El hamete de ToledoEl hamete de ToledoFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Salen BELTRÁN de soldado y HAMETE de cautivo.
BELTRÁN:
Esta es, Hamete, Valencia.
HAMETE:
Ella es hermosa ciudad,
que en grandeza y majestad
hace a todas competencia
cuantas he visto en España.
Mas, ¿dónde queda Argelina?
BELTRÁN:
Donde don Juan determina.
HAMETE:
¡Oh, cuánto el amor engaña!
Tuve esperanza hasta aquí
que sirviéramos los dos
a un dueño juntos.
BELTRÁN:
¡Por Dios
que lo mismo pretendí!
Pero apenas doña Juana
supo que eras su marido,
aunque moro bien nacido
en la nobleza africana,
cuando me mandó venderte
y no te quiere en su casa.
HAMETE:
¿Cierto?
BELTRÁN:
Digo lo que pasa.
HAMETE:
¿Qué tardas, cobarde muerte?
Pues, di: ¿qué le hiciera yo?
BELTRÁN:
No quiso en su casa amores.
HAMETE:
¿No éramos los dos mejores
para solo un dueño?
BELTRÁN:
No,
porque dos enamorados
más son para ser servidos
que para servir, perdidos
en sus celosos cuidados.
Tras esto, cuando te vio
que con una mano alzaste
la carga y que la llevaste
donde Beatriz te enseñó,
dice que le diste miedo.
Lleva con paciencia alguna
este golpe de fortuna,
pues asegurarte puedo
de venderte en la ciudad
donde verás cada día
tu esposa.
HAMETE:
Tus pies querría
besar por tanta amistad.
Que como hay correspondencia
de Argel, Tremecén y Orán
a Valencia, bien podrán
verme y buscarme en Valencia.
Tras esto, hay moros aquí
con quien lo podré tratar.
BELTRÁN:
Tú quedas en buen lugar,
tal me sucediera a mí,
donde apenas sentirás
la prisión.
HAMETE:
Ansí lo creo;
de verle tuve deseo.
BELTRÁN:
Despacio verle podrás.
HAMETE:
¿Qué casa es esta?
BELTRÁN:
El mesón
adonde nos apeamos.
(Sale[n] DON MARTÍN de camino y PÁEZ, mozo de mulas.)
HAMETE:
Pues, ¿a qué al mesón tornamos?
BELTRÁN:
Yo te diré la ocasión:
aquí te vieron algunos
que trataron de comprarte.
HAMETE:
Ya vi más de dos rogarte
por mi persona importunos.
DON MARTÍN:
Páez...
PÁEZ:
¿Señor?
DON MARTÍN:
Apercibe
lo necesario y partamos.
PÁEZ:
Cuando quisieres nos vamos.
BELTRÁN:
Como hombre noble recibe
estas desdichas, Hamete.
DON MARTÍN:
¿El moro volvéis acá?
BELTRÁN:
La mora he dejado allá.
Pero por más que promete
ser fiel y servicial
Hamete, no le ha querido,
porque, viendo a su marido,
teme que la sirva mal.
DON MARTÍN:
Yo me había aficionado
al moro.
BELTRÁN:
No os le vendí
entonces porque entendí
que le hubiera contentado.
Agora ella propia quiere
que le venda, y me lo manda.
DON MARTÍN:
Bien en apartarlos anda.
HAMETE:
¿Ya no hay remedio que espere?
DON MARTÍN:
Dejádmele ver y hablar.
¿Qué nación?
HAMETE:
Alarbe soy.
DON MARTÍN:
¿Eres noble?
HAMETE:
No, que estoy
donde me puedes comprar.
DON MARTÍN:
¿Quién te cautivó?
HAMETE:
Un bailío
de San Juan con seis galeras.
DON MARTÍN:
Luego tú cosario er[a]s.
HAMETE:
¿No ves en mi talle y brío
si soy hombre de valor?
DON MARTÍN:
Tu tristeza da a entender
que no lo debes de ser.
HAMETE:
No te espantes: tengo amor.
Otra vez cautivo fui
y no sentí la prisión;
mas quiero bien y es pasión
que más que yo puede en mí.
Don García de Toledo
me prendió, siendo tan mozo
que aún no me apuntaba el bozo,
por arrojarme sin miedo
a temerarias empresas.
Allí lo que sé aprendí
de vuestra lengua.
DON MARTÍN:
De ti,
pues que la guerra profesas,
estoy cierto que serás
noble, y vese en tu persona.
HAMETE:
Galán soy de Meliona;
no puedo decirte más.
DON MARTÍN:
¿Fuerzas tienes?
HAMETE:
Fuerzas tengo.
PÁEZ:
¿Qué fuerzas puede tener
un perro de agua?
HAMETE:
¡A placer,
que esto sufro y no me vengo!
PÁEZ:
Apostemos quién levanta
más peso.
HAMETE:
Porque te asombre,
¿quieres que levante un hombre
puesta en mi palma su planta?
PÁEZ:
¿A un hombre levantarás?
BELTRÁN:
Yo lo he visto. No porfíes
ni, atrevido, desafíes
al moro, que perderás.
PÁEZ:
¿Cómo perder? Si es tan bravo,
salga y luchemos aquí.
HAMETE:
¿Tú conmigo?
PÁEZ:
Yo.
HAMETE:
¿Tú?
PÁEZ:
Sí.
HAMETE:
Iguálasme; soy esclavo.
Mas, ¿da licencia Beltrán
que luchemos este y yo?
BELTRÁN:
¿Tú con este?
HAMETE:
¿Por qué no?
PÁEZ:
¡Oh, qué arrogantes están!
Pues lucharé con los dos.
BELTRÁN:
Hable despacio, galán,
que no conoce a Beltrán.
Beltrán es hombre, por Dios,
que con rodela y espada
rindió solo la galera
deste moro, y que pudiera
del turco toda la armada.
HAMETE:
Cristiano, pues que te precias
de suerte, dame esa mano.
PÁEZ:
¿Es de amistad?
HAMETE:
Sí, cristiano.
PÁEZ:
Mira que las tengo recias.
HAMETE:
Pues apriétame sin miedo.
