastante
ver que amor haya podido
traer en casa de su dama
un traidor que me ha ofendido
en la vida y el honor?

LAURA:

[Aparte.]
¡Qué escucho, cielos!

CARLOS:

[Aparte.]
¡Qué miro!

LAURA:

Señor, tu honor siempre está
más que el sol luciente y limpio,
que nadie pudo atreverse
a turbarle el menor viso.

ENRIQUE:

No está, Laura, pues Astolfo
me pone a tanto peligro.

LAURA:

¿Quién, señor?

ENRIQUE:

Astolfo, que
enamorado ha venido
a la Corte, y en su casa
le tiene Julia escondido,
donde le han visto mil gentes,
y el Duque propio le ha visto.

LAURA:

  [Aparte.]
Eso sí, vuelva mi aliento
otra vez al pecho mío.

CARLOS:

[Aparte.]
¡Gracias, oh cielo, te doy,
que ya sin temor respiro!

ENRIQUE:

Y aunque es verdad que por muerto
los que le ven le han tenido,
es fuerza desengañarse
de tan ciego desatino.
Y así aquesta noche a hablar
a Julia me determino,
y decir que si le quiere,
que le excuse del peligro,
que restar lo que se ama,
más que fineza es delirio,
que quien quiso para el daño,
muy groseramente quiso.

LAURA:

Aunque yo no te aconsejo,
lo que me parece digo,
y es que no es, señor, razón
que enojado y ofendido
llegues a hablar una dama
en cosa de amor tú mismo,
pues la vergüenza podrá
negarte lo que has sabido,
que hay delito que el decirle
más que el hacerle es delito.

ENRIQUE:

¿Qué he de hacer, dejarlo así?

LAURA:

Las mujeres nos decimos
más fácilmente a nosotras
todo aquello que sentimos.
Yo iré a visitar a Julia,
y a darle de todo aviso,
que no dudo que ella quiera
más tenerle ausente vivo,
que verle presente muerto
otra vez.

ENRIQUE:

Muy bien has dicho,
ve a visitarla y sea luego,
porque aunque ya anochecido,
no importa ir a aquestas horas,
que será tiempo perdido
todo lo que se dilate,
y yo, Laura, iré contigo
por estar siempre a la mira.
En tanto que yo apercibo
la silla, ponte tú el manto.
De buena habemos salido.
 (Vase.)

CARLOS:

¿Cómo, que era vivo Astolfo,
nunca, Laura, me habías dicho?

LAURA:

Porque nunca hubo ocasión.
(Sale LUCRECIA.)

LUCRECIA:

Señor está divertido,
ahora podrás salir.

CARLOS:

Adiós.

LAURA:

Adiós, dueño mío.

CARLOS:

De todo aquesto conviene
ir a dar a Astolfo aviso.
(Vanse todos y salen PORCIA y CANDIL.)

CANDIL:

Porcia, que todo este nombre
no sé cómo cabe en ti,
porque el cuerpo es muy cristiano
para nombre tan gentil.

PORCIA:

Candil, tan sin garabato
en el hacer y el decir,
que siendo Candil, no eres
de garabato candil;
a estas horas a esta casa,
¿a qué vienes?

CANDIL:

Oye.

PORCIA:

Di.

CANDIL:

Ya tú sabes que sirviente
soy neutral, como país
de esguízaros, pues estoy
a devoción de cien mil.
A Carlos sirvo, porque
se quiso servir de mí
por Laura, de quien crïado
por concomitancia fui.
Al Duque sirvo por Julia,
u de espía, u de adalid,
y a Julia porque, en efeto
a Astolfo un tiempo serví,
cuando éramos desta casa
él Beltrán y yo el mastín.
Pues siendo así que a los cuatro
servil soy, y siendo así
que en siendo servil un hombre,
ello se dice, es ser vil,
de parte del Duque vengo
solamente a te decir
(que es lo mismo que decirte)
que tengas deste jardín
la puerta abierta esta noche,
porque pretende venir
a examinar el encanto
que le dicen que anda aquí.

PORCIA:

Pues dile, Candil, al Duque
que en cuanto a falsear y abrir
la puerta, que soy crïada,
con que te digo que sí.
Pero en cuanto a venir, dile
que es venir a repetir
aquel asombro; porque
desde la noche infeliz
que vimos todos a Astolfo,
a la misma hora, en fin,
todas las demás le vemos
pasear en el jardín.