PÁEZ:
¡Ay, ay, ay! ¡Suelta!
BELTRÁN:
¿Qué es eso?
PÁEZ:
¡Ay, no me ha dejado hueso!
HAMETE:
Lo mismo haré con un dedo.
PÁEZ:
Pesia al moro y quien lo vende.
BELTRÁN:
¿Yo no os avisé?
DON MARTÍN:
¡Gran fuerza!
HAMETE:
Di que este brazo me tuerza.
Llega; la mano me prende.
(Pruébele.)
DON MARTÍN:
A ver. Fuerte brazo tienes:
diez hombres no bastarán.
Véndeme el moro, Beltrán.
BELTRÁN:
Aficionándote vienes.
HAMETE:
Si tienes dos herraduras,
romperelas juntas; muestra.
Y porque la amistad nuestra
se firme, si la procuras,
vuélveme a tocar la mano.
PÁEZ:
¿Cómo la mano?
DON MARTÍN:
Beltrán,
¿han puesto precio? ¿Qué dan
por este alarbe africano?
BELTRÁN:
Si tienes gusto, has de dar
dos mil reales por el moro.
DON MARTÍN:
¿Quieres cien escudos de oro,
y vámoslos a contar?
BELTRÁN:
Tuyo sea; que yo sé
que en las ventas, la primera.
PÁEZ:
¡Lleve el diablo quien tal diera!
¡Ni aun cien ochavos!
DON MARTÍN:
¿Por qué?
PÁEZ:
Porque es llevar un demonio.
DON MARTÍN:
Ven a contar tu dinero;
llama a un notario, que quiero
que me haga un testimonio.
Hamete, ¿caminas bien?
HAMETE:
¿Por qué lo dices, señor?
DON MARTÍN:
Porque también tengo amor
y estoy ausente también.
HAMETE:
Luego, ¿tú no eres de aquí?
DON MARTÍN:
De Málaga, Hamete, soy,
y luego al punto me voy.
HAMETE:
¿De Valencia te vas?
DON MARTÍN:
Sí.
Por eso, apresta los pies.
Ea, Páez: a ensillar.
PÁEZ:
¿Que este habemos de llevar?
DON MARTÍN:
¿Cuál para la huerta es?
PÁEZ:
¿Y cómo? No tengas pena
que a la fruta osen llegar.
HAMETE:
Rabiando estoy de pesar:
partirse el cristiano ordena.
BELTRÁN:
Hamete, a mí me ha pesado
de que sea forastero,
pero al fin es caballero.
HAMETE:
Si de algo estoy consolado
es de que en Málaga viva.
BELTRÁN:
También es puerto de mar,
adonde podrás tratar
de rescatar tu cautiva.
(Éntrense, y salgan dos alcaldes villanos: SALICIO [y] SOLANO.)
SALICIO:
Muy bien se hará la fiesta dese modo.
SOLANO:
¿Qué culpa tuve yo si el toro es ido?
SALICIO:
A vuestro cargo estaban las carretas
para tapar las calles.
SOLANO:
Yo las puse
desde que el alba se riyó en el cielo,
y con mucho cuidado.
SALICIO:
Pues, ¿por dónde
se trascoló el novillo?
SOLANO:
Cuando quiso
que al corredor del regimiento entrase,
con verdugado, su mujer el médico,
abrieron un portillo temerario.
Y por donde mujer con verdugado
pudo entrar, ¿no queréis que salga un toro,
que puede con su trompa un elefante
y un camello también con su corcova?
SALICIO:
Pagarnos tiene el médico la burla;
y el toro, si le matan en el campo.
SOLANO:
No os lo aconsejo, que vengarse puede
con solo hacer del ojo al boticario.
(Suene dentro ruido y silbos del toro.)
(Dentro.)
[UNO]:
¡Ataja! ¡Ataja!
OTRO:
¡El diablo que le tenga!
¡A las viñas se va!
SALICIO:
¡Par diez, que dicen
que se va por las viñas!
SOLANO:
¿Qué más quieren
los muchachos? Hoy hacen su vendimia.
SALICIO:
Pues, ¿cuánto va que son las vuesas?
SOLANO:
¿Cómo?
SALICIO:
Son las que del lugar están más cerca.
SOLANO:
¡Voto al Sol! Si eso fuese, que le había
de sentenciar al toro en todo el daño.
SALICIO:
¿Y de qué pagará?
SOLANO:
De sus costillas.
(Dentro.)
[UNO]:
¡Ataja! ¡Ataja!
SALICIO:
Mas, ¡que vuelve el toro!
(Dentro.)
DON MARTÍN:
Quítate acá; no te le acerques, moro.
SOLANO:
Allá anda envuelto en unos forasteros.
SALICIO:
Vamos a ver lo que es, que todo es fiesta.
SOLANO:
Llevemos a las viñas las mujeres
y corrámosle allá, pues que no gusta
de que sea en la plaza.
(Dentro.)
[UNO]:
¡Guarda el toro!
[OTRO]:
(Dentro.)
Por los dos cuernos le ha rendido el moro.
(Silben y griten, y salga[n] DON MARTÍN, PÁEZ y HAMETE.)
PÁEZ:
Demonio debes de ser.
DON MARTÍN:
Yo di cien escudos de oro
sobre los cuernos del toro.
HAMETE:
Que no hay, señor, que temer.
DON MARTÍN:
¿Cómo? No, cuerpo de tal;
no te burles de esa suerte,
que un toro es bestia muy fuerte.
{{Pt|HAMETE:|
Sí, pero en fin animal.
¿Un hombre que no sujeta
con la industria y el valor?
Esto es muy poco, señor.
DON MARTÍN:
Mi dinero me inquieta.
HAMETE:
En África, por instantes
vamos a cazar leones,
que a los postreros arzones
suelen saltar arrogantes
y deshacer el jinete,
donde a veces ha llegado
alarbe que, por el lado,
toda la lanza le mete.
Yo he muerto más de cuarenta.
PÁEZ:
Tiemblo, vive Dios, del moro.