CANDIL:

Debe de cenar cazuela
en la otra vida, y así
se pasea en acabando
de cenar. Adiós, que en fin
yo cumplo con avisarte,
tú cumplirás con abrir,
que no quiero a sus cazuelas
echarlas yo el perejil.

JULIA:

[Dentro.]
Porcia.

PORCIA:

Mi señora llama.

CANDIL:

Pues yo me voy, porque aquí
no me vea, que no quiero,
pues el Duque ha de venir,
que en ningún tiempo presuma
de vernos hablar así,
la malicia.

PORCIA:

Has dicho bien,
mas no podrás por ahí
irte sin verte.

CANDIL:

¿Qué haré?

PORCIA:

Así podrás...

CANDIL:

¿Cómo así?

PORCIA:

Detrás desta puerta estando,
y volviéndote a salir
en pasando ella.

CANDIL:

Me place.
Pero ¿dónde va, me di,
esta puerta?

PORCIA:

Al jardín va,
donde Astolfo ha de venir.

CANDIL:

Oye, escucha...
(Entra CANDIL y ciérrale PORCIA.)

PORCIA:

Desta suerte
hoy me he de vengar de ti,
y los celos que me has dado
con Lucrecia.
(Sale JULIA.)

JULIA:

¿Porcia?

PORCIA:

Sí.

JULIA:

Apaga esa luz, que quiero
mis tristezas divertir
en el jardín, pues ya es hora
que esté Astolfo en el jardín.

PORCIA:

Rehilándome las piernas
están de oírtelo decir.
¿Cómo es posible que tengas
esfuerzo tan varonil,
que, enamorada de un muerto
le vayas a hablar?

JULIA:

En mí
no hay temor, porque hay amor.

PORCIA:

Pues en mí, señora, sí,
no hay amor, porque hay temor.
Mas solo aquesto me di:
¿son cariñosos los muertos?

JULIA:

(Aparte.
Como a nadie descubrí
el secreto de la mina,
todos se admiran de mí
y cuanto es ahora espanto,
si se llega a descubrir,
será risa, que así todas
las fantasmas son en fin.)
Vete, Porcia, que yo quedo
bien segura en el jardín
con un muerto, porque vive
con el alma que le di.

PORCIA:

La puerta cierro, dejando
entre puertas a Candil,
y voy por esotro cuarto
la de esotra calle a abrir
al Duque; pero ¿qué veo?
¿Quién en casa se entra así
a visita a aquestas horas?

(Entran LAURA y ENRIQUE, su padre.)

LAURA:

A quien le importa venir
a estas horas, Porcia amiga.

ENRIQUE:

Porque no me vean a mí
en la calle, Laura, espero;
no tengo que te advertir,
ya sabes lo que has de hacer.
(Vase ENRIQUE.)

PORCIA:

¿Tú eres, mi señora?

LAURA:

Sí.
¿Adónde está Julia?

PORCIA:

No
te lo quisiera decir.

LAURA:

Pues sin que lo digas basta,
dila que yo estoy aquí.

PORCIA:

Eso es más dificultoso
el decírselo yo, en fin,
en el jardín entró ahora.

LAURA:

Pues entra tú en el jardín,
y dila que yo la espero,
que la importa mucho, di.

PORCIA:

No sabes lo que allí anda,
pues quieres que yo ande allí.

LAURA:

Antes porque lo sé, vengo
a ver a Julia; ¡ay de mí!

PORCIA:

Pues si tú vienes por eso,
mejor es ver y advertir
por lo que vienes, señora.
Entra tú y déjame a mí.

LAURA:

Dices bien.
([Aparte.]
Mejor sucede
que yo pude prevenir,
pues no me podrá negar,
si yo llego a verle allí,
la verdad, con que pondré
a tantos temores fin.)
Yo entraré, Porcia.

PORCIA:

Esta es
la puerta, y aunque de aquí
al cenador hay buen trecho,
(Éntrase LAURA.)
la hallarás. Voy ahora a abrir
la de esotra calle al Duque.
A fe que ha de descubrir
de aqueste jardín ahora
lo que hay en este jardín,
hallándose Julia y Laura,
Leonelo, el Duque y Candil.
(Vase.)
(Sale JULIA.)