DON MARTÍN:
Yo sé que en España un toro
el león más bravo afrenta,
que en el Real de Valencia
Vespasiano, deseoso
de ver si es tan valeroso
que hace a un león resistencia,
encerró un toro y león
y un caballo que jamás
sufrió silla. ¿Pensarás
que los mató?
HAMETE:
¿No es razón?
DON MARTÍN:
Pues no osó llegar al toro.
HAMETE:
¿Y el caballo?
DON MARTÍN:
Defendió
su vida a coces.
HAMETE:
¿Salió
manso?
DON MARTÍN:
Que valió un tesoro,
porque era bello y bien hecho;
y fue tal desde aquel día,
que un muchacho le corría.
HAMETE:
La comparación que has hecho
es, señor, muy desigual,
que un doméstico león
no sufre comparación
al que está en su natural;
que un oso es fiero y, criado
en casa, juega y retoza.
DON MARTÍN:
Mucho esta fuente se goza
de guarnecer este prado.
No entremos en el lugar
por el alboroto y fiesta.
PÁEZ:
Alhombra y cama está puesta.
DON MARTÍN:
La mula puedes atar,
y pazca esa verde yerba
en tanto que duermo aquí.
PÁEZ:
No faltará para ti
pan, queso, bota y conserva.
DON MARTÍN:
En durmiendo un cuarto de hora.
PÁEZ:
Recuéstate.
DON MARTÍN:
Allí te asienta
con Hamete.
PÁEZ:
Tú me cuenta,
Hamete, tu vida agora. (Échase a dormir DON MARTÍN y siéntense PÁEZ y HAMETE.)
HAMETE:
En vida tan mal gastada
poco habrá que te contar.
PÁEZ:
Ya comienzo a bostezar.
HAMETE:
¿Es eso sueño?
PÁEZ:
No es nada.
HAMETE:
Nací en África, ya sabes
el lugar.
PÁEZ:
¿Es buena tierra?
HAMETE:
Buena para hombres de guerra.
PÁEZ:
¿Buenos caballos?
HAMETE:
Son aves
y grandes trabajadores;
tienen uñas por las peñas.
Las ciudades son pequeñas,
los ánimos son mayores.
PÁEZ:
¿Hay iglesias?
HAMETE:
Hay mezquitas.
PÁEZ:
¿Allá no hay obispos?
HAMETE:
No.
PÁEZ:
Pues, ¿qué?
HAMETE:
Alfaquíes.
PÁEZ:
Si yo,
Hamete, no encuentro ermitas,
que acá ‘tabernas’ llamamos,
por la tierra que camino,
no voy con gusto.
HAMETE:
No hay vino;
mas del agua ardiente usamos.
PÁEZ:
¿Hay perniles?
{{Pt|HAMETE:|
¿Qué es perniles?
PÁEZ:
Muslos de puerco.
HAMETE:
Mahoma
los quitó por ley.
PÁEZ:
Pues coma
el perrazo pasas viles.
HAMETE:
Habla bien, pues habla el moro
tan bien de vuestro Bautista.
PÁEZ:
Cerrado se me ha la vista;
llámame si vuelve el toro.
HAMETE:
Amo y mozo se han dormido.
¡Ay, Argelina! ¿Qué haré?
¿Cómo mi bien te dej[é]?
¿Cómo tan ingrato he sido?
Pero yo no pude más,
que la libertad no es mía.
¿Cómo a verte volvería
a la ciudad donde estás?
¿Será buen medio dar muerte
a estos dos? Mas no será,
porque, cuando vaya allá,
más voy a morir que a verte.
Porque, ¿a quién he de llegar
que no me prenda? ¡Qué sueño
tiene el mozo! ¿A ver el dueño?
No le podrán dispertar
el ruido de un cañón.
Las armas de los cristianos
son notables; si en mis manos
su dorada guarnición
viera yo contra los dos,
y contra dos mil, y fuera
remedio, presto te viera.
¡Ciego estoy, válgame Dios!
Sacarle quiero la espada
solo para ver su acero.
Bella hoja; pero quiero
vella de sangre esmaltada.
Mal hago; mejor será
apartarme a vella allí.
¿Tendrá cinco palmos? Sí,
esos pienso que tendrá.
Cortos los alfanjes son
y no hieren de estocada.
Esta es arma aventajada
y estimada con razón.
A reparar y a ofender
puede servir desta suerte.
Brazo quiere diestro y fuerte;
de hoy más la quiero aprender.
(Silbos dentro y grita; despierten los dos.)
[UNO]:
¡Ataja! ¡Ataja! ¡Que el toro
vuelve a las viñas!
DON MARTÍN:
¡Ay, cielo!
PÁEZ:
¡El toro! (Dentro.)
[UNO]:
¡Ataja!
DON MARTÍN:
Recelo
que quiere matarme el moro.
¿Qué es eso, Hamete?
HAMETE:
Señor,
pensé que el toro venía
y defenderte quería,
porque te he cobrado amor.
DON MARTÍN:
No me sirvas de esa suerte
ni me desarmes jamás.
Y tú, bestia, ¿dónde estás,
que estoy por matarte?
PÁEZ:
Advierte.
DON MARTÍN:
¿Qué he de advertir, vive Dios?
De darte una cuchillada.
¿Quitar me dejas la espada?
PÁEZ:
Aquí estábamos los dos
y por Dios que no le vi.
DON MARTÍN:
Dame la mula. Y tú, moro,
ve delante.
[UNO]:
(Dentro.)
¡Guarda el toro!
HAMETE:
¡Qué buena ocasión perdí! (Vanse, y en pasando la grita del toro, salga[n] GASPAR SUÁREZ y DOÑA LEONOR.)
GASPAR:
Prima y señora mía,
a quien con tal primor compuso el cielo
como al sol para el día
y en las tinieblas del obscuro velo
la luna y las estrellas,
aunque con mayor luz las vuestras bellas.
¿Cuál hombre más dichoso
de cuantos hizo Dios hallar se puede
que quien de vuestro esposo
merece el nombre, pues, si alguno excede
al que de primo tengo,
es este de que hoy a honrarme vengo?
Si en el humilde estado
que puso a un pobre pastorcillo el suelo
os tuviera a mi lado,
al sol de julio y de diciembre al yelo
tan contento me viera
que poca envidia al Príncipe tuviera.