JULIA:

Flores y estrellas, que hermosas
rayo a rayo competís,
de noche para alumbrar,
de día para lucir;
pues sois del amor más raro
mudos testigos, decid,
ya que sola el temor deja
la esfera deste jardín,
si aquel venturoso amante,
si aquel joven infeliz,
fénix vuestro, pues le visteis
todas morir y vivir,
me está esperando a que haga
la seña para salir
deste sepulcro, que cubre
una losa de jazmín,
con tan buen arte dispuesta,
que se ha engañado el abril,
creyendo que él le engendró
el sobrepuesto matiz,
que sobre la tierra es cuadro
y sobre el viento es pensil.
Decidme, flores, si oyó
esta muda seña.

(Asómase ASTOLFO por el escotillón.)

ASTOLFO:

Sí,
que yo respondo por ellas,
que puesto que les debí
a estas flores alma y voz,
bien, hermoso serafín
destos jardines, por ellas
podré hablar, podré sentir.

JULIA:

¡Oh, nunca, señor! ¡Oh, nunca
las cortinas de carmín
corriera la aurora al sol
del pabellón de zafir,
porque nunca hubiera día!
¡Fuera noche para mí
todo el año, pues las sombras
son mi estación más feliz!

ASTOLFO:

No dicen, ¡oh dueño hermoso!,
esas finezas que oí
con los descuidos que veo.

JULIA:

¿Qué descuidos?

ASTOLFO:

Oye.

JULIA:

Di.

ASTOLFO:

Yo, Julia hermosa, por verte,
una muerte ya vencida,
tal pesar hice a mi vida,
que la dispuse a otra muerte.
No repito de que suerte
te vi y te desengañé,
de mi fe milagro fue
que ya a tu deidad consagro,
porque fuese este milagro
de tu deidad y mi fe.
Allí a las lágrimas mías,
que pudieron obligarte,
dijiste que a cualquier parte
del mundo me seguirías,
pasan noches, pasan días
sin que te vea llegar.
Si es que pudiste olvidar
verme llorando pedir,
vuélvete, Julia, a sentir
que yo volveré a llorar.

JULIA:

No importa, ¡ay Astolfo!, no,
que en pensar, que en rigor tanto
tú me repitas el llanto,
para que le acuerde yo.
¿Oíste que el cielo dotó
un peñasco de tan fuerte
seno, que el cristal que vierte,
dando en una peña, es tal
que, apartándole cristal,
luego en piedra se convierte?
Pues este, cuyos despojos
la experiencia nos enseña,
mi pecho tuvo por peña,
cuando por fuentes, tus ojos;
porque si lloras enojos,
bien de mi llanto sospecho
que en mí el mismo efecto ha hecho
para que dure inmortal,
pues tú le lloras cristal,
y es de diamante en mi pecho.

ASTOLFO:

No es, pues no puede durar,
según a mi amor parece,
pues ya el escándalo crece,
y nos le han de averiguar.
Si arrepentido de dar
esta palabra se ve
tu honor, no receles que
yo la palabra te pida,
que muerto toda mi vida
desta suerte te querré.
Por mí no ha de faltar, no,
mi amor, por ti, Julia sí;
vénzate el peligro a ti
para que le venza yo.
Si en ti el afecto faltó,
en mí eterno persevera.
¿Quieres ver de qué manera
en los dos un füego es?
Pues persuádete a que ves
una antorcha y una hoguera,
un mismo fuego las prende,
arden las dos en su abismo,
y luego un suspiro mismo
una apaga y otra enciende;
que una antorcha no defiende
lo que defendió una hoguera.
Si breve luz tu amor era,
el mío una llama altiva,
no es mucho que el mío viva
del soplo que el tuyo muera.

JULIA:

El haberte dilatado
esa palabra, no ha sido
haber tu llama crecido
ni haber la mía expirado,
que como me ha asegurado
el ver al Duque tan quieto,
el verte a ti tan secreto,
sin que esta mina se entienda,
no he querido de mi hacienda
atropellar el efecto.

ASTOLFO:

¿Luego el Duque no ha venido
desde aquella noche?

JULIA:

No,
ni papel ni criado yo
más de su parte he tenido.
 (Salen LAURA y CANDIL.)

LAURA:

[Aparte.]
El jardín he discurrido...

CANDIL:

[Aparte.]
Por todo el jardín he andado...

LAURA:

[Aparte.]
Y a Julia en él no he topado.

CANDIL:

[Aparte.]
Y hallar puerta dificulto.

LAURA:

[Aparte.]
Aquí hay gente.

CANDIL:

  [Aparte.]
Un negro bulto
viene por esotro lado.

LAURA:

([Aparte.]
Un hombre es este que veo,
dél informarme me importa,
que pues está aquí, sabrá
de Julia, a quien busco absorta.)
¿Quién va?

CANDIL:

([Aparte.]
Sin duda que viene
esta fantasma de ronda.)
Gente de paz.

LAURA:

¿Hacia dónde
está Julia?

CANDIL:

[Aparte.]
Cierta cosa
que esta es el alma, el Astolfo,
pues que de Julia se informa.

LAURA:

¿No respondéis?

CANDIL:

Nunca he sido
respondón a tales horas.

LAURA:

Oídme.

CANDIL:

Tampoco fui oidor.

LAURA:

Mirad.

CANDIL:

Ni mirón, señora.

(Sale por otra parte el DUQUE.)

DUQUE:

Ya está abierto, entrad pisando
con plantas tan temerosas
que aun las sombras no nos sientan,
con ir pisando las sombras.

ASTOLFO:

Escucha, Julia.

JULIA:

¿Qué tienes,
qué te turba y alborota?

ASTOLFO:

¡Vive Dios, que en el jardín
por una parte y por otra
ha entrado gente!

JULIA:

¿Qué esperas?
A aquesa mina te arroja.

ASTOLFO:

Yo no me tengo de ir,
dejándote, Julia, sola.

JULIA:

No importa que a mí me vean,
y a ti sí.

ASTOLFO:

¿Cómo no importa?
Si es el Duque, y si pretende...

JULIA:

Mira...

ASTOLFO:

Nada me propongas,
que he de esperar, ¡vive Dios!,
con resolución heroica,
cara a cara a la fortuna,
antes que te deje. Toma
por sagrado mis espaldas.

JULIA:

Estas ramas y estas hojas
nos oculten, hasta ver
con qué intento se ocasionan.

LAURA:

¿No me respondéis?

CANDIL:

Dejadme,
fantasmal preguntadora.
¡Qué diera yo por estar
cautivo en Constantinopla!

DUQUE:

A la escasa luz que apenas
nos da esa trémula antorcha,
veo acercarse dos vultos,
y si bien la vista informa,
son una mujer y un hombre.
No hay que esperar otra cosa;
del modo que está trazado,
todo al punto se disponga.
Retirad los dos a Julia,
mientras que yo reconozco
al hombre. Ya sabéis dónde
la habéis de llevar.
{{Pt|LEONELO:|
Ahora
asistirémoste a ti.

DUQUE:

Solo obedecer os toca,
encanto deste jardín.

LAURA:

[Aparte.]
¡Ay de mí!

ASTOLFO:

[Aparte.]
Julia, oye y nota.

DUQUE:

¡Vive Dios que he de saber
si eres cuerpo o si eres sombra!

CANDIL:

Ni soy sombra ni soy cuerpo.

OTAVIO:

Lleguemos los dos ahora.

LEONELO:

Ven tú tras nosotros.
(Cogen los dos a LAURA.)

LAURA:

¡Cielos
piadosos!

OTAVIO:

Ponla en la boca
un lienzo, porque no pueda
dar voces.

DUQUE:

Muy bien se logra,
pues ya se llevan a Julia.

ASTOLFO:

[Aparte.]
No llevan.

CANDIL:

A mí me importa
escaparme.

DUQUE:

No podrás,
aunque en el centro te escondas.
(Huye CANDIL y cae en la cueva.)

CANDIL:

¡Ay, que me llevan los diablos,
o se ha errado la tramoya!

DUQUE:

¡Válgame el cielo!

ASTOLFO:

[Aparte.]
En la mina
ha caído una persona.

DUQUE:

Tragole la tierra, y puedo
distinguir mal una boca.
¡Hola, traed unas luces!
¿No hay nadie que me responda?
Yo iré por ella, y vendré
a ver qué es lo que me asombra.

ASTOLFO:

Mira si hubiera hecho bien
en dejarte, Julia, sola,
pues de aquí alguna crïada,
que quizás entró curiosa,
presumiendo que eras tú,
de nuestros ojos la roban,
y un hombre ha de descubrir
la mina.

JULIA:

Estoy temerosa.