No hay cosa en que el deseo,
de cuantas piensa el pensamiento humano,
y con sus ojos veo,
halle comparación con vuestra mano.
Quien tiene esta riqueza,
dichoso le formó naturaleza.
DOÑA LEONOR:
Los encarecimientos,
hijos tal vez de un ánimo fingido,
en vuestros pensamientos
no dudo, primo, que de amor lo han sido.
Mi amor quiere que os crea,
aunque más gala que contento sea.
Obligada me muestro,
puesto que en estimarme, señor mío,
estimáis lo que es vuestro,
y que me habéis de hacer merced confío,
pues estáis obligado
por primo y por marido a este cuidado.
Parece que, en naciendo,
mis padres solo a vós me dedicaron,
y que, apenas pudiendo
formar la voz, cuando ellos me criaron
vuestro nombre aprendía
y desataba en él la lengua mía.
Si hay letras en los ojos,
como decía un sabio, pues en ellos
los gustos, los enojos
escribe el alma, y se conocen dellos
en los míos cualquiera,
vuestro nombre sospecho que leyera.
Para mayores muestras,
si a sus niñas alguno preguntara,
dijeran que eran vuestras,
que fue gusto del cielo que en la cara
dos esclavas tuviese,
porque, en viéndome, el dueño se supiese.
GASPAR:
¿Qué puede el amor mío,
Leonor querida, responder agora,
sino algún desvarío?
Mirad en qué tenéis gusto, señora,
y mandad a quien creo
que tiene esclavo en vós hasta el deseo.
Ya suelen los amantes
las blancas perlas de la mar espumas,
los eternos diamantes,
la fénix rara de purpúreas plumas,
ofrecer a quien aman,
fuerza de amor los imposibles llaman.
No el ave del Arabia;
diamantes sí, con que se casa el oro,
que yo sé que se agravia,
prometiendo imposibles, el decoro
de un amor verdadero,
que lo que puedo dar prometer quiero.
Sedas, oro, diamantes...
Pedid, mi bien, y si quien ama tiene
riquezas semejantes,
en menos que su gusto el vuestro ordene
en que servir le pueda
quien obligado de mandarle queda.
Mirad si el claro Tajo
queréis subir, aunque en batel pequeño,
o sus peñas abajo
seguir su curso, cuando olvido y sueño,
caballos de la noche,
saquen del Indio mar su negro coche.
GASPAR:
Mirad si en esas huertas,
cuando el alba ceñida de alhelíes
al sol abra las puertas
y él salga coronado de rubíes,
queréis entre las flores
oír las aves repitiendo amores.
Veréis cómo, subido
sobre las ruedas de su centro bajo
en plata convertido,
madejas de cristal devana el Tajo
para tejer labores
en las huertas de frutas y de flores.
Veréis las aves mudas
en los álamos altos escuchando
las cantoras azudas,
órganos destemplados imitando;
veréis en su instrumento
cantar las aguas y pararse el viento.
Si la pesca se acuerda,
por caña tomaréis de amor el arco
y por sedal la cuerda.
Yo seré el pez, mi pensamiento el barco
donde los dos iremos,
mis ojos ríos, mis cuidados remos.
DOÑA LEONOR:
Yo no tengo más gusto
que veros y adoraros, dulce esposo.
GASPAR:
Haga, pues es tan justo,
nuestras bodas el cielo generoso
tan venturosas, prima,
pues sola esta prisión la muerte lima.
Que viviendo más años
de los que suele dar naturaleza,
y libre de los daños
que siguen a la dicha y la riqueza
con sucesión dichosa,
os goce un siglo entero, dulce esposa.
No pueda mal suceso,
no golpe de fortuna, hacer de suerte
que deje de estar preso,
a despecho del tiempo y de la muerte,
en la prisión que adoro.
DOÑA LEONOR:
Vós solo sois mi bien.
GASPAR:
Vós mi tesoro. (Sale RIBERA.)
RIBERA:
Albricias me puedes dar.
GASPAR:
¿De qué, Ribera?
RIBERA:
Hoy sospecho
que acabará de llegar
el caballo más bien hecho
que hay desde el Tajo hasta el mar.
No ha visto el Andalucía,
perdónenlo a mi alegría
las dehesas gamenosas,
bestia con tantas graciosas
artes.
GASPAR:
Es ventura mía.
Toma este anillo, y con tinta
de tu buen gusto me pinta
ese caballo.
RIBERA:
Tus manos
beso, honor de toledanos.
Oye una cifra sucinta:
el caballo es bayo oscuro,
bebe con blanco y los cabos
son negros; de frente es duro:
de ojos rígidos y bravos,
puesto que hidalgo y seguro;
es enjuto de mejillas,
alto de rostro y pequeño
de orejas; de las rodillas
firme, que bien puede el dueño
probarle de entrambas sillas;
con anchos lomos levanta
mejor las manos; espanta
con las narices abiertas;
venas muestra descubiertas
desde la cuja a la planta;
algo sobre el vientre hinchados
muestra los lados; el pecho
por ancho iguala los lados;
de pies pequeño y estrecho,
y de cascos bien formados;
tiene viveza española,
una mancha blanca sola,
cola y clin, que limpia, en fin,
las rodillas con la clin
y la tierra con la cola;
es un clarín relinchando;
de la vista, si se atufa,
rayos de fuego arrojando,
y la espuma, cuando bufa,
a los que le están mirando;
es arrogante de paso,
limpio, igual, lustroso y raso;
pero solo considera
que, si con alas naciera,
fuera el caballo Pegaso.
GASPAR:
Parece que estoy en él,
según le pintas.
RIBERA:
No siento
qué pueda decirte dél.
Él tiene lindo contento;
muy bien te hallarás con él.
GASPAR:
Buen caballo, buena espada
y buena mujer, decía
un caballero.
RIBERA:
Y me agrada.
GASPAR:
Buena, Ribera, es la mía;
bien puede ser estimada.
RIBERA:
Pesiatal.
DOÑA LEONOR:
Honraisme vós.
RIBERA:
Para en uno sois los dos.
GASPAR:
Honra y hacienda es poder
del mundo, mas la mujer
buena es de mano de Dios.
¿Qué nombre le llamaremos
al caballo?
RIBERA:
Por lo vivo,
‘Truhán’ llamarle podremos.
GASPAR:
Aunque es humilde y no altivo,
alto ese nombre le demos.
DOÑA LEONOR:
No me agrada.
GASPAR:
Pues, Leonor,
¿habéis vós nombre mejor?
DOÑA LEONOR:
No, pero dame molestia
el ver que, ‘truhán’ y bestia,
morirá de hambre, señor.
GASPAR:
¿Qué discreto advertimiento
no ha de ser bestia el ‘Truhán’?
¿Es caballo corpulento?
RIBERA:
Sí, señor.
GASPAR:
Será ‘Roldán’
buen nombre.
RIBERA:
Diome contento;
ese se llame.
DOÑA LEONOR:
Y a mí
me parece bien ansí.
(Entra FRANCISCA, criada.)
FRANCISCA:
El sastre ahora ha venido
para probarte el vestido.
DOÑA LEONOR:
¿El blanco?
FRANCISCA:
Señora, sí.
Y también trujo el platero
la cintura aderezada.
DOÑA LEONOR:
Probarme el vestido quiero.
Adiós.
GASPAR:
Adiós, prenda amada,
bien de quien mi bien espero.
¿Hay contento como ver
una gallarda mujer
honrar una casa noble?
RIBERA:
Con hijos tendrás al doble
ese contento y placer.
GASPAR:
Démelos Dios de Leonor
para servirle, y sean tantos
que me empobrezcan.
RIBERA:
¡Qué amor!
(Entra[n] ANA, criada, y LAURENCIO.)
LAURENCIO:
No hagas tantos espantos,
Ana.
ANA:
Aquí está mi señor.
GASPAR:
Laurencio, bien seas venido.
LAURENCIO:
Tú mil veces bien hallado
y bien casado.
GASPAR:
Ya he sido
bien hallado y bien casado.
¿Cómo por Málaga ha ido?
¿No viene acá tu señor?
LAURENCIO:
Pensó venir, y no pudo.
GASPAR:
¿No hubo esclavo?
LAURENCIO:
Y el mejor
de Berbería.
GASPAR:
No dudo
las partes de su valor,
escogido de tal gusto.
¿Es hombre fuerte?
LAURENCIO:
Es robusto,
trabado, moreno, bravo
y muy galán, aunque esclavo.
RIBERA:
Hoy te viene todo al justo.
Ya el caballo y los demás
que tienes tendrán quien tenga
cuidado dellos.
LAURENCIO:
Si estás
de gusto para que venga,
iré por él.
GASPAR:
Bien podrás.
¿De quién le compró?
LAURENCIO:
Traía
este moro un caballero
que de Valencia venía.
Diole por menos dinero,
aunque por más cobardía,
de lo que allá le costó,
y es que dice que le vio
con una espada desnuda
un día, y que tuvo duda
si quiso matarle o no.
GASPAR:
¡Lindo miedo en caballero!
LAURENCIO:
El moro realmente es fiero,
no de rostro, mas de fuerza,
que no hay hombre que le tuerza
el brazo.
GASPAR:
Ese esclavo quiero.
LAURENCIO:
Sobre la palma levanta
un hombre; dos herraduras,
como dos naipes quebranta.
RIBERA:
¿Tú tienes lo que procuras?
LAURENCIO:
Ana de verle se espanta.
GASPAR:
Ve por él.
LAURENCIO:
La carta dejo
con la ropa.
GASPAR:
Tiempo habrá.
ANA:
¡Ay, señor! No te aconsejo
que venga este moro acá.
GASPAR:
Tendrame como un espejo
los caballos este moro.
Estímole a peso de oro,
no puedo vivir sin él.
Si es fuerte y sale fiel,
vale, Ribera, un tesoro.
(Entra[n] HAMETE y LAURENCIO.)
LAURENCIO:
Entra y échate a sus pies.
HAMETE:
¿Es este el señor?
LAURENCIO:
Él es.
GASPAR:
¡Bravo esclavo, por Dios!
RIBERA:
¡Bravo!
HAMETE:
Aquí tienes a tu esclavo
para que los pies le des.
GASPAR:
¿Cómo te llamas?
HAMETE:
Hamete.
GASPAR:
¿Qué nación, que tu persona
buen servicio me promete?
HAMETE:
Galán soy de Meliona.
GASPAR:
Serás por fuerza jinete.
HAMETE:
Bien sé por dónde se bate
con el agudo acicate
con más gracia y perfeción.
GASPAR:
Sirve bien, que la afición
es la puerta del rescate.
¿Quién te cautivó?
HAMETE:
Un don Juan
del hábito de San Juan
con las galeras de Malta.
GASPAR:
Eras cosario.
HAMETE:
No es falta.
GASPAR:
¿Y dónde?
HAMETE:
A vista de Orán.
GASPAR:
¿Viste a Nápoles?
HAMETE:
Ya vi
a Nápoles otra vez,
señor, que cautivo fui,
que soy pieza de ajedrez
y ando de aquí para allí.
Juega Fortuna conmigo;
de las casas que ha mudado
vengo a la tuya.
GASPAR:
Un amigo,
si tú eres bueno, has hallado.
HAMETE:
El tiempo doy por testigo.
GASPAR:
¿Qué señal tienes ahí?
HAMETE:
Heridas son que en Orán
de cristianos recebí,
y estas que frescas están
es que a tu puerta caí,
que al ir a entrar tropecé
y me quedé sin sentido;
pero luego imaginé,
pues a servirte he venido,
que la posesión tomé.
Ya tengo perdido el miedo
que no tendré libertad:
para siempre esclavo quedo.
GASPAR:
Verás aquesta ciudad:
bien te agradará Toledo.
Entra y dale que meriende,
Ana; y tú, Laurencio, toma
este doblón.
LAURENCIO:
¿Quién no emprende
servirte?
HAMETE:
¡Ah, cruel Mahoma!
LAURENCIO:
Tú quedas con rico fende.
No hay sino servir y ser
fiel, que te vestirán
que todos tengan que ver.