ASTOLFO:

Esfuerza en tanto peligro,
pues si el desengaño tocan,
volverán por ti.

JULIA:

Yo iré
donde un retrete me esconda;
vete tú, y cierra tras ti
con esa trampa esa boca,
y al que cayó, con el ruego
haz que el secreto no rompa.

ASTOLFO:

Yo no tengo de dejarte.

JULIA:

Pues, ¿qué has de hacer?

ASTOLFO:

Cuando importa
poner en salvo tu vida,
piérdase la hacienda toda.
Vente conmigo.

JULIA:

¿Por dónde,
si ya los pasos nos toman?

ASTOLFO:

Por esta mina.

JULIA:

¿Yo?

ASTOLFO:

Sí.
¡Mal haya acción tan medrosa!
Perdona que las desdichas
no saben de ceremonia.
Hágase todo tu aseo,
tu adorno se descomponga.
Ya vuelve, tente, entra aprisa,
y esta violencia perdona,
Julia, porque no hay respeto
adonde hay peligro. Ahora
(Entra ella primero y él tras ella cerrando la boca con la trampa.)
que yo saqué mis reliquias,
quédese abrasando Troya.

(Sale por una parte ENRIQUE y por otra el DUQUE con una luz.)

DUQUE:

¿Quién va? ¿Quién es?

ENRIQUE:

Yo, señor.

DUQUE:

Pues ¿qué haces aquí a estas horas?

ENRIQUE:

Busco el prodigio que buscas,
toco el encanto que tocas.

DUQUE:

¿Viste un hombre que en la tierra,
desvaneciendo la sombra,
se escondió, dejando abierta
una gruta temerosa?

ENRIQUE:

No, señor, ilusión fue
cuanto de Astolfo pregonas.
(Aparte.)
¡Quién divertirle pudiera!

DUQUE:

[Aparte.]
Bien de la verdad me informa
ver que nadie a Julia ampara,
cuando mis gentes la roban,
y pues que ya en mi poder
está Julia, y mi amor logra
tal engaño y desengaño,
cante el amor la vitoria.
 (Vase el DUQUE.)

ENRIQUE:

Ni a Julia ni a Laura veo,
ni en casa quedó persona.
Pues para salir de tantas
penas, de tantas congojas,
buscando a Laura, ¡ay de mí!,
seguir al Duque me importa.
(Vase.)
(Sale CARLOS.)

CARLOS:

Por presto que he venido
a avisar de cuanto hoy me ha sucedido
a Astolfo, habrá pasado
al jardín de su dama enamorado.
Mas ya está en su aposento,
supuesto que ya en él el ruido siento.
Vós seáis bien llegado...
(Va a entrar y al entrar sale CANDIL y encuéntranse, y vuelven los dos al tablado.)

CANDIL:

Mejor fuera decirme mal llegado.

CARLOS:

¿Candil?

CANDIL:

Señor.

CARLOS:

De verte aquí me espanto.

CANDIL:

También me espanto yo, tanto por tanto,
de entrar a este aposento.

CARLOS:

¿Cómo, loco, has tenido atrevimiento,
habiendo dicho yo que en él no entraras,
ni quien estaba en él examinaras?

CANDIL:

Solo que ahora me riñas me ha faltado.
Yo, aunque dél he salido, en él no he entrado,
porque no sé por dónde aquí he venido,
y no sé como he entrado ni he salido,
porque en aqueste instante, ¡pena brava!,
en el jardín de Julia, ¡ay Dios!, estaba,
y con trabajo siempre aqueste atajo;
porque, al fin, no hay atajo sin trabajo,
pues la vida me cuesta la venida.

CARLOS:

Y si lo dices, costará otra vida.

CANDIL:

Yo callaré.

CARLOS:

¿Qué habrá allá sucedido?
Pero, ¿qué ruido es este? ¿Este qué ruido?

CANDIL:

A un tiempo a las dos puertas han llamado.

CARLOS:

¡Cuál, cielos, he de abrir! Estoy turbado,
pero esta sea primero,
porque Astolfo, que llame aquí, no quiero,
cuando hay gente de fuera.
A cuanto vieres, calla.
(Abre CARLOS la puerta donde llama ASTOLFO.)

CANDIL:

¡Quién pudiera!
(Salen ASTOLFO y JULIA.)

ASTOLFO:

¿Carlos?