HAMETE:
¿Cómo vestirme podrán
desnudo de tal placer? (Vanse todos, ecepto ANA y HAMETE.)
ANA:
Triste quedas.
HAMETE:
No he quedado
triste del dueño que tengo.
ANA:
Estuvieras engañado.
HAMETE:
Estoy triste porque vengo
de un alto a un humilde estado.
ANA:
Es mi señor tan galán,
tan noble y tan virtuoso,
que, aunque habrás visto en Orán
su general generoso
y los que con él están,
no habrás tratado persona
de valor y entendimiento
como la suya.
HAMETE:
Aficiona
su talle, mis penas siento.
ANA:
¿Dejas algo en Meliona?
HAMETE:
No dejo sino en Valencia
la mitad del alma agora.
ANA:
Menester habrás paciencia.
¿Quién es?
HAMETE:
Una hermosa mora
que ha hecho al Sol competencia.
ANA:
¿Era tu mujer?
HAMETE:
Un mes
estuvimos desposados.
ANA:
Mudanza del mundo es.
Merienda; y de tus cuidados
me darás parte después.
¿Comes tocino?
HAMETE:
¿Tocino?
ANA:
Si te quieres alegrar,
bebe un traguillo de vino,
que sola para llorar
es buena el agua, imagino.
HAMETE:
A Mahoma tengo miedo.
ANA:
Si creyeras en el Credo,
no le tuvieras.
HAMETE:
Paciencia.
Viva Argelina en Valencia
y muera Hamete en Toledo. (Váyanse y entren CORCUERA y BELTRÁN, lacayos.)
CORCUERA:
Otra vez quiero abrazarte.
BELTRÁN:
Bien lo debes a mi amor.
CORCUERA:
Deja, Beltrán, el temor
y las desdichas aparte,
que mejor tierra es aquesta.
BELTRÁN:
¡Ay, Corcuera! ¿Cómo puedo?
CORCUERA:
Pues, ¿no te alegra Toledo
y el vernos andar de fiesta?
BELTRÁN:
El haber venido a él
más por fuerza que por gusto
me ha dado aqueste disgusto,
aunque hay tanto gusto en él.
Estaba, Corcuera hermano,
vuestro servidor Beltrán
con el famoso don Juan
de Castelví valenciano,
hombre de la cruz bautista
y a fe gallardo soldado,
y que pudiera a su lado
perder mi oficio de vista.
Porque, en fin, en las galeras
seguí diversas derrotas
en corso de galeotas
y con sus blancas banderas,
adonde por mi valor
me prometió media cruz,
con que, habiendo poca luz,
fuera yo Comendador.
Y quiso el diablo...
CORCUERA:
¿Qué quiso?
BELTRÁN:
... que a Valencia me envió
con dos esclavos, que yo
fui carabela de aviso
de una cierta doña Juana.
Mandome el uno vender;
vendile, y pudiera ser
que mi condición liviana,
no se ofreciendo ocasión,
fuera en guardarle discreto
el oro, pero, en efeto,
la ocasión hace al ladrón.
Con cien escudos pasaba
la plaza de la Olivera,
donde estaba una bandera
y mi desventura estaba.
Entré, vi jugar, jugué
un escudo, perdí, y luego,
picado, dije: «Otro juego».
Perdí dos y otro saqué.
Fuese con los dos, y al punto
saco tres, pierdo los tres,
venme el oro y meten pies
como cuervos al difunto.
Echo un azar, saco veinte,
paro en un siete y llevar,
y, tras aquel, echo azar.
¿Qué quieres más que te cuente?
Jugué aquellos, y jugué
los que llevaba el jubón,
que era escritorio y cajón
de lo que en Italia hurté.
Como me vi sin el plus
y que, si comer quería,
había de andar cada día
a la sopa de Jesús,
no pude a Italia volver
ni a la dama me atreví.
CORCUERA:
¿Es esa la historia?
BELTRÁN:
Sí.
CORCUERA:
Pues bien, ¿qué se puede hacer?
Ya es perdido ese don Juan;
quizá fue por vuestro bien,
y en esta ciudad también
mil don Juanes se hallarán.
Por dicha en la guerra os dieran
tostones en colación
destos que de plomo son
o alguna burla os hicier[a]n
destas minas del abismo,
que un hombre, en estando rota,
salta como una pelota
y se hace falta a sí mismo.
Mejor es andar por llano,
aunque no lo está Toledo;
mas no hay de caer el miedo
que haya por la guerra, hermano.
Más vale aquí la ración
de un grande de Jesucristo
que cuantas pagas he visto
en el mejor escuadrón.
BELTRÁN:
Pues, ¿qué grandes hay aquí?
CORCUERA:
Los canónigos son grandes
desta iglesia, y no hay más Flandes
que servirlos.
BELTRÁN:
¿Cómo ansí?
CORCUERA:
Una mula, y a sus horas;
y a Dios, como al punto acuda.
BELTRÁN:
No hay en estrado viuda,
perdónenme las señoras,
como una mula con tocas.
¡Con qué seso está a la puerta
de una iglesia!
CORCUERA:
Es cosa cierta.
BELTRÁN:
Y las visitas son pocas.
Pero todo es día y vito,
y esto de ver babear
una mula, no hay pescar
con caña ni con garlito
que quiera más sufrimiento.
Mejor vivo a lo seglar.
CORCUERA:
De todo se puede hallar
a quien servir a contento.
El Corregidor tenía
necesidad de un lacayo.
BELTRÁN:
¿Quién es?
CORCUERA:
¡Oh, pesia a mi sayo,
honor del Andalucía!
Juan Gutiérrez Tello.
BELTRÁN:
¿Quién?
CORCUERA:
Tello el ‘Bravo’.
BELTRÁN:
Pesia tal.
CORCUERA:
Este no os estaba mal.
BELTRÁN:
Antes me estuviera bien.
CORCUERA:
Sin eso hay aquí señores
Ayalos, Lasos, Riberas,
Guzmanes, Toledos, Veras,
Jurados y Regidores,
y mercaderes que son
gente noble y principal,
indianos en el caudal,
reyes en la condición.
Es la gente de Toledo
afable, discreta, honrosa,
caritativa, piadosa...
más que encarecerte puedo.
Es para los forasteros
liberal, y pues de bravo
te picas, eso te alabo,
porque hay famosos aceros.
Sirve aquí, deja la Corte,
que es Babilonia, Beltrán,
y de una ración que dan
se paga primero el porte.
Aquí hay ventillas, y iremos
a merendar ensalada,
pie de puerco y empanada,
de Burguillos beberemos.
Y no faltarán dos sotas
mejores que en Manzanares.
BELTRÁN:
Quitado me has los pesares,
el ánima me alborotas.
Búscame un amo, aunque sea
en un cigarral.
CORCUERA:
Querría
acomodarte este día
con quien te diese librea.
BELTRÁN:
¿Hay casamiento?
CORCUERA:
No digo
sino de toros y cañas.
BELTRÁN:
Esos son telas de arañas
y amapola en verde trigo.
Sale un lacayo famoso
con dos rejones al lado
de un bayo rucio rodado
sonando el pretal lustroso.
Lleva un coleto gentil
de badana acuchillado,
calza y jubón nacarado
con velo blanco y sutil
de plata de poca estima,
que parece todo entero
asadura de carnero
con su tela por encima.
Y cuando libra el pellejo
y se acuesta muy cansado,
halla el vestido arrugado
que parece trapo viejo.
Véndele por la mañana
y da un ropante por él,
por oro de cascabel,
tres reales de mala gana.
CORCUERA:
En la iglesia entrado habemos.
Esta es la famosa nave
de san Cristóbal.
BELTRÁN:
¡Qué grave
gente!
CORCUERA:
Aquí nos apartemos.
En esta nave se embarca
de Toledo la nobleza;
cada día aquí se reza
todo lo que el mundo abarca.
Es como patio en palacio
o cual gradas en Sevilla.
BELTRÁN:
La máquina maravilla.
CORCUERA:
Quiere ingenio y quiere espacio. (Entren GASPAR SUÁREZ y su hermano y otros cuatro caballeros.)
GASPAR:
Ya digo que jugaré,
aunque recién desposado.
CABALLERO 1.º:
Mucho me habéis obligado.
HERMANO DE GASPAR:
Y yo con mi hermano iré.
CABALLERO 2.º:
Caballos no han de faltar.
GASPAR:
Hoy me ha de llegar un bayo
que puedo llamarle el ‘Rayo’.
CABALLERO 2.º:
Bueno será para entrar.
CABALLERO 3.º:
¿Jugará el Corregidor?
GASPAR:
¿Quién duda que jugará?
CABALLERO 4.º:
Buenos caballos tendrá
de la Corte.
GASPAR:
¿Quién mejor?
CABALLERO 1.º:
¿Qué librea sacaréis
si, como el nombre, andáis franco?
GASPAR:
Raso, azul, pajizo y blanco.
CABALLERO 2.º:
Ninguna cosa tenéis
de las que decís aquí
en vuestra prima empleado,
pues ni sois casto casado
ni lo demás.
GASPAR:
Es ansí.
Pero son propias colores
de mi Leonor.
CABALLERO 3.º:
Lo leonado
era del nombre.
GASPAR:
Es cansado
sin mucha plata, señores.
Y aunque yo la pienso echar,
menos con lo blanco obliga.
CABALLERO 3.º:
Su color don Pedro diga.
CABALLERO 1.º:
Mi dueño me la ha de dar.
CORCUERA:
Llegaré por aquel lado
y al que te digo hablaré,
que ha puesto casa.
BELTRÁN:
No sé
si, estando ya desposado,
será acertado, Corcuera,
que, acabados de casar,
se retiran a horrar
y anda la ración ligera.
CORCUERA:
Este es hombre principal
y muy rico, y tan gallardo
que, si te recibe, aguardo
de su mano liberal
gran remedio para ti.
Dos palabras le quisiera
a vuesa merced.
GASPAR:
Afuera
me podéis hablar, no aquí.
CORCUERA:
Es porque viera este mozo
si dél hay necesidad.
GASPAR:
¿Conócenle en la ciudad?
CORCUERA:
Sí, señor.
BELTRÁN:
Salto de gozo.
GASPAR:
Llevalde a casa después
que se van estos señores.
HERMANO DE GASPAR:
Reñir sobre las colores
primer capítulo es
del concierto de unas cañas.
CABALLERO 1.º:
Vamos.
CABALLERO 2.º:
No quede por eso.
Desconfianzas profeso;
tengo esperanzas estrañas
y es lo verde impropio en mí.
CABALLERO 3.º:
Quiero daros mi color
si la tenéis por mejor.
CABALLERO 2.º:
Pues quede ansí.
CABALLERO 3.º:
Quede ansí. (Vanse.)
CORCUERA:
Que le vaya a ver después,
dijo.
BELTRÁN:
Pues vamos los dos.
CORCUERA:
Si te acomodas por Dios,
que de el cabello a los pies
te enviste de terciopelo.
Que tiene cien mil ducados.
BELTRÁN:
Con seis hijos, y doblados
los goce.
CORCUERA:
Ruégalo al cielo.
BELTRÁN:
¿Tienes adónde acudir?
CORCUERA:
Cierta pobreta me aguarda.
BELTRÁN:
¿Qué gente?
CORCUERA:
Estameña parda
acabada de tundir.
BELTRÁN:
Mejor dirás ‘batanar’.
¿Hay hermana, prima o tía?
CORCUERA:
Hay madre.
BELTRÁN:
Es vieja.
CORCUERA:
Es arpía,
mas puédete regalar.
BELTRÁN:
Habrá siete y seis.
CORCUERA:
Añade.
BELTRÁN:
Dilo.
CORCUERA:
Unas.
BELTRÁN:
¡Válame Dios!
CORCUERA:
Y aun le quito más de dos,
mas puede ser que te agrade.
BELTRÁN:
¿Es sesenta?
CORCUERA:
Punto menos.
BELTRÁN:
Pues, ¿cómo me ha de agradar?
CORCUERA:
Porque un no pedir y un dar
ha entretenido a mil buenos.
BELTRÁN:
Materia es la carga. Camina.