CARLOS:

Sí, ¿qué ha sucedido?

ASTOLFO:

Vengo amigo, mortal, vengo perdido.
¿Algún hombre, por dicha, aquí ha pasado?

CARLOS:

Sí, Candil.

ASTOLFO:

Si era él, perdí un cuidado.

CANDIL:

[Aparte.]
Y yo hallé dos.

ASTOLFO:

Ahora detenerme
no puedo, que es preciso, ¡ay Dios!, volverme,
por si he dejado mal cerrada acaso
la mina, que a mi vida ha dado paso,
y a ver si alguien me sigue,
porque a poner en cobro a Julia obligue.
En tanto que a inquirirlo me resuelvo,
tened a Julia aquí, que luego vuelvo.
(Vase.)

CANDIL:

[Aparte.]
Ellos, para pasar, solo imagino
que esperaron que abriera yo el camino.

CARLOS:

Pues, ¿qué es esto, señora?

JULIA:

Carlos, desdichas mías, ¿quién lo ignora?,
que mi estrella concierta.
(Llaman a la puerta.)
Yo... Mas mirad quién llama a aquella puerta.

CARLOS:

No os receléis de nada.

CANDIL:

Recelaos de todo.

CARLOS:

Retirada
(Esconde a JULIA y abre donde llamaron.)
estad, ¿quién ha llamado así?
(Entran LEONELO y LAURA cubierta con un manto y tapada.)

LEONELO:

Yo, Carlos soy, con un cuidado
que conmigo os envía
el Duque, que de vós no más le fía;
porque habiéndome dicho que trujera
a Julia, a quien robó, donde estuviera
más segura y mejor, mientras que pasa
el ruido, yo he eligido vuestra casa,
entre las que nombró, por ser soltero,
su crïado, mi amigo y caballero.
Y mientras a buscarle me resuelvo,
tened a Julia aquí, que luego vuelvo.

CARLOS:

Oíd...

LEONELO:

No puedo.
(Entrándose diciendo el verso. Dentro por el postigo, JULIA.)

JULIA:

¿A Julia, dijo? ¡Cielos!

CANDIL:

¿Dos Julias hay?

LAURA:

[Aparte.]
En tantos desconsuelos
no puedo hablar, y aun con temor respiro.

CARLOS:

([Aparte.]
En que gran confusión, ¡ay Dios!, me miro,
a un tiempo de dos Julias entregado.)
Mudo estoy, ciego estoy.

CANDIL:

Y endemoniado.

CARLOS:

([Aparte.]
Una de mi amistad Astolfo fía,
otra Leonelo de la lealtad mía,
y cuando con las dos ansí me veo
la una a mis ojos solamente creo,
que es la que manifiesta su hermosura,
no la que oculta aquella nube obscura,
y viendo así a las dos, bien he creído
que el cuerpo con la sombra me han traído;
pues si esta es Julia, y esta se lo nombra,
este es el cuerpo, sí, y esta es la sombra.)
¿Quién eres tú, que a darme temor vienes?

LAURA:

(Descúbrese.)
Yo, Carlos, soy la que en tu casa tienes.

CARLOS:

¿Laura?

LAURA:

Sí. Si eres noble, eres amante,
socórreme en desdicha semejante,
pues debes a tu fama
en todo trance socorrer tu dama.

JULIA:

¿Quién aquella será? Pierdo el sentido.

LAURA:

Por yerro, de la casa me han traído
de Julia, hablar no pude, muda estaba.
Lo que has de hacer, de discurrir acaba.

CARLOS:

[Aparte.]
Mal mi pena resisto;
¿quién en tal confusión jamás se ha visto?
Si a Julia al Duque entrego,
a Astolfo lo que él mismo me dio niego.
Pues Laura, a quien yo quiero,
no la he de dar o he de morir primero.

JULIA:

¿Qué es lo que estás pensando?

LAURA:

¿Qué estás imaginando?

JULIA:

Con mi esposo he venido,
con él he de volver.

LAURA:

Mi amante has sido,
contigo he de librarme.

JULIA:

Al Duque tú no puedes entregarme.

LAURA:

Al Duque tú no puedes ofrecerme.

CARLOS:

¡Vive Dios, que no sé lo que he de hacerme!
(Sale ASTOLFO.)

ASTOLFO:

Carlos, seguro está todo,
ninguno en el jardín anda.