CORCUERA:
La esquina desta calleja
habita.
BELTRÁN:
No basta vieja
sino vivir en esquina.
Taberna parecerá.
CORCUERA:
Verdad.
BELTRÁN:
¿Hay dos puertas?
CORCUERA:
Sí,
que unos entran por allí
y otros salen por allá. (Vanse, y entre HAMETE.)
HAMETE:
Penosa y mísera vida
para los bienes ligera,
pesada para los males,
que allí paras y aquí vuelas.
¿Qué he de hacer en tal desdicha
viendo que ya no me queda
remedio para librar
el alma que está en Valencia?
Dejadme, tristes memorias,
que la mayor de las penas
no es perder las glorias, no,
sino la memoria dellas.
De todo quiero olvidarme,
porque no es razón que venza
un corazón como el mío
memorias flacas y tiernas.
¿Debajo de qué fortuna
bajó conmigo la rueda?
No fue tanta mi desdicha
como mi memoria piensa.
No en galeras de cristianos
con el remo y con la fuerza
azoto el mar y me azota
el duro cómitre en ellas.
No despierto al sonoroso
pito ni al alba risueña;
acudo almilla o capote,
el bonete o la cadena.
En buena ciudad estoy,
rica, ilustre, hermosa y bella;
buen amo tengo y buena ama:
amor notable me muestran;
mozos son recién casados,
pero la envidia me aqueja
de ver que en su propio nido
como palomas se besan.
Él es discreto y galán,
ella gallarda y discreta,
sus criadas virtuosas
cuidan mi comida y cena.
¡Ay, sueño! Olvídame un poco
de memorias lisonjeras;
duerma un esclavo que, en fin,
es libre en tanto que duerma.
(Recuéstase, y salgan DOÑA LEONOR y ANA.)
DOÑA LEONOR:
Ana, mucho se ha tardado
mi primo esta vez.
ANA:
No creas
que ajeno gusto le ocupe.
Si alguna malicia piensas,
en la iglesia estará agora.
DOÑA LEONOR:
¿Agora estará en la iglesia?
ANA:
Sí, señora; y divertido,
como es ocasión de fiestas.
DOÑA LEONOR:
Las fiestas de un desposado
no las tengo yo por buenas
fuera de casa.
ANA:
Ni yo
tengo por buenas tus quejas.
Mi señor te está adorando.
DOÑA LEONOR:
Ana pagará la deuda
que debe a mi grande amor.
HAMETE:
(Durmiendo.)
Toda es desdichas la guerra.
DOÑA LEONOR:
¿Quién habla aquí?
ANA:
¡Ay, Dios! No sé.
DOÑA LEONOR:
El moro parece; llega
y échale de aquí.
ANA:
Entre sueños
habla.
DOÑA LEONOR:
Está un momento atenta
HAMETE:
Para poderme librar
ningún remedio me queda,
si no es matar.
DOÑA LEONOR:
¿A quién dijo?
ANA:
No dijo a quién.
HAMETE:
¡Mueran, mueran...!
DOÑA LEONOR:
¿Qué es esto, moro? ¿Con quién
hablas?
HAMETE:
¿Yo hablaba?
DOÑA LEONOR:
Despierta,
y otra vez no entres aquí.
HAMETE:
Perdona. ¡Ay, querida tierra!
Si pudiera conquistarte
con mis suspiros, Valencia,
con los de un hora no más
ya no tuvieras almena.
DOÑA LEONOR:
Vete a la caballeriza,
moro, y nunca sin licencia
a estos corredores subas.
Toda la sangre me altera. (Entra GASPAR SUÁREZ.)
GASPAR:
¡Hola! Toma aquesta capa. (Criados se la quitan.)
DOÑA LEONOR:
Primo, bienvenido seas.
GASPAR:
Quien viene a tus brazos, viene,
prima, a un cielo de la tierra.
DOÑA LEONOR:
¿Cómo te has tardado tanto?
GASPAR:
Estos señores que juegan
las cañas me han detenido,
y que los juegue.
DOÑA LEONOR:
No temas.
GASPAR:
Me mandan por vida tuya,
y aun quise decir ‘me ruegan’,
según me han importunado.
Que mis fiestas, Leonor bella,
son adorar esos ojos.
DOÑA LEONOR:
Mi vida, si tú te huelgas,
yo recibo mucho gusto.
GASPAR:
¡Guárdete Dios! ¡Qué discreta!
DOÑA LEONOR:
¿Escogiste las colores?
GASPAR:
Sí, mi señora.
DOÑA LEONOR:
¿Qué llevas?
GASPAR:
Azul, amarillo y blanco.
Escucha, no te entristezcas:
lo azul significa el cielo,
que comparo a tu belleza;
lo amarillo, el sol que sale,
y en tu verde edad comienza
a fertilizar el año,
que por muchos años sea;
lo blanco es la fe, que tiene
tal blancura la pureza
con que mi alma te adora.
DOÑA LEONOR:
Bien obligada me dejas;
y en tiempo que me encareces
y que de verme te alegras,
mercedes quiero pedirte.
GASPAR:
No agravies lo que desea
servirte un alma tan tuya.
DOÑA LEONOR:
El moro no me contenta.
¿Qué has comprado?
GASPAR:
No prosigas;
luego al instante se venda.
DOÑA LEONOR:
Oíle ciertas palabras
durmiendo, y si cuando sueña
habla de matar y herir,
mejor lo hará si despierta.
GASPAR:
Mañana a Madrid lo envío.
DOÑA LEONOR:
Temo, señor, que se atreva
a algún criado de casa
o alguna gente de fuera.
Ya vino vuestro caballo.
GASPAR:
Dadme, señora, licencia
para verle.
DOÑA LEONOR:
Iré con vós,
porque yo también le vea.
GASPAR:
¡Hola! Sáquenle a ese patio.
DOÑA LEONOR:
Creedme que es una perla.
GASPAR:
Si vós le dais ese nombre,
harele una caja.
DOÑA LEONOR:
Tenga
este solo por mi vida.
GASPAR:
Más que la naturaleza
habéis hecho, mi señora:
que naturaleza engendra
perlas en nácar, y vós
hacéis de las bestias perlas.