LAURA:

[Aparte.]
¿Cielos, este no es mi hermano?
Penas a penas se llaman.

CANDIL:

Él desde esta a la otra vida
va y viene como a su casa.

ASTOLFO:

Nadie nos sigue, y pues es
la presteza de importancia,
haznos poner dos caballos;
que antes que amanezca el alba
con Julia he de estar en tierras
del gran César de Alemania
y Candil se ha de ir conmigo.

CANDIL:

Antes me iré noramala.

ASTOLFO:

No hay noche, no más segura.
Ven presto.

CARLOS:

Detente, aguarda
porque empiezan tus desdichas
en el término que acaban,
y hay nuevos pesares ya
en un instante que faltas.

LAURA:

[Aparte a CARLOS.]
¿Cómo nunca me dijiste,
que estaba Astolfo en tu casa?

CARLOS:

Como nunca hubo ocasión...

ASTOLFO:

Pues, ¿cómo en decirlo tardas?

CARLOS:

Criado del Duque, al tiempo
que tú llamaste, llamaban
a otra puerta, para un fin
con dos acciones contrarias.
Fuiste te, y entraron ellos
a entregarme aquesta dama,
diciéndome que era Julia,
que la trajeron robada.
No quisieron escucharme,
y sin mirarla a la cara,
me hicieron depositario
de otra Julia duplicada.
¿Cómo es posible que yo
de tan gran empeño salga?

ASTOLFO:

Con darles la que te dieron,
no estás obligado a nada,
y, pues, yo solo te pido
la que te entregué, así basta
dar a ellos la que te entregan.
Llore engaños quien se engaña,
mas no los llore quien trajo
desengaños a tu casa.

CARLOS:

Bien pensarás que con eso
todas tus desdichas paran.
Yo lo haré, mas considera,
Astolfo, lo que me mandas,
pues por reservar a Julia
quieres que entregue a Laura.
 (Descúbrese LAURA.)
Mira ahora si te está bien
que le dé al Duque a tu hermana.

ASTOLFO:

¡Caiga el cielo sobre mí,
pues ya la tierra me falta!
Laura, ¿tú aquí?

LAURA:

Yo, viniendo
a buscarte, hermano, en casa
de Julia...

CARLOS:

¿Qué hemos de hacer,
porque ya a la puerta llaman?

ASTOLFO:

Morir antes que yo entregue
a Julia, Carlos, ni a Laura;
que una hermana, y otra esposa,
son dos mitades del alma,
son dos todos del honor,
y he de defender a entrambas.

CARLOS:

¿Qué disculpa he de dar yo,
si aun la que me dan les falta,
y es añadir riesgo a riesgo
defenderlas tú en mi casa?

ASTOLFO:

¡Oh, cuánto, Carlos, tu vida
aquí las manos me ata!
Pero dime, ¿qué he de hacer
en ocasión tan extraña?

CARLOS:

Dejar a Laura, en quien hoy
no está la ofensa tan clara,
pues desengañado el Duque,
supuesto que no la ama,
la dejará y si quisiere,
por tomar de ti venganza,
ofender tu honor, entonces
muramos en su demanda.
De suerte, que en esto vamos
a vivir con esperanza,
y en esotro, desde luego,
a morir.

ASTOLFO:

¡Que un lance haya
tal, que es el menor peligro
aventurar una hermana!
Mas cuando bien nos suceda,
damos término a las ansias,
pues de ahora para luego
remitimos la desgracia.
(Escóndese JULIA y ASTOLFO.)

CANDIL:

Yo estoy hecho treinta bobos,
(Abre CARLOS la puerta y entran.)
que uno solo no me falta.

(Salen el DUQUE y criados.)

LEONELO:

¿Ves, señor, ves cómo era
todo engaño la fantasma,
pues nadie a Julia defiende?

DUQUE:

De haberla traído a casa
de Carlos, ¡qué bien hiciste!

CARLOS:

Yo estoy, señor, a tus plantas.

DUQUE:

¿Dónde, [Carlos], está Julia?

CARLOS:

A quien le dan una carta,
dicen que no ha de saber
si está escrita o está blanca.
Esta dama me entregaron,
yo pago con esta dama;
si es Julia o no, no lo sé,
que no osó romper mi fama
la sutil nema del manto,
que la ha cubierto la cara.

DUQUE:

Ni yo te pregunto más,
pues tú con esta me pagas.
Ya, Julia, de tus rigores
ha llegado la venganza.
¿Dónde está el muerto fingido,
que te defiende y te guarda?
(Descúbrese LAURA.)

LAURA:

Antes que hable más tu Alteza,
sepa, señor, con quién habla,
porque no soy Julia yo.

DUQUE:

¡Hay confusiones más raras!
Pues, ¿qué nuevo engaño es este,
Leonelo?

LEONELO:

Carlos te engaña,
que yo a Julia le entregué,
a quien traje de su casa.
Porque fue amigo de Astolfo,
por esconderla y librarla,
otra mujer ha supuesto.

LAURA:

No ha supuesto, que yo estaba
en los jardines de Julia.

CARLOS:

Tu malicia o tu ignorancia
te convenza, pues si dices
que mi amistad eso traza,
dime si fuera amistad,
por reservarle la dama,
Leonelo, a un amigo muerto,
no reservarle la hermana.

LEONELO:

Sí, pues en ella no hay riesgo,
pues el Duque no la ama.
En fin, yo te entregué a Julia,
y tú la escondes y guardas.

[OTAVIO]:

Pues si él la tiene escondida,
mientras tú al Duque buscabas,
guardé la puerta, y ninguno
salió.

DUQUE:

Pues mirad la casa.

CARLOS:

¿Señor, yo?

DUQUE:

Tu turbación
es la evidencia más clara.

LEONELO:

Yo entraré a verla.
(Entra.)

CARLOS:

[Aparte.]
¡Ay de mí!

LAURA:

[Aparte.]
¡Sin duda que a Astolfo hallan!

CANDIL:

[Aparte.]
¡Cuál han de salir, si topan
adentro con la fantasma!
(Sale ENRIQUE.)

ENRIQUE:

[Aparte.]
Siempre a la mira del Duque,
llena de asombros el alma
he andado, y no puedo ya
vivir sin ver lo que pasa,
que tengo el alma pendiente
de un hilo, hasta ver a Laura.
(Dentro LEONELO.)

[LEONELO]:

¡Válgame el cielo!

DUQUE:

¿Qué es esto?
(Sale LEONELO.)

LEONELO:

¡Ay, señor, mi vida ampara!

DUQUE:

¿Qué tienes?

LEONELO:

Julia, ¡ay de mí!,
está dentro desta sala.

DUQUE:

¿Teniendo a Julia escondida,
tú con esotra me engañas?
Mas ¿qué os asombra?

LEONELO:

Detente,
no entres, no entres a mirarla,
porque a su lado, señor,
está Astolfo que la guarda.
Verdad es que el cielo quiere
de ti, señor, ampararla,
pues aquí no puede ser
fingimiento la amenaza.

ENRIQUE:

[Aparte.]
Aquí está Astolfo, ¿qué haré,
si el Duque de verle trata?

DUQUE:

¡Vive Dios, que yo he de verlo,
que nada a mí me acobarda!

CARLOS:

No entres, señor, no examines
secretos que el cielo guarda.

DUQUE:

¿Cómo no, si a mi valor
nada le admira ni espanta?

ASTOLFO:

No me detengas, que ya
no hay que reparar en nada.
Detente, señor, y mira
que, soberbio, al cielo agravias.

DUQUE:

Absorto de verte, apenas
puedo ya mover las plantas.
¿Qué me quieres, qué me quieres?

ENRIQUE:

Que le cumplas la palabra
que me has dado, que es hacer
diligencias con que vaya
ya perdonado por ti.

DUQUE:

Ya la di, y no he de quebrarla,
aunque ofendido pudiera
quejarme de injurias tantas,
me advierte y me desengaña,
valgo yo más que yo mismo.
Del suelo, Astolfo, levanta;
y porque si siempre que vea
tu persona, es fuerza que haga
la memoria deste caso
en el semblante mudanza,
con Julia casado quiero
que de mi Corte te vayas.

CARLOS:

Yo, que hice por un amigo,
¡oh señor!, finezas tantas,
que para su amor di paso
desde mi casa a su casa,
merezca de ti perdón.

DUQUE:

¿Dándole la mano a Laura?

CANDIL:

Yo, que pasé tantos sustos,
no quiero de nadie nada,
sino de los mosqueteros
el perdón de nuestras faltas,
para que con esto fin
demos al Galán Fantasma